Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 24 / Sección Artículos
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2022 /
.
Truth and Praxis in the Early Philosophy of León Rozitchner
Pedro
Yagüe
Instituto
de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires. Argentina.
Recibido:
13/11/2021
Aceptado:
10/08/2022
Resumen. En el presente artículo me
propongo recomponer el modo en que León Rozitchner (1924-2011)
enlaza verdad y
praxis en los escritos tempranos de su filosofía. En la primera
parte del
trabajo, me propongo analizar la concepción de verdad elaborada
por Rozitchner,
principalmente a partir de sus escritos de los años sesenta.
Allí se verá una
idea de verdad íntimamente ligada al modo en que Rozitchner
comprende la
constitución histórica del sujeto. Una vez hecho esto, me
focalizaré en su
concepción del cuerpo como índice de verdad, para
así dar cuenta de la
dimensión afectiva de este problema. En el tercer apartado,
mostraré el modo en
que esta definición de verdad, asentada en el saber de los
cuerpos, da lugar a
una cierta forma de pensar la praxis, entendida esta en términos
marxianos como
Umwälzende Praxis. A modo de conclusión, finalizaré
señalando la importancia de
estas ideas tempranas de Rozitchner en el posterior desarrollo de su
filosofía.
Palabras
clave. fenomenología; cuerpo;
concreto; subjetividad; afectividad.
Abstract. In this article I propose to recompose the way in which
León
Rozitchner (1924-2011) links truth and praxis in the early writings of
his
philosophy. In the first part of the work, I propose to recompose the
conception of truth elaborated by Rozitchner, mainly from his writings
of the
sixties. There you will see an idea of truth closely linked to the way
you
understand the historical constitution of the subject. Once this is
done, I
will focus on his conception of the body as an index of truth, in order
to
account for the affective dimension of this problem. In the third
section, I
will show how this definition of truth, based on the knowledge of
bodies, gives
rise to a certain way of thinking about praxis, understood in Marxian
terms, as
Umwälzende Praxis. By way of conclusion, I will end by pointing
out the
importance of these early ideas of Rozitchner in the later development
of his philosophy.
Keywords. phenomenology; body, concrete; subjectivity; affectivity.
Ya a
mediados de los años cincuenta, con sus primeros
artículos publicados, podía
vislumbrarse la aparición de una filosofía compleja, de
largo aliento, como sería
la del filósofo argentino León Rozitchner (1924-2011). Su
producción teórica
fue incesante y se extendió desde esos trabajos de juventud
hasta la primera
década del siglo XXI. Por supuesto, como en toda
elaboración filosófica vista
en retrospectiva, los desarrollos de Rozitchner dan cuenta de la
existencia de
ciertas constantes y variaciones. La gran constante se encuentra dada
por la
pregunta fundamental y constitutiva que organiza su obra, esa que no
abandonó
hasta el momento de su fallecimiento, allá por septiembre del
2011. A saber: la
pregunta conjunta por la constitución histórica del
sujeto y por las
condiciones de posibilidad de la praxis, entendida esta en
términos marxianos
como Umwälzende Praxis. Rozitchner
partía de la base de que cualquier transformación social
debía trastocar
también ese nido de víboras que es la subjetividad
histórica y que, para
hacerlo, era necesario comprender el proceso material de su
constitución.
Ahora
bien, esta pregunta, que se mantiene constante a lo largo de su
filosofía,
permite también distinguir variaciones que podrían dar
lugar a una
periodización de su obra escrita. No sería demasiado
arbitrario diferenciar
tres grandes etapas en su filosofía, distinguiéndolas por
el contenido y los
núcleos problemáticos de sus publicaciones: los
años fenomenológicos
(1954-1967), los años freudianos (1972-1990) y los años
en los que aparece el
problema de lo lo mitológico-político (1997-2011). Cada
uno de estos momentos
implicará el abordaje de la pregunta conjunta por la
constitución histórica del
sujeto y por la praxis desde diferentes coordenadas teóricas e
inserto en una
diferente coyuntura. Los pasajes de un período al otro deben
comprenderse por
el despliegue de la pregunta fundamental de la filosofía de
Rozitchner y por
los cambios incesantes en la configuración histórica.
En el
presente trabajo me concentraré en el primero de estos
períodos, marcado fuertemente
por las problemáticas abiertas en el cruce de la
fenomenología y el marxismo
que se produjo en la Francia de posguerra. La conjunción de la
experiencia
académica de Rozitchner en La Sorbona (donde se formó con
profesores como Paul Ricoeur,
Jean Wahl y Lucien Goldmann) con la perspectiva política que
había abierto la
revista Contorno, dio lugar a unas
ciertas coordenadas teóricas desde las cuales comenzaría
a desarrollarse su
escritura. Estos años se encontraron también marcados por
su fuerte discusión
con la fenomenología de Max Scheler que daría lugar a su
tesis doctoral. Este
trabajo –defendido en 1960 y publicado en 1962– le
permitió a Rozitchner
apropiarse de ciertas categorías del fenomenólogo
alemán, pero retomándolas
desde una perspectiva histórica y materialista, desde la cual
desarrollar la
pregunta por el sujeto y la praxis.
