Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 24 / Sección Artículos
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2022 /
.
Sarmiento as a Lawyer. His Formation and Self-Representation
Ariel Alberto Eiris
Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET),
Universidad Católica Argentina (UCA), Universidad
del Salvador (USAL), Argentina.
Recibido: 22/10/2021
Aceptado: 22/08/2022
Resumen.
Domingo Faustino Sarmiento constituye una figura de relevante interés para la
historia de las ideas y la política. Ocupó diversas funciones de gobierno e
integró espacios intelectuales de trascendencia regional. Por ello varios
investigadores lo han conceptuado como un “letrado”. Sin embargo, Sarmiento no
siempre se identificó con ese lenguaje. El presente trabajo busca ahondar en
este concepto aplicado a su persona, a través de las referencias que el propio
Sarmiento y sus allegados hacían al respecto, estudiando sus dificultades para
acceder a un título universitario, su intención de legitimarse en la elite
letrada y las dificultades sufridas por no haber tenido estudios
universitarios.
Palabras
Clave. Domingo Faustino Sarmiento, letrado, universidad, derecho, formación
educativa
Abstract. Domingo Faustino Sarmiento is a figure of
relevant interest for the history of ideas and politics. He held various
government functions and integrated intellectual spaces of regional importance.
For this reason, several researchers have conceptualized him as a
"lawyer". However, Sarmiento did not always identify himself with
that language. The present work seeks to delve into this concept applied to his
person, through the references that Sarmiento himself and his relatives made in
this regard, studying his difficulties in accessing a university degree, his
intention to legitimize himself in the legal elite and the difficulties
suffered for not having had university studies.
Keywords. Domingo Faustino Sarmiento, lawyer,
university, law, educational.
Domingo Faustino
Sarmiento (1811-1888) fue una figura de amplia proyección historiográfica. Ha
sido objeto de centenares de estudios, tanto específicos como circunstanciales
que se vinculan con su trayectoria (Palcos, A. 1962; Verdevoye, P. 1963;
Botana, N. 1984; Palti, E. 1991; De Marco, M. A., 2016). A través de esos
trabajos, se evidencian distintas identidades o roles que asumió a lo largo de
su vida pública, tales como educador, periodista, escritor, militar, funcionario,
gobernador de la provincia de San Juan, diplomático y presidente de la República
Argentina.
En su conjunto, estos
trabajos tienden a posicionarlo como una personalidad autodidacta, generadora
de conocimiento y cultura, que intervino también en la política y la gestión
pública. De allí que, al momento de estudiar sus principales obras, relevantes
investigaciones hayan confluido en posicionarlo como un “letrado” o “pensador”
hispanoamericano. El término le es aplicado dada su producción cultural, más
allá de las particularidades de su educación no universitaria
[1]
.
Esta concepción tenía un sentido particular en el siglo XIX, ya que hacía
referencia tanto al alfabetizado, como “al que trabaja con las letras” mediante
un desempeño intelectual en su sentido amplio
[2]
. Se trataba
de figuras eruditas, formadas y preparadas tanto para la actividad teórica
intelectual, como para el ejercicio de cargos de gobierno. Por tal cuestión el
término aludía a su especialidad en la cultura escrita fundamentada en amplias
y variadas áreas del conocimiento
[3]
. Su
capacidad intelectual quedaba estrechamente vinculada al conocimiento del
funcionamiento jurídico del cuerpo político y a sus necesidades. Por todo ello,
el letrado era un “hombre de saber” (Mazín, O. 2008, 53-78), de erudición
general que durante el período estudiado se encontraba preparado para responder
a las necesidades de gobierno, por lo que su desempeño no podía quedar aislado
de la actividad política
[4]
.
Sin embargo, por lo
general dichos letrados eran universitarios, preferentemente doctores en
Derecho. De allí la superposición que a veces se producía entre el letrado y el
abogado. El concepto de letrado simbolizaba más que la persona formada en el
derecho. Era un productor de saber intelectual, mientras que el abogado era
específicamente aquella persona recibida en derecho y capacitada para el
ejercicio de su profesión en la esfera privada o en la administración de
justicia
[5]
. Existieron
figuras no universitarias que, por su autoformación, adquirieron una gran erudición
que pudieron reflejar en obras escritas y/o acciones de gobierno que
impulsaron. Entre ellas se destacó Bernandino Rivadavia
[6]
.
Otras que sólo con el título de bachiller en derecho, pudieron ejercer altos
cargos en la administración de justicia y en la enseñanza, por lo que recibieron
en reconocimiento el título de doctor en derecho honoris causa, sin haber cursado las prácticas correspondientes,
tal fue el caso de Dalmacio Vélez Sarsfield, quien incluso llegó a presidir la
Academia de Jurisprudencia de Buenos Aires, institución donde los estudiantes
de derecho debían hacer sus prácticas para recibir el título de doctor
[7]
.
No obstante, se evidencia la necesidad de legitimación que estas figuras
necesitaban, al no tener el estudio universitario adecuado.
En ese marco general,
surge la cuestión por el carácter letrado de Sarmiento. Figura de erudición,
fue escritor e impulsor de políticas públicas. Pese a no haber estudiado en una
universidad, se posicionó como un hombre capaz de debatir con letrados
universitarios consagrados, como Juan Bautista Alberdi, quien lo cuestionó por
su falta de preparación universitaria. Recién recibiría en 1868 el título honoris causa de doctor en Derecho en
Estados Unidos. Frente a ello, se plantea ¿Fue Sarmiento un letrado? ¿Cómo se
representó a sí mismo frente a sus colegas eruditos? ¿De qué maneras Sarmiento
y sus detractores usaban el concepto de letrado? Se entiende que Sarmiento
siempre buscó ser reconocido como un hacedor de producción intelectual y hombre
de saber, que podía escribir sobre diversos temas, entre ellos lo jurídico.
Pretendió sostener esa imagen, ya fuese como un letrado, como un maestro o como
un erudito que gobierna. Sin embargo, la falta de estudios universitarios y le
generó cuestionamientos y críticas hacia su supuesto carácter letrado, por lo
que buscó legitimarse en sus propias obras y finalmente con el título honoris causa recibido.
