Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 24 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
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Subjetividades, tensiones y cambios identitarios en chilenas exiliadas

Subjectivities, tensions and identity changes in Chilean exiles

Loreto Rebolledo González

Universidad de Chile, Chile.

Recibido: 27/10/2021

Aceptado: 10/02/2022


Resumen. Este artículo da cuenta de las diversas tensiones subjetivas y los diferentes derroteros que siguieron cuatro mujeres chilenas exiliadas, mostrando como la experiencia exiliar fue tensionando y complejizando sus identidades, lo que se reflejó en la imposibilidad de separar lo público de lo privado. Se analiza cómo la militancia, el ejercicio profesional y los proyectos personales/familiares, se entrecruzan constantemente en sus vidas y el desajuste social y cultural que provocó el exilio, luego de una primera etapa de adaptación, permitió que pudieran fortalecer su autoestima y tomar decisiones de manera autónoma, haciendo valer sus deseos y proyectos personales. 

La construcción de nuevas subjetividades facilitadas por la adopción de perspectivas más críticas respecto a la militancia, las relaciones de pareja, los roles de género facilitaron una re-creación de sus identidades, aunque este proceso fue más lento y más radical en las dos mujeres que estuvieron presas.

Palabras clave. Exiliadas, subjetividades, transformaciones identitarias

Abstract. This article accounts for the various subjective tensions and the different paths that four exiled Chilean women followed, showing how the exile experience was tensing and making their identities more complex, which was reflected in the impossibility of separating the public from the private. It is analyzed how militancy, professional practice and personal / family projects constantly intersect in their lives and the social and cultural imbalance caused by exile, after a first stage of adaptation, allowed them to strengthen their self-esteem and make decisions. Autonomously, asserting their wishes and personal projects.

The construction of new subjectivities facilitated by the adoption of more critical perspectives regarding militancy, couple of relationships, gender roles facilitated a re-creation of their identities, although this process was slower and more radical in the two women than they were imprisoned.

Keywords. Exiles, subjectivities, identity transformations



Introducción


En general el exilio tiende a asociarse con conceptos negativos, como castigo y otros derivados de la vivencia del desarraigo, de la incomodidad de estar en un lugar pero sentirse de otro, con la sensación permanente de vivir en  un paréntesis de la vida lleno de dificultades de diversa índole, lingüísticas, culturales, sociales, económicas que tensionan las identidades de las personas  cuando se prolonga en el tiempo, y eso se exacerba cuando se trata de jóvenes, cuyos cursos de vida se interrumpen antes de conocerse bien a sí mismos.

Si bien estas vivencias, percepciones y sentimientos son transversales al conjunto de los exiliados, no permanecieron estáticas a lo largo del tiempo de exilio, ni tampoco afectaron de la misma manera al conjunto de exiliados/as, evidenciándose diferencias importantes según género, edad y clase social, pero también debido a la situación anterior a la salida de Chile. Las diferentes vivencias del exilio permitieron la mutación de las subjetividades y lo que para algunos/as, fue solo incertidumbre castigo y dolor, para otros con el tiempo fue trastocándose en percepciones y sensaciones menos dolorosas e incluso positivas.

La experiencia tiene un papel importante en la producción de la subjetividad, al igual que la cultura. Será la experiencia, en tanto proceso de significación e interpretación de las vivencias de los individuos y de los colectivos de los que forman parte, la que irá moldeando la subjetividad en el marco de la cultura en que se desenvuelven. Dado que las subjetividades involucran formas de pensar, sentimientos, afectos, percepciones, deseos, temores que animan a los sujetos y se producen en marcos culturales y sociales específicos; en los exiliados/as la sensación de extrañamiento y ajenidad que acompañó el exilio en una   primera etapa cuando recién habían llegado con la derrota del proyecto político pesando en las espaldas, con el paso del tiempo, dio o lugar a otras sensaciones, percepciones y formas de pensar a partir de las nuevas experiencias e interacciones que fueron enfrentando.

La precariedad de la vida en el destierro, la pérdida de los afectos, de un paisaje y de una cultura, luego del miedo o de las experiencias de detención y tortura sufridas antes de salir del país, hicieron aflorar la subjetividad con más fuerza y obligaron a los exiliados/as a reafirmarse en sí mismos y a partir de ello, tratar de reconstruir sus identidades. Las subjetividades de los exiliados/as fueron transformándose con nuevas experiencias que interpelaron sus modos de ser anteriores y en las actividades prácticas y cotidianas necesarias para resolver problemas materiales de la subsistencia y de acomodarse a otra cultura.

Si partimos de la premisa que la subjetividad hace que la gente experimente el mundo desde una posición particular, lo que es semejante al planteamiento de Donna Haraway sobre el conocimiento situado, ello fundamenta la necesidad de abordar de manera particularizada los exilios, ya que si bien ciertas vivencias, como el desarraigo fueron comunes a todos/as, también es cierto que las maneras en que hombres y mujeres se adaptaron o no a vivir en otro país de manera obligada, siguió cursos diferentes.. 

El exilio chileno, inicialmente fue visto desde una perspectiva masculina, adulta y militante, posteriormente, con el paso del tiempo, han ido emergiendo las voces de mujeres y jóvenes que en sus narrativas dejan aflorar la subjetividad y en los relatos femeninos se hace evidente que lo público y lo privado están indisolublemente ligados y que finalmente lo personal es político.

Si bien todos los procesos de exilio tienen como denominador común vivencias de desarraigo, extrañamiento y tensiones culturales, estas son mayores en los casos en que la llegada se produjo a países más lejanos geográfica y culturalmente, donde la lengua era diferente de la materna, lo cual dificultó más el proceso de adaptación.

Con las diversas experiencias producto de los cambios de lugar y de cultura –las desterritorializaciones– y de las vivencias de las subjetividades, las identidades se fueron transformando, haciendo evidente su carácter fluido y en sus diversas combinaciones mostraron que no eran una esencia estática e inamovible. Davidovich (2016), citando a Deleuze y Guattari, sostiene que el proceso de desterritorialización es creativo y por lo tanto se necesita revalorizar la noción de exilio, ya que el extrañamiento que éste conlleva, permite estimular la capacidad de articular nuevas formas de pensamiento y de experiencia a través de una imaginación creadora.

Las formas de llegada de los chilenos al exilio fueron múltiples: asilo político en embajadas, salida por medios propios, condenas de expulsión y extrañamiento para quienes estaban detenidos o condenados [1] . Y si bien la derrota y la tristeza de abandonar el país eran sentimientos compartidos por todos /as; las subjetividades fueron diferentes según género, edad, origen social y según las formas de salida de Chile; con sensación de culpa [2] y de alivio en quienes se asilaron; con cierto orgullo y sentido de dignidad de los que salieron expulsados o con extrañamiento luego de haber sido detenidos.

