Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 24 / Sección Artículos
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2022 /
.
Philosophical Debates in Argentine Feminism at the Beginning of the 20th Century
Pilar María Parot
Varela
Universidad Nacional
Raúl Scalabrini
Ortiz, Argentina.
Recibido:
01/12/2021
Aceptado:
22/08/2022
Resumen. Este
artículo analiza los vínculos entre
filosofía y política en el feminismo argentino de
principios del siglo XX. En
particular, reconstruye los debates filosóficos impulsados por
un conjunto de
mujeres ligadas al socialismo, entre ellas Alicia Moreau, Raquel
Camaña,
Brunilda Wien y María Carpentiero. A través de estos
debates, las mujeres
fueron construyendo una concepción del feminismo fundada en un
evolucionismo naturalista
que enfatizaba el principio de cooperación por sobre el
principio de la lucha
por la vida. Desde esta visión, la adquisición de los
derechos civiles y
políticos para la mujer traería beneficios no sólo
para las mujeres sino para
la sociedad en su conjunto ya que contribuiría a la
armonía del organismo
social. Esta tendencia hacia la cooperación no impidió
que, en la práctica, las
mujeres avanzaran hacia una mayor organización política
del movimiento y
buscaran adelantar las transformaciones que la dinámica de la
evolución
señalaba.
Palabras clave.
Feminismo, Socialismo,
Positivismo, Cooperación, Moral.
Abstract. This article analyzes the links between philosophy and
politics in
Argentine feminism at the beginning of the 20th century. In particular,
it
reconstructs the philosophical debates promoted by a group of women
linked to
socialism, including Alicia Moreau, Raquel Camaña, Brunilda Wien
and María
Carpentiero. Through these debates, women were building a conception of
feminism founded on a naturalistic evolutionism that emphasized the
principle
of cooperation over the principle of the struggle for life. From this
vision,
the acquisition of civil and political rights for women would bring
benefits
not only for women but for society as a whole since it would contribute
to the
harmony of the social organism. This trend towards cooperation did not
prevent,
in practice, women from advancing towards a greater political
organization of
the movement and seeking to advance the transformations indicated by
the
dynamics of evolution.
Keywords. Feminism, Socialism, Positivism, Cooperation, Moral.
El feminismo
argentino fue parte del conjunto
de movimientos de cambio social y político que, desde fines de
1890 y a partir
de una matriz positivista, buscaron implementar reformas que
consideraban
tendientes al progreso. Como señaló Dora Barrancos (2014)
fueron las
socialistas y las librepensadoras las pioneras en la lucha contra la
exclusión
de las mujeres en diversos espacios y derechos. Para ello, estas
mujeres fundaron
instituciones y ligas mediante las cuales emprendieron campañas
buscando
difundir sus reclamos y realizaron una gran labor en el terreno
educativo. Estos
proyectos estuvieron acompañados de un conjunto de escritos que,
con base en
las corrientes positivistas que atravesaban gran parte del campo
intelectual, las
mujeres fueron produciendo. Allí teorizaron acerca del rol de la
mujer en la
sociedad, sus diferencias respecto de los hombres y sentaron las bases
para la
construcción de una teoría feminista que iría
reformulándose a lo largo de las
décadas siguientes.
En este trabajo
analizaremos los aportes teóricos de este conjunto de mujeres
ligadas al
socialismo, con especial foco en Alicia Moreau, Raquel Camaña y
Brunilda Wien
ya que fueron las mujeres que mayor producción filosófica
divulgaron. Frente a
diversos trabajos que abordaron la obra de estas mujeres desde la
perspectiva
de la historia cultural, social y política (Asunción
Lavrin, 2005; Marina
Becerra, 2009; Barrancos, 2014), aquí ahondaremos en la impronta
filosófica. Nos
proponemos reconstruir los debates filosóficos que se dieron en
torno al
feminismo, buscando matices dentro de un positivismo que
atravesó a las
diferentes tendencias políticas del período y que estuvo
presente en las
teorizaciones de las mujeres ligadas al feminismo.
Mostraremos
que la teoría que las mujeres
construyeron se fue moldeando desde los aportes de la cultura
científica, desde
una visión evolucionista que inscribía al feminismo en el
curso del progreso
social pero que, a su vez, advertía el papel de la acción
humana en el curso de
la historia. En este marco, las visiones de estas mujeres plantearon
tensiones
entre la inevitabilidad de las mejoras en la situación de la
mujer -producto de
la misma evolución- y la necesidad de implementar cambios
más repentinos, como
el voto femenino. Más allá de los matices, hacia 1918
esta visión evolucionista
del feminismo tuvo como fundamento la cooperación entre hombres
y mujeres en
función de la división social del trabajo. Esto dio lugar
a un feminismo basado
en las diferencias, por el cual se asignó a la mujer una
superioridad moral y
permitió reforzar la importancia de la incorporación de
la mujer a nuevos
espacios.
