Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 24 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2022 /
.
Subjectivities,
tensions and identity changes in Chilean exiles
Loreto
Rebolledo
González
Universidad de Chile, Chile.
Recibido:
27/10/2021
Aceptado:
10/02/2022
Resumen. Este
artículo da cuenta de las diversas tensiones
subjetivas y los diferentes derroteros que siguieron cuatro mujeres
chilenas
exiliadas, mostrando como la experiencia exiliar fue tensionando y
complejizando sus identidades, lo que se reflejó en la
imposibilidad de separar
lo público de lo privado. Se analiza cómo la militancia,
el ejercicio
profesional y los proyectos personales/familiares, se entrecruzan
constantemente en sus vidas y el desajuste social y cultural que
provocó el
exilio, luego de una primera etapa de adaptación,
permitió que pudieran
fortalecer su autoestima y tomar decisiones de manera autónoma,
haciendo valer
sus deseos y proyectos personales.
La
construcción de nuevas subjetividades
facilitadas por la adopción de perspectivas más
críticas respecto a la
militancia, las relaciones de pareja, los roles de género
facilitaron una
re-creación de sus identidades, aunque este proceso fue
más lento y más radical
en las dos mujeres que estuvieron presas.
Palabras clave.
Exiliadas, subjetividades, transformaciones
identitarias
Abstract. This article accounts for the various subjective tensions
and the
different paths that four exiled Chilean women followed, showing how
the exile
experience was tensing and making their identities more complex, which
was
reflected in the impossibility of separating the public from the
private. It is
analyzed how militancy, professional practice and personal / family
projects
constantly intersect in their lives and the social and cultural
imbalance
caused by exile, after a first stage of adaptation, allowed them to
strengthen
their self-esteem and make decisions. Autonomously, asserting their
wishes and
personal projects.
The
construction of new subjectivities
facilitated by the adoption of more critical perspectives regarding
militancy,
couple of relationships, gender roles facilitated a re-creation of
their
identities, although this process was slower and more radical in the
two women
than they were imprisoned.
Keywords. Exiles, subjectivities, identity transformations
En
general el exilio tiende a asociarse con conceptos negativos, como
castigo y
otros derivados de la vivencia del desarraigo, de la incomodidad de
estar en un
lugar pero sentirse de otro, con la sensación permanente de
vivir en un paréntesis de la vida
lleno de
dificultades de diversa índole, lingüísticas,
culturales, sociales, económicas
que tensionan las identidades de las personas
cuando se prolonga en el tiempo, y eso se exacerba cuando se
trata de
jóvenes, cuyos cursos de vida se interrumpen antes de conocerse
bien a sí
mismos.
Si bien
estas vivencias, percepciones y sentimientos son transversales al
conjunto de
los exiliados, no permanecieron estáticas a lo largo del tiempo
de exilio, ni
tampoco afectaron de la misma manera al conjunto de exiliados/as,
evidenciándose diferencias importantes según
género, edad y clase social, pero
también debido a la situación anterior a la salida de
Chile. Las diferentes
vivencias del exilio permitieron la mutación de las
subjetividades y lo que
para algunos/as, fue solo incertidumbre castigo y dolor, para otros con
el
tiempo fue trastocándose en percepciones y sensaciones menos
dolorosas e
incluso positivas.
La
experiencia tiene un papel importante en la producción de la
subjetividad, al
igual que la cultura. Será la experiencia, en tanto proceso de
significación e
interpretación de las vivencias de los individuos y de los
colectivos de los
que forman parte, la que irá moldeando la subjetividad en el
marco de la
cultura en que se desenvuelven. Dado que las subjetividades involucran
formas
de pensar, sentimientos, afectos, percepciones, deseos, temores que
animan a
los sujetos y se producen en marcos culturales y sociales
específicos; en los
exiliados/as la sensación de extrañamiento y ajenidad que
acompañó el exilio en
una primera etapa cuando
recién habían
llegado con la derrota del proyecto político pesando en las
espaldas, con el
paso del tiempo, dio o lugar a otras sensaciones, percepciones y formas
de
pensar a partir de las nuevas experiencias e interacciones que fueron
enfrentando.
La
precariedad de la vida en el destierro, la pérdida de los
afectos, de un paisaje y de una cultura, luego del miedo o de las
experiencias
de detención y tortura sufridas antes de salir del país,
hicieron aflorar la
subjetividad con más fuerza y obligaron a los exiliados/as a
reafirmarse en sí
mismos y a partir de ello, tratar de reconstruir sus identidades. Las subjetividades de los exiliados/as fueron
transformándose con
nuevas experiencias que interpelaron sus modos de ser anteriores y en
las
actividades prácticas y cotidianas necesarias para resolver
problemas
materiales de la subsistencia y de acomodarse a otra cultura.
Si
partimos de la premisa que la subjetividad hace que la gente
experimente el
mundo desde una posición particular, lo que es semejante al
planteamiento de
Donna Haraway sobre el conocimiento situado, ello fundamenta la
necesidad de
abordar de manera particularizada los exilios, ya que si bien ciertas
vivencias, como el desarraigo fueron comunes a todos/as, también
es cierto que
las maneras en que hombres y mujeres se adaptaron o no a vivir en otro
país de
manera obligada, siguió cursos diferentes..
El
exilio chileno, inicialmente fue visto desde una perspectiva masculina,
adulta
y militante, posteriormente, con el paso del tiempo, han ido emergiendo
las
voces de mujeres y jóvenes que en sus narrativas dejan aflorar
la subjetividad
y en los relatos femeninos se hace evidente que lo público y lo
privado están
indisolublemente ligados y que finalmente lo personal es
político.
Si bien
todos los procesos de exilio tienen como denominador común
vivencias de
desarraigo, extrañamiento y tensiones culturales, estas son
mayores en los
casos en que la llegada se produjo a países más lejanos
geográfica y
culturalmente, donde la lengua era diferente de la materna, lo cual
dificultó
más el proceso de adaptación.
Con las
diversas experiencias producto de los cambios de lugar y de cultura
–las
desterritorializaciones– y de las vivencias de las
subjetividades, las
identidades se fueron transformando, haciendo evidente su
carácter fluido y en
sus diversas combinaciones mostraron que no eran una esencia
estática e
inamovible. Davidovich (2016), citando a Deleuze y Guattari,
sostiene que el proceso de
desterritorialización es creativo y por lo tanto se necesita
revalorizar la
noción de exilio, ya que el extrañamiento que éste
conlleva, permite estimular
la capacidad de articular nuevas formas de pensamiento y de experiencia
a
través de una imaginación creadora.
Las
formas de llegada de los chilenos al exilio fueron múltiples:
asilo político en
embajadas, salida por medios propios, condenas de expulsión y
extrañamiento
para quienes estaban detenidos o condenados
[1]
. Y si
bien la derrota y la tristeza de abandonar el país eran
sentimientos
compartidos por todos /as; las subjetividades fueron diferentes
según género,
edad, origen social y según las formas de salida de Chile; con
sensación de
culpa
[2]
y de
alivio en quienes se asilaron; con cierto orgullo y sentido de dignidad
de los
que salieron expulsados o con extrañamiento luego de haber sido
detenidos.