Este artículo busca dar cuenta de las diversas tensiones subjetivas y los diferentes derroteros que siguieron cuatro mujeres chilenas exiliadas, mostrando cómo la experiencia exiliar fue tensionando y complejizando sus identidades, lo que se refleja en diversos ámbitos que dan cuenta de la imposibilidad de separar lo público de lo privado. Para ello utilizaremos la historia de vida de Filomena, la escritura autobiográfica de Adriana (2015) y las entrevistas de Anita y Malva. Si bien se trata de narrativas de naturaleza diferente, para la lectura que nos proponemos esto no es problemático, ya que ellas sintetizan en sus vivencias la experiencia de muchas otras mujeres militantes que salieron al exilio.

Abordaremos el tema centrándonos en la militancia, el ejercicio profesional y los proyectos personales/familiares, aspectos que en la realidad de estas mujeres se entrecruzan constantemente. Todas eran profesionales y militantes políticas, Malva era socialista, Adriana comunista y Anita y Filomena pertenecían al MIR. Adriana y Filomena fueron sacadas fuera de Chile por grupos de Iglesia luego de pasar por la prisión y clandestinidad. Malva y Anita salieron asiladas con sus parejas e hijos/as después de la detención de ellos. Las cuatro llegaron a países donde fue necesario aprender la lengua y adaptarse a climas, culturas y sociedades muy diferentes a la chilena.

Todas participaban activamente en actividades diversas en poblaciones y sindicatos como parte de su militancia, así como en manifestaciones callejeras en tiempos de turbulencia y polarización social y política. Tres de ellas alcanzaron a trabajar profesionalmente en Chile antes de su salida al exilio y su trabajo remunerado no fue ajeno a su labor militante, lo cual las expuso doblemente en el momento del golpe de Estado. Filomena trabajaba en Temuco en un Ministerio vinculado a temas agrarios “tengo un despertar de mi conciencia política bastante importante porque estoy en contacto con las comunidades mapuche, los campesinos sin tierra, y veo como ellos luchan por sus reivindicaciones” y es precisamente en su lugar de trabajo donde la detienen; su libertad la recuperó dos años después de estar en la cárcel y posteriormente llega a Dinamarca “yo llego sola a un país extraño, con una lengua súper difícil, conociendo a dos personas nada más, con una salud bastante precaria”(Entrevista Filomena , 1998) [3]

La situación de Adriana tiene varias similitudes, ella era profesora en un colegio de Talca y luego de estar detenida en la Colonia Dignidad [4] , pasó a la clandestinidad hasta su salida a Inglaterra con dos de sus 5 hijos/as y con problemas de salud. El paso por la cárcel y recintos de detención de ambas marcará su llegada y sus vivencias del exilio, así como sus decisiones posteriores de vida y militancia.

Por su parte, Anita y Malva hicieron las gestiones para conseguir el asilo para sus parejas en las embajadas de Dinamarca y Noruega, respectivamente, luego de que ellos fueran detenidos y dejados libres. Malva trabajaba en una zona minera del norte fuertemente reprimida y Anita vivía en Santiago donde había finalizado sus estudios de veterinaria. 

La llegada al exilio y el cómo se lo vivió subjetivamente en los inicios, estuvo signada por las experiencias anteriores a la salida. Adriana y Filomena arriban al exilio con problemas físicos, producto de la tortura y prisión, solas y con la tristeza encima por lo vivido y lo perdido. Adriana dejó tres hijos en Chile, Filomena a sus padres que habían sido un puntal esencial en su tiempo en la cárcel.

Caía la primera noche de mi destierro, (…) sentía una soledad inmensa, vacía de esperanza. Mi vida parecía no pertenecerme (…) Mi vida era esta muerte que sentía desde que sequé las lágrimas y me sequé los sollozos. (Bórquez, A. 2015, 9)

Anita, al llegar a Dinamarca tenía plena conciencia de que el exilio sería un período largo, que posiblemente no volvería a ver a muchos de sus familiares mayores cuando volviera a Chile. Eso, más la tranquilidad de saber que su compañero estaba a salvo le permitió aceptar el exilio con una gran racionalidad.

Yo sentí que esto iba a ser para largo y había que prepararse, había que saber el idioma, había que revalidar el título, había que trabajar” (…) entré a la universidad para renovar mi título porque yo sabía que era para mucho tiempo y por lo tanto prefería ser profesional que una exiliada haciendo aseo en los hospitales o lo que fuera porque trabajo podíamos obtener sin estudiar. (Entrevista Anita, 2001) [5]

Diferente fue la situación de Malva, quien había huido con su compañero e hijos después del paso de la Caravana de la muerte por su lugar de residencia y trabajo, y había visto desaparecer a sus compañeros. Para ella llegar a Noruega “fue un shock, no fue una llegada… de llegar a un lugar maravilloso… Yo iba particularmente mal; triste, sin ninguna expectativa, con una sensación de castigo directo. Nos estaban castigando”. (Entrevista Malva, 2002) [6]


La militancia y las tensiones de género


Ninguna de estas cuatro mujeres tenía en esa época un discurso que cuestionara las jerarquías de género, pero en sus prácticas cotidianas y en su decisión de militar en partidos o movimientos que promovían el cambio social, habían tomado distancia de los mandatos de género de las mujeres de su generación, y en sus relaciones de pareja, eran protagonistas de pequeñas rebeldías que les permitían afirmar su independencia

Yo no tenía un discurso feminista, no teníamos en esa época tan jóvenes un discurso feminista como tal, sino que recuerdo que había muchas cosas que yo me negaba hacerle a Sergio, (….) Sergio salía, yo también salía. Yo llegaba tarde en la noche después de haber estado conversando hasta tarde con un compañero hasta las tres de la mañana, y yo hacía exactamente las mismas cosas que hacía el, aunque a él le daba rabia, eso era antes del exilio. (Entrevista Anita, 2021)

En los lugares de exilio, la política fue una actividad permanente de las cuatro, sin embargo, cada una de ellas la vivió con mayor o menor dedicación de acuerdo a sus responsabilidades en la familia y los requerimientos del partido.

Malva cuenta cómo el Partido Socialista decidió su tarea militante en el exilio, después que la vieron tomar la guitarra y cantar: “y de ahí esa tarea me quedó asignada para siempre jamás (…) terminé cantando en estadios de cinco mil personas (…) grabamos un disco simple de solidaridad con Chile fui a la televisión, fui a la radio, después fui a la radio de Dinamarca”. (ella vivía en Noruega) (Entrevista Malva, 2002).