Para ello,
primero reconstruiremos los lazos
que las mujeres tejieron a través de sus primeras organizaciones
y ligas, luego
nos ocuparemos de las concepciones sobre el feminismo, seguiremos con
un
análisis sobre el cuestionamiento que las mujeres hicieron al
postulado de la
inferioridad femenina, y finalizaremos examinando dos encuestas
realizadas por
Alicia Moreau en la Revista Humanidad Nueva.
A principios
de siglos el término feminismo no
gozaba de plena definición, en algunos casos se lo asociaba
simplemente a lo
femenino, en otros casos se aludía al movimiento de las mujeres
y en otros,
como en el caso del anarquismo, se lo usaba para rechazarlo
(Fernández Cordero,
2009). Algunas de las mujeres que aquí estudiamos no se
consideraban feministas,
como el caso de Raquel Camaña. Sin embargo, incluiremos dentro
del rótulo
“feminista” a aquellas mujeres que formaron parte de
diferentes proyectos a
favor de la emancipación de la mujer y que participaron en el
debate en torno
al rol de la mujer en la sociedad, dejando escritos en los que
plantearon sus
posiciones.
La lucha por
la emancipación de la mujer y la
denuncia de la condición de inferioridad que vivía la
mujer fue un terreno
compartido entre liberales, anarquistas y socialistas. En 1896, bajo el
lema
“Ni dios, ni patrón, ni marido”, se fundaba el
periódico anarquista fundado por
mujeres, La Voz de la Mujer. Periódico
comunista-anárquico. El
rechazo del anarquismo hacia toda forma de poder y opresión
permitió que, como
señaló Maxine Molyneux (1997), las mujeres fuesen vistas
simultáneamente como
víctimas de la sociedad y como víctimas de la autoridad
masculina.
El
periódico anarquista convocaba a las mujeres
a luchar contra todo tipo de autoridad que sometiera a la mujer: el
patriarcado,
la iglesia, la familia y el Estado. No obstante, y tal como
señaló Barrancos
(1990), la orientación anti-estatista
[1]
y
contraria a
toda forma de organización del grupo -compuesto por Josefa
Martínez, Carmen
Lareva, Pepita Ghuerra, Rosario de Acuña, Luisa Violeta-, las
condujo a
rechazar la lucha feminista que, de manera organizada, bregaba por la
conquista
de los derechos civiles y políticos.
Las primeras
ligas, asociaciones y congresos
que tuvieron como fin la lucha por la emancipación de la mujer,
fueron
impulsadas por mujeres ligadas al socialismo y al librepensamiento. Sus
principales reclamos fueron el sufragio femenino, el acceso de las
mujeres a la
educación, la asistencia a las madres en situación de
vulnerabilidad y el
rechazo hacia el postulado de la inferioridad civil de la mujer. En
1902 se
creaba el Centro Socialista Femenino, por iniciativa de Fenia Chertkoff
–casada
con Nicolás Repetto- y en compañía de sus hermanas
Mariana –casada con Juan B.
Justo- y Adela, como así también de Alicia Moreau, Justa
Burgos Meyer, Raquel
Camaña, Carmen Baldovino, Sara Justo, Carolina Muzilli, Gabriela
Laperriere,
Teresa Mauli y Raquel Messina.
Desde esta
asociación, lucharon por alcanzar mejoras
en las condiciones laborales de la mujer y realizaron actividades
educativas a
partir de su adhesión a la Liga de la Educación Laica.
Ese mismo año, las
mujeres que integraban el Centro Socialista Femenino fundaron la
Unión Gremial
Femenina, desde donde acentuaron el reclamo por la
reglamentación del trabajo femenino
y estrecharon lazos con los hombres del Partido Socialista. En 1902
invitaron a
Enrique Del Valle Iberlucea a dictar una conferencia sobre el divorcio
y dos
años después el Partido Socialista argentino
incluiría en su programa mínimo el
reclamo por el sufragio universal para hombres y mujeres. Otro de los
hombres
del partido que apoyó los reclamos de las mujeres fue el
diputado Alfredo
Palacios, quien presentaba en el senado un anteproyecto sobre trabajo
femenino
e infantil -que había sido elaborado por las mujeres de la
Unión Gremial-, el
cual sería sancionado con modificaciones en 1907.
Estos grupos
de mujeres socialistas
compartieron muchas de sus ideas con las feministas liberales, en
especial la
lucha por el reconocimiento de la capacidad intelectual de la mujer y,
como
consecuencia, su participación ciudadana y política. En
1900 se fundó el
Consejo Nacional de Mujeres, presidido por Albina Van Praet. Esta
asociación,
que se mantuvo alejada de toda filiación política, estaba
formada por
organizaciones educativas y asistenciales, y tuvo como objetivo
principal
elevar el nivel intelectual de la mujer mediante el estudio y el
cultivo de las
bellas artes. En ella participaron tanto universitarias progresistas
como
aquellas mujeres interesadas en actividades caritativas. En 1901 Elvira
López
se doctoraba en Filosofía con su tesis El movimiento
feminista, en donde,
anclada en el positivismo de Spencer y Stuart Mill, proponía una
“vanguardia
prudente”, mediante la cual defendía la independencia
moral y económica de la
mujer, pero no aceptaba el ejercicio de los derechos políticos
(Bustelo y
Parot, 2020). En 1904 Petrona Eyle fundaba la Asociación de
Universitarias Argentinas,
integrada por un conjunto de mujeres tituladas en áreas
relativas a la
pedagogía, la salud y la higiene del niño y la mujer.
