Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 24 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2022 /
.
The Breakdown of
Everyday Life in Chilean Childhood Exiled in Mendoza, Argentina
(1973-1989)
Alejandro Paredes
Instituto de Ciencias
Humanas,
Sociales y Ambientales (INCIHUSA),
Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas
y Técnicas (CONICET);
Universidad Nacional de Cuyo;
Universidad
del Aconcagua;
Argentina.
Recibido:
23/10/2021
Aceptado:
10/02/2022
Resumen. Este trabajo analizará
experiencias de la niñez exiliada a partir de casos encontrados
en el archivo
del Comité Ecuménico de Acción Social, de la
Comisión Católica Argentina de
Inmigración CCAI, del Centro de Documentación de la
Comisión Chilena de
Derechos Humanos de Santiago de Chile y de una entrevista a un
militante del
Partido Comunista chileno que llegó a Mendoza con 17
años. Indagaremos sobre el
impacto en el quiebre de la cotidianidad de la infancia exiliada y nos
animaremos a problematizar ciertos mitos como el de la niñez
a-militante o el
de la persecución de la niñez como consecuencia no
planificada por el estado
represivo chileno.
Palabras
clave. exilio infantil, Comité
Ecuménico de Acción Social, cotidianeidad.
Abstract. This paper will analyze the experiences of childhood exiles
based on
cases found in the archives of the Ecumenical Committee for Social
Action, the
Argentine Catholic Commission for Immigration CCAI, the Documentation
Center of
the Chilean Human Rights Commission of Santiago de Chile and an
interview with
a member of the Chilean communist party who arrived in Mendoza at the
age of
17. We will inquire about the impact on the breakdown of the daily life
of
exiled children and we will encourage ourselves to problematize certain
myths
such as that of a-militant childhood or that of the persecution of
children as
an unplanned consequence of the repressive Chilean state.
Keywords. childhood exile, Ecumenical Committee for Social Action,
everydayness.
Actualizando con un lenguaje inclusivo la
distinción de
Walter Kohan (1998), puede separarse a una “filosofía para
niñas y
niños”, de la “filosofía de la
niñez” y de la “filosofía de las
niñas y
los niños”. La primera es un conjunto de dispositivos que
permiten acercar la
filosofía a niñas y niños al modo que lo hizo, por
ejemplo, M. Lipman (1988).
La segunda se refiere a la reflexión filosófica de la
niñez como fenómeno o
concepto histórico y socialmente determinado. En esta
línea podemos ubicar
algunos trabajos del propio Kohan (Durán, 2015). Finalmente, la
tercera, remite
a la voz de niñas y niños en diferentes ámbitos
filosóficos (estético, ético,
metafísico, filosofía social y política), que
actualmente están dispersas o
descalificadas por una filosofía adultocéntrica.
En este artículo intentaremos hacer un
aporte a la
filosofía de la niñez, reflexionando sobre el quiebre en
la cotidianidad
infantil cuando sufrieron situaciones de exilio. Sobre la niñez
exiliada hay
numerosos trabajos, principalmente ligados a la masividad y
características
particulares que adquirió ese fenómeno durante la Guerra
Civil española ya que
se trató, en la mayoría de los casos, de grupos de
niñas y niños que sufrieron
el exilio apartados de sus familias y acogidos por instituciones
internacionales (Alted Vigil, A. González, R. y Millán,
M. 2003; Alted Vigil,
A. 2005; Carballés, J. 2013; Mülberger, A. 2014; Limonero,
I. 2007; Rico, A.
2018; entre otros). Con respecto al exilio infantil generado por los
gobiernos
autoritarios de Sudamérica, Pablo Yankelevich (2016) plantea
como son aun
proporcionalmente pocas las investigaciones que se han centrado en
ello. Así
como en España se referían a esta población como a
los “niños de la guerra”, en
muchos de los trabajos del Cono Sur se prefirieron los términos
de hijos
exiliados o hijos del exilio, enfatizando cómo en la
mayoría de los casos, este
hecho fue parte de exilios familiares como lo muestran los trabajos
sobre el
exilio de la infancia argentina (González de Oleaga, M. Meloni
González, C. y
Saiegh Dorín, A. 2016; Casal, S. 2015, 2018; Alberione, E. 2018;
entre otros);
uruguaya (Norandi, M. 2012; 2020); paraguaya (Cossi, C. 2013);
brasileña (Paiva, T. 2006; Costa,
M. y Castro,
R. 2015); Colombiana (González, L. y Bedmar, M. 2012; Tingo
Proaño, F. 2014,
2015; Moreno, K. Cediel, M. y Herrera, L. 2016) o de estudios
comparativos
según el país de expulsión o el de acogida del
exilio infantil como lo fueron
México, Cuba, España o Francia (Falcón, A. 2014;
Dutrénit Bielous, S. 2015; Chmiel,
F. 2018; López, I. 2019; Fonseca, M. 2020). Nuestro trabajo
sigue la línea de
quienes han estudiado el exilio infantil chileno (Acuña, M.
2001; Rebolledo,
L. 2006; Pinto
Luna, C. 2012; Becerra, P. 2017;
Palacios J. y Pinto, C. 2017; Vergara, C. 2018 y Pardo Almaza, C. 2019;
entre
otros) y en particular el de Casola (2016, 2018, 2021) que analiza
experiencias
de niñas y niños chilenos en Argentina
[1]
.
En muchos de estos trabajos se ha apelado a
fuentes
orales, en las cuales se manejan recuerdos sobre la
niñez de personas
que al ser entrevistadas ya eran mayores de edad, y esto pone en foco a
los
recaudos metodológicos de los estudios de la memoria para evitar
los sesgos del
presente sobre las evocaciones del pasado. En otras investigaciones se
han
utilizado fuentes primarias de la época como fotografías,
cartas, dibujos,
autobiografías, informes psicológicos y distintos
documentos realizados en ese
periodo. En este caso, indagaremos sobre aspectos de las condiciones de
vida de
niñas y niños chilenos que estuvieron exiliados en
Mendoza durante la última
dictadura cívico-militar que sufrió ese país y que
fueron recolectadas, de modo
indirecto, por el Comité Ecuménico de Acción
Social (CEAS), ya que esta
organización registró datos de la ayuda a 6.762 personas chilenas agrupadas en 2.505 legajos que
incluían a familias o a
casos individuales.
Entre 1973 y 1989 las políticas
represivas del
régimen
del general Augusto Pinochet provocaron el exilio de una gran comunidad
que se
estableció en Mendoza (Paredes, A. 2007). Las condiciones de
vida de las
personas chilenas exiliadas variaron según el encuentro o no con
organizaciones
de acogida y también con el escenario político argentino.
Con respecto al
primer aspecto, las principales organizaciones de recepción que
actuaron en
Mendoza fueron tres: el Comité Ecuménico de Acción
Social (de ahora en más,
CEAS), el Partido Comunista argentino y la Comisión
Católica Argentina de
Inmigración (CCAI). El CEAS fue la principal institución
de atención a personas
exiliadas en Mendoza ya que contaba con el financiamiento de ACNUR, del
Consejo
Mundial de Iglesias y con el aval del arzobispado de Mendoza. En tanto
que la
Comisión Católica Argentina de Inmigración (CCAI)
ayudó a inmigrantes
económicos chilenos que no habían conseguido, o no
habían pedido, el estatus de
refugiado/a político/a ante el CEAS. Finalmente, otro organismo
en la provincia
que hizo lo propio, aunque en menor medida, fue el Partido Comunista
Argentino
que asistió a militantes del Partido Comunista Chileno en total
sigilo, por lo
que aún no hay trabajos sobre el real impacto de esta ayuda.
Además, debemos
agregar un número incierto de exiliados que no se contactaron
con nadie por
temor a ser encontrados. En cuanto al segundo aspecto, los gobiernos
argentinos, según su orientación política
dominante, mostraron mayor o menor
apertura a la inevitable llegada de personas exiliadas. De este modo,
entre
1973 y 1975 son aceptados y apoyados las y los exiliados chilenos, a
partir de
ese año las trabas fueron mayores, alcanzando sus puntos
más álgidos ante las
tensiones entre Argentina y Chile por el Canal de Beagle y la Guerra de
Malvinas. Posteriormente, con el regreso democrático de
Argentina en 1983, la
ayuda a personas chilenas exiliadas en Mendoza se intensificó.
Es en este contexto que nos preguntaremos,
cómo
fue el
impacto en el quiebre de la cotidianidad de la infancia exiliada y nos
animaremos a discutir ciertos mitos (como la niñez a-militante o
la persecución
de la niñez como consecuencia no planificada por el estado
represivo) a partir
de los casos encontrados en el archivo del CEAS, del CCAI, del Centro de Documentación de la Comisión
Chilena de Derechos Humanos
de Santiago
y de una entrevista a un militante
del Partido Comunista Chileno que llegó a Mendoza con su novia a
los 17 años
con ayuda del Partido Comunista Argentino
[2]
.