Este
artículo busca dar cuenta de las diversas tensiones subjetivas y
los diferentes
derroteros que siguieron cuatro mujeres chilenas exiliadas, mostrando
cómo la
experiencia exiliar fue tensionando y complejizando sus identidades, lo
que se
refleja en diversos ámbitos que dan cuenta de la imposibilidad
de separar lo
público de lo privado. Para ello utilizaremos la historia de
vida de Filomena,
la escritura autobiográfica de Adriana (2015) y las entrevistas
de Anita y Malva.
Si bien se trata de narrativas de naturaleza diferente, para la lectura
que nos
proponemos esto no es problemático, ya que ellas sintetizan en
sus vivencias la
experiencia de muchas otras mujeres militantes que salieron al exilio.
Abordaremos
el tema centrándonos en la militancia, el ejercicio profesional
y los proyectos
personales/familiares, aspectos que en la realidad de estas mujeres se
entrecruzan constantemente. Todas eran profesionales y militantes
políticas, Malva
era socialista, Adriana comunista y Anita y Filomena pertenecían
al MIR.
Adriana y Filomena fueron sacadas fuera de Chile por grupos de Iglesia
luego de
pasar por la prisión y clandestinidad. Malva y Anita salieron
asiladas con sus
parejas e hijos/as después de la detención de ellos. Las
cuatro llegaron a
países donde fue necesario aprender la lengua y adaptarse a
climas, culturas y
sociedades muy diferentes a la chilena.
Todas
participaban activamente en actividades diversas en poblaciones y
sindicatos
como parte de su militancia, así como en manifestaciones
callejeras en tiempos
de turbulencia y polarización social y política. Tres de
ellas alcanzaron a
trabajar profesionalmente en Chile antes de su salida al exilio y su
trabajo
remunerado no fue ajeno a su labor militante, lo cual las expuso
doblemente en
el momento del golpe de Estado. Filomena trabajaba en Temuco en un
Ministerio
vinculado a temas agrarios “tengo un despertar de mi conciencia
política
bastante importante porque estoy en contacto con las comunidades
mapuche, los campesinos
sin tierra, y veo como ellos luchan por sus reivindicaciones” y
es precisamente
en su lugar de trabajo donde la detienen; su libertad la
recuperó dos años
después de estar en la cárcel y posteriormente llega a
Dinamarca “yo llego sola
a un país extraño, con una lengua súper
difícil, conociendo a dos personas nada
más, con una salud bastante precaria”(Entrevista Filomena
, 1998)
[3]
La
situación de Adriana tiene varias similitudes, ella era
profesora en un colegio
de Talca y luego de estar detenida en la Colonia Dignidad
[4]
,
pasó a
la clandestinidad hasta su salida a Inglaterra con dos de sus 5
hijos/as y con
problemas de salud. El paso por la cárcel y recintos de
detención de ambas
marcará su llegada y sus vivencias del exilio, así como
sus decisiones posteriores
de vida y militancia.
Por su
parte, Anita y Malva hicieron las gestiones para conseguir el asilo
para sus
parejas en las embajadas de Dinamarca y Noruega, respectivamente, luego
de que
ellos fueran detenidos y dejados libres. Malva trabajaba en una zona
minera del
norte fuertemente reprimida y Anita vivía en Santiago donde
había finalizado
sus estudios de veterinaria.
La
llegada al exilio y el cómo se lo vivió subjetivamente en
los inicios, estuvo
signada por las experiencias anteriores a la salida. Adriana y Filomena
arriban
al exilio con problemas físicos, producto de la tortura y
prisión, solas y con
la tristeza encima por lo vivido y lo perdido. Adriana dejó tres
hijos en
Chile, Filomena a sus padres que habían sido un puntal esencial
en su tiempo en
la cárcel.
Caía la
primera noche de mi destierro, (…) sentía una soledad
inmensa, vacía de
esperanza. Mi vida parecía no pertenecerme (…) Mi vida
era esta muerte que
sentía desde que sequé las lágrimas y me
sequé los sollozos. (Bórquez, A. 2015,
9)
Anita,
al llegar a Dinamarca tenía plena conciencia de que el exilio
sería un período
largo, que posiblemente no volvería a ver a muchos de sus
familiares mayores
cuando volviera a Chile. Eso, más la tranquilidad de saber que
su compañero
estaba a salvo le permitió aceptar el exilio con una gran
racionalidad.
Yo sentí
que esto iba a ser para largo y había que prepararse,
había que saber el
idioma, había que revalidar el título, había que
trabajar” (…)
entré a la universidad
para renovar mi título porque yo sabía que era para mucho
tiempo y por lo tanto
prefería ser profesional que una exiliada haciendo aseo en los
hospitales o lo
que fuera porque trabajo podíamos obtener sin estudiar.
(Entrevista Anita,
2001)
[5]
Diferente
fue la situación de Malva, quien había huido con su
compañero e hijos después
del paso de la Caravana de la muerte por su lugar de residencia y
trabajo, y
había visto desaparecer a sus compañeros. Para ella
llegar a Noruega “fue un
shock, no fue una llegada… de llegar a un lugar
maravilloso… Yo iba
particularmente mal; triste, sin ninguna expectativa, con una
sensación de
castigo directo. Nos estaban castigando”. (Entrevista Malva, 2002)
[6]
Ninguna
de estas cuatro mujeres tenía en esa época un discurso
que cuestionara las
jerarquías de género, pero en sus prácticas
cotidianas y en su decisión de
militar en partidos o movimientos que promovían el cambio
social, habían tomado
distancia de los mandatos de género de las mujeres de su
generación, y en sus
relaciones de pareja, eran protagonistas de pequeñas
rebeldías que les permitían
afirmar su independencia
Yo no
tenía un discurso feminista, no teníamos en esa
época tan jóvenes un discurso
feminista como tal, sino que recuerdo que había muchas cosas que
yo me negaba
hacerle a Sergio, (….) Sergio salía, yo también
salía. Yo llegaba tarde en la
noche después de haber estado conversando hasta tarde con un
compañero hasta
las tres de la mañana, y yo hacía exactamente las mismas
cosas que hacía el,
aunque a él le daba rabia, eso era antes del exilio. (Entrevista
Anita, 2021)
En los
lugares de exilio, la política fue una actividad permanente de
las cuatro, sin
embargo, cada una de ellas la vivió con mayor o menor
dedicación de acuerdo a
sus responsabilidades en la familia y los requerimientos del partido.
Malva
cuenta cómo el Partido Socialista decidió su tarea
militante en el exilio,
después que la vieron tomar la guitarra y cantar: “y de
ahí esa tarea me quedó
asignada para siempre jamás (…) terminé cantando
en estadios de cinco mil
personas (…) grabamos un disco simple de solidaridad con Chile
fui a la
televisión, fui a la radio, después fui a la radio de
Dinamarca”. (ella vivía
en Noruega) (Entrevista Malva, 2002).