Por su parte,
la uruguaya María Abella de
Ramírez creaba en 1902 la revista Nosotras,
en La Plata
[2]
y en 1910 la Liga Feminista Nacional y su
órgano
de difusión, la revista La nueva Mujer, desde los cuales
reivindicó los
derechos políticos y civiles de la mujer y el divorcio absoluto.
De esta manera, comenzaron a
construir las bases del feminismo liberal.
En septiembre
de 1906 se organizaba en Buenos
Aires el Congreso Internacional de Librepensamiento. Allí
comenzaba la labor de
la joven maestra Alicia Moreau quien, con tan sólo 20
años exponía ante el
público su ponencia titulada “La escuela y la
Revolución”. Por iniciativa de la
joven Alicia Moreau, y a partir de su contacto con la anarquista
española Belén
Sárraga, allí se acordaba la fundación del Centro
Feminista
[3]
-que en
1911
adoptaría el nombre de Juana Manuela Gorriti-. Este nuevo centro
sería presidido
por una mujer que no estaba ligada ni al socialismo ni al
librepensamiento, la
médica Elvira Rawson de Dellepiane. Al año siguiente,
Moreau fundaba, junto a
Sara Justo –hermana del líder del Partido Socialista-, la
médica de origen
italiano ligada al Partido Socialista Julieta Lanteri y Elvira Rawson,
el
Comité pro-Sufragio Femenino, desde el cual se realizaron
campañas a favor de
la obtención del voto de la mujer.
Convocado por
la asociación Universitarias
Argentinas, en 1910 se realizaba el Primer Congreso Femenino
Internacional de
la República Argentina que tuvo como fin abordar la
organización del movimiento
feminista
[4]
.
Participaron en este evento socialistas, liberales y librepensadoras.
Alicia
Moreau destacaba que ese encuentro había sido el primer momento
en que se
empezaron a definir las principales ideas rectoras del movimiento:
“El Ideal,
el concepto abstracto, preceden a la práctica, a la realidad y
la hacen nacer,
como las gotas de agua que en un momento fecundan la tierra y han
vagado
durante largo tiempo bajo la forma de nubecillas blancas”
(Moreau, A. 1910, 330).
Si bien el
Congreso se pronunció a favor del
sufragio femenino, en la mayoría de sus intervenciones se puso
mayor énfasis en
la adquisición de los derechos civiles. En este congreso, Elvira
Rawson
presentó su proyecto de reforma del Código Civil y fue
adoptado por el Centro
Feminista. Este proyecto buscaba que la mujer casada pudiese disponer y
administrar su propio sueldo y bienes y que no tuviese impedimentos
legales para
ejercer profesiones y cargos públicos. Luego fue transferido al
diputado socialista
Alfredo Palacios para que fuese presentado en el Congreso.
La
formación de estos grupos y la
implementación de sus proyectos abrió las puertas a las
mujeres al mundo intelectual
ya que se ocuparon de estudiar sobre la educación y la salud de
la mujer y del
niño, lo que dio lugar a una gran cantidad de producción
escrita. En este
proceso, las mujeres se introdujeron en la lectura de las
filosofías
positivistas que dominaban gran parte del campo intelectual, entre
ellas, las
obras de Darwin, Spencer, Lamarck y el materialismo histórico de
Karl Marx que
se difundía entre los socialistas argentinos vía Gabriel
Deville, Enrique Ferri
y Aquiles Loria.
La
difusión que tuvo la filosofía de Spencer en
Argentina hizo que las principales claves para comprender la realidad
fueran el
evolucionismo y el naturalismo. Como consecuencia del encuentro entre
estas
matrices conceptuales, muchas concepciones tendieron hacia lecturas
mecanicistas del devenir social e histórico que dificultaban la
explicación
sobre el papel de la acción humana libre en la marcha de la
historia. Jorge
Dotti (1990) advirtió la encrucijada
en la que se encontraron algunos intelectuales socialistas en su
intento de
conciliar la ciencia y la moral, y explicó la imposibilidad de
esta armonía a
través de la diferencia de lógicas regentes en cada una
de las esferas, en
tanto la ciencia aspiraba a ser descriptiva y la moral aspiraba a ser
prescriptiva. Este problema
filosófico tuvo su traducción política en la
siguiente disyuntiva: o bien las
transformaciones buscadas llegarían inevitablemente y entonces
el ser humano
debía adaptar su acción al estadio de desarrollo de la
economía, o bien había que
buscar acciones que lograsen imponer esos nuevos cambios en el momento
que se juzgara
propicio. En las páginas que siguen analizaremos estas tensiones
en el intento
por construir una teoría feminista que se fue configurando a
medida que
avanzaba el movimiento a favor de los derechos políticos de la
mujer.