Para ahondar en esta
cuestión, se reconstruirá la formación estudiantil y autodidacta de Sarmiento,
junto con los vínculos que le permitieron posicionarse como un erudito, primero
provincial, luego nacional. Se tomarán sus propios discursos como Mi Defensa, Recuerdos de Provincia y cartas personales para poder analizar la
representación que Sarmiento hacía de sí mismo y cómo era reconocido o no por
sus colegas eruditos. Se realizará un análisis del discurso, que permita
contextualizar su producción, la forma en que ésta dialoga con otros discursos
de sus contemporáneos y la manera en que a través de ellos Sarmiento buscaba
interferir en su medio, al intentar legitimar su actuación. El trabajo se
estructurará en una primera parte centrada en su formación juvenil, luego en su
integración en la vida cultural rioplatense y finalmente su accionar y discurso
desde los cargos de gobierno que tuvo luego de 1852.
Nacido en una familia
perteneciente a linajes de la elite criolla, Sarmiento no ostentó sin embargo
los atributos y comodidades de aquel estatus. Por ese entonces, se era “gente
decente” en cuento se pertenecía a una familia que tenía acceso a la formación
alfabetizada y se integraba a la vida pública local
[8]
,
tanto con su adscripción a una corporación productiva como su participación en
el Cabildo, para lo que se debía ser propietario y recibir el título de
“vecino”
[9]
.
Tal era la posición de sus padres, José Clemente Sarmiento Quiroga y Paula
Albarracín. A través de su padre, la familia estaba vinculada con figuras
relevantes de la elite regional, como los Quiroga y los Del Carril. Sin embargo,
José Clemente no conservaba una relevante fortuna, pese a su actividad
mercantil y su pertenencia a los “vecinos” de la ciudad de San Juan. Respecto a
su madre, la familia Albarracín tenía una relevante trayectoria en la carrera
eclesiástica. A su vez, estaba emparentada con los Oro, muchos de ellos
letrados universitarios y sacerdotes, como Justo Santa María de Oro
(congresista y Tucumán en 1816) y Domingo de Oro (letrado de Estados provinciales
como Entre Ríos y Santa Fe en la década de 1820).
De ambas líneas familiares, Sarmiento
mantendría un acercamiento más importante con la materna, siendo sus padrinos
de bautismo José Albarracín y Paula de Oro, cuya ceremonia ofició su tío, Francisco
Albarracín. Pese a esta trama relacional, la familia Sarmiento no tenía
recursos económicos relevantes, aunque permanecía vinculada con figuras letradas
y eclesiásticas de influencia local.
En aquel marco, el
propio Sarmiento recordaría que su padre buscaba que fuera un letrado, para lo
cual le impulsó el gusto por la lectura desde muy joven (Halperin Donghi, T.
2013, 307). No obstante, Sarmiento diría al respecto: “Mi pobre padre,
ignorante pero solícito de que sus hijos no lo fuesen… me hacía leer sin piedad
por mis cortos años la Historia crítica
de España de Juan Masdeu, en cuatro volúmenes, el Desiderio y Electo, y
otros librotes abominables que no he vuelto a leer” (Sarmiento, D. F. 1962,
165). Ello señala la intensión de su padre por que su hijo se forme como
erudito, en similitud a sus parientes, pese a la falta de preparación que él
mismo tenía, al menos según el criterio de Sarmiento.
No obstante, José
Clemente no descartaba la idea de que su hijo fuera militar, al igual que él lo
había hecho al adscribir a la Revolución de Mayo desde San Juan e integrarse
como tesorero del Ejército del Norte. Por su parte, su madre buscaba que
Sarmiento fuera sacerdote y a través de la carrera eclesiástica pudiera actuar
como un letrado erudito y ascender en la carrera administrativa, como lo habían
hecho sus parientes Albarracín y Oro. Debe entenderse para eso, que por aquel
entonces la esfera religiosa permanecía unida a la vida pública, de forma tal
que un sacerdote era funcionario de gobierno y gozaba de la formación letrada.
Por tal motivo, la carrera eclesiástica era promovida y ponderada, como forma
de ascenso (Di Stefano, R. 2004, 43).
Así se evidencia la
intención de ambos progenitores, porque su hijo se convirtiera en un erudito
letrado, ya fuera como sacerdote o laico, incluso sin negar la posibilidad de que
hiciera una carrera militar.
Siguiendo las prácticas
de la “gente decente”, la familia Sarmiento buscó que su hijo estudiara en un
Colegio, a fin de obtener los conocimientos previos y necesarios para su
posterior ingreso a la universidad. En ese contexto, en 1816 la Intendencia de
Cuyo que gobernaba José de San Martín, dispuso la creación de las denominadas
Escuelas de la Patria, con el objetivo de fortalecer la educación primaria y
formar tanto intelectual como cívicamente a la población local (Puebla, 2020,
586). Sarmiento asistió con solo 5 años a la escuela establecida en San Juan.
Allí, el joven pasó varios años, donde pudo recibir una formación amplia, según
los criterios pedagógicos lancasterianas y los programas de estudio que se
concentraban en las artes liberales de carácter retórico, la lógica, la
teología y filosofía en general (Mazín, O. 2008, 55).
Sarmiento señalaba que
su padre lo hacía sentirse talentoso y que esa misma sensación se le fortalecía
en el colegio, donde podía lucir sus capacidades frente a otros compañeros. Esa
autoestima se fortaleció con su reconocimiento en la escuela, donde le
otorgaron el “1° asiento” destinado a los alumnos más destacados (Sarmiento, D.
F. 1962, 166).
En coherencia con la
perspectiva familiar ya señalada, y con la capacidad que el joven expresaba en
el Colegio, José Clemente consideró la posibilidad de inscribir a su hijo en el
Seminario de Loreto, en Córdoba (Sarmiento, D. F. 1962, 167). A partir de allí,
podría empalmar sus estudios con la carrera eclesiástica que su madre quería, e
incluso acceder a la formación letrada en Córdoba, sede de la única universidad
presente en las Provincias Unidas en aquel momento. Debe considerarse que la
unidad de las Provincias Unidas había colapsado en 1820 frente a la caída del
Directorio y la consecuente Atomización de las Provincias Unidas. En aquel
escenario, las ciudades relevantes, constituyeron sobre sus jurisdicciones
capitulares autoridades provinciales, que rompieron las anteriores divisiones
de intendencias existentes
[10]
.
