Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 23 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
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Nacimiento y estabilización de una
historiografía filosófica católica en Argentina (1910-1955)

Birth and Stabilization of a Catholic Philosophical Historiography in Argentina (1910-1955)

Lucas Domínguez Rubio

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)

Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI)

Universidad Nacional de San Martin (UNSAM)

Recibido: 19/08/2020

Aceptado: 01/07/2021


Resumen. El presente artículo identifica trayectorias, revistas y tesis historiográficas vinculadas al ámbito filosófico universitario inscripto en el tomismo. La conformación de las hipótesis de lectura sobre la historia cultural de Argentina comunes a la producción de Furlong, Caturelli y Farré debe ser rastreada unas décadas antes alrededor de una serie de revistas, como Arx (Córdoba, 1932-1938), Sol y Luna (Buenos Aires, 1938-1943), Stromata (1938-), Diálogo (Buenos Aires, 1954-1955), Sapientia (La Plata, 1946-) y Arqué (Córdoba, 1952-1982). Sus inicios deben entonces ser analizados desde la creación de las primeras revistas confesionales de filosofía, las trayectorias de sus principales mentores y las instituciones que ellos animaron. El análisis de su producción historiográfica permite identificar las principales hipótesis que propusieron para ofrecer una lectura filosófica de la historia argentina con su propio canon de textos, autores, temas y problemas.

Palabras clave. Historiografía filosófica argentina; Filosofía católica en Argentina; Tomismo en Argentina; Nacionalismo; Historia de la historiografía.

 

Abstract The historiographic hypotheses of Furlong's, Caturelli's and Farré's production must be traced back in a serie of philosophical journals that prompted a remarkable volume of writing on the subject: Arx (Córdoba, 1932-1938), Sol y Luna (Buenos Aires, 1938-1943), Stromata (1938-), Diálogo (Buenos Aires, 1954-1955), Sapientia (La Plata, 1946-) and Arqué (Córdoba, 1952-1982). The first confessional journals of philosophy, their main mentors and the institutions they animated shows their historiographic production and allows us to identify their main hypotheses that they proposed in order to offer a philosophical reading of Argentine history. The aim of this article is to identify personal trajectories, journals and historiographic theses linked to the Argentinian Thomism.

Keywords. Argentine Philosophical History; Catholic Philosophy in Argentina; Thomism in Argentina; Nationalism; History of Historiography.



La cuantiosa historiografía filosófico-católica que se mostró dominante, y casi única, durante varias décadas de la segunda mitad del siglo xx resultó por eso también la encargada de realizar la tarea de recopilación bibliográfica sobre el pensamiento filosófico argentino. Me refiero sobre todo a la gran cantidad de textos producidos entre 1950 y 1990 por Guillermo Furlong (1952), Luis Farré (1958) y Alberto Caturelli (compilados en 2001), quienes junto a Diego Pro (1973) y, más adelante, Francisco Leocata (1993), se encargaron de polemizar con otra serie de obras que también promovieron sus lecturas sobre el pasado nacional (principalmente: Ingenieros, J. 1936; Korn, A. 1936; Romero, F. 1952; Torchia Estrada, J.C. 1961; Alberini, C. 1966). Como señalaremos, la conformación de las hipótesis de lectura historiográficas de gran parte de la producción de Furlong, Caturelli y Farré debe ser rastreada unas décadas antes, alrededor de una serie de revistas, como Arx (Córdoba, 1932-1938), Sol y Luna (Buenos Aires, 1938-1943), Stromata (1938-), Diálogo (Buenos Aires, 1954-1955), Sapientia (La Plata, 1946-) y Arqué (Córdoba, 1952-1982). Sus inicios deben entonces ser analizados desde la creación de las primeras revistas confesionales de filosofía, los debates políticos de los que participaron a través de ellas sus principales mentores y las instituciones que ellos animaron. A su vez, el análisis de su producción historiográfica permite identificar su lectura filosófica de la historia argentina con su propio canon de textos, autores, temas, hipótesis y problemas.

El presente artículo identifica debates, revistas, trayectorias y tesis historiográficas vinculadas al ámbito filosófico universitario inscripto en el tomismo. Para esto, proponemos un recorrido cronológicamente amplio que, lejos de pretender ignorar las diferencias entre las inscripciones teóricas y políticas de sus autores, procura mostrar un arco en común a través de sus hipótesis históricas sobre el desarrollo ideológico del país. Si bien, como señalaremos, no sólo compartieron importantes plataformas culturales ―como revistas e instituciones―, identificaremos las características comunes de su intervención historiográfica y filosófica, que se mostró realmente cuantiosa y que procuró instalar un canon de autores, lecturas e iniciadores locales con una tradición intelectual propia, radicada en el tomismo, el catolicismo, las actividades culturales durante la Colonia, el papel de pensadores como José Manuel Estrada y Mamerto Esquiu, el espiritualismo religioso como programa intelectual durante la reacción antipositivista y una filosofía sistemática capaz de brindar soluciones para su presente.

1. Tradición de Mayo y anti-positivismo: primeras plataformas y trayectorias (1910-1930)


Desde antes de los festejos del Centenario, poder brindar alguna definición sobre qué significaba la nacionalidad argentina se convirtió en una demanda cultural amplia en relación a la cual nuevos escritores encontraron un primer campo de intervención en relación al cual destacarse (Ver, por ejemplo: Altamirano, C. y Sarlo, B. 1983; Terán, O. 2007). De modo tal que esta discusión también se dio internamente a la profesionalización de los estudios históricos y filosóficos. Fue en este marco que, por ejemplo, desde una posición laica, los primeros artículos de Alejandro Korn (1912, 1936) denunciaron tempranamente el maniqueísmo historiográfico liberal, anti-hispánico y anti-católico que desde su mirada resultaba hegemónico.

La revista Estudios (Buenos Aires, 1911-1970) abrió el espacio inicial para el paulatino desarrollo de una serie de artículos apologéticos a la historia eclesiástica al calor de los debates que había traído el Centenario. De hecho, ésta fue la plataforma en la que un poco más adelante el sacerdote jesuita Guillermo Furlong publicó sus primeros artículos. Por fuera de los estos círculos confesionales y dentro del ámbito universitario, además de Alejandro Korn, los primeros escritos de Rómulo Carbia (1914, 1915, 1918) y Tomás Casares (1919) intentaban instalar otras lecturas sobre el pasado colonial y la Revolución de Mayo. Los ejes de la discusión eran al menos dos: estos textos intentaban mostrar la importancia de actores católicos en la Revolución de mayo y al mismo tiempo discutir el papel negativo del catolicismo en la historia argentina del siglo xix (Piaggio, A. 1912). Si bien los Cuadernos del Colegio Novecentista (Buenos Aires, 1917-1921) brindaron espacio a alguna de estas intervenciones, hasta ese momento solo se trataba de algunos artículos más bien aislados y asistemáticos.

A continuación, la historiografía destacó la centralidad que tuvieron los Cursos de Cultura Católica a partir de 1922 y la revista Criterio a partir de 1928, como los espacios que darían lugar a los diferentes filósofos católicos presentes en las universidades a partir de la década del treinta. [1] Estas dos plataformas contaron con la participación de egresados universitarios de las universidades de Buenos Aires y Córdoba bajo la figura dominante del novecentista Tomás Casares.

Casares contaba con una temprana y activa participación estudiantil en las agrupaciones porteñas vinculadas tanto a la Facultad de Filosofía y Letras como a la Facultad de Derecho. En 1914 formó parte de la Sección de Estudiantes Universitarios del Ateneo Hispanoamericano, junto a Gabriel del Mazo, José María Monner Sans, Francisco de Aparicio, Carmelo Bonet y Lidia Peradotto, quienes llevaron adelante la revista Ideas (Buenos Aires, 1915-1916). Dos años después también fue uno de los creadores del Ateneo Social de la Juventud, fundado junto a un grupo de estudiantes católicos que en el futuro se mostraron como dos de sus compañeros de ruta más cercanos, Octavio Pico Estrada y Atilio Dell' Oro Maini. Inicialmente Dell' Oro Maini se había destacado en Córdoba durante 1918 como el principal dirigente estudiantil católico anti-reformista junto al profesor de derecho Luis Guillermo Martínez Villada. Diez años después, Dell' Oro Maini fue el primer director de la revista Criterio. Luego del golpe de Estado de 1930, asumió como Ministro de Instrucción Pública de la Provincia de Santa Fe y fue Casares quien lo reemplazó en la dirección de la revista.