A lo
largo de este primer período de su obra, Rozitchner desarrolla
una concepción
de la praxis animada por una idea de verdad ligada a la experiencia
concreta de
los cuerpos históricos. En el presente artículo me
propongo recomponer el modo
en que Rozitchner enlaza praxis y verdad en distintos pasajes de los
escritos
tempranos de su filosofía. En la primera parte del trabajo,
analizaré la
concepción de verdad elaborada por Rozitchner, principalmente a
partir de sus trabajos
de los años sesenta. Allí se verá una idea de la
verdad íntimamente ligada al
modo en que comprende la constitución histórica del
sujeto. Una vez hecho esto,
me focalizaré en su concepción del cuerpo como
índice de verdad, para así dar
cuenta de la dimensión afectiva de este problema. En el tercer
apartado,
mostraré el modo en que esta definición de verdad,
asentada en el saber de los
cuerpos, da lugar a una cierta forma de pensar la praxis. A modo de
conclusión,
finalizaré señalando la importancia de estas ideas
tempranas de Rozitchner en
el posterior desarrollo de su filosofía.
En una
entrevista publicada en el año 1993, Rozitchner sostiene que su
tesis doctoral
sobre la fenomenología de Max Scheler le permitió llegar
a la idea “de que cada
uno de nosotros es un absoluto-relativo” (Rozitchner, L. 2015b,
325). Con dicho
término el filósofo argentino termina de consolidar su
concepción del sujeto.
Los otros y el mundo aparecen en la filosofía de Rozitchner como
relatividades
constitutivas de ese absoluto que cada existencia humana es. Con la
categoría
de absoluto-relativo Rozitchner, no sólo rompe con el a priori escindente de la metafísica cristiana,
sino también con
cierta tradición historicista y estructuralista que ubica a lo
relativo en el
lugar de lo absoluto. ¿Cuál es el absoluto que Rozitchner
recupera? Es la
vivencia de lo que cada uno tiene de íntimo, la experiencia de
que haya un
fragmento de mundo, una porción de materia, que existe y soy yo.
Una vivencia
irreductible a los otros. Ese es el absoluto al que se refiere
Rozitchner: el
absoluto del cuerpo vivido. No es un ente abstracto, religioso,
metafísico,
sino el cuerpo-propio experimentado como el lugar de la
elaboración de sentido.
El
concepto de verdad que Rozitchner desarrolla en sus trabajos tempranos
se encuentra
íntimamente ligado a la noción del sujeto como
absoluto-relativo. Si este fuera
un mero absoluto espiritual (como en la metafísica scheleriana)
no habría
entonces lugar para la asunción de la propia existencia como
lugar de la
producción de una verdad posible. Si fuera una mera relatividad,
un soporte en
el que se despliegan los poderes anónimos de la historia,
tampoco cabría pensar
el reconocimiento de la propia existencia en su productividad. Es la
idea de
absoluto-relativo la que le permite a Rozitchner pensar al sujeto como
el lugar
tensionado y contradictorio de una verdad posible. Decir que el sujeto
es
núcleo de verdad histórica implica para Rozitchner
afirmar que cada existencia
individual constituye el lugar donde la verdad se elabora y puede, por
lo tanto,
ser verificada. Es el lugar en el que ella se articula, donde adquiere
forma y
se realiza. ¿Qué es la verdad para Rozitchner? Es la
coherencia que se
establece entre la experiencia del cuerpo vivido y su
representación lógica y
abstracta. No hay verdad sin una experiencia personal que la verifique
en el
cuerpo.
A partir de
la asunción del
cuerpo histórico como el lugar donde la verdad histórica
se verifica y elabora,
Rozitchner plantea una distinción entre sentimientos verdaderos
y falsos. Lo
que los diferencia no es su realidad, sino el tipo de vivencia
(abstracta o
concreta) sobre la que se fundan. Para Rozitchner, la verdad se
encuentra
ligada a la experiencia concreta. Distinto es el caso de aquellas
emociones que
se elaboran en el cuerpo como resultado de una mediación
mistificada,
imaginaria, abstracta, que organiza la experiencia a partir de un
principio
trascendente. El amor a Dios, por ejemplo, es para Rozitchner un
sentimiento
real pero falso, en la medida en que no encuentra su fundamento en
relaciones
materiales, sino en la abstracción de una conciencia extraviada
que se pretende
pura. Es un sentir que, al no verificarse en el entramado de las
relaciones
sociales, establece una distancia con respecto a él. Por el
contrario, el amor
referido a los otros en función de la relación
histórica que con ellos se
establece, es comprendido por Rozitchner como verdadero. Este, a
diferencia del
falso, permite al sujeto relacionarse activamente con su sentir. Es
índice de
la insersión histórica en el mundo.
En su
polémica de 1963 con el
profesor Eggers Lan, Rozitchner señala la existencia de una
“teoría de la
verdad” (Rozitchner,L. 2015b, 506) en el pensamiento marxiano
[1]
.
La dialéctica constitutiva entre el sujeto y el entramado de las
relaciones
sociales lleva a Rozitchner a reconocer una verdad común a
ambos. Desde este
punto de vista, sostiene la falsedad de la metafísica
scheleriana, es decir, la
falsedad de la totalidad imaginaria (corpus
christi) y de la persona espiritual entendida como un absoluto
cerrado. Según
Rozitchner, es en la persona corpórea e histórica donde
se encuentra
sedimentado el proceso que dio lugar a su existencia y es allí
donde radica la
posibilidad de transformar la relación con el entramado
histórico del que
depende.
