Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 24 / Sección Artículos
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
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.
“Fare credere e’ discredenti”: the figure of Savonarola in the political writings of Niccolò Machiavelli
Franco Castorina
Consejo Nacional de
Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET),
Universidad de Buenos Aires, Argentina.
Recibido: 21/04/2021
Aceptado: 22/08/2022
Resumen. Este trabajo busca reconstruir
la figura de Savonarola a la luz de la comparación entre la
caracterización que
Maquiavelo hace de su persona y las enseñanzas y doctrinas que
se derivan de
los escritos y sermones del fraile con el fin de comprender los motivos
que,
según Maquiavelo, hacen de Savonarola un modelo de liderazgo
fallido y
censurable.
Palabras
clave. Maquiavelo, Savonarola,
liderazgo, cristianismo.
Abstract. This paper seeks to reconstruct the figure of Savonarola in
the light
of the comparison between Machiavelli's characterization of his person
and the
teachings and doctrines derived from the friar's writings and sermons
in order
to understand the reasons that, according to Machiavelli, make
Savonarola a
model of failed and reprehensible leadership.
Keywords. Machiavelli, Savonarola, leadership, Christianity.
Las páginas
que componen la obra de Nicolás Maquiavelo se encuentran
plagadas de
referencias a liderazgos ejemplares que supieran fundar y refundar
estados y
que lograron establecer instituciones y ordenamientos políticos
de largo
aliento. Prácticamente la totalidad de los capítulos de
los Discursos sobre
la primera década de Tito Livio contienen menciones sobre
algún liderazgo,
sea político, religioso o militar que lleva adelante con
éxito relativo sus
acciones en la práctica. Y lo mismo puede decirse respecto de El
Príncipe.
De hecho, basta con observar la nómina ofrecida por Maquiavelo
en el sexto
capítulo de dicho opúsculo para confirmar esta
constatación: allí destacan las
figuras de Rómulo, Ciro, Teseo y Moisés (Maquiavelo, N.
2012, 27), quienes son
identificados por Maquiavelo como hombres excelentísimos, dada
su capacidad de
fundar estados perdurables, sacando provecho de la oportunidad
presentada. Sin
embargo, la aparición de un liderazgo en la obra de Maquiavelo
no es sinónimo
de éxito. Tal es el caso de Girolamo Savonarola, el cual emerge
en ese mismo
capítulo 6 como el contraejemplo de Moisés, esto es, como
un gran hombre que, a
diferencia de Moisés, demuestra ser incapaz de sostener sus
ordenamientos
políticos a lo largo del tiempo.
En lo que
sigue, pretendemos
reconstruir la figura de Savonarola a la luz de la comparación
entre la
caracterización que Maquiavelo hace de su persona y las
enseñanzas y doctrinas
que se derivan de los escritos y sermones del fraile con el fin de
comprender
los motivos que, según Maquiavelo, hacen de Savonarola un modelo
de liderazgo
fallido y censurable. Para realizar esto, dividiremos el
artículo en dos
apartados. En el primero, restituiremos las menciones de Savonarola
aparecidas
tanto en El Príncipe como en Discursos
de la primera década de Tito Livio,
con el propósito de obtener la caracterización
maquiaveliana de Savonarola. En
la segunda, repondremos algunos conceptos centrales que informan tanto
al Compendio de Filosofía moral como al Tratado acerca del régimen y gobierno de la
ciudad de Florencia, escritos por el fraile dominico, así
como también
revisaremos algunos fragmentos de sus sermones más
célebres. Esta
reconstrucción en dos tiempos nos permitirá comprender
que, para Maquiavelo,
razón del fracaso de Savonarola es, a los ojos de Maquiavelo, la
ausencia del
uso de la fuerza en el sostenimiento de su poder, el cual es un efecto
derivado
de su adhesión a los valores propios del cristianismo. En este
sentido, la
crítica del cristianismo
[1]
—de la
que
no podremos ocuparnos aquí, pero que en parte resultará
parcialmente
comprensible a la luz de las enseñanzas de los escritos de
Savonarola—está
ligada a la crítica maquiaveliana de Savonarola: la carencia de
una apelación a
la acción política en el mundo y a su necesario uso de la
fuerza es el punto
ciego que impide a Savonarola superar las dificultades que se le
presentan.
Girolamo
Savonarola
[2]
aparece mencionado explícitamente en El
Príncipe tan sólo en una oportunidad: en el
capítulo VI, uno de los
capítulos centrales del opúsculo, dedicado a los grandes
héroes fundadores.
Además, encontramos una alusión a su persona en el
capítulo XII, dedicado al
análisis de los tipos de tropa, específicamente de
aquellas constituidas por
soldados mercenarios. En los Discursos, Savonarola es referido
cuatro
veces: tres veces en el primer libro, en
los capítulos 11, 45 y 56; y una vez en el libro tercero, en el
capítulo 30.
La primera y
única mención explícita de Savonarola en El
Príncipe tiene lugar en el capítulo VI, consagrado al
análisis de las
acciones de los grandes héroes fundadores de la antigüedad.
Entre ellos,
destaca Moisés, a quien Maquiavelo califica, sobre el final del
capítulo, como
un profeta armado, quien supo sostener con la espada aquello que
había logrado
con la palabra. En este contexto aparece Savonarola, al cual Maquiavelo
censura
por no haber acompañado el arte persuasivo de su retórica
[3]
con la potencia de las armas
[4]
,
es decir, por no haber obrado como Moisés —y como los
otros tres grandes héroes
mencionados, Rómulo, Teseo y Ciro, quienes también se
apoyaron en el uso de las
armas para garantizar sus ordenamientos—. Allí escribe el
secretario
florentino:
Moisés, Ciro, Teseo y Rómulo no habrían
podido hacer
observar por largo tiempo sus constituciones si hubiesen estado
desarmados;
como en nuestros tiempos sucedió a fray Jerónimo
Savonarola, quien terminó en
la ruina con sus nuevos órdenes cuando la multitud
comenzó a no creerle; y él
no tenía manera de sostener a quienes habían
creído ni de hacer creer a los
incrédulos. (Maquiavelo, N. 2012, 29-30)
Como hemos
señalado, la mención surge
luego de explicar que los grandes héroes fundadores triunfaron
acompañados de
las armas, recurso que está ausente en Savonarola y que explica,
en buena
medida, su caída
[5]
.
Asimismo, el hecho de que el ejemplo del fraile dominico sea
identificado
inmediatamente después de Moisés, a quien califica de
profeta armado, nos
informa de que se trata de contrafiguras, cuya función es la de
iluminar el
modo a través del cual se debe proceder en el acto de la
fundación. Ésta exige una
articulación entre la persuasión y las armas, una
combinación de la astucia y
la fuerza, aquello que Maquiavelo, en el capítulo XVIII de El Príncipe, identifica como una condición
que todo príncipe nuevo
debe cumplir, a saber, la unión de la astucia y sagacidad de la
zorra y la
fuerza del león (Maquiavelo, N. 2012, 93). De este modo, la
mención del fracaso
de Savonarola, en contraste con el éxito de Moisés,
parece fungir de
recordatorio acerca de la necesidad del uso de la fuerza.