Así fue el nacimiento de la provincia de San Juan, a partir la sublevación del
Regimiento 1º de Cazadores de los Andes, comandando por Mariano Mendizábal. Por
su parte, Córdoba se había declaro provincia y organizado rápidamente bajo la
gobernación de Juan Bautista Bustos. Su estabilidad interna, le permitía ser un
mediador en otros conflictos interprovinciales, como lo hizo al intervenir en
la firma del Tratado de Benegas que establecía la paz entre Buenos Aires y
Santa Fe, al tiempo que convocaba a un Congreso Constituyente en Córdoba
(Agüero, A., 2018). Eso señalaba la importancia que la naciente provincia adquiría
en el nuevo escenario de fragmentación jurisdiccional. Frente a ello, el
interés de la familia Sarmiento por la formación de su hijo, hizo que vieran a
Córdoba como un espacio importante tanto por su tradición educativa, como por
su vigente hegemonía interprovincial.
Con el objetivo de sumar
a su hijo al Seminario de Loreto, los Sarmiento viajaron a la provincia de
Córdoba a principios de 1821. Sin embargo, problemas de salud del joven,
impidieron que a sus 10 años pudiera ingresar al Seminario. Debieron regresar a
la provincia de San Juan y Sarmiento tuvo que continuar con sus estudios en la
Escuela de la Patria (Sarmiento, D. F. 1962, 33). Si bien ello representó un
golpe a las aspiraciones familiares, pronto habría una nueva oportunidad de
inscribir a su hijo en un espacio formativo relevante.
A partir de 1821, Buenos
Aires estaba saliendo de la crisis interna que la había azotado el año
anterior. Bajo la gobernación de Martín Rodríguez y el ministerio de Rivadavia,
la provincia se reorganizó institucionalmente y fortaleció su productividad
económica, lo que le permitió establecer una actitud hegemónica capaz de
sabotear la convocatoria al Congreso de Córdoba, mediante la firma del Tratado
del Cuadrilátero (1822) que postergaba la reunión del poder constituyente. En
ese marco, Rivadavia estableció un conjunto de reformas destinadas a ese fortalecimiento
provincial. Entre ellas, en el ámbito educativo creó la Universidad de Buenos
Aires, empalmada con el anterior Colegio de San Carlos, ahora refundado como
Colegio de Ciencias Morales (Ternavasio, M. 1998, 159-198).
De esa manera, Buenos Aires
se constituía en una alternativa educativa a Córdoba, con quien incluso
rivalizaba en términos políticos y económicos por entonces. Frente a ello,
Rivadavia buscó atraer a los hijos de las elites provinciales a Buenos Aires.
Por eso se ofrecieron becas para aquellas familias de “gente decente” del
interior que no podían acceder a una educación que considerasen adecuada o que
aspiraran para sus hijos. Fue así que en 1823 llegó a San Juan la oferta de
seis becas para el estudio en el Colegio de Ciencias Morales. La familia
Sarmiento buscó que su hijo pudiera acceder a esa beca, pudiendo viajar entonces
a Buenos Aires, formarse allí, continuar sus estudios en la recién creada
universidad y vincularse con la actividad letrada de la provincia que emergía
como hegemónica en la región.
Sarmiento recordaría que,
por sus aptitudes, encabezaba la lista de candidatos a la beca. Pero como
muchas familias de elite inscribieron allí a sus hijos, incluso familias con muchos
más recursos que la suya, se optó por un sistema de sorteo. El mismo fue
desfavorable para Sarmiento, quien diría:
la fausta
noticia de ser mi nombre el que encabezaba la lista de los hijos predilectos
que iban a tomar bajo su amparo la nación. Empero se despertó la codicia de los
ricos, hubo empeños, todos los ciudadanos se hallaban en el caso de la
donación, y hubo de formarse una lista de todos los candidatos; echóse a la
suerte la elección, y como la fortuna no era el patrono de mi familia, no me
tocó ser uno de los seis agraciados. (Sarmiento, D. F. 1962, 167)
La cita señala el recelo
que la situación generó en el joven Sarmiento, quien veía definitivamente
coartada la posibilidad de conseguir un cupo en las recién creadas
instituciones educativas de Buenos Aires. No obstante, entre los ganadores de
la beca se encontraban otros jóvenes que al igual que él, si bien integraban la
“gente decente”, no poseía importantes recursos familiares. Entre ellos estaba Antonio
Aberastain, quien sería su amigo y una figura muy cercana durante sus primeras
actividades públicas, poco tiempo después.
Frente a la situación
presentada, Sarmiento parecía haber quedado afuera de la elite letrada, al no
poder acceder a los espacios formativos idóneos para constituirse en un
erudito, un posible funcionario, un experto en asuntos jurídicos y legales. Sin
embargo, Sarmiento buscaría acceder a ese espacio por otro medio que no fuera
la educación formal. Lo haría como autodidacta y a partir de los vínculos
intelectuales que lograría formar.
Pese a no haber podido
acceder a los espacios educativos que deseaba, Sarmiento se mantuvo como un
autodidacta. Fue formado principalmente por su tío José de Oro, quien le
instruyó en latín, teología y filosofía, a partir esencialmente de autores
jesuitas. Su tío a su vez era un funcionario del gobierno provincial, siendo
asesor del gobernador Salvador María del Carril. También era hermano de Domingo
de Oro, funcionario por entonces del gobierno de Lucio N. Mansilla en Entre Ríos
y luego de Estanislao López en Santa Fe (Halperin Donghi, T. 2013, 299). Esas
trayectorias de sus tíos, uno de ellos quien fuera su principal instructor,
señalan el carácter letrado pero consagrado que ambos tenían. Eran sacerdotes
eruditos, que actuaban como funcionarios al servicio de los gobiernos
provinciales, Sarmiento no pudo acceder a los claustros universitarios o
seminarios como ellos, pero buscaba estar asociado a sus figuras y aprender de
ellos, en particular de José de Oro. Sarmiento expresaba sentirse “heredero” de
la elite prerrevolucionaria y a la vez buscaba ser un hombre de los nuevos
tiempos independientes que le tocaba vivir (Altamirano, C. y Sarlo, B. 1997,
104). Una figura bisagra que debía interpretar su época y actuar dentro de sus necesidades
coyunturales.
Su familia estaba
emparentada con el federalismo, por lo que su tío José participó de la
revolución contra las políticas de Del Carril, acusado de antirreligioso con el
apoyo de grupos federales que respondían a Facundo Quiroga. La revolución
fracasó en 1825, por lo que José de Oro tuvo que exiliarse a San Luis, a donde
Sarmiento decidió acompañarlo. Allí colaboró con su tío en la fundación de un
Colegio y amplió su autoerudición, pudiendo acceder a nueva bibliografía. Entre
ella, leyó la autobiografía de Benjamín Franklin, con quien manifestó identificarse.