En su tesis
doctoral secundaria,
Rozitchner afirma que “Marx se propone (…) dejar hablar al
cuerpo humanizado,
solicitarnos una espontaneidad actual de la carne que la conciencia,
atenta y
sumisa, debe comenzar a tomar en cuenta” (Rozitchner, L. 2015c,
102-103). La
teoría marxiana lleva en sus entrañas la necesidad de una
recuperación del
cuerpo como lugar en el que los contenidos de la conciencia se
elaboran. La
asunción de esta necesidad se encuentra íntimamente
ligada a una “dialéctica de
la verdad” (Rozitchner, 2015d, 103). Una dialéctica, un
movimiento
constituyente, mediante el que el sujeto “se haga él mismo
el lugar de la
verdad” (Rozitchner, L. 2015c, 103). Según Rozitchner,
desde el punto de vista
del pensamiento histórico, la conciencia sensible asume un doble
papel: 1)
aparece como el lugar en el que las limitaciones actuales del sujeto
–en tanto
expresión del orden social– se manifiestan; 2) exige, a
partir de la vivencia
de su limitada prolongación en los otros y el mundo, la
asunción activa de esa
limitación.
Si la
conciencia fuera el mero
lugar de la verdad, quedaría entonces condenada a la
mediación del orden
convencional, a ser el reflejo pasivo de la realidad que la produjo.
Sin
embargo, Rozitchner reconoce la posibilidad de que el sujeto asuma un
rol
activo en esta dialéctica. “El lugar de la verdad debe
encontrarse, por el
contrario, en la dialéctica de las significaciones vividas a
partir de la
relación concreta con el mundo” (Rozitchner, 2015c, 104).
Se trata de desandar
los mecanismos de constitución de la conciencia como
condición para la
transformación de la misma. Hay un conjunto de vivencias, de
significaciones,
que permanecen como el subsuelo de una conciencia que no dice ni piensa
(pero
siente) la materialidad sobre la que se construyó.
El
artículo “La izquierda sin
sujeto” constituye un elemento clave para comprender este aspecto
de la
filosofía de Rozitchner. En este trabajo, el afecto
corpóreo que la conciencia
no asume desde un lugar activo es nombrado como “núcleo de
irracionalidad
vivida” (Rozitchner, L. 2015b, 20). Núcleo que
“nuestra izquierda es todavía
incapaz (…) de convertir en racional” (Rozitchner, L.
2015c, 20). De allí,
según Rozitchner, su ineficacia. “¿Cómo
hacer para que lo que cada uno de
nosotros asimila de esta realidad cultural nos hable, nos forme, nos
prepare
como hombres incompatibles con esta realidad misma que sin embargo nos
constituye?” (Rozitchner, L. 2015b, 22). Este artículo
muestra un problema en
el que praxis y verdad aparecen ligados a la pregunta por la
constitución
histórica de la subjetividad: ¿cómo hacer para
suscitar dentro de uno, sujeto
desintegrado producto de un orden social desintegrado, el deseo de
transformar el
sistema que nos produjo? Para ello, sostiene Rozitchner, resulta
necesario
hacerse uno mismo el lugar donde la dialéctica de la verdad se
realiza y
verifica: un sentir real que, en su carácter de verdad
histórica, lleva en sí
el germen de su destrucción.
Con una
notable influencia del
pensamiento de Merleau-Ponty, la teoría rozitchneriana de la
verdad parte de la
siguiente idea: no hay otra forma de conocer el cuerpo humano que
vivirlo.
Podría decirse, además, que no hay forma de conocer al
mundo político que no
sea vivirlo
[2]
.
Se trata de retomar el cuerpo para hacer de él el lugar en el
que la crisis del
mundo se expresa y experimenta. “Participar de la crisis
será entonces hacerse
crisis” (Rozitchner, L. 1956, 206). Rozitchner se aleja de las
lecturas revolucionarias
“objetivistas” que consideran que el orden social, al
modificarse, modificará
al sujeto como un reflejo pasivo de su propio movimiento. Esta creencia
despoja
al sujeto de su herramienta revolucionaria más potente: la
afectividad como
verificadora de la propia situación, de la propia
inserción en el mundo.
Basándose
en los textos de Marx,
Rozitchner afirma que sentimientos y pasiones son “verdaderas
afirmaciones
ontológicas” (Rozitchner, L. 2015b, 526), índices
de la compatibilidad o
incompatibilidad de un sujeto con el orden social del que forma parte.
Según
Rozitchner, esta es la verdad que los textos del joven Marx nos
señalan: el
saber sentido de los cuerpos verificado como aceptación o
rechazo al mundo en
el que existen. En efecto, esta incoherencia vivida es la que marca,
desde el
propio sufrimiento, el sendero por el que cada uno se hace “el
lugar posible de
una verdad objetiva (…) el lugar de la praxis de esa verdad en
la cual se le va
la vida y de la cual depende” (Rozitchner, 1961, 91). Este
proceso, doloroso,
conflictivo, implica la apertura de un conflicto al interior del
sujeto: el
enfrentamiento a muerte con lo que es y no quiere seguir siendo.