Aunque la del
capítulo VI de El Príncipe se trata
de la única mención explícita al fraile dominico
en todo el opúsculo, es posible
identificar una alusión a Savonarola en el capítulo XII,
en el cual Maquiavelo
explica los peligros y las consecuencias perniciosas derivadas de la
utilización de ejércitos mercenarios de cara a una
guerra. Se trata, en el
fondo, de una crítica a la política bélica de los
estados italianos
contemporáneos, quienes sustentan sus ejércitos en tropas
de ese tipo. La poca
lealtad de los soldados mercenarios, sumado a su escasa disciplina e
indolencia, constituyen las causas de las constantes derrotas italianas
contra
ejércitos extranjeros:
De
aquí que a Carlos VIII, rey de Francia, le fue
lícito
atrapar a Italia con la tiza. Y quien decía que las razones de
esto eran
nuestros pecados decía la verdad, sólo que no eran los
pecados que él creía
sino estos que yo enumeré; y puesto que eran pecados de los
príncipes, también
ellos han pagado la pena por esos pecados. (Maquiavelo, N. 2012, 63-64)
La
alusión a Savonarola se produce a
través de la mención a ese “quien
decía…”, que identifica la causa de la
invasión del monarca francés Carlos VIII en los pecados
de los estados
italianos. Savonarola achaca la culpa de la incursión del rey
galo a la Iglesia,
ya que ella implantó la corrupción a todo lo largo de
Italia. Maquiavelo, por
su parte, retoma la noción cristiana de pecado para hacer
alusión a Savonarola,
pero seculariza su sentido al despojarla de su dimensión
teológica. En efecto,
Italia halla su ruina a causa de sus pecados, pero éstos no son
de orden
teológico ni religioso, sino político y militar. La suma
facilidad con la que
Carlos VIII logra invadir Italia encuentra su explicación en la
labilidad de
las tropas mercenarias con las cuales los estados italianos se
pertrechan.
Finalmente, la crítica a los príncipes italianos que
carecen de armas propias,
esto es, de un ejército propio, formado por sus propios
ciudadanos, opera
también como una crítica al diagnóstico
savonaroliano de la situación de
Italia. En sintonía con la crítica a Savonarola del
capítulo VI de El Príncipe, aquí
subyace una censura
del mismo tipo: la evaluación desacertada de Savonarola con
respecto a los
problemas de Italia se vincula con su desatención respecto de la
importancia de
las armas.
La primera
mención explícita a Savonarola en los Discursos
emerge en el capítulo 11
del libro I, que Maquiavelo dedica a la religión de los romanos.
Como hemos
analizado en el primer capítulo, el análisis
maquiaveliano de la religión romana
se centra en la figura de Numa, quien logró estabilizar e
introducir nuevos y
extraordinarios ordenamientos en la ciudad, apoyándose en la
autoridad que le
confería su aparente vínculo con la ninfa Egeria. La
referencia al fraile surge
hacia el final del capítulo, donde Maquiavelo traza una
comparación entre la
índole propia del pueblo romano de la época de Numa y la
del que fue
contemporáneo de Savonarola:
Y aunque sea
más fácil persuadir de una
opinión o un orden
nuevo a los hombres rústicos, no es, sin embargo, imposible
convencer también a
los hombres civilizados y que se supone que no son toscos. Al pueblo de
Florencia nadie le llamaría ignorante ni rudo, sin embargo fray
Girolamo
Savonarola lo persuadió de que hablaba
[6]
con Dios. Yo no quiero juzgar si era verdad o no, porque de un hombre
de su
talla se debe hablar con respeto, pero puedo asegurar que fueron
infinitos los
que lo creyeron, sin haber visto nada extraordinario que pudiera
confirmar su
creencia. Porque su vida, su doctrina y el tema de sus sermones
bastaban para
que se le prestase fe. (Maquiavelo, N. 2015, 79-80)
El
secretario florentino observa que,
a pesar de la diferencia entre la naturaleza de ambos pueblos,
Savonarola, al
igual que Numa con los romanos, logra convencer al pueblo florentino de
que
habla con Dios. A pesar de asegurar que de Savonarola debe hablarse con
respeto, el tono con el cual Maquiavelo se expresa acerca de la
capacidad de
hablar con Dios del fraile es evidentemente irónico. De la misma
manera que
Numa —y, suponemos, también Moisés—,
Savonarola finge hablar con Dios, con
vistas a concitar obediencia. En este sentido, Maquiavelo parece
conceder que
la forma de proceder de Savonarola, a través de la estratagema
de su supuesto
vínculo con Dios, es propia de aquellos hombres que poseen una
inteligencia
superior, una inteligencia propia de un grandi,
es decir, un saber acerca de la utilidad de la religión para
garantizar la
estabilidad del orden. Sólo un gran hombre puede concitar
obediencia en el
pueblo, incluso sin realizar “nada extraordinario” que lo
confirme. Por último,
el fragmento final en el cual aparece la mención deja entrever
que el
secretario florentino no sólo reconoce la capacidad
retórica del fraile, sino
que está al tanto de “su doctrina” y del “tema
de sus sermones”. Esto parece
sugerir que Maquiavelo tiene conocimiento del contenido de los sermones
del
fraile y que los tiene en cuenta a la hora de juzgar las acciones y la
figura
de Savonarola.
La segunda
mención a Savonarola tiene
lugar en el capítulo 45 del primer libro, titulado “Es un
mal ejemplo no
observar una ley, sobre todo por parte del que la ha hecho, y renovar
cada día
nuevas injurias en la ciudad es peligrosísimo para el que la
gobierna”. El
contenido del capítulo es fiel al título y comienza con
la exposición de un
ejemplo suscitado en Roma entre Virginio y Apio, en el cual
aquél cita a
comparecer a Apio ante el pueblo para que defienda su causa. Maquiavelo
da por
sentado el conocimiento de esta historia y no explica la causa por la
cual Apio
es citado a comparecer ante el pueblo. Según cuenta Livio (1990:
441-445), Apio
se gana el odio popular por haber violentado y conseguido que
esclavizaran a
Virginia, hija del centurión Lucio Virginio, anulando en ese
proceso el derecho
a apelación popular. Frente a este hecho, el pueblo se
solivianta y, a causa de
ello, el Senado manda a llamar Apio Claudio para que declare al
respecto.
Volviendo al relato de Maquiavelo, éste cuenta que, una vez
allí, Apio grita y
solicita la apelación al pueblo. Pero Virginio le dice a Apio
que no es digno
de recurrir al derecho de apelación que él mismo
había anulado ni de apelar al
pueblo que él había ofendido. Por su parte, la respuesta
que ofrece Apio es que
no sería bueno violar ese derecho que tanto había costado
volver a instituir.
Pese a su réplica, Apio es encarcelado y la ley promulgada es
incumplida. En
este contexto, se produce la mención a Savonarola:
Porque no
creo que exista cosa de peor ejemplo en una
república que hacer una ley y no observarla, sobre todo si el
que no la observa
es quien la ha hecho. Habiendo Florencia reordenado el estado,
después del 94,
con la ayuda de fray Girolamo Savonarola, cuyos escritos
[7]
muestran la doctrina, la prudencia y la virtud de su ánimo, y
habiendo hecho
los ciudadanos, entre otras constituciones, una ley protectora de la
seguridad,
por la que se podían apelar ante el pueblo aquellas sentencias
que, en asuntos
de estado, hubieran dictado los ocho y la Señoría, ley
que apoyaron durante
mucho tiempo y que obtuvieron con gran dificultad, sucedió que
poco después de
la confirmación de ésta fueron condenados a muerte por la
Señoría, por motivos
de estado, cinco ciudadanos, y queriendo éstos apelar, no se les
permitió, y no
fue observada la ley. Esto le arrebató más
reputación a aquel fraile que ningún
otro incidente, porque si aquella apelación era útil,
debía hacerla observar, y
si era inútil, no debía haberla hecho votar. Y tanto
más se puso de relieve
este suceso por cuanto el fraile, en tantos sermones como hizo
después de rota
la ley, nunca acusó ni excusó a quien la había
roto, porque no podía acusarlo,
pues su acción había sido conveniente para sus designios,
y no podía tampoco
excusarlo. Esto descubrió su ánimo ambicioso y
partidista, le restó reputación
y suscitó muchas críticas. (Maquiavelo, N. 2015, 164-165)
En
semejanza con el caso romano, la
crítica hacia Savonarola se basa en haber quebrantado la ley que
había sido
implementada durante su gobierno
[8]
.
Ésta posibilitaba apelar ante el pueblo las sentencias
dictaminadas por los
ocho y la Señoría. El hecho del cual habla Maquiavelo
sucedió en agosto de
1497, cuando la Señoría condenó a muerte a cinco
personas, acusadas de haber
iniciado un complot para derrocar al gobierno republicano y facilitar,
así, el
retorno de los Médici
[9]
.