Adriana, por venir de regiones y por no haber sido sacada del país con autorización de su partido, sufrió la desconfianza de los otros exiliados y de sus compañeros de militancia, y ello lo percibió como una humillación y maltrato por ser una mujer que llegó sola con sus hijas y sin un hombre que la avalara; además fue acusada de “mostrar rasgos pequeños burgueses” porque no entregó al partido todo el dinero recibido como refugiada y reservó una parte para comprar ropa interior que necesitaba [7] . No se sintió acogida ni comprendida “entre los chilenos había sentido que mi obligación era estar bien, ser fuerte, funcionar como revolucionaria endurecida. No había recibido gestos amables”. (Adriana B, 2015:20)

Sin embargo, pese a esta sensación de desconfianza y de no sentirse acogida, ella no pone en duda su voluntad y compromiso de seguir militando. Pese al temor que sentía por la familia en Chile y por ella misma, además de su inseguridad para hablar en público, Adriana viajó por diversos países de Europa denunciando la brutalidad del régimen de Pinochet vivido en carne propia. La primera vez que tuvo que hacerlo, recuerda:

el partido no daba tregua a sus militantes y fue en la persona de un camarada, especialmente enviado desde Londres para convencerme, que ejerció las presiones decisivas, sugiriendo una vez más un cuestionamiento a la lealtad a la organización (…) esto siempre pendiendo de mí, me devastaba.  ¡Por dios si había sido leal al partido hasta las últimas consecuencias! (Bórquez, A. 2015, 49)

Posteriormente ella asume militantemente esa labor, cuando tuvo la certeza que era necesario hacerlo pues era depositaria de verdades que otros desconocían.

Ni Adriana ni Filomena lograron llevarse bien con los otros exiliados, ni sentirse amparadas por sus propios compañeros de partido. “Yo creo que mi peor tiempo fue el exilio, desde el punto de vista partidario yo sufrí terriblemente porque había problemas, habían quedado resentimientos con gente que se asiló, que no tenía militancia plena. (Entrevista Filomena,1998).

Al sentimiento de tristeza por haber tenido que abandonar el país y la lucha se sumó, en el caso de las dos mujeres que habían estado presas, un sentimiento de decepción con sus compañeros de partido por la desconfianza y falta de empatía que mostraban con sus padecimientos. Pese a este sentimiento de desencanto y a las diferencias con sus partidos y compañeros tanto Adriana como Filomena, reafirmaron su rol militante y asumen sin cuestionar las tareas que les son asignadas:

(…) “a mí me tocó estar en una instancia de dirección cuando yo no tenía condiciones ni estaba preparada para eso en el exilio…. este partido estaba super dividido, super jodido internamente en el exilio y me tocaba asistir a una instancia de coordinación con gente que habían sido dirigentes acá (Chile). Entonces me hacían mierda semanalmente… era una cosa terrible”, recuerda Filomena. (Entrevista Filomena, 1998)

Posteriormente aceptó dos traslados de país que le ordenó el MIR, y allí nuevamente constató que en el plano partidario las cosas eran difíciles.

Los partidos exigían sacrificios a sus militantes, que implicaban dejar de lado todo aquello que no fuera su responsabilidad partidaria. Las formas de coacción fueron diversas, desde el manejo de la culpa a la desconfianza del compromiso de quien se negaba a aceptar las exigencias que se les imponían.

Tanto Adriana como Filomena, después de haber sufrido la prisión y la tortura y haber visto desaparecer a compañeros/as, sentían el deber de seguir militando y denunciando al régimen militar. Para ellas, el exilio era algo duro, que se sufría, pero se lo vivía como sacrificio que era parte del compromiso político. La identidad que les daba la actividad militante partidaria fue un soporte subjetivo esencial [8] .

Ambas en su exilio se esforzaron por llevar una vida lo más austera posible y con un hiperactivismo militante que no daba descanso y les impedía disfrutar de la vida, de los amigos, del paisaje e incluso de la familia. “En el exilio yo traté de vivir lo mejor posible, en el sentido de aprender lo que había que aprender, de estudiar y hacer ese tipo de cosas, y de trabajo al partido 100% y hoy lo miro como una cosa terrible, una cosa equivocada”. (Entrevista Filomena, 1998).

El abandono de lo personal no solo era por exigencias partidarias, también fue un deber autoimpuesto, como lo confirma Adriana en una frase al hablar de un compañero con quien tenía una relación afectivo/amorosa: “No era LA felicidad, pero para ambos, era lo más cercano a ella que imaginábamos poder llegar”.

En las opciones de vida de las mujeres militantes se suelen generar fuertes tensiones entre lo político y lo personal que son imposibles de desvincular. Tanto Adriana como Filomena inclinaron la balanza hacia la militancia, pese a sus apreciaciones subjetivas sobre el trato que recibían de parte de sus compañeros y partidos. Sus identidades y decisiones personales se sustentaron en la actividad partidaria. Filomena, por ejemplo, decidió no tener hijos “porque teníamos que volver al frente (Chile) y ¿quién se iba a quedar con ese hijo?, y ¿cómo íbamos a volver al frente con ese hijo?” (Entrevista Filomena, 1998). Por su parte Adriana, jamás dudó cuando debía ir a dar charlas o testificar en diferentes países, lo que la obligaba a dejar con terceras personas a su hija menor pues su otra hija, que la acusaba de abandono, se había alejado de ella. En la primera etapa de su exilio el rol de militante se impuso, y todo lo demás quedó postergado para un después sin fecha.

Distinta fue la opción de Anita y Malva, que siguieron militando, colaborando en actividades solidarias de denuncia con el fin de juntar fondos para Chile, pero la militancia no fue el centro de sus vidas, que desde los inicios de su exilió se dividió entre las labores del partido, la responsabilidad familiar y los estudios y labores profesionales.

Mientras el marido de Anita se dedicó a recuperar la militancia perdida con el asilo, ella dice:

yo no hice ningún esfuerzo, ni tuve ninguna desesperación por estar vinculada o no porque tenía dos cabras chicas de un año y medio y otra un poquito más de las cuales hacerme cargo (….) tuve que hablar danés- cuando apenas hablaba danés- con las personas que cuidaban a las niñas chicas de dos y tres años, en la guardería, tenía que hablar con ellas y entenderles y ver toda la situación, entonces toda esta situación me hizo aprender mucho, no solo idioma, sino también como era la relación dentro de la guardería, entre las cuidadoras, las encargadas de los niños tan chicos, y su relación con los niños. (Entrevista Anita 2021)

Malva, con dos hijos pequeños, tuvo que preocuparse especialmente de su hijo de cinco años, que llegó traumatizado por la violencia de los allanamientos que sufrieron, y que se mostraba preocupado por su abuela que quedó en Chile, además del estrés que enfrentaba ante los cambios vividos.

