Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 24 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2022 /
.
Philosophical-poetic errancies between two shores. Approaches to a poetic philosophy of exile from the texts of María Zambrano and Fernando Aínsa
Alcira Beatriz
Bonilla
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET),
Universidad
de Buenos Aires; Argentina.
Recibido:
23/10/2021
Aceptado:
10/02/2022
Resumen. En este escrito la palabra
“errancia” califica a la vez el exilio de los autores
estudiados, un andar
entre mundos situados a una y otra orilla del Atlántico, y el
vaivén filosófico
poético de sus escritos, así como el ir y venir
filosófico poético que ellos
inspiran. Después de algunas aclaraciones indispensables sobre
el concepto de
exilio, se hace referencia a la teoría y práctica de la
razón poética de la española
María Zambrano (1904-1991) y su fenomenología del exilio.
También se sintetizan
algunos momentos de los exilios de Fernando Aínsa (1937-2019),
para subrayar el
intenso diálogo de éste con la obra de Zambrano y sus
“estares” en la escritura
entre topologías y nomadismo.
Palabras
clave. Errancia; Exilio; Razón
poética; Fenomenología del exilio; Topologías;
Nomadismo
Abstract. In this paper, the word "errancy" qualifies both the exile
of the authors studied, a wandering between worlds located on both
sides of the
Atlantic, and the philosophical-poetic to-and-fro of their writings, as
well as
the philosophical-poetic to-and-fro that they inspire. After some
indispensable
clarifications on the concept of exile, reference is made to the theory
and
practice of the poetic reason of the Spaniard María Zambrano
(1904-1991) and
her phenomenology of exile. Some moments of Fernando Aínsa's
(1937-2019) exiles
are also synthesized to underline his intense dialogue with Zambrano's
work and
his "being" in writing between topologies and nomadism.
Keywords. Errancy; Exile; Poetic reason; Phenomenology of exile;
Topologies;
Nomadism
La
palabra “errancia”, en castellano, es de significado
equívoco y de menor
alcance que el del verbo latino errare
del que proviene, que tiene una larga y matizada historia
[1]
.
Según el Diccionario de la Lengua
Española de la RAE, en su primera acepción significa
lisa y llanamente,
“errar”, como sinónimo de equivocarse -en sentido
material o figurado. Empero,
en el título de este artículo se emplea
“errancias” en la segunda acepción
reconocida por el mismo Diccionario,
la de “andar vagando”, yendo de una parte a otra,
aparentemente a tenor de
situaciones e impulsos que están más allá de la
voluntad del agente. Con ello, se
pretende una referencia tanto a los exilios vividos entre
América y Europa por
María Zambrano (1904-1991) y Fernando Aínsa (1937-2019),
en un ejercicio de
libertad creadora a partir de las situaciones coaccionantes, como a las
excepcionales contribuciones de ambos a una reflexión
filosófico-poética sobre
el exilio que, a juicio de quien escribe este texto, proporcionan
materia
ingente al pensamiento filosófico en tanto el destino de los
seres humanos
continúe signado por las diásporas y las migraciones
forzadas, como se
presentan de modo dramático en nuestro tiempo.
No
carece de sentido poner algunos textos de María Zambrano junto a
otros de
Fernando Aínsa, para comenzar a circular
filosófico-poéticamente entre ellos en
una errancia sin fin, porque estos escritos se despliegan al ritmo de
un oleaje
que retorna de una a otra orilla del Atlántico. No sólo
por el destino de
exilio que signó la vida de ambos, por su extraña
vocación de pensamiento
incalificable o imposible de encerrar en los límites de una
disciplina, por el
trabajo de fina taracea con el que doblegaron su idioma natal, sino
también
porque Fernando fue lector apasionado de María y la
“filosofía de la razón
poética” de la malagueña constituyó la forma
de pensamiento en la que Aínsa
pudo dar palabra a su experiencia del exilio
[2]
.
Flor
excelsa de su exilio, la “filosofía de la razón
poética” se plantó como semilla
en Zambrano, a partir del magisterio y lectura de la obra de Antonio
Machado
desde la infancia segoviana de la autora y, sobre todo hacia el final
de la
vida de éste, en los tremendos tiempos de la Guerra Civil.
Insinuación, como
queda registrada en su primera aparición de 1937 como
“razón poética, de honda
raíz de amor” en su reseña de La Guerra
de Antonio Machado (Zambrano, M. 1998, 171 y Bonilla, A. 1981 y 1994),
y
balbuceo delirante, que habilitó la recuperación de la
palabra (Bonilla, A.
2009b y 2012), tal razón poética luego creció y
maduró lentamente durante los
avatares de un largo exilio (1939-1974) americano y europeo, hasta
cuajar en
los años de 1970 como una verdadera “transformación
del logos filosófico-poético”
(Bonilla, A. 1994) en Claros del Bosque, para ya
nunca
abandonarla hasta su muerte
[3]
.