De acuerdo con Maquiavelo, la negación del derecho a apelar
permite observar
que se trata de una cuestión puramente partidaria que lesiona la
reputación y
la imagen de Savonarola, puesto que lo hace ver a ojos de todos como un
faccioso, como un líder que observa las leyes allí donde
atienden a su bien
particular y no al bien común. La crítica de Maquiavelo
parece apuntar hacia la
incapacidad política del fraile de sostener la proyección
de su imagen en tanto
líder que se ubica más allá de los intereses
particulares que habitan en la
ciudad. En su respuesta hacia quienes se oponen a su autoridad,
Savonarola no
actúa como Moisés, reafirmando su autoridad por encima
del conflicto, sino que menoscaba
su imagen ante el pueblo, al pasar por alto la ley que él mismo
había logrado
establecer, apareciendo frente a la mirada popular como un partidario
de su
propio interés y no como un defensor del bien común y del
pueblo.
La tercera
mención a Savonarola emerge en el capítulo 56 del libro
primero, titulado
“Antes de que se produzcan grandes acontecimientos en una ciudad
o en una
provincia, se suelen ver signos que los pronostiquen u hombres que los
profeticen”. Se trata de un capítulo en el cual Maquiavelo
reflexiona en torno
a cuestiones de orden cosmológico, de las que ya hemos hablado
en el primer
apartado del primer capítulo:
Por
qué se produce esto, no lo sé, pero se
puede comprobar
con ejemplos antiguos y modernos que no se produce ningún grave
acontecimiento
en una ciudad o en una provincia sin que haya sido anunciado por
adivinos,
revelaciones, prodigios u otros signos celestes. Y para no salir de
casa para
probarlo, todos saben cómo el padre Girolamo Savonarola predijo
la venida a
Italia del rey Carlos VIII de Francia, y cómo, además de
esto, se dijo por toda
Toscana que se veían y oían en el aire ejércitos
que entablaban batalla encima
de Arezzo. (Maquiavelo, N. 2015, 193-194)
La
mención se limita a presentar a
Savonarola como un adivino, como un hombre con el don de presagiar los
eventos
futuros, hecho que le deparó mucha fama y reputación
mientras vivió y gobernó
en Florencia. Maquiavelo no se explaya al respecto, pero parece dar por
válida
esta capacidad profética del fraile dominico. Por lo tanto, no
es posible
definir taxativamente si el don de profecía se trata de una
creencia profesada
por el secretario florentino o si, más bien, se trata de un
ardid más del cual
se arrogan potestad los grandes hombres y al cual recurren con vistas a
concitar
obediencia.
La cuarta y
última mención a
Savonarola se produce en el capítulo 30 del libro tercero,
consagrado al
problema de la defensa de una ciudad y, fundamentalmente, al problema
de la
envidia. La figura de Savonarola es mencionada inmediatamente
después de que
Maquiavelo explique cómo Moisés, para vencer la envidia
de quienes se oponían
al establecimiento de sus instituciones, debió asesinar a una
infinita cantidad
de hombres:
Fray Girolamo
Savonarola conocía perfectamente esta
necesidad; también la conocía Piero Soderini,
gonfaloniero de Florencia. El
uno, o sea, el fraile, no pudo superarla por carecer de la autoridad
suficiente
para poderlo hacer, y porque no fue bien entendido por aquellos de sus
seguidores que sí poseían autoridad bastante. Sin
embargo, no fue por culpa
suya, y sus sermones están llenos de acusaciones contra los
sabios del mundo y
de invectivas contra ellos, pues llamaba así a los envidiosos y
los que se
oponían a sus planes [...] Así, ambos fracasaron, y su
fracaso se debió a no
haber sabido o podido derrotar a la envidia. (Maquiavelo, N. 2015,
441-442)
Aunque
Savonarola reconocía la
necesidad de desterrar la envidia de quienes se oponían a su
autoridad no logró
vencerla, porque no contaba con la autoridad suficiente. La
única autoridad con
la que contaba era la fuerza de sus sermones, mediante los cuales
lanzaba sus
diatribas contra los “sabios del mundo”
[10]
.
Si conectamos esta afirmación con las críticas que
Maquiavelo realiza a
Savonarola en otros pasajes ya citados, vinculadas a su incapacidad
política de
reconocer la importancia del uso de las armas y de la fuerza, podemos
arribar a
la conclusión de que su falta de autoridad está asociada
con la ausencia del
recurso a las armas y la fuerza, esto es, a su condición de
profeta desarmado.
En efecto, el hecho de que la figura del fraile aparezca inmediatamente
después
a la de Moisés —como sucede en el capítulo VI de El Príncipe— sirve,
nuevamente, como recordatorio de que todo gran hombre y príncipe
nuevo debe
afirmar con la fuerza y las armas aquello que pudo conseguir con la
persuasión.
En otras palabras, como señala Mattei, “el fracaso de
Savonarola está para
recordarnos que no todo se puede conseguir con la oración, sobre
todo porque el
acto mismo de fundación requiere de la fuerza” (Mattei, E.
2016a, 111)”
[11]
.
En la próxima
sección, reconstruiremos algunos conceptos centrales de
Savonarola, acudiendo
para ello a algunos de sus sermones, al Compendio
de filosofía moral y al Tratado
acerca del régimen y gobierno de la ciudad de Florencia.
Ello nos permitirá
mostrar que las críticas que Maquiavelo realiza de la
axiología cristiana están
íntimamente conectadas con los conceptos centrales que informan
la obra de
Savonarola. Tal es así que Marcia Colish ha llegado a sostener
que a la crítica
maquiaveliana del cristianismo le subyace, de fondo, un “subtexto
antisavonaroliano”, indicando con esto que aquellos aspectos que
Maquiavelo
rechaza del cristianismo se basan en la comprensión que
Savonarola tiene de lo
que es la vida y la religión cristiana
[12]
(Colish, M. 1999, 601).
Savonarola
comienza su estrecha relación con Florencia en 1490, cuando
arriba por segunda
vez a la ciudad, para asentarse definitivamente allí hasta su
muerte
(Mazzitelli, R. y Racanelli, C. 2008, 17). Si bien ya era
célebre por los
sermones predicados durante su etapa en varios conventos de Italia,
adquirió
una inmensa notoriedad cuando finalmente accedió al convento de
San Marcos, en
Florencia, donde cautivó profundamente a Pico della Mirandola,
con quien
posteriormente mantendría una cercana amistad (Mazzitelli, R. y
Racanelli, C.
2008, 14). Con su llegada al convento de San Marcos, Savonarola
comienza a
predicar, revelando su gran talento oral y sus habilidades
retóricas, las
cuales no pasaron desapercibidas para Maquiavelo, quien deja constancia
de
ellas en la susodicha carta a Becchi del 9 marzo de 1498. En sus
sermones y
prédicas puede observarse un gran manejo de la Biblia, de la
cual hace un uso
situado, recurriendo a un sentido alegórico o metafórico
de acuerdo con el
contexto político (Weinstein, D.1958; Garfagnini, G. 2009)
[13]
.
Desde muy
temprana edad, una de las
grandes preocupaciones de Savonarola gira en torno a la
corrupción de la
Iglesia y de sus prelados
[14]
,
la cual constituye la causa de todos los males de Italia. En un
sermón
predicado en 1493, Savonarola compendia su crítica a
través de una comparación
con la Iglesia primitiva:
Es cierto
que los primeros prelados eran preladillos,
porque eran humildes y pobres, y no tenían grandes obispados, ni
tan ricas
abadías, como los nuestros modernos. No tenían entonces
tantas mitras de oro ni
tantos cálices, más aún, los pocos que
poseían los fundían por la necesidad de
los pobres. Nuestros prelados para hacer cálices toman lo que es
de los pobres,
sin lo cual no pueden vivir. Pero ¿sabes lo que te quiero decir?