En su accionar estudiantil, Casares encabezó el ala católica del Colegio Novecentista, que publicó su primer folleto: La religión y el estado (1919). Poco después, junto a Dell' Oro Maini y César Pico, Casares fue uno de los principales impulsores de los Cursos de Cultura Católica, de los cuales participaron numerosas figuras políticas y culturales, entre quienes para nuestros intereses tenemos que destacar a los filósofos Nimio de Anquín, Juan Sepich, Octavio Derisi y Julio Meinvielle. Roberto Di Stefano (2003) y José Zanca (2012) enfatizaron la importancia que tuvieron estos Cursos de Cultura Católica fundados en 1922 y cómo sus participantes contribuyeron a la formación de la revista Criterio iniciada en 1928 antes de que comience el trabajo de la agrupación Acción Católica en 1931. El auge de estas plataformas debe ser puesta en relación también con la visibilidad que lograron algunas figuras del catolicismo en la esfera pública, como el anti-intelectual monseñor Miguel de Andrea y el ―más tarde también director de Criteriomonseñor Gustavo Franceschi, a quienes por ejemplo Halperin Donghi (2007) decidió brindarles una destacada relevancia en la esfera cultural de estas décadas.

José Zanca (2012, 2016) resaltó que no resulta posible caracterizar este nuevo entramado dentro de una cultura política homogénea, en tanto estaba conformada tanto por sectores nacionalistas como por humanistas cristianos antiliberales e incluso también por partidarios de un secularismo liberal. Sin embargo, como señalaremos a continuación, consideramos que al menos los filósofos del grupo que en diferentes momentos participaron de las universidades nacionales partieron de una serie de críticas comunes a las historias del pensamiento argentino que se habían escrito hasta ese entonces desde posiciones siempre ligadas al nacionalismo, además contaron con una trayectoria teórico-política en buena medida común e impulsaron de manera conjunta las mismas instituciones.

Estos autores tomaron una serie de referencias ideológicas comunes al nacionalismo local, entre las que se destacaba un interés pasajero por el autoritarismo romántico de Friedrich Schlegel; algunas referencias asistemáticas a los teóricos franceses Maurice Battés, Charles Maurras y León Daudet ―de quienes Casares, entre otros, fue un activo lector―; una adhesión explícita al corporativismo fascista italiano ―el cual por ejemplo Nimio de Anquín tomó sin reparos y al cual también el padre Meinvielle le dedicó sus análisis; y, de manera más general, un interés común y constante por el tradicionalismo español. Filosóficamente se trató de un renacimiento del tomismo, cuyo inicio en los espacios universitarios quedó marcado en la mencionada tesis de Tomas Casares de 1919. [2] En Córdoba, donde la filosofía tomista había logrado una presencia más persistente (ver: Marínez Villada, L. 1909) desde los primeros años de la década del veinte se apoyó en los nuevos textos de Maurice Blondel y Jacques Maritain acompañados de tempranas lecturas de la obra del anti-comunista religioso Nikolái Berdiaeff y el gran animador del neo-tomismo a nivel internacional Étienne Gilson. Las nuevas lecturas funcionaban a la renovación teórica de la resistencia anti-reformista de Martínez Villada, Dell' Oro Maini y Anquín. Mientras, en Buenos Aires y La Plata, el marco de lecturas católicas se apoyaba en el fuerte anti-positivismo estudiantil con el fin de cooptarlo en términos metafísicos, aunque viéndose obligado a presentarse con ciertas concesiones gnoseológicas y a presentar al tomismo como una “experiencia metafísica”.

Los distintos argumentos de Casares, de Anquín y Martínez Villada, concluían en una reivindicación común de la filosofía aristotélico-tomista como la única filosofía auténticamente superadora del positivismo, y la única filosofía válida posterior al escepticismo materialista del positivismo teórico liberal y al peligro soviético, a su vez también caracterizado como positivista y materialista. A lo que se sumaba que, según estos autores, se trataba de la auténtica filosofía perenne capaz de atender especialmente a los problemas teóricos del siglo xx. En 1928, Gustavo Franceschi lo dijo claramente y obteniendo una difusión mucho mayor de la que lograban estos universitarios interesados en la filosofía:

filosofía perenne”, la que después de todas las crisis vuelve a resurgir, porque es la filosofía humana […]. Y hoy después del transcendentalismo kantiano y del positivismo que halló en Augusto Comte a su más preclaro maestro, ante la crisis hondísima […] resurge, enriquecida con todo el caudal de la meditación y la experiencia de siglos, presentándose como la única capaz de orientar la humanidad en estas horas de angustia (Francheschi, G. 1928, 324).

De este modo, aunque de manera incipiente, y todavía circulando en espacios acotados, quedaban instaladas ciertas hipótesis historiográficas ya determinadas que resultarían constitutivas de las culturales fundadas en los años siguientes: sobre la rica cultura católica durante la colonia, la importancia de la tradición política española en la Revolución de mayo, la centralidad de figuras católicas en la conformación del Estado argentino, el carácter meramente teórico y académico (y no político) de la Reforma universitaria y la importancia del catolicismo como una filosofía presente antes y después de los años en que se aceptaba la existencia de una “hegemonía positivista” en los estudios filosóficos.

2. Primeras revistas tomistas en filosofía (1930-1946)


Esta visión según la cual, tras la crisis del positivismo y el fracaso de otras tendencias ideológicas “eclécticas” minoritarias, el tomismo sería el único capaz de brindar un sistema global acorde a los tiempos que corrense propagó dentro de los estudios en filosofía especialmente a través de dos revistas de la década del treinta: Arx (Córdoba, 1933-1939) y Sol y Luna (Buenos Aires, 1938-1943). Con la diferencia de que, si bien Franceschi después del golpe de Uriburu justificó desde Criterio la política militar como una herramienta necesaria para mantener a raya al comunismo, estas publicaciones filosóficas fueron más allá. Su adhesión al fascismo y al franquismo resultó explícita. Y si bien se trató de dos revistas tomistas y nacionalistas sin injerencia en las instituciones oficiales, algunos de sus colaboradores ya contaban con puestos en universidades nacionales.

Arx fue una revista impulsada desde Córdoba por Nimio de Anquín y Luis Guillermo Martínez Villada como órgano del Instituto Tomás de Aquino fundado en 1933 del cual, no pudimos determinar exactamente en qué momento, participó también el colaborador de la revista de Saúl Taborda Facundo (Córdoba, 1934-1938), Manuel Gonzalo Casas. Sólo llegaron a publicarse cinco esporádicos números de Arx con pocas referencias de edición. Cada uno de los números, entre textos de crítica tomista, contó con un análisis teórico-político del fascismo. En el primero de ellos se destacó el artículo de Meinvielle (1934) en el que, con un entusiasmo crítico, analizaba el fascismo italiano. Según este autor, su principal ventaja sería la reforma económica corporativista útil para “superar el momento liberal” que Argentina debería tener en cuenta para lograr el objetivo de “nacionalizar el fascismo”. La aparición de este texto coincidió en Córdoba con el momento en que Anquín fundó y dirigió la filial cordobesa del Partido Fascista Argentino, luego transformado y rebautizado con la forma de la Unión Fascista Argentina. Este neo-tomista anti-neokantiano dio clases en la Universidad Nacional de Córdoba y en los años siguientes colaboró con periódicos nacionalistas como Crisol, Estudios, Nueva política y, entre ellas la más filosófica, Sol y Luna, en donde, como Julio Meinvielle, a pesar de su anti-semitismo fue crítico del nazismo. [3]

Arx no propuso mayores interpretaciones historiográficas, pero reseñó solamente dos revistas, ambas positivamente: Sol y Luna y la Revista del Instituto de Investigaciones históricas Juan Manuel de Rosas (Buenos Aires, [primera época:] 1939-1943), que se mostraría como el órgano central del revisionismo histórico. A esto se sumaba que, mientras Villalda se opuso dentro del Consejo Superior de la unc a que esta universidad le rinda un homenaje a Alberdi y se difame la memoria de Rosas, su colaborador Nimio de Anquín se declaró a favor del nacionalismo y contra los “argentinos imperialistas”, al cual reconocía como el más peligroso “enemigo interno” bajo alguna lectura de Schmitt (Dotti, J. 2000). Como resulta claro a partir de sus discursos, eran las lecturas del revisionismo histórico las que se imponían en los encendidos discursos de Anquín publicados en Crisol:

No somos los que soñamos con las revoluciones, porque estamos convencidos que la verdadera revolución es la de los espíritus. Y ese es nuestro destino, juventud Nacional Fascista, a saber, el erigiros como una muralla invencible frente a la tradición abominable de nuestra patria, nacida bajo el triste patrocinio de una revolución que alguien calificó de “satánica” (de Anquín, N., Crisol, nº 1463, 10/11/1936, 5). [4]

En una dirección similar, el medio nacionalista y franquista porteño Sol y Luna no explicitó las convicciones anti-semitas de su principal impulsor (Meinvielle, 1936). [5] En esta revista colaboraron Leopoldo Marechal, Juan Sepich, César E. Pico, Rómulo Carbia, Julio Meinvielle, Nimio de Anquín y Octavio Nicolás Derisi. La revista se destacó por seguir reflexionando sobre el papel del tomismo en relación a la filosofía contemporánea y comenzar a plantear nuevas lecturas respecto al auge del revisionismo y las “nuevas filosofías ya superadas”. Con muchos artículos dedicados a José Manuel Estrada, a lo largo de sus páginas Cesar Pico, Anquín, Derisi y Meinvielle escribieron sobre bergsonismo, vitalismo y tomismo. [6] Si bien las referencias son escasas y más bien tangenciales, como indicó Fernando Devoto, no sería imposible buscar en el nacionalismo local la aparición de fundamentos filosóficos tanto provenientes del tomismo como del idealismo gentiliano (Devoto, F. 2005, 253).