Antes
de iniciar la “errancia” prometida al hilo de la
“razón poética”, tal como ésta
configuró la filosofía del exilio de Zambrano y de
Aínsa, resulta
imprescindible una breve introducción sobre el difícil (y
naturalizado)
concepto de exilio. El Diccionario de la
Lengua Española brinda cinco acepciones de este
término (que proviene del latín
exsilium, a su vez derivado de exsilire -saltar
afuera), de las cuales
la primera y la segunda son las empleadas con mayor frecuencia: “separación de
una persona de la tierra en que vive” y
“expatriación,
generalmente por motivos políticos”; también
resulta útil recordar, a los fines
de este escrito, la tercera: “efecto de estar exiliada una
persona”. Durante
largo tiempo el término no fue de uso frecuente, sino que se
mantuvo en el
nivel literario vinculado generalmente a empleos políticos y
ausente del léxico
técnico de los estudios migratorios. Aínsa
señaló que
esta palabra llegó a convertirse en un lugar común por
obra de la Guerra Civil
Española (1936-1939) (2002, 91). La relativa contemporaneidad
del vocablo,
empero, no oculta la evocación de un fenómeno
histórico-político repetido,
siendo la historia de América Latina en particular
pródiga en exilios desde el
siglo XIX (también denominados destierro, emigración y
proscripción) (Caro
Figueroa, G. 2010, 215), hasta las dictaduras cívico-militares
recientes que
asolaron nuestros países. Julieta Lizaola rescata algunos rasgos
básicos de la
filosofía de la historia zambraniana y con ellos muestra el
exilio como
expresión privilegiada del fundamento sacrificial sobre el que
se han alzado
las ciudades de los hombres (2004, 202). Menos poética, la
teoría migratoria si
bien no emplea la palabra exilio, reconoce la existencia de migraciones
forzosas,
sin más alternativa que la muerte o la tortura extrema, que
actualmente
constatamos a diario. El exiliado existe como si no estuviera, es un
sentenciado a muerte simbólica por el poder. Zambrano
escribió que el exiliado
es aquél a quien “dejaron en la vida”, en la
“orilla de la historia”, despojado
y expuesto (1990, 29-44). Haciendo de necesidad virtud, ese mero quedar
(estar)
en la vida que no sucumbe desemboca en una interiorización y
ahondamiento de la
misma experiencia. Así no resulta casual el surgimiento de una
poética del
exilio elaborada por quienes fueron sus víctimas directas o
mediatas, siendo Los
Tristia del poeta latino Ovidio,
creados bajo el imperio del miedo y la amenaza constantes, su origen
paradigmático en la literatura occidental. Las dos expresiones
del exilio aquí
estudiadas también reflejan esta significación
performativa de la escritura y,
“de pie contra la muerte”, en frase
del gran poeta argentino del exilio Juan Gelman (2007), dan testimonio del exilio como origen
filosófico-poético de la
palabra.
Es el aliento que aún
sin llegar a la
palabra enuncia un “Incipit vita nova”.
(María Zambrano,
“El exiliado”, Los
Bienaventurados)
En
varios trabajos he argumentado en favor de la tesis de que todo el
pensamiento
de Zambrano está signado por la experiencia del exilio y que
ésta ha sido
elaborada como la constatación fehaciente del exilio raigal del
ser humano, en
particular, del de las mujeres (exilio del ser, de la palabra, del
poder, de la
filosofía) (Bonilla, A. 1981, 1991, 1994, 1996, 2002, 2008,
2009, 2012, 2015). Por
ello, la razón poética se plantea
como el método más adecuado para dar a luz una
filosofía del exilio de elevado
lirismo y de carácter universal, que trasciende las experiencias
particulares
de la filósofa y sus lugares geográficos de errancia, en
México y el Caribe,
primero, y luego en Europa. Como joven y prometedora académica,
intelectual “de
izquierdas” y republicana derrotada, Zambrano tuvo que huir de su
país a fines
de enero de 1939, pasó a Francia e, invitada por la Casa de
España en México,
fue destinada como profesora a la Universidad Michoacana de San
Nicolás de
Hidalgo en Morelia
[4]
[5]
.
Estando muy dificultada en México su actividad académica
-su modus vivendi-, con cortas
estancias en México y algunos viajes a Europa, hasta
1953 mantuvo intensa actividad social, académica e intelectual
en varios países
centroamericanos (las “islas” que evoca con especial
afecto), especialmente en
Puerto Rico y Cuba
[6]
. A
partir del retorno definitivo a Europa de ese año, Jesús
Moreno Sanz constata
una radicalización del exilio de Zambrano en gran medida
motivada por la mayor
soledad, y la emergencia de dificultades como la casi permanente falta
de
recursos y la locura de su hermana Araceli, que cuidó hasta su
muerte
[7]
,
a las que habrán de sumarse más tarde achaques de salud
de la propia filósofa
[8]
.
El tremendo dolor de estas diásporas queda fijado para siempre
en un fragmento
de Los Bienaventurados: “De destierro
en destierro, en cada uno de ellos el exiliado va muriendo,
desposeyéndose,
desenraizándose. Y así se encamina, se reitera su salida
del lugar inicial, de
su patria y de cada posible patria…” (Zambrano, M. 1990,
37-38). De modo
unánime los estudiosos de su obra
juzgan que la plenitud creadora de ésta se alcanza en los
trabajos publicados a
partir de 1977 (algunos escritos desde 1972 y revisiones de otros
anteriores).
En ellos se hace patente la razón poética
como pensamiento y estilo, fruto maduro de una potencia singular para
asumir y
de expresar con originalidad y hondura su experiencia trágica de
exilio de más
de cuarenta años, empero jamás carente de esperanza
(Zambrano 1990, 97-112).
Después de residir en varios países, ya anciana y muy
enferma, retornó a su
España natal el 20 de noviembre de 1984, donde fue acogida con
amistad, afecto
y honores
[9]
,
y desplegó una singular actividad de revisión y
publicación de sus escritos.
Si la
experiencia del exilio en sentido último es la del “exilio
del ser” (en la
linde con la muerte), a la vez lo es de un traumático, a veces
frágil, renacer
a todas las dimensiones de la vida, incluido el lenguaje y el
pensamiento. En
el paroxismo del dolor se vuelve a producir
el milagro del ser y de la palabra. El
exilio queda así
convertido en “(…) referencia continua,
identidad y nuevo
principio” (Lizaola, J. 2004: 202). José
Luis Abellán
propuso la denominación de pensamiento
delirante,
para designar este
nuevo comienzo del ser, del pensamiento y de la palabra en los cuatro
escritores más originales del exilio español (María
Zambrano, Juan Larrea, José Bergamín y Eugenio
Ímaz) (Abellán 1998, 257-365). Tal
denominación, a entender de la autora de este texto, no
sólo se corresponde con
el estilo de estos pensadores, sino que también remite al valor
terapéutico que
tradicionalmente ha sido otorgado al delirio, luego resignificado por
el
psicoanálisis freudiano
[10]
.