El líder norteamericano había sido un jornalero que había buscado ser un
erudito que gobernara, un letrado que recién recibiría tal título honoris causa cuando ya hubiera consagrado
su carrera política (Halperin Donghi, T. 2013, 320; Altamirano, C. y Sarlo, B.
1997, 76). Así, el propio Sarmiento afirmaba: “Yo me sentía Franklin, ¿Y por
qué no? Era yo pobrísimo como él, estudioso como él, y dándome maña y siguiendo
sus huellas, podía un día llegar a formarme como él, ser doctor ad honorem como
él, y hacerme un lugar en las letras y en la política americana” (Sarmiento, D.
F. 1962, 179). Su deseo era claro, ser un letrado. Lo específica directamente a
través de su identificación con el pensador norteamericano. Sarmiento entendía que
el ascenso que no lograba por la carrera universitaria o militar, lo haría por
su autoformación.
Con esa vocación, continuó
con su preparación, incorporando nuevas lecturas como un diccionario de francés
que le permitió adquirir cierta capacidad de traducción. El acceso al francés,
le permitió ampliar sus lecturas, leyendo fuentes directamente del francés que
no poseían aun traducción. Entre los autores por él mencionados, incorporó a
Paine, a quien sumaría autores franceses como Víctor Hugo, Dumas, Lamartine,
Thiers, Guizot y Tocqueville (Sarmiento, D. F. 1962, 35). Ello señala la
importancia de la cultura francesa dentro de la erudición general de la época. Ya
de regreso en San Juan, siguió instruyéndose sobre estos autores, mientras
colaboraba con el trabajo de su madre y compartía lecturas con otro tío presbítero,
Juan Albarracín (De Marco, M. A. 2016, 32).
Sin embargo, la política
y la guerra civil habrían de afectarlo. Entre 1828 y 1829 se desató la guerra
entre unitarios y federales. Tiempos de violencia política, donde en Buenos
Aires Manuel Dorrego sería fusilado y en el Interior caería el gobierno
cordobés de Bustos frente a José María Paz quien iniciaría la formación de la
Liga Unitaria y derrotaría en dos oportunidades a Facundo Quiroga. Al momento
de iniciarse los enfrentamientos armados en San Juan, Sarmiento fue promovido
por el gobernador federal Manuel Quiroga Carril como miembro de la infantería provincial.
Sin embargo, su descontento con la forma de accionar del gobernador y sus
tropas, Sarmiento se descontentó con aquel espacio político y pasó a integrar
los ejércitos unitarios. La derrota unitaria lo obligó a su primer exilio en
Chile. Pude volver poco tiempo después gracias a una amnistía general en la
provincia (De Marco, M. A. 2016, 35).
Pacificada la situación,
Sarmiento volvió a acercarse a la cultura letrada. En 1837 surgió en Buenos
Aires un grupo de jóvenes intelectuales que la historiografía llamaría
Generación del ’37. Eruditos de la edad de Sarmiento, formados en muchos casos
como letrados en las instituciones rivadavianas, se reunión en el Salón Literario
de Marcos Sastre para conversar sobre las novedades literarias-filosóficas y
poner en común sus trabajos. Pensaban en la necesidad de organización constitucional
de la Confederación Argentina, para lo cual recepcionaban el romanticismo
liberal europeo (Myers, J. 1998, 384). En ese grupo se encontraban letrados
como Juan Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez, al igual que otros que sin título
universitario evidenciaban dotes para la escritura y la erudición como Esteban
Echeverría quien, si bien había cursado en el Departamento de Estudios
Preparatorios de la Universidad de Buenos Aires y luego en el Colegio de
Francia y la Universidad de París, no tenía una carrera realizada, por lo que
su formación había sido irregular (Weinberg, F. 2006, 20).
En ese mismo momento, su
amigo Aberastain, quien había ganado la beca en Buenos Aires que él no pudo
tener, había regresado a San Juan. Allegado y compañero de estudios de
Gutiérrez y Alberdi, Aberastain compartía el ideal de aquellos jóvenes y buscó promover
un espacio similar en la provincia. Sarmiento quería integrar esos espacios y encontró
en su amigo la oportunidad de conseguirlo. Así, ambos fundaron ese año la
Sociedad Dramática Filarmónica”, cuya expresión y medio de difusión pública fue
le periódico El Zonda, que ambos
redactarían, al estilo de La Moda de
Alberdi. Por entonces, era importante que los espacios de socialización intelectual
tuvieran una expresión periodística, ya que eso les permitía a sus integrantes
presentarse como “profesionales”, como eruditos consagrados en la opinión
pública (Laera, A. 2008, 496). Así, Sarmiento podía posicionarse como un
letrado, por su participación en dichos espacios. Su rol de educador siguió
presente, ya que a la par de la construcción de dicho espacio, junto con
Aberastain ambos fundaron el Colegio Santa Rosa de Lima.
Sin embargo, pronto
volvió la guerra civil entre unitarios y federales. Con la formación de la
Coalición del Norte y los enfrentamientos de las fuerzas federales de Rosas, la
guerra volvió a conmocionar al Interior. Sarmiento y Aberastain se encontraron
en el lado de las fuerzas unitarias, que serían derrotadas por el caudillo federal
Benavidez. Como consecuencia fue disuelta la Sociedad y El Zonda, por lo que Sarmiento debió partir al exilio en Chile.
Allí, Sarmiento
diversificó su actuación. Continuó con su redacción periodista en El Mercurio y escribió ensayos como El Facundo
[11]
.
También elaboro el primer texto autobiográfico, Mi Defensa, donde evidenciaba su necesidad de legitimarse, de
presentarse a la dirigencia política rioplatense como un erudito y político
desarraigado por ser crítico de Rosas, aunque no tuviera estudio universitario
(Altamirano, C. y Sarlo, B. 1997, 73). Desde esa erudición y con su experiencia
en la práctica educativa, se hizo cercano a Manuel Montt, ministro de
Instrucción Pública del presidente chileno Manuel Bulnes. Es singular que por
entonces el gobierno chileno estaba bajo el control del partido conservador y
no el liberal que era más próximo a su discurso, paradoja que Sarmiento nunca
hizo específico en sus memorias o cartas personales.