Rómulo Carbia ―el único historiador profesional entre sus colaboradores― dedicó su artículo a combatir la “Leyenda Negra” anti-hispánica. Mientras, en esta revista fue Federico Ibarguren (1938) ―hijo del nacionalista e interventor provincial Carlos Ibarguren― quien se encargó de retomar las hipótesis del mismo Carbia que, ya reeditado el mencionado libro de Piaggio (1912, 1934), insistían con la importancia del pactismo español en la Revolución de Mayo, pese a que después la historiografía lo haya desvirtuado bajo lecturas “extranjerizantes”.

De este modo, tanto desde Arx como desde Sol y Luna, Meinvielle y Anquín contribuyeron activamente desde Buenos Aires y Córdoba a organizar el apoyo “filosófico” local al franquismo desde los años de Guerra civil. Así en 1942 la revista dirigida por Meinvielle comenzó a recibir un nuevo financiamiento proveniente de España con el cual también lanzó su colección editorial. [7] Precisamente porque corrían buenos tiempos, sus impulsores se diversificaron con otros proyectos. [8]

Con esto, hasta ese momento las líneas historiográficas generales parecían ser dos. Por un lado, como señalamos en la primera parte de este trabajo a partir de las indicaciones de Roberto Di Stefano (2003), pueden rastrearse algunos trabajos destinados a exaltar la contribución del catolicismo al movimiento revolucionario de Mayo. La primera obra que dio inició al despertar historiográfico apologético de la Iglesia Católica fue publicado originalmente durante los festejos del Centenario, pero fue significativamente reeditado en este nuevo contexto de auge del revisionismo histórico en 1934. Por otro lado, la segunda hipótesis general insistía sobre el papel “civilizador” que tuvo España durante la Colonia al punto de conformar la base cultural del país. Se trataba de otro tema también en el ámbito universitario indicado tempranamente por Korn y respecto al cual habían aparecido algunos artículos, por ejemplo a cargo de Juan Probst (1924), pero que finalmente desarrollaría plenamente Guillermo Furlong a partir de 1933 y, más adelante, Alberto Caturelli.

3. Guillermo Furlong, Archivum (1943-) y nuevas plataformas culturales católicas alrededor del Golpe de Estado 1943


Si bien entonces algunos artículos en las revistas Arx y Sol y Luna habían comenzado a insinuar ciertas direcciones de interés para una historiografía filosófico-católica, sin dudas, fue Guillermo Furlong quien llevaría a cabo esta tarea de manera sistemática. Con un proyecto de largo aliento en vistas, Furlong realizó una impresionante tarea de recuperación documental que publicó en una inmensa cantidad de artículos, folletos y libros. [9]

Con estos antecedentes y su amplia tarea de documentación, Furlong realizó una historia cultural de la Colonia en la que analizó bibliotecas, imprentas, naturalistas y músicos, entre muchos nombres de funcionarios y escritores. La situación parecía ahora mucho más propicia para sus textos y su primera obra en la cual sintetizó una primera parte de su investigación fue Los jesuitas y la cultura rioplatense cuya primera edición se realizó en 1933. Con ella Furlong sería reconocido como uno de los principales especialistas sobre hispanismo y más tarde también incluido por sus rivales dentro del conjunto de obras dentro del revisionismo histórico que comenzaron a despuntar por esos mismos años (Devoto, F. y Pagano, N. 2009). Como señalamos, el objetivo de la obra fue documentar ampliamente que las actividades de los jesuitas en Argentina fueron múltiples, variadas y en general altamente constitutivas de la cultura local, como “protectores de los indios”, geógrafos, cartógrafos, botánicos, zoólogos, etnógrafos, etnólogos, matemáticos, médicos, astrónomos, filósofos, geólogos, jurisconsultos, bibliotecarios, impresores, músicos, etc. Con esto, su tarea se adjudicaba un carácter revelador, responsable de una tarea de descubrimiento de una línea de pensamiento sistemáticamente ocultada por la historiografía “liberal” (Furlon, G. 1943).

En 1942 esta línea historiográfica en desarrollo tuvo su inscripción institucional en la Junta de Historia Eclesiástica Argentina y su propia publicación específica sobre el tema Archivum (Buenos Aires, 1943-). Esta revista abría en su primer número con una revisión de Furlong (1943) sobre la historiografía eclesiástica argentina en donde José Manuel Estrada, Pedro Goyena y Tristán Achával eran a quienes destacaba como historiadores de la “resistencia” durante el período de “persecución” laica entre 1880 y 1890.

También a partir de este momento, desde los Cursos de Cultura Católica comenzaron a editar su propia revista, Ortodoxia (1942-1943). Mientras entre las revistas más orientadas a la filosofía surgieron Stromata (1938-) y la revista filo-católica casi confesional radicada en la Universidad Nacional de Cuyo Philosophia (1944-1987). [10] Cabe destacar entonces que este grupo de autores y publicaciones gozaron de una paulatina inserción universitaria dentro de las carreras de filosofía durante la década del treinta que se potenció a partir del golpe militar de 1943.

En Buenos Aires, desde su primera gestión como decano, Alberini sostuvo la necesidad de impartir una educación humanista general, no especializada, vinculada principalmente a los estudios clásicos. De manera que el antipositivismo y cultura clásica se mantuvieron por años como una constante que se acrecentó introduciendo estudios sobre tomismo. En 1928, Tomás Casares ingresó como profesor suplente a la cátedra de ‘Introducción a la filosofía’ que estaba a cargo de Alberini mientras participaba como redactor de la publicación La Nueva República dirigida por Rodolfo Irazusta. Entre 1930 y 1931 dirigió la revista Criterio. Ingresó en la materia ‘Ética’ de la Universidad de La Plata y, en 1931, solamente por este año, también ejerció como “docente libre” de la nueva materia ‘Historia de la filosofía medieval’ en la ffyl cuando abandonó su puesto. Durante la dictadura militar del General José Félix Uriburu fue nombrado decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata por un tiempo, ya que luego, cuando Atilio Dell'Oro Maini fue puesto como interventor de la provincia de Corrientes, Casares ocupó allí también funciones como ministro provincial. En 1934, Casares quedó designado como profesor interino de ‘Historia de la filosofía (i)’ ―dedicada a historia de la filosofía antigua y medieval― y al año siguiente ya establecido como titular. La misma dupla Alberini-Casares a cargo de ‘Introducción a la filosofía’ pasó a ocupar los cargos de decano y vice-decano de ffyl-uba a partir de 1936. De hecho ya en 1940 Derisi le reconoció y agradeció a Alberini (1980) en una carta, “como sacerdote argentino”, el papel de apertura que tuvo hacia el ingreso de los cuadros católicos en la universidad. Con el accidente cerebro-vascular de Alberini en 1944, Casares quedó a cargo de ‘Introducción a la filosofía’ y con la intervención de la Facultad en 1943 fue puesto como titular de ‘Historia de la filosofía antigua y medieval’ desde donde pudo hacer nombrar a Octavio N. Derisi y Juan Sepich como profesores adjuntos de la misma cátedra. Después del ascenso de Perón, a partir de 1947 además Casares fue parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Fue este temprano ascenso de Casares dentro de la Facultad gracias a su alianza con Alberini lo que recurrentemente provocó resabios y discusiones sobre lo sucedido durante la experiencia del Colegio Novecentista en aquellos años.