En agosto de 1946, mientras esperaba un vuelo en Nueva York hacia
París, para
reencontrarse con su madre antes de que ésta muriera,
escribió Zambrano una carta
a Rafael Dieste en la que anunciaba su poética
del exilio con la palabra delirio,
que convertirá en género filosófico y
desarrollará en la escritura madura de la
razón poética: “Y comenzó su
inacabable delirio. La esperanza fallida se convierte en delirio”
(Moreno Sanz,
J. 2004, 698). La referencia a sí misma en tercera persona
(“su”) indica el
carácter traumático de la experiencia que no puede acabar
de asumir como propia,
a la vez que manifiesta la necesidad de bucear en ella para darle
pensamiento y
palabra. Como anuncio e inicio de la razón
poética, el delirio implica el
descenso previo a los ínferos del ser, hasta las vísceras
mismas (el logos oscuro), y la escucha de los
latidos del corazón, la entraña que, según
Zambrano, nos hace saber a los
humanos que estamos vivos aún en el límite con la muerte
y donde se originan
las palabras y su música, tal como magníficamente lo
mostró en “La metáfora del
corazón” (Zambrano, M. 1977: 63-77)
[11]
.
Sólo puede comprenderse la definición zambraniana de delirio si se entiende el contraste experiencial
fundamental entre
la inmensidad del don de la vida y la finitud del viviente con
conciencia que
somos los seres humanos, tal como aparece en el Manuscrito
35: “el efecto en un sujeto de limitado dominio y capacidad
de la presencia de algo total, ilimitado”.
Si
Zambrano concibió los géneros de escritura como
respuestas “a la necesidad de
la vida que les ha dado origen” (1996. 25), el delirio
filosófico como género debe su nacimiento a la toma
de
conciencia del exilio: la experiencia de saber que aún se
existe, despojado y
expuesto. En trabajos anteriores, mostré que los delirios
zambranianos no resultan de un azar creativo, sino de la
conjunción espiritual de diversas fuentes: las
psicoanalíticas ya aludidas,
sucesivos retornos a F. Nietzsche y su lectura asidua de los
místicos
españoles, expertos en la alquimia de la palabra no referencial,
tal como se
expresa en los dislates de S. Juan de
la Cruz y los disbarates de Santa
Teresa (Bonilla, A. 2012 y 2015). Dado que esta forma de escritura
aparece
tempranamente en el exilio centroamericano y puesto que casi toda la
obra mayor
de Zambrano se escribe durante el exilio, puede concluirse que la mayor
parte
de sus escritos son resultado de un ahondamiento en la experiencia del
exilio y
pertenecen a este género. Por esta razón es posible
sostener que el delirio filosófico fue la
herramienta
literaria de la razón poética mediante
la cual Zambrano puso razón y dio palabra a temas poco comunes
en la literatura
filosófica: el cuerpo y el sentir -sobre todo, los femeninos-,
el nacimiento, los
ensueños, el sufrimiento, los miedos, la locura, la historia
sacrificial, la
violencia. Además de considerar el delirio
filosófico como género literario y, en este sentido,
medio de expresión
privilegiado de la razón poética,
parece plausible defender igualmente la hipótesis de que el
delirio zambraniano
no parece ser un paso previo a la aplicación del método
de la razón poética,
sino una parte integrante del mismo (Bonilla, A. 2008g). Dado el
carácter
abisal de la primera instancia del método que es el descenso a
los ínferos,
ésta no puede sino provocar delirio para no sucumbir en su
patencia. Justamente
en ese extremo tiene lugar el trabajo propio del corazón
(“él que es lo único
que puede llevar la luz hacia abajo, a los ínferos del
ser”) (Zambrano, M.
1977: 77), cuyo latido vela la existencia y en su desvelo reenciende
(articula)
el pensamiento y la palabra desde la oscuridad, el abandono y la
penuria, para
que tomen forma (se articulen con la existencia) el miedo y el terror
(el
exilio) que la carne y el alma sufrientes sólo pueden expresar
en principio como
aullido (inarticulado).
La
relación estrecha (indisoluble) que existe según Zambrano
entre experiencia,
método, palabra y pensamiento torna casi imposible sintetizar
una teoría de la razón poética a
partir de las múltiples
alusiones, tratamientos y prácticas que se hallan en los textos
zambranianos.
Tales dificultades han quedado expresadas en una declaración de
Zambrano de
modo casi lapidario: “De la razón poética es muy
difícil, casi imposible,
hablar” (1989, 130). Ello no obsta para el intento humilde de
enhebrar algunos
hitos de la búsqueda de la teoría de la razón
poética y de su práctica en la escritura desde fines
de los años ‘30 hasta
llegar a las dos obras mayores de su plenitud creadora: Claros
del bosque (1977) y De
la aurora (1986). Desde un comienzo Zambrano se orientó en
la búsqueda de
una razón que le brindara el método o
“el camino adecuado” para superar los yerros de la
filosofía occidental, sobre
todo debidos a su carácter violento y patriarcal, negador de la
vida y de la
riqueza del ser, que describió magistralmente en La
agonía de Europa de 1945 (Zambrano, M. 2000); antes de dar
nombre primero y luego arribar a la razón
poética -razón de amor o
razón
cordial-, ya atisbada hacia 1934 en un artículo publicado en la Revista de Occidente (Zambrano, M.
1987a, 19-30)
[12]
. La
crítica de este racionalismo no la indujo a un abandono
explícito de la razón,
que siempre consideró herramienta para la humanización
(Bonilla, A. 1994: 18).
Por el contrario, la idea de una ampliación de la razón
occidental no fue
motivo circunstancial en la formación académica de
Zambrano bajo la influencia
directa de Ortega, quien siempre estuvo en camino de una reforma de la
razón (a
partir de la razón fenomenológica en razón vital o
histórica), y en su elección
del estudio de la filosofía de B. Spinoza para la tesis de
doctorado, pues
igualmente se había empeñado éste en una intellectus
emendatione, como ampliación superadora del cartesianismo
[13]
.