Adriana,
por venir de regiones y por no haber sido sacada del país con
autorización de
su partido, sufrió la desconfianza de los otros exiliados y de
sus compañeros
de militancia, y ello lo percibió como una humillación y
maltrato por ser una
mujer que llegó sola con sus hijas y sin un hombre que la
avalara; además fue
acusada de “mostrar rasgos pequeños burgueses”
porque no entregó al partido
todo el dinero recibido como refugiada y reservó una parte para
comprar ropa
interior que necesitaba
[7]
. No se
sintió acogida ni comprendida “entre
los chilenos había sentido que mi obligación era estar
bien, ser fuerte,
funcionar como revolucionaria endurecida. No había recibido
gestos amables”.
(Adriana B, 2015:20)
Sin
embargo, pese a esta sensación de desconfianza y de no sentirse
acogida, ella
no pone en duda su voluntad y compromiso de seguir militando. Pese al
temor que
sentía por la familia en Chile y por ella misma, además
de su inseguridad para
hablar en público, Adriana viajó por diversos
países de Europa denunciando la
brutalidad del régimen de Pinochet vivido en carne propia. La
primera vez que
tuvo que hacerlo, recuerda:
el
partido no daba tregua a sus militantes y fue en la persona de un
camarada,
especialmente enviado desde Londres para convencerme, que
ejerció las presiones
decisivas, sugiriendo una vez más un cuestionamiento a la
lealtad a la
organización (…) esto siempre pendiendo de mí, me
devastaba. ¡Por dios si había
sido leal al partido hasta
las últimas consecuencias! (Bórquez, A. 2015, 49)
Posteriormente
ella asume militantemente esa labor, cuando tuvo la certeza que era
necesario
hacerlo pues era depositaria de verdades que otros desconocían.
Ni
Adriana ni Filomena lograron llevarse bien con los otros exiliados, ni
sentirse
amparadas por sus propios compañeros de partido. “Yo creo
que mi peor tiempo
fue el exilio, desde el punto de vista partidario yo sufrí
terriblemente porque
había problemas, habían quedado resentimientos con gente
que se asiló, que no
tenía militancia plena. (Entrevista
Filomena,1998).
Al
sentimiento de tristeza por haber tenido que abandonar el país y
la lucha se
sumó, en el caso de las dos mujeres que habían estado
presas, un sentimiento de
decepción con sus compañeros de
partido por la desconfianza y falta de empatía que mostraban con
sus padecimientos.
Pese a este sentimiento de desencanto y a las diferencias con sus
partidos y
compañeros tanto Adriana como Filomena, reafirmaron su rol
militante y asumen
sin cuestionar las tareas que les son asignadas:
(…) “a
mí me tocó estar en una instancia de dirección
cuando yo no tenía condiciones
ni estaba preparada para eso en el exilio…. este partido estaba
super dividido,
super jodido internamente en el exilio y me tocaba asistir a una
instancia de
coordinación con gente que habían sido dirigentes
acá (Chile). Entonces me
hacían mierda semanalmente… era una cosa terrible”,
recuerda Filomena. (Entrevista
Filomena, 1998)
Posteriormente
aceptó dos traslados de país que le ordenó el MIR,
y allí nuevamente constató
que en el plano partidario las cosas eran difíciles.
Los
partidos exigían sacrificios a sus militantes, que implicaban
dejar de lado
todo aquello que no fuera su responsabilidad partidaria. Las formas de
coacción
fueron diversas, desde el manejo de la culpa a la desconfianza del
compromiso
de quien se negaba a aceptar las exigencias que se les imponían.
Tanto
Adriana como Filomena, después de haber sufrido la
prisión y la tortura y haber
visto desaparecer a compañeros/as, sentían el deber de
seguir militando y
denunciando al régimen militar. Para ellas, el exilio era algo
duro, que se
sufría, pero se lo vivía como sacrificio que era parte
del compromiso político.
La identidad que les daba la actividad militante partidaria fue un
soporte
subjetivo esencial
[8]
.
Ambas
en su exilio se esforzaron por llevar una vida lo más austera
posible y con un
hiperactivismo militante que no daba descanso y les impedía
disfrutar de la
vida, de los amigos, del paisaje e incluso de la familia. “En el exilio yo traté de vivir lo mejor posible,
en el sentido de
aprender lo que había que aprender, de estudiar y hacer ese tipo
de cosas, y de
trabajo al partido 100% y hoy lo miro como una cosa terrible, una cosa
equivocada”. (Entrevista Filomena, 1998).
El
abandono de lo personal no solo era por exigencias partidarias,
también fue un
deber autoimpuesto, como lo confirma Adriana en una frase al hablar de
un
compañero con quien tenía una relación
afectivo/amorosa: “No era LA felicidad,
pero para ambos, era lo más cercano a ella que
imaginábamos poder llegar”.
En las
opciones de vida de las mujeres militantes se suelen generar fuertes
tensiones
entre lo político y lo personal que son imposibles de
desvincular. Tanto
Adriana como Filomena inclinaron la balanza hacia la militancia, pese a
sus
apreciaciones subjetivas sobre el trato que recibían de parte de
sus compañeros
y partidos. Sus identidades y decisiones personales se sustentaron en
la
actividad partidaria. Filomena, por ejemplo, decidió no tener
hijos “porque
teníamos que volver al frente (Chile) y ¿quién se
iba a quedar con ese hijo?, y
¿cómo íbamos a volver al frente con ese
hijo?” (Entrevista Filomena, 1998). Por
su parte Adriana, jamás dudó cuando debía ir a dar
charlas o testificar en
diferentes países, lo que la obligaba a dejar con terceras
personas a su hija
menor pues su otra hija, que la acusaba de abandono, se había
alejado de ella.
En la primera etapa de su exilio el rol de militante se impuso, y todo
lo demás
quedó postergado para un después sin fecha.
Distinta
fue la opción de Anita y Malva, que siguieron militando,
colaborando en actividades
solidarias de denuncia con el fin de juntar fondos para Chile, pero la
militancia no fue el centro de sus vidas, que desde los inicios de su
exilió se
dividió entre las labores del partido, la responsabilidad
familiar y los
estudios y labores profesionales.
Mientras
el marido de Anita se dedicó a recuperar la militancia perdida
con el asilo,
ella dice:
yo no
hice ningún esfuerzo, ni tuve ninguna desesperación por
estar vinculada o no
porque tenía dos cabras chicas de un año y medio y otra
un poquito más de las
cuales hacerme cargo (….) tuve que hablar danés- cuando
apenas hablaba danés-
con las personas que cuidaban a las niñas chicas de dos y tres
años, en la
guardería, tenía que hablar con ellas y entenderles y ver
toda la situación,
entonces toda esta situación me hizo aprender mucho, no solo
idioma, sino
también como era la relación dentro de la
guardería, entre las cuidadoras, las
encargadas de los niños tan chicos, y su relación con los
niños. (Entrevista
Anita 2021)
Malva,
con dos hijos pequeños, tuvo que preocuparse especialmente de su
hijo de cinco
años, que llegó traumatizado por la violencia de los
allanamientos que
sufrieron, y que se mostraba preocupado por su abuela que quedó
en Chile,
además del estrés que enfrentaba ante los cambios vividos.