Gracias a esa
vinculación, se incorporó como funcionario y recibió los fondos para viajar a
Europa y Estados Unidos a fin de estudiar sus políticas educativas. En su
viaje, se detuvo en Montevideo, donde se hizo amigo de varios de los referentes
porteños de la Generación del ’37 y en Estados Unidos conoció a la pedagoga
Mary Mann, con quien entablaría una larga amistad. Para cuando regresó a Chile,
ya era un funcionario erudito, que al estilo de Tocqueville había viajado para
estudiar otros modelos que pudieran ser aplicabas a su territorio. Al llegar,
plasmó por escrito una nueva autobiografía, Recuerdos
de provincia, donde ya no buscaba presentarse como un político
desarraigado, sino como un “individuo capaz de forjar la solución de los
problemas argentinos”, cuyo principal enemigo era Rosas (Altamirano, C. y
Sarlo, B. 1997, 73). Así, el pensador se unía al político que debía actuar para
generar la caída de aquel gobierno. Se evidencia la perspectiva de Sarmiento
por regresar al territorio rioplatense y continuar desde allí su acción
política, desde la experiencia adquirida en Chile.
Para entonces, se había
producido el Pronunciamiento de Urquiza y se desencadenaba la caída de Rosas. Sarmiento
regresó a Montevideo y se sumó a las fuerzas militares antirosistas. En ese
marco, publicó su obra Argirólpolis.
La misma, pretendía ser su principal trabajo intelectual, donde buscaba exhibir
el modelo de organización territorial que consideraba idóneo para el territorio
[12]
.
Al igual que lo hizo Echeverría con su
Dogma Socialista o Alberdi con sus Bases,
Sarmiento pretendió estar a la altura de esa erudición histórico-jurídica sobre
el territorio que se buscaba organizar y dedicó su obra a Urquiza. Así, Sarmiento
quería estar a la par de dichas figuras, ser reconocido como un letrado y
erudito capaz de pensar el futuro del territorio y actuar dentro de su
gobierno.
Para 1852 Sarmiento
había realizado una compleja trayectoria. Como erudito, había sido maestro,
escritor, periodista, funcionario de gobierno y hasta militar. Salvo esta
última característica, había desarrollado todas áreas asociadas al “letrado”,
pero con la particularidad que él no poseía título universitario.
En ese marco, se produjo
el enfrentamiento discursivo con Alberdi. El tucumano se había convertido en el
principal pensador de la organización nacional que Urquiza impulsaba. Alberdi
evitaba ocupar cargos de gestión política, era un letrado que entendía que
debía actuar desde su pensamiento, direccionando el proyecto de país, sin necesidad
de actuar directamente en la gestión y menos aún, de tomar las armas. Sarmiento
por su parte sí había aceptado actuar en esas áreas y pretendía un reconocimiento
político e intelectual similar al que recibía Alberdi. Esas diferencias se
complejizaban en la medida de que Alberdi apoyaba a Urquiza y la Confederación,
mientras Sarmiento permaneció con los liberales de Buenos Aires que cuestionaban
la forma de organización de Urquiza y acabarían por rechazar el acuerdo de San
Nicolás, generando la revolución del 11 de septiembre que acabaría con la secesión
de Estado de Buenos Aires.
En ese marco, Alberdi
conducía un grupo de letrados que desde Chile conformaban el Club de
Valparaíso, desde donde difundían discursos e ideas para sostener la política
de Urquiza. Por su parte, desde Buenos Aires Sarmiento había elogiado la obra Bases (Mayer, J. 1963, 552), al tiempo
que había sido electo diputado por la provincia de San Juan. Sin embargo, su
rechazo a la figura de Urquiza, lo llevó a mantenerse en Buenos Aires. A través
de sus artículos en el Diario de Valparaíso,
Alberdi defendía a Urquiza al tiempo que atacaba a Buenos Aires. Alberdi,
criticó duramente a aquella provincia por priorizar sus intereses económicos
por sobre la organización nacional, al punto de señalar que en Buenos Aires
continua el rosismo, por el hecho de que se sostenía la defensa de los mimos
intereses provinciales que en su momento Rosas había representado. Tanto ex
rosistas como antirosistas confluían en la defensa de aquellos intereses
opuestos al conjunto de las provincias (Mayer, J. 1963, 563).
Como consecuencia,
Sarmiento reaccionó con la publicación de La
Campaña del Ejercito Grande, donde colocaba una dedicatoria “A mi querido
Alberdi”, donde cuestionaba que éste se había marchado de Montevideo cuando
esta estaba en peligro de caer frente a Manuel Oribe. Sarmiento cuestionaba a
Alberdi por no haber tomado las armas contra Rosas. Había “huido” a Chile,
desde donde publicaba sobre lo que la Confederación debía hacer, sin haberse
arriesgado en la lucha que ello implicaba. Sarmiento, se posicionaba como un
erudito que además de pensar la organización nacional en Argirópolis, había tomado las armas y peleado contra Rosas,
mientras que Alberdi no. Las consecuencias discursivas de ello, era que
Sarmiento se presentaba como un hombre de saber y actuación política y militar,
capaz de asumir el gobierno luego de la caída de Rosas
[13]
.
Ello desencadenó un
fuerte cruce público entre ambos. Alberdi desde Quillota en Chile, escribió un
conjunto de cartas conocidas como las “quillotanas”, donde agredió directamente
a Sarmiento. En ese conjunto de cuatro cartas, Alberdi se definía a sí mismo
como un “abogado”. Formado y preparado como tal, lo que le daba la capacidad de
proyectar su ideario sobre la organización nacional y la Constitución. Afirmaba
que: “En su Campaña y en los
periódicos de Buenos Aires me compara usted a Girardin, con el fin sin duda de
acreditar la doctrina de mis Bases.
Yo soy abogado de profesión. Girardin es impresor y gacetero de oficio.
Comparar un abogado con un periodista es poco espiritual” (Alberdi, J. B. 1957,
56). Así, presenta al periodista como una figura menor, frente al abogado,
entendido como letrado universitario. Alberdi se identificaba con el abogado,
como erudito profesional, mientras el periodista era un combativo político, al
estilo de un caudillo, pero a través de la imprenta, tal sería el rol de
Sarmiento. Alberdi reivindicaba así su título universitario, a la vez que
defendía su abandono de Montevideo, adjudicando que por la casualidad generada
por Rosas estaba allí. Aseguraba que: “Yo dejaba el puesto de soldado en la
milicia pasiva que ocupaba como abogado y como enfermo. Lo dejaba porque tenía
el derecho de dejarlo” (Alberdi, J. B. 1957, 61).