En su libro Ser judío, Rozitchner afirma que la afectividad es
“mi trauma
cultural de nacimiento, mi sitio de inserción entre los hombres:
es el punto de
partida para iniciar la vida que encontré en mí”
(Rozitchner, L. 1967, 16). La
dialéctica que hace de cada sujeto el lugar de una verdad
posible nos muestra
al saber corpóreo como algo a descifrar: tiene su propia
lógica, “forma parte
del orden racional que da coherencia a toda la realidad”
(Rozitchner, L. 1967,
18). La afectividad, por tanto, debe ser doblemente verificada. En
primer
lugar, contrastada con el mundo al que se pertenece; en segundo lugar,
como
fuente de sentido hacia el mundo que se busca. La relación entre
verdad y
afectividad es concebida por Rozitchner como un proceso de
verificación
indefinida que, como veremos, le permite pensar la posibilidad de la
praxis.
Dentro de la
variada paleta de las emociones, dos
de ellas parecieran funcionar como colores primarios en el
pensamiento de Rozitchner:
el amor y el odio. Ambos, al igual que en la
fenomenología de Scheler, componen un par inescindible. Al igual
que en el
pensamiento scheleriano, Rozitchner enlaza la pregunta por el amor-odio
con el
fenómeno de la simpatía. Sin embargo, a diferencia del
fenomenólogo alemán, se
propone desarrollar genéticamente las relaciones de
simpatía y así romper con
el solipsismo de la persona espiritual. Según Rozitchner, el
cuerpo sensible es
el lugar en el que la vivencia del otro se experimenta: es allí
donde la
perspectiva ajena se adquiere y anima con la propia. “El otro (…) ha dejado su estela
en el fondo de mundo y de hombres dentro de los cuales yo me vivo a
mí mismo”
(Rozitchner, L. 1962, 103). El sentir de la vida ajena, al animarse en
la
calidez del propio cuerpo, revela el entramado histórico del que
ambos
dependen. Se trata de ser el otro en uno, de vivir su cuerpo en el
propio.
La
simpatía gravita en
reconocer a los otros como semejantes y, al hacerlo, “encontrar
el cuerpo
sufriente de los otros y sentir que sufría tanto como el
propio” (Rozitchner, L.
2015b, 553). En su libro Ser judío Rozitchner
afirma que los sujetos, al participar de un mismo territorio, se
hermanan en un
mismo combate, en una misma humillación que solo el sentir
simpático revela. El
negro, el judío, el obrero, el villero, el extranjero, el
homosexual, la mujer,
llevan en sí el sufrimiento vivido como “índice de
la inhumanidad de lo humano
(…): hay una coherencia en el mal del mundo, hay un
vínculo entre el dolor y el
dolor, hay una internacional del sufrimiento que viene al hombre por
mano del
hombre” (Rozitchner, L. 1967, 17). De esta manera, identifica en
la experiencia
simpática la posibilidad del descubrimiento del carácter
social del propio
sentir. Allí el absoluto del cuerpo vivido se reconoce como
parte de un
entramado social histórico. “La simpatía
sería entonces ese ir y venir entre
los hombres, este hacernos lo que los otros son con todo nuestro ser,
este
asumir las situaciones ajenas verificándolas dentro de nuestra
propia
situación” (Rozitchner, L.1962, 110).
Scheler
y Rozitchner describen dos formas opuestas de la simpatía que se
encuentran
enlazadas con dos modelos diferentes de amor-odio. Según
Scheler, el amor a los
otros se funda en el amor hacia uno mismo, en el amor al fundamento
divino que
se encuentra presente en el propio absoluto. Es un acto puramente
espiritual,
separado de los impulsos y de las funciones corpóreas. Las
consecuencias
políticas de esta perspectiva metafísica se explicitan en
la discusión que
Rozitchner mantuvo con el profesor Eggers Lan. Allí afirma
–en consonancia
probablemente involuntaria con las tesis de Benjamin sobre el concepto
de
historia– que el amor cristiano, universal, dirigido a todos,
ataca el nervio
de la mejor fuerza revolucionaria: el amor-odio como verificadores de
la propia
inserción histórica en el mundo
[3]
.
Contra
esta perspectiva, Rozitchner señala que el amor cristiano es un
amor puro, sin
odio, alejado de la historia concreta y de sus luchas. No se odia a
quien nos
hace mal, no se ama a quien nos hace bien: una lógica abstracta
y escindente
organiza la percepción. Rozitchner se pregunta:
¿quién es el sujeto al que el
amor cristiano ama? Es uno sin cuerpo, sin rostro, sin historia. El
amor
cristiano aparece entonces como la expresión de un orden social:
es la forma
histórica de amor que corresponde a un sistema en que los
individuos se ven
desprovistos de sus cualidades. Según Rozitchner, es una
estructura afectiva
que arma coherencia con relaciones de producción en que los
sentidos son
disueltos, abstraídos, transformados en valores cuantitativos,
intercambiables.
