Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 23 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2021 /
.
Birth and Stabilization of a Catholic Philosophical Historiography in Argentina (1910-1955)
Lucas Domínguez
Rubio
Consejo Nacional de
Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET)
Centro de
Documentación e
Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI)
Universidad Nacional de San Martin
(UNSAM)
Recibido: 19/08/2020
Aceptado: 01/07/2021
Resumen. El presente artículo identifica
trayectorias, revistas y tesis historiográficas vinculadas al
ámbito filosófico
universitario inscripto en el tomismo. La conformación de las
hipótesis de
lectura sobre la historia cultural de Argentina comunes a la
producción de
Furlong, Caturelli y Farré debe ser rastreada unas
décadas antes alrededor de
una serie de revistas, como Arx (Córdoba, 1932-1938), Sol y Luna
(Buenos Aires,
1938-1943), Stromata (1938-), Diálogo (Buenos Aires, 1954-1955),
Sapientia (La
Plata, 1946-) y Arqué (Córdoba, 1952-1982). Sus inicios
deben entonces ser
analizados desde la creación de las primeras revistas
confesionales de
filosofía, las trayectorias de sus principales mentores y las
instituciones que
ellos animaron. El análisis de su producción
historiográfica permite
identificar las principales hipótesis que propusieron para
ofrecer una lectura
filosófica de la historia argentina con su propio canon de
textos, autores,
temas y problemas.
Palabras
clave. Historiografía
filosófica argentina; Filosofía católica en
Argentina; Tomismo en Argentina;
Nacionalismo; Historia de la historiografía.
Abstract The historiographic hypotheses
of Furlong's, Caturelli's and Farré's production must be traced
back in a serie
of philosophical journals that prompted a remarkable volume of writing
on the
subject: Arx (Córdoba, 1932-1938), Sol y Luna (Buenos Aires,
1938-1943),
Stromata (1938-), Diálogo (Buenos Aires, 1954-1955), Sapientia
(La Plata,
1946-) and Arqué (Córdoba, 1952-1982). The first
confessional journals of
philosophy, their main mentors and the institutions they animated shows
their
historiographic production and allows us to identify their main
hypotheses that
they proposed in order to offer a philosophical reading of Argentine
history.
The aim of this article is to identify personal trajectories, journals
and
historiographic theses linked to the Argentinian Thomism.
Keywords. Argentine Philosophical
History; Catholic Philosophy in Argentina; Thomism in Argentina;
Nationalism;
History of Historiography.
La
cuantiosa historiografía filosófico-católica que
se mostró dominante, y casi
única, durante varias décadas de la segunda mitad del
siglo xx resultó
por eso también la encargada
de realizar la tarea de recopilación bibliográfica sobre
el pensamiento
filosófico argentino. Me refiero sobre todo a la gran cantidad
de textos producidos
entre 1950 y 1990 por Guillermo Furlong (1952), Luis Farré
(1958) y Alberto
Caturelli (compilados en 2001), quienes junto a Diego Pro (1973) y,
más
adelante, Francisco Leocata (1993), se encargaron de polemizar con otra
serie
de obras que también promovieron sus lecturas sobre el pasado
nacional
(principalmente: Ingenieros, J. 1936; Korn, A. 1936; Romero, F. 1952;
Torchia
Estrada, J.C. 1961; Alberini, C. 1966). Como señalaremos, la
conformación de
las hipótesis de lectura historiográficas de gran parte
de la producción de
Furlong, Caturelli y Farré debe ser rastreada unas
décadas antes, alrededor de
una serie de revistas, como Arx (Córdoba, 1932-1938), Sol
y Luna
(Buenos Aires, 1938-1943), Stromata (1938-), Diálogo
(Buenos
Aires, 1954-1955), Sapientia (La Plata, 1946-) y Arqué
(Córdoba,
1952-1982). Sus inicios deben entonces ser analizados desde la
creación de las
primeras revistas confesionales de filosofía, los debates
políticos de los que
participaron a través de ellas sus principales mentores y las
instituciones que
ellos animaron. A su vez, el análisis de su producción
historiográfica permite
identificar su lectura filosófica de la historia argentina con
su propio canon
de textos, autores, temas, hipótesis y problemas.
El
presente artículo identifica debates, revistas, trayectorias y
tesis
historiográficas vinculadas al ámbito filosófico
universitario inscripto en el
tomismo. Para esto, proponemos un recorrido cronológicamente
amplio que, lejos
de pretender ignorar las diferencias entre las inscripciones
teóricas y
políticas de sus autores, procura mostrar un arco en
común a través de sus
hipótesis históricas sobre el desarrollo
ideológico del país. Si bien, como
señalaremos, no sólo compartieron importantes plataformas
culturales ―como
revistas e instituciones―, identificaremos las características
comunes de su
intervención historiográfica y filosófica, que se
mostró realmente cuantiosa y
que procuró instalar un canon de autores, lecturas e iniciadores
locales con
una tradición intelectual propia, radicada en el tomismo, el
catolicismo, las
actividades culturales durante la Colonia, el papel de pensadores como
José
Manuel Estrada y Mamerto Esquiu, el espiritualismo religioso como
programa
intelectual durante la reacción antipositivista y una
filosofía sistemática
capaz de brindar soluciones para su presente.
Desde
antes de los festejos del Centenario, poder brindar alguna
definición sobre qué
significaba la nacionalidad argentina se convirtió en una
demanda cultural
amplia en relación a la cual nuevos escritores encontraron un
primer campo de
intervención en relación al cual destacarse (Ver, por
ejemplo: Altamirano, C. y
Sarlo, B. 1983; Terán, O. 2007). De modo tal que esta
discusión también se dio
internamente a la profesionalización de los estudios
históricos y filosóficos.
Fue en este marco que, por ejemplo, desde una posición laica,
los primeros
artículos de Alejandro Korn (1912, 1936) denunciaron
tempranamente el
maniqueísmo historiográfico liberal,
anti-hispánico y anti-católico que desde
su mirada resultaba hegemónico.
La
revista Estudios (Buenos Aires, 1911-1970) abrió el
espacio inicial para
el paulatino desarrollo de una serie de artículos
apologéticos a la historia
eclesiástica al calor de los debates que había
traído el Centenario. De hecho,
ésta fue la plataforma en la que un poco más adelante el
sacerdote jesuita
Guillermo Furlong publicó sus primeros artículos. Por
fuera de los estos
círculos confesionales y dentro del ámbito universitario,
además de Alejandro
Korn, los primeros escritos de Rómulo Carbia (1914, 1915, 1918)
y Tomás Casares
(1919) intentaban instalar otras lecturas sobre el pasado colonial y la
Revolución de Mayo. Los ejes de la discusión eran al
menos dos: estos textos
intentaban mostrar la importancia de actores católicos en la
Revolución de mayo
y al mismo tiempo discutir el papel negativo del catolicismo en la
historia
argentina del siglo xix (Piaggio,
A. 1912). Si bien los Cuadernos del Colegio Novecentista (Buenos
Aires,
1917-1921) brindaron espacio a alguna de estas intervenciones, hasta
ese
momento solo se trataba de algunos artículos más bien
aislados y asistemáticos.
A
continuación, la historiografía destacó la
centralidad que tuvieron los Cursos
de Cultura Católica a partir de 1922 y la revista Criterio
a partir de 1928, como los
espacios que darían lugar a los diferentes filósofos
católicos presentes en las
universidades a partir de la década del treinta.
[1]
Estas dos plataformas contaron con la participación de egresados
universitarios
de las universidades de Buenos Aires y Córdoba bajo la figura
dominante del
novecentista Tomás Casares.
Casares
contaba con una temprana y activa participación estudiantil en
las agrupaciones
porteñas vinculadas tanto a la Facultad de Filosofía y
Letras como a la
Facultad de Derecho. En 1914 formó parte de la Sección de
Estudiantes
Universitarios del Ateneo Hispanoamericano, junto a Gabriel del Mazo,
José
María Monner Sans, Francisco de Aparicio, Carmelo Bonet y Lidia
Peradotto,
quienes llevaron adelante la revista Ideas (Buenos Aires,
1915-1916).
Dos años después también fue uno de los
creadores del Ateneo Social de la
Juventud, fundado junto a un grupo de estudiantes católicos que
en el futuro se
mostraron como dos de sus compañeros de ruta más
cercanos, Octavio Pico Estrada
y Atilio Dell' Oro Maini. Inicialmente Dell' Oro Maini se había
destacado en
Córdoba durante 1918 como el principal dirigente estudiantil
católico anti-reformista
junto al profesor de derecho Luis Guillermo Martínez Villada.
Diez años
después, Dell' Oro Maini fue el primer director de la revista Criterio.
Luego
del golpe de Estado de 1930, asumió como Ministro de
Instrucción Pública de la
Provincia de Santa Fe y fue Casares quien lo reemplazó en la
dirección de la
revista.
En su
accionar estudiantil, Casares encabezó el ala católica
del Colegio
Novecentista, que publicó su primer folleto: La
religión y el estado (1919).