La investigación de dos formas de razón alternativas a la
hegemónica en
Occidente, tanto presentes en la filosofía como en su influencia
en la
literatura, presidió sus estudios y se mantuvo durante largo
tiempo como
preocupación constante; ellas fueron precisamente, la
razón mediadora, que a veces denominó misericordiosa, en la que trabajó en los
primeros años del exilio y la razón
poética. El descubrimiento de la primera fue fruto de su
preocupación
constante por la crisis de la historia europea y el desamparo en el que
se
encuentra la humanidad, y sus conclusiones más
sistemáticas están en la larga
presentación del pensamiento de Séneca que publicó
en 1944. En el caso del
filósofo romano, la califica de estoicismo resuelto como
“piedad desde el ser”,
un puente entre el puro logos de la filosofía griega y la
menesterosidad de los
seres humanos que se hace patente en épocas de crisis (Zambrano,
M. 1965a: 57);
en otro escrito dice hermosamente que esta razón
“(…) se ha llenado de ternura
maternal para poder consolar al hombre en su desamparo”
(Zambrano, M. 1986b:
113)
[14]
.
Como síntesis de los estudios sobre poesía y
filosofía que fue publicando desde
1939 -a los que habría que añadir el
“Situación de la poesía de García
Lorca”
su prólogo a la Antología del poeta
andaluz que editó 1937 (García Lorca, F. 1989: 9-16)-, en
otra carta a Dieste
de 1944, diferencia la razón poética, su razón buscada, de
la idea de
la reforma de la razón propuesta por Ortega. Con ecos de la razón mediadora, puesto que ella es “lo
que ha de salvarnos”, siendo “más ancho”,
“que se deslice también por los
interiores”, tal razón poética, además, es
una razón plural: “Y ella no es como
la otra, tiene, ha de tener muchas formas, será la misma en
géneros diferentes”
(Zambrano, M. 2004: 102-103).
A
partir de la década de 1950, se manifestó en Zambrano una
honda preocupación
filosófica por el tema de los ensueños puesto que ellos
pertenecen, a decir de
Jesús Moreno Sanz en su “Nota preliminar” a Los
sueños y el tiempo, “(…) a las
zonas de sombra y de vida desprendida del logos que la filosofía
deja tras de
sí y en abandono” (Zambrano, M. 1992: IX). Aunque no es
posible desplegar aquí
el denso contenido de estos trabajos que parcialmente ya fueron
investigados
anteriormente (Bonilla, A. 1996: 217-229), quizá sean esos
años el lapso más
importante de la maduración de la razón poética.
Así, en El sueño creador
distinguió explícitamente entre razón
científica
(analítica) y razón poética (descifradora), al
señalar que, cuando el objeto de
la razón es la imagen onírica, la operación de la
primera “(…) es someterla a
la conciencia despierta que se defiende de ella”; en tanto el desciframiento de la segunda consiste en “(…)
conducirla a la claridad de la
conciencia y de la razón, acompañándola desde el
sombrío lugar, desde el
infierno atemporal donde yace”. Sólo la razón
poética puede realizar el
desciframiento de la imagen onírica porque su claridad le
permite albergar, dar
cobijo, a tal imagen: “razón poética que es, al
par, metafísica y religiosa”
(Zambrano, M. 1971: 49-50).
Las
publicaciones, cartas y otros documentos escritos desde el final de los
años
sesenta en más permiten concluir que Zambrano fue intensificando
la
investigación y práctica de la razón
poética en un ahondamiento cada vez mayor
de sus posibilidades creativas. Puede afirmarse, con razón, que
esta búsqueda
zambraniana no se limitó al mero refinamiento de un
método capaz de proporcionar
una ampliación del conocimiento (como lo hubiera sido si
sólo se hubiera
propuesto perfeccionar las líneas trazadas por Ortega); ampoco
pretendió la
innovación de la escritura filosófica mediante recursos
propios de otros
géneros de pensamiento y de expresión. Desde de la
práctica inicial del delirio concebido ya en
los comienzos
del exilio como resurrección del pensamiento y la palabra, el
método de la
razón poética se fue perfilando como tan intensa
transformación del logos filosófico que
culminó en un
método de ahondamiento en el ser, capaz de abarcar todas las
dimensiones de la
vida -y no sólo la humana- en plenitud. Así, con
responsabilidad auroral,
Zambrano denominó su método con la frase de Dante
Alighieri: “Incipit vita nova” (Zambrano,
M. 1977:
15). Así no resulta extraño que gran parte de la
atención zambraniana haya estado
dirigida a varias figuras femeninas de gran densidad, entre las que
otorgó un
papel particularmente emblemático a las de Antígona
(protagonista de uno de sus
primeros delirios) (Zambrano, M.
1948) y Diótima de Mantinea, puesto que en su trabajo con ellas
muestra la
posibilidad de operar una reversión del logos
violento, androcéntrico y patriarcal que caracterizó la
historia del
pensamiento europeo (y, sin más, la historia del mundo a partir
de la hegemonía
europea).
En Los
Bienaventurados, libro del final de
su vida, donde alberga y revisa textos de redacción anterior
[15]
,
contiene, entre otros, “El exiliado”, el texto mayor sobre
el exilio escrito
por Zambrano
[16]
, y su
salida esperanzada en “Las raíces de la esperanza”.
Zambrano emprende una
fenomenología del exiliado como “figura esencial”,
en tanto, para ella, esta
“criatura de la verdad”, se convierte en el espacio de
revelación de una
dimensión fundamental de la vida humana. En un primer paso,
realiza una puesta
entre paréntesis, de los supuestos con los que habitualmente se
considera el
exilio, de todo aquello que no tenga que ver con la condición
del exiliado
misma. En segundo término, completa la epojé
metodológica con la realización
del otro paso fenomenológico de las “variaciones
imaginarias”, distinguiendo la
figura del exiliado de las del refugiado y del desterrado, con las
categorías
respectivas de abandono, acogida y expulsión: “Comienza la
iniciación al exilio
cuando comienza el abandono, el sentirse abandonado” (Zambrano,
M. 1990: 31).
El abandono marca el carácter sacro del exilio: “Y
así el exiliado está ahí
como si naciera, sin más última, metafísica,
justificación que esa: tener que
nacer como rechazado desde la muerte, como superviviente”
(Zambrano, M. 2004:
463). Será la razón poética, una vez más,
la que desentrañe los sentidos del
exilio y en su padecimiento encuentre “las raíces de la
esperanza”.