La idea
de infancia, como algo cualitativamente diferente a la adultez tuvo su
origen
en el siglo XVIII, pero recién a principios del siglo XX se
desarrollaron los
denominados Childhood Studies y se
instalaron como un campo de
estudio preciso luego de la Convención de los derechos del
Niños de 1989, cuyos
antecedes llegan hasta 1923 (Ospina,
M. Llobet,
V. y Marre, D. 2014). De todos modos, la categoría niñez
se presenta como
borrosa y adquiere distintas fisonomías según la
perspectiva disciplinar
utilizada y el contexto cultural del investigador/a. De hecho, no es lo
mismo
lo que tiene para decir la filosofía que la psicología, o
los estudios del
derecho, por ejemplo, pero tampoco son iguales las naturalizaciones
vigentes
sobre la niñez en occidente que en oriente o en el norte que en
el sur del
globo. Es por ello que adquiere importancia el reconocimiento de los
organismos
internacionales como niños y niñas a toda persona menor
de 18 años. Esto es
afirmado por la Organización Mundial de la Salud (por ejemplo,
en el informe
sobre la violencia contra niños y niñas: OMS, 2020) o la
ONU y la ya mencionada
Convención Internacional sobre los Derechos del Niño
(CDN, 1989). Esta
definición operativa les permitió consensuar
políticas sociales entre países
con contextos, culturas e historias diversas. Además, desde esta
perspectiva la
adolescencia está incluida en la niñez.
Por otro lado, como adelantamos en la
introducción, el
exilio de niñas y niños del Cono Sur Latinoamericano
estuvo ligado, en la
mayoría de los casos, a exilios familiares. Es por eso que los
conceptos de
“Hijos/as exiliados/as”, “Hijos/as en el
exilio” o “Exiliados/as de segunda
generación” han sido los más utilizados. Sin
embargo, estos términos incluyen a
personas niñas y jóvenes, y las siguen definiendo aun
cuando ya son adultas; en
el caso de “exiliados/as de segunda generación”
también están incorporados los
miembros familiares nacidos en el país de acogida
[3]
.
Además, dan por supuesto que el exilio es una consecuencia de
las acciones de sus
progenitores, que se resistieron o por lo menos, no apoyaron a
gobiernos
autoritarios. Es así que las personas incluidas bajo estos
conceptos no
participaron de la lucha política, pero sufrieron las mismas
consecuencias de
sus padres y madres. Fueron testigos-víctimas con poco margen de
acción frente
a los trágicos sucesos del mundo adulto.
Estos conceptos, tampoco describen otra
realidad y
hasta la invisibilizan: el de la militancia de personas que aún
no eran
adultas. En el archivo del CEAS, exiliados adultos manifestaron que se integraron a partidos políticos desde muy
temprana edad, como
Feliciano, que fue miembro de la Juventud Comunista de Viña del
Mar desde los
13 años (ACEAS, 16/11/89); como Leví, que se unió
a la Juventud Comunista a los
16 años (ACEAS, 9/12/92), o Héctor que era militante de
la Democracia Cristiana
desde los 16 años pero que debió exiliarse por manifestar
públicamente su
desacuerdo con las acciones del General Pinochet (ACEAS, 26/12/91).
De este modo, encontramos adolescentes, que en
ocasiones fueron perseguidos, no como resultado de las acciones de sus
progenitores, sino por participar activamente en política,
principalmente en
sus colegios. Estas situaciones, que confrontan el mito de la
niñez como
espectadora pasiva, son mejor descriptas por el concepto de
“niñez en el
exilio”. Muchos de ellos llegaron ilegalmente cruzando la
cordillera por el
paso del pehuenche, caminando por las vías del Ferrocarril
trasandinos o por
otros senderos guiados por baqueanos (como se les conoce a las personas
que
cruzan el ganado a caballo entre los dos países para
comercializarlo sin
control estatal), que eran contactados por sus organizaciones. Otros
arribaron
con documentación falsa o fidedigna por las aduanas, en algunos
casos en avión
porque era más seguro. A continuación, presentaremos los
casos de Miguel,
Andrés y Sixto, ejemplificadores de esta situación
[4]
.
Miguel,
era un dirigente estudiantil de la Juventud Comunista y obrero.
Trabajó en una
empresa en el área social del Gobierno de Chile, que
había sido estatizada por
Allende y que era dirigida por un sindicato. El 12 de septiembre de
1973 fue
detenido hasta marzo del año siguiente. Una vez en libertad
siguió militando,
con otros escribía en las calles Allende
vive y volvió a ser detenido, fue torturado y amenazado de
muerte. La
agrupación política a la que pertenecía
decidió que debía salir del país ya que
habían detenido a su hermano. Llegó a Mendoza el 24 de
octubre de 1974. Venía
de tránsito a Europa, pero se quedó porque creyó
que el Gobierno de Pinochet no
iba a durar tanto y terminó radicándose en Mendoza para
siempre. Cuando Miguel
llegó a Mendoza solo tenía 17 años, vendía
helados y su compañera tenía 15 años
y trabajaba como empleada cama adentro y niñera. Estaba
embarazada de dos meses
cuando llegaron de Chile, pero no lo sabían (Molina, 14/2/01).
En otro caso, la
Comisión de Ayuda al Refugiado (COAR) de Chile envió una
carta al CEAS
presentando a Andrés, un refugiado de 17 años que
había estado viviendo un año
en la Embajada de Colombia y que, para mayor seguridad, le
habían pagado un
pasaje de avión hasta Mendoza (ACEAS, Legajo 30-1299).
Andrés permanecerá en
esta provincia desde 1975 hasta 1978, cuando reemigra con su familia a
Gran
Bretaña. El último ejemplo es Sixto, que en su colegio
había sido elegido
dirigente estudiantil en 1983. En agosto de ese año fue
encarcelado bajo el
cargo de tenencia de artefacto explosivo. Él declaró que
ese cargo era
infundado y que todo estaba montado con pruebas y testigos falsos.
Terminó su
secundaria, pero debió huir a Mendoza en marzo de 1986, porque
fue condenado a
seis años y un día por tenencia de artefacto explosivo
(ACEAS, Leg. 30-2307).
Por todo esto utilizaremos el concepto de
“niñez en el
exilio” ya que incluye tanto a la militancia exiliada no adulta,
como a los
miembros familiares no adultos. También incluiremos a la
adolescencia
respetando el límite etario de 18 años que plantea el
Alto Comisionado de las
Naciones Unidad (ACNUR), ya que adhiere a la Convención
Internacional sobre los
Derechos del Niño en sus políticas de refugio
político. Esto planteó una
tensión interesante con los archivos, porque implicó
analizarlos ampliando la
visión de niñez que tenían, que en la
mayoría de los casos incluía a los
menores de 13 años, es decir solo a quienes asistían a la
escuela primaria. De
este modo, la figura del “menor”, referido a los menores de
18 años, no se
identificaba necesariamente con la de niño o niña.
Como
afirma Mary Uribe Fernández (2014),
la vida cotidiana es un
espacio de construcción donde hombres y mujeres van conformando
la subjetividad
y la identidad social. Es el entrelazamiento de subjetividades e
instituciones
en un espacio-tiempo definido en el que aparece lo común y lo
rutinario dentro
de la realidad social y en el que la subjetividad conoce y se reconoce.
Su
dinámica está fuertemente influenciada por aspectos que
provienen de
condiciones externas al individuo, tales como los factores sociales,
económicos
y políticos dentro de un ámbito cultural determinado.
Finalmente, esa vivencia,
repetitiva, que crea una identidad, construye una percepción y
discursos de lo
que es verdadero para cada sujeto (Uribe Fernández, M. 2014).
La cotidianidad infantil se desarrolla
principalmente
en el ámbito familiar que es el momento fundamental de la
socialización
primaria y cuando los niños crecen, en la escuela, como
institución clave de la
socialización secundaria. En las infancias más
vulnerables se agregan a esta
última a instituciones que suplen las carencias familiares como
los comedores y
roperos comunitarios, las aulas de apoyo escolar, o experiencias de
trabajo
informal a las que asisten solos o con algún familiar o conocido
del barrio.
Mientras que la participación en otras instituciones se da un
modo transversal,
independientemente del nivel sociocultural familiar. Allí pueden
mencionarse a
las iglesias, organizaciones sociales como Boy Scouts, espacios
culturales,
clubes de distintos tipos y partidos políticos. La
represión estatal quebró
esta cotidianidad cuando irrumpió en estos escenarios, como
veremos a
continuación.