Poco después, junto a Dell' Oro Maini y César Pico,
Casares fue uno de los
principales impulsores de los Cursos de Cultura Católica, de los
cuales
participaron numerosas figuras políticas y culturales, entre
quienes para
nuestros intereses tenemos que destacar a los filósofos Nimio de
Anquín, Juan
Sepich, Octavio Derisi y Julio Meinvielle. Roberto Di Stefano (2003) y
José
Zanca (2012) enfatizaron la importancia que tuvieron estos Cursos de
Cultura
Católica fundados en 1922 y cómo sus participantes
contribuyeron a la formación
de la revista Criterio iniciada en 1928 antes de que comience
el trabajo
de la agrupación Acción Católica en 1931. El auge
de estas plataformas debe ser
puesta en relación también con la visibilidad que
lograron algunas figuras del
catolicismo en la esfera pública, como el ―anti-intelectual― monseñor
Miguel de Andrea y el ―más
tarde también director de Criterio―
monseñor Gustavo Franceschi, a quienes
por ejemplo
Halperin Donghi (2007) decidió brindarles una destacada
relevancia en la esfera
cultural de estas décadas.
José Zanca
(2012, 2016) resaltó que no resulta posible caracterizar este
nuevo entramado
dentro de una cultura política homogénea, en tanto estaba
conformada tanto por
sectores nacionalistas como por humanistas cristianos antiliberales e
incluso
también por partidarios de un secularismo liberal. Sin embargo,
como
señalaremos a continuación, consideramos que al menos los
filósofos del grupo
que en diferentes momentos participaron de las universidades nacionales
partieron de una serie de críticas comunes a las historias del
pensamiento
argentino que se habían escrito hasta ese entonces desde
posiciones siempre
ligadas al nacionalismo, además contaron con una trayectoria
teórico-política
en buena medida común e impulsaron de manera conjunta las mismas
instituciones.
Estos
autores tomaron una serie de referencias ideológicas comunes al
nacionalismo
local, entre las que se destacaba un interés pasajero por el
autoritarismo
romántico de Friedrich Schlegel; algunas referencias asistemáticas a los
teóricos franceses Maurice Battés, Charles Maurras y
León Daudet ―de quienes
Casares, entre otros, fue un activo lector―; una adhesión
explícita al
corporativismo fascista italiano ―el
cual por ejemplo Nimio de Anquín tomó sin reparos y al
cual
también el padre Meinvielle le dedicó sus
análisis; y,
de manera más general, un interés común y
constante por el tradicionalismo
español. Filosóficamente se trató de un
renacimiento del tomismo, cuyo inicio
en los espacios universitarios quedó marcado en la mencionada
tesis de Tomas
Casares de 1919.
[2]
En Córdoba, donde la filosofía tomista había
logrado una presencia más
persistente (ver: Marínez Villada, L. 1909) desde los primeros
años de la
década del veinte se apoyó en los nuevos textos de
Maurice Blondel y Jacques
Maritain acompañados de tempranas lecturas de la obra del
anti-comunista
religioso Nikolái Berdiaeff y el gran animador del neo-tomismo a
nivel
internacional Étienne Gilson. Las nuevas lecturas funcionaban a
la renovación
teórica de la resistencia anti-reformista de Martínez
Villada, Dell' Oro Maini
y Anquín. Mientras, en Buenos Aires y La Plata, el marco de
lecturas católicas
se apoyaba en el fuerte anti-positivismo estudiantil con el fin de
cooptarlo en
términos metafísicos, aunque viéndose obligado a
presentarse con ciertas concesiones
gnoseológicas y a presentar al tomismo como una
“experiencia metafísica”.
Los
distintos argumentos de Casares, de Anquín y Martínez
Villada, concluían en una
reivindicación común de la filosofía
aristotélico-tomista como la única
filosofía auténticamente superadora del positivismo, y la
única filosofía
válida posterior al escepticismo materialista del positivismo
teórico liberal y
al peligro soviético, a su vez también caracterizado como
positivista y
materialista. A lo que se sumaba que, según estos autores, se
trataba de la
auténtica filosofía perenne capaz de atender
especialmente a los problemas
teóricos del siglo xx.
En 1928, Gustavo
Franceschi lo dijo claramente y obteniendo una difusión mucho
mayor de la que
lograban estos universitarios interesados en la filosofía:
“filosofía
perenne”, la que después de todas las crisis vuelve a
resurgir, porque es la
filosofía humana […]. Y hoy después del
transcendentalismo kantiano y del
positivismo que halló en Augusto Comte a su más preclaro
maestro, ante la
crisis hondísima […] resurge, enriquecida con todo el
caudal de la meditación y
la experiencia de siglos, presentándose como la única
capaz de orientar la
humanidad en estas horas de angustia (Francheschi, G. 1928, 324).
De este
modo, aunque de manera incipiente, y todavía circulando en
espacios acotados,
quedaban instaladas ciertas hipótesis historiográficas ya
determinadas que
resultarían constitutivas de las culturales fundadas en los
años siguientes:
sobre la rica cultura católica durante la colonia, la
importancia de la
tradición política española en la
Revolución de mayo, la centralidad de figuras
católicas en la conformación del Estado argentino, el
carácter meramente
teórico y académico (y no político) de la Reforma
universitaria y la importancia
del catolicismo como una filosofía presente antes y
después de los años en que
se aceptaba la existencia de una “hegemonía
positivista” en los estudios
filosóficos.
Esta
visión ―según la cual, tras la
crisis del
positivismo y el fracaso de otras tendencias ideológicas
“eclécticas”
minoritarias, el tomismo sería el único capaz de brindar
un sistema global
acorde a los tiempos que corren― se propagó dentro de los estudios en
filosofía especialmente a través de dos revistas de la
década del treinta: Arx
(Córdoba, 1933-1939) y Sol y Luna (Buenos Aires,
1938-1943). Con la
diferencia de que, si bien Franceschi después del golpe de
Uriburu justificó
desde Criterio la política militar como una herramienta
necesaria para
mantener a raya al comunismo, estas publicaciones filosóficas
fueron más allá.
Su adhesión al fascismo y al franquismo resultó
explícita. Y si bien se trató
de dos revistas tomistas y nacionalistas sin injerencia en las
instituciones
oficiales, algunos de sus colaboradores ya contaban con puestos en
universidades nacionales.
Arx fue una revista impulsada desde Córdoba por Nimio
de Anquín y Luis
Guillermo Martínez Villada como órgano del Instituto
Tomás de Aquino fundado en
1933 ―del
cual, no pudimos determinar exactamente en qué momento,
participó también el colaborador de la revista de
Saúl Taborda Facundo (Córdoba,
1934-1938), Manuel Gonzalo Casas. Sólo llegaron a
publicarse cinco
esporádicos números de Arx con pocas referencias
de edición. Cada uno de
los números, entre textos de crítica tomista,
contó con un análisis
teórico-político del fascismo. En el primero de ellos se
destacó el artículo de
Meinvielle (1934) en el que, con un entusiasmo crítico,
analizaba el fascismo
italiano. Según este autor, su principal ventaja sería la
reforma económica
corporativista útil para “superar el momento
liberal” que Argentina debería
tener en cuenta para lograr el objetivo de “nacionalizar el
fascismo”. La
aparición de este texto coincidió en Córdoba con
el momento en que Anquín
fundó y
dirigió la filial cordobesa del Partido Fascista Argentino,
luego transformado
y rebautizado con la forma de la Unión Fascista Argentina. Este
neo-tomista
anti-neokantiano dio clases en la Universidad Nacional de
Córdoba y en los años
siguientes colaboró con periódicos nacionalistas como Crisol,
Estudios,
Nueva política y, entre ellas la más
filosófica, Sol y Luna, en
donde, como Julio Meinvielle, a pesar de su anti-semitismo fue
crítico del
nazismo.
[3]
Arx no propuso
mayores interpretaciones historiográficas, pero
reseñó solamente dos revistas,
ambas positivamente: Sol y Luna y la Revista del Instituto
de
Investigaciones históricas Juan Manuel de Rosas (Buenos
Aires, [primera
época:] 1939-1943), que se mostraría como el
órgano central del revisionismo
histórico. A esto se sumaba que, mientras Villalda se
opuso dentro del
Consejo Superior de la unc
a que
esta universidad le rinda un homenaje a Alberdi y se difame la memoria
de
Rosas, su colaborador Nimio de Anquín se declaró a favor
del nacionalismo y
contra los “argentinos imperialistas”, al cual
reconocía como el más peligroso
“enemigo interno” bajo alguna lectura de Schmitt (Dotti, J.
2000). Como resulta
claro a partir de sus discursos, eran las lecturas del revisionismo
histórico
las que se imponían en los encendidos discursos de Anquín
publicados en Crisol:
No somos los que soñamos
con las revoluciones, porque estamos convencidos que la verdadera
revolución es
la de los espíritus. Y ese es nuestro destino, juventud Nacional
Fascista, a
saber, el erigiros como una muralla invencible frente a la
tradición abominable
de nuestra patria, nacida bajo el triste patrocinio de una
revolución que
alguien calificó de “satánica” (de
Anquín, N., Crisol, nº 1463,
10/11/1936, 5).