En una
mirada retrospectiva a la intensa errancia zambraniana por ésta
y las figuras
anteriormente aludidas, se pone en evidencia cómo la
razón poética y su palabra
creadora llevaron a Zambrano al descubrimiento de la necesidad y
posibilidad
esperanzada de abandonar la historia sacrificial padecida por los seres
humanos
en dirección a una historia ética -espiritual o
pneumática, en expresión de Luis
Cerezo Galán
[17]
- que
habilite para ellos y los demás seres vivos su
realización en plenitud
(Bonilla, A. 1992). Para finalizar este acápite, puede
sintetizarse el
pensamiento de la razón poética como
una “creación del ser por la palabra” (Maillard,
Chantal, 1992) que mima
ritualmente el Fiat lux! originario
en la escritura.
Pampero y cierzo /
¿Ha sido mi destino
estar sacudido / (tan luego) / por estos vientos?
(F. Aínsa,
“Regresé del Sur hace unos
años…”, Clima húmedo)
En el
autobiográfico “Fragmentos para una poética de la
extranjería”, así como en
varios escritos de carácter aforístico o fragmentario y
en poemas de sus
últimos años aflora nítidamente la
filosofía poética del exilio de Fernando
Aínsa, en la cual, como se mostrará en los
párrafos que siguen, explícita y
amorosamente resuenan ecos de la voz exiliada de María Zambrano,
aunque sin el
dramatismo de ésta, dadas las diferencias de circunstancia vital
y también de
personalidad (Aínsa, F. 2010: 23-44, 2000, 2002, 2007, 2011). Si
todo exilio,
como toda vida, es singular y se vive en primera persona, cabría
calificar el exilio
de Aínsa como sui generis, sobre
todo, porque no fueron uno sino dos sus exilios, debido el primero,
como en el
caso de Zambrano, al éxodo de los republicanos españoles,
en tanto el segundo
tiene inicio con la instauración de la dictadura
cívico-militar en Uruguay
(1973-1985); en sus propias palabras: (…) “una
biografía hecha de exilio, errancia, forzado
cosmopolitismo,
pertenencias múltiples y a una inevitable condición de
eterno extranjero
dondequiera he vivido” (Aínsa, F. 2010: 25).
“Niño
de la guerra”, Fernando Aínsa nació en Palma de
Mallorca, primer hito del éxodo
de sus progenitores (él, aragonés; ella, francesa),
arribando luego al Uruguay
en diciembre de 1951. El trato generoso que el país oriental
brindó a los
exiliados concediéndoles la ciudadanía y la temprana edad
se conjugaron para
aventar todo dramatismo y hacer de esta situación una verdadera
experiencia de empatriamiento que conlleva la de una universalidad enraizada
[18]
,
que mantiene el derecho a lo peculiar con fronteras abiertas,
característica de
toda la producción e, incluso de las propuestas políticas
posteriores de Aínsa
(1997, 2002a, 2004): “Mi integración en Uruguay fue total
y apasionada, y me
volqué al periodismo, al aprendizaje, práctica y
crítica de la literatura
uruguaya” (Aínsa, F. 2010:28) . Ya escritor de cierta fama
internacional, al
producirse el golpe de estado en Uruguay Aínsa pudo emprender el
camino del
exilio al revés y emigrar a París
[19]
,
donde su trabajo en la UNESCO hasta 1999 le permitió residir
durante
veintisiete años con cierta holgura, profundizar su conocimiento
de la
literatura y el pensamiento latinoamericanos, con dos ejes de
investigación (el
estudio de la identidad a través de su narrativa y el de la
función de la
utopía en la historia de su pensamiento), concebir a
América Latina, junto a
otras y otros exiliados, como la unidad de una vasta spes
[20]
,
desplegar una gran labor de promoción de la cultura
latinoamericana y
desarrollar su creatividad literaria en novelas, aforismos y ensayos. A
partir
de ese año volvió a Aragón, repartiendo sus
días entre Oliete, la tierra de sus
ancestros, y Zaragoza, donde siguió escribiendo y estudiando, y
descubrió una tardía
y fecunda vocación poética que acrecentó hasta su
muerte el 6 de junio de 2019.
En el
escrito de homenaje publicado en 2010, la autora de este trabajo
señalaba una
diferencia fundamental con la actitud de nostálgico desgarro de
Zambrano; a
diferencia de ésta, el tratamiento filosófico
poético del exilio que realiza Aínsa,
busca dar cuenta y explicar vínculos complejos con los lugares
en los que tantas
y tantos otros como él, alejados de la patria natal, a veces
para siempre, y
otras, retornados al suelo de origen, fueron sedimentando la nostalgia
por
espacios que modelaron sus subjetividades, en los que
se crearon lazos interpersonales decisivos y
que, por encima de todo, quedaron constituidos definitivamente como
“lugares de
la palabra”, para emplear la frase zambraniana. En un estudio
más reciente,
también fue desarrollada la tesis de que las dos contribuciones
mayores de
Aínsa a esta filosofía poética del exilio
estarían representadas, en primer
término, por su desarrollo de investigaciones sobre las
fronteras,
singularmente vistas como espacios geopoéticos privilegiados de
generación creadora
(Aínsa, F. 2002ª, 2002c, 2006). En segundo lugar -y no de
menor importancia-,
el despliegue de una densa “razón poética del
exilio” en sentido propiamente zambraniano
sobre todo a través de los aforismos de Travesías,
texto que logra una concisión similar al de “El
exiliado” de Zambrano (Aínsa,
F.2000).
En su
condición de línea articuladora de identidades en la
“geopoética”
latinoamericana cartografiada por Aínsa, la
“frontera” se manifiesta como noción
antinómica; a la vez, límite protector y, conjuntamente,
espacio de encuentro y
trasgresión, se convierte en un concepto operativo a la hora de
explicar parte
de las diferencias histórico-culturales de las que da cuenta,
entre otras
expresiones, la literatura de nuestros países. Con las
metáforas organicistas
de “membrana protectora”, que protege y divide, pero que, a
la vez es
“permeable”, Aínsa trabaja teóricamente la
antinomia que encierra la noción de
frontera, a la que no es ajena la idea del límite fronterizo
como expresión del
poder que lo instaura y mantiene como espacio diferente, y, por ello,
la
transgresión del límite carga significaciones
particulares sumamente matizadas.