Además, en Buenos Aires, con el respaldo de Tomás Casares como profesor, vice-decano y luego interventor, distintos autores de las plataformas católicas recién mencionadas lograron varios puestos universitarios después de 1943. En este año también fue refundado el Centro de Estudiantes y Egresados de la Facultad de Filosofía y Letras Santo Tomás de Aquino, que había tenido una errática existencia durante la década anterior. Este grupo lanzó su revista Amiticia (Buenos Aires, 1941-1954), que, en comparación con el resto de las demás inestables publicaciones estudiantiles, logró una sorprendente continuidad de 39 números hasta 1954. La revista funcionó como órgano de la Asociación de Universitarias de la Acción Católica Argentina (aca) del Círculo de Filosofía y Letras vinculada al Centro de Estudiantes Tomás de Aquino, con muchas notas dedicadas a la doctrinas del “angélico maestro”. [11] En sus páginas estas estudiantes sostenían que “Hacía falta en esta facultad, la voz de la joven católica, quien, por serlo de corazón surge en Amiticia. Surge para mostrar en esta hora, la importancia de conocer a Cristo, de vivir su Evangelio, de estudiar su doctrina” (Amiticia, 1941, 2). Como resulta esperable, allí reseñaban los nuevos libros sobre filosofía católica que eran publicitados en sus páginas. También Casares, Rómulo Carbia y Buenaventura Pessolano ―quien había sido miembro-fundador del Colegio Novecentista y luego se instaló como profesor de filosofía en el Colegio Nacional de Buenos Aires fueron homenajeados en distintos números de Amiticia como “maestros cristianos”. [12]

En Córdoba, Anquín y Martínez Villada lograron una ascendente carrera por cargos que también se aceleró a partir de 1943. Si bien entonces, como señalamos a lo largo de las notas al pie de este apartado, estos intelectuales católicos lograron concentrar cargos en las universidades nacionales, también lograron ―junto a sus revistas y sus tesis historiográficas un nuevo posicionamiento cultural muy evidente desde 1943 y la instauración de la educación religiosa en la instrucción pública. De hecho, Anquín fue uno de los que celebró como parte de un nuevo momento filosófico las nuevas modificaciones de estas políticas universitarias con artículos en varias revistas nacionalistas y católicas.

Efectivamente, a partir del golpe de estado de 1943, las presidencias de los generales Arturo Rawson y Pedro Pablo Ramírez intervinieron todas las universidades y designaron como profesores y autoridades a una importante cantidad de pensadores nacionalistas. Entre ellos, el filósofo nacionalista y filo-fascista Alberto Baldrich ―uno de los miembros iniciales del Instituto de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, creado y dirigido en 1940 por Ricardo Levene― fue designado Ministro de Justicia e Instrucción Pública por el presidente Farrell en 1944, en reemplazo del nacionalista católico Gustavo Martínez Zuviría, editor de la mencionada revista Choque. [13] También en ese momento, el profesor de ffyl y activista católico Tomás Casares fue designado interventor en de la uba y dispuso la expulsión tanto de estudiantes como profesores que sin embargo poco después pudieron ser reincorporados. En sintonía, también el profesor de filosofía y presbítero católico Juan Sepich fue el nuevo rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, ese mismo año rebautizado como Colegio Nacional de San Carlos. [14]      

En relación al panorama descrito anteriormente, el 5 de junio de 1945, Francisco Romero le escribió al filósofo español exilado en México José Gaos:

La invasión totalitaria en la docencia fue casi completa. Lo más curioso es que fueron viejos amigos, entre estos, muchos de ellos, de formación democrática, pero seducidos luego por el nacionalismo extremo. Llegaron al ministerio (Baldrich), intervinieron las Universidades, etc. En Filosofía y Letras había ya un plan para convertir la sección de filosofía en una Escuela de cerrada orientación confesional: presumiblemente se trataba de liquidarnos a casi todos (Romero, F. 2018, 115).

4. Historiografía católica: las revistas institucionales de filosofía (1946-1955)


Como señalamos, durante los gobiernos de Juan Domingo Perón, los principales referentes de la filosofía católica obtuvieron su momento de máxima inserción en las universidades nacionales. Tomás Casares, Guillermo Furlong y Nimio de Anquín, en conjunto con su mencionada segunda generación conformada por Octavio Derisi, Julio Meinvielle, Alberto Caturelli y Manuel Gonzalo Casas, fueron los responsables de la proliferación de las nuevas revistas filosófico-confesionales y sus respectivas inscripciones institucionales en las universidades de Buenos Aires, La Plata, Córdoba y Cuyo.

Cada uno de ellos tuvo distintos modos de participación en estas nuevas revistas. Además, por fuera de la universidad, excepto Furlong, la mayoría de ellos también impulsó una nueva institución que aunó en buena medida a este conjunto de autores. A partir de los Cursos de Cultura Católica se conformó el Círculo Tomista que en 1948 dio lugar a la fundación de la Sociedad Tomista Argentina con una comisión directiva presidida por Tomás Casares, que en ese momento era profesor titular de ffyl y mediante la Acción Católica Argentina (aca) y Amiticia tenía una importante llegada estudiantil. Octavio Nicolás Derisi y Nimio de Anquín aparecían como vicepresidentes de esta institución que perdura hasta hoy en día, mientras en sus inicios Julio Meinvielle ―entre ellos el único antiperonista declarado― se desempeñó como secretario general. [15] Entre otras actividades, el Círculo Tomista editó una segunda versión de la tesis de Casares que había publicado originalmente el Colegio Novecentista, ahora con el título La justicia y el derecho (1945) y en clave directamente anti-comunista. También gran parte de ellos colaboraron en el lanzamiento de Sapientia: revista tomista de filosofía (La Plata, 1946-) que fue dirigida por Derisi y era secundado por Alberto Caturelli desde Córdoba y Manuel Gonzalo Casas desde Tucumán. También en conjunto en 1951 realizaron el Primer Congreso de Filosofía Tomista en la Argentina.

Con cuatro números de cien páginas cada uno por año y extensos artículos, la continuidad de la revista Sapientia mostró un prolongado campo de indagación. [16] Sin embargo, junto a Diálogo y Arkhé constituyeron un ámbito más bien cerrado, desde donde reseñaban una importante cantidad de producción editorial de Argentina y España, pero sin lograr interacción por fuera de este círculo. En este sentido, el Primer Congreso de Filosofía de 1949 y las reseñas posteriores que provocó constituyeron una sorprendente cantidad de discusiones luego abandonadas (Ruvituso, 2015). Si bien tanto la facción de intelectuales peronistas laicos disputaba con estas plataformas la conformación de algo así como una ideología nacionalista oficial, en general, la discusión entre ellos tomó la forma de un diálogo implícito no correspondido. Sapientia y el conjunto de revistas que nombraremos a continuación propusieron en casi todos sus números reseñas de los libros de Astrada, Virasoro, Vassallo, Romero y otros, con críticas por demás esperables. Pero, por el contrario, los autores laicos rehusaron o ignoraron estas discusiones de manera directa.

Inicialmente, Sapientia, la primera de ellas, publicó textos de Tomás de Aquino en todos sus números y tuvo una serie de intereses bastante claros que apuntaban a proponer una comprensión del Estado que no dejeé fuera “cuestiones metafísicas” y un existencialismo anti-gnoseológico capaz de atender a la metafísica. Para esto, al año siguiente de su lanzamiento Derisi y su equipo hicieron suyo el discurso sobre la “Misión de la filosofía” de su santidad Pío xii en el Congreso Internacional de Filosofía realizado en Roma. La misión propuesta resulta esperable. Principalmente, la tarea del filósofo consiste en difundir en el campo de la razón “la verdad revelada”: argumentar y difundir lo más posible sus conclusiones, en revistas, en la universidad, en cursos informales. Los primeros años de Sapientia reconocían entonces la extraordinaria difusión de la filosofía existencialista, que según ellos lograba plantear los problemas propios de esa época. Con lo cual, la tarea en la puerta consistía en mostrar de qué manera la verdad revelada soluciona la “desesperación” presente en estos problemas. Como en el resto de las revistas, la filosofía tomista era considerada siempre “perenne”, capaz de responder a diferentes marcos problemáticos a lo largo de la historia.