Rozitchner
afirma que no hay forma de amor que no tenga una forma de odio que le
sea
correlativa. Esta fórmula corresponde tanto al amor cristiano
como al que
Rozitchner vincula con la praxis. En el primero, se ama a los otros por
el
simple hecho de ser. A esta forma le corresponde, por lo tanto, un odio
también
ligado a las cualidades “sustanciales” de las personas. En
el segundo, ambas
pasiones se relacionan directamente con el entramado social, con las
relaciones
concretas de dominación y explotación de las que se forma
parte. El amor abstracto
no encuentra su verificación en la experiencia. No se ama o se
odia en función
del lugar que el sujeto ocupa en el entramado histórico, sino
que se presenta
una estructura afectiva a priori que
organiza el propio sentir a partir de una mediación mistificada.
El amor
que Rozitchner vincula con la praxis, se encuentra ligado entramado de
las
relaciones sociales. Es un amor que “inaugura una
dimensión más profunda, una
dimensión que la afectividad, limitada al empirismo de su
satisfacción actual,
desconocía: aquella en la cual los hombres se reencuentran en
una comunicación
real” (Rozitchner, L. 1962, 155). Es el deseo de inundar con un
nuevo sentido
al mundo y, en ese acto, el descubrimiento de las relatividades
históricas que
constituyen al sujeto como el absoluto que es. Rozitchner identifica a
la
vivencia simpática como la condición de posibilidad para
el desarrollo de este
amor práctico: la capacidad de alojar el dolor del otro en el
propio cuerpo, la
capacidad de verificar su sentir en uno mismo. De allí, al igual
que en
Scheler, la estrecha relación entre amor y simpatía.
Como
puede advertirse, el amor aparece en la filosofía de Rozitchner
como una
categoría política. Esta noción, al igual que la
de odio, nombra una relación
pasional que los sujetos históricos establecen con las
relaciones históricas de
las que dependen. En este sentido, Rozitchner recupera elementos del
tercero de
los manuscritos de 1844, donde Marx establece un estrecho
vínculo entre lo
pasional y lo histórico-económico. La afectividad depende
de las relaciones
singulares que los individuos establecen entre sí y con el
mundo. Cada orden
social tiene sus imágenes de felicidad, sus amores y odios
relativos al ensemble de relaciones que lo
constituyen. Teniendo en cuenta estos desarrollos, Rozitchner afirma
que “todo
amor, para poder llegar a su expresión verdadera (…) debe
transformar
previamente todas las relaciones
histórico-económicas” (Rozitchner, L. 2015b,
526), debe buscar transformar los obstáculos que se oponen a su
realización.
De esta
manera, sostiene la necesidad de romper con el amor abstracto,
dándole a la
noción de odio un lugar fundamental. El odio es “la
estructura afectiva que su
relación con el mundo de sometimiento decantó en
él” (Rozitchner, L. 2015b,
530). Vale ser claro en este punto: el par amor-odio se encuentra
directamente
ligado a las motivaciones que emergen de los conflictos
históricos de una
sociedad. Rozitchner comprende a los afectos como relacionales y, por
lo tanto,
no pueden ser nunca entendidos fuera del entramado social en el que
existen.
El amor
descubre entonces una tarea: es el nuestro un amor
práctico que debe transformarse inmediatamente en
acción.
Llevar los máximos valores de la otra persona a quien amamos a
su máxima
actualización significará transformar las condiciones del
mundo sobre las
cuales nuestra relación se proyecta. La transformación
del otro no es sino el
correlato necesario de la transformación del mundo. En el amor
al otro descubro
yo la imperiosa necesidad de modificar el mundo. (Rozitchner, L. 1962,
154)
Llegamos,
entonces, a un último elemento que termina de dar sentido a esta
dialéctica de
la verdad: la praxis. Esta es la razón por la que el amor de
Rozitchner se
llama práctico: “no es sólo retorno a la intimidad
sino sobre todo conquista de
la exterioridad que lo transforma” (Rozitchner, L. 1962, 155). Es
una cercanía
al otro que no busca confirmar un sentir, sino expandirlo hasta
transformar las
relaciones sociales de las que el sujeto forma parte.
El
mundo es el fondo histórico-económico sobre el que se
constituye la
afectividad. Al mismo tiempo, ella se presenta como reveladora de la
praxis. Aquí
radica una de los puntos fuertes del pensamiento temprano de
Rozitchner: no es
posible entender el movimiento que conduce a la transformación
de las
relaciones sociales sin incluir el entramado pasional que lleva a su
realización. Esa es la especificidad con la que Rozitchner se
acerca al
concepto de praxis. Amor y odio son índices que señalan
una relación vivida con
en el mundo y, por este motivo, son también índices de
comprensión política. Es
desde esta concepción política del amor y del odio desde
donde se descubre el
surgimiento de la praxis.