Esta antinomia, entonces, convertida en base explicativa de gran parte
de la
literatura latinoamericana, vuelve visible, en la escritura
topológica de Aínsa
gran cantidad de fenómenos lingüísticos, culturales,
subjetivos y políticos,
que muchas veces han quedado encubiertos en investigaciones que, o bien
se
realizan desde posiciones a priori universalistas
abstractas o globalizantes, que encubren las realidades fácticas
(incluidas las
del hecho literario mismo), o bien son deudoras de nacionalismos o
folklorizaciones
que igualmente desdeñan un tratamiento de los conflictos. Este
verdadero
“descubrimiento” del valor heurístico de la frontera
para la crítica literaria
no es ajeno a la conciencia de que el mismo acto de escribir muchas
veces se ha
realizado en la ambivalencia de la frontera y que, para el caso de
numerosos
escritores latinoamericanos, supuso y supone el exilio y su
poética:
Al
hablar de literatura, el signo ambivalente de la frontera se alza una
vez más
como metáfora de significación mucho más amplia
que el límite geográfico que
traza. Su sentido es referente obligado de toda creación. Por
vivir sus
contradicciones en carne propia es, tal vez por ello, que los creadores
son
quienes más conocen el exilio y la escritura la que mejor
refleja la frontera
interior que divide la conciencia del escritor entre la patria de
origen y la
condición de apátrida, la que se hace eco del
desgarramiento que conlleva la
expulsión fuera de las fronteras” (Aínsa, F. 2002a:
39).
Reflexiones,
recuerdos, afectos, pertenencias, desgarros, imágenes, lugares
comunes y
personajes célebres, que se someten a revisión o al humor
cáustico del autor;
en definitiva, errancia, derives,
constituyen el oleaje de una a otra orilla, también entre
lenguas y
literaturas, en el que se mueven los aforismos de Travesías.
Juegos a la distancia y con los que Aínsa expresa su
“filosofía poética del exilio”, confesa
deudora de la razón poética y los
escritos zambranianos sobre el exilio. El lenguaje que emplea no parece
originado en un delirio salvador, como el de Zambrano, sino que, ante
la
imposible traducción de la experiencia igualmente decisiva y
raigal, un
lenguaje de sugerencia y evocación, coloreado de humor en
algunos pasajes,
libera el pensamiento, la imaginación y la palabra del lector,
convirtiéndolo
en co-exiliado por el simple hecho de ser humano. La lectura de estas
páginas
permite asegurar que Aínsa, al igual que Zambrano, llegó
a amar su (o “sus”)
exilio inevitable, menos lacerante que el de la malagueña, pero
igualmente
dotado de una complejidad histórica y humana particulares.
Habida cuenta de su empatriamiento uruguayo, de los
años de
formación e iniciación en Montevideo y luego, en
París, de intensa
investigación sobre temas latinoamericanos, la primera lectura
de esta obra
parece indicar que, como fue el caso de Zambrano, hubo una referencia
nacional-territorial (Uruguay) que marcó la nostalgia y
también la esperanza
del regreso. Sin embargo, un texto algo posterior proporciona otra
clave de
lectura que vuelve comprensibles algunos pasajes de Travesías
y su mensaje utópico. Hace allí una referencia a las
dictaduras cívico-militares que se instalaron en el Cono Sur y
ésta tiene en
sus palabras una resonancia histórica particular:
En
muchos casos eran los hijos de los exiliados españoles los que
emprendían la
ruta del retorno a los orígenes, la difícil
recuperación de las ‘raíces rotas’
de que había hablado Arturo Barea al intentar su imposible
reinserción en
España. El círculo se cerraba, absurdamente, en el punto
de partida. (Aínsa, F.
2002, p.103).
“Raíces
rotas”. ¿Cuáles?: ¿el Aragón de la
familia paterna? ¿el Montevideo empatriado?
¿En cuál de las historias igualmente trágicas
situar las genealogías? ¿En la
española que va de 1898 a 1936? La primera pista para dar con la
respuesta
adecuada a estas preguntas, parece encontrarse en la dedicatoria de De aquí y de allá. Juegos a la distancia
a su esposa chilena, Mónica: “A Mónica, que me da
cada día el sentimiento -tan
necesario para seguir viviendo- de tener raíces aquí
siendo, como somos los dos, de allá”
(Aínsa, F. 1991: 7)
[21]
.
En esta contribución se defiende la idea de que esta forma de
comprender sus
exilios y sus estancias con retornos a uno y otro lado del
océano (que la
escritura confirma)
[22]
,
parece dar pie a la hipótesis de una doble y diversa
pertenencia, con raíces
expuestas a los vientos y mareas de la historia, por obra del destino,
pero en
la elección por un pathos existencial
latinoamericano, con todas sus consecuencias, también con la
práctica
imposibilidad de reemigrar al Malvín montevideano de los
años felices de
formación y juventud, como lo ha expresado claramente:
“Para volver hay que
pagar un peaje costoso y cumplir la penitencia que exige entrar al
infierno”
(Aínsa, F. 2000: 59).
Aunque
rechace la retórica heroica del exilio, la “salida hacia
el afuera” no deseada,
no deja de constatar la existencia reiterada en mil gestos cotidianos
que
convierten al exilio en salida “contra fuera” (la
resistencia de la
técnicamente denominada “sociedad de acogida” que se
prodiga en artilugios para
rechazar a quienes han debido abandonar sus lugares habituales de vida
y se
encuentran en aquélla como náufragos, sin ilusiones sobre
los sistemas de fuga
posibles ni posibilidades de retorno a la orilla que dejaron, sin
seguridad de
alcanzar un puerto definitivo donde reposar. Al igual que ocurre en
“El
exiliado” de Zambrano, su tratamiento del exilio desborda los
marcos de la
biografía personal y de los acontecimientos históricos,
puesto que la propia
experiencia vivida y las lecturas de la filósofa lo llevan a
pensar el exilio
desde el exilio radical del hombre y a definirlo como
“orfandad” (Aínsa 2000:
26).