La
responsabilidad por el bienestar de los hijos/as, de armar un lugar
donde
vivir, de encontrar guarderías y colegios, fue el soporte de
Anita y Malva para
quienes la maternidad actuó como freno para una entrega
militante a tiempo
completo. La maternidad y sus exigencias les abrió
–más rápido que a los
hombres y a las mujeres dedicadas centralmente al partido– la
posibilidad de vincularse
con los habitantes y la cultura de los países de llegada y
ampliar sus
intereses y experiencias personales. Esto se facilitó porque sus
tareas
militantes estaban orientadas a la solidaridad, lo que les
permitió interactuar
mucho con organizaciones y movimientos locales, fue el caso de Anita
que fue el
vínculo entre el MIR y sindicatos de mujeres danesas con el
objetivo de
apadrinar a mujeres chilenas presas.
A las
cuatro, –aunque en el caso de Adriana y Filomena fue más
tardío– el contacto
con personas ajenas a los partidos y con la solidaridad con Chile de
hombres y
mujeres de los países a los que se llegó, les
permitió que, con el paso de los
años, se produjera una transformación en ellas y
ampliaran su mirada y
perspectivas, aunque sin cuestionar su compromiso con Chile y la lucha
antidictatorial. Para que ello ocurriera, previamente fue necesario que
tomaran
conciencia y observaran de manera más objetiva y distante las
formas de actuar
de los partidos y de muchos de sus compañeros de partido. Esto
les permitió
ponderar de otra manera su compromiso militante y dar paso a una nueva
etapa en
sus vidas.
Adriana,
en un viaje a Berlín a un encuentro de solidaridad con Chile se
sorprendió y
molestó con sus compañeros de partido:
Me llamó
la atención que estuvieran convencidos que el caso de Chile se
trataba de otro
Yakarta cuyas víctimas fueron solo comunistas. Me di cuenta que
el discurso de
los compañeros exiliados en Berlín había reducido
la epopeya emprendida por
todo el espectro de la izquierda chilena a una lucha propia y exclusiva
de
comunistas. Con firmeza traté de hacer claridad, en nombre de la
honestidad y
la justicia”. (Bórquez, A. 2015, 128)
Esto,
que le generó vergüenza, se agregó a su experiencia
anterior de maltrato y a
las presiones sufridas por parte de compañeros y el partido
desde los primeros
días de su llegada a Londres.
Adriana
y Filomena continuaron estudiando pese a que ya contaban con
títulos
profesionales, lo que da cuenta de una voluntad de mantener una
actividad fuera
de la militancia que hacía sentido para sí mismas. Una
vez avanzado su exilio,
intentaron implementar proyectos de vida donde se priorizaba sus
intereses más
personales, y ese distanciamiento de la militancia fue un paso
importante a su
reconstrucción como mujeres y como personas:
Estudié
con empeño, dispuesta a ganar esa beca, porque, más que
el brillo de un título
de postgrado, necesitaba demostrarme a mí misma que mi intelecto
podía recuperarse
de los daños sufridos durante el cautiverio. Salir adelante
pasó a significar
no haber sido aniquilada, triunfaría, de esta manera- sobre los
que intentaron
destruirme. (Adriana B., 2015, 45)
Adriana
una vez terminado su magíster decide irse a trabajar a Tanzania,
para poder
aplicar lo aprendido en un lugar donde existieran más
necesidades que donde
residía. Eso la distanció de manera más radical
del PC que no estuvo de acuerdo
con que esa decisión. Aunque el proyecto fracasó, a su
regreso a Inglaterra se extendió
a otras opciones que dan cuenta de su compromiso político, pero
en una
dimensión más amplia que la chilena, pues se abre a lo
latinoamericano. Comienza
a cooperar con una revista y a ocuparse de las violaciones a los DDHH
en otros
países; además se integra a los Encuentros de los
cristianos latinoamericanos
en el exilio
[9]
.
Por otra parte, va participando en manifestaciones de movimientos
feministas,
antinucleares y marchas pacifistas. Todo ello da cuenta de su mayor
inserción
en la realidad inglesa, lo que no implicó despreocupación
respecto a lo que
pasaba en Chile y Latinoamérica. Anita, en Dinamarca,
también se fue
involucrando con movimientos feministas y vinculándose con otros
exilios latinoamericanos.
Poco a
poco, estas cuatro mujeres a medida que fue avanzando el exilio, fueron
tomando
cada vez más decisiones propias y al margen de los partidos, sin
que por ello
dejaran de participar en las actividades de solidaridad con Chile,
haciendo
valer sus deseos y proyectos personales, ya fueran de familia o
profesionales.
En el
caso de Malva, fue la angustia de no haber podido adaptarse nunca a la
vida y
la cultura noruega lo que la llevó a tomar la decisión de
irse:
Un día
yo me di cuenta que estaba al borde la locura. A pesar de que
teníamos una
buena situación, porque mi marido después de trabajar de
obrero comenzó a hacer
tareas ingenieriles. Entonces estábamos los dos trabajando bien
y teníamos todo
el confort que podía haber (…) bueno, todo bien. Era una
situación de
intolerancia cultural. Yo no podía seguir viviendo ahí. Y
un día me vi con una
piedra, a punto de romper una vidriera, supuestamente para que me
echaran del
país. Dije – ¡No! estoy loca, estoy al borde de la
locura completamente. (Entrevista
Malva, 1998)
Después
de esto se van a Ecuador donde, dice, recuperó “la
alegría, el sol, la
identidad, el sentirte parte de algo, el involucrarte emocionalmente
con un
país”. (Entrevista Malva, 2002).
Las
múltiples pérdidas acumuladas en sus vidas, desde la
derrota inicial que las
lanzó al exilio y las dificultades que éste
implicó, se sumaron, en algunos
casos, a los fracasos de proyectos personales, separaciones de parejas,
como
ocurre con tres de las cuatro, esto sumado a la
pérdida
de compañeros y de parientes mayores en Chile. Todo ello fue
actuando sobre sus
subjetividades, lo que les permitió distanciarse de las verdades
monolíticas y
de los discursos universalistas y masculinos de los partidos. En ellas
afloró
una conciencia diferente que se tradujo en una mirada más
objetiva, e incluso
crítica, sobre su pasado reciente y en una reflexión
más profunda sobre su
participación política y su condición de
género.