La responsabilidad por el bienestar de los hijos/as, de armar un lugar donde vivir, de encontrar guarderías y colegios, fue el soporte de Anita y Malva para quienes la maternidad actuó como freno para una entrega militante a tiempo completo. La maternidad y sus exigencias les abrió –más rápido que a los hombres y a las mujeres dedicadas centralmente al partido– la posibilidad de vincularse con los habitantes y la cultura de los países de llegada y ampliar sus intereses y experiencias personales. Esto se facilitó porque sus tareas militantes estaban orientadas a la solidaridad, lo que les permitió interactuar mucho con organizaciones y movimientos locales, fue el caso de Anita que fue el vínculo entre el MIR y sindicatos de mujeres danesas con el objetivo de apadrinar a mujeres chilenas presas.

A las cuatro, –aunque en el caso de Adriana y Filomena fue más tardío– el contacto con personas ajenas a los partidos y con la solidaridad con Chile de hombres y mujeres de los países a los que se llegó, les permitió que, con el paso de los años, se produjera una transformación en ellas y ampliaran su mirada y perspectivas, aunque sin cuestionar su compromiso con Chile y la lucha antidictatorial. Para que ello ocurriera, previamente fue necesario que tomaran conciencia y observaran de manera más objetiva y distante las formas de actuar de los partidos y de muchos de sus compañeros de partido. Esto les permitió ponderar de otra manera su compromiso militante y dar paso a una nueva etapa en sus vidas.

Adriana, en un viaje a Berlín a un encuentro de solidaridad con Chile se sorprendió y molestó con sus compañeros de partido:

Me llamó la atención que estuvieran convencidos que el caso de Chile se trataba de otro Yakarta cuyas víctimas fueron solo comunistas. Me di cuenta que el discurso de los compañeros exiliados en Berlín había reducido la epopeya emprendida por todo el espectro de la izquierda chilena a una lucha propia y exclusiva de comunistas. Con firmeza traté de hacer claridad, en nombre de la honestidad y la justicia”. (Bórquez, A. 2015, 128)

Esto, que le generó vergüenza, se agregó a su experiencia anterior de maltrato y a las presiones sufridas por parte de compañeros y el partido desde los primeros días de su llegada a Londres.

Adriana y Filomena continuaron estudiando pese a que ya contaban con títulos profesionales, lo que da cuenta de una voluntad de mantener una actividad fuera de la militancia que hacía sentido para sí mismas. Una vez avanzado su exilio, intentaron implementar proyectos de vida donde se priorizaba sus intereses más personales, y ese distanciamiento de la militancia fue un paso importante a su reconstrucción como mujeres y como personas:

Estudié con empeño, dispuesta a ganar esa beca, porque, más que el brillo de un título de postgrado, necesitaba demostrarme a mí misma que mi intelecto podía recuperarse de los daños sufridos durante el cautiverio. Salir adelante pasó a significar no haber sido aniquilada, triunfaría, de esta manera- sobre los que intentaron destruirme. (Adriana B., 2015, 45)

Adriana una vez terminado su magíster decide irse a trabajar a Tanzania, para poder aplicar lo aprendido en un lugar donde existieran más necesidades que donde residía. Eso la distanció de manera más radical del PC que no estuvo de acuerdo con que esa decisión. Aunque el proyecto fracasó, a su regreso a Inglaterra se extendió a otras opciones que dan cuenta de su compromiso político, pero en una dimensión más amplia que la chilena, pues se abre a lo latinoamericano. Comienza a cooperar con una revista y a ocuparse de las violaciones a los DDHH en otros países; además se integra a los Encuentros de los cristianos latinoamericanos en el exilio [9] . Por otra parte, va participando en manifestaciones de movimientos feministas, antinucleares y marchas pacifistas. Todo ello da cuenta de su mayor inserción en la realidad inglesa, lo que no implicó despreocupación respecto a lo que pasaba en Chile y Latinoamérica. Anita, en Dinamarca, también se fue involucrando con movimientos feministas y vinculándose con otros exilios latinoamericanos.

Poco a poco, estas cuatro mujeres a medida que fue avanzando el exilio, fueron tomando cada vez más decisiones propias y al margen de los partidos, sin que por ello dejaran de participar en las actividades de solidaridad con Chile, haciendo valer sus deseos y proyectos personales, ya fueran de familia o profesionales.

En el caso de Malva, fue la angustia de no haber podido adaptarse nunca a la vida y la cultura noruega lo que la llevó a tomar la decisión de irse:

Un día yo me di cuenta que estaba al borde la locura. A pesar de que teníamos una buena situación, porque mi marido después de trabajar de obrero comenzó a hacer tareas ingenieriles. Entonces estábamos los dos trabajando bien y teníamos todo el confort que podía haber (…) bueno, todo bien. Era una situación de intolerancia cultural. Yo no podía seguir viviendo ahí. Y un día me vi con una piedra, a punto de romper una vidriera, supuestamente para que me echaran del país. Dije – ¡No! estoy loca, estoy al borde de la locura completamente. (Entrevista Malva, 1998)

Después de esto se van a Ecuador donde, dice, recuperó “la alegría, el sol, la identidad, el sentirte parte de algo, el involucrarte emocionalmente con un país”. (Entrevista Malva, 2002).

Las múltiples pérdidas acumuladas en sus vidas, desde la derrota inicial que las lanzó al exilio y las dificultades que éste implicó, se sumaron, en algunos casos, a los fracasos de proyectos personales, separaciones de parejas, como ocurre con tres de las cuatro, esto sumado a la pérdida de compañeros y de parientes mayores en Chile. Todo ello fue actuando sobre sus subjetividades, lo que les permitió distanciarse de las verdades monolíticas y de los discursos universalistas y masculinos de los partidos. En ellas afloró una conciencia diferente que se tradujo en una mirada más objetiva, e incluso crítica, sobre su pasado reciente y en una reflexión más profunda sobre su participación política y su condición de género.

En el exilio se hicieron evidentes las tensiones entre lo público y lo privado que estaban invisibilizadas en el pasado. Se hizo manifiesto que no había una responsabilidad igualitaria sobre los hijos y tareas domésticas, y a ello contribuyó su contacto con feministas de los lugares donde residían (Cfr. Álvarez, V. 2020); todo ello les fue mostrando que había otras maneras de relacionarse entre hombres y mujeres, y de distribuirse las tareas del hogar y los hijos.

Cuando se produjo el requerimiento del retorno y los partidos comenzaron a presionar para que sus militantes regresaran a Chile, se había producido ya desafección de estas cuatro mujeres con los mandatos partidarios y además había suspicacias y dudas sobre la información que los partidos difundían con respecto a la inminencia de la caída de Pinochet, pues se percibía esto como un modo de convencer a los militantes para que dejaran el exilio. La información que llegaba de todos los partidos daba cuenta que se acentuaba “la lucha en las poblaciones. En Chile están todos los días para arriba, pa´rriba… y no pasaba nada recuerda Anita. (Entrevista Anita, 2021).