En varias ocasiones las niñas y
niños
chilenos
llegaron a Mendoza luego de haber sufrido experiencias directas de
violencia
estatal. En algunos casos por haber estado en el momento que se
realizaban
operativos masivos contra la población en general y otras veces
porque sus
familias fueron abiertamente perseguidas. Como ejemplo del primer caso
pueden
mencionarse las operaciones de
intimidación sobre los
barrios vulnerables de la Ciudad de Santiago en 1986, que usando tropas
del
ejército detuvieron a 7.019 personas; de las cuales, sólo
36 fueron acusadas de
actividades terroristas (WCC, 1987). Una declaración
pública de organizaciones
chilenas describió una de estas operaciones, y allí puede
observarse el impacto
que tuvieron en la población menor de 18 años:
“Las
organizaciones abajo firmantes
se hacen un deber el denunciar lo siguiente:
1-. El día 16 de
septiembre de
2-.
Todos los varones mayores de 16
años fuimos obligados a situarnos por varias horas en la cancha
de fútbol de
nuestra población.
3-.
Todos los varones fuimos
marcados como animales en nuestros brazos mientras nuestras casas eran
registradas
minuciosamente por fuerzas de Carabineros, investigaciones, Infantes de
marina
y CNI, en busca de posibles armas.
4-.
En las casas y locales en que no
se encontraban sus moradores fueron violentadas sus puertas, causando
muchos
destrozos en su interior. Como es el caso de nuestro comedor infantil
que
atiende a los niños de más escasos recursos, los que ese
día quedaron sin
recibir su alimentación.
5-.
Aparte del daño físico y
material para nuestros pobladores, queremos denunciar el daño
psíquico para nuestros
hijos y nuestras mujeres por todo este gran despliegue policial con sus
caras
pintarrajeadas y con gorros pasamontañas preparados como para
una gran guerra.
6-. Y es que por todo esto
nos hacemos un deber el denunciar enérgicamente estos atropellos
que en nada
favorecen a nuestra convivencia nacional” (ACEAS,
legajo 30-2377).
Como vemos en esta declaración,
aparecen tres
aspectos
de la planificación de la violencia contra niños y
niñas. Primero los niños varones mayores de 16 años fueron maltratados de
igual modo que los
varones adultos, lo que demuestra que las fuerzas represivas
conocían y
perseguían a esta militancia adolescente, y refuerza los
testimonios de los
casos mencionados en el apartado anterior. En segundo lugar, el
destrozo de un
comedor infantil, sabiendo las consecuencias sobre las niñas y
niños que
asistían. Finalmente, la irrupción de personajes armados
con las caras pintadas
causando daños en las casas donde solo estaban mujeres y
niños menores de 16
años. Como se observa, el objetivo de estas acciones era
aterrorizar a todo el
vecindario de estos barrios, y esto incluía a la
población infantil.
Situaciones como esta, que vulneraron los
derechos de
la niñez, fueron mucho más violentas cuando se sospechaba
que algún familiar
era contrario al gobierno de Pinochet. Tal fue el caso del hijo de Violeta, ella colaboraba en el Comité de
Cooperación para la Paz en
Chile junto a sacerdotes y religiosas. A fines de 1975 su domicilio fue
allanado y su hijo de 14 años fue detenido e interrogado. Ella
también fue
interrogada y debido a los fuertes golpes recibidos quedo completamente
sorda.
Violeta había sido operada de un oído varios años
antes y conservaba algo de
audición. Después de días de interrogatorios,
quedaron bajo arresto
domiciliario con vigilancia permanente. Finalmente, toda la familia se
exilió a
Mendoza (ACCAI, 1980).
Otra
refugiada en Mendoza declaró ante el CEAS lo siguiente:
“A mí no
me encontraron, pero llevaron detenidos a mis hijos, a mi hija [da el
nombre]
de 7 años la golpearon y a [sic] quedado sin vista de un ojo. A
mi hijo [da el
nombre] también le pegaron, pero menos, pero de todos modos
quedó mal psíquicamente.
Todas estas cosas y la matanza de compañeros fueron denunciadas
internacionalmente” (ACEAS, legajo 30-0245)
[5]
.
El
exilio de la persona perseguida no libraba a sus niñas y
niños que quedaban en
Chile de seguir sufriendo la violencia estatal, como se observa en los
casos de
Cristina, Paz y Rosa. Cristina, embarazada con sus hijas de uno y dos
años,
escribió al CEAS ya que su esposo estaba en Mendoza.
“nunca
me lo imaginé que aquí me persiguieran
preguntándome por mi esposo aquí no
puedo vivir tranquila perseguida y arrancándome con mis hijitas
de un lado para
el otro. Sufriendo mis hijitas que ellas no saben nada de la vida,
hasta hemos
pasados días sin probar un pedacito de pan” (ACEAS, legajo
30-1645).
La
carta también menciona que una señora llamada Paz
sufría la misma situación.
Rosa, cuyo esposo estaba exiliado en Mendoza, luego de visitar a unos
parientes
de él, comenzó a ser perseguida suponiendo que estaba con
su marido.
Posteriormente, alguien denunció que él estaba en Mendoza
y comenzaron a buscarla,
preguntando en la casa de familiares del esposo. El 12 de abril de
1977, le
envió al CEAS una carta a través de una persona. En la
que decía:
“Esta
situación me tiene altamente alterada síquicamente, pues
desconozco los motivos
para que se nos busca […]. Además la incertidumbre en que
me encuentro junto a
mis hijos me ha impedido trabajar así alimentarlo ya que sin
trabajo somos una
carga para mi anciana madre y no tenemos medios para subsistir. Por
ello, ante
el peligro que nos ubiquen los que nos andan buscando y me vea a lo
mejor junto
a mis hijos sometida a que se yo que tratamiento [...] sólo
pensar lo que me
puede suceder me tiene los nervios destrozados Ud. se imagina el
peligro que me
espera seguir acá” (ACEAS, legajo 30-1207).
Ante
esta situación el CEAS le dio la dirección de FASIC. Como
no encontró ayuda,
Rosa dejó a sus cuatro hijos en casas de familiares y
viajó sola a Mendoza. El
CEAS envió una carta a fasic
pidiendo ayuda para la reunificación familiar. Finalmente, la
familia viajó a
Estados Unidos el 7 de agosto de 1977.
En
todas las acciones que presentamos en este apartado se muestra que la
violencia
contra la niñez no fue una consecuencia colateral, sino que fue
planificada.
Además, en los casos de persecución directa a las
familias vemos que las hijas
e hijos fueron igualmente golpeados que los adultos, mientras que para
las que
pudieron esconderse, las necesidades económicas, el hambre y la
angustia fueron
la moneda corriente. En todos los casos causó un impacto
psicológico y la
ruptura de esta cotidianidad, verosímil, estable y repetitiva,
que
mencionábamos al principio.
En
otros casos, la ruptura de la cotidianidad aparecía cuando los
niños y las
niñas quedaban aislados de su familia. De este modo, los
vínculos fuertes con
algunos de sus cuidadores eran cortados o alterados a veces en otra
casa, de un
modo que se les presentaba como transitorio, aunque sin fecha clara de
retorno
a la antigua rutina. Como ya vimos en el caso de Rosa, en algunas
ocasiones las
personas exiliadas, no pudieron salir del país con sus hijas e
hijos,
dejándolos al cuidado de parientes o conocidos. Silvia
huyó a Mendoza, pero
tuvo que dejar a su hija de 14 años en Chile, ya que su esposo
estaba
desaparecido y necesitaba un poder firmado por su esposo para sacarla
del país
(ACEAS, legajo 30-1826).
El CEAS
informó a ACNUR de Chile que una pareja había huido a
Mendoza y dejado a su
hijo de dos años de edad al cuidado de su abuela
“...Al
ser detenida ésta el 17 y 18 de
septiembre próximo pasado [1976], también fue detenido su
nieto por no tener
donde dejarlo. La preocupación de sus padres aquí en la
Argentina obviamente es
muy grande y desearían reencontrarse con su hijo a la brevedad
posible.
Molestamos su atención a fin de que Usted vea la posibilidad de
que el niño
pueda ser enviado a la Argentina por intermedio de esa
delegación en Chile”
(ACEAS, nota 3/76).
María,
de treinta años llegó a Mendoza con un hijo, en tanto que
dejó a otro de nueve
años al cuidado de su abuela en Chile. Como la abuela (que era
la madre de la
mujer) cayó gravemente enferma nadie podía cuidar al
niño. Ante esta situación,
María ingresó clandestinamente a Chile para buscar a su
hijo y volvió a
Argentina (ACEAS, legajo 30-0824).
Pero no
todos tenían la misma suerte que María y en algunos casos
era complicado
conseguir dinero en Mendoza para traerlos.