Alicia Moreau
fue una de las mujeres que mayor
producción teórica relativa al movimiento feminista hizo
circular. Gran parte
de esta producción fue publicada en la Revista Socialista
Internacional
(1908-1909), que dirigió junto a Enrique Del Valle Iberlucea, y
que luego
cambiaría su nombre a Humanidad Nueva (1910-1919). Esta
revista fue
órgano del Ateneo popular, una asociación de
extensión universitaria fundada en
1910, que ofreció cursos, conferencias, y salidas educativas a
los
trabajadores. Tanto el Ateneo Popular como su revista tuvieron entre
colaboradores a un grupo de intelectuales ligados al positivismo y al
socialismo, entre ellos Enrique Mouchet, Agustín Álvarez,
Ernesto Nelson,
Fernando de Andreis, Justa Burgos Meyer, Raquel Camaña, Brunilda
Wien y Carolina
Muzzilli.
Esta impronta
positivista marcó las lecturas
que Alicia Moreau realizó sobre el movimiento feminista. En sus
primeras
intervenciones, la joven maestra inscribía la tendencia
emancipadora de la
mujer como parte de un movimiento civilizatorio que suponía
cierto grado de
inexorabilidad
[5]
. Por
ello,
el feminismo no era presentado como un producto de la voluntad de la
mujer sino
que aparecía como consecuencia de la división del trabajo
y del
perfeccionamiento de los medios de producción, de modo tal que
su avance
quedaba garantizado por el curso evolucionista de la historia:
“No es la mujer
la que ha determinado este género de vida, no es un pretendido
orgullo de
igualar al hombre, es el progreso industrial, social, humano, es la
transformación incesante que hace que a nuevas condiciones
respondan nuevas
necesidades y esfuerzos nuevos para satisfacerlos” (Moreau, A.
1911, 360). Esta
tendencia emancipadora conducía a la mujer a preocuparse por el
mundo
intelectual, a luchar por su acceso a los centros de estudios
superiores, a
adquirir un título profesional y así asegurar su vida de
forma independiente.
Este
carácter casi inevitable del feminismo y
su inscripción en el desarrollo de la modernidad había
sido ya señalado por Elvira
López casi 10 años antes en su tesis de doctorado, la
cual había sido dirigida
por Rodolfo Rivarola. Allí Elvira López definía al
feminismo en los siguientes
términos: “No puede decirse que el feminismo sea una
doctrina, no es ni puede
serlo, más bien podemos considerarlo como tendencia o una
aspiración, y mejor
todavía como una necesidad, resultado fatal de la ley de la
evolución y de la
crisis económica del siglo” (López, E. 1901,16). Al
igual que Moreau, inscribía
el feminismo en el marco de una concepción evolucionista de la
historia. Como
ha señalado Natalia Martínez Prado (2015), tal
inscripción habilitó a López a
despolitizar en cierto modo el movimiento de mujeres ya que las
demandas de las
mujeres (en particular, la educación y el trabajo)
aparecían como elementos
necesarios de ese progreso de la sociedad. En tal sentido, la senda
evolutiva
no parecía modificar los roles sociales sino que reforzaba el
rol de la mujer
dentro del hogar ya que las demandas del movimiento se subordinaban a
la
búsqueda de una mejora en la función social de la mujer
como madre y cuidadora
de los niños: “No falta quien diga que el feminismo
pretende la igualdad de los
sexos, lo cual es absurdo si se piensa que igualdad en este caso
significa
identidad, pero muy justo si se reconoce como expresión de
equivalencia” (López,
E. 1901, 15).
Sin embargo,
el evolucionismo de Alicia Moreau
no revistió el grado de determinismo que parecía mostrar
el de Elvira López. Moreau
sostuvo una concepción evolucionista y etapista de la historia
que suponía que
“Todas las transformaciones en la evolución social han
sido precedidas por un
lento y largo trabajo preparatorio, en el cual se hallaban contenidas,
como en
la vida de hoy entraña la de mañana, y cada uno de sus
momentos es eslabón en
la cadena, solidario del que sigue y del que precede” (Moreau, A.
1911, 356). Las
ideas relativas estos cambios no eran producto de sistemas
filosóficos sino que
surgían del desarrollo mismo de la vida social y sus condiciones
materiales. Para
Moreau, el individuo era el resultado de tres factores: la herencia, la
educación y el medio, aunque sostenía que “no
podemos obrar directamente sobre
su herencia pero según ella podremos disponer los otros dos: la
educación y el
medio ambiente, de tal modo que la predisposición nociva se
atenúe o
desaparezca mientras la útil se exalte y embellezca”
(Moreau, A. 1909, 6). En
este sentido, la concepción materialista de Moreau no fue
enteramente
determinista ya que, en el desarrollo de la evolución, el factor
biológico no
determinaba por completo al individuo. Era la educación la
encargada de transformar
el curso de las leyes biológicas, permitiéndole al
individuo modificar las
aptitudes, tendencias e inclinaciones legadas por sus ancestros.