Adriana, compartía esa percepción:

Las radios Moscú, La Habana y Berlín daban cuenta de la resistencia interna y cada protesta, aunque fuera pequeña se transformaba en la imagen de la caída próxima de Pinochet. Esto alimentaba las ganas de volver de los militantes, pero necesitaba estabilizar mi existencia, por un tiempo al menos. Y cesar de vivir en la incertidumbre y que fueran otros los que instigaran mis decisiones (…). No era cuestión de que alguien, desde algún punto ignoto del planeta chasqueara los dedos para que obedeciera ciegamente partir a una existencia clandestina y nuevamente arriesgara la vida de los míos. Mientras mis hijas me precisaran no consideraría esa opción. (Bórquez. A. 2015, 77)


La maternidad


Al llegar al exilio el tema de la maternidad y la militancia fue una tensión permanente para las tres mujeres que tenían hijos. Aunque Adriana llegó con una hija adolescente y una niña, se dedicó por completo a la actividad partidaria en una primera etapa; posteriormente, cuando ya la hija menor creció y dejó la casa y la otra ya tenía familia propia, al no tener el partido exigiéndola, se permitió asumir el tema de la maternidad.

Es importante tener en cuenta que en los inicios de los años 70, cuando estas mujeres militaban en Chile, diferentes movimientos sociales liderados por jóvenes, cuestionaban el orden social y cultural (cfr. Hobsbawm, E. 1998) y que el modelo ideal de militante de izquierda, especialmente en los grupos armados, era neutro en cuanto al género, con lo cual  se suprimían las diferencias entre hombres y mujeres (Oberti, A.2004-2005; Vidaurrázaga, T. 2015) ) [10] , y esto estaba atravesado por un fuerte espíritu de sacrificio que absorbía casi todo el tiempo [11] . Cuando había hijos, la presencia de otros parientes a los que se encargaba los niños resolvían el tema del cuidado, y permitía que la apariencia de igualdad entre hombres y mujeres se mantuviera, a lo cual contribuía la cercanía de abuelas y tías.

Pero el exilio cambió completamente las cosas y los roles diferenciados de género, especialmente los maternos, se hicieron presentes desde el primer momento, al no haber un sustento familiar para hacerse cargo de los niños/as.

Cuando teníamos la relación igualitaria aquí en Chile, primero no tenía hijas, después cuando tuve hijas había abuela, por lo tanto, yo podía entregar mis hijas a otra persona que las cuidara, cuando llego a Dinamarca todo esto se hace más palpable, porque resulta que tenía hijas, no tenía abuelas a quien a quien entregarle los hijos o quien me ayudara a cuidarlas. (Entrevista Anita, 2021)

Como lo refleja la cita anterior, solo es en el exilio donde se hace realidad lo planteado por Gaviola, et Alia (1994) sobre el quiebre del espejismo de la igualdad ante la emergencia de la maternidad, ya que las mujeres debieron enfrentar solas el cuidado de los hijos pues los hombres –cuando los había– estaban entregados a la militancia. A diferencia de sus compañeros, las mujeres debieron optar por privilegiar la militancia o la maternidad. De una u otra manera las militantes madres tuvieron que calibrar, con una perspectiva más objetiva y distante, las decisiones partidarias y valorar mucho más su capacidad de tomar decisiones en función de sus necesidades y las de sus familias. Las que priorizaron la maternidad pudieron salir tempranamente del cerrado mundo de los partidos y de los “ghettos” de exiliados, especialmente cuando los hijos eran pequeños.

En los partidos más tradicionales de la izquierda, –Socialista y Comunista– no había un discurso neutral respecto al género y se tendía a reproducir en la práctica ciertos roles diferenciados entre hombres y mujeres. Adriana, por ejemplo, al segundo día de su llegada a Londres, cuando aún no se recuperaba del viaje y seguía sin atención médica a sus problemas de salud originados en la tortura, tuvo que levantarse pues le pidieron hacer las compras y ayudar a preparar la alimentación del día. Sin embargo, el que se le exigiera funcionar según los roles de género en esta instancia no la liberó de las presiones del partido para viajar denunciando al régimen, pese a que tenía a cargo a una hija pequeña. Se produce así un trato ambivalente, en que el mandato partidario la ponía en el espacio público, lo que solía ser privilegio masculino, pero en lo privado se las ubicaba en el rol tradicional de las mujeres. Estas eran las paradojas de un sistema sexo-género en transición, donde a la militancia femenina en partidos de izquierda que buscaban el cambio social se le exigía ciertas cosas igual que a los hombres, pero a la vez se la situaba en los roles tradicionales en otras.

Aunque la maternidad puso en tensión la dedicación a la militancia, esa no fue la única situación que estresó a las mujeres respecto a la situación que tenían en Chile. El exilio –como todos los cambios de lugar– puso en riesgo su posibilidad de ejercer como profesionales, ya que por problemas de lengua al inicio, y por la validez de sus títulos en otro país, sus empleos más probables eran aquellos sin calificación. Sin embargo, es notable la vehemencia con que defendieron ese espacio de desarrollo personal que ya habían tenido.

Tres de ellas pusieron todo su esfuerzo y voluntad para seguir estudiando y poder ejercer profesionalmente, pese a las dificultades idiomáticas y a tener que dividir sus tiempos entre los hijos/as, las actividades partidarias y el trabajo. Tanto los maridos de Malva como de Anita comenzaron trabajando como obreros, pese a poseer títulos profesionales, pero ellas se resistieron a tener que trabajar en tareas ajenas a lo que habían estudiado en Chile y prefirieron estudiar, ya que su calidad de refugiadas se los permitía.

Malva, quiso estudiar una nueva carrera, pues le parecía difícil ejercer como socióloga y no le era aceptable tener que trabajar en cuidado de niños o aseo. Cuando inicia los trámites para estudiar, llegó donde un profesor que había trabajado en Chile y debía hacer de ministro de fe dando cuenta de los conocimientos que implicaban obtener un título de sociología en Chile “yo fui a hablar con él y me dice “¿para qué te vas a poner a estudiar? ¡Vente a trabajar conmigo!” (…) y quedé trabajando en la universidad como parte del equipo de la cátedra que dictaba en el área de ciencias sociales” (Entrevista Malva, 2002); posteriormente cuando se trasladó a Ecuador, estudió un Magíster pensando en que le serviría a su regreso a Chile.

Anita se demoró dos años en revalidar su título de veterinaria, previo a ello debió aprender la lengua y hacer varios cursos vinculados a temas inocuidad alimentaria que la formación universitaria chilena de la época no abordaba, luego debió hacer una tesis.