“En
primer lugar, escribía un refugiado al CEAS, la
preocupación fundamental que
tenemos, es la imposibilidad por falta de medios económicos, de
traer a nuestro
lado a nuestros hijos, que se encuentran en Chile a cargo de un
familiar. Nos
han escrito y pedido que los vallamos [sic] a buscar lo antes posible,
ya que
la situación económica allá es cada vez más
insostenible. La edad de los niños
es de 1 año y 4 meses y 2 años y 6 meses respectivamente.
Demás está decirles
la desesperación y dolor que nos atormenta al no tener a los
hijos con nosotros”
(ACEAS, legajo 30-1280).
Además,
la desinformación sobre la situación de los parientes en
ambos lados de la
cordillera era frecuente. ACNUR de Chile le informó a su par de
Argentina que
las cartas que enviaba un refugiado en Mendoza a su familia y viceversa
eran
interceptadas por lo que sólo se podían comunicar a
través de otras personas
(ACEAS, legajo 30-0798). La persona exiliada no podía
comunicarse por los
medios habituales ya que podría ser rastreado su domicilio en
Argentina. De
este modo, cuando la persecución generaba el exilio de los
familiares, el
encuentro era problemático. Un refugiado escribió sobre
su esposa embarazada en
Chile:
“...me
preocupaba más de lo imaginable ya que cerca de 4 meses no tuve
comunicación
con mi esposa [...] La última carta mía la recibió
el 29/12/74 donde explicaba
paso a paso lo que se estaba haciendo por ella acá y lo que
debiera hacer allá
ella, incluso mostrar la carta enviada, en la cual iban datos que a
ella le
servirían. Carta que fue por mano. Quisiera agregar que mi
esposa es el único
familiar que tengo y que hace ya 10 años que somos casados y
ahora recién vamos
a tener nuestro primer hijo, como Uds. comprenderán nuestro
deseo es estar lo
más unidos posible. Es lo más lícito y justo que
podemos querer” (ACEAS, legajo
30-0292).
En
otras ocasiones se daba la situación inversa, como los padres no
conocían a
otras personas en Mendoza, ante problemas de uno de ellos, sus hijos
debían ser
llevados nuevamente a Chile.
“Mi
esposa a [sic] sido internada en el hospital Emilio Civit, en el cual
estará
internada asta [sic] el mes de diciembre por infección del
embarazo según el
diagnóstico médico. Tenemos un hijo de 4 años de
edad el cual mandaremos a
Chile donde nuestros familiares. Necesito para ello que Uds. me hagan
un
préstamo [...] Esto es para financiar el viaje de quien lo
trasladará” (ACEAS,
legajo 30-0316).
Hasta
ahora hemos tenido la voz de los progenitores, a continuación
leeremos a
Alicia, cuya carta muestra los graves sufrimientos de niñas y
niños cuyos padres
y madres estaban exiliados en Mendoza. La familia de Alicia
vivía en Conchalí,
Santiago. Luego del golpe militar, su padre, de 29 años,
comenzó a ser
perseguido y se refugió en Mendoza el 27 abril de 1974. Por
mucho tiempo él no
tuvo noticias de su familia, ni su familia tuvo noticias de él.
Su esposa dejó
a sus hijos de 10, 8 y 7 años en casa de unos parientes, en
Valdivia y fue a
Mendoza a buscarlo. Al reencontrarse intentaron infructuosamente
ahorrar dinero
para traer a sus hijos. En junio de 1975 Alicia, de 10 años, les
envió una
carta en la que describía como vivían en esa ciudad
lejana, la expectativa del
regreso de sus padres.
“Querida
mamasita.
Te saludo muy
cariñosamente a ti y papá son los deseos de tus hijos
que siempre te recuerdan cariñosamente. Estoy muy contenta
porque están juntos
otra vez y también porque vas avenir en septiembre a buscarlos y
espero que los
traygan [sic] muchas cositas bonitas y también te cuento que
Jaimen [sic] está
muy enfermo pero vien [sic] que mi tía lo llevó al
médico y no lean encontrado
pero casi lo dejan en lospital [sic] y te echan mucho de meno [sic] y
creo que
eso es la enfermedad y ya estaría bueno que vengas a buscarlos y
los chicos se
portan muy mal sobretodo Maurisio [sic] a veses [sic] voy para a
enseñarle a
leer y poreso [sic] te escribo para que sepas y vengas cuanto ante
porque mi
tía está asustada. Si los quieres vendrás altiro
[sic] y a veces [sic] mi tía
no tiene como comprarlas cosas o remedio.
Bueno
mamá yo estoy muy bien aquí pero me an [sic] salido
muchos
autitos donde te echo de menos mi tía siempre me limpia yo lo
paso bien me
tratan muy bien y cuando te vengas tiene que traer un saco de plata
para pagar
todo lo que deves [sic] porque yo tengo una lista larga y eso se los
debo a mi
tía. Bueno que mas te diré mamita recives [sic] saludos
de tus hijos Jaime,
Maurisio [sic] y de mi con fuertes abrasos [sic] y muchos vesitos [sic]
y
también para papá y yo también estoy muy asustada
porque Jaimen está enfermo a
veces llora callado dise [sic] la señora Iris.
Bueno
se despiden de ustedes sus hijos Alisia [sic], Jaimen[sic] y Mauricio
que los
recuerdan con cariño. Resive [sic] saludo de mis tíos
Tita y Segundo
contéstenme pronto por favor” (ACEAS, legajo 30-784).
Sus
padres desesperados escribieron rápidamente al CEAS para pedir
un préstamo para
pagar los pasajes. El CEAS los ayudó y mandó con la madre
una carta al Comité
para la Paz en Chile, en su sede en Valdivia, pidiendo que ayuden a
cubrir
parte del traslado de la señora y sus hijos hasta Mendoza. Ya en
Mendoza, se
alojaron en el Hotel Santa Fe hasta el 11 de mayo de 1976. Para esa
fecha el
padre había construido en un terreno un baño, una cocina
y dos piezas, gracias
a una ayuda del CEAS. El 3 de febrero de 1976 se le había
entregado un subsidio
llamado “Ayuda Final” para comprar un terreno y construir
la casa a cambio de
no solicitar más ayuda al CEAS. Igualmente, a partir de julio de
1976 se le
volvió a ayudar por 3 meses para comprar alimentos y en 1977
para la compra de
herramientas de albañilería. La familia comenzó a
realizar los trámites para
reemigrar a Australia, pero la embajada la rechazó, ya que la
mamá de Alicia se
había enfermado de pulmonía. El CEAS ayudó a la
mujer mientras estuvo dos meses
en cama, pagándole medicamentos, radiografías y gastos en
médicos. También le
dio elementos escolares. Finalmente el 7 de agosto de 1977 la familia
de Alicia
consiguió la visa para ir a los Estados Unidos. Al irse, su casa
fue devuelta
al CEAS, que a su vez la cedió a otro refugiado (ACEAS, legajo
30-784).
En todos los
casos que hemos visto en este
apartado, la cotidianidad infantil se vio rota al experimentar el
alejamiento
de su familia, que en los relatos se muestra confusamente como algo
inesperado
pero inevitable, incompresible, aunque también transitorio. A
estas alturas, en
que la cotidianidad previa al asalto de la Casa de la Moneda
aparecía como
irrecuperable, y en un contexto de empobrecimiento (ya que las familias
perdían
sus ingresos estables) y de incomunicación segura entre ambas
laderas de la
cordillera, la reunificación familiar en el exilio era la
opción menos dañina.
La
niñez exiliada había visto romper su cotidianidad mucho
antes de salir de
Chile, con los primeros rumores de persecución comentados en sus
hogares. La
adaptación, o por lo menos convivencia con una nueva sociedad,
no se dio en
abstracto, sino que se fue vivenciando junto a las condiciones
materiales de
una nueva cotidianidad. Por esta razón, describiremos las
características de
las residencias de las familias para comprender la situación de
precariedad y
pobreza en que se encontraban, ya que, para el caso de quienes huyeron
a
Mendoza, el exilio generalmente implicó un empobrecimiento.
La dinámica
de la llegada del exilio infantil a Mendoza, respondió a la
misma lógica que la
de las cadenas migratorias donde los ya establecidos van ayudando a los
recién
llegados. En algunos casos las niñas y niños llegaron con
una parte de su
familia para encontrarse con el resto: en general los adultos varones
que
habían llegado antes para generar unas condiciones
mínimas para la recepción.
Sin embargo, ante la peligrosa situación que se vivía en
Chile, otras familias
debieron huir toda junta buscando compatriotas conocidos. Muchas de
ellas se
establecieron en barrios inestables del Gran Mendoza o llegaron con
cartas de
organizaciones chilenas que las presentaban al CEAS para postularse
como
refugiados políticos y recibir una ayuda básica.