Por esto, la revista combinaba autores que analizaban el existencialismo católico, como Gabriel Marcel y Étienne Gilson, con la traducción de algún texto de Tomás de Aquino. Derisi completó este programa en los números posteriores con una posición que él llamó “intelectualista realista” que apuntaba contra versiones de la filosofía anti-intelectualistas que consideraba más instaladas (Derisi, N. 1952a y 1952b), con seguridad refiriéndose a la producción de Astrada y otros lectores heideggerianos del romanticismo alemán. Para Derisi, el desafío de la filosofía consistía entonces en lograr argumentar metafísicamente, en un ámbito en el que, sostenían, había una tendencia inmediata al “lirismo”. Con estas consideraciones, Derisi insistió en oponerse a una concepción vitalista y ensayística de la cultura nacional frente a la producción del filósofo oficialista más importante de ese momento Carlos Astrada (1948) y su protagonismo en el Congreso de 1949. Del mismo modo, también discutía la filosofía personalista del otro filósofo local de enorme relevancia en ese momento, Francisco Romero. A diferencia de Romero (1951), Derisi (1954) ampliaba los espacios de trascendencia de la persona, en un salto antropológico que “necesariamente era metafísico”, e identificaba no sólo un espacio de trascendencia “el objetivo” como hacía Romero, sino tres, y a éste sumaba la trascendencia real y la divina, en lo que también constituía un señalamiento permanente a los autores existencialistas católicos que reseñaba (Domínguez Rubio, L. 2020, 2021).

Antes de estas intervenciones, la revista fue reacia a salirse de su campo específico en donde le interesaba remarcar su posición (Derisi, N. 1952a, 1952b). Sin embargo, 1952 fue sin duda el año en donde finalmente se plasmaba en varios textos la pregunta sobre la existencia de una filosofía argentina, americana o hispano-americana, planteada en cada caso según la respuesta que iba a buscarse. Se trataba de una pregunta cuya respuesta ensayística y “lírica” se había cada vez más presente desde la década del treinta (Domínguez Rubio, L. 2021). Y había quedado latente como la una las discusiones relevantes dentro del Congreso de Filosofía de 1949. En parte también, en esos mismos años, Risieri Frondizi (1948), Carlos Astrada (1948), Francisco Romero (1952) y Rodolfo Kusch (1952, 1953) propusieron distintos panoramas y direcciones de análisis. Desde la facción filosófico tomista, también Derisi (1952c), Catureli y Anquín (1956) brindaron una respuesta. Por su parte, desde Sapientia, Derisi (1952c, 12) tuvo que retomar la pregunta ya que “insistentemente se viene propugnando la existencia de una cultura americana” (Derisi, N. 1952c, 245).

Cabe destacar, que, en general, la primera respuesta por parte de estos autores a esta exigencia temática fue rotundamente negativa. En un principio, entendieron que los autores detrás de esto apuntaban o bien a buscar una filosofía “autóctona” e “indígena” ―inadecuada según ellos por la constitución poblacional de Argentina― (refiriéndose a las intervenciones recientes de Kush), o bien un cosmopolitismo que incluiría a Norteamérica (se referiría a las opciones de Francisco Romero y sus discípulos). Ambas opciones desconocían para Derisi y los suyos el indudable vínculo histórico con la cultura europea, específicamente la greco-romana-hispánica, y, claro, católica.      

De hecho, por esta negativa de su director, autores interesados en esta temática como Gonzalo Casas y Caturelli publicaron sus artículos al respecto en otras plataformas católicas. Veremos que entre los autores considerados en este apartado sólo Anquín (1956) trocó hacia una indagación identitaria americanista de corte nacionalista, mientras Derisi buscó mantener su intelectualismo europeísta. Por esto, hasta el momento en que Gonzalo Casas y Caturelli tomaron una función más importante dentro de la revista a partir de 1958 cuando Derisi quedó a cargo de la Universidad Católica Argentina (uca), Sapientia no publicó artículos sobre historia o pensamiento argentino. Cuando lo hicieron, ellos prosiguieron entonces el método de análisis internalista, en su caso bajo las lecturas nacionalistas, pero en general desestimaron las indagaciones ensayísticas telúricas y se mantentuvieron en una narración siempre muy documentada. De modo que Caturelli, quien más encarnó esta tarea, tomó partido temprano por el análisis netamente filosófico de los textos, mientras, tanto él mismo como Derisi y el resto de tomistas, dejaban la tarea historiográfica más vinculada a la historia de las ideas en las manos de su gran impulsor, Guillermo Furlong que acaparaba el género con su gran cantidad de artículos.

Como insistimos, en Buenos Aires, con el apoyo de Tomás Casares como profesor, vice-decano y luego interventor, estos distintos autores lograron ocupar distintos puestos universitarios después de 1943. En los parágrafos anteriores hicimos mención a las tareas que Hernán Benítez y Juan Sepich tuvieron en las revistas de la Universidad de Buenos Aires a partir de 1947 y en ffyl, en donde también Amiticia logró una importante instalación entre los estudiantes. Sin embargo, tanto la dirección del Instituto como su revista estaban hegemonizadas por Astrada y sus colaboradores: Luis Juan Guerrero, los hermanos Virasoro y el más joven Andrés Mercado Vera. Dos años después de que Astrada fundase la revista del Instituto de Filosofía de esta misma universidad, como director del instituto platense Derisi ―a cargo no sólo de Sapientia, sino también de la asignatura ‘Gnoseología y metafísica’ en La Plata― lanzaba una segunda publicación periódica dirigida también por él mismo desde la misma ciudad, la Revista de Filosofía (La Plata, 1950-) que funcionó de manera homóloga a la de Astrada. En relación con Sapientia, la nueva Revista de Filosofía se mostró mucho más centrada en la filosofía laica y Derisi no la utilizó para la difusión del tomismo ni para publicar sus editoriales filosóficas. Con esta nueva revista principalmente daba lugar a los artículos de los investigadores más jóvenes y cumplió una función académica con una agenda temática amplia.

Al contrario, no fue así el caso de la revista cordobesa Arkhé (1952-1956; 1962, 1982). En 1951, el vice-decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Nimio de Anquín, creó el Instituto de Metafísica e Historia de los sistemas metafísicos y su propia publicación periódica Arqué: revista de metafísica, la cual fue financiada directamente por el Ministerio de Educación de la Nación y era precedida por una cita del mismísimo presidente y dedicada a la memoria de su recién fallecida esposa. Antes de ponerse a cargo de su nueva revista, entre 1950 y 1951 Anquín había viajado como Astrada a Europa como enviado cultural por el gobierno. En 1950 la Sociedad Española de Filosofía lo reconoció como Socio de Honor por su apoyo explícito al franquismo. En Alemania durante ese mismo viaje también la Universidad de Maguncia lo distinguió como Doctor Honoris Causa gracias a las gestiones de Walter Brüning, quien había residido en Córdoba. La revista que lanzó tras su regreso constituía una tercera revista institucional específica de filosofía paralela a la que en ese momento llevaba a cabo Carlos Astrada desde Buenos Aires y Derisi desde La Plata.

Al igual que los Cuadernos de Filosofía porteños de Astrada, esta nueva revista realizaba gestos de inscripción específicos en la disciplina, orientándose únicamente a especialistas del área con epígrafes en latín y griego a lo que sumaban artículos en francés y alemán sin traducción disponible. Según este grupo de tomistas, como parte de la valorización de la disciplina en la que son expertos, el conocimiento de la filosofía antigua y medieval resultaba imprescindible para la comprensión de nuestro desarrollo cultural, y para la comprensión de la filosofía contemporánea. Recordemos que Casares, Anquín, Pró, Gonzalo Casas, Derisi, todos ellos se habían especializado en filosofía antigua y medieval, griego y latín. Esta diferenciación que trazan en conjunto como un gesto general, se vuelve patente en Anquín, quien de este modo justifica entonces el título de su revista Arkhé, frente a Romero y a Astrada, quienes no podrían ser considerados especialistas desde este punto de vista.

Durante 1952, gracias a sus vínculos con el gobierno de Perón, tanto Anquín como Astrada volvieron a viajar y a brindar conferencias por Europa, como los principales filósofos de Córdoba y Buenos Aires, veinticinco años después de aquel viaje iniciático que ambos emprendieron como becarios de la UNC en 1927. A partir de las conferencias brindadas en su último viaje, Anquín publicó en su revista dos artículos sobre el problema que seguimos: “El tema de la historia cultural” y L’ Argentine dans l’ histoire universelle (1953), a partir de los cuales poco después publicaría El ser visto desde América (1957). Mediante una narración historicista de corte hegeliano, contrapone a Alberini y Romero un enfoque metafísico, que, en comparación a lo afirmado por Derisi, le permite obtener conclusiones con un tono más exaltado con el fin de afirmar un mito identitario anti-liberal y anti-anglosajón. De modo que. estos ensayos de Anquín serán luego retomados por una línea particular por parte del peronismo de derecha más católico. [17]

Dentro de Arkhé fue Alberto Caturelli quien se hizo lugar para comenzar a dar a conocer su extensa tarea como bibliófilo de la filosofía argentina. Con esto Caturelli participaba como encargado de esta área de las dos revistas de filosofía católica más importante de esos años. A diferencia de la tarea que estaba llevando Furlong, a Caturelli desde un principio le interesó sobre todo proponer lecturas internas de los textos, muy o poco conocidos, sin preocuparse de su inserción respecto a otras esferas de la historia argentina. En general, Caturelli mantuvo las hipótesis de lectura que Furlong presentaba con tintes historiográficamente revolucionarios, las cuales al no aparecer vinculadas con los procesos políticos locales daban la apariencia de funcionar desdibujadas.