En el
exilio se hicieron evidentes las tensiones entre lo público y lo
privado que
estaban invisibilizadas en el pasado. Se hizo manifiesto que no
había una
responsabilidad igualitaria sobre los hijos y tareas domésticas,
y a ello
contribuyó su contacto con feministas de los lugares donde
residían (Cfr.
Álvarez, V. 2020); todo ello les fue mostrando que había
otras maneras de
relacionarse entre hombres y mujeres, y de distribuirse las tareas del
hogar y
los hijos.
Cuando
se produjo el requerimiento del retorno y los partidos comenzaron a
presionar
para que sus militantes regresaran a Chile, se había producido
ya desafección
de estas cuatro mujeres con los mandatos partidarios y además
había suspicacias
y dudas sobre la información que los partidos difundían
con respecto a la
inminencia de la caída de Pinochet, pues se percibía esto
como un modo de
convencer a los militantes para que dejaran el exilio. La
información que
llegaba de todos los partidos daba cuenta que se acentuaba “la
lucha en las
poblaciones. En Chile están todos los días para arriba,
pa´rriba… y no pasaba nada”
recuerda Anita. (Entrevista Anita,
2021).
Adriana,
compartía esa percepción:
Las
radios Moscú, La Habana y Berlín daban cuenta de la
resistencia interna y cada
protesta, aunque fuera pequeña se transformaba en la imagen de
la caída próxima
de Pinochet. Esto alimentaba las ganas de volver de los militantes,
pero
necesitaba estabilizar mi existencia, por un tiempo al menos. Y cesar
de vivir
en la incertidumbre y que fueran otros los que instigaran mis
decisiones (…).
No era cuestión de que alguien, desde algún punto ignoto
del planeta chasqueara
los dedos para que obedeciera ciegamente partir a una existencia
clandestina y
nuevamente arriesgara la vida de los míos. Mientras mis hijas me
precisaran no
consideraría esa opción. (Bórquez. A. 2015, 77)
Al
llegar al exilio el tema de la maternidad y la militancia fue una
tensión
permanente para las tres mujeres que tenían hijos. Aunque
Adriana llegó con una
hija adolescente y una niña, se dedicó por completo a la
actividad partidaria
en una primera etapa; posteriormente, cuando ya la hija menor
creció y dejó la
casa y la otra ya tenía familia propia, al no tener el partido
exigiéndola, se
permitió asumir el tema de la maternidad.
Es importante
tener en cuenta que en los inicios de los años 70, cuando estas
mujeres
militaban en Chile, diferentes movimientos sociales liderados por
jóvenes,
cuestionaban el orden social y cultural (cfr. Hobsbawm, E. 1998) y que
el
modelo ideal de militante de izquierda, especialmente en los grupos
armados,
era neutro en cuanto al género, con lo cual
se suprimían las diferencias entre hombres y mujeres
(Oberti, A.2004-2005;
Vidaurrázaga, T. 2015) )
[10]
, y
esto
estaba atravesado por un fuerte espíritu de sacrificio que
absorbía casi todo
el tiempo
[11]
.
Cuando había hijos, la presencia de otros parientes a los que se
encargaba los
niños resolvían el tema del cuidado, y permitía
que la apariencia de igualdad
entre hombres y mujeres se mantuviera, a lo cual contribuía la
cercanía de
abuelas y tías.
Pero el
exilio cambió completamente las cosas y los roles diferenciados
de género,
especialmente los maternos, se hicieron presentes desde el primer
momento, al
no haber un sustento familiar para hacerse cargo de los niños/as.
Cuando
teníamos la relación igualitaria aquí en Chile,
primero no tenía hijas, después
cuando tuve hijas había abuela, por lo tanto, yo podía
entregar mis hijas a
otra persona que las cuidara, cuando llego a Dinamarca todo esto se
hace más
palpable, porque resulta que tenía hijas, no tenía
abuelas a quien a quien
entregarle los hijos o quien me ayudara a cuidarlas. (Entrevista Anita,
2021)
Como lo
refleja la cita anterior, solo es en el exilio donde se hace realidad
lo
planteado por Gaviola, et Alia (1994) sobre el quiebre del espejismo de
la
igualdad ante la emergencia de la maternidad, ya que las mujeres
debieron
enfrentar solas el cuidado de los hijos pues los hombres –cuando
los había–
estaban entregados a la militancia. A diferencia de sus
compañeros, las mujeres
debieron optar por privilegiar la militancia o la maternidad. De una u otra manera las militantes madres
tuvieron que calibrar, con una
perspectiva más objetiva y distante, las decisiones partidarias
y valorar mucho
más su capacidad de tomar decisiones en función de sus
necesidades y las de sus
familias. Las que priorizaron la maternidad
pudieron
salir tempranamente del cerrado
mundo de los partidos y de
los “ghettos” de exiliados, especialmente cuando los hijos
eran pequeños.
En los
partidos más tradicionales de la izquierda, –Socialista y
Comunista– no había
un discurso neutral respecto al género y se tendía a
reproducir en la práctica
ciertos roles diferenciados entre hombres y mujeres. Adriana, por
ejemplo, al
segundo día de su llegada a Londres, cuando aún no se
recuperaba del viaje y
seguía sin atención médica a sus problemas de
salud originados en la tortura,
tuvo que levantarse pues le pidieron hacer las compras y ayudar a
preparar la
alimentación del día. Sin embargo, el que se le exigiera
funcionar según los
roles de género en esta instancia no la liberó de las
presiones del partido
para viajar denunciando al régimen, pese a que tenía a
cargo a una hija pequeña.
Se produce así un trato ambivalente, en que el mandato
partidario la ponía en
el espacio público, lo que solía ser privilegio
masculino, pero en lo privado
se las ubicaba en el rol tradicional de las mujeres. Estas eran las
paradojas
de un sistema sexo-género en transición, donde a la
militancia femenina en
partidos de izquierda que buscaban el cambio social se le exigía
ciertas cosas
igual que a los hombres, pero a la vez se la situaba en los roles
tradicionales
en otras.
Aunque
la maternidad puso en tensión la dedicación a la
militancia, esa no fue la
única situación que estresó a las mujeres respecto
a la situación que tenían en
Chile. El exilio –como todos los cambios de lugar– puso en
riesgo su
posibilidad de ejercer como profesionales, ya que por problemas de
lengua al
inicio, y por la validez de sus títulos en otro país, sus
empleos más probables
eran aquellos sin calificación. Sin embargo, es notable la
vehemencia con que
defendieron ese espacio de desarrollo personal que ya habían
tenido.
Tres de
ellas pusieron todo su esfuerzo y voluntad para seguir estudiando y
poder ejercer
profesionalmente, pese a las dificultades idiomáticas y a tener
que dividir sus
tiempos entre los hijos/as, las actividades partidarias y el trabajo.
Tanto los
maridos de Malva como de Anita comenzaron trabajando como obreros, pese
a
poseer títulos profesionales, pero ellas se resistieron a tener
que trabajar en
tareas ajenas a lo que habían estudiado en Chile y prefirieron
estudiar, ya que
su calidad de refugiadas se los permitía.