Finalmente, no debemos olvidar
la pequeña cantidad de población infantil que
llegó sin su familia, a veces con
parientes o familias conocidas, o solos, como ya hemos visto.
En
1984, FASIC analizó las condiciones de habitabilidad de 31
familias chilenas
que habían vivido en Mendoza entre fines de 1973 y 1979, y
encontró que el 66%
había alquilado (7 familias compartieron la casa con otra
familia chilena y 13
vivieron solas), el 19% (6 familias) vivieron en hoteles o pensiones,
el 13% (4
familias) pudieron construir o comprar su casa y el 3% restante (1
familia)
vivió en una casa prestada (FASIC, 26/6/84, 14). Si bien este
estudio por su
reducido número no es estadísticamente representativo
para el gran número de
familias que componían la comunidad exiliada en Mendoza, si es
cierto que en el
archivo del CEAS también se observa que una gran mayoría
alquiló en casas,
pensiones u hoteles, mientras que fueron pocos los propietarios.
Las
mejores condiciones de habitabilidad para una familia se
conseguían alquilando
una vivienda sencilla en forma individual o compartida con otra familia
chilena. En ellas, la calidad de vida infantil era buena. En general
dormían en una pieza separada de sus padres, teniendo un espacio
para su
intimidad, estudios y juegos. Las
niñas y niños se integraban al nuevo contexto
rápidamente, al tener
vecinos/as y amigos/as argentinos/as. Además, el asistir a la
escuela del
barrio, relacionaba a la familia con otras organizaciones locales como
la
cooperadora escolar o el club de madres. Finalmente, los problemas de
conducta
no eran tan graves como los que veremos en los niños y
niñas en los hoteles
(ACEAS, 15/6/76). En general las
características de las casas alquiladas en forma individual,
eran similares a
las de estas cuatro familias: una familia de cuatro personas
vivía en una casa
alquilada por el CEAS de dos dormitorios, cocina, comedor y un
pequeño patio
donde estaba ubicado el baño. Tenían luz y agua (ACEAS,
legajo 30-0769). Otra
familia alquilaba una casa con dos dormitorios, baño,
cocina-comedor y patio (ACEAS,
legajo 30-0753). Una tercera familia, de 6 personas, alquilaba una
pieza con
cocina y baño en Guaymallén (ACEAS, legajo 30-0780). Una
cuarta familia de 6
personas alquilaba una casa de 3 dormitorios, cocina-comedor,
baño y patio
(ACEAS, Legajo 30-0798).
También
era común que
varias familias alquilaran juntas. En un antiguo caserón
distante a
Pero
alquilar no era fácil,
principalmente después del golpe cívico-militar de 1976
en Argentina y las
crecientes tensiones con Chile. En 1978 el Concejo de Refugiados políticos chilenos en Mendoza, se
quejó porque las inmobiliarias
exigían radicación y dos garantes con propiedad a su
nombre. En algunas
inmobiliarias inclusive se extendían contratos en comodato, que
permitían
alquilar camas por un tiempo limitado, con pago anticipado, fuertes
comisiones,
garantías y contratos localizados, también a alto costo,
aparte de los
reajustes en los cánones de acuerdo al alza del costo de la vida
(ACEAS, 15/2/78).
Por
esta razón, otras familias construyeron sus viviendas en
terrenos donde se
asentaron clandestinamente o que habían comprado barato a las
afueras de la
ciudad. Una característica particular, es que varios de estos
casos compraron y
construyeron colectivamente. En 1976
cuatro familias, con ayuda del CEAS
compraron un lote en Las Heras y construyeron sus casas. Años
después, cuando
dos familias salieron de Argentina les dejaron sus casas a otras
familias (ACEAS, 8/10/80). En 1977, 220 familias
chilenas y argentinas se organizaron para comprar una finca de cuatro
hectáreas
en Gutiérrez y lotearla (ACEAS, legajo 30-0836). En un legajo un
refugiado dejó
su dirección del siguiente modo: “En Puente de Hierro- corralitos, yendo por Carril
Godoy Cruz
[...] hay una plazoleta triangular y de allí dos cuadras
para adentro
Barrio Nuevo (de los chilenos)” (ACEAS, Legajo 30-1361). La
denominación de
“Barrios de los Chilenos” nació
espontáneamente en varios departamentos del
Gran Mendoza. La calle de ese loteo se llamaba Chile, y también
vivía otra
familia de refugiados (ACEAS,
Legajo 30-1366). La casa estaba sin terminar,
aunque
tenía luz, agua y gas envasado. Constaba de un dormitorio y una
cocina-comedor,
el baño era precario (ACEAS, leg. 30-1361).
Las
viviendas rurales eran más desfavorecidas. Las casas de
Fernando, Alfonso,
Ulises y Tomás son ilustrativas. Fernando de 29 años,
trabajaba en una fábrica
en Quillota y estudiaba en la Universidad F. Santamaría de
Valparaíso, Dibujo
Técnico Mecánico. En Mendoza, trabajaba como obrero
rural. En 1978 su familia,
estaba compuesta por su esposa y tres hijos de 3, 5 y 6 años.
Ocupaban una pequeña
vivienda prestada, en una finca de Tunuyán. Era una casa sin
baño, de dos
habitaciones y un ambiente muy pequeño para cocina.
Tenían electricidad, pero
al agua debían buscarla de un pozo que estaba alrededor de
“… hay
un pequeño ranchito, con una enramada y un pequeño corral
de cabras. No hay
árboles, sino una zona salitrosa, que es donde se encuentra
levantada la
precaria vivienda que habita esta familia. Es una casita hecha de
ladrillones,
barro y chapas, que a pesar de los precarios recursos se observa mucha
higiene
y pulcritud. El terreno es cedido y los ladrillones, o pedazos de ellos
que
hay, los ha conseguido” (ACCAI, 1979).
Los casos
más traumáticos los vivieron las niñas y
niños que estuvieron alojados en los
hoteles, en pensiones o como allegados en otra familia, ya que no
tenían las
condiciones mínimas para vivir saludablemente.
El alquiler
de hoteles para personas exiliadas, fue unas de las primeras opciones
que llevó
a cabo el CEAS para asistirlas, llegando a ocupar
simultáneamente 18 hoteles,
sin embargo, al ver las consecuencias, sólo funcionaron entre
fines de 1973 y
marzo de 1977. En cada uno de ellos, los refugiados elegían un
comité de
disciplina y un delegado que representaba sus necesidades ante el CEAS.
La
especulación de los hoteleros, llevó a provocar
condiciones de hacinamiento. A
cada familia sólo se le asignó una habitación,
mientras que quienes llegaban sin
sus familias eran alojados “de
seis a doce personas en cada habitación” (ACEAS,
15/2/78). En
este contexto, la infancia exiliada se desarrolló en un espacio
mínimo de una familia por habitación generalmente con
baño privado, pero en
hoteles casi sin espacios comunes, durante una estadía que, en
algunos casos,
se extendió por hasta tres años. El CEAS alojó a
las familias en hoteles o de
forma ambulatorias, como llamaba a las que recibían dinero para
alquilar una
casa o alojarse en pensiones. Hacia 1976 la situación de la
niñez exiliada
menor de 12 años asistida por el CEAS era la siguiente:
Cuadro 1: Cantidad de niños/as chilenos/as de
0 a 12 años asistidos por el CEAS en 1976
|
|||||
Edad |
|
|
|
Total por lugar de alojamiento de la familia |
% |
Hoteles |
123 |
108 |
132 |
363 |
62,5 |
Ambulatorios* |
41 |
87 |
90 |
218 |
37,5 |
Total por edad |
164 |
195 |
222 |
581 |
100 |
% |
28 |
34 |
38 |
100 |
|
* alojados en
casas o pensiones. Fuente: ACEAS,
15/6/76, 1 |
El
62,5% de las niñas y niños chilenos alojados vivía
en hoteles, según las
trabajadoras sociales del CEAS en “condiciones de
total hacinamiento”
(ACEAS, 15/6/76). En los hoteles, dormían con sus padres y
tampoco tenían lugar
para jugar, hacer sus tareas escolares o donde estar durante el
día. No tenían
vivienda, educación, remedios o alimentación adecuados;
ni se integraban con el medio
social mendocino, ya
que sólo tenían amistades dentro de los hoteles.