En las
cuatro partes en las que se divide el texto (“De aquí y de
allá”, “El ser del
sur”, “De océano a océano (Ejercicio
práctico)” e “Islario contemporáneo”),
bajo
la inspiración de Zambrano, si bien con estilo
personalísimo, Aínsa desgrana,
entre otros temas, la idea de una geografía íntima y
secreta, la cuestión del
centro, el exilio como elección de vida, la ambigüedad del
exilio, la lengua
del otro, el retorno, los cuerpos del exilio, su “islario”,
que rezuma de amor utópico
por las islas (“Islas de náufragos, islas de la
esperanza” (Aínsa, F. 2000:
119)
[23]
.
La originalidad de la escritura de Aínsa descuella sobre todo en
las
enigmáticas páginas de “El ser del sur” con
sus especulaciones sobre la
relatividad geográfica y su apuesta fuerte, basado en las
posibilidades
lingüísticas del idioma: “Solamente destruyendo el
espacio y las falsas
alternativas que conlleva, permitirá al hombre del hemisferio de
‘abajo’ ser realmente, porque da lo mismo estar en ésta que en aquella orilla, en
el Sur o en el Norte. Donde sea, pero que sea” (Aínsa
2000: 89).
La
lectura de esta poética del exilio pone de relieve una
dificultad mayor,
manifestada en la apuesta constante por liberarse de la tensión
que queda
metafóricamente planteada por las referencias botánicas
del enraizamiento y el
desarraigo (Aínsa, F. 2002: 15-16). En sus desarrollos de geopoética, que tratan las diversas formas en las
que se funda el
espacio en la narrativa latinoamericana, ha expuesto de modo acabado
estas
dificultades y las vías de superación trazadas desde el
arte. En efecto, si,
señalaba Aínsa, construir y habitar concretan el lugar, el topos, éste resulta trascendido en logos
cuando se lo representa de alguna manera (Aínsa, F. 2006:
11). La experiencia del exilio (ese
“no-lugar” generalmente distópico) y su palabra
llevó a Aínsa a revisar las
estrategias topológicas y literarias por las que la literatura
del exilio no
llega a convertirse en literatura apátrida. Esto último
puede observarse sobre
todo en la valorización que hizo de la cultura de la
diáspora en los escritores
latinoamericanos del setenta. En el caso de los exiliados, su
distanciamiento
de los países desgarrados de origen actuó de modo
terapéutico en la
reconfiguración de sus subjetividades y, por consiguiente, en su
influencia en
la reformulación de poéticas y políticas
(Aínsa, F. 2002 b, p. 17-19); de modo
tal que éstos, sin renegar de las voces propias, en
interacción con un mundo
sensible a la diferencia, dieron muestras de la riqueza de la
condición humana
y de la inagotable capacidad creadora de la imaginación y el
lenguaje.
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[1]
La etimología latina del verbo errō,
-ās, -āuī, -ātum, -āre en la primera acepción de
“errar” lo hace sinónimo de
“ir a la aventura”, entre otras múltiples acepciones
(Ernout, A. y Meillet, A.
1959, 201 b).
[2]
En este escrito se procura sintetizar reflexiones que
tienen su
raíz en más de cuarenta años de lecturas de la
obra de María Zambrano, el
estudio de la filosofía de los “transterrados”
españoles de la Guerra Civil,
bajo el magisterio de José Luis Abellán, más el
recuerdo agradecido a la
amistad de Fernando Aínsa.
[3]
En los textos de historia de la filosofía y del
pensamiento
hispanoamericano suele presentarse a Zambrano como parte de la Escuela
de
Madrid y discípula de J. Ortega y Gasset; se ignora, así
el magisterio de su
padre, Blas Zambrano, y el decisivo de Antonio Machado durante la
adolescencia
segoviana de Zambrano. Si la formación académica
sistemática dejó huella
permanente en su obra, es preciso subrayar que debió a Machado
el desarrollo
temprano de la vocación por la escritura, a la que se
volcó por completo desde
1953, y el nombre de razón poética
para designar su peculiar creatividad filosófica.
[4]
Este destino académico fue claro índice de
discriminación hacia
ella, por diversas razones, incluidas las de género, no siendo
éste el lugar
para abrir un debate sobre el particular (Moreno Sanz, J. 2003,
688-689).
[5]
No era la primera vez que Zambrano llegaba a
América: en octubre de
1936, partió con su marido a Chile, haciendo escala en La Habana
donde conoció,
entre otros intelectuales, a José Lezama Lima, al que le
unirá en amistad una
gran sintonía personal y poética. Hasta su primer regreso
a España en junio de
1937, para sumarse a las fuerzas republicanas que iban languideciendo,
escribió
y publicó intensamente en esos meses.
[6]
En numerosos trabajos Zambrano muestra su hondo amor por
las islas
y llama a Cuba su patria “prenatal” con encendidos acentos
poéticos: “ (…) yo
diría que encontré en Cuba mi patria pre-natal”,
para aclarar unos renglones más abajo: “Y si la patria del
nacimiento nos trae el
destino, la ley inmutable de la vida personal, que ha de apurarse sin
descanso
–todo lo que es norma, vigencia, historia-, la patria pre-natal
es la poesía viviente,
el fundamento poético de la vida, el secreto de nuestro ser
terrenal. Y así, sentía
Cuba poéticamente, no como cualidad sino como substancia
misma” (Zambrano, M.
1948: 3-4). De hecho, fue una especie de musa para el grupo
poético “Orígenes”
y gran animadora de la vida académica y cultural de la
región. Sin embargo,
esto no quita que en sus textos rezume la amargura de la derrota y una
enorme
nostalgia por su España, reflejada en numerosas idealizaciones
de personajes y
paisajes. Si bien no puede aplicársele con justicia el adjetivo
de
“transterrada”, tampoco se encuentra en su obra un intento
por ir más allá de
los límites de la lengua y cultura de origen (con
excepción de algunas lenguas
europeas), o por recabar mayor información sobre la historia de
dominación
padecida por América. A cuarenta años del primer texto
que escribí sobre
Zambrano, sigo afirmando que ella fue una exiliada permanente y
vocacional
(Bonilla, A. 1981.