Dentro de Arkhé, Caturelli tenía a cargo una sección específica sobre el pensamiento argentino que se titulaba “Boletín de Filosofía Americana”. De este modo, en paralelo a la revista que en ese momento Diego Pró hacía desde Tucumán, esta sección se transformó uno de los primeros espacios que sistemáticamente dedicaban una atención específica sobre el tema. Como resulta esperable, su discusión más directa fue con la reciente edición de Sobre la filosofía en América (1953) de Francisco Romero “debido a los errores que el libro contiene”. La crítica consiste en que contradiciendo a su título el libro no da cuenta de la mayor parte de la filosofía que, tanto en la historia como en la actualidad, se ha gestado en el país y en el continente, claro: la filosofía católica. Sin dudarlo, para Caturelli, esto se debe al “liberalismo criollo” de su autor. Con todo, bajo estas críticas casi esperables, observamos la presencia de una nueva forma de valorar la producción textual internalista de la cual Caturelli se hará cargo. Desde su punto de vista, Caturelli sostuvo que era más importante filosóficamente considerar autores desconocidos, pero “sólidos conceptualmente”, que aquellos autores “influyentes” con una producción únicamente ensayística que eran los que ocupaban todas las páginas de las obras historiográficas hasta el momento, como Ingenieros (1918, 1937), Korn (1912, 1936) y Romero (1952).

Esta última debe ser sin duda considerada la principal tesis de lectura de la obra de Caturelli. Como dijimos, también en ese momento era compartida, de manera menos extrema, por Farré, Gonzalo Casas, Diego Pró y Torchia Estada; aunque sólo Caturelli la desarrollaría en su radicalidad durante décadas. De modo que, a partir de ese momento comenzaron a aparecer los principales artículos de quien sería el escritor más sistemático de la historia apologética de la filosofía. Caturelli se proponía avanzar a través de lecturas internas en clave filosófica de autor a autor y en muchos casos procurando crear “sistemas” propios de cada uno.

En relación a estas tesis, por su parte, Guillermo Furlong se desenvolvió más bien aislado del grupo tomista. Si bien había estudiado filosofía, dedicó su carrera al estudio historiográfico desde la revista Archivum y las instituciones de las que participaba: la reciente y efímera Fundación Vitoria y Suárez y la Academia Nacional de Historia. De 1952 data también la obra más importante de Guillermo Furlong (1952), Nacimiento y desarrollo de la filosofía en el Río de la Plata: 1536-1810. Al recorrerla llama la atención el extraordinario trabajo de recopilación documental, que incluye los legajos de la Compañía de Jesús, las actas de la Orden Dominica, papeles de la Orden Franciscana, libros de la Universidad de Córdoba y sus registros institucionales. Con todo, por esta inscripción histórica, Furlong fue de los pocos reseñados durante la battalla anti-revisionista que se dio durante el peronismo. Cabe destacar que desde las páginas de ascua incluían este libro de Furlong como uno de los “Tres libros contrarios al espíritu de Mayo” que se habían editado durante 1952 (Barreiro, J. 1953, 5). Principalmente destacaba su postura hispanista fuertemente militante bajo un obvio anti-galicismo. Si la recuperación de la tradición política española resultaba disruptiva en las tierras de Franco, en Argentina parecían tener otra funcionalidad, sobre todo anti-liberales y pro-hispanistas. En el mismo momento, y en una dirección similar, Gregorio Weinberg fue el encargado de escribir la reseña crítica del libro de Furlong en las páginas de Imago Mundi.

Remarcamos de ella entonces las hipótesis compartidas, de las cuales el resto Anquín, Derisi y Caturelli fueron sólo en buena medida reformuladores. En primer lugar, como sostendrá Anquín y toda esta línea de pensadores, el “origen” de la filosofía local no es Buenos Aires, sino Córdoba, y sus “orígenes” son jesuitas. Sin embargo, la operación resulta anti-localista, ya que el objetivo es afirmar la existencia de una identidad católica. El positivismo que Anquín reconoce como la primera filosofía de la nación no podía tener tradiciones. En cambio, su propuesta superadora, el “ontismo”, permite indagar y construirla pero no inventarla, por lo que se debe tomar como punto de partida la identidad cristiana ya constitutiva y es “greco-romana-cristiana”. Por el contrario, en general, las revistas sobre cultura católica criticaban estas evaluaciones ensayísticas-telúricas poco precisas, que, aunque provengan de autores vinculados a medios afines, realizarían una homogenización tanto del período colonial como de los desarrollos del neotomismo. Con esto, todos ellos, en primer lugar, destacaban la tarea de recuperar a nunca oídos pensadores católicos de la colonia, ya que, como Furlong, sostuvieron que muchos de ellos no fueron sólo lectores de Santo Tomás y Francisco Suárez, sino que desarrollaron una producción “original”.

En segundo lugar, Caturelli discutió las dos genealogías filosóficas instalas. En la disputa historiográfica por quién fue el primero en combatir al positivismo local Korn, para sus discípulos, Alberini, para sus seguidores―, Caturelli destacaba la función de Alberini, pero además ubicaba a Luis Guillermo Martínez Villada y al propio Anquín como figuras centrales de la renovación filosófica por el papel que el tomismo tuvo en ella. Pese a haber sido un temprano reivindicador de la línea católica antipositivista argentina, la crítica a Korn fue radical por haber desconocido totalmente la producción filosófica durante la colonia. El ataque a la tradición filosófica korniana también se realizó desde las filas religiosas; más o menos indirectamente, desde la obra de Furlong y más directa y encarnizadamente desde algunas reseñas en las revistas nombradas. Como señalamos, esto respondía a la tarea de instalación de Korn por parte del liberalismo, Luis Aznar, Ángel Vassallo y Francisco Romero, y “los ambientes intelectualoides nutridos de mariposeo filosófico que han puesto a Korn en el pedestal de los pensadores” (Brie, R. 1950). Con todo, debido a su frente político, este núcleo de autores hicieron una revisión mucho más benévola de Astrada y Alberini.

En tercer lugar, todos ellos sostenían la ya mencionada hipótesis sobre la importancia del suarismo en las revoluciones de independencia hispanoamericanas, que había planteado Giménez Fernández (1946) en España y aquí fueron adaptadas por Guillermo Furlong y poco después criticadas por Halperin Donghi (1961). Esta hipótesis de lectura que en España tenía un sesgo directamente antifranquista aquí obtenían una clara intencionalidad en buena medida opuesta, hispanista de brindarle importancia a toda una línea de desconocidos pensadores locales.

5. Recapitulación: 1955


La mayor parte de este grupo de revistas no sobrevivió al nuevo golpe de Estado de septiembre de 1955. La relación de Perón con la Iglesia ya estaba sumamente desgastada a causa de varias consecuencias de la crisis económica y política y particularmente a partir de que el presidente decidió eliminar la enseñanza católica de las escuelas (Caimari, L. 1995). Después del golpe, todas las revistas de inserción universitaria que forman parte de este ciclo (como Arkhé, Diálogos, Amiticia) fueron clausuradas. [18] La Revista de Filosofía de La Plata, la Revista de la Universidad de Buenos Aires y Humanitas continuaron, pero cambiaban de manos. Entre ellas, por tratarse de una revista extra-oficial encapsulada en un tomismo teórico, Sapientia era la única que mantuvo su continuidad unos años después de fundada la Universidad Católica Argentina.

Expulsado de los puestos docentes y directivos de la facultad, Anquín (1956) escribió el opúsculo Mito y política publicado en forma de folleto ese mismo año y dedicado a “Leopoldo Lugones (el de la madurez)”. Con un orden cuasi-spinoziano y un vocabulario schmittiano, sus páginas son un conjunto de aforismos que apuntaban a mostrar la imposibilidad de democracia liberal, en tanto la libertad es un mito político que lleva necesariamente a la disolución del Estado. Y agrega, específicamente contra la exitosa Teoría del hombre de Romero: “El Nacionalismo considera al hombre como una unidad no escindible en individuo y persona: por ello no es individualista, ni personalista, sino humano. […] El sentido de orden y unidad del nacionalismo lo opone todo internacionalismo y a todo cosmopolitismo” (Anquín, N. 1956, 24).