[4]
En una
dirección similar, el medio nacionalista y franquista
porteño Sol y Luna no
explicitó las convicciones anti-semitas de su principal impulsor
(Meinvielle,
1936).
[5]
En esta revista
colaboraron Leopoldo Marechal, Juan Sepich, César E. Pico,
Rómulo Carbia, Julio
Meinvielle, Nimio de Anquín y Octavio Nicolás Derisi. La
revista se destacó por
seguir reflexionando sobre el papel del tomismo en relación a la
filosofía
contemporánea y comenzar a plantear nuevas lecturas respecto al
auge del
revisionismo y las “nuevas filosofías ya superadas”.
Con muchos artículos
dedicados a José Manuel Estrada, a lo largo de sus
páginas Cesar Pico, Anquín,
Derisi y Meinvielle escribieron sobre bergsonismo, vitalismo y tomismo.
[6]
Si bien las referencias son escasas y más bien tangenciales,
como indicó
Fernando Devoto, no sería imposible buscar en el nacionalismo
local la
aparición de fundamentos filosóficos tanto provenientes
del tomismo como del
idealismo gentiliano (Devoto, F. 2005, 253).
Rómulo
Carbia ―el único historiador
profesional entre sus colaboradores―
dedicó su artículo a combatir la “Leyenda
Negra”
anti-hispánica. Mientras, en esta revista fue Federico Ibarguren
(1938) ―hijo del nacionalista e
interventor provincial Carlos Ibarguren― quien se encargó de retomar
las hipótesis del mismo Carbia que, ya reeditado el mencionado
libro de Piaggio
(1912, 1934), insistían con la importancia del pactismo
español en la
Revolución de Mayo, pese a que después la
historiografía lo haya desvirtuado
bajo lecturas “extranjerizantes”.
De este modo,
tanto desde Arx
como desde Sol y Luna, Meinvielle y Anquín
contribuyeron activamente
desde Buenos Aires y Córdoba a organizar el apoyo
“filosófico” local al
franquismo desde los años de Guerra civil. Así en 1942 la
revista dirigida por
Meinvielle comenzó a recibir un nuevo financiamiento proveniente
de España con
el cual también lanzó su colección editorial.
[7]
Precisamente porque corrían buenos tiempos, sus impulsores se
diversificaron
con otros proyectos.
[8]
Con esto, hasta ese momento las líneas
historiográficas
generales parecían ser dos. Por un lado, como señalamos
en la primera parte de
este trabajo a partir de las indicaciones de Roberto Di Stefano (2003),
pueden
rastrearse algunos trabajos destinados a exaltar la contribución
del
catolicismo al movimiento revolucionario de Mayo. La primera obra
que dio inició al despertar historiográfico
apologético de la Iglesia Católica
fue publicado originalmente durante los festejos del Centenario, pero
fue
significativamente reeditado en este nuevo contexto de auge del
revisionismo
histórico en 1934. Por otro lado, la segunda hipótesis
general insistía sobre
el papel “civilizador” que tuvo España durante la
Colonia al punto de conformar
la base cultural del país. Se trataba de otro tema
también en el ámbito
universitario indicado tempranamente por Korn y respecto al cual
habían
aparecido algunos artículos, por ejemplo a cargo de Juan Probst
(1924), pero
que finalmente desarrollaría plenamente Guillermo Furlong a
partir de 1933 y,
más adelante, Alberto Caturelli.
Si bien
entonces algunos artículos en las revistas Arx y Sol
y Luna habían
comenzado a insinuar ciertas direcciones de interés para una
historiografía
filosófico-católica, sin dudas, fue Guillermo Furlong
quien llevaría a cabo
esta tarea de manera sistemática. Con un proyecto de largo
aliento en vistas,
Furlong realizó una impresionante tarea de recuperación
documental que publicó
en una inmensa cantidad de artículos, folletos y libros.
[9]
Con
estos antecedentes y su amplia tarea de documentación, Furlong
realizó una
historia cultural de la Colonia en la que analizó bibliotecas,
imprentas,
naturalistas y músicos, entre muchos nombres de funcionarios y
escritores. La
situación parecía ahora mucho más propicia para
sus textos y su primera obra en
la cual sintetizó una primera parte de su investigación
fue Los jesuitas y
la cultura rioplatense cuya primera edición se
realizó en 1933. Con ella
Furlong sería reconocido como uno de los principales
especialistas sobre
hispanismo y más tarde también incluido por sus rivales
dentro del conjunto de
obras dentro del revisionismo histórico que comenzaron a
despuntar por esos
mismos años (Devoto, F. y Pagano, N. 2009). Como
señalamos, el objetivo de la
obra fue documentar ampliamente que las actividades de los jesuitas en
Argentina fueron múltiples, variadas y en general altamente
constitutivas de la
cultura local, como “protectores de los indios”,
geógrafos, cartógrafos,
botánicos, zoólogos, etnógrafos, etnólogos,
matemáticos, médicos, astrónomos,
filósofos, geólogos, jurisconsultos, bibliotecarios,
impresores, músicos, etc.
Con esto, su tarea se adjudicaba un carácter revelador,
responsable de una
tarea de descubrimiento de una línea de pensamiento
sistemáticamente ocultada
por la historiografía “liberal” (Furlon, G. 1943).
En 1942
esta línea historiográfica en desarrollo tuvo su
inscripción institucional en
la Junta de Historia Eclesiástica Argentina y su propia
publicación específica
sobre el tema Archivum (Buenos Aires, 1943-). Esta revista abría en su primer número con una revisión de
Furlong (1943) sobre la
historiografía eclesiástica argentina en donde
José Manuel Estrada, Pedro Goyena
y Tristán Achával eran a quienes destacaba como
historiadores de la
“resistencia” durante el período de
“persecución” laica entre 1880 y 1890.
También
a partir de este momento, desde los Cursos de Cultura Católica
comenzaron a
editar su propia revista, Ortodoxia (1942-1943). Mientras
entre
las revistas más orientadas a la filosofía surgieron Stromata
(1938-) y
la revista filo-católica casi confesional radicada en la
Universidad Nacional
de Cuyo Philosophia (1944-1987).
[10]
Cabe destacar
entonces que este grupo de autores y publicaciones gozaron de una
paulatina
inserción universitaria dentro de las carreras de
filosofía durante la década
del treinta que se potenció a partir del golpe militar de 1943.
En Buenos Aires, desde su primera gestión como
decano, Alberini
sostuvo la necesidad de impartir una educación humanista
general, no
especializada, vinculada principalmente a los estudios clásicos.
De manera que
el antipositivismo y cultura clásica se mantuvieron por
años como una constante
que se acrecentó introduciendo estudios sobre tomismo. En 1928,
Tomás Casares
ingresó como profesor suplente a la cátedra de
‘Introducción a la filosofía’
que estaba a cargo de Alberini mientras participaba como redactor de la
publicación La Nueva República dirigida por
Rodolfo Irazusta. Entre 1930
y 1931 dirigió la revista Criterio. Ingresó en
la materia ‘Ética’ de la
Universidad de La Plata y, en 1931, solamente por este año,
también ejerció
como “docente libre” de la nueva materia ‘Historia de
la filosofía medieval’ en
la ffyl cuando
abandonó su puesto.
Durante la dictadura militar del General José Félix
Uriburu fue nombrado decano
de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata
por un
tiempo, ya que luego, cuando Atilio Dell'Oro Maini fue puesto como
interventor
de la provincia de Corrientes, Casares ocupó allí
también funciones como
ministro provincial. En 1934, Casares quedó designado como
profesor interino de
‘Historia de la filosofía (i)’ ―dedicada
a historia de la filosofía antigua y medieval― y al año siguiente
ya establecido como titular. La misma
dupla Alberini-Casares a cargo de ‘Introducción a la
filosofía’ pasó a ocupar
los cargos de decano y vice-decano de ffyl-uba a partir de 1936. De
hecho ya en
1940 Derisi le reconoció y agradeció a Alberini (1980) en
una carta, “como
sacerdote argentino”, el papel de apertura que tuvo hacia el
ingreso de los
cuadros católicos en la universidad. Con el accidente
cerebro-vascular de
Alberini en 1944, Casares quedó a cargo de
‘Introducción a la filosofía’ y con
la intervención de la Facultad en 1943 fue puesto como titular
de ‘Historia de
la filosofía antigua y medieval’ desde donde pudo hacer
nombrar a Octavio N.
Derisi y Juan Sepich como profesores adjuntos de la misma
cátedra. Después del
ascenso de Perón, a partir de 1947
además Casares fue
parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Fue este
temprano ascenso
de Casares dentro de la Facultad gracias a su alianza con Alberini lo
que
recurrentemente provocó resabios y discusiones sobre lo sucedido
durante la
experiencia del Colegio Novecentista en aquellos años.