En la
primitiva Iglesia los cálices eran de madera y los prelados de
oro; hoy la
Iglesia tiene prelados de madera y cálices de oro. (citado en
Mazzitelli, R. y
Racanelli, C. 2008, 26)
La censura
del fraile dominico se
centra en el apego que la Iglesia muestra por las cosas materiales.
Distraídos
con el oro, los prelados se entregan a los placeres del mundo y olvidan
los
fundamentos de su fe. Más preocupados por los bienes materiales
que por los
espirituales, se consagran a la frivolidad, que luego inculcan al
conjunto de
los creyentes. Por esta razón, Savonarola advierte que
“hoy día los cristianos
que se encuentran en este templo no se jactan sino de
frivolidades” (citado en Mazzitelli,
R. y Racanelli, C. 2008, 26). El problema es, en suma, que estos
prelados
ignoran que la religión cristiana es una religión de la
humildad y la modestia,
de la sobriedad y la sencillez
[15]
,
para la cual los placeres de la carne deben ser postergados en aras de
una vida
dedicada a la fe y al auxilio de los pobres.
Estos
conceptos que surgen del sermón nos traen a la memoria los
pasajes en los
cuales Maquiavelo escribe sobre el cristianismo en Discursos
II, 2 y III, 1, de los cuales ya hemos hablado en el
primer capítulo. En Discursos, II, 2, Maquiavelo realiza
una crítica de
los valores cristianos, en la medida en que éstos traen
aparejado una añoranza
de la vida ultramundana en detrimento de las cosas del mundo.
Allí identifica
en la “humildad, la abyección y el desprecio de las cosas
humanas” los pilares
centrales de la axiología cristiana (Maquiavelo, N. 2015, 222).
Así, es posible
conectar este análisis con la doctrina que Savonarola expresa en
su sermón.
Esta conexión se refuerza cuando observamos que, en D, III, 1,
Maquiavelo
reconoce en San Francisco y en Santo Domingo a los dos renovadores o,
más bien,
restauradores de la religión cristiana, quienes lograron
retrotraer el
cristianismo a sus orígenes, predicando con “la pobreza y
el ejemplo de la vida
de Cristo”. Así, agrega el florentino, lograron instalar
en la mente de los
hombres los principios originarios de la religión cristiana,
permitiendo que la
“deshonestidad de los prelados y de los jefes de la
Iglesia” no la arruinen por
completo (Maquiavelo, N. 2015, 346). De este modo, el vínculo
con la vida y la
doctrina de Savonarola es doble: en primer lugar, la referencia a Santo
Domingo
podría tratarse de una alusión al fraile, que desde sus
inicios perteneció a
esa orden; en segundo lugar, la centralidad que Maquiavelo adjudica a
la
pobreza en la renovación de una religión corrompida por
la deshonestidad del
prelado se vincula también con la doctrina de Savonarola, para
quien una vida orientada
hacia los pobres y alejada de todo lujo y ostentación constituye
la clave para
la renovación religiosa del cristianismo
[16]
.
Otra de las
grandes cuestiones que ocupa al pensamiento de Savonarola tiene que ver
con la
pregunta acerca de la mejor forma de gobierno y de la mejor forma de
vida,
surgidas tras su llegada a Florencia en 1490. Ya asentado en la ciudad,
interviene en la disputa política contra el régimen
mediceo, predicando en
favor de una forma de gobierno que permita una mayor
participación popular,
cuyas leyes tiendan al bien común. En 1494, se produce la
invasión de Carlos
VIII, que suscitó la caída del régimen mediceo, a
cargo de Pedro II de Médici (Mazzitelli,
R. y Racanelli, C. 2008, 29). Para ese entonces, la popularidad de
Savonarola
alcanza su pináculo, reforzada por el cumplimiento de sus
augurios y profecías
—como, por ejemplo, su vaticinio sobre la invasión del
monarca francés en
Florencia (Mazzitelli, R. y Racanelli, C. 2008, 28)—.
En este
contexto, los sermones de Savonarola asumen una dimensión
profética y
milenarista, ausente en sus sermones más tempranos (Weinstein,
1958), en los
cuales el fraile llega a identificarse con la misión reformadora
de Moisés
(Brown, A. 1992: 263-280; Cervelli, I. 1998; Colish, M. 1999: 611;
Frosini, F.
2015; Scott, J. 2018; Tavera Villegas, H. D. 2019: 130; Weinstein, D.
2011).
Así, en 1495, en uno de sus escritos, titulado Compendio
de Revelaciones, Savonarola revela sus atributos
proféticos y anuncia la inminente realización de una
renovación total en
Italia: “y, predicando todo aquel año en Florencia,
propuse continuamente tres
cosas al pueblo: la primera, que la Iglesia se habría de renovar
en estos
tiempos; la segunda, que previo a dicha renovación, Dios
daría flagelo a toda
Italia; la tercera, que estas cosas serían pronto” (citado
en Mazzitelli y
Racanelli: 18). A la renovación religiosa le
sobrevendría, también, una
renovación política, como sostiene Savonarola en un
sermón basado en el Salmos, en 1495: “Yo
predije algunos
años atrás la muerte de Lorenzo de Médicis, la
muerte del papa Inocencio;
también, el hecho que ha sucedido aquí en Florencia, de
la modificación del
régimen de gobierno; también dije que el día que
el rey de Francia se
encontrara en Pisa, ese día aquí se produciría la
modificación del régimen de
gobierno” (citado en Mazzitelli, R. y Racanelli, C. 2008, 21).
La renovación
religiosa, cifrada, como vimos, en la necesidad de purificar las
costumbres y
la conducta de los individuos al buen vivir cristiano,
acompañada de una
renovación política, constituyen los pilares
fundamentales de la doctrina de
Savonarola, que producen un parteaguas en la ciudad: por un lado, entre
aquellos seguidores del fraile —dentro de los cuales se incluye
su séquito, una
porción de la población muy devota a sus sermones y
prédicas y, también,
aquellos grandi que siempre se
opusieron al régimen mediceo y que encontraban en Savonarola a
un aliado para
sus aspiraciones (Mazzitelli, R. y Racanelli, C. 2008, 18)— y,
por el otro,
quienes se le oponían, principalmente partidarios de la familia
Médici y el
papa Alejandro VI.
Para el
fraile, esta doble renovación tiene epicentro en Florencia, a la
cual considera
como la nueva Jerusalén (Weinstein, D. 1958, 291; Colish, M.
1999, 600), esto
es, como la ciudad escogida por Dios para llevar adelante la reforma de
las
costumbres que conducen a la corrupción de Italia y del mundo.
Esta convicción
es expresada por Savonarola en una prédica sobre el profeta
Ageo, datada en
1495:
y te digo,
Florencia, si tienes cerebro y ves que Dios ha
tenido misericordia de ti, así debes obrar para con los
demás. Considera en qué
estado te encontrabas antes, y en qué estado te encuentras
ahora, y sabrás lo
que te digo, y que debes tener misericordia, como Dios ha hecho
contigo. Y
además te digo que te hace falta, y te es necesario tener
misericordia; y si
obrares de otro modo, yo te digo que provocarías la ira de Dios
en tu contra
[...] ¿Acaso crees que Dios recuerda cuánta sangre has
derramado en tiempos
pasados? Dios lo recuerda bien; pero haz lo que te digo y haz
penitencia; este
es tu único remedio”. (citado en Mazzitelli, R. y
Racanelli, C. 2008, 30)
Desde esta
óptica, la invasión de
Carlos VIII es interpretada como una de las tantas intervenciones de
Dios en el
mundo, en la cual manifiesta su ira contra la corrupción de
Italia y promueve,
al mismo tiempo, las condiciones necesarias para la renovación.