[7]
“Y Roma comienza a ser el modo en que María
comienza a quedarse en
la orilla y asumir el exilio completo” (Moreno Sanz, J. 2004,
.709).
[8]
En la correspondencia que mantuvo con Elena Croce queda
especial
constancia de las penurias de esos años en lucha contra la
enfermedad y la
pobreza, que la obligó a cambiar de domicilio y a vivir en
condiciones de
estrechez (Croce, E. y Zambrano, M. 2015).
[9]
La Universidad de Málaga le otorgó el
doctorado honoris causa y, en un acto de
reparación, la Universidad Complutense de Madrid, el original de
su título
universitario. Zambrano fue Premio Cervantes 1988.
[10]
Aunque Zambrano fue mejor lectora de C. Jung que de
Freud, su
escritura delirante, las aclaraciones
sobre la misma y la posterior teorización sobre su propio
método, evidencian
conocimiento de la concepción freudiana del delirio. En Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de
paranoia descrito
autobiográficamente (el presidente Schreber) de 1911, Freud
otorga al
delirio la significación de síntoma, viendo en su
formación una tentativa de
curación o una tentativa de restitución de la libido
hacia el mundo exterior.
[11]
De este texto hubo una primera versión que,
tempranamente, Zambrano
ofrece en Orígenes, en 1944 y luego
reedita en Hacia un saber sobre el alma de
1950 (Zambrano, M. 1987). Aquí se prefiere la versión de
1977, completamente
reescrita en la temperatura espiritual y lenguaje de la razón
poética.
[12]
Allí toma lugar propio en la línea del
pensamiento cordial de Marco
Aurelio Agustín, Blas Pascal y Max Scheler.
[13]
El tema de la inconclusa tesis de doctorado de Zambrano
fue “La
salvación del individuo en Spinoza”, título de un
artículo publicado en 1936.
[14]
Estas relevantes investigaciones sobre el pensamiento de
Séneca, el
realismo español y el papel mediador del héroe y la
heroína trágicos han sido
motivo de trabajos anteriores de la autora de esta contribución
(Bonilla, A.
1981: 95-120 y 1994: 13-19).
[15]
Desde diciembre de 1984
hasta 1989 fueron años en los que Zambrano, auxiliada por su
secretaria y
amistades, desplegó una gran actividad intelectual, sobre todo
reorganizando
materiales que tenía consigo y preparando nuevas ediciones de
obras ya
publicadas. Pasado el golpe emocional que significó para ella la
recepción del
Premio Cervantes, comenzó a revisar con Rosa Mascarell, su
secretaria, los
textos que componen esta obra, publicada al año siguiente
(Moreno Sanz, J. 2004: 729).
[16]
Son numerosos los escritos
de María Zambrano sobre el exilio, casi todos ellos publicados
en diversos
medios y compilaciones. Además del aquí mencionado, es
preciso recordar su
dolida “Carta sobre el exilio” de 1961 y “Amo mi
exilio” (1989).
[17]
“La pneumatología de la historia de
María Zambrano es, a la vez,
paradójicamente, trágica y utópica, trágica
porque es un “conocer padeciendo” y
un re-nacer inacabable; utópica, porque no conduce a la
resignación, sino a la
apuesta cordial” (Cerezo Galán, P. 1991: 90).
[18]
Esta idea de una
“universalidad enraizada” mantiene su validez para toda la
producción de Aínsa,
aunque, como puede desprenderse de este texto, se trate de un
“enraizamiento”
peculiar, no ligado a un único terruño, sino
histórico, electivo y lingüístico,
que pone en cuestión toda perspectiva “aldeana”,
para decirlo con palabra de
José Martí y da lugar a peculiares modos de arraigo,
cuando de exilios y
transhumancias (“Mi lugar es el desarraigo” (Aínsa,
F. 2000: 14) se trate.
[19]
“Descubriría, no sin cierta
resignación, que un destino no se
cambia tan fácilmente como podemos creer a veces. Si
había nacido extranjero y
creía haber dejado de serlo, el volverse el aire irrespirable en
el inefable
‘como el Uruguay no hay’, otra emigración, la
segunda, se impuso” (Aínsa, F.
2010: 33).
[20]
“París propicia el encuentro entre vecinos
que se desconocían,
abate fronteras, prejuicios y estereotipos nacionales, para refundirlos
en un
troquel donde, pese a los nuevos tópicos forjados, se aprende y
se conoce mucho
más de América Latina de lo que sabía viviendo en
el propio continente. (…) En
la distancia, América Latina se vertebra, integra y proyecta
como una unidad,
que sólo en los sueños bolivarianos parecía
posible” (Aínsa, F. 2010: 35).
[21]
En su edición
francesa este
libro fue publicado en 1986 y, de 1991, es la montevideana.
Aínsa adelanta aquí
una versión de lo que luego fue la primera parte de la obra del
2000.
[22]
Al respecto, en su
magnífico
homenaje a Espacio e inteligencia de
Arturo Ardao, Aínsa defiende la idea de la continuidad entre el
espacio real
(exterior/interior), el espacio del texto y, finalmente, el espacio del
lector:
“Todo espacio que se crea en el espacio del texto instaura una
gravitación,
precipita y cristaliza sentimientos, comportamientos, gestos y
presencias que
le otorgan su propia densidad en lo que la continuidad exterior del
espacio
mental. (…) Donde termina un espacio real, empieza el espacio de
la creación”
(Aínsa, F. 2003: 33-34).
[23]
Para reforzar estas
palabras,
Aínsa concluye su libro señalando que si la suerte nos
deparara una isla de
utopía, “(…) deberíamos ser capaces de
construir en ella un mundo (…) que no
necesitara destruir el de los demás” (Aínsa, F.
2000, p. 119).