Malva,
quiso estudiar una nueva carrera, pues le parecía difícil
ejercer como
socióloga y no le era aceptable tener que trabajar en cuidado de
niños o aseo. Cuando
inicia los trámites para estudiar, llegó donde un
profesor que había trabajado
en Chile y debía hacer de ministro de fe dando cuenta de los
conocimientos que
implicaban obtener un título de sociología en Chile “yo fui a hablar con él y me dice
“¿para qué te vas a poner a
estudiar? ¡Vente a trabajar conmigo!” (…) y
quedé trabajando en la universidad
como parte del equipo de la cátedra que dictaba en el
área de ciencias
sociales” (Entrevista Malva, 2002);
posteriormente cuando se trasladó a Ecuador, estudió un
Magíster pensando en
que le serviría a su regreso a Chile.
Anita
se demoró dos años en revalidar su título de
veterinaria, previo a ello debió
aprender la lengua y hacer varios cursos vinculados a temas inocuidad
alimentaria que la formación universitaria chilena de la
época no abordaba,
luego debió hacer una tesis.
La tesis
me acuerdo que la terminé en enero del 78 y quedé como
autorizada como
veterinaria danesa y me dijeron –ya pues ahora a buscar pega, y
comencé a
trabajar en la Unidad Central de Alimentos donde yo era la única
mujer
trabajando; además latina, oscurita y joven entre veinte o
más veterinarios, un
grupo grande y yo era la única, entonces era difícil,
algunos me decían: ¿qué
estás haciendo aquí que no estás en tu casa
cuidando a tus niñas? En esa época
el 10% de los veterinarios éramos mujeres. (Entrevista Anita,
2021)
Si bien
Malva y Anita no sufrieron mayores tensiones para optar entre el
trabajo y la
militancia, ya que sus tareas partidarias eran más
esporádicas y podían
acomodar sus tiempos para realizarlas, la situación fue
diferente para Adriana,
a veces por presión del partido, pero otras muchas por
auto-imposición. Aunque
para ella sus estudios de magister eran fundamentales para probarse a
sí misma
que no la habían destruido, dado su compromiso militante sin
límites en una
primera etapa, en algunos momentos tuvo que elegir entre una cosa y la
otra.
Cuando debía dar su examen de grado se produjo una huelga de
hambre en Chile y
en diversos lugares del mundo exigiendo saber de los detenidos
desaparecidos y
ahí se le presentó la disyuntiva
Necesitaba
la prueba material de mi victoria. La cartulina con grandes letras
impresas,
con mi nombre caligrafiadas en oscura tinta azul y los sellos de la
universidad
de Oxford. (…) Lo necesitaba para tener adonde dirigir la mirada
cuando
estuviera por darme por vencida en la lucha que me esperaba para volver
a ser
plenamente persona a pesar de mis miedos, a pesar de mi tristeza, a
pesar del
dolor solitario que cargaba. El diploma me diría que, si
había sido capaz de
salir adelante una vez, lo sería en todas las ocasiones en que
me lo
propusiera, porque ahí estaba la muestra que no habían
logrado destruirme. Pero
también tenía el deber moral de participar en la huelga. (Adriana B., 2015, 80)
Finalmente,
logró conciliar ambas cosas, sin embargo, es interesante ver el
valor que le
asigna a sus estudios de postgrado en su proceso de sanación de
lo vivido y de
su reconstrucción como persona, y a la vez su imposibilidad a
renunciar a lo
que considera un deber ético.
Filomena
es la única de las cuatro que no ejerció profesionalmente
en su exilio, y solo
estudió la lengua, ya que estaba concentrada en la militancia
con
responsabilidades de dirigencia. Su ejercicio profesional era ese y
también ese
era el eje de su identidad. Para ella las tareas y responsabilidades
del cargo
fueron una limitante seria para abrirse a otras posibilidades.
Es
destacable constatar cómo el tema de los estudios y el ejercicio
profesional
les permite a estas mujeres recuperar su autoimagen, deteriorada en un
primer
momento por su calidad de refugiadas dependientes de la solidaridad, y
les
posibilita superar la sensación de derrota y la tristeza,
recobrando una mayor
seguridad en sí mismas:
No creas
que fue fácil trabajar en la universidad, yo no hablaba
inglés, no hablaba
noruego, no hablaba nada. Tuve que hacer unos esfuerzos espantosos para
aprender inglés (…) y al mismo tiempo aprendiendo
noruego. Aprendiendo dos
idiomas, tratando de hacer algo decente. O sea, superarte y producir
algo… fue
con gran esfuerzo. (Entrevista Malva, 2002)
Pero no
solo fueron las dificultades idiomáticas y culturales las que
debieron
enfrentar. A veces en lo cotidiano y otras en su ejercicio profesional
debieron
hacer un esfuerzo por hacerse valer, superando las discriminaciones por
ser
mujeres y extranjeras. Anita recuerda
yo tenía
que ir a visitar las fábricas de alimentos, los restaurantes y
todo eso porque
yo tenía que controlar y fiscalizar la calidad e inocuidad, o
sea el alimento
sano, todo, la industria todo lo que como humanos comemos, y más
de una vez me
echaron porque yo estaba diciendo que esa temperatura estaba mal, que
ese
refrigerador estaba mal, y yo tuve que pararme en las hilachas porque
decían y
tu extranjera. Si viví esa situación un par de veces,
pocas veces pero si las
viví, donde hubo una negativa absoluta a soportar que viniera
una mujer
extranjera a decirle lo que tenían que hacer en su lugar de
trabajo.
(Entrevista Anita, 2021).
Cuando
ya habían logrado armarse una vida en el exilio superando todas
las
dificultades e incertidumbres iniciales, trabajando en sus profesiones,
contando con estudios para los hijos/as, con una preocupación
permanente por
Chile, todas se plantearon regresar a Chile. Además del tema
político y el
deseo de contribuir en la lucha contra la dictadura desde cualquier
lugar, en
la decisión del retorno pesaron razones personales y familiares.
Ninguna de
ellas volvió en el marco de los planes de retorno de los
partidos. Ellas definieron
el momento del regreso, Anita y Adriana volvieron a comienzos de los
años 80. Los
argumentos de Anita apelan a la maternidad y al deseo de que sus hijas
crecieran en Chile:
yo
notaba que estaba viviendo hasta ese entonces con una pata acá y
otra allá en
Dinamarca, y eso me hacía mal, era el momento de tomar una
decisión: quedarse
en Dinamarca o venirse a Chile... y un amigo, Arno, me dijo simple,
¿quieres
que tus hijas sean latinas o europeas? Entones yo dije latinas…
Y me vine
rápidamente porque ya las niñas tenían ocho, nueve
años y yo veía que en otros
casos (…) ya se hablaba de que había cabros que ya
tenían 15 años y se habían
de vuelto… entonces dije mejor me
voy
con las niñas chicas porque me van a seguir, tienen que estar
conmigo, no hay
otra alternativa. (Entrevista Anita, 2001)
Adriana
retornó luego que su hija menor se independizó y cuando
se produce el terremoto
de 1985 en Chile, “se me volvió intolerable mi
situación protegida y cómoda.