Ésta, agrega
Savonarola, exige de los ciudadanos una conducta orientada a la
simplicidad y la
modestia: “oh ciudadanos, daos al buen vivir y al buen obrar,
daos a la
simplicidad, de otra forma se irritará con vosotros, si fuereis
ingratos y no
reconociereis el beneficio que Dios os ha concedido” (citado en
Mazzitelli, R.
y Racanelli, C. 2008, 30). Si el pueblo de Florencia purifica sus
costumbres de
esta manera, si conduce su vida de acuerdo con la simplicidad de una
vida
auténticamente cristiana y si, además, se entrega a la
oración, la confesión y
la limosna, ayudando con caridad a los pobres, la renovación
tendrá lugar. Bajo
estas condiciones, concluye Savonarola en tono milenarista, Florencia
será
llamada “la ciudad de Dios”, “será la
más rica, poderosa, y más gloriosa que
haya existido jamás” y gracias a ella se
“reformará Italia” (citado en Mazzitelli,
R. y Racanelli, C. 2008, 31).
En el Compendio de filosofía moral,
escrito en 1484 (Weinstein, D. 2011,
31), Savonarola ofrece un primer esbozo de los postulados
filosófico-políticos
que informan la reforma política que debe acompañar a la
reforma religiosa. Las
premisas allí vertidas tienen su base en el comentario de Santo
Tomás a la
Política de Aristóteles
[17]
,
así como también a otros textos inconclusos del aquinate,
tales como La monarquía y Del
gobierno de los príncipes (De
regimine principum), éste último atribuido
apócrifamente a Tomás de Aquino
pero confeccionado con toda seguridad por Tolomeo de Lucca
[18]
(Mazzitelli, R. y Racanelli, C. 2008, 170-171). Se trata, en suma, de
un texto
de filosofía política aristotélico-tomista que
parte de la premisa de la
natural sociabilidad del hombre, así como del fundamento
teológico del poder
político. Asimismo, admite los principios aristotélicos
que rigen el orden de
la casa, de la familia y de la economía, rechazando la usura
(Savonarola, J.
2008ª, 171) y aceptando la esclavitud y la jerarquía
natural que coloca en la
cúspide al hombre virtuoso y racional (Savonarola, J. 2008a,
173-181). No
obstante, lo más relevante remite a la pregunta por la mejor
forma de gobierno,
es decir, por la forma de gobierno que mejor atiende al bien
común. En este
texto, Savonarola no duda en ubicar a la monarquía por encima de
todo otro
régimen, fundando su juicio en un argumento de orden
teológico. Escribe el
fraile dominico en el capítulo 16 del libro X, intitulado
“Los excelentes deben
gobernar con virtud”:
En efecto,
tales —esto es, los excelentes— son
por
naturaleza los amos de los otros y esos solos pueden dirigir rectamente
a la
multitud. Por lo tanto, si se encontrara uno que excede a todos los
otros en
virtud, conviene que él gobierne, porque esto es lo más
parecido al gobierno
natural y al gobierno de todo el universo en el cual Dios gobierna; y
por ello
los otros no permanecen deshonrados, porque cada uno en una forma de
gobierno
ordenada ama su condición y el honor según su
condición, de allí que en el
gobierno regio no debe gobernar un ciudadano, sino alguien según
su virtud por
sobre los ciudadanos (Savonarola, J. 2008a, 211).
El
argumento de la mayor virtud del
monarca y su semejanza con el gobierno divino de las cosas del mundo y
del
universo legitima la monarquía como mejor forma de gobierno. En
el capítulo 19,
titulado “el gobierno de uno es óptimo, Savonarola
añade una razón más: el
hecho de que “en un régimen de muchos frecuentemente se
originan disensiones” (Savonarola,
J. 2008a, 215), mientras que esto es lógicamente imposible
cuando el gobierno
está regido por una sola persona. Por ello, el bien de la
multitud que es la
paz y la unidad “puede lograrse mucho mejor por uno que por
muchos” (2008a,
215). Así, Savonarola sostiene la fundamentación de la
monarquía en dos
principios con los cuales Maquiavelo disiente: en primer lugar, la
atribución
de Dios como fundamento del orden; en segundo lugar, la idea de que el
gobierno
de muchos genera disensión y, por lo tanto, desunión.
Respecto del primer
punto, como hemos visto en el primer capítulo, Maquiavelo
rechaza la idea de un
fundamento divino del orden político, aunque admite los
beneficios que la
apelación a Dios y a la religión puede tener para la
estabilidad de las
instituciones políticas. Con respecto al segundo argumento,
Maquiavelo, en el
capítulo 4 del libro I de los Discursos,
afirma que fue la desunión entre la plebe y el senado la causa
de la libertad
de Roma (2015, 47-49), desautorizando así la opinión de
la tradición y, por
consiguiente, la de Savonarola.
Ahora bien,
el fraile dominico también reconoce que allí donde la
monarquía deviene
tiranía, es decir, allí donde el gobierno de uno solo
comienza a atender su
propio bien en desmedro del bien común, asistimos al peor de los
regímenes de
gobierno (Savonarola, J. 2008a, 215, 217). Cuando esto ocurre, cuando
el
régimen de gobierno monárquico se degrada hacia una
tiranía, Savonarola acepta
que se puedan instrumentar acciones contra el tirano, siempre que
tengan lugar
mediante la autoridad pública:
En efecto,
así como no atañe a persona privada
alguna
matar a un hombre ni hacer justicia por sí misma, así
tampoco atañe a un
privado matar al tirano o deponer al mismo, ya que no hay que resistir
la
disposición de Dios, sino que debe proceder contra éste
que ocupa el lugar de
Dios, esto es, la potestad pública. Y ésta es o bien
potestad del pueblo, si
atañe a éste instituir al rey, cuando no respete el pacto
con ellos, o bien
potestad de algún señor superior, si a éste
atañe instituir al mismo. Y si de
este modo no puede ser depuesto, debe recurrirse a Dios o en caso
contrario se
debe procurar lo mejor. (Savonarola, J. 2008b, 219)
La
posibilidad de resistirse y
deponer la autoridad del tirano encuentra, nuevamente, su fundamento en
Dios.
Se puede destituir al tirano ya que que éste ocupa
ilegítimamente el lugar de
Dios, al orientar sus acciones de acuerdo con su propio bien y no hacia
el bien
común. Pero esta destitución debe tener lugar a partir
del respeto hacia los
procedimientos dictados por la autoridad pública, la cual existe
por voluntad
de Dios. En caso contrario, esto es, allí donde no es posible
deponer al
tirano, sólo resta encomendarse a Dios. Sea como fuere, para
Savonarola, lo
central estriba en reconocer el fundamento divino sobre el cual
descansa toda
autoridad pública.
Catorce años
después, en 1498, Savonarola escribe su Tratado
acerca del régimen y gobierno de la ciudad de Florencia. A
diferencia del Compendio de filosofía moral, el
estilo
y objetivo del texto es muy distinto, así como también
las conclusiones acerca
del régimen más adecuado para la ciudad. Escrito en un
contexto signado por la
disputa política contra el papado y los adherentes a la causa
medicea, el Tratado asume una mirada práctica y
un
estilo directo e interpelativo, que abandona las consideraciones
relativas al
régimen ideal que informan al Compendio.
Se trata, en definitiva, de un texto cuyo propósito es presentar
un programa
político concreto para la ciudad y para el pueblo de Florencia,
sin por ello
abandonar los principios centrales del Compendio,
vinculados al fundamento divino de la autoridad política y a su
orientación
hacia el bien común.
Así y todo,
fiel a la tradición aristotélico-tomista, el Tratado
inicia con unas consideraciones acerca del carácter social
del hombre, de la necesidad del gobierno en las cosas humanas, del
fundamento
divino que informa a todo gobierno y de su dirección hacia el
bien común (Savonarola,
J. 2008b, 60-69). Ya en el segundo capítulo del tratado primero,
denominado
“Que, siendo el gobierno de uno, cuando es bueno, por naturaleza
óptimo, no es
sin embargo bueno para toda la comunidad”, Savonarola vuelve
sobre el argumento
esgrimido en el Compendio, al
insistir en que el gobierno monárquico es el óptimo por
naturaleza, por su
semejanza con el reino de Dios sobre la naturaleza y el mundo.