En “La
izquierda sin sujeto” Rozitchner realiza una clara
distinción entre las nociones
de práctica y praxis. La primera de ellas nombra un conjunto de
formas de
pensar y actuar ya definidas. La práctica no implica ruptura ni
creación –ya
sea de fines o medios–, sino la continua constatación de
un modo de vida. La
práctica se mueve dentro de la eficacia del nivel convencional,
se rige por la
concordancia con el orden social y cultural en el que se vive. La
praxis, por
el contrario, nace de la ruptura con ese orden. Es una eficacia
distinta: una
que se constata, no con la realidad actual, sino con la realidad que la
incoherencia sentida presenta como solución posible. En Ser judío, texto escrito al año siguiente
de la publicación de “La
izquierda sin sujeto”, Rozitchner afirma: “¿Acaso la
praxis no es esa continua
destrucción de las prácticas ya solidificadas, para
descubrir la racionalidad
de lo real durante el proceso mismo en el cual el objetivo que se
persigue le
va, paso a paso, construyendo?” (Rozitchner, L. 1967, 9). Esta
cita ilumina la
relación que desde el comienzo intentamos señalar: la
dialéctica de la verdad,
en su propio movimiento histórico, solicita a la praxis como
condición para su
desarrollo. Es la praxis la que justifica, en última instancia,
el devenir de
una verdad posible.
La
asunción activa de la incoherencia sentida con el mundo y la
politización del
malestar que surge de la experiencia cotidiana aparecen en la
filosofía de
Rozitchner como condición para la transformación social.
Se trata de una
ruptura con los índices de realidad, una ruptura con los marcos
convencionales
que orientan y dirigen las formas de actuar y pensar de los sujetos.
Por eso,
sostiene que “debemos comprender (…) la manera de hacernos
converger a la
realidad y ordenarla de otro modo” (Rozitchner, L. 2015b, 36). De
eso se trata
la praxis.
Hacia ahí
se dirige el señalamiento que a mediados de los años
sesenta Rozitchner dirige
hacia el amplio campo de la militancia de izquierda: el sujeto debe
asumirse
activamente como mediador entre la racionalidad sentida y la buscada.
No debe
entenderse a sí mismo como un mero soporte, como una
transformación segunda,
efecto inevitable de la modificación de las relaciones
objetivas. La
subjetividad histórica se modifica como consecuencia
lógica de la revolución,
sino que su propia transformación se presenta como parte del
movimiento de la
praxis. Es ahí donde pensamiento y afectividad, donde
razón y sentir, se
verifican el uno en el otro: “Hay que volver a hacer sentir lo
que se debe
pensar, pero hay que volver a pensar profundamente para recomenzar a
sentir y
salir del entumecimiento” (Rozitchner, L. 2015b, 37).
En su
debate con Eggers Lan, Rozitchner diferencia la praxis que se
deduciría de la
afectividad abstracta de la praxis histórica y concreta. La
abstracción
cristiana –que el profesor argentino recupera de la
filosofía Scheler– disuelve
los sentidos, disuelve al cuerpo como indicador de los
obstáculos que impiden
la prolongación del sujeto en el mundo. Rozitchner advierte en
el
posicionamiento político del reconocido helenista la existencia
de una falsa
praxis, metafísica, “alejada de la verdad hecha en
común” (Rozitchner, L. 2015b,
519). Rozitchner sostiene que esta forma de pensar la acción
política, al
partir de un amor abstracto y postularlo como la forma de pasión
que el
marxismo necesita, se transforma en mera práctica, en mera
constatación de los
marcos convencionales. En efecto, el amor abstracto tiene como
correlato la
desaparición del cuerpo sensible como verificador, la
desaparición de la propia
afectividad como índice de verdad. En relación con la
forma de amor que, según
Eggers Lan, necesitaría el marxismo, Rozitchner se pregunta
¿Para
quién va dirigido el llamado al amor? Pues para
los que no tienen como único poder sino su odio.
Para los que nada tienen, su única
fuerza reside en la pasión que los mueve: en su afectividad que
agita el
músculo que valida el poder creador del cuerpo, que está
tendido hacia su
obstáculo que con toda precisión el odio, la ausencia de
amor, señala. Es aquí,
en este hogar de la rebelión, donde el amor cristiano,
disolvente del odio sólo
en los sometidos, viene a intentar aplacar una vez más su
rebeldía.
(Rozitchner, L. 2015b, 531)
Vemos
la importancia política que Rozitchner le adjudica a la
noción de odio. Es la
pasión que señala los obstáculos que el sujeto
debe vencer para efectuar la
prolongación en los otros y el mundo que el amor solicita. Amor
y odio, en
tanto pasiones políticas, aparecen en la filosofía
temprana de Rozitchner como
un par inescindible. Constituyen un factor fundamental para pensar la
transformación de las relaciones sociales, para pensar aquello
que moviliza a
modificar las propias condiciones de existencia. Toda praxis nace de la
asunción activa del odio que la realidad suscita. Es una lucha
concreta contra
aquello y aquellos que la imaginación identifica como sus
causantes. El odio
aparece entonces como índice de verdad, como indicador que
reclama, desde la
insatisfacción vivida, la transformación material del
mundo. Como vemos, la
filosofía de Rozitchner establece un estrecho vínculo
entre afectividad, verdad
y praxis. Es así como la dialéctica de mutua
constitución entre sujeto
(cuerpo-vivido) y totalidad concreta abre un fértil terreno
teórico ligado a la
transformación social.