Alberdi reconoce su
libertad de acción, en cuanto que se expresaba como un letrado de erudición que
no tenía responsabilidad ni ambición alguna. Por otra parte, cargaba sobre
Sarmiento la intencionalidad política que él habría tenido en su accionar y en
su escrito de Campaña, acusándolo de
ser como los caudillos, alguien que aspiraba al poder y que por ese motivo
peleaba contra Rosas y luego contra Urquiza. Alberdi decía:
Hablando
seriamente, usted concibió esperanzas de encabezar el partido liberal contra
Rosas y las dejó traslucir más de una vez. Rosas contribuyó a darle esa ilusión
más que al éxito de sus escritos lúcidos y patrióticos. Usted publicó su propia
biografía en un grueso volumen encomiástico, que no dejó duda de que se ofrecía
al país para su futura representante. (…) En el ejército grande emprendió dos
campañas: una contra Rosas, otra latente contra Urquiza: una contra el
obstáculo presente, otra contra el obstáculo futuro. (Alberdi, J. B. 1957, 15)
Sarmiento contestó a Alberdi con otro
conjunto de cartas públicas, tituladas “Las ciento y una”, que en realidad
fueron cinco publicaciones tituladas así. En la primera de ellas, Sarmiento le
respondía al señalar:
¿De qué se
trata en sus cartas quillotanas? De demoler mi reputación ¿Quién lo intenta?
Alberdi. ¿Qué causa lo estimula? Ser empleado para ello. ¿Cómo le vino ese
empleo? Negociando por medio de Gutiérrez, a truque de escribir en Chile. ¿Cuál
es el objeto de su libro? Dejar probado que no soy nada y que usted lo es todo.
(Sarmiento, D. F. 1941, 45)
Así, Sarmiento
identificaba los escritos alberdianos como destinados a desacreditarlo, al
tiempo que él lo acusaba de ser un “empleado”. No sería un erudito, como cual
letrado Alberdi ostentaba ser, sino un “abotagado empleado” cuya función era
escribir según el deseo de aquel que le pagara, en este caso, Urquiza. Ser
abogado, era entonces para Sarmiento ser un empleado del poder que lo
contratase.
A su vez, Sarmiento se
defendía a sí mismo, sosteniendo “Si no hago las reservas del abogado, Alberdi
es que él lo ha establecido: no soy abogado” (Sarmiento, D. F. 1941, 45). Así, Sarmiento
reconocía no tener los estudios universitarios que lo convertían en un abogado
de profesión, en un letrado. Rebajaba el valor del abogado, presentándolo como
un empleado al servicio de un interés, mientras Sarmiento se posicionaba a sí mismo
como “escritor” y “maestro”, lo cual era su forma de identificarse con ese
estándar cultural que el letrado representaba. No necesitaba ser un
universitario para eso, su erudición se evidenciaba en esas dos actividades.
Mientras que Alberdi sería un simple abogado, sin siquiera ser periodista, por
responder únicamente a un interés político. Sarmiento le decía con ironía:
yo soy
periodista de la prensa guerrera, y usted que escribe hoy periódicos sometidos
a disciplina, no es periodista sino abogado. Usted nada en riquezas, en medios
independientes de vivir, otros viven de sueldos de periodistas. Ha estudiado
usted en colegios y hay quienes no sepan de lo que usted sabe o debería saber.
Todos mis escritos emanan de los de usted, y si yo dije algo que usted no dijo,
lo habían dicho en cambio en 1938 los jóvenes de Buenos Aires, de que usted
formaba parte. Para usted viene la luz, para mi viene la época de olvido
ingrato. (Sarmiento, D. F. 1941, 46)
Así, Sarmiento expresaba
que por los recursos que Alberdi había tenido, la posibilidad de estudiar en la
universidad y de estar en la Joven Argentina, se consideraba superior al resto,
en especial a él. Continuaba su prédica al asegurar: “Alberdi. Gustaría usted
que se le llame hombre de Estado, hombre reservado, de peso, serio,
circunspecto, honesto; pero aquello de honrado es una broma de que usted se ríe
a sus solas” (Sarmiento, D. F. 1941, 47). Desacreditaba así su moralidad y el
carácter de erudición que Alberdi pretendía tener, al tiempo que utilizaba la
expresión “hombre de Estado”, que simbolizaba a ese letrado erudito que ambos
pretendían ser.
Sarmiento, continuó su
ataque al cuestionar el título de Alberdi, así aseguraba que: “Usted tiene,
Alberdi, un título que es también un ambo en la lotería de la vida: abogado de
Montevideo y Chile; pero en su patria no es ni doctor, ni licenciado, ni
abogado siquiera, y cuando vaya tendrá que rendir exámenes públicos para
recibirse” (Sarmiento, D. F. 1941, 48). Así, corroía discursivamente el
carácter letrado de Alberdi. Aunque tuviera el título -sea cual fuera-, el
mismo no tendría validez en Buenos Aires por las obras que él habría hecho.
Sería la legitimación social la que daba ese carácter y no le título, por lo
que no sería “doctor” si no era reconocido como tal, pese a que ese atributo representaba
el más alto rango universitario que un letrado podía tener. Implícitamente en
su discurso, se desprende que Sarmiento se adjudicaba tener ese reconocimiento
en Buenos Aires, lo que le permitiría ostentar el prestigio que buscaba sin
necesidad del título universitario.
En la continuidad de sus
cartas, Sarmiento continuaría criticando la erudición de Alberdi, afirmando que
no había leído a autores como Beccaria o Bentham, a quienes Sarmiento adjudica conocer
(Sarmiento, D. F. 1941, 52). Así, lograba posicionarse como un erudito
identificado con el rol de maestro y escritor, frente a un título, el de
abogado, que le había sido negado y al cual relativizaba en la figura de
Alberdi, negando que ello fuera sinónimo de erudición letrada. El carácter de
letrado no provenía entonces del título, sino del reconocimiento social hacia
la erudición y capacidad de gestión evidenciada.
Alberdi le respondería a
Sarmiento que: “Usted se dice maestro de escuela por oficio; pero como El Monitor es un periódico y no una
escuela, yo no he creído faltar a la verdad aludiendo a su ocupación actual. No
me he dicho abogado con el pensamiento de apocar su oficio de escritor, ni he
negado con esa ni otra mira haber escrito periódicos” (Alberdi, J. B. 1957, 91).
En consecuencia, Alberdi se seguía sosteniendo como “abogado”, mientras dejaba
a Sarmiento el carácter de “escritor”, menos preparado que aquel.