Asimismo,
reitera que este régimen, que es el óptimo e ideal,
encierra también el máximo
peligro, a saber, el de devenir una tiranía (2008b, 69-73). Con
todo, Savonarola
afirma que, aunque este gobierno es el óptimo en términos
absolutos, no siempre
es el mejor desde un punto de vista práctico. Y esta
discordancia se produce
porque los pueblos poseen diversas naturalezas y costumbres que
condicionan la
forma de gobierno adecuada a ellas:
Hay pues
algunos pueblos, cuya naturaleza es tal, que no
pueden tolerar el gobierno de uno sin grandes e intolerables
inconvenientes:
como la constitución física y costumbre de algunos
hombres, acostumbrados a
estar al aire libre y en los campos, es tal que, si se los quisiera
encerrar en
bellas y cálidas habitaciones, con elegantes vestidos y
alimentos delicados,
enseguida les haría enfermar y morir. Mas los hombres sabios y
prudentes, que
han de instituir algún gobierno, primero consideran la
naturaleza del pueblo; y
si su naturaleza y costumbre es tal que fácilmente pueda
instaurarse el
gobierno de uno, éste instituyen sobre los demás; pero si
este gobierno no les
conviene, se esfuerzan por establecer el segundo, el de los optimates.
Y si
este aún no lo pudieran soportar, les dan el gobierno civil, con
aquellas leyes
que a la naturaleza de tal pueblo se adapten. (Savonarola, J. 2008b, 75)
De acuerdo
con cómo sean, entonces,
la naturaleza y las costumbres de un determinado pueblo, se puede
instituir el
gobierno de uno (monarquía), el gobierno de los optimates
(aristocracia) o el
gobierno civil (república). La monarquía conviene a los
pueblos de naturaleza
servil, los cuales carecen de sangre e ingenio, e incluso en aquellos
pueblos en
los cuales la sangre, esto es, el corazón y la valentía,
está presente, puede
instituirse fácilmente el gobierno de uno. Sin embargo, en
aquellos pueblos en
los cuales abunda el ingenio y la sangre, es muy difícil que
puedan ser regidos
por una sola persona (Savonarola, J. 2008b, 77). Entre estos
últimos, se
incluye al pueblo de Florencia, cuya naturaleza jamás
podría aceptar el
gobierno de uno solo. Pero, añade el fraile, tampoco
podría admitir el gobierno
de los optimates, puesto que sus costumbres, que operan como una
segunda
naturaleza, lo han inclinado desde siempre al gobierno civil. Por ello,
respecto a la pregunta acerca de cuál es el mejor régimen
posible para el
pueblo de Florencia, concluye Savonarola que “el pueblo
florentino, habiéndose
dado antiguamente el régimen civil, tiene a este respecto tanta
costumbre, que,
más allá de que para éste es el más natural
y conveniente entre todos los
gobiernos, aun por la costumbre está tan impreso en la mente de
los ciudadanos,
que sería difícil y casi imposible alejarlos de tal
gobierno” (2008b, 79).
Savonarola
parece acudir, entonces, a
la experiencia histórica del pueblo florentino para sostener que
en su
naturaleza y en sus costumbres se encuentra arraigado el gobierno
republicano.
Sin embargo, unas líneas más adelante, aclara, mediante
una descripción de la
situación histórica florentina contemporánea, que
dicho gobierno civil es el
fruto del deseo y de la intervención de Dios
[19]
.
Criticando la destrucción suscitada por los años de
gobierno de la familia
Médici en Florencia, Savonarola afirma:
si Dios no
hubiese echado mano, se habría derramado
mucha
sangre y destruidas muchas casas y conllevado discordias y guerras
civiles
tanto dentro como fuera de la ciudad. Y habiendo sucedido lo que
sucedió a
causa de la venida del rey de Francia, no hay duda alguna, para quien
se ha
encontrado en la ciudad en estos tiempos y tiene un poco de juicio, que
ésta
era su última destrucción; pero el consejo y gobierno
civil, que fue fundado no
por hombres sino por Dios, ha sido instrumento de la virtud divina, a
través de
las oraciones de los buenos hombres y mujeres que se encuentran en
ella, para
mantenerla en su libertad. Y en verdad, quien no ha perdido totalmente
a causa
de sus pecados el juicio natural, considerando en cuántos
peligros ha estado
desde hace tres años, no puede negar que no haya estado
gobernada y conservada
por Dios. (Savonarola, J. 2008b, 83)
Puede
observarse, entonces, que
Savonarola ubica en Dios la causa final de la restauración del
gobierno civil,
retomando el tono milenarista del cual hemos hecho mención.
Así, el fraile,
quien ya por ese entonces había propiciado la creación
del Consejo Grande,
logra articular, con el objetivo práctico de legitimar su
proyecto político
impulsado en Florencia, el principio del fundamento divino de la
autoridad
política con la arraigada tradición republicana del
republicanismo florentino,
produciendo, dentro de su propio pensamiento, una transición
desde el
monarquismo conceptual hacia el republicanismo práctico
(Weinstein, D. 1970,
295).
Más
adelante, en el primer capítulo
del tercer y último tratado, Savonarola expone la forma que debe
adquirir el
gobierno civil, que se corresponde con aquella que se instituye en
Florencia a
partir de 1494. Ésta no es otra que el Consejo grande,
constituido por un gran
número de ciudadanos, que reciben su autoridad de todo el
pueblo. Se trata de
un órgano de gobierno que debe ser afianzado a través de
fortísimas leyes y
conformado por ciudadanos cuya única ocupación consista
en atender los asuntos
de la ciudad, reuniéndose periódicamente para tomar las
medidas adecuadas para
resolver los asuntos que surjan, orientando dichas medidas hacia el
bien común
(Savonarola, J. 2008b 131-135).
Luego de
esbozar los lineamientos formales del gobierno civil, Savonarola indica
cuáles
deben ser las pautas de comportamiento que deben guiar las acciones de
los
individuos a los fines de perfeccionar este gobierno civil. En ese
segundo
capítulo del tercer tratado dice Savonarola que, con vistas a
perfeccionar el
gobierno civil, es necesario que todos los ciudadanos dispongan de
cuatro
cosas:
Primero el
temor de Dios; puesto que es patente que todo
reino y gobierno procede de Dios, como también todas las cosas
proceden de Él,
siendo la causa primera que gobierna todas las cosas; y vemos que el
gobierno
en las cosas naturales es perfecto y estable, puesto que la naturaleza
está a
Él sometida y no se resisten a su gobierno; de esta forma, si
los ciudadanos
temieran a Dios y se sometieran a sus mandamientos, sin duda les
guiaría a la
perfección de este gobierno y les iluminaría acerca de
todo lo que ellos
debieran hacer [...] Segundo, sería necesario que amasen el bien
común de la
ciudad y que cuando ocupan las magistraturas y otras dignidades,
dejasen de lado
todas sus propiedades y los intereses de sus parientes y amigos, y
tuviesen
ojos sólo para el bien común [...] Por otra parte,
merecerían que el bien común
fuese acrecentado por Dios, de donde, entre otras razones por las que
los
romanos extendieron tanto su imperio, se encuentra esta: que ellos
amaban mucho
el bien común de la ciudad; y Dios, deseando recompensar esta
buena acción
[...] la recompensó con bienes temporales acordes a la obra,
esto es,
acrecentando el bien común de la ciudad y extendiendo su imperio
a todo el
mundo [...] Tercero, sería necesario que los ciudadanos se
amasen, y
desistiesen de todos sus odios, y olvidasen todas las injurias de
tiempos
pasados, puesto que los odios, las malas afecciones y envidias
enceguecen el
ojo del intelecto y no permiten ver la verdad [...] Asimismo,
encontrándose en
concordia entre ellos, Dios recompensaría su benevolencia,
dándoles un gobierno
perfecto y aumentándolo [...] Si entonces los ciudadanos de
Florencia se amasen
con caridad natural y sobrenatural, Dios multiplicaría sus
bienes espirituales
y temporales [...] Cuarto, se necesitaría hacer justicia, porque
la justicia
purga a la ciudad de los hombres malvados, y los hace vivir en el
temor, y los
buenos y justos se mantienen superiores, porque son electos para las
dignidades
de buen grado por quien ama la justicia; los que luego son iluminados
por Dios
para hacer buenas leyes, y son causa de todo bien en la ciudad, que por
esto
reboza de virtud, y la virtud es siempre premiada por la justicia, y se
multiplican
los hombres buenos, que se congregan de buen grado donde habita la
justicia: y
Dios, por esto, entonces aún más extiende su imperio.