Además,
en Buenos Aires, con el respaldo de Tomás Casares como profesor,
vice-decano y
luego interventor, distintos autores de las plataformas
católicas recién
mencionadas lograron varios puestos universitarios después de
1943. En este año
también fue refundado el Centro de Estudiantes y Egresados de la
Facultad de
Filosofía y Letras Santo Tomás de Aquino, que
había tenido una errática
existencia durante la década anterior. Este grupo lanzó su
revista Amiticia (Buenos
Aires, 1941-1954), que, en comparación con el resto de
las demás
inestables publicaciones estudiantiles, logró una sorprendente
continuidad de
39 números hasta 1954. La revista funcionó como
órgano de la Asociación de
Universitarias de la Acción Católica Argentina (aca)
del Círculo de Filosofía y Letras vinculada al Centro de
Estudiantes Tomás de
Aquino, con muchas notas dedicadas a la doctrinas del
“angélico maestro”.
[11]
En sus páginas
estas estudiantes sostenían
que “Hacía falta en esta facultad, la voz de la joven
católica, quien, por
serlo de corazón surge en Amiticia. Surge para mostrar
en esta hora, la
importancia de conocer a Cristo, de vivir su Evangelio, de estudiar su
doctrina” (Amiticia, 1941, 2). Como resulta esperable,
allí reseñaban los nuevos
libros sobre filosofía católica que eran publicitados en
sus páginas. También Casares, Rómulo Carbia y
Buenaventura Pessolano ―quien
había sido miembro-fundador del
Colegio Novecentista y
luego se instaló como profesor de filosofía en el Colegio
Nacional de Buenos
Aires― fueron homenajeados en distintos
números de Amiticia como “maestros
cristianos”.
[12]
En Córdoba, Anquín y Martínez
Villada lograron una
ascendente carrera por cargos que también se aceleró a
partir de 1943. Si bien
entonces, como señalamos a lo largo de las notas al pie de este
apartado, estos
intelectuales católicos lograron concentrar cargos en las
universidades
nacionales, también lograron ―junto a sus
revistas y sus tesis historiográficas― un
nuevo posicionamiento cultural muy evidente desde 1943 y la
instauración de la
educación religiosa en la instrucción pública. De
hecho, Anquín fue uno de los
que celebró como parte de un nuevo momento filosófico las
nuevas modificaciones
de estas políticas universitarias con artículos en varias
revistas
nacionalistas y católicas.
Efectivamente, a partir del golpe de estado de 1943, las
presidencias de los generales Arturo Rawson y Pedro Pablo
Ramírez intervinieron
todas las universidades y designaron como profesores y autoridades a
una
importante cantidad de pensadores nacionalistas. Entre ellos, el
filósofo
nacionalista y filo-fascista Alberto Baldrich ―uno de los miembros
iniciales
del Instituto de Sociología de la Facultad de Filosofía y
Letras de la
Universidad de Buenos Aires, creado y dirigido en 1940 por Ricardo
Levene― fue
designado Ministro de Justicia e Instrucción Pública por
el presidente Farrell
en 1944, en reemplazo del nacionalista católico Gustavo
Martínez Zuviría,
editor de la mencionada revista Choque.
[13]
También en ese
momento, el profesor de ffyl
y activista católico Tomás Casares
fue designado interventor en de la uba
y dispuso la expulsión tanto de estudiantes como profesores que
sin embargo
poco después pudieron ser reincorporados. En sintonía,
también el profesor de
filosofía y presbítero católico Juan Sepich fue el
nuevo rector del Colegio
Nacional de Buenos Aires, ese mismo año rebautizado como Colegio
Nacional de
San Carlos.
[14]
En relación al panorama descrito anteriormente, el
5 de
junio de 1945, Francisco Romero le escribió al filósofo
español exilado en
México José Gaos:
La
invasión totalitaria en la docencia fue casi completa. Lo
más curioso es que
fueron viejos amigos, entre estos, muchos de ellos, de formación
democrática,
pero seducidos luego por el nacionalismo extremo. Llegaron al
ministerio
(Baldrich), intervinieron las Universidades, etc. En Filosofía y
Letras había
ya un plan para convertir la sección de filosofía en una
Escuela de cerrada
orientación confesional: presumiblemente se trataba de
liquidarnos a casi todos
(Romero, F. 2018, 115).
Como
señalamos, durante los gobiernos de Juan Domingo Perón,
los principales
referentes de la filosofía católica obtuvieron su momento
de máxima inserción
en las universidades nacionales. Tomás Casares, Guillermo
Furlong y Nimio de
Anquín, en conjunto con su mencionada segunda generación
conformada por Octavio
Derisi, Julio Meinvielle, Alberto Caturelli y Manuel Gonzalo Casas,
fueron los
responsables de la proliferación de las nuevas revistas
filosófico-confesionales y sus respectivas inscripciones
institucionales en las
universidades de Buenos Aires, La Plata, Córdoba y Cuyo.
Cada
uno de ellos tuvo distintos modos de participación en estas
nuevas revistas.
Además, por fuera de la universidad, excepto Furlong, la
mayoría de ellos
también impulsó una nueva institución que
aunó en buena medida a este conjunto
de autores. A partir de los Cursos de Cultura Católica se
conformó el Círculo
Tomista que en 1948 dio lugar a la fundación de la Sociedad
Tomista Argentina
con una comisión directiva presidida por Tomás Casares,
que en ese momento era
profesor titular de ffyl
y mediante
la Acción Católica Argentina (aca) y
Amiticia tenía una importante llegada estudiantil.
Octavio Nicolás
Derisi y Nimio de Anquín aparecían como vicepresidentes
de esta institución que
perdura hasta hoy en día, mientras en sus inicios Julio
Meinvielle ―entre ellos el
único
antiperonista declarado― se desempeñó como secretario
general.
[15]
Entre otras actividades, el Círculo Tomista editó una segunda
versión de la tesis de Casares
que había publicado originalmente el Colegio Novecentista, ahora
con el título La
justicia y el derecho (1945) y en clave directamente
anti-comunista. También gran parte de
ellos colaboraron en el lanzamiento de Sapientia:
revista tomista de filosofía (La Plata, 1946-) que fue
dirigida por Derisi
y era secundado por
Alberto Caturelli desde Córdoba y Manuel Gonzalo Casas desde
Tucumán. También
en conjunto en 1951 realizaron el Primer Congreso de Filosofía
Tomista en la
Argentina.
Con
cuatro números de cien páginas cada uno por año y
extensos artículos, la
continuidad de la revista Sapientia mostró un
prolongado campo de
indagación.
[16]
Sin embargo, junto a Diálogo y
Arkhé constituyeron
un ámbito más bien cerrado, desde donde reseñaban
una importante cantidad de
producción editorial de Argentina y España, pero sin
lograr interacción por
fuera de este círculo. En este sentido, el Primer Congreso de
Filosofía de 1949
y las reseñas posteriores que provocó constituyeron una
sorprendente cantidad
de discusiones luego abandonadas (Ruvituso, 2015). Si bien tanto la
facción de
intelectuales peronistas laicos disputaba con estas plataformas la
conformación
de algo así como una ideología nacionalista oficial, en
general, la discusión
entre ellos tomó la forma de un diálogo implícito
no correspondido. Sapientia
y el conjunto de revistas que nombraremos a continuación
propusieron en
casi todos sus números reseñas de los libros de Astrada,
Virasoro, Vassallo,
Romero y otros, con críticas por demás esperables. Pero,
por el contrario, los
autores laicos rehusaron o ignoraron estas discusiones de manera
directa.
Inicialmente,
Sapientia, la primera de ellas, publicó textos de
Tomás de Aquino en
todos sus números y tuvo una serie de intereses bastante claros
que apuntaban a
proponer una comprensión del Estado que no dejeé fuera
“cuestiones metafísicas”
y un existencialismo anti-gnoseológico capaz de atender a la
metafísica. Para
esto, al año siguiente de su lanzamiento Derisi y su equipo
hicieron suyo el
discurso sobre la “Misión de la filosofía” de
su santidad Pío xii en
el Congreso Internacional de
Filosofía realizado en Roma. La misión propuesta resulta
esperable.
Principalmente, la tarea del filósofo consiste en difundir en el
campo de la
razón “la verdad revelada”: argumentar y difundir lo
más posible sus
conclusiones, en revistas, en la universidad, en cursos informales. Los
primeros años de Sapientia reconocían entonces
la extraordinaria
difusión de la filosofía existencialista, que
según ellos lograba plantear los
problemas propios de esa época. Con lo cual, la tarea en la
puerta consistía en
mostrar de qué manera la verdad revelada soluciona la
“desesperación” presente
en estos problemas. Como en el resto de las revistas, la
filosofía tomista era
considerada siempre “perenne”, capaz de responder a
diferentes marcos
problemáticos a lo largo de la historia.