La tesis me acuerdo que la terminé en enero del 78 y quedé como autorizada como veterinaria danesa y me dijeron –ya pues ahora a buscar pega, y comencé a trabajar en la Unidad Central de Alimentos donde yo era la única mujer trabajando; además latina, oscurita y joven entre veinte o más veterinarios, un grupo grande y yo era la única, entonces era difícil, algunos me decían: ¿qué estás haciendo aquí que no estás en tu casa cuidando a tus niñas? En esa época el 10% de los veterinarios éramos mujeres. (Entrevista Anita, 2021)

Si bien Malva y Anita no sufrieron mayores tensiones para optar entre el trabajo y la militancia, ya que sus tareas partidarias eran más esporádicas y podían acomodar sus tiempos para realizarlas, la situación fue diferente para Adriana, a veces por presión del partido, pero otras muchas por auto-imposición. Aunque para ella sus estudios de magister eran fundamentales para probarse a sí misma que no la habían destruido, dado su compromiso militante sin límites en una primera etapa, en algunos momentos tuvo que elegir entre una cosa y la otra. Cuando debía dar su examen de grado se produjo una huelga de hambre en Chile y en diversos lugares del mundo exigiendo saber de los detenidos desaparecidos y ahí se le presentó la disyuntiva

Necesitaba la prueba material de mi victoria. La cartulina con grandes letras impresas, con mi nombre caligrafiadas en oscura tinta azul y los sellos de la universidad de Oxford. (…) Lo necesitaba para tener adonde dirigir la mirada cuando estuviera por darme por vencida en la lucha que me esperaba para volver a ser plenamente persona a pesar de mis miedos, a pesar de mi tristeza, a pesar del dolor solitario que cargaba. El diploma me diría que, si había sido capaz de salir adelante una vez, lo sería en todas las ocasiones en que me lo propusiera, porque ahí estaba la muestra que no habían logrado destruirme. Pero también tenía el deber moral de participar en la huelga. (Adriana B., 2015, 80)

Finalmente, logró conciliar ambas cosas, sin embargo, es interesante ver el valor que le asigna a sus estudios de postgrado en su proceso de sanación de lo vivido y de su reconstrucción como persona, y a la vez su imposibilidad a renunciar a lo que considera un deber ético.

Filomena es la única de las cuatro que no ejerció profesionalmente en su exilio, y solo estudió la lengua, ya que estaba concentrada en la militancia con responsabilidades de dirigencia. Su ejercicio profesional era ese y también ese era el eje de su identidad. Para ella las tareas y responsabilidades del cargo fueron una limitante seria para abrirse a otras posibilidades.

Es destacable constatar cómo el tema de los estudios y el ejercicio profesional les permite a estas mujeres recuperar su autoimagen, deteriorada en un primer momento por su calidad de refugiadas dependientes de la solidaridad, y les posibilita superar la sensación de derrota y la tristeza, recobrando una mayor seguridad en sí mismas:

No creas que fue fácil trabajar en la universidad, yo no hablaba inglés, no hablaba noruego, no hablaba nada. Tuve que hacer unos esfuerzos espantosos para aprender inglés (…) y al mismo tiempo aprendiendo noruego. Aprendiendo dos idiomas, tratando de hacer algo decente. O sea, superarte y producir algo… fue con gran esfuerzo. (Entrevista Malva, 2002)

Pero no solo fueron las dificultades idiomáticas y culturales las que debieron enfrentar. A veces en lo cotidiano y otras en su ejercicio profesional debieron hacer un esfuerzo por hacerse valer, superando las discriminaciones por ser mujeres y extranjeras. Anita recuerda

yo tenía que ir a visitar las fábricas de alimentos, los restaurantes y todo eso porque yo tenía que controlar y fiscalizar la calidad e inocuidad, o sea el alimento sano, todo, la industria todo lo que como humanos comemos, y más de una vez me echaron porque yo estaba diciendo que esa temperatura estaba mal, que ese refrigerador estaba mal, y yo tuve que pararme en las hilachas porque decían y tu extranjera. Si viví esa situación un par de veces, pocas veces pero si las viví, donde hubo una negativa absoluta a soportar que viniera una mujer extranjera a decirle lo que tenían que hacer en su lugar de trabajo. (Entrevista Anita, 2021).

Cuando ya habían logrado armarse una vida en el exilio superando todas las dificultades e incertidumbres iniciales, trabajando en sus profesiones, contando con estudios para los hijos/as, con una preocupación permanente por Chile, todas se plantearon regresar a Chile. Además del tema político y el deseo de contribuir en la lucha contra la dictadura desde cualquier lugar, en la decisión del retorno pesaron razones personales y familiares. Ninguna de ellas volvió en el marco de los planes de retorno de los partidos. Ellas definieron el momento del regreso, Anita y Adriana volvieron a comienzos de los años 80. Los argumentos de Anita apelan a la maternidad y al deseo de que sus hijas crecieran en Chile:

yo notaba que estaba viviendo hasta ese entonces con una pata acá y otra allá en Dinamarca, y eso me hacía mal, era el momento de tomar una decisión: quedarse en Dinamarca o venirse a Chile... y un amigo, Arno, me dijo simple, ¿quieres que tus hijas sean latinas o europeas? Entones yo dije latinas… Y me vine rápidamente porque ya las niñas tenían ocho, nueve años y yo veía que en otros casos (…) ya se hablaba de que había cabros que ya tenían 15 años y se habían de vuelto…  entonces dije mejor me voy con las niñas chicas porque me van a seguir, tienen que estar conmigo, no hay otra alternativa. (Entrevista Anita, 2001)

Adriana retornó luego que su hija menor se independizó y cuando se produce el terremoto de 1985 en Chile, “se me volvió intolerable mi situación protegida y cómoda. Como fuera, quería compartir la suerte de mi pueblo: persecución, miseria, muerte, catástrofes. Ya nada podría retenerme lejos” (Adriana B., 2015, 231)

Filomena quería volver a estar con sus padres que eran ancianos y estaban solos en Chile, pero va postergando el regreso por su deber militante. Recién, cuando el MIR se dividió, ella optó por tomar decisiones de manera independiente, pero esa decisión se venía incubando desde que comenzó a sentir que el Plan de retorno clandestino estaba fracasando: “El año 86 empiezan a darse los problemas de la división del partido, me encuentro allí en un momento de decisiones desde el punto de vista personal. Porque llega un momento que yo me digo” No, yo hasta aquí no más llego”. (Entrevista Filomena, 1998). Ese año se trasladó a Argentina para estar cerca de sus padres y conoció a quien sería su marido, un hombre no militante. Años después, cuando se separó de él, regresó a Chile.

Malva decidió volver después que se separó de su compañero y luego de que una amiga le enseña a “vivir como sola, como soltera (…) Toda mi vida había trabajado y había sido autónoma –eso era la único que había que demostrar– y soy capaz de irme a Chile. Soy capaz de todo”. (Entrevista Malva, 2002).