(Savonarola, 2008b, 137,
139, 141)
En este
punto, se hace evidente el
marcado cariz cristiano que tiñe a dichos preceptos. En todos
ellos están
presente los fundamentos axiológicos del cristianismo. El temor
de Dios es
necesario, puesto que todo gobierno procede de él y es grato a
Dios que los
ciudadanos guarden respeto por él y por su autoridad. El bien
común también es
deseable para Dios y éste recompensa a quienes orientan su
conducta hacia ello,
como hizo con el imperio romano. Además, Dios también
recompensa allí donde
reina el amor y la justicia entre los ciudadanos, porque, así
como Dios
dispensa el amor hacia los hombres, castiga a los malvados y recompensa
a los
buenos, así también desea que entre los hombres
prevalezca el amor y la
justicia, premiando a aquellos que los cultivan y castigando a quienes
son
injustos y se mueven por el odio.
De este
modo, detrás de los preceptos
dictados por Savonarola, se puede observar una concepción moral
profundamente
cristiana, que reconoce en la bondad, en el bien, en el amor y en la
justicia,
pero también en la pobreza, en la misericordia y en la humildad,
los valores
fundamentales que constituyen la mejor forma de vida y la mejor forma
de
gobierno. La realización de esos preceptos por parte de los
ciudadanos y de
quienes dirigen el gobierno civil conduce, finalmente, a la felicidad
terrena,
espiritual y eterna, de las cuales Savonarola se ocupa en el final del Tratado. La primera de ellas, la
felicidad terrena, consiste en vivir en verdadera libertad, resguardado
en la
seguridad de la ciudad, atendiendo cada ciudadano los asuntos que
considere
necesarios, al amparo y cobijo de Dios (Savonarola, J. 2008b, 145). La
felicidad espiritual radica en que cada uno pueda entregarse al buen
vivir
cristiano, y que los magistrados hagan justicia sin recibir amenazas,
difundiendo, también, el culto divino (2008b, 145, 147).
Finalmente, la
felicidad eterna estriba en la vida eterna en el cielo, cuyo acceso
está a dado
a quienes gobiernan bien la ciudad y a todo ciudadano que se rija por
los
preceptos susodichos. Son estos hombres quienes más honran a
Dios y quienes, por
consiguiente, merecen el mayor de los premios, la vida eterna.
Savonarola
culmina su Tratado señalando el
destino celestial que aguarda a todos los que obran bien y advirtiendo
sobre la
dirección infernal a la que inexorablemente tienden los hombres
que se apartan
del buen vivir cristiano:
Siendo por
tanto (como hemos probado) feliz y semejante a
Dios quien rige bien, e infeliz y semejante al diablo quien rige mal,
todo
ciudadano debe desistir de sus pecados y sus afecciones propias, y
esforzarse
por regir bien, conservar, aumentar y perfeccionar este gobierno civil,
para
honra de Dios y salud de las almas, sobre todo habiendo sido dado
especialmente
por él a causa del amor para con esta ciudad, a fin de que sea
feliz en este
mundo y en el otro, por la gracia de nuestro salvador Jesucristo, rey
de reyes
y señor de señores, que con el Padre y el Espíritu
Santo vive y reina por los
siglos de los siglos. (Savonarola, J. 2008b, 155, 157)
De esta
forma, Savonarola concluye su
Tratado, mediante el cual expone la forma
que debe adquirir la reforma política que debe acompañar
a la reforma religiosa
de Italia. Como hemos señalado, Savonarola, en efecto, logra
llevar adelante
una parte de esta reforma política, creando en 1494 el Consejo
Grande, que
amplió significativamente la participación en el
órgano de gobierno de la
ciudad de Florencia. Sin embargo, es conocido su desenlace: tras una
larga
serie de luchas políticas internas contra los partidarios de los
Médici y,
sobre todo, luego de un conjunto de disputas contra la Iglesia,
encabezada por
el papa Alejandro VI, la caída de Savonarola se precipita. La
Iglesia lo
excomulga y lo acusa de herejía, siendo condenado a muerte el 22
de mayo de
1498. Al día siguiente, el 23 de mayo de 1498, es ejecutado a
horca y fuego (Mazzitelli,
R. y Racanelli, C. 2008, 46).
Llegados
hasta aquí, no llama la atención que en el Tratado
acerca del régimen y gobierno de la ciudad de Florencia no
haya referencia
alguna a cuestiones militares. Esta es precisamente la crítica
central que
Maquiavelo le realiza a Savonarola. Encomendar la defensa de la ciudad
a Dios
es semejante a encomendarse al arbitrio de la fortuna. Así, a
diferencia de lo
que ocurre con Moisés, la imagen de Savonarola se presenta como
la de un gran hombre,
pero no como la de un hombre excelente y virtuoso, de aquellos de los
cuales
Maquiavelo habla en el capítulo VI de El
Príncipe. Savonarola porta la inteligencia de un grande, que
reconoce en el
pueblo la fuente de su autoridad y en la religión un instrumento
para concitar
adhesión y obediencia. Logra persuadir al pueblo florentino de
que Dios lo
acompaña en sus designios, incluso sin realizar nada
extraordinario que
confirme esa persuasión. Savonarola, con su capacidad
retórica, logra
conquistar la fe del pueblo florentino. Sin embargo, como expresa
Maquiavelo,
el fraile no sostiene con la espada lo que construye con la boca. A
diferencia
de Moisés, Savonarola no realiza un diagnóstico adecuado
del campo de fuerzas
que lo rodea. Anclado en la confianza que le reporta la fuerza de su
persuasión, desconoce la importancia del carácter
persuasivo de la fuerza. No
consigue comprender que para combatir la envidia de los grandes
—de Alejandro
VI y de los partidarios de los Médici— hace falta recurrir
a las armas, es
necesario ser cruel con quienes se oponen a sus designios. Su pecado,
por
tanto, consiste en no haber sabido leer “inteligentemente”
la Biblia, en haber
quedado preso de la literalidad del Nuevo Testamento y de la vida de
Cristo.
Precisamente, por haber caído preso de su comprensión del
cristianismo, por
haberse ensimismado en el presunto poder de la oración y en la
fascinación de
su imagen de profeta, olvidó que todo orden político
estable perdura si
sostiene su legitimidad con la fuerza de las armas.
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[1]
Una exposición de esta crítica puede
encontrase en Parsons, W. 2016 y
también en Sullivan, V. 1996.
[2]
Una breve e interesante biografía
histórico-política de Savonarola
puede encontrarse en la introducción de su Tratado
acerca del régimen y gobierno de la ciudad de Florencia, a
cargo de Román
Mazzitelli y Cinzia Racanelli, 2008. Para una biografía
documentada y
pormenorizada, cf. Ridolfi, R.1981.
[3]
La primera percepción de esta capacidad
retórica por parte de
Savonarola es registrada por Maquiavelo en una carta del 9 de marzo de
1498
(Machiavelli, N. 1971: 1010-1012; Maquiavelo, N. 2013b: 439-442),
dirigida a
Ricciardo Becchi, orador de la república en la corte papal, de
acentuada
tendencia antisavonaroliana (Granada, M. 1988; Landi, S. 2017).