La
concepción de la historia propuesta por
Moreau otorgaba protagonismo al sujeto en los cambios
históricos, por ello sostenía
que la acción fundamental era la educación del individuo
ya que era él el
responsable de realizar las transformaciones sociales. En este sentido,
interpretaba
su actualidad como un momento preparatorio, en el que la conciencia del
horizonte
era clara, lo cual permitía “…unir todas las
fuerzas dispersas que han de
acelerar la llegada del mañana” (Moreau, A. 1911, 356).
En una
línea similar a la de López, nueve años
después Moreau sostenía que la educación de la
mujer no entraba en conflicto
con su función social, que era la de ser madre, en tanto la
educación le
permitía adquirir los conocimientos necesarios para perfeccionar
las tareas
hogareñas, en particular, la educación de sus hijos. De
esta manera, su rol
social podía elevarse, al dejar de ser únicamente ama de
casa para ser
educadora, al dejar de realizar trabajos serviles más
“duros” como el servicio
doméstico, la costura y la cocina, para ingresar a la academia y
a la escuela
técnica que la prepararía para determinadas profesiones.
En este sentido, el
reclamo por la profesionalización de la mujer tenía como
punto de partida la
necesidad de perfeccionar su rol maternal:
Pero no
dudamos que, si la función pedagógica
necesita siempre una especialización profesional, la mujer en lo
futuro tendrá
los medios para llenar ese rol; habrá que educar a esa
educadora. La tendencia
a la reducción de las tareas domésticas que hemos
señalado, no tiene razón para
detenerse, y cuando muchas de ellas hayan sido reemplazadas por un
servicio
público, (…) cuando por una sabia preparación haya
elevado su carácter y
fortalecido su razón, gran parte de su actividad y su tiempo
perdidos hoy
inútilmente, tendrán la más completa y fecunda
utilización social. (Moreau, A. 1911,
373)
En este
sentido, la evolución en el rol de la
mujer consistía en perfeccionar las funciones que en la
actualidad la mujer
tenía en la vida individual mediante conocimientos
científicos que permitirían
desarrollar su tarea. De este modo, el acceso al espacio público
se realizaría
mediante el ejercicio profesionalizado de una función que hasta
entonces era
propia del ámbito privado.
Estas
primeras concepciones sobre el feminismo
plantearon el dilema entre la inevitabilidad del feminismo y la
necesidad de
armar un programa político que buscara concretar esos cambios en
el presente. En
relación a la propuesta de López, Moreau moderó el
determinismo que acompañaba
la concepción evolucionista del feminismo y revistió al
sujeto de una función
en el curso de la evolución. Esta concepción
teórica fue da la mano con una
invitación a las mujeres para asociarse en la lucha por los
derechos civiles y
políticos de modo tal que estas acciones pudieran
acompañar el rumbo que la
evolución indicaba. Estos reclamos se fundaron en la necesidad
de que las
mujeres pudieran perfeccionar su función social dentro del hogar
como madre. Este
primer período del pensamiento de Moreau coincidió con la
formación de asociaciones
ligadas estrechamente a la educación y la salud de la mujer y
del niño. Como
veremos en los próximos apartados, el fundamento de esos
reclamos se irá
modificando en función de las nuevas condiciones sociales y
políticas.
Para que la
mujer pudiese desarrollar de manera
exitosa su rol social, como sostenía Moreau, era necesario
lograr el
reconocimiento de sus capacidades. Por ello, una de las principales
discusiones
teóricas de las que se ocupó el feminismo giró en
torno al Código Civil que
sancionaba la inferioridad jurídica de la mujer. Liberales,
librepensadoras y
socialistas coincidieron en su crítica a ese postulado.
Como
señaló Sonia Reverter (2003), el concepto
filosófico básico del feminismo desde sus orígenes
fue el de la igualdad ya que
la lucha por alcanzar las mismas oportunidades que los hombres, se
fundó en el
argumento de que tanto hombres como mujeres tenían las mismas
capacidades. Sin
embargo, muchos grupos feministas partieron del supuesto de que
existían
diferencias entre hombres y mujeres en algunos ámbitos
-conductas morales,
características de la personalidad y habilidades-, y desde
allí exigieron que
esas diferencias fuesen reconocidas en igual valor que las
particularidades de
los hombres. Bajo este supuesto, las mujeres lucharon por la
obtención de
derechos específicos para ellas. En este contexto, la autora
advierte que las
diferencias entre los distintos feminismos estuvieron marcadas por la
determinación de esas diferencias y por el alcance del marco de
igualdad que
operó como trasfondo para la interpretación feminista del
mundo.
Tanto en
Argentina como en muchas partes del mundo, la
principal diferencia desde la cual se luchó por la ampliación de derechos fue la maternidad la
cual, como mencionamos en el apartado anterior, fue leída como
la función que
la mujer debía desarrollar en la sociedad. Marcela Nari en Políticas
de
maternidad y maternalismo político (2004) muestra de
qué modo, en la
primera mitad del siglo XX, se produce un proceso de
maternalización de la
identidad femenina, a partir del cual la condición de madre se
convierte en
actividad exclusiva y excluyente de las mujeres. La
consideración de la
maternidad como un deber condujo a la exigencia de derechos y el acceso
a
espacios vedados, lo cual provocó el surgimiento del
maternalismo político.