Además, las
familias no tenían intimidad y se generaban tensiones entre
ellas, la
mujer ama
de casa encontraba rota su cotidianeidad al no tener espacio para la
realización de tareas, y la mayoría de los adultos
varones no conseguían
trabajo (Verhoeven, A. 2/5/77). Como resultado, los niños y las
niñas se
volvían más agresivos. En una
carta de los refugiados
del Hotel Marconi al CEAS, pidieron zapatillas para sus hijos e hijas
detallando la cantidad en ese hotel. El siguiente cuadro muestra la
cantidad de
hijos e hijas por habitación:
Cuadro 2: Cantidad
de niños/as por habitación en el Hotel Marconi (1976)
|
|||||||||||||
Nº de
habitación |
2 |
3 |
4 |
5 |
7 |
8 |
14 |
15 |
22 |
23 |
24 |
Total |
Promedio por
habitación |
Nº de
niños |
2 |
1 |
2 |
4 |
5 |
5* |
3* |
1 |
3 |
2 |
2 |
31 |
2,81 |
* Uno de los
niños es un bebé. Fuente:
ACEAS, 1976 |
Según
el cuadro eran casi tres niños por habitación. A lo que
hay que sumar la
cantidad de adultos en cada cuarto. La situación de hacinamiento
era evidente.
Los hoteles no estaban preparados para albergar a tantos niños y
niñas por
habitación, ni habían sido pensados para que familias
vivieran en ellos por
largos periodos que, en muchos casos, superaron los dos años. En ocasiones, los
hijos e hijas se quedaban solos o eran cuidados por otra familia
refugiada en el hotel, mientras sus progenitores trabajaban o buscaban
trabajo.
En un contexto de persecución e incertidumbre, la solidaridad y
la desconfianza
se mezclaban profundamente en las relaciones entre las familias
refugiadas. La
desconfianza tenía que ver con el temor a la persecución
y a los infiltrados.
La solidaridad con la empatía entre los compatriotas que
habían vivido las
mismas cosas, por lo que se organizaban para cuidar a sus hijos. Un
refugiado
escribió lo siguiente:
“...
tanto yo como mi esposa trabajamos, debiendo ella llevarse a su empleo
a
nuestro hijo menor que tiene 1 año y 9 meses y quedando solos
los otros 2
mayores de 7 y 9 años desde las 7 de la mañana hasta las
3 o 4 de la tarde
[...] Que los dos niños mayores quedaban encargados a la esposa
del compañero
Castro, con el que trabajo actualmente y que fue trasladado al anexo
del Hotel
Santa Fe [...] vengo en solicitar traslado por dicho tiempo al hotel
Anexo del
Santa Fe ubicado en la calle España” (ACEAS, Legajo
30-753).
Las familias que
vivieron en pensiones sufrían el
hacinamiento aún más, ya que dormían varias
personas en la misma habitación y
compartían el baño y la cocina con otros inquilinos. Por
ejemplo, en una pieza, vivió una
familia con una hija y una hermana del padre
de la familia, que estaba en un avanzado estado de gravidez (ACEAS,
legajo
30-799). Otra familia escribió: “Vivimos en una pieza
de 4x4 seis personas
en un estado de promiscuidad que nunca nos imaginábamos que
viviríamos”
(ACEAS, Legajo 30-1780), mientras que un exiliado solo vivía en
un salón, que
era también su taller de calzado (ACEAS, legajo 30-0321).
Los que
vivían de allegados se encontraban más
incómodos aún. Un refugiado describió: “...la casa
donde estamos en estos momentos consta de dos habitaciones las cuales
una ocupa
el dueño de casa y su esposa y la otra, su hijo de 22
años y mi esposa [con
cinco meses de embarazo] y yo” (ACEAS, legajo 30-0839). En
tanto que
otra familia de cuatro
personas, vivía de allegada en la casa de un conocido que
tampoco los podía
alojar por mucho tiempo (ACEAS, legajo
30-770).
Sin
embargo, en los hoteles existía otro peligro que no
tenían ni la pensiones, ni
las familias allegadas. En el contexto de las operaciones del Plan
Cóndor, fue
más fácil para los grupos paramilitares de derecha
argentinos junto a
organismos de inteligencia chilenos acosar a las familias alojadas en
los
hoteles. En septiembre de 1975, desconocidos se presentaron en un hotel
buscando a un gremialista chileno que estaba alojado allí,
aunque sus
compatriotas negaron conocerlo, las visitas se repitieron por lo que el
CEAS
ayudó a que se exiliara a Canadá en el mismo mes de lo
sucedido (ACEAS, legajo
30-0785). Estas situaciones generaron nerviosismo y desconfianza entre
ellos
mismos. En otra ocasión, un refugiado acusado de ser infiltrado
pidió cambiarse
de hotel para evitar seguir siendo víctima de maltrato (ACEAS,
legajo 30-0344).
Mientras que un tercero alertó sobre la persecución
en su hotel:
“... y
como aquello fuese poco, llegamos a un lugar desde todo punto de vista
tranquilo un hotel para relajar los nervios, para tranquilidad de
nuestros
hijos y esposa; y acá lo increíble; llegan ciertos
personajes que se jactan de
amenazar y realizar averiguaciones nuestras e impresionar con otras
gentes que
siguen nuestros pasos en nuestra cotidiana labor diaria; […]
Creo que el que el
Comité debe preocuparse de esta información y no
subestimarla. Los refugiados
políticos debemos ser erradicados de los hoteles, sobre todo los
compañeros que
aún guardan una representatividad moral de gobierno antes que se
consumaran los
hechos. Favor que agradecemos de antemano. Por favor háganlo”
(ACEAS,
legajo 30-0215).
El CEAS
comprendió la gravedad de la denuncia y escribió en la
misma carta: “Adelante
salgan”. El acoso crecía a medida que se preparaba el
golpe cívico-militar del
24 de marzo de 1976. Los hoteles bajo el amparo de ACNUR en toda la
Argentina
eran continuamente allanados CEAS (S/F a). En abril de 1976, la
policía detuvo
y torturó a 19 refugiados políticos de un hotel de Buenos
Aires protegidos por
ACNUR. Dos meses después en esa misma ciudad, hombres armados
irrumpieron en
dos hoteles más y luego de destrozar las habitaciones,
secuestraron a 26
personas, 23 chilenos (dos eran niños), dos paraguayos y un
uruguayo. Ante
esto, muchas familias dejaron los hoteles y se refugiaron en la
embajada de
Canadá, hasta poder salir del país (Benites-Dumont, A.
1999).
Por
todas estas condiciones (de hacinamiento y repercusiones negativas en
la
convivencia, por un lado y el acoso externo, por el otro) es que el
CEAS
decidió cerrar los hoteles gradualmente desde el año
1976. Hacia enero de 1977
sólo funcionaban cuatro hoteles y en abril, ninguno (Verhoeven,
A. 2/5/77).
La
mayoría de las personas adultas de las familias, experimentaba
estrés que
repercutían en cuadros gastrointestinales y angustias
periódicas (ACEAS, 1978).
En ocasiones, había miembros familiares que debían
recuperarse de secuelas de
torturas y de la persecución en Chile en condiciones
inadecuadas, como el
hacinamiento en los hoteles, la precariedad de las casas, el desempleo
y la falta
de obras sociales. La carencia de recursos convirtió a la
escasez de
alimentación en un problema grave (ACEAS, S/F b). Miguel en una
carta al CEAS
escribió:
“… no
tengo documentación, que me acredite y permita trabajar en una
empresa, los
trabajos son escasos en todo el país, desde hace varios meses,
que no tengo
trabajo en algo que permita solventar los gastos de
alimentación, vestuario,
escuela, etc. etc. de mis hijos” (ACEAS, legajo 30-1361).
En la
población infantil, algunas de las dificultades más
frecuentes fueron
desnutrición, agresividad, trastornos de conducta en la escuela
y enuresis
(ACEAS, 19/11/84; dic/84 y S/F b). Las niñas y los niños
alojados en los
hoteles recibieron mayor cuidado en la administración de dietas
especiales
frente a enfermedades, pero en contrapartida, tendían a
contagiarse más que los
que vivían en casas alquiladas por el hacinamiento (ACEAS,
15/6/76; 15/2/78). Por esto, el estado de salud general de las familias mejoró
al dejar los
hoteles (ACEAS, 1977). Entre las situaciones más compleja puede
mencionarse que
el CEAS asistió a un niño con problemas sicóticos
con posibilidad de deterioro
cerebral causado por conflictos familiares intensos (ACEAS, 1978). En
otra
ocasión, una familia chilena llegó desde Buenos Aires con
cinco niños en un
grave estado de desnutrición, por lo que debieron ser internados
(ACEAS, legajo
01-1174). Otra familia, por ejemplo, tenía a sus tres
niños con problemas
serios de diarrea (ACEAS, legajo 30-1725). En 1978, el CEAS
atendía alrededor
de 15 casos mensuales de niños y niñas con
desnutrición.