Allí, Maquiavelo,
que había asistido personalmente a uno de los sermones ofrecidos
por
Savonarola, le expresa a Becchi sus impresiones acerca del fraile
dominico. En
su evaluación del sermón pondera enfáticamente la
capacidad retórica de
Savonarola, “prestando atención a su método y a los
efectos producidos sobre el
público de devotos” (Landi, S. 2017: 37). Su juicio sobre
Savonarola resulta
así eminentemente técnico (Martelli, M. 2009: 272),
porque parece reducirse a
un análisis de sus competencias como orador. Sobre la novedad de
la retórica de
Savonarola con respecto a la retórica religiosa en la
tradición florentina, cf.
Jurdjevic, M. 2014.
[4]
Una interesante interpretación de la
cuestión de las armas,
específicamente del dictum
maquiaveliano en torno a la necesidad de las armas propias, puede verse
en
Volco, A. 2016b.
[5]
Durante los años 1494 a 1498, Savonarola goza de
la fama de profeta
en Florencia e incluso se posiciona a la cabeza del gobierno de
Florencia tras
el derrumbe del régimen mediceo, producido por la
invasión de Carlos VIII en
Italia (Weinstein, 1958: 291; 1970; Colish, 1999: 600). Desde
allí, en 1494,
impulsa una reforma política que culmina en la creación
del Consejo Grande,
órgano que permite una ampliación de la
participación y la representación
política en el gobierno de la república de Florencia
(Mazzitelli, R. y
Racanelli, C. 2008: 35; Villari, C. 1898: 287 y ss.). Tras una larga
serie de
críticas y disputas contra la Iglesia, acelerada por su
creciente pérdida de
influencia en el seno del pueblo de Florencia, el 23 de mayo de 1498 es
acusado
de herejía y ejecutado a horca y fuego juntoe a sus dos
más fieles seguidores (Mazzitelli,
R. y Racanelli, C. 2008: 41-46).
[6]
Nos permitimos alterar aquí la traducción
vertida por Ana Martínez
Arancón. Allí donde dice
“hablase”, debiera decir “hablaba”. La
versión italiana reza: “Al popolo di
Firenze non pare essere né ignorante né rozzo: nondimeno
da frate Girolamo
Savonarla fu persuaso che parlava con
Dio” (Machiavelli, N. 1971, 94, cursivas nuestras).
[7]
A los sermones, Maquiavelo agrega aquí los
escritos de Savonarola
como fuente de sus reflexiones en torno a su figura.
[8]
De hecho, de acuerdo con McCormick, junto a la
creación del gran
Consejo, la implementación de esta ley es considerada una de las
innovaciones
institucionales fundamentales del período savonaroliano
(McCormick, J. 2007:
385-411; Tavera Villegas, H. D. 2019, 131).
[9]
“En agosto se descubrió en Florencia una
conjura para el regreso de
los Médicis y varios nobles fueron condenados y ajusticiados,
negándoseles la
apelación propugnada por Savonarola con el silencio
cómplice de éste”
(Mastrangelo, S 2013, 30)
[10]
William Parsons (2016, 51) afirma que el término
“sabios del mundo”
es una referencia a la Primera Carta a los Corintios
(I, 18-31), en donde Pablo opone la sabiduría divina a la
“sabiduría del
mundo”. Desde esta óptica, la crítica a Savonarola
puede ser interpretada en
conexión con la crítica maquiaveliana a la
enseñanza y la axiología cristiana.
En la siguiente sección, intentaremos mostrar que la doctrina
savonaroliana se
encuentra cargada de aquellos valores cristianos que Maquiavelo condena
y que,
a nuestro juicio, constituyen la razón de su fracaso.
[11]
Así, la sentencia maquiaveliana del
capítulo VI que dice “Es
necesario, por tanto, si se quiere comprender bien esta parte, examinar
si
estos innovadores se valen por sí mismos o si dependen de otros,
es decir si
para llevar adelante su obra necesitan predicar
o, por el contrario, pueden recurrir a la fuerza [cioè, se
per condurre
l’opera loro bisogna che preghino, overo possono forzare]”
(Maquiavelo, N.
2014, 68, cursivas nuestras) parece aludir nuevamente a la
contraposición entre
el ejemplo de Moisés y el de Savonarola. Recogemos la
traducción de El
Príncipe a cargo de Miguel Ángel Granada, puesto que
en este pasaje se
mantiene más fiel al sentido original.
[12]
Si bien suscribimos esta hipótesis del texto de
Colish, no podemos
adherir a las conclusiones a las que arriba. Según la autora,
Maquiavelo
profesa un cristianismo anticlerical, según el cual Dios
interviene en los
asuntos humanos junto a la necesidad y la fortuna (1999: 602-603). Si
bien es
cierto que Maquiavelo reconoce ciertos elementos positivos en el
cristianismo,
creemos que no es posible sostener que profese dicha religión.
En todo caso, se
trata de una más entre las tantas religiones que, “bien
usada” e interpretada
según la virtù, puede contribuir en
la estabilidad del orden político (Maquiavelo, N. 2015, 222-223).
[13]
Para un análisis del lenguaje y del contexto en
el cual se situan
sus sermones, cf. Fubini, R. 1998, 2009a. Visto en esta clave, el uso
savonaroliano del texto bíblico puede interpretarse como una
lectura
“inteligente” de la Biblia, es decir, desprovista de una
función meramente
sagrada y adaptado a determinados fines políticos.
[14]
Tempranamente, ya en 1475, Savonarola escribe De la ruina de la Iglesia, un poema dedicado a criticar a la
Iglesia por haber descuidado sus deberes fundamentales: “[...]
así dije a la
pía madre antigua [la Iglesia primitiva] / del gran deseo que
tengo siempre de
llorar: / y ella [...] / tomó mi mano, y a su humilde / cueva me
condujo
lagrimeando; / y allí dijo: cuando / vi entrar en Roma esa
soberbia , / que va
tras de las flores y las hierbas / con seguridad, me
constriñó tanto / de allí
que llevo mi vida en llanto…” (citado en Mazzitelli, R. y
Racanelli, C. 2008:
12; también Villari, C. 1898, 400-401
[15]
Savonarola consagró un tratado titulado La simplicidad de la vida cristiana a la
enunciación de los
preceptos que guían la vida individual de cada cristiano.
Allí, además de
reiterar sus críticas hacia lo que considera una
desviación fundamental con
respecto a sus deberes por parte de la Iglesia, propone una reforma de
la
conducta, basada en los pilares centrales de la vida cristiana: la
simplicidad
interior, la humildad y la entrega devota hacia Dios. Cf. Savonarola,
J. 2005.
[16]
Precisamente, Sebastián Torres indica que la caritas
franciscana
cumplió un papel fundamental en la renovación del
cristianismo durante el
humanismo cívico. En este contexto, la emergencia del
“fenómeno Savonarola”
será posible, en parte, por la confluencia entre ciertos
elementos propios de
la tradición republicana, la predicación a favor de la
compasión y la
reivindicación de la pobreza como virtud fundamental del
cristianismo (Torres, S.
2013, 86, n. 94).
[17]
Cf. la excelente versión española a cargo
de Pedro de Alvernia
(Tomás de Aquino, 2001)
[18]
Se trata de un mismo texto, aunque dividido luego en dos
partes a
causa de la dificultad para atribuir su autoría. El primero de
ellos, La monarquía, es adjudicado a
Tomás y
está escrito hasta libro II, capítulo 8 (Tomás de
Aquino, 1989); el otro,
llamado luego Del gobierno de los
príncipes (De regimine principum),
fue escrito por Tolomeo de Lucca, a pesar de que la edición
española atribuya
su autoría a Tomás (Tomás de Aquino, 1975)
[19]
Visto desde esta óptica, si bien es cierto que,
tal cual señala
Skinner, Savonarola parece retomar aquí el apego a la libertad
republicana
propio de la tradición de los humanistas cívicos
(Skinner, Q. 1993, 147), dicha
recuperación se produce bajo el cariz teológico de la
voluntad divina, que
desea la libertad del pueblo florentino como el bien más valioso
y como una
cuestión inseparable del bien común (Weinstein, D. 1970,
305).