Pero, como
veremos en este apartado, la
reivindicación de la maternidad como función social no
impidió que las mujeres
esgrimiesen argumentos en contra del supuesto según el cual la
mujer tendría
una capacidad intelectual menor a la del hombre capacidades -que era presentada como
biológicamente irreversible-. Esa presunta diferencia que se
postulaba como
fundamento de un código civil que establecía la
dependencia jurídica de la
mujer respecto al hombre, fue rechazada mediante argumentos que
variaron en
virtud del peso atribuido al factor biológico para la
determinación de las
diferencias entre
el hombre y la mujer. Si bien la
inferioridad intelectual de la mujer fue aceptada como un
hecho, se discutía si esa diferencia respecto al hombre era
biológica o
adquirida, si esa diferencia se revertiría con la
evolución misma o mediante
acciones que modificasen esa situación y, si se trataba de
buscar un desarrollo
intelectual igual al del hombre o se trataba de desarrollar otras
aptitudes de
la mujer para equilibrar el vínculo entre ambos.
La pedagoga
argentina Raquel Camaña
[6]
fue una
de
las mujeres que se manifestó en contra de este postulado. Si
bien negó para sí
el rótulo de “feminista”, ella participó de
diversas organizaciones junto a las
mujeres socialistas y luchó por los derechos de la mujer. El
discurso de Camaña
estuvo ligado a la perspectiva biologicista e higienista propia de la
época,
que probablemente había adoptado luego de su asistencia a los
cursos de
psicología que dictaba José Ingenieros. En 1914 publicaba
un artículo titulado
“Inferioridad femenina”, en el cual explicaba que la
situación de subordinación
que vivía la mujer era un producto principalmente de la
herencia, aunque
también influían el ambiente y la educación:
como
biológicamente es más débil, pues la
maternidad significa, para el sexo todo y no puramente para quien
procrea,
sacrificio enorme de energías orgánicas y
psíquicas, mientras que en las
relaciones universales predomine la fuerza sobre la razón, la
mujer no podrá
recibir, como herencia sexual psíquica, más que lo
conquistado a pesar de su
debilidad física. (Camaña, R. 1914, 260)
Esta
inferioridad era producto de su capacidad
biológica de gestar, pero, a su vez, la maternidad era el
carácter específico
de la mujer. Por tanto, Camaña
entendía que era
necesario que la mujer primero cumpliera con su función social
de madre para que
luego exigiera públicamente sus derechos: “como
´hombre´ y ´mujer´ son, en
esencia, dos seres diferentes, inversos, complementarios, equivalentes,
la
inferioridad actual femenina dejará de ser un hecho a medida que
se ahonden las
diferencias entre ambos sexos acentuando el carácter
específico de la mujer, la
maternidad” (Camaña, R. 1914, 257). No se trataba de
marcar aquello que hombres
y mujeres tenían en común para mostrar que la mujer no
podía considerarse inferior,
sino que se trataba de acentuar las diferencias a fin de reivindicar el
valor
de lo femenino. A partir de lo anterior sostenía que
Un lento
proceso evolutivo a través de varias
generaciones, en condiciones apropiadas, que modificarán, en
absoluto, el medio
actual y las actuales relaciones sexuales, una coeducación
humana en sus fases
sexual y social, proveerá a la mujer de un cerebro equivalente
en potencia al
cerebro masculino. Equivalente, como él, será la psiquis
femenina y equivalente
–no en el sentido de la igualdad, sino en el de la diferencia-
será su
resultado. La elaboración de un ideal humano femenino que
completará el hasta
hoy unilateral ideal masculino. (Camaña, R. 1914, 292)
Si bien la
educación y el ambiente tendrían un
rol activo en la desaparición de la inferioridad intelectual,
habría que
esperar que el curso de la evolución lograra su cometido. Bajo esta
concepción, la lucha por la igualdad de derechos tenía
como base una diferencia
biológica entre hombre y mujer que era necesario desarrollar
aún más para
lograr un complemento perfecto entre ambos.
En 1914
Alicia Moreau se doctoraba en medicina
con la tesis “La función endócrina de
ovario”. Apoyada en sus conocimientos
sobre medicina de la mujer, participaba del debate en torno al
postulado de la
inferioridad femenina. En 1916 publicaba en Humanidad
Nueva el artículo titulado “La inferioridad de la
mujer”, allí aceptaba el
supuesto de la inferioridad intelectual de la mujer aunque
advertía que esto no
se debía a una incapacidad orgánica sino a una falta de
cultivo de la
inteligencia que, no obstante, podía corregirse a través
de una educación
adecuada:
Son organismos distintos, dentro, es evidente,
de los caracteres comunes
de la especie, diferencia orgánica que corresponde a su
diferencia de funciones
y que alcanzan toda la superioridad deseable cuando pueden realizarlas
de la
manera más completa, más amplia. Dentro de la
organización femenina, como de la
masculina, podemos concebir un tipo superior y considerar malamente
dotados los
que se alejan de él. Si fuese real la inferioridad
biológica de la mujer
podríamos admitir que un grado superior de evolución
debería acercarla mucho
más al hombre y que, en el estado actual, la mujer más
varonil, menos mujer es
la que alcanza un mayor perfeccionamiento; esto es absurdo y, por lo
contrario,
en la escala zoológica el dimorfismo sexual aumenta con la
evolución orgánica.