En el
concepto rozitchneriano de praxis conviven el malestar del sujeto con
la totalidad
concreta, la crítica producto de esa incoherencia sentida, y la
voluntad de
transformar la realidad que el malestar señala. Por eso,
Rozitchner afirma que
el amor abstracto, sin cuerpo, anestesia el sentir y cancela, por lo
tanto,
estos tres elementos de la praxis. La negación de la experiencia
del cuerpo
vivido niega también la actividad humana mediante la que el
sujeto transforma
la realidad histórica y se transforma a sí mismo. Detiene
un estado de cosas en
el tiempo. Decir que la praxis es el más alto grado de
conciencia implica para
Rozitchner la afirmación de un doble ser consciente: por un
lado, el de la
conciencia y asunción activa del sentir; por el otro, del
reconocimiento de la
necesidad de transformar el fondo histórico-económico
sobre el que ese sentir
se constituye. Es en la praxis, como dice Marx en la segunda de las Tesis sobre Feuerbach, donde el sujeto
se descubre a sí mismo como el lugar de la elaboración de
una verdad posible.
El
problema de la verdad nos condujo al de la praxis. Durante los primeros
años de
su filosofía, Rozitchner desarrolla
una dialéctica que, partiendo de la relación de mutua
constitución entre relaciones
histórico-sociales y sujeto, señala la existencia de una
verdad, de un saber
asentado en los cuerpos. Tal como vimos, esto se expresa al interior
del sujeto
bajo la forma de un malestar, como un índice de incompatibilidad
vivida con el
mundo. Esta incoherencia sentida con respecto a la vida social y
económica de
la que se participa reclama, como un grito al interior del sujeto, la
transformación del fondo histórico-económico.
Así es como, en los escritos
tempranos de la filosofía de Rozitchner, la dialéctica de
la verdad conduce hacia
el problema de la praxis. La afectividad se nos presenta como
índice de verdad,
al mismo tiempo que se verifica en una situación
histórica y material. El amor
y el odio –en tanto categorías políticas– son
el resultado de la participación
en una determinada relación de fuerzas. Es desde este saber
sensible, desde este
índice de inserción en el mundo, que Rozitchner
desarrolla su concepto de
praxis.
Ya
desde sus primeros años, la obra de Rozitchner se encuentra
marcada por una
insistencia: hacer del sujeto el lugar activo de la elaboración
de una verdad.
En diversos pasajes de su obra, Rozitchner sostiene la importancia
política de la
asunción activa y consciente de las vivencias del cuerpo. Esta
afirmación no
redunda en un solipsismo, ya que, tal como afirma Rozitchner, es en el
encuentro con los otros donde la verdad colectiva se elabora y
despliega. Tanto
en su discusión con Eggers Lan como en Persona
y Comunidad, Rozitchner presenta al amor y al odio como efectos de
la
integración del sujeto en el mundo histórico-social.
Más
allá de la importancia de este problema
para la compresión de los escritos tempranos de Rozitchner, cabe
señalar que esta
pregunta por la verdad y la praxis mantiene una relevancia central a lo
largo
de su obra. Un recorrido exhaustivo por la filosofía de
Rozitchner permitiría
reconocer una continuidad general de su concepción sobre el
sujeto
(absoluto-relativo) a la luz del problema tanto de la verdad como de la
praxis.
En Rozitchner, la pregunta por el sujeto siempre involucra estas dos
dimensiones. Por este motivo, una comprensión de los desarrollos
tempranos de
este problema permite, por un lado, advertir la centralidad de la
pregunta por
la verdad y la praxis y, por otro lado, brindar herramientas para
comprender de
mejor manera ciertas variaciones al interior de la filosofía de
Rozitchner.
Como
señalé anteriormente, la noción de
absoluto-relativo se mantiene constante a lo largo de su obra y
constituye, de
principio a fin, unos de los núcleos más relevantes de su
filosofía. Con el
desarrollo de la obra de Rozitchner, se puede reconocer un movimiento
que se
remonta histórica y lógicamente hacia un principio cada
vez más anterior a la
hora de pensar tanto la pregunta por el sujeto como la pregunta por la
praxis.
Este movimiento que se profundiza en los escritos de los años
noventa, podría
leerse también como una profundización de la
categoría de absoluto-relativo,
como el resultado de una indagación incesante en torno a la
constitución
histórica de la subjetividad y su relación con la verdad
y la praxis. Hay un
pasaje de la conciencia histórica al inconsciente (del primer al
segundo
período) y del inconsciente a las experiencias de la infancia
arcaica (del
segundo al tercero).
En tanto la
pregunta por el sujeto es una
pregunta eminentemente política, podríamos pensar que
estos desplazamientos
entre períodos repercuten también en el modo en que
Rozitchner concibe la
verdad y la praxis. Al modificarse la noción de sujeto se
modifica el modo en
que piensa las condiciones de la acción política eficaz.
Lo interesante con
respecto a este punto es que, si bien esto es cierto, si bien hay un
desplazamiento análogo al del sujeto, una búsqueda de un
fundamento cada vez
más anterior a la hora de pensar la constitución de una
praxis, hay al mismo
tiempo una continuidad general en el modo en que Rozitchner entiende
este
problema.
Desde
el comienzo hasta el final de su obra, la pregunta por el sujeto y por
la
praxis se encuentra estrechamente ligada con una determinada
concepción de la
verdad. En el presente artículo me propuse recomponer el modo en
que este problema
es tematizado por primera vez en la producción filosófica
temprana de
Rozitchner. Problema que, como mencioné, tendrá ciertas
constantes y
variaciones a lo largo de su obra.
Benjamin,
Walter.