Dicho enfrentamiento discursivo,
demuestra la concepción que subyace detrás de los conceptos en cuestión. Ambas
figuras buscaban ser aceptadas como eruditos y hombres de gobierno, lo cual
quedaba englobado en el término “letrado”. Alberdi aseguraba serlo, por ser un universitario
recibido de abogado, mientras Sarmiento cuestionaba aquel oficio, presentándolo
como un empleado y sostenía su propio carácter de erudición por su rol de
maestro y escritor, a los cuales Alberdi relativizaba por no tener formación universitaria.
Sarmiento continuó el
desarrollo de su actividad pública. Fue Jefe del Departamento de Escuelas de
Buenos Aires y permaneció como redactor del periódico El Nacional que dirigía Vélez Sarsfield. Así, asociado al partido
liberal de Buenos Aires, tomaba parte dentro de su dirigencia política, siendo
un funcionario y escritor.
Su espacio de acción se
amplió frente a los sucesos de 1859. Con el enfrentamiento entre Buenos Aires y
la Confederación en la batalla de Cepeda, se firmó el Tratado de San José de Flores
que establecía que Buenos Aires se unía a la Confederación y debía revisar la
Constitución Nacional para su aprobación y plena integración. Así, en 1860 se
formó una comisión revisora integrada por hombres destacados de la dirigencia
porteña. Entre ellos, había juristas y políticos de significativa importancia,
como Bartolomé Mitre, Vélez Sarsfield, José Mármol, Antonio Cruz Obligado y el
propio Sarmiento (Sábato, H. 2014, 83). Este hecho es singular, ya que
Sarmiento estaba actuando como jurista, como hombre de derecho que opinaba
sobre la reforma necesaria para la Constitución, junto con otras figuras que al
igual que él, eran reconocidas como eruditas y letradas, aunque no todas
poseían título universitario, como el caso de Mitre. Distinto era el caso de Vélez
Sarsfield quien sí era egresado, aunque de bachiller en derecho, no doctor.
Pero por su trayectoria había sido autorizado a dar clases en la Universidad de
Buenos Aires, para lo cual recibió el título honoris causa de doctor en derecho.
El carácter erudito de
Sarmiento se veía así ampliado al de jurista. No obstante, continuó como
funcionario de gobierno, siendo nombrado por el gobernador Mitre como ministro
de Gobierno y Relaciones Exteriores de Buenos Aires. Cargo que le implicaba
además el conocimiento y manejo de la diplomacia. Continuó participando de la
prensa, desde donde cuestionó los sucesos de San Juan producidos a raíza de la
muerte del interventor Virasolo y la ejecución de quien era su amigo de la
juventud, Aberastain, acusado de haber dirigido la conspiración contra el
gobernador. Sarmiento tenía por entonces una singular relevancia en la dirigencia
provincial, tanto por su accionar como funcionario como por su carácter de escritor
público, desde donde elaboraba discursos políticos que defendía al partido
liberal y atacaban sistemáticamente al partido federal que gobernaba la
Confederación. Gracias a ello, luego de la batalla de Pavón en que Mitre se
impuso a Urquiza, obligando al a caída del gobierno, Sarmiento contó con su
confianza para continuar ascendiendo en la carrera política. Electro presidente
en 1862, Mitre designó a Sarmiento gobernador interventor de San Juan luego de
las situaciones de conflicto suscitadas los años anteriores. Allí impulsó obras
de gobierno y educación, pero su intervención militar en contra del accionar del
caudillo Chacho Peñaloza, llevaron a que Mitre cuestionara su actuación,
obligando a Sarmiento a renunciar
[14]
.
Fue entonces, cuando Sarmiento,
ya por entonces crítico de la presidencia de Mitre y de la guerra del Paraguay
que por entonces empezaba, fue designado como embajador argentino en Estados
Unidos. Al regresar a Norteamérica, Sarmiento volvió e encontrarse con Mary
Mann, con quien compartían el interés como la modernización pedagógica. Por
entonces ya no era un joven erudito enviado por el gobierno de Chile, sino un
hombre de gobierno, funcionario y erudito, que poseía fuertes aspiraciones
políticas. Con experiencia no solo como escritor, sino también como jurista,
podía presentarse a sí mismo como un “pensador”, o sea, un letrado. Sólo le
faltaba una cuestión que Alberdi le había recriminado, el título universitario.
Salvo por ello, ejercía todas las atribuciones que de un letrado se esperaban.
Mientras realizaba su
actividad diplomática y ampliaba sus estudios sobre la pedagogía
norteamericana, se producían cambios importantes en la política argentina. Con
el costo social, económico y militar de la guerra del Paraguay sumado al revés bélico
producido luego de la batalla de Curupaytí, la presidencia de Mitre estaba
atravesando un fuerte cuestionamiento. En ese marco, el líder del partido
Autonomista, Adolfo Alsina buscó presentar una fórmula competitiva contra la
del partido nacionalista de Mitre que encabezaba Rufino de Elizalde. Para ello,
Alsina buscó darle una proyección nacional a su partido, colocando un candidato
provinciano en la fórmula presidencial, la cual fuera difundida entre los
soldados de la Guerra del Paraguay, descontento con el accionar de Mitre. Para
ello, Alsina pensó en la figura de Sarmiento, cuya candidatura alzó su partido
y difundió con el apoyo de varios gobernadores y oficiales de alto rango. El
resultado electoral fue la victoria de la fórmula Sarmiento-Alsina
[15]
.
Encontrándose en
vísperas de las elecciones, mientras aún residía en Estados Unidos, Sarmiento
fue promovido por Mary Mann para la adquisición del título universitario que
anhelaba. Era el último elemento que el propio Sarmiento desea tener, para ser
un letrado pleno, para sentirse reconocido internacionalmente como tal. Mann hizo
gestiones ante la Universidad de Harvard para que le otorgaran el título honoris causa de doctor en derecho. Pese
a la negativa de dicha universidad, Mann consiguió su aprobación por parte de
la Universidad de Michigan. El 24 de junio de 1868, la universidad le otorgó el
título en una ceremonia pública que compartió con la propia Mann. Allí
Sarmiento fue presentado como: “Diplomático por accidente y maestro de escuela
durante toda la vida, hombre a quien debía la casa de la educación en América
importantísimos servicios y a sus conciudadanos acababan de elegir presidente
de la República”
[16]
.
De esa manera, su trayectoria letrada se coloraba con el título que le había
sido negado en la juventud. Era reconocido como un erudito, que desde su
preparación como maestro de escuelas había sido escritor, pensador, pedagogo y
jurista, sin dejar de tomar las armas para defender sus ideas y a la vez
devenido en funcionario político y diplomático.