Por
esto, la revista combinaba autores que analizaban el existencialismo
católico,
como Gabriel Marcel y Étienne Gilson, con la traducción
de algún texto de Tomás
de Aquino. Derisi completó este programa en los números
posteriores con una
posición que él llamó “intelectualista
realista” que apuntaba contra versiones
de la filosofía anti-intelectualistas que consideraba más
instaladas (Derisi,
N. 1952a y 1952b), con seguridad refiriéndose a la
producción de Astrada y
otros lectores heideggerianos del romanticismo alemán. Para
Derisi, el desafío
de la filosofía consistía entonces en lograr argumentar
metafísicamente, en un
ámbito en el que, sostenían, había una tendencia
inmediata al “lirismo”. Con
estas consideraciones, Derisi insistió en oponerse a una
concepción vitalista y
ensayística de la cultura nacional frente a la producción
del filósofo
oficialista más importante de ese momento Carlos Astrada (1948)
y su
protagonismo en el Congreso de 1949. Del mismo modo, también
discutía la
filosofía personalista del otro filósofo local de enorme
relevancia en ese
momento, Francisco Romero. A diferencia de Romero (1951), Derisi (1954)
ampliaba los espacios de trascendencia de la persona, en un salto
antropológico
que “necesariamente era metafísico”, e identificaba
no sólo un espacio de
trascendencia ―“el objetivo”― como hacía Romero,
sino tres, y a éste
sumaba la trascendencia real y la divina, en lo que también
constituía un
señalamiento permanente a los autores existencialistas
católicos que reseñaba
(Domínguez Rubio, L. 2020, 2021).
Antes
de estas intervenciones, la revista fue reacia a salirse de su campo
específico
en donde le interesaba remarcar su posición (Derisi, N. 1952a,
1952b). Sin
embargo, 1952 fue sin duda el año en donde finalmente se
plasmaba en varios
textos la pregunta sobre la existencia de una filosofía
argentina, americana o
hispano-americana, planteada en cada caso según la respuesta que
iba a
buscarse. Se trataba de una pregunta cuya respuesta ensayística
y “lírica” se
había cada vez más presente desde la década del
treinta (Domínguez Rubio, L.
2021). Y había quedado latente como la una las discusiones
relevantes dentro
del Congreso de Filosofía de 1949. En parte también, en
esos mismos años,
Risieri Frondizi (1948), Carlos Astrada (1948), Francisco Romero (1952)
y
Rodolfo Kusch (1952, 1953) propusieron distintos panoramas y
direcciones de
análisis. Desde la facción filosófico tomista,
también Derisi (1952c), Catureli
y Anquín (1956) brindaron una respuesta. Por su parte, desde Sapientia,
Derisi
(1952c, 12) tuvo que retomar la pregunta ya que
“insistentemente se viene
propugnando la existencia de una cultura americana” (Derisi, N.
1952c, 245).
Cabe
destacar, que, en general, la primera respuesta por parte de estos
autores a
esta exigencia temática fue rotundamente negativa. En un
principio, entendieron
que los autores detrás de esto apuntaban o bien a buscar una
filosofía
“autóctona” e “indígena” ―inadecuada según ellos por la
constitución poblacional de
Argentina― (refiriéndose a las intervenciones recientes de Kush), o bien un cosmopolitismo que incluiría a
Norteamérica (se
referiría a las opciones de Francisco Romero y sus
discípulos). Ambas opciones
desconocían ―para Derisi y los suyos― el indudable vínculo histórico con la
cultura europea, específicamente la
greco-romana-hispánica, y, claro, católica.
De
hecho, por esta negativa de su director, autores interesados en esta
temática
como Gonzalo Casas y Caturelli publicaron sus artículos al
respecto en otras
plataformas católicas. Veremos que entre los autores
considerados en este
apartado sólo Anquín (1956) trocó hacia una
indagación identitaria americanista
de corte nacionalista, mientras Derisi buscó mantener su
intelectualismo
europeísta. Por esto, hasta el momento en que Gonzalo Casas y
Caturelli tomaron
una función más importante dentro de la revista a partir
de 1958 cuando Derisi
quedó a cargo de la Universidad Católica Argentina (uca), Sapientia no
publicó artículos sobre historia o
pensamiento argentino. Cuando lo hicieron, ellos prosiguieron entonces
el
método de análisis internalista, en su caso bajo las
lecturas nacionalistas,
pero en general desestimaron las indagaciones ensayísticas
telúricas y se
mantentuvieron en una narración siempre muy documentada. De modo
que Caturelli,
quien más encarnó esta tarea, tomó partido
temprano por el análisis netamente
filosófico de los textos, mientras, tanto él mismo como
Derisi y el resto de
tomistas, dejaban la tarea historiográfica más vinculada
a la historia de las
ideas en las manos de su gran impulsor, Guillermo Furlong que acaparaba
el
género con su gran cantidad de artículos.
Como
insistimos, en Buenos Aires, con el apoyo de Tomás Casares como
profesor,
vice-decano y luego interventor, estos distintos autores lograron
ocupar
distintos puestos universitarios después de 1943. En los
parágrafos anteriores
hicimos mención a las tareas que Hernán Benítez y
Juan Sepich tuvieron en las
revistas de la Universidad de Buenos Aires a partir de 1947 y en ffyl, en donde también
Amiticia logró
una importante instalación entre los estudiantes. Sin embargo,
tanto la
dirección del Instituto como su revista estaban hegemonizadas
por Astrada y sus
colaboradores: Luis Juan Guerrero, los hermanos Virasoro y el
más joven Andrés
Mercado Vera. Dos años después de que Astrada fundase la
revista del Instituto
de Filosofía de esta misma universidad, como director del
instituto platense
Derisi ―a
cargo no sólo de Sapientia, sino
también de la asignatura ‘Gnoseología y
metafísica’ en La Plata― lanzaba una
segunda publicación periódica dirigida también por
él mismo desde la misma
ciudad, la Revista de Filosofía
(La Plata,
1950-) que funcionó de manera homóloga a la de Astrada.
En relación con Sapientia,
la nueva Revista de Filosofía se mostró mucho
más centrada en la
filosofía laica y Derisi no la utilizó para la
difusión del tomismo ni para
publicar sus editoriales filosóficas. Con esta nueva revista
principalmente
daba lugar a los artículos de los investigadores más
jóvenes y cumplió una
función académica con una agenda temática amplia.
Al
contrario, no fue así el caso de la revista cordobesa Arkhé
(1952-1956;
1962, 1982). En 1951, el vice-decano de la Facultad de Filosofía
y Humanidades,
Nimio de Anquín, creó el Instituto de Metafísica e
Historia de los sistemas
metafísicos y su propia publicación periódica Arqué: revista de metafísica, la cual fue
financiada directamente por el Ministerio de Educación de la
Nación y era
precedida por una cita del mismísimo presidente y dedicada a la
memoria de su
recién fallecida esposa. Antes de ponerse a cargo de su nueva
revista, entre
1950 y 1951 Anquín había viajado como Astrada a Europa
como enviado cultural
por el gobierno. En 1950 la Sociedad Española de
Filosofía lo reconoció como
Socio de Honor por su apoyo explícito al franquismo. En Alemania
durante ese
mismo viaje también la Universidad de Maguncia lo
distinguió como Doctor
Honoris Causa gracias a las gestiones de Walter Brüning, quien
había residido
en Córdoba. La revista que lanzó tras su regreso
constituía una tercera revista
institucional específica de filosofía paralela a la que
en ese momento llevaba
a cabo Carlos Astrada desde Buenos Aires y Derisi desde La Plata.
Al igual que
los Cuadernos de
Filosofía porteños de Astrada, esta nueva revista
realizaba gestos de
inscripción específicos en la disciplina,
orientándose únicamente a
especialistas del área con epígrafes en latín y
griego a lo que sumaban
artículos en francés y alemán sin
traducción disponible. Según este grupo de
tomistas, como parte de la valorización de la disciplina en la
que son
expertos, el conocimiento de la filosofía antigua y medieval
resultaba
imprescindible para la comprensión de nuestro desarrollo
cultural, y para la
comprensión de la filosofía contemporánea.
Recordemos que Casares, Anquín, Pró,
Gonzalo Casas, Derisi, todos ellos se habían especializado en
filosofía antigua
y medieval, griego y latín. Esta diferenciación que
trazan en conjunto como un
gesto general, se vuelve patente en Anquín, quien de este modo
justifica
entonces el título de su revista Arkhé, frente a
Romero y a Astrada,
quienes no podrían ser considerados especialistas desde este
punto de vista.
Durante 1952,
gracias a sus
vínculos con el gobierno de Perón, tanto Anquín
como Astrada volvieron a viajar
y a brindar conferencias por Europa, como los principales
filósofos de Córdoba
y Buenos Aires, veinticinco años después de aquel viaje
iniciático que ambos
emprendieron como becarios de la UNC en 1927. A partir de las
conferencias
brindadas en su último viaje, Anquín publicó en su
revista dos artículos sobre
el problema que seguimos: “El
tema de la historia cultural” y L’
Argentine dans l’ histoire universelle (1953), a
partir de los
cuales poco después publicaría El
ser visto desde América
(1957). Mediante una
narración
historicista de corte hegeliano, contrapone a Alberini y Romero un
enfoque
metafísico, que, en comparación a lo afirmado por Derisi,
le permite obtener
conclusiones con un tono más exaltado con el fin de afirmar un
mito identitario
anti-liberal
y anti-anglosajón. De modo que. estos ensayos de Anquín serán luego
retomados por una línea
particular por parte del peronismo de derecha más
católico.