1996. La dialéctica en suspenso.
Fragmentos sobre la historia. Santiago: Universidad Arcis y LOM
Ediciones.
Eggers
Lan, Conrado. 1962. “Cristianismo y marxismo” en Correo de C.E.F.Y.L., año I, N° 2, pp. 1-2.
Merleau-Ponty,
Maurice. 1966. Lo visible y lo invisible.
Barcelona: Editorial Seix Barral.
Merleau-Ponty,
Maurice. 1985. Fenomenología de la
percepción. Barcelona: Proyectos Editoriales.
Rozitchner,
León. 1954. “A propósito de El juez,
de H. A. Murena”, en revista Centro,
Buenos Aires, año IV, Nº8.
Rozitchner,
León. 1956. “Merleau-Ponty: la ambigüedad como
revelación de la crisis”, en Imago Mundi,
no 11-12, marzo-junio.
Rozitchner,
León. 1961. “Persona, cultura y subdesarrollo” en Revista de la Universidad de Buenos Aires. Quinta
época., año VI,
Nº1.
Rozitchner,
León. 1962. Persona y comunidad. Ensayo
sobre la significación ética de la afectividad en Max
Scheler. Buenos
Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires.
Rozitchner,
León. 1967. Ser Judío. Ciudad
Autónoma de Buenos Aires: Ediciones de la Flor.
Rozitchner,
León. 2015a. Retratos filosóficos.
Buenos
Aires: Ediciones Biblioteca Nacional.
Rozitchner,
León. 2015b. Escritos políticos.
Buenos Aires: Biblioteca Nacional.
Rozitchner,
León. 2015c. Marx y la infancia.
Buenos Aires: Biblioteca Nacional.
Scheler, Max.
1942. Esencia y forma de la simpatía.
Buenos aires: Editorial Losada.
Viñas,
Ismael.,
Viñas David. [et. al.] (2007).
Contorno:
edición facsimilar. Buenos
Aires: Biblioteca Nacional.
[1]
La
discusión pública entre Rozitchner y Eggers Lan se inicia
a partir de una
entrevista al entonces profesor de Filosofía Antigua, en la que
explicita su
posición política y espiritual a la que define como
minoritaria al interior del
cristianismo. Allí destaca que “se desprende de la
doctrina cristiana del amor
una transformación radical de la sociedad” (Eggers Lan,
1962, 1) y, en este
sentido, es susceptible de ser articulada con las ideas de la
tradición
marxista. En el contexto de esta defensa del amor cristiano, Eggers Lan
sostiene que “la dialéctica de la lucha de clases no
supone en ningún modo odio
y destrucción aunque muchas veces los marxistas lo vean
así” (Eggers Lan, 1962,
1). Estas ideas dan lugar a una respuesta de Rozitchner en el
año 1963, cuya
extensión y densidad conceptual parece desmesurada en
relación con el texto
inicial (contra las dos páginas de la entrevista de Eggers Lan,
Rozitchner
escribe veinte). Allí desarrolla una larga crítica a lo
que denomina la
concepción abstracta del amor cristiano, defendiendo la
importancia del odio y
su relación con la praxis revolucionaria. Esta réplica de
Rozitchner dará lugar
a un nuevo texto de Eggers Lan, ahora publicado en Pasado
y Presente, misma revista en la que el joven filósofo
había
publicado su texto “Marxismo y cristianismo”. En este
tercer texto de la
polémica, Eggers Lan le responde a Rozitchner y lo acusa de
tergiversar sus
ideas sacándolas del contexto que les otorgaba un sentido. La
polémica finaliza
con un último texto de 1964, también publicado en Pasado y Presente, donde Rozitchner retoma las ideas de
su
respuesta anterior y señala aquellas que, según dice,
Eggers Lan elude. Más
allá de la riqueza del intercambio entre ambos, el primero de
los escritos de
Rozitchner, por su densidad conceptual, resulta un texto clave a la
hora de
comprender el desarrollo de su filosofía.
[2]
En Lo visible y lo invisible Merleau-Ponty
afirma que el cuerpo “lejos de rivalizar con el mundo, es, por el
contrario, el
único medio que tengo para ir hasta el corazón de las
cosas, convirtiéndome en
mundo y convirtiéndolas a ellas en carne” (Merleau-Ponty,
M. 1966, 169).
[3]
En sus tesis sobre el concepto
de historia
Benjamin sostiene que la socialdemocracia, al asignarle a la clase
trabajadora
el papel de redentora de las futuras generaciones “le
cercenó el nervio de su
mejor fuerza. La clase desaprendió en esta escuela tanto el odio
como la
voluntad de sacrificio. Pues ambos se nutren de la imagen de los
antepasados
esclavizados, y no del ideal de los nietos liberados” (Benjamin,
W. 1996, 59).
El odio y la voluntad de sacrificio –fuerzas fundamentales en la
lucha de
clases– son entendidas por Benjamin como pasiones suscitadas
tanto por la
experiencia presente como por el conocimiento del pasado. De
allí la
importancia de la noción de “imagen
dialéctica” para entender este punto de su
filosofía. La praxis revolucionaria, al igual que en la
filosofía de León
Rozitchner, es pensada en su estrecha relación con la
afectividad de los
sujetos que de ella participan.