Adriana y Filomena tampoco retornaron siendo las mismas, después de haber sustentado su identidad durante mucho tiempo de exilio en su actividad militante, dejaron de militar en partidos políticos y encontraron en el cristianismo un lugar de desarrollo como personas y un espacio de acogida. Adriana se vinculó a una parroquia católica de Valparaíso y se fue a trabajar con pobladores pobres de los cerros. Filomena, sintió, al incorporarse a una comunidad cristiana, en Italia, que:

Es ahí donde, empiezo a encontrarme a mí misma realmente y darme cuenta que mi vida hasta ese momento ha sido meter la cabeza como el avestruz, el no enfrentarme a ciertas cosas, no reconocer mis errores, mi búsqueda de cosas por llenar mi soledad l (…) hay un cambio en mi vida que me da una perspectiva nueva. (Entrevista Filomena, 1998)

Para ella el exilio que fue un espacio vacío y negro, al regresar a Chile y vincularse con una comunidad sintió que: “ahora se ha ido llenado de luz y como que se va recomponiendo mi historia” (Entrevista Filomena, 1998).

La decisión del retorno a Chile la tomó cada una de ellas por su cuenta, sin pedir opinión a nadie. Tanto Anita como Malva volvieron con sus hijos. Ambas al regresar a Chile, después de un tiempo, pudieron trabajar en sus profesiones y ejercer como académicas para lo cual fue fundamental la experiencia y conocimientos adquiridos en el exilio; ambas siguieron militando, Anita vinculada al MIR en temas de Derechos Humanos y Malva en el Partido Socialista. Filomena se integró a una comunidad cristiana, y esporádicamente trabajó como comunicadora. Adriana dejó en el exilio a hijas y nietos, pero al volver recuperó la relación con dos de los hijos que quedaron en Chile y pudo poner en práctica lo aprendido en su magíster.

La ruptura biográfica que significó el exilio las hizo pasar por diversas sensaciones subjetivas, que fueron complejizando sus identidades. Desde la tristeza, el sentimiento de derrota, la soledad y la incertidumbre iniciales, hasta experiencias positivas fruto de la solidaridad y de sus propios logros posteriores. Así como las experiencias negativas de la discriminación, manipulación y, maltrato de los partidos, permitieron esa mutación.

El ejercicio profesional en el exilio, la interacción con otros profesionales y con personas diversas, superando las dificultades e incluso cierta discriminación, las fortaleció y les permitió aumentar su autoestima y recomponerse. La participación y colaboración con movimientos feministas y con mujeres de los países donde llegaron les hizo tomar conciencia de las subordinaciones de género. Las diferencias culturales fueron muy importantes también en su evolución identitaria, de sentirse chilenas en un primer momento, al tener que vivir en una alteridad muy fuerte, comenzaron a percibirse similares a otros latinoamericanos, no solo en términos culturales y tomando conciencia de su identidad mestiza, sino también respecto a la situación política y social de los respectivos países.

A esta identificación más amplia contribuyeron el vínculo con exiliados de otros países y un mayor conocimiento y apoyo de sus luchas, –especialmente el triunfo sandinista en Nicaragua, que se vivió como un éxito de toda la izquierda latinoamericana luego de la derrota chilena–. Así como la certeza que había muchas cosas por hacer, por construir socialmente y donde ellas podían aportar, a diferencia de los países de acogida donde “todo ya estaba hecho” (Entrevista Anita, 20021). Eso se facilitó además por la mirada de los daneses, noruegos e ingleses, para quienes chilenos, argentinos, uruguayos y otros exiliados de Latinoamérica eran indiferenciados. La conciencia de su otredad dio paso a una identidad definida en términos culturales más que nacionales.

Las mujeres que se fueron, al regresar a Chile, ya no eran las mismas. En palabras de Anita:

 al no pasar por el exilio si sería una persona distinta, más tímida, más insegura, una profesional donde habría tenido que aprender de mis pares, habría tenido más hijos, yo quería tener mínimo cuatro (…) habría trabajado igual en salud pública que era lo que me gustaba. Salud pública siempre me gusto, pero una salud pública distinta, lo que trabajaba el SAG en esa época, quizás había entrado a la onda de los alimentos, pero no como llegué. (Entrevista Anita, 2021).

Como se desprende de la cita anterior, el exilio les abrió oportunidades a estas mujeres de desarrollo personal y profesional, lo que les permitió fortalecer su autoestima, sentirse más seguras de sí mismas y de su valía luego de un proceso de autoconocimiento, y también reinventarse como mujeres más autónomas, capaces de enfrentar solas cualquier adversidad y de aportar en su retorno lo aprendido en su experiencia afuera.

No obstante, es importante reconocer que esa voluntad de salir adelante y de ser más independientes y autosuficientes, ya existía en ellas antes de salir al exilio cuando ingresaron a estudiar y militar en partidos que buscaban un cambio social, lo que es resultado tanto de procesos y luchas individuales como colectivas. Sin duda, la toma de cierta conciencia de género que las hizo mirar con aprehensión, y luego las distanció de los mandatos militantes para hacer valer sus proyectos, deseos y responsabilidades personales, tuvo un papel importante en su transformación identitaria.

Estos procesos tuvieron ritmos diferentes según la edad y la situación vivida por estas mujeres antes de la salida al exilio. Si bien en todas ellas hay una apertura a nuevas libertades, las mujeres que estuvieron presas quedaron más tiempo atrapadas en el tema de la militancia, ya sea por decisión de los partidos como por su propia postura ética después de haber sido testigos directas de la tortura, la muerte y la desaparición. Esto las llevó a desarrollar una hiperactividad militante en una primera etapa, que se asemeja mucho al modo en que los hombres militantes enfrentaron el exilio. Sin embargo, hay una diferencia sustancial entre unos y otras, especialmente en lo referente a las subjetividades. Tanto Adriana como Filomena se sintieron maltratadas por sus partidos y compañeros, lo que explica su acercamiento y valoración de los modos de actuar de los grupos religiosos que las acogieron y trataron con humanidad, esto permitió que se generara una cercanía con ellos, que finalmente incidió en un cambio de ellas mismas una vez que dejaron la militancia partidaria donde optaron por vivir en una comunidad y trabajar con la Iglesia, algo impensable para una comunista y una integrante del MIR.


Comentario al cierre


La salida del país, pese a todas las pérdidas que implicó, permitió un renacer en otro lugar para estas exiliadas. Al poder hacerlo en otro contexto cultural, viviendo nuevas experiencias, las posibilidades de opciones más libres se abrieron, lo cual facilitó repensar sus identidades, liberándose de las ataduras y mandatos culturales en los cuales fueron socializadas. En la interacción con feministas, en las vivencias de la alteridad, e incluso de la discriminación, pudieron reforzar la disposición transgresora que habían manifestado al optar por militar en partidos de izquierda, y así complejizar sus identidades. Fueron esas mutaciones las que hicieron realidad el carácter fluido y móvil de éstas, transgrediendo así los límites rígidos que imponen a las mujeres los mandaros patriarcales.