[17]
Dentro de Arkhé
fue Alberto
Caturelli quien se hizo lugar para comenzar a dar a conocer su extensa
tarea
como bibliófilo de la filosofía argentina. Con esto
Caturelli participaba como
encargado de esta área de las dos revistas de filosofía
católica más importante
de esos años. A diferencia de la tarea que estaba llevando
Furlong, a Caturelli
desde un principio le interesó sobre todo proponer lecturas
internas de los
textos, muy o poco conocidos, sin preocuparse de su inserción
respecto a otras
esferas de la historia argentina. En general, Caturelli mantuvo las
hipótesis
de lectura que Furlong presentaba con tintes
historiográficamente
revolucionarios, las cuales al no aparecer vinculadas con los procesos
políticos locales daban la apariencia de funcionar desdibujadas.
Dentro de Arkhé, Caturelli tenía a cargo una sección
específica sobre el pensamiento argentino que se titulaba
“Boletín de Filosofía
Americana”. De este modo, en paralelo a la revista que en ese
momento Diego Pró
hacía desde Tucumán, esta sección se
transformó uno de los primeros espacios
que sistemáticamente dedicaban una atención
específica sobre el tema. Como resulta esperable,
su discusión más directa fue con la reciente
edición de Sobre la filosofía
en América (1953) de Francisco Romero “debido a los
errores que el libro
contiene”. La crítica consiste en que ―contradiciendo
a su título― el libro no da cuenta
de la mayor parte de la filosofía que, tanto en la historia como
en la
actualidad, se ha gestado en el país y en el continente, claro:
la filosofía
católica. Sin dudarlo, para Caturelli, esto se debe al
“liberalismo criollo” de
su autor. Con todo, bajo estas críticas casi esperables,
observamos la
presencia de una nueva forma de valorar la producción textual
internalista de
la cual Caturelli se hará cargo. Desde su punto de vista,
Caturelli sostuvo que
era más importante filosóficamente considerar autores
desconocidos, pero
“sólidos conceptualmente”, que aquellos autores
“influyentes” con una
producción únicamente ensayística que eran los que
ocupaban todas las páginas
de las obras historiográficas hasta el momento, como Ingenieros
(1918, 1937),
Korn (1912, 1936) y Romero (1952).
Esta
última debe ser sin duda
considerada la principal tesis de lectura de la obra de Caturelli. Como
dijimos, también en ese momento era compartida, de manera menos
extrema, por Farré,
Gonzalo Casas, Diego Pró y Torchia Estada; aunque sólo
Caturelli la
desarrollaría en su radicalidad durante décadas. De modo
que, a partir de ese
momento comenzaron a aparecer los principales artículos de quien
sería el
escritor más sistemático de la historia
apologética de la filosofía. Caturelli
se proponía avanzar a través de lecturas internas en
clave filosófica de autor
a autor y en muchos casos procurando crear “sistemas”
propios de cada uno.
En
relación a estas tesis, por su parte, Guillermo Furlong se
desenvolvió más bien
aislado del grupo tomista. Si bien había estudiado
filosofía, dedicó su carrera
al estudio historiográfico desde la revista Archivum y
las instituciones
de las que participaba: la reciente y efímera Fundación
Vitoria y Suárez y la
Academia Nacional de Historia. De
1952 data también la obra
más importante de Guillermo Furlong (1952), Nacimiento
y desarrollo de la filosofía en el Río de la Plata:
1536-1810. Al
recorrerla llama la atención el extraordinario trabajo de
recopilación
documental, que incluye los legajos de la Compañía de
Jesús, las actas de la
Orden Dominica, papeles de la Orden Franciscana, libros de la
Universidad de
Córdoba y sus registros institucionales. Con todo, por esta
inscripción
histórica, Furlong fue de los pocos reseñados durante la
battalla
anti-revisionista que se dio durante el peronismo. Cabe destacar que
desde las
páginas de ascua incluían
este
libro de Furlong como uno de los “Tres libros contrarios al
espíritu de Mayo”
que se habían editado durante 1952 (Barreiro, J.
1953, 5). Principalmente destacaba su postura hispanista
fuertemente
militante bajo un obvio anti-galicismo. Si la recuperación de la
tradición
política española resultaba disruptiva en las tierras de
Franco, en Argentina
parecían tener otra funcionalidad, sobre todo anti-liberales y
pro-hispanistas.
En el mismo momento, y en una dirección similar, Gregorio
Weinberg fue el
encargado de escribir la reseña crítica del libro de
Furlong en las páginas de Imago
Mundi.
Remarcamos
de ella entonces las hipótesis compartidas, de las cuales el
resto ―Anquín, Derisi y Caturelli― fueron sólo
en buena medida reformuladores. En
primer lugar, como sostendrá Anquín y toda esta
línea de pensadores, el
“origen” de la filosofía local no es Buenos Aires,
sino Córdoba, y sus
“orígenes” son jesuitas. Sin embargo, la
operación resulta anti-localista, ya
que el objetivo es afirmar la existencia de una identidad
católica. El
positivismo que Anquín reconoce como la primera filosofía
de la nación no podía
tener tradiciones. En cambio, su propuesta superadora, el
“ontismo”, permite
indagar y construirla pero no inventarla, por lo que se debe tomar como
punto
de partida la identidad cristiana ya constitutiva y es
“greco-romana-cristiana”. Por el contrario, en general, las
revistas sobre
cultura católica criticaban estas evaluaciones
ensayísticas-telúricas poco
precisas, que, aunque provengan de autores vinculados a medios afines,
realizarían una homogenización tanto del período
colonial como de los
desarrollos del neotomismo. Con esto, todos ellos, en primer lugar, destacaban la tarea
de recuperar a nunca oídos pensadores católicos de la
colonia, ya que, como
Furlong, sostuvieron que muchos de ellos no fueron sólo lectores
de Santo Tomás
y Francisco Suárez, sino que desarrollaron una producción
“original”.
En segundo
lugar, Caturelli
discutió las dos genealogías filosóficas instalas.
En la disputa
historiográfica por quién fue el primero en combatir al
positivismo local ―Korn, para sus
discípulos, Alberini, para sus seguidores―, Caturelli destacaba la función
de Alberini, pero además ubicaba a Luis Guillermo Martínez Villada y al propio
Anquín como figuras
centrales de la renovación filosófica por el papel que el
tomismo tuvo en ella.
Pese a haber sido un temprano reivindicador de la línea
católica
antipositivista argentina, la crítica a Korn fue radical por
haber desconocido
totalmente la producción filosófica durante la colonia.
El ataque a la
tradición filosófica korniana también se
realizó desde las filas religiosas;
más o menos indirectamente, desde la obra de Furlong y
más directa y
encarnizadamente desde algunas reseñas en las revistas
nombradas. Como
señalamos, esto respondía a la tarea de
instalación de Korn por parte del
liberalismo, Luis Aznar, Ángel Vassallo y Francisco Romero, y
“los ambientes
intelectualoides nutridos de mariposeo filosófico que han puesto
a Korn en el
pedestal de los pensadores” (Brie, R. 1950). Con todo, debido a
su frente
político, este núcleo de autores hicieron una
revisión mucho más benévola de
Astrada y Alberini.
En tercer
lugar, todos ellos
sostenían la ya mencionada hipótesis sobre la importancia
del suarismo en las
revoluciones de independencia hispanoamericanas, que había
planteado Giménez
Fernández (1946) en España y aquí fueron adaptadas
por Guillermo Furlong y poco
después criticadas por Halperin Donghi (1961). Esta
hipótesis de lectura ―que en España tenía un
sesgo directamente antifranquista―
aquí obtenían una clara intencionalidad en buena medida
opuesta, hispanista de
brindarle importancia a toda una línea de desconocidos
pensadores locales.
La
mayor parte de este grupo de revistas no sobrevivió al nuevo
golpe de Estado de
septiembre de 1955. La relación de Perón con la Iglesia
ya estaba sumamente
desgastada a causa de varias consecuencias de la crisis
económica y política y
particularmente a partir de que el presidente decidió eliminar
la enseñanza
católica de las escuelas (Caimari, L. 1995). Después del
golpe, todas las
revistas de inserción universitaria que forman parte de este
ciclo (como Arkhé,
Diálogos, Amiticia) fueron
clausuradas.
[18]
La Revista
de Filosofía de La Plata, la Revista de la Universidad
de Buenos Aires y
Humanitas continuaron, pero cambiaban de manos. Entre
ellas, por
tratarse de una revista extra-oficial encapsulada en un tomismo
teórico, Sapientia
era la única que mantuvo su continuidad unos años
después de fundada la
Universidad Católica Argentina.
Expulsado de
los puestos docentes y
directivos de la facultad, Anquín (1956) escribió el
opúsculo Mito y
política publicado en forma de folleto ese mismo año
y dedicado a “Leopoldo
Lugones (el de la madurez)”. Con un orden cuasi-spinoziano y un
vocabulario
schmittiano, sus páginas son un conjunto de aforismos que
apuntaban a mostrar
la imposibilidad de democracia liberal, en tanto la libertad es un mito
político que lleva necesariamente a la disolución del
Estado. Y agrega,
específicamente contra la exitosa Teoría del hombre de
Romero: “El
Nacionalismo considera al hombre como una unidad no escindible en
individuo y
persona: por ello no es individualista, ni personalista, sino humano.