Con esta afirmación Anquín dio un paso fundamental luego recuperado dos décadas después por la derecha peronista que se acercó a lo que podemos llamar una teología nacionalista y fuertemente anti-marxista. A partir de aquí las clásicas tesis revisionistas sobre el relevo de un imperialismo inglés por otro estadounidense pasaron a ser planteadas en términos telúricos y espirituales. Básicamente, Anquín sostenía que el “monroismo” y “su órgano técnico que es la oea” no van a poder lograr la unidad porque la tradición espiritual sudamericana es europea y cristiano-católica. Contra ella, para Anquín, el catolicismo se vuelve la posibilidad de comunicación a nivel regional y la herramienta bajo la cual llama una “guerra espiritual de resistencia” (Anquín, N. 1956, 72). Sin dudas, a partir de estos textos de Anquín, puede comenzar a observarse su paulatino alejamiento del tomismo para dar lugar a este catolicismo-telúrico. A partir de la dicotomía que planteaba entre las derivas idealistas del catolicismo platónico y el empirismo aristotélico-tomista, Anquín se decía un seguidor de Francisco Suárez.

De este modo, si bien con anterioridad tanto Ingenieros (1936), Korn (1936) y Coriolano Alberini (compilados en 1966) como R. Frondizi (1948) y F. Romero (1952) escribieron artículos historiografícos sobre la historia del pensamiento argentino, al tiempo que Bunge, Astrada y Guglielmini también trazaron sus propias filiaciones, a partir de 1950 resultaba claro que los estudios sobre historia del pensamiento argentino quedaban en manos de los neo-tomistas cordobeses Alberto Caturelli y Manuel Gonzalo Casas, al que poco después se sumarían Luis Farré (1958) y el chaqueño radicado primero en Tucumán y luego en Mendoza, Diego Pró (compilación 1973). Con formación católica y algunos escritos apologéticos, Luis Farré y Diego F. Pró no formaron parte corporativamente de plataformas católicas. Si bien propagaron algunas de las mencionadas tesis historiográficas promovidas de estos sectores, estos autores tuvieron una participación esporádica en las revistas de filosofía católica al mismo tiempo que de igual manera escribieron para medios laicos. Con todo, al igual que el resto de los filósofos católicos, ambos participaron de manera general de la línea historiográfica nacionalista que promovió en distinto grado el papel de Coriolano Alberini como profesionalizador de la disciplina (Ver: Farré, L. 1958; Pro, D. 1973).

Como síntesis podemos entonces trazar el siguiente panorama. En primer lugar, fue Guillermo Furlong (1933, 1952) el filósofo que participando de las discusiones históricas desarrolló las hipótesis de lectura nacionalistas que señalamos. En otra dirección, Nimio de Anquín (1956) se volcó al ensayismo nacionalista metafísico, telúrico y espiritual en una búsqueda belicosa e identitaria. En tercer lugar, sin estar de acuerdo con esta última línea, Caturelli (2001), siguiendo la actitud al respecto de Derisi y las hipótesis generales de Furlong, se dedicó a una tarea de largo aliento en la que realizó una lectura inmanente de los textos filosóficos escritos en Argentina argumentando que éste consistía el modo propio europeísta de la filosofía y la cultura. [19] En este panorama, si bien es cierto que los nombres vinculados al nacionalismo católico compartieron durante años esferas académicas, culturales y confesionales como un conjunto establecido, a nivel teórico habría que trazar mayores distinciones. Porque de hecho el filo-fascismo siempre metafísico y vitalista de Anquín desde su mencionada revista Arx a su revista Arkhé resultaba bastante distinto a los intereses más gnoseológicos y personalistas del nacionalismo más liberal de una figura como Octavio Nicolás Derisi y su revista Sapientia. De cualquier manera, la participación dentro del nacionalismo peronista de derecha de estos autores resultó siempre ineludible y los conformó dentro de una trayectoria común, que sólo rompería Conrado Eggers Lan y sus intereses por la peronismo y la cultura de izquierda a principio de los setenta, mucho más desvinculados de su tarea docente de investigación, a la que se dedicó plenamente con su exilio a partir de 1978. [20]

Con todo, es posible puntualizar las líneas de interés historiográfico ya mencionadas que compartían de manera amplia: (i) la búsqueda de una genealogía católica de la “reacción antipositivista” ―y no de la “Reforma universitaria”, que no aparece casi mencionada como proceso― en la cual José Manuel Estrada, Mamerto Esquiuú y luego Villalda tendrían un papel preponderante; con lo cual no trazarían una tradición reformista sino antipositivista; (ii) la presencia de una larga, cuantiosa y “original” tradición católica argentina que proviene de los tiempos de la colonia; (iii) la importancia política de Francisco Suárez para comprender la ideología de Mayo; (iv) la afirmación de una tradición católica greco-romana como principal conformadora de la cultura argentina. Como señalamos, fueron estas hipótesis de lectura las que aparecieron diseminadas desde diversas plataformas culturales a partir de la década del treinta, luego Furlong sistematizó fuertemente y finalmente se mostraron comunes a un amplio arco de autores que se inscribieron en esta tradición teórica e historiográfica.

           

Portadas revistas tomistas de filosofía:
Arx (Córdoba, 1932-1938), Sol y Luna (Buenos Aires, 1938-1943)
, Stromata (1938-),
Diálogo (1954-1955), Sapientia (1946-), Estudios teológicos y filosóficos (1959-1961).

Portadas revistas tomistas de filosofía

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[1] Así como Roberto Di Stefano (2003) rastreó el auge, crecimiento, estabilización y expansión de una historiografía católica apologética a partir de 1910, Natalia Bustelo (2016) registró asociaciones estudiantiles católicas desde aproximadamente 1914. Los Cursos de Cultura Católica surgieron como espacio de difusión del neotomismo en 1922, tarea a la que en 1928 se sumó el Ateneo de la Juventud. Con la revista Criterio la cultura católica obtuvo un primer espacio de debates y difusión propio de amplio alance.

[2]   Llama la atención que. en ese mismo año, otros referentes estudiantiles nacionalistas como Carlos Cossio y Adolfo Korn Villafañe, interesados teórica y políticamente en los estudios religiosos cristianos, se sorprendían y se mostraban incrédulos del proyecto de acercar a los estudiantes a la formación católica (Korn Villafañe, A. 1920; Cossio, C. 1923).

[3]   Anquín estudió derecho en Córdoba donde participó activamente del periódico católico Los Principios. Con un trabajo sobre epistemología publicado en la Revista de la Universidad de Córdoba obtuvo una beca de dos años para estudiar filosofía en Alemania. A su regreso en 1929 fue uno de los fundadores del Instituto Santo Tomás de Aquino en Córdoba que con posterioridad se vinculó al Partido Fascista Argentino. A partir de 1930 comenzó a desempeñarse como docente Colegio Nacional de Montserrat de Córdoba y en 1933 fue uno de los organizadores del Instituto de Filosofía en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Córdoba. En 1936 ingresó también a la cátedra de ‘Lógica’ de esta misma facultad. El gobierno militar instaurado en 1943 lo designó Ministro de la Intervención Federal a la Provincia de Tucumán. Durante el peronismo fue vice-decano de la de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la unc, director del Instituto de Sistemas Metafísicos de esta misma universidad y director de su revista Arkhé (Córdoba, 1952-1954).

[4]   Los discursos vitalistas, juvenilistas y fascistas de Nimio de Anquín fueron reproducidos en: Crisol, nº 1463 (10/11/1936), 5); Crisol 1432 (12/9/1936): 3; Crisol 1463 (10/11/1936): 5; Crisol 1474 (22/11/1936): 5. Citados por Zuleta Álvarez (1975), quien en su análisis del nacionalismo argentino ubicó a Anquín dentro de los “nacionalistas doctrinarios” más duros, para diferenciarlos de aquellos a los que llamó “nacionalistas republicanos”.

[5]   De acuerdo con la hipótesis de Sandra McGee Deutsch (2005), dentro de estos autores el antijudaísmo funcionaría como un anti-imperialismo que puede obviar las doctrinas de clase, en tanto “los judíos” eran considerados los ampliadores del mercantilismo estadounidense. Entre los filósofos, fue León Dujovne (1949) quien una vez terminada la Segunda Guerra Mundial publicó una Introducción a la filosofía judía.