Como fuera, quería compartir la suerte de mi pueblo:
persecución, miseria,
muerte, catástrofes. Ya nada podría retenerme
lejos” (Adriana B., 2015, 231)
Filomena
quería volver a estar con sus padres que eran ancianos y estaban
solos en
Chile, pero va postergando el regreso por su deber militante.
Recién, cuando el
MIR se dividió, ella optó por tomar decisiones de manera
independiente, pero
esa decisión se venía incubando desde que comenzó
a sentir que el Plan de
retorno clandestino estaba fracasando: “El año 86 empiezan
a darse los
problemas de la división del partido, me encuentro allí
en un momento de
decisiones desde el punto de vista personal. Porque llega un momento
que yo me
digo” No, yo hasta aquí no más llego”. (Entrevista Filomena, 1998). Ese año se trasladó a Argentina para
estar cerca de sus padres y conoció a quien sería su
marido, un hombre no
militante. Años después, cuando se separó de
él, regresó a Chile.
Malva
decidió volver después que se separó de su
compañero y luego de que una amiga
le enseña a “vivir como sola, como soltera (…) Toda
mi vida había trabajado y
había sido autónoma –eso era la único que
había que demostrar– y soy capaz de
irme a Chile. Soy capaz de todo”.
(Entrevista Malva, 2002).
Adriana
y Filomena tampoco retornaron siendo las mismas, después de
haber sustentado su
identidad durante mucho tiempo de exilio en su actividad militante,
dejaron de
militar en partidos políticos y encontraron en el cristianismo
un lugar de
desarrollo como personas y un espacio de acogida. Adriana se
vinculó a una
parroquia católica de Valparaíso y se fue a trabajar con
pobladores pobres de
los cerros. Filomena, sintió, al incorporarse a una comunidad
cristiana, en
Italia, que:
Es ahí
donde, empiezo a encontrarme a mí misma realmente y darme cuenta
que mi vida
hasta ese momento ha sido meter la cabeza como el avestruz, el no
enfrentarme a
ciertas cosas, no reconocer mis errores, mi búsqueda de cosas
por llenar mi
soledad l (…) hay un cambio en mi vida que me da una perspectiva
nueva. (Entrevista
Filomena, 1998)
Para
ella el exilio que fue un espacio vacío y negro, al regresar a
Chile y
vincularse con una comunidad sintió que: “ahora se ha ido
llenado de luz y como
que se va recomponiendo mi historia” (Entrevista Filomena, 1998).
La
decisión del retorno a Chile la tomó cada una de ellas
por su cuenta, sin pedir
opinión a nadie. Tanto Anita como Malva volvieron con sus hijos.
Ambas al
regresar a Chile, después de un tiempo, pudieron trabajar en sus
profesiones y
ejercer como académicas para lo cual fue fundamental la
experiencia y
conocimientos adquiridos en el exilio; ambas siguieron militando, Anita
vinculada al MIR en temas de Derechos Humanos y Malva en el Partido
Socialista.
Filomena se integró a una comunidad cristiana, y
esporádicamente trabajó como
comunicadora. Adriana dejó en el exilio a hijas y nietos, pero
al volver
recuperó la relación con dos de los hijos que quedaron en
Chile y pudo poner en
práctica lo aprendido en su magíster.
La
ruptura biográfica que significó el exilio las hizo pasar
por diversas
sensaciones subjetivas, que fueron complejizando sus identidades. Desde
la
tristeza, el sentimiento de derrota, la soledad y la incertidumbre
iniciales, hasta
experiencias positivas fruto de la solidaridad y de sus propios logros
posteriores. Así como las experiencias negativas de la
discriminación,
manipulación y, maltrato de los partidos, permitieron esa
mutación.
El
ejercicio profesional en el exilio, la interacción con otros
profesionales y
con personas diversas, superando las dificultades e incluso cierta
discriminación, las fortaleció y les permitió
aumentar su autoestima y
recomponerse. La participación y colaboración con
movimientos feministas y con mujeres
de los países donde llegaron les hizo tomar conciencia de las
subordinaciones de
género. Las diferencias culturales fueron muy importantes
también en su
evolución identitaria, de sentirse chilenas en un primer
momento, al tener que
vivir en una alteridad muy fuerte, comenzaron a percibirse similares a
otros
latinoamericanos, no solo en términos culturales y tomando
conciencia de su
identidad mestiza, sino también respecto a la situación
política y social de
los respectivos países.
A esta
identificación más amplia contribuyeron el vínculo
con exiliados de otros
países y un mayor conocimiento y apoyo de sus luchas,
–especialmente el triunfo
sandinista en Nicaragua, que se vivió como un éxito de
toda la izquierda
latinoamericana luego de la derrota chilena–. Así como la
certeza que había
muchas cosas por hacer, por construir socialmente y donde ellas
podían aportar,
a diferencia de los países de acogida donde “todo ya
estaba hecho” (Entrevista
Anita, 20021). Eso se facilitó además por la mirada de
los daneses, noruegos e
ingleses, para quienes chilenos, argentinos, uruguayos y otros
exiliados de
Latinoamérica eran indiferenciados. La conciencia de su otredad
dio paso a una
identidad definida en términos culturales más que
nacionales.
Las
mujeres que se fueron, al regresar a Chile, ya no eran las mismas. En
palabras
de Anita:
al no pasar por el
exilio si sería una persona distinta, más tímida,
más insegura, una profesional donde habría tenido que
aprender de mis pares,
habría tenido más hijos, yo quería tener
mínimo cuatro (…) habría trabajado
igual en salud pública que era lo que me gustaba. Salud
pública siempre me
gusto, pero una salud pública distinta, lo que trabajaba el SAG
en esa época,
quizás había entrado a la onda de los alimentos, pero no
como llegué.
(Entrevista Anita, 2021).
Como se
desprende de la cita anterior, el exilio les abrió oportunidades
a estas
mujeres de desarrollo personal y profesional, lo que les
permitió fortalecer su
autoestima, sentirse más seguras de sí mismas y de su
valía luego de un proceso
de autoconocimiento, y también reinventarse como mujeres
más autónomas, capaces
de enfrentar solas cualquier adversidad y de aportar en su retorno lo
aprendido
en su experiencia afuera.
No
obstante, es importante reconocer que esa voluntad de salir adelante y
de ser
más independientes y autosuficientes, ya existía en ellas
antes de salir al
exilio cuando ingresaron a estudiar y militar en partidos que buscaban
un
cambio social, lo que es resultado tanto de procesos y luchas
individuales como
colectivas. Sin duda, la toma de cierta conciencia de género que
las hizo mirar
con aprehensión, y luego las distanció de los mandatos
militantes para hacer
valer sus proyectos, deseos y responsabilidades personales, tuvo un
papel
importante en su transformación identitaria.