(Moreau, A. 1916, 17)
A diferencia
de lo sostenido por Camaña, Moreau
señalaba que la mujer no era biológicamente inferior al
hombre. De esta manera,
Moreau esgrimía argumentos contra posiciones fundadas en un
determinismo
biologicista que asignaba a cada género determinadas
características imposibles
de modificar. Frente al argumento que señalaba que el cerebro de
la mujer era
más pequeño y por tanto la mujer era menos inteligente,
Moreau replicaba: “El
cerebro es, por otra parte, un órgano eminentemente educable; el
trabajo, el
ejercicio, activan su desarrollo, cuando la mujer reciba una
educación más
lógica, lleve una vida en donde el cerebro necesite una
intervención mayor que
la que tiene actualmente, el peso de su cerebro seguramente se
elevará” (Moreau,
A. 1916, 22).
A diferencia
de lo que planteaba Camaña, para
Moreau las diferencias que existían entre hombres y mujeres no
eran innatas
sino adquiridas y eran el resultado de la influencia del ambiente y de
la
educación sobre los individuos.
Esta
crítica al postulado de la inferioridad
fue la antesala del pedido de derechos políticos para la mujer y
la paulatina
incorporación de la mujer en los asuntos políticos. Para
esto, sería necesario torcer
progresivamente el determinismo evolucionista, que parecía
suponer una larga
espera para ver los cambios, y mostrar que una serie de proyectos
podrían
adelantar las metas al poner el cerebro femenino en constante ejercicio.
En 1915
Camaña fallecía y, en paralelo, ese
paradigma biologicista comenzaba a moderarse entre los intelectuales
argentinos.
Hacia mediados de la década de 1910 la organización
científica de las ciencias
humanas comenzaba a cuestionarse a la par de la difusión de
filosofías idealistas
y espiritualistas europeas -entre ellas, las de Henri Bergson,
Benedetto Croce
e Immanuel Kant- que venían a advertir que el universo de lo
humano comportaba
una realidad cualitativamente diferente del mundo natural. Algunos
intelectuales argentinos, entre los que cabe destacar a Ingenieros,
comenzaban
a matizar el biologicismo propio del positivismo e incorporaban a sus
sistemas
ideales y elementos morales (Rossi, 1999; Dotti, 1990; Terán,
1986). Estas
transformaciones no fueron ajenas al feminismo.
En este contexto, en enero de 1916 Humanidad
Nueva lanzaba una encuesta
destinada a
comprender las posibles transformaciones que la guerra aportaría
a la situación
de la mujer
[7]
. Las
circunstancias habían obligado a la mujer a reemplazar a los
hombres en sus
tareas y esto les permitió desarrollar sus capacidades,
razón por la cual
podrían reclamar la preservación de esos puestos e
iguales derechos que los
hombres.
Si bien la
mayoría de las encuestadas coincidían
en las dificultades económicas que la guerra podría traer
para ellas y sus familias,
no obstante, creían que la función política
cambiaría favorablemente. Mientras
que años anteriores las mujeres luchaban por el acceso a la
educación
secundaria y superior, y legitimaban su función social mediante
tareas
asociadas a la salud y a la educación, las nuevas condiciones
sociales
legitimaban la posibilidad de incorporarse a la vida pública en
oficios y profesiones
que hasta entonces ejercían únicamente los hombres.
La secretaria del Centro Socialista
Femenino, Rosa Berenstein de Mouchet respondía a la encuesta aseverando que, luego
de la contienda, la mujer iniciaría movimientos
reivindicatorios, organizaría
acciones gremiales femeninas y agrupaciones políticas para
remediar las
consecuencias del desastre: “mediante estas organizaciones
luchará
colectivamente contra la clase capitalista que tratará por todos
los medios de
explotarla a su beneficio. (…) exigirá la igualdad de
derechos para ambos sexos
e impondrá su voluntad en el sentido de asegurar la paz entre
las naciones,
luchando contra la militarización de las escuelas y lanzando su
grito de
protesta contra los promotores de los conflictos armados” (Berenstein, R. 1916, 72-73). La
participación de la
mujer en la economía durante la guerra parecía legitimar
su participación en la
solución al conflicto que la había llevado a ese nuevo
lugar. A la vez que reforzaba
el lazo entre feminismo y socialismo, Berenstein veía en la
posguerra una
oportunidad para establecer un nuevo orden en el que la mujer pudiese
obtener
sus derechos y una mayor participación política.