[6]   Si bien es claro hacia dónde apuntan todos estos artículos sobre la supremacía del tomismo, resulta interesante señalar que estos autores intentaron trazar también ciertos vasos comunicantes con ellos de manera de rescatar a algunas de sus propuestas teóricas. No existe todavía un trabajo sobre ello.

[7]   Entre 1938 y 1946, Meinvielle editó diez títulos desde Buenos Aires bajo su colección homónima, ‘Sol y Luna’. En ella dio a conocer importantes obras sobre filosofía antigua y filosofía medieval, a cargo de Haecker y Gilson. También publicó autores nacionales como Derisi, Marechal, Sepich y Anzoátegui. A lo que sumó títulos sobre la Iglesia y el auge de las figuras de Mussolini, Franco y Hitler.

[8]   La lectura de los textos de Jacques Maritain y su propia visita desató una extensa polémica entre católicos liberales y católicos antidemocráticos, de la cual participaron entre otros, Julio Meinvielle, César Pico y Gustavo Franceschi. Fue Anquín quien primero había recogido la crítica al positivismo realizada por Maritain desde el tomismo. Luego fue Julio Meinvielle quien se mostró como su más ferviente crítico a partir de su llegada en 1936, cuando visitó la Facultad de Filosofía y Letras bajo el rectorado de Alberini. A partir de ese momento, al calor de la guerra civil desatada en España dejó de ser una figura afamada entre los neo-tomistas nacionalistas locales. Por ejemplo, para Meinvielle, Maritain se convirtió en el “abogado de los rojos españoles”. Sobre esta visita: José Zanca (2014).

[9]   Nacido en Argentina, Furlong estudió filosofía y teología en Estados Unidos y España, donde también adquirió conocimientos de archivística. A partir de 1916 publicó numerosos artículos en la mencionada revista Estudios (1911-1970) de la Academia del Plata, la revista más importante de cultura católica anterior a Criterio. Fue director general de la Juventud de la Acción Católica Argentina y en 1937 escribió la sección “Nihil obstat” de la obra a favor de la “Guerra Santa de España” especialmente escrita contra Jacques Maritain; ver Meinvielle (1937). En 1939 ingresó como miembro de número en la Academia Nacional de la Historia, y tres años después fue el principal fundador de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina de la que dirigió su revista Archivum durante más de quince años mientras también se transformó en el contacto directo de la academia Real de la Historia de Madrid durante el franquismo.

[10] Philosophia fue de hecho la primera revista institucional específica de la disciplina que logró continuidad. Fue editada desde el Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional de Cuyo con el apoyo de Coriolano Alberini, desde Buenos Aires, e Irineo Cruz, como máxima autoridad de la UNCuyo. En los primeros números escribieron Diego Pro, Octavio N. Derisi, Rodolfo Mondolfo sobre la religiosidad en la antigüedad― y Miguel Ángel Virasoro. En 1943, tras la intervención de la Universidad Nacional de Cuyo, ésta fue la primera en tener una sección dedicada a la ‘Historia de la Filosofía Argentina y Americana’, dando lugar a una larga tradición de estudios.

[11] Si bien la preeminencia       de varones dentro de las cátedras de filosofía fue excluyente al menos hasta la década del cincuenta, en las plataformas católicas esta disparidad resulta todavía más obvia y permanente. Con todo, aparentemente Amiticia fue una de las primeras plataformas exclusivas donde los nombres de mujeres estudiantes escriben sobre filosofía, por lo que festejaron el ascenso de Lidia Peradotto como primera mujer a cargo de una cátedra en la Facultad. Claramente, esta revista estudiantil tomó una nueva presencia en 1943, cuando amplió su tirada y mejoró la cantidad y calidad de sus páginas. En sus flamantes ediciones celebra las puertas que se abren gracias al nuevo interventor Tomás Casares.

[12] Por fuera de la universidad, en el siglo xx, la ciudad de San Miguel en la Provincia de Buenos Aires fue uno de los puntos de “reorganización” jesuita a partir del Centro de Estudios de Filosofía y Teología que editó desde 1938 y hasta 1944 la revista Stromata (donde entre los filósofos escribieron Manuel Río, Octavio Derisi y Hernán Benítez). Luego de tres números, en 1944 cambió su nombre a Ciencia y Fe (1944-1964). En 1965 volvió a llamarse Stromata y se mostró como una plataforma afín a los nuevos autores de la teología de la liberación.

[13] Proveniente de una familia militar, Alberto Baldrich estudió abogacía en la uba y desde lecturas filosóficas escribió El problema de los territorios nacionales (1935). En 1943 fue designado Interventor de la provincia de Tucumán y al año siguiente Ministro de Justicia e Instrucción Pública cuando se impuso la enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas públicas. Durante el peronismo ocupó diversos puestos universitarios, entre ellos dirigió el Instituto de Sociología de la Facultad de Ciencias Económicas de la uba, desde donde publicó Libertad y determinismo en la sociedad política argentina (1949), basándose en lecturas de Max Scheler.

[14] Juan Ramón Sepich Lange estudió filosofía en el Seminario Pontificio de Buenos Aires junto a Octavio Derisi y Julio Meinvielle. Brindó clases en los Cursos de Cultura Católica y escribió numerosos textos sobre lógica, filosofía tomista y existencialismo. En 1946 fue parte de la delegación argentina al xix Congreso de Pax Romana que tuvo lugar en la España franquista.

[15] Después de su libro El judío de 1936 escrito contra “el paganismo del nazismo alemán” y a favor de “la lucha heroica del pueblo español contra la barbarie comunista”, escribió en periódicos como Presencia, desde donde apoyó el nuevo gobierno militar posterior al 43 y festejó la incorporación de la enseñanza religiosa en la educación pública. A partir de 1944 editó el periódico Nuestro tiempo luego proseguido por Balcón. Desde allí Meinvielle se convirtió en un crítico por derecha junto a los hermanos Irazusta, objetando que el gobierno de Perón en su vocación de diálogo con políticos e intelectuales rompió la pureza de los valores nacionalistas y católicos.

[16] Cabe decir entonces que se trata de la primer revista argentina específica sobre filosofía que logró una permanencia continuada hasta hoy en día y hoy se encuentra indexada en Philosopher’s Index. Si bien es cierto que se “profesionalizó” y adoptó el doble referato ciego más tarde que la Revista Latinoamericana de Filosofía (1975-) o Análisis filosófico (1981-), sí es entonces ahora la revista profesional de filosofía con más trayectoria.

[17] Con el advenimiento de la llamada Revolución Libertadora la revista Arkhé fue clausurada y Anquín expulsado de sus cargos por lo que se instaló en la ciudad de Santa Fe para ejercer la docencia en la Universidad Católica de esa ciudad. En 1956 publicó Mito y política por lo que fue arrestado durante unos meses y se convirtió en un autor habitualmente reivindicado desde la derecha peronista más nacionalista. Nimio de Anquín volvió a lanzar su revista Arkhé en 1964, en esta ocación con un nuevo subtítulo acorde a los nuevos intereses: Arkhé: revista americana de filosofía sistemática y de historia de la filosofía. Diez años después en su editorial sostuvo que “fuimos suprimidos dictatorialmente en 1955” (Arkhé, 1964, 1).

[18] Por su parte, en 1954 Julio Meinvielle ―en la década siguiente “líder espiritual” del Movimiento Nacionalista Tacuara― creó Diálogo (1954-1955), que nació y murió en los últimos años del primer peronismo. En sus tres números, escribieron Julio Irazusta, Ángel J. Battistessa y Eduard Spranger.

[19] Décadas después, el profesor de la uca padre Francisco Leocata (1944-) criticó esta larga serie historiográfica católica y apologética por considerar que analizaba acríticamenta autores locales de escasa importancia sólo por ser católicos, aunque su obra misma tampoco proponía diálogos con la bibliografía más reciente sobre los temas que abordaba (Leocata, 1993).

[20] Si bien queda por fuera de los límites temporales del artículo, cabe destacar que de este modo Conrado Eggers Lan rompía con la larga tradición de profesores de filosofía antigua y medieval vinculados al nacionalismo católico exceptuando claro el caso del emigrado italiano marxista Rodolfo Mondolfo (1877-1976). A partir de 1955, a sus casi treinta años Eggers Lan brindó conferencias en Europa en las que ya mostraba los intereses de una particular investigación, en la que abarcaba una comparación conceptual entre Platón, San Agustín y Marx, en relación a quienes unos años después proponía una lectura propia de la violencia, el sindicalismo, el cristianismo y el peronismo. Ver: Eggers Lan (1970, 1973). Para un análisis del estudio posterior de la filosofía antigua, ver Graciela Marcos (2017).