[…] El
sentido de orden y unidad del nacionalismo lo opone todo
internacionalismo y a
todo cosmopolitismo” (Anquín, N. 1956, 24).
Con esta
afirmación Anquín dio un
paso fundamental luego recuperado dos décadas después por
la derecha peronista
que se acercó a lo que podemos llamar una teología
nacionalista y fuertemente
anti-marxista. A partir de aquí las clásicas tesis
revisionistas sobre el
relevo de un imperialismo inglés por otro estadounidense pasaron
a ser
planteadas en términos telúricos y espirituales.
Básicamente, Anquín sostenía
que el “monroismo” y “su órgano técnico
que es la oea” no
van a poder lograr la unidad porque la tradición
espiritual sudamericana es europea y cristiano-católica. Contra
ella, para
Anquín, el catolicismo se vuelve la posibilidad de
comunicación a nivel
regional y la herramienta bajo la cual llama una “guerra
espiritual de
resistencia” (Anquín, N. 1956, 72). Sin dudas, a partir de
estos textos de
Anquín, puede comenzar a observarse su paulatino alejamiento del
tomismo para
dar lugar a este catolicismo-telúrico. A partir de la
dicotomía que planteaba
entre las derivas idealistas del catolicismo platónico y el
empirismo
aristotélico-tomista, Anquín se decía un seguidor
de Francisco Suárez.
De este
modo, si bien con anterioridad tanto Ingenieros (1936), Korn (1936) y
Coriolano
Alberini (compilados en 1966) como R. Frondizi (1948) y F. Romero
(1952) escribieron
artículos historiografícos sobre la historia del
pensamiento argentino, al
tiempo que Bunge, Astrada y Guglielmini también trazaron sus
propias
filiaciones, a partir de 1950 resultaba claro que los estudios sobre
historia
del pensamiento argentino quedaban en manos de los neo-tomistas
cordobeses
Alberto Caturelli y Manuel Gonzalo Casas, al que poco después se
sumarían Luis
Farré (1958) y el chaqueño radicado primero en
Tucumán y luego en Mendoza,
Diego Pró (compilación 1973). Con formación
católica y algunos escritos
apologéticos, Luis Farré y Diego F. Pró no
formaron parte corporativamente de
plataformas católicas. Si bien propagaron algunas de las
mencionadas tesis
historiográficas promovidas de estos sectores, estos autores
tuvieron una
participación esporádica en las revistas de
filosofía católica al mismo tiempo
que de igual manera escribieron para medios laicos. Con todo, al igual
que el
resto de los filósofos católicos, ambos participaron de
manera general de la
línea historiográfica nacionalista que promovió en
distinto grado el papel de
Coriolano Alberini como profesionalizador de la disciplina (Ver:
Farré, L.
1958; Pro, D. 1973).
Como
síntesis podemos entonces trazar el siguiente panorama. En
primer lugar, fue
Guillermo Furlong (1933, 1952) el filósofo que participando de
las discusiones
históricas desarrolló las hipótesis de lectura
nacionalistas que señalamos. En
otra dirección, Nimio de Anquín (1956) se volcó al
ensayismo nacionalista
metafísico, telúrico y espiritual en una búsqueda
belicosa e identitaria. En
tercer lugar, sin estar de acuerdo con esta última línea,
Caturelli (2001),
siguiendo la actitud al respecto de Derisi y las hipótesis
generales de
Furlong, se dedicó a una tarea de largo aliento en la que
realizó una lectura
inmanente de los textos filosóficos escritos en Argentina
argumentando que éste
consistía el modo propio europeísta de la
filosofía y la cultura.
[19]
En
este panorama, si bien es cierto que los nombres vinculados al
nacionalismo católico compartieron durante años esferas
académicas, culturales
y confesionales como un conjunto establecido, a nivel teórico
habría que trazar
mayores distinciones. Porque de hecho el filo-fascismo siempre
metafísico y
vitalista de Anquín ―desde su mencionada
revista Arx a su revista Arkhé― resultaba
bastante distinto a los intereses más gnoseológicos y
personalistas del
nacionalismo más liberal de una figura como Octavio
Nicolás Derisi y su revista
Sapientia. De cualquier manera, la participación dentro
del nacionalismo
peronista de derecha de estos autores resultó siempre ineludible
y los conformó
dentro de una trayectoria común, que sólo rompería
Conrado Eggers Lan y sus
intereses por la peronismo y la cultura de izquierda a principio de los
setenta, mucho más desvinculados de su tarea docente de
investigación, a la que
se dedicó plenamente con su exilio a partir de 1978.
[20]
Con todo,
es posible puntualizar las líneas de interés
historiográfico ya mencionadas que
compartían de manera amplia: (i) la búsqueda de una
genealogía católica de la
“reacción antipositivista” ―y no de la “Reforma
universitaria”, que no aparece
casi mencionada como proceso― en la cual
José Manuel
Estrada, Mamerto Esquiuú y luego Villalda tendrían un
papel preponderante; con
lo cual no trazarían una tradición reformista sino
antipositivista; (ii) la
presencia de una larga, cuantiosa y “original”
tradición católica argentina que
proviene de los tiempos de la colonia; (iii) la importancia
política de
Francisco Suárez para comprender la ideología de Mayo;
(iv) la afirmación de
una tradición católica greco-romana como principal
conformadora de la cultura
argentina. Como señalamos, fueron estas hipótesis de
lectura las que
aparecieron diseminadas desde diversas plataformas culturales a partir
de la
década del treinta, luego Furlong sistematizó fuertemente
y finalmente se
mostraron comunes a un amplio arco de autores que se inscribieron en
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[1]
Así como Roberto Di Stefano (2003) rastreó
el auge, crecimiento,
estabilización y expansión de una historiografía
católica apologética a partir
de 1910, Natalia Bustelo (2016) registró asociaciones
estudiantiles católicas
desde aproximadamente 1914. Los Cursos de Cultura Católica
surgieron como
espacio de difusión del neotomismo en 1922, tarea a la que en
1928 se sumó el
Ateneo de la Juventud. Con la revista Criterio la cultura
católica
obtuvo un primer espacio de debates y difusión propio de amplio
alance.
[2]
Llama la atención
que. en ese
mismo año, otros referentes estudiantiles nacionalistas como
Carlos Cossio y
Adolfo Korn Villafañe, interesados teórica y
políticamente en los estudios
religiosos cristianos, se sorprendían y se mostraban
incrédulos del proyecto de
acercar a los estudiantes a la formación católica (Korn
Villafañe, A. 1920;
Cossio, C. 1923).
[3]
Anquín
estudió derecho en
Córdoba donde participó activamente del periódico
católico Los Principios. Con un trabajo sobre
epistemología publicado en la Revista de la
Universidad de Córdoba
obtuvo una beca de dos años para estudiar filosofía en
Alemania. A su regreso
en 1929 fue uno de los fundadores del Instituto Santo Tomás de
Aquino en
Córdoba que con posterioridad se vinculó al Partido
Fascista Argentino. A
partir de 1930 comenzó a desempeñarse como docente
Colegio Nacional de
Montserrat de Córdoba y en 1933 fue uno de los organizadores del
Instituto de
Filosofía en la Facultad de Filosofía de la Universidad
Nacional de Córdoba. En
1936 ingresó también a la cátedra de
‘Lógica’ de esta misma facultad. El
gobierno militar instaurado en 1943 lo designó Ministro de la
Intervención
Federal a la Provincia de Tucumán. Durante el peronismo fue
vice-decano de la
de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la unc,
director del Instituto de Sistemas Metafísicos de esta misma
universidad y
director de su revista Arkhé (Córdoba,
1952-1954).
[4]
Los discursos vitalistas,
juvenilistas y fascistas de Nimio de Anquín fueron reproducidos
en: Crisol, nº 1463
(10/11/1936), 5); Crisol
1432 (12/9/1936): 3; Crisol 1463 (10/11/1936): 5; Crisol
1474
(22/11/1936): 5. Citados por Zuleta Álvarez (1975), quien en su
análisis del
nacionalismo argentino ubicó a Anquín dentro de los
“nacionalistas
doctrinarios” más duros, para diferenciarlos de aquellos a
los que llamó
“nacionalistas republicanos”.
[5]
De acuerdo con la
hipótesis
de Sandra McGee Deutsch (2005), dentro de estos autores el
antijudaísmo
funcionaría como un anti-imperialismo que puede obviar las
doctrinas de clase,
en tanto “los judíos” eran considerados los
ampliadores del mercantilismo
estadounidense. Entre los filósofos, fue León Dujovne
(1949) quien una vez
terminada la Segunda Guerra Mundial publicó una Introducción
a la filosofía
judía.
[6]
Si bien es claro hacia
dónde
apuntan todos estos artículos sobre la supremacía del
tomismo, resulta
interesante señalar que estos autores intentaron trazar
también ciertos vasos comunicantes
con ellos de manera de rescatar a algunas de sus propuestas
teóricas. No existe
todavía un trabajo sobre ello.