Tal distinción le fue entrega solo dos días
antes de que el Colegio Electoral diera por aprobada la victoria de la fórmula presidencial
que él encabezaba. Aún sin conocer esas noticias, partió hacia Buenos Aires,
dejando su cargo de embajador y trayendo el título universitario, el reconocimiento
que había buscado tener desde su juventud. Llegaría a la Argentina ostentándose
oficialmente como letrado y siendo recibido como presidente.
El concepto de letrado
hacía referencia en el siglo XIX hispanoamericano al erudito vinculado al
gobierno. Lo cual implicaba poseer destrezas para actuar en distintas esferas,
como la intelectual y la política. Asociado al título universitario de abogado,
el letrado implicaba otro alcance, frente a lo cual algunas figuras
autodidactas lograban alcanzar esa jerarquía de reconocimiento, aunque no
poseyeran el estudio universitario. Sarmiento fue una de ellas.
El caso particular de Sarmiento
muestra la preocupación desde su juventud por ser reconocido como tal. Al no
poder acceder a los estudios universitarios, se forzó para formarse como
autodidacta con el apoyo de sus familiares. Buscó siempre estar a la altura de
los letrados reconocidos como tales, siendo allegado de Aberastaín y de la
Generación del ’37.
No obstante, su falta de
título fue objeto de cuestionamientos, como el realizado por Alberdi. El mismo
muestra las superposiciones de funciones e identidades que se englobaban detrás
de un letrado. Sarmiento se reconocía como erudito, aunque fuera maestro y no
abogado, al tiempo que cuestionaba el título de Alberdi. A su vez, en tiempos
donde la política estaba asociada a la guerra, el propio letrado se veía ante
la necesidad de actuar en lo militar. De allí la adscripción de Sarmiento al
Ejército Grande y el cuestionamiento a Alberdi por no haberlo hecho.
Por su rol como
funcionario, Sarmiento incluso actuó como jurista, a la par de letrados universitarios
como Vélez Sarsfield. Al tiempo que desarrolló una profunda actividad política
que lo llevaría la presidencia.
No obstante, pese a su
reconocimiento como escritor, jurista, erudito y político, Sarmiento sentía la
necesidad de aquel título universitario que le había sido negado. Lo obtendría
en 1868, pudiendo pensionarlo simbólicamente como un letrado de aceptación
internacional. Esa distinción le fue entregada al tiempo en que era electo
presidente, como si para acceder a ello, él deseara tener ese título y el
prestigio que el mismo le generaba.
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[1]
En esta conceptualización de letrado aplicado a Sarmiento, sobresalen los trabajos
de Altamirano, C. y Sarlo, B. 1997; Laera, A. 2008, 496; Baltar, R. 2012, 140; y Halperin Donghi, T. 2013. Otros trabajos lo han caracterizado como
“educador”, dentro de cuya concepción integraron su erudición, con su gestión
de gobierno y sus escritos. Ver: Herrero, A. 2011.
[2]
El
letrado queda entonces asociado al concepto de intelectual solamente en cuanto “experto en el manejo de los recursos simbólicos”, es
decir persona especializada en el uso de sus capacidades intelectuales al
momento de estudiar la realidad y elaborar representaciones y explicaciones que
dieran sentido a sus percepciones. Es entonces un hacedor de cultura escrita.
Ver: Myers, J. 2008, 121-144.
[3]
En
este sentido, el concepto de “letrado” fue utilizado por trabajos destinados al
estudio de este tipo de actores que combinaban su acción política con
elaboraciones intelectuales, llamadas “literarias” por los propios actores en
cuestión. Ver: Halperin Donghi, T. 2013,
133. En esa misma línea, Baltar identifica a Sarmiento como un letrado
romántico en cuanto literario e intelectual, diferenciado de los rivadavianos y
rosistas que respondían a las mismas características, pero con otros estilos.
Baltar, R. 2012, 140.
[4]
Por ello, Ángel Rama posicionó a estas figuras como hombres de gestión, cuya
erudición era puesta al servicio del sistema y constituían un espacio propio de
circulación de escritos y relaciones de poder asociadas a ello (Rama, A. 1998, 32).
[5]
Debe considerarse que se estaba frente a un proceso gradual de separación del
poder político respecto al judicial, de forma tal que se superponían actores e
intereses. Consultar: Barriera, D. 2018,
371-406.
[6]
Sobre su erudición y actuación como un funcionario vinculado a la vida
intelectual, ver: Gallo, K.
2012, 185-187.
[7]
Ello puede verse en Levaggi,
A. 1969.
[8]
El concepto de época de “gente decente” refería a aquellos que con mayores o
menores ingresos tenían la posibilidad de acceder a espacios formativos, que
les permitían ejercer funciones vinculadas al Estado, en oposición al “plebeyo”
o los grupos sociales bajos que no lograban incorporarse a dicho sector salvo que
pudieran crear vínculos sanguíneos que le permitieran una adaptación cultural (Di
Meglio, G. 2006, p. 53).
[9]
La categoría jurídica de “vecino” implicaba además que el sujeto tenía un
estatus socio-cultural específico, siendo generalmente alfabetizado y recibía
el trato de “don”. Su carácter de propietario le permitía participar de las
actividades generales del Cabildo, pudiendo elegir y ser elegido para sus
cargos. La vecindad otorgaba facultades políticas locales, con un fuerte
componente del ius sanguinis, donde las relaciones familiares resultaban
claves para que el peninsular pudiera integrarse al cuerpo social y obtener
presencia pública (Tanzi, H. 2000, 325).
[10]
Al respecto de ello, confrontar: Chiaramonte, J. C. 1997;
Levaggi, A. 2007, 88; y Agüero, A. 2018.
[11]
Sobre sus diferentes ediciones y cambios en el uso de los lenguajes políticos,
ver: Fernández, H. 2020.
[12]
Sus continuidades con relación a los planteos ya esbozados en El Facundo están estudiadas en: Fernández, H. 2016, 134.
[13]
Esta cuestión ha sido planteada y estudiada en profundidad por Herrero, A. 2015, 61-85.
[14]
Sobre su accionar como gobernador consultar: Ferrá de Bartol, M. 2010, 41-55.
[15]
Al respecto de este proceso, consultar: Sábato, H.
2012, 177 y ss.
[16]
Citado en: De Marco, M. A. 2016,
297.