Estos
procesos tuvieron ritmos diferentes según la edad y la
situación vivida por
estas mujeres antes de la salida al exilio. Si bien en todas ellas hay
una
apertura a nuevas libertades, las mujeres que estuvieron presas
quedaron más
tiempo atrapadas en el tema de la militancia, ya sea por
decisión de los
partidos como por su propia postura ética después de
haber sido testigos
directas de la tortura, la muerte y la desaparición. Esto las
llevó a
desarrollar una hiperactividad militante en una primera etapa, que se
asemeja
mucho al modo en que los hombres militantes enfrentaron el exilio. Sin
embargo,
hay una diferencia sustancial entre unos y otras, especialmente en lo
referente
a las subjetividades. Tanto Adriana como Filomena se sintieron
maltratadas por
sus partidos y compañeros, lo que explica su acercamiento y
valoración de los
modos de actuar de los grupos religiosos que las acogieron y trataron
con
humanidad, esto permitió que se generara una cercanía con
ellos, que finalmente
incidió en un cambio de ellas mismas una vez que dejaron la
militancia
partidaria donde optaron por vivir en una comunidad y trabajar con la
Iglesia,
algo impensable para una comunista y una integrante del MIR.
La
salida del país, pese a todas las pérdidas que
implicó, permitió un renacer en
otro lugar para estas exiliadas. Al poder hacerlo en otro contexto
cultural,
viviendo nuevas experiencias, las posibilidades de opciones más
libres se
abrieron, lo cual facilitó repensar sus identidades,
liberándose de las
ataduras y mandatos culturales en los cuales fueron socializadas. En la
interacción con feministas, en las vivencias de la alteridad, e
incluso de la
discriminación, pudieron reforzar la disposición
transgresora que habían
manifestado al optar por militar en partidos de izquierda, y así
complejizar
sus identidades. Fueron esas mutaciones las que hicieron realidad el
carácter
fluido y móvil de éstas,
transgrediendo así los límites
rígidos que imponen a las mujeres los mandaros patriarcales.
Como
plantea Davidovich (2016) se puede pensar el exilio a partir de la idea
deleuzeana
sobre las líneas de fuga, que representan un quiebre en el plano
que hace que
este fluya hacia otra dirección, produciendo quiebres y
fracturas, brindando
posibilidades para que surjan relaciones e identidades inéditas.
El
exilio, como se vio en las mujeres que analizamos, no solo tiene
connotaciones
negativas, sino que abre infinitas posibilidades, como un caleidoscopio
que
ofrece múltiples y variadas imágenes y diferentes
combinaciones “para una
sorprendente sucesión de alegrías, de excitaciones del
corazón, de sobresaltos
alucinatorios ante la difícil verdad de que nada, nunca, para
nadie, volverá a
ser lo mismo”. (Pfeiffer, E. 2016, 46)
Si
bien el exilio implicó el abandono del país de origen por
razones políticas y
fue acompañado de tristeza, desarraigo y dolor, también
posibilitó el que
afloraran las subjetividades femeninas y la construcción de
nuevas subjetividades
facilitadas por la adopción de perspectivas más
críticas respecto a la
militancia, las relaciones de pareja y los roles de género. El
cuestionamiento
de las ideas y relaciones mantenidas antes de la transformación
de sus
identidades se vio facilitado por el desajuste social y cultural que
provocó el
exilio; coincidimos con Said (2103) cuando
plantea que la actitud más
crítica se vio favorecida
por el estado marginal y periférico en que se desenvuelven los
exiliados,
cuestión que en el caso de las mujeres exiliadas es mucho
más evidente, por el
rol subordinado que la sociedad –tanto la propia como la
acogida– les otorga.
Las
memorias de las mujeres, al explicitar las subjetividades que
acompañaron el
proceso de exilio y luego el de retorno, se distancian de las memorias
masculinas, donde solo lo público tiene un lugar reconocido. En
los relatos
femeninos emergen los dolores, los afectos, la militancia, la
maternidad, la
profesión, las discriminaciones y los desencuentros. No hay un
corte dicotómico
entre lo público y lo privado, y en sus narraciones muestran la
ligazón
ineludible entre ambas esferas, evidenciando así, como lo
personal es político.
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[1]
Tal como se ha señalado en otras publicaciones
(Rebolledo. L. 2004;
Norambuena, C. 2000) el exilio chileno se caracterizó por su
heterogeneidad
social, aunque con cierto predominio de profesionales y estudiantes que
vieron
interrumpidos sus estudios; muchos de ellos militantes de partidos de
la Unidad
Popular o de Movimientos de izquierda. Fue un exilio más bien
joven y familiar.
(Cfr. Norambuena, C. 2000; Gaillard, A.M. 1992).
[2]
La culpa la hicieron sentir los partidos y movimientos
políticos
que condenaron la salida del país de sus militantes,
castigándolos con la
pérdida de su militancia. Esto ocurrió especialmente en
los primeros meses
posteriores al golpe.
[3]
Filomena Espinoza, entrevista realizada por E. Carmona
en Santiago,
25 de junio, 1998.
[4]
Enclave alemán que sirvió como lugar de
tortura y desaparición de
militantes partidarios de la Unidad Popular gracias a los
vínculos de sus
dirigentes con el gobierno militar.
[5]
Anita Soto, entrevista realizadas por L. Rebolledo, en
Santiago, 28
de diciembre 2001 y 13 de agosto 2021.
[6]
Malva Espinoza, entrevista realizada por L. Rebolledo en
Santiago,
26 de noviembre, 2002.
[7]
Gatica, M. 2020, analiza
más en
profundidad este evento y plantea que este gesto da cuenta de su
necesidad de
defender su valoración, su propio ser.
[8]
Entre tupamaros exiliados en París
(Merklen, D. 2007) ve una actitud
similar, pero
su estudio trata de hombres militantes.
[9]
Pese a su
militancia comunista, desde el comienzo de su exilio se había
vinculado y
estrechado lazos de trabajo y con grupos de solidaridad cristianos.
[10]
Vidaurrázaga lo ejemplifica con la
pretensión del MIR de hacer de
cada trabajadora integrante del Frente Femenino Revolucionario un
soldado más en
la lucha, lo que es coincidente con la frase del dirigente Tupamaro que
planteaba que “nadie es más igual que detrás de una
45” negando así las
diferencias de género (Vidaurrázaga, T. 2015).
[11]
Esto fue especialmente evidente en las organizaciones
armadas del
Cono Sur que exigían a sus militantes funcionar de manera
igualitaria, aunque
la dirigencia y el modo de funcionar eran masculinos
(Vidaurrázaga, 2015). La
militancia absorbía mucho del tiempo diario e implicó que
se tendiera a hacer
pareja o mantener relaciones afectivas con militantes, con los que se
compartían códigos y maneras de funcionar similares en lo
cotidiano.