[7]
Entre 1938 y 1946,
Meinvielle
editó diez títulos desde Buenos Aires bajo su
colección homónima, ‘Sol y Luna’.
En ella dio a conocer importantes obras sobre filosofía antigua
y filosofía
medieval, a cargo de Haecker y Gilson. También publicó
autores nacionales como
Derisi, Marechal, Sepich y Anzoátegui. A lo que sumó
títulos sobre la Iglesia y
el auge de las figuras de Mussolini, Franco y Hitler.
[8]
La lectura de los textos de
Jacques Maritain y su propia visita desató una extensa
polémica entre católicos
liberales y católicos antidemocráticos, de la cual
participaron entre otros,
Julio Meinvielle, César Pico y Gustavo Franceschi. Fue
Anquín quien primero
había recogido la crítica al positivismo realizada por
Maritain desde el
tomismo. Luego fue Julio Meinvielle quien se mostró como su
más ferviente
crítico a partir de su llegada en 1936, cuando visitó la
Facultad de Filosofía
y Letras bajo el rectorado de Alberini. A partir de ese momento, al
calor de la
guerra civil desatada en España dejó de ser una figura
afamada entre los
neo-tomistas nacionalistas locales. Por ejemplo, para Meinvielle, Maritain se
convirtió en el “abogado de los rojos
españoles”. Sobre esta visita: José Zanca
(2014).
[9]
Nacido en
Argentina, Furlong estudió filosofía
y teología en Estados Unidos y España, donde
también adquirió conocimientos de
archivística. A partir de 1916 publicó numerosos
artículos en la mencionada
revista Estudios (1911-1970) de la Academia del Plata, la
revista más
importante de cultura católica anterior a Criterio. Fue
director general de la Juventud de la
Acción Católica Argentina y en 1937
escribió la sección “Nihil obstat” de la obra
a favor de la “Guerra Santa de
España” especialmente escrita contra Jacques Maritain; ver
Meinvielle (1937). En 1939 ingresó como miembro de número en
la Academia Nacional de
la Historia, y tres años después fue el principal
fundador de la Junta de
Historia Eclesiástica Argentina de la que dirigió su
revista Archivum durante más de quince
años mientras también se
transformó en el
contacto directo de la academia Real de la Historia de Madrid durante
el franquismo.
[10]
Philosophia fue de hecho la primera revista institucional
específica de la
disciplina que logró continuidad. Fue editada desde el Instituto
de Filosofía
de la Universidad Nacional de Cuyo con el apoyo de Coriolano Alberini,
desde
Buenos Aires, e Irineo Cruz, como máxima autoridad de la UNCuyo.
En los
primeros números escribieron Diego Pro, Octavio N. Derisi,
Rodolfo Mondolfo ―sobre la religiosidad en la
antigüedad―
y Miguel Ángel Virasoro. En 1943,
tras la intervención de la
Universidad Nacional de Cuyo, ésta fue la primera en tener una
sección dedicada
a la ‘Historia de la Filosofía Argentina y
Americana’, dando lugar a una larga
tradición de estudios.
[11]
Si bien la preeminencia de varones
dentro de las cátedras de
filosofía fue excluyente al menos hasta la década del
cincuenta, en las
plataformas católicas esta disparidad resulta todavía
más obvia y permanente.
Con todo, aparentemente Amiticia fue una de las primeras
plataformas
exclusivas donde los nombres de mujeres estudiantes escriben sobre
filosofía,
por lo que festejaron el ascenso de Lidia Peradotto como primera mujer
a cargo
de una cátedra en la Facultad. Claramente, esta revista
estudiantil tomó una
nueva presencia en 1943, cuando amplió su tirada y mejoró
la cantidad y calidad
de sus páginas. En sus flamantes ediciones celebra las puertas
que se abren
gracias al nuevo interventor Tomás Casares.
[12]
Por fuera de la
universidad, en el siglo xx,
la ciudad de San Miguel en la
Provincia de Buenos Aires fue uno de los puntos de
“reorganización” jesuita a
partir del Centro de Estudios de Filosofía y Teología que
editó desde 1938 y
hasta 1944 la revista Stromata (donde entre los filósofos
escribieron Manuel Río, Octavio Derisi y Hernán
Benítez). Luego de tres
números, en 1944 cambió su nombre a Ciencia y Fe
(1944-1964). En 1965
volvió a llamarse Stromata y se mostró como una
plataforma afín a los
nuevos autores de la teología de la liberación.
[13]
Proveniente de una familia
militar, Alberto Baldrich estudió abogacía en la uba y desde lecturas
filosóficas escribió El problema de
los territorios nacionales (1935). En 1943 fue designado
Interventor de la
provincia de Tucumán y al año siguiente Ministro de
Justicia e Instrucción
Pública cuando se impuso la enseñanza religiosa
obligatoria en las escuelas
públicas. Durante el peronismo ocupó diversos puestos
universitarios, entre
ellos dirigió el Instituto de Sociología de la Facultad
de Ciencias Económicas
de la uba, desde donde
publicó Libertad
y determinismo en la sociedad política argentina (1949),
basándose en
lecturas de Max Scheler.
[14]
Juan Ramón Sepich Lange
estudió filosofía en el Seminario Pontificio de Buenos
Aires junto a Octavio
Derisi y Julio Meinvielle. Brindó clases en los Cursos de
Cultura Católica y
escribió numerosos textos sobre lógica, filosofía
tomista y existencialismo. En
1946 fue parte de la delegación argentina al xix
Congreso de Pax Romana que tuvo lugar en la España franquista.
[15]
Después de su libro El
judío de 1936 escrito contra “el paganismo del
nazismo alemán” y a favor de
“la lucha heroica del pueblo español contra la barbarie
comunista”, escribió en
periódicos como Presencia, desde donde apoyó el
nuevo gobierno militar
posterior al 43 y festejó la incorporación de la
enseñanza religiosa en la
educación pública. A partir de 1944 editó el
periódico Nuestro tiempo luego
proseguido por Balcón. Desde allí Meinvielle se
convirtió en un
crítico por derecha junto a los hermanos Irazusta, objetando que
el gobierno de
Perón en su vocación de diálogo con
políticos e intelectuales rompió la pureza
de los valores nacionalistas y católicos.
[16]
Cabe decir entonces que se
trata de la primer revista argentina específica sobre
filosofía que logró una
permanencia continuada hasta hoy en día y hoy se encuentra
indexada en Philosopher’s
Index. Si bien es cierto que se “profesionalizó”
y adoptó el doble referato
ciego más tarde que la Revista Latinoamericana de
Filosofía (1975-) o Análisis
filosófico (1981-), sí
es entonces ahora la revista profesional de filosofía con
más trayectoria.
[17]
Con el advenimiento de la
llamada Revolución Libertadora la revista Arkhé fue
clausurada y Anquín
expulsado de sus cargos por lo que se instaló en la ciudad de
Santa Fe para
ejercer la docencia en la Universidad Católica de esa ciudad. En
1956 publicó Mito
y política por lo que fue arrestado durante unos meses y se
convirtió en un
autor habitualmente reivindicado desde la derecha peronista más
nacionalista.
Nimio de Anquín volvió a lanzar su revista Arkhé
en 1964, en esta
ocación con un nuevo subtítulo acorde a los nuevos
intereses: Arkhé: revista
americana de filosofía sistemática y de historia de la
filosofía. Diez años
después en su editorial sostuvo que “fuimos suprimidos
dictatorialmente en
1955” (Arkhé, 1964, 1).
[18]
Por su parte, en 1954 Julio
Meinvielle ―en la década siguiente “líder
espiritual” del Movimiento
Nacionalista Tacuara― creó Diálogo (1954-1955),
que nació y murió en los
últimos años del primer peronismo. En sus tres
números, escribieron Julio
Irazusta, Ángel J.
Battistessa y Eduard Spranger.
[19]
Décadas después, el
profesor
de la uca padre
Francisco Leocata
(1944-) criticó esta larga serie historiográfica
católica y apologética por
considerar que analizaba acríticamenta autores locales de escasa
importancia
sólo por ser católicos, aunque su obra misma tampoco
proponía diálogos con la
bibliografía más reciente sobre los temas que abordaba
(Leocata, 1993).
[20]
Si bien queda por fuera de los
límites temporales del artículo, cabe destacar que de
este modo Conrado Eggers
Lan rompía con la larga tradición de profesores de
filosofía antigua y medieval
vinculados al nacionalismo católico ―exceptuando
claro el caso
del emigrado italiano marxista Rodolfo Mondolfo (1877-1976). A partir de 1955, a sus
casi treinta
años Eggers Lan brindó conferencias en Europa en las que
ya mostraba los
intereses de una particular investigación, en la que abarcaba
una comparación
conceptual entre Platón, San Agustín y Marx, en
relación a quienes unos años
después proponía una lectura propia de la violencia, el
sindicalismo, el
cristianismo y el peronismo. Ver: Eggers Lan (1970, 1973). Para un análisis del estudio posterior de la
filosofía antigua, ver
Graciela Marcos (2017).