Como plantea Davidovich (2016) se puede pensar el exilio a partir de la idea deleuzeana sobre las líneas de fuga, que representan un quiebre en el plano que hace que este fluya hacia otra dirección, produciendo quiebres y fracturas, brindando posibilidades para que surjan relaciones e identidades inéditas.

El exilio, como se vio en las mujeres que analizamos, no solo tiene connotaciones negativas, sino que abre infinitas posibilidades, como un caleidoscopio que ofrece múltiples y variadas imágenes y diferentes combinaciones “para una sorprendente sucesión de alegrías, de excitaciones del corazón, de sobresaltos alucinatorios ante la difícil verdad de que nada, nunca, para nadie, volverá a ser lo mismo”. (Pfeiffer, E. 2016, 46)

Si bien el exilio implicó el abandono del país de origen por razones políticas y fue acompañado de tristeza, desarraigo y dolor, también posibilitó el que afloraran las subjetividades femeninas y la construcción de nuevas subjetividades facilitadas por la adopción de perspectivas más críticas respecto a la militancia, las relaciones de pareja y los roles de género. El cuestionamiento de las ideas y relaciones mantenidas antes de la transformación de sus identidades se vio facilitado por el desajuste social y cultural que provocó el exilio; coincidimos con Said (2103) cuando plantea que la actitud más crítica se vio favorecida por el estado marginal y periférico en que se desenvuelven los exiliados, cuestión que en el caso de las mujeres exiliadas es mucho más evidente, por el rol subordinado que la sociedad –tanto la propia como la acogida– les otorga.

Las memorias de las mujeres, al explicitar las subjetividades que acompañaron el proceso de exilio y luego el de retorno, se distancian de las memorias masculinas, donde solo lo público tiene un lugar reconocido. En los relatos femeninos emergen los dolores, los afectos, la militancia, la maternidad, la profesión, las discriminaciones y los desencuentros. No hay un corte dicotómico entre lo público y lo privado, y en sus narraciones muestran la ligazón ineludible entre ambas esferas, evidenciando así, como lo personal es político.


Bibliografía


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Bonnefoy, Pascale. 2021. Rodrigo Rojas de Negri. Hijo del exilio. Santiago. Grupo Editorial Penguin Random House.

Bórquez, Adriana. 2015. Un Exilio. Santiago, Ediciones Inubicalistas.

Davidovich, Karin. 2016. “Voces femeninas. Género, memoria y exilio en las narrativas testimoniales de mujeres argentinas”. Kamchatka.  Revista de Análisis Cultural https://ojs.uv.es/index.php/kamchatka  

Gatica, Mónica. 2020. “Del ejercicio de aplicabilidad de categorías a la reflexión propuesta por la novela testimonial de Adriana Bórquez Adriazola”. En: Exilios del Cono Sur: género, generaciones y militancias. Editado por Carla Peñaloza y Jimena Alonso. Santiago. Cuarto Propio.

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Hobsbawm, Eric. 1998. Historia del siglo XX. Buenos Aires. Editorial Crítica.

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Norambuena, Carmen. 2000. “Exilio y Retorno-Chile 1974-1994”. Memorias para un nuevo siglo, Chile, miradas a la segunda mitad del siglo XX. Editado por Mario Garcés y Pedro Milos. Santiago. LOM.

Oberti, Alejandra. 2004-2005. “La moral según los revolucionarios”. Políticas de la Memoria, Buenos Aires, CEDINCI. https://ojs.politicasdelamemoria.cedinci.org/index.php/PM/article/ view/397/373

Pfeiffer, Erna. 2016. “Exilios fragmentados en Luisa Futoransky y Alicia Kozameh, dos autoras de la diáspora argentina”. Kamchatka.  Revista de Análisis Cultural. https://ojs.uv.es/index.php/kamchatka

Rebolledo, Loreto. 2004. Memorias del desarraigo. Santiago. Catalonia.

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Vidaurrázaga, Tamara. 2015. “Subjetividades sexo-genéricas en mujeres militantes de organizaciones político-militares de izquierda en el Cono sur”, en Revista La ventana http://revistalaventana.cucsh.udg.mx/index.php/LV/issue/view/45441http://revistalaventana.cucsh.udg.mx/index.php/LV/issue/view/454



[1] Tal como se ha señalado en otras publicaciones (Rebolledo. L. 2004; Norambuena, C. 2000) el exilio chileno se caracterizó por su heterogeneidad social, aunque con cierto predominio de profesionales y estudiantes que vieron interrumpidos sus estudios; muchos de ellos militantes de partidos de la Unidad Popular o de Movimientos de izquierda. Fue un exilio más bien joven y familiar. (Cfr. Norambuena, C. 2000; Gaillard, A.M. 1992).

[2] La culpa la hicieron sentir los partidos y movimientos políticos que condenaron la salida del país de sus militantes, castigándolos con la pérdida de su militancia. Esto ocurrió especialmente en los primeros meses posteriores al golpe.

[3] Filomena Espinoza, entrevista realizada por E. Carmona en Santiago, 25 de junio, 1998.

[4] Enclave alemán que sirvió como lugar de tortura y desaparición de militantes partidarios de la Unidad Popular gracias a los vínculos de sus dirigentes con el gobierno militar.

[5] Anita Soto, entrevista realizadas por L. Rebolledo, en Santiago, 28 de diciembre 2001 y 13 de agosto 2021.

[6] Malva Espinoza, entrevista realizada por L. Rebolledo en Santiago, 26 de noviembre, 2002.

[7] Gatica, M. 2020, analiza más en profundidad este evento y plantea que este gesto da cuenta de su necesidad de defender su valoración, su propio ser.

[8] Entre tupamaros exiliados en París (Merklen, D. 2007) ve una actitud similar, pero su estudio trata de hombres militantes.

[9] Pese a su militancia comunista, desde el comienzo de su exilio se había vinculado y estrechado lazos de trabajo y con grupos de solidaridad cristianos.

[10] Vidaurrázaga lo ejemplifica con la pretensión del MIR de hacer de cada trabajadora integrante del Frente Femenino Revolucionario un soldado más en la lucha, lo que es coincidente con la frase del dirigente Tupamaro que planteaba que “nadie es más igual que detrás de una 45” negando así las diferencias de género (Vidaurrázaga, T. 2015).

[11] Esto fue especialmente evidente en las organizaciones armadas del Cono Sur que exigían a sus militantes funcionar de manera igualitaria, aunque la dirigencia y el modo de funcionar eran masculinos (Vidaurrázaga, 2015). La militancia absorbía mucho del tiempo diario e implicó que se tendiera a hacer pareja o mantener relaciones afectivas con militantes, con los que se compartían códigos y maneras de funcionar similares en lo cotidiano.