Con
respecto a la educación, la mayoría de la
población infantil exiliada con la
edad indicada, fue a la escuela primaria. En 1977 por ejemplo, el CEAS
informó
que el 95% de ellos que tenían entre 5 y 12 años (356
niños), concurría a la
primaria (ACEAS, S/F c). El colegio secundario no fue tan masivo y el
CEAS
declara que para ese periodo solo 24 adolescentes estudiaban. Era
difícil
estudiar en un contexto tan adverso. Escribía un refugiado:
“Lo que
más me preocupa es la situación de mis hijos (4) los dos
niños mayores uno de
16 años, otro de 14 años, me pidieron llorando que no
podían seguir estudiando,
uno en la secundaria y el otro en la primaria, me dicen que no pueden
concentrarse en el estudio, pues ellos saben perfectamente la
situación en que
vivimos y les afectó. En resumen, pierden un año de
estudio, se imaginan lo que
significa para nosotros los padres, todo el esfuerzo y la esperanza que
teníamos de ellos” (ACEAS, legajo 30-780).
Por
situaciones como esta, el CEAS colaboró en la inserción
escolar de la comunidad
infantil exiliada. En diciembre de 1973 creó la guardería
y jardín de infantes
“Maripositas” como salida a la situación de encierro
en los hoteles. El jardín
comenzó con 15 niños y niñas, pero hacia 1977 ya
asistía a 118, atendidos por
seis maestras, dos niñeras, dos mamás chilenas y
tenían transporte escolar
(Verhoeven, A. 2/5/77). En 1976, el CEAS también comenzó
a dar clases de apoyo
escolar dictadas por algunos refugiados que compartían los
hoteles (ACEAS,
15/6/76). Además, consiguió unas ayudas de ACNUR para
estudiar en la primaria,
secundaria o cursos técnicos, que a veces eran becas
económicas o entrega de
útiles o solamente la facilitación de trámites
(ACEAS, 9/5/77; S/F c y
8/10/80). La ayuda era tan pequeña, que un refugiado se quejaba
en una carta de
lo que había recibido para sus hijos que cursaban estudios
primarios: “estos
niños sólo han recibido a través del año
escolar solamente un par de zapatos y
un delantal, siendo que a través del periodo escolar se necesita
útiles y
vestimentas en general” (ACEAS, 8/9/82, 3). En 1977 las ayudas
del CEAS eran las
siguientes:
Cuadro 3: Ayuda
del CEAS para estudio (1977) |
|
Tipo de ayuda |
Nº de
personas |
Capacitación
para empleos |
25
(adolescentes y adultos/as) * |
Estudiantes
secundarios |
24 (solo
adolescentes) |
Estudiantes
primarios |
150 (solo
niñas y niños) |
Total |
199 |
* No estaba discriminada la cantidad de adolescentes en
la fuente
Fuentes: ACEAS, 1977 y S/F c |
Pero lo
que más afectaba el cumplimiento del acceso a la salud y a la
educación eran
los obstáculos que imponía el gobierno argentino. Estas
acciones en contra de
la comunidad chilena exiliada en Mendoza habían comenzado desde
el golpe
cívico-militar argentino de 1976, implementando cada vez mayores
restricciones
burocráticas, que impedían la residencia permanente. Esto
se agudizó aún más en
1978, con el aumento de los conflictos limítrofes entre
Argentina y Chile, lo
que provocó varias medidas en contra de los chilenos que
vivían en el país. A
pesar de que el gobierno argentino afirmó que respetaría
los derechos básicos
de la comunidad exiliada chilena, los
hospitales y centros de salud estatales sólo atendían a
extranjeros
con radicación definitiva, previo pago de aranceles (ACEAS,
15/2/78; 25/10/78 y nota 304/78).
Esto complicó la ayuda a los enfermos que en general no
podía pagarse
atención privada (ACEAS, S/F d). En
tanto que la niñez
exiliada sólo tenía acceso a la educación primaria
y en las escuelas
provinciales (ACEAS, 15/2/78). La educación secundaria estaba
condicionada a
los extranjeros con radicación definitiva o a los hijos de
exiliados censados
en los decretos 1483/76 y 1966/77 y que habían resultado
positivos (ACEAS,
12/1/78). Ante esto, muchos eran aceptados en las escuelas, pero como
oyentes
(ACEAS, S/F b)
[6]
. En
agosto de 1978, el Concejo de Refugiados Políticos de Mendoza
escribió:
“Fuimos
y somos respetuosos y democráticos, no estamos con la
violencia, pero vemos que se actúa con violencia hacia nosotros
cuando:
No se nos da
el derecho a trabajar honestamente, y nos sentimos
humillados y rebajados en lo más hondo, al recibir una ayuda de
emergencia por
parte de ACNUR que no alcanza a cubrir 15 días del mes.
Actúan
con violencia hacia nosotros cuando no se nos atiende en los
hospitales, los cuales lo hacen sólo a extranjeros con
radicación.
Se impone la
violencia cuando nuestros hijos no son recibidos en las
escuelas, por no contar con la documentación necesaria.
La violencia
entra en nuestros hogares cuando no tenemos alimentos
La violencia
nos roe cuando no tenemos con que calentar nuestros
hogares en este crudo invierno.
Nos
vemos culpables ante nuestros hijos y esposas por estas situaciones,
nos
sentimos parásitos, pero no por así quererlo, sino porque
esta sociedad nos
repele. Actualmente existe una campaña, por prensa, radio y TV
en contra de los
chilenos, por el problema de soberanía del canal Beagle, ya
nuestros vecinos
argentinos nos miran con desconfianza y recelo, al mismo tiempo las
detenciones
arbitrarias de la policía, son demasiado frecuentes, nos
detienen por 24 o 48
hs y nos insultan y maltratan de hecho, diciéndonos que en una
próxima
detención seremos puestos en la frontera con Chile”
(ACEAS, 27/8/78).
Esta
situación se normalizó del todo con el regreso de la
democracia en Argentina.
A
principios de los ochenta, cada vez más familias comenzaron a
regresar a Chile.
Esto se debió a la recesión económica argentina
que generó inflación y
desocupación, que afectaba principalmente a extranjeros, y a la
persistente
amenaza de una guerra con Chile y las posibles represalias que se
tomarían
sobre la comunidad chilena en Mendoza. En septiembre de 1982, el cuerpo
de
delegados de refugiados políticos chilenos le escribió a
ACNUR “Al ver la
grave situación que vive la gran mayoría de la comunidad
de refugiados como
hemos sabido por ustedes un gran número de familias a [sic]
pedido su
repatriación” (ACEAS, 8/9/82, 3).
Ante
esto, el ACNUR comenzó
a implementar un programa de retorno, el CEAS afirmó: “La
agencia siempre ha
alentado este programa, que significa terminar con las consecuencias
nefastas
del desarraigo evitando el vaciamiento del país de origen. Es
dar un contexto
familiar y social a los hijos. Es volver a sentirse parte activa en el
quehacer
de su patria, integrado a la problemática Latinoamericana.
[…]La ayuda de
repatriación está destinada a solventar los gastos de
viaje y cubrir las
necesidades de un primer tiempo previsto para su reubicación”
(ACEAS, sept. 1982, 2).
El
retorno de las familias planteó nuevos problemas. En algunos
casos, parte de la
familia no quería regresar. Esto sucedía con hijos e
hijas que veían en Mendoza
la posibilidad de realizar estudios superiores de forma gratuita. El
CEAS
planteó que no ayudaría necesariamente a la parte de la
familia que quedaba en
Mendoza, sino que evaluaría primero si los que no retornaban
eran perseguidos
políticos. Lo mismo sucedía con los/las hijos/as mayores de edad, que deseaban quedarse a
estudiar y tener becas de estudio del CEAS.
El
retorno implicó que otra vez la población infantil
debió abandonar un mundo que
le era propio para regresar a un país que le parecía
amenazante, ya que sus
padres lo habían abandonado. Esto era más fuerte en las
familias que tenían
hijos o hijas argentinas, que nunca habían estado en Chile
(ACEAS, S/F e).
Muchos de ellos no se sentían chilenos como sus padres, pero
tampoco plenamente
argentinos, construyendo una identidad ambigua argentino-chilena. Esta
identidad binacional se fortaleció entre los vecinos de
“los barrios de los
chilenos”, que ya mencionamos en el punto 5. Un ejemplo es el
Barrio Cristo
Salvador (Salvador en alusión al expresidente Allende) y Unidad
Latinoamericana
(Unidad en alusión a la Unidad Popular), construidos por ayuda
mutua por
familias chilenas y argentinas, cuyas organizaciones sociales como la
unión
vecinal, el centro de madres y el club deportivo organizaron eventos
tanto para
las festividades argentinas como para las chilenas y recibieron a
militantes
del Chile Democrático (ACCAI, 30/10/86 y 11/7/84).
En
Chile, las condiciones de acogida a los retornados tuvieron
características
diferentes según el gobierno. Durante el régimen militar
chileno, las
autoridades oficiales no reconocieron al retorno como un derecho
fundamental y
pusieron grandes obstáculos. Un informe de la Vicaría de
la Solidaridad
realizado en 1984, denunciaba la necesidad de que el Estado apoyara a
los
retornados a través de programas de empleos, de medidas que
favoreciesen la
integración de los hijos de los retornados al sistema educativo
y que la aduana
diera facilidades para que pudieran ingresar sus pertenencias (ACCDH,
17/5/84).
De regreso a Chile muchos exiliados se encontraron con numerosos
problemas. La
tensión provocada por la expectativa del regreso fue un factor
detonante, ya
que no encontraron la imagen idealizada de su país que
construyeron en el
exilio. Esto constituyó el primer gran shock emocional, que
muchas veces
sumergió a las personas en la desesperación y la
impotencia. A veces el
exiliado era rechazado en su familia por su participación
política, y el hecho
de haber estado exiliado en Argentina, era una marca de esa
pertenencia.
Además, el gobierno militar había logrado, a
través de los medios, la imagen de
un “exilio dorado”.
Para
repatriarse, la familia debió deshacer su casa y volver a
enfrentar la
incertidumbre. El crecimiento de los retornados ocasionó el
aumento de los
“allegados”, es decir de familias que vivían en
calidad de huéspedes en casa de
parientes o familiares. Otro grave problema era la
desinformación con respecto
a la sociedad chilena en cuestiones cotidianas, como los gastos y
trámites del retorno,
el costo de vida, dónde trabajar o dónde estudiar. Esto
se agudizaba porque en
general los padres y madres de familias llegaron sin trabajo. El
retorno
implicó grandes tensiones emocionales, en primer lugar, durante
la espera en el
exilio a la autorización oficial para poder volver al
país, y luego por la
desarticulación del modo de vida y de las relaciones sociales en
el otro país.
A lo que se sumaron las secuelas de traumas anteriores que
habían motivado el
exilio, como la persecución, el encarcelamiento o la tortura
(ACCDH, 17/5/84).
En este
artículo nos preguntamos por el impacto en el quiebre de
la
cotidianidad de la infancia chilena exiliada en Mendoza. Descubrimos
como la
inmensa mayoría de niñas y niños que fueron
espectadores-víctimas de lo que
sucedió en el mundo adulto, no nos permite olvidar a una
militancia adolescente
compuesta principalmente por líderes estudiantiles que llegaron
a Mendoza con
menos de 18 años y que empezaron a intervenir en el escenario
político desde su
adolescencia. Es por ello que nos pareció más pertinente
usar el concepto de
exilio infantil frente a otros que enfatizan el aspecto pasivo de la
niñez
exiliada (Hijos/as exiliados/as, Hijos/as en el exilio o Exiliados/as
de
segunda generación).
Comprendimos también que las
niñas y niños sufrieron violencias no de un
modo accidental, sino que fue una acción represiva planificada
en la que
algunos/as fueron golpeados o encarcelados en Chile.
Como
consecuencia varios sufrieron el exilio
de su familia. Muchas veces, sus padres huyeron, pero no pudieron
llevarlos y
quedaron al cuidado de parientes o familias amigas. Así
padecieron la
incertidumbre de la ausencia de sus padres, en algunos casos en una
casa
diferente a la que vivían.
Ya en
Mendoza, la cotidianeidad se
reconstruyó de un modo provisorio, en casas generalmente
precarias. Parte de la
población infantil en el exilio sintió las consecuencias
de hallarse hacinados
en hoteles, con los mínimos recursos para vivir. Los adultos no
podían evitar
que sintieran la inestabilidad que los aquejaba. En este contexto,
estudiar y
acceder al sistema de salud, también fue problemático en
una sociedad diferente
que le fue hostil durante los conflictos políticos con Chile.
Esta es
una niñez marcada por el exilio y la pobreza, perseguida,
desterritorializada
pero que, como resultado final, en muchos casos adquiere una identidad
binacional que contribuirá a superar las tensiones entre dos
países hermanos.
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ACEAS. 15/2/78. Concejo
de Refugiados
“Temario para reunión con Sr. Lyonette ACNUR, a efectuarse
el 15-feb-
ACEAS. 15/6/76. Informe
sobre
población infantil bajo protección de ACNUR atendido por
CEAS, Informes
Departamento Trabajo social.
ACEAS. 16/11/89.
Declaración del
exiliado en Solicitud de Ayuda al ACNUR, Repatriaciones (88-89),
Letra
GH.
ACEAS. 19/11/84.
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del proyecto: Estado financiero definitivo. Proyecto de Asistencia
psicológica
a refugiados en Argentina, 84/AP/VAR/HD/1/OV (A),
ACEAS. 1976. Carta de los
refugiados
del Hotel Marconi, Correspondencia 1976
ACEAS. 1977. Informe
anual del
departamento de Trabajo Social, Informes Departamento Trabajo social
ACEAS. 1978. Oficina de
Salud. Plan
de Trabajo año 1978, Informes Departamento Trabajo social.
ACEAS. 25/10/78. Carta de
Kevin
Lyonette al Concejo de Delegados de Refugiados Políticos,
ACNUR-Mendoza. Correspondencia
1978. D
ACEAS. 26/12/91.
Solicitud de Ayuda
ACNUR, Repatriaciones 1991.
ACEAS. 27/8/78. Carta del
Concejo de
Delegados de Refugiados Políticos en Mendoza a todas las
embajadas en
Argentina, Correspondencia 1978: D
ACEAS. 8/10/80. Carta del
CEAS a
Monseñor Cándido Rubiolo, arzobispo de Mendoza, correspondencia
enviada y
recibida año 1980.
ACEAS. 8/9/82. Carta del cuerpo de Delegados de los
Refugiados Políticos Chilenos de
Mendoza a ACNUR, Informes Departamento
Trabajo
social
ACEAS. 9/12/92.
Declaración del
exiliado en Solicitud de ayuda a acnur,
repatriaciones 1992.
ACEAS. 9/5/77. Carta de
Lidia
Hernández de Vittorioso (Jefa Asociada Programa de ACNUR para el
Sur de América
Latina) al CEAS, Bs. As, Informes Departamento Trabajo social.
ACEAS. Dic/84.
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ACEAS. S/Fa. Project
for research and a report on the
situation of chilean refugees in Argentina, with a view to instigating
action
on their behalf, Amnesty International, Bonn, correspondencia
enviada y recibida 1980.
ACEAS. S/Fb. Carta del
Concejo de
Delegados de Refugiados de Mendoza al Sr. Prim, Representante Regional Asistente
ACNUR y a la sede del CMI en Ginebra. Correspondencia 1977, D.
ACEAS. S/Fc. Informe anual del departamento de Trabajo Social, Informes
1977
ACEAS. S/Fd. Oficina de Salud. Funcionamiento, rol y
comunicación, Informes
Departamento Trabajo social
ACEAS. S/Fe.
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Proyectos 1984
ACEAS. Sept. 1982. respuesta dada por CEAS al Cuerpo de
Delegados de Refugiados en Mendoza referidas a cada punto de sus reclamos,
Informes Departamento Trabajo social
Molina, M. 14/2/01.
Entrevista del
autor, Mendoza.
[1]
Hemos
mencionado aquí solamente a
trabajos que se han centrado en el exilio infantil sin que esto
implique
olvidar el importante aporte de muchos otros que, al trabajar el exilio
en
general, han ahondado en aspectos de la situación infantil.
[2]
Para las citas de las fuentes se utilizarán las
siguientes siglas:
ACEAS (Archivo del Comité Ecuménico de Acción
Social); ACCAI (Archivo de la Comisión
Católica Argentina de Inmigración) y ACCDH
(Archivo del Centro de Documentación de la Comisión
Chilena de Derechos Humanos
de Santiago)
[3]
Lorena Ulloa
(2018) distingue en la
segunda generación a tres subcategorías: 1)
aquella nacida en el país de
origen y que llegó al país de exilio con más de 10
años de edad; 2) la que
llegó con menos de 10 años o que nació en el
país de exilio en el seno de una
pareja de exiliados; y 3) la nacida en el exilio, pero de la cual solo
uno de
los progenitores es un exiliado o exiliada.
[4]
Solo se mencionará un nombre de pila de las
personas del archivo
para mantener su anonimato. En casos de nombres repetidos, se
inventó un nombre
de fantasía. Miguel fue entrevistado y aceptó dar su
nombre completo.
[5]
En la declaración está escrito “a
mi hija [da el nombre]
de 7 años la golpearon y la violaron”. Las
últimas palabras aparecen
tachadas
[6]
Esta situación se extendió hasta el
13/9/78.