En esta
encuesta, la guerra mundial fue leída
como un suceso que irrumpía el curso de la evolución,
trayendo consigo una
aceleración de las transformaciones, y llamaba a las mujeres a
organizarse
políticamente para reclamar sus derechos. No obstante, nunca
dejó de ser
interpretado en términos evolucionistas. La joven institutriz de
origen
italiano María Carpentiero
[8]
se
apoyaba en
la teoría de Spencer para interpretar el nuevo acontecimiento, y
su relación
con el movimiento de las mujeres, en términos de un
evolucionismo regido por el
principio de cooperación:
Las leyes que
rigen respecto a la mujer serán
sometidas a la misma evolución de todas las leyes. Porque,
diré con las
palabras de Spencer que ´a medida que la cooperación
voluntaria modifica cada
día más el carácter del tipo social, el principio
tácitamente admitido de la
igualdad de derechos para todos, se vuelve condición fundamental
de la ley´.
Así, que las mujeres cooperando lo mismo que los hombres al
trabajo social bajo
cualquier punto de vista, impondrán la modificación de
las leyes actuales que
la colocan en condición de inferioridad entre los menores y los
incapaces. (Carpentiero, M. 1916, 125).
No era el
principio darwiniano de la lucha por
la vida el que revertiría la situación de inferioridad en
la que se encontraba
la mujer, provocando conflictos entre hombres y mujeres, sino el
principio de
cooperación que invitaba a la participación de las
mujeres en el trabajo
social, lo cual llevaría a una igualdad de derechos. Este
planteo parecía convocar
a las mujeres a asumir un rol social que, si bien excedía el
ámbito familiar,
procuraba ser complementario al del hombre, conservando un equilibro
entre las
funciones de cada género. Por otro lado, la cooperación
aparecía como un acto
voluntario, lo cual se alejaba del fatalismo que revestía las
concepciones de
López y continuaba legitimando la organización
política de las mujeres.
A pesar de
que la mujer se incorporaba al mundo
laboral y luchaba por una equiparación de derechos con respecto
al hombre, las
mujeres socialistas continuaban afirmando características
diferentes para cada género:
“La vieja Europa está hoy día a la merced de dos
fuerzas antagónicas: la
devastadora, que mata, destruye y todo lo aniquila; la reparadora, que
sufre,
consuela y trabaja. El hombre obedece a la primera; la segunda
está confiada a
la mujer, la cual cumple su obra con inteligencia, abnegación y
con la
expansión de todos sus sentimientos humanitarios y afectivos
propios de su
sexo” (Carpentiero, M. 1916, 125). Dentro de esta
diferenciación, la mujer era
portadora de características moralmente más elevadas que
las del hombre,
observación que contribuía a reforzar la
participación de la mujer en la vida
pública.
Por
último, el desenvolvimiento de la mujer en
la guerra parecía contradecir a muchos de los argumentos que
sostenían su
inferioridad y, asimismo, impulsaba con más fuerza el movimiento
de las
mujeres. Así lo reconocería años después
Alicia Moreau
Era necesario
esperar que algo externo agitara
el pensamiento argentino, poco propenso a los idealismos; éste
fue el unánime
sentimiento de admiración que despertó la actitud de la
mujer durante la
guerra, la afirmación de su capacidad y la convicción que
nació, aun en las poco
clarovidentes, de que una de las consecuencias generales de esta guerra
sería,
más o menos rápidamente, la emancipación femenina.
(Moreau, A. 1919, 72)
Una de las
lecciones que la guerra había dejado
consistía en que los cambios podrían acelerarse sin
respetar ese lento proceso
de etapas progresivas y reformas mínimas que se esperaba. El 6
de febrero de
1918, tras una larga campaña, se aprobaba el voto femenino en
Inglaterra. Algunas
mujeres argentinas enfatizaban la influencia de la guerra en tal
acontecimiento
señalando que, como el Estado inglés había acudido
a las mujeres frente a la
escasez de hombres, tuvo que otorgar a las mujeres el derecho al voto.
Tal era
el caso de la doctora de origen austríaco Brunilda Wien quien
señalaba la
influencia determinante de la guerra en la valorización de la
actividad
femenina y sostenía que: “Un feminismo silencioso ha
sucedido al feminismo
polemista y a outrance de las sufragistas inglesas. La guerra
desarrolló
una nueva tendencia, tuvo la virtud de quitar las asperezas, de
conciliar las
teorías extremas” (1918,124). La tendencia hacia la
cooperación, que advertía
Carpentiero, parecía confirmarse en esta cita ya que el
feminismo que había sucedido
a la guerra, lejos de convertirse en un movimiento de rechazo hacia el
hombre, parecía
afirmarse en las leyes evolutivas que tendían hacia la
armonía.
Estos
años fueron escenario de acalorados
debates en relación al movimiento de las mujeres en Argentina.
No había dudas
de que la mujer se incorporaba progresivamente al ámbito
público, el
asociacionismo crecía, pero parecía no ser claro si los
progresos eran
efectivamente un producto de esas intervenciones o llegaban por la
dinámica de
la evolución social. En cualquier caso, la
flexibilización del determinismo
positivista permitió una lectura acerca de la repercusión
de la guerra mundial en
el movimiento de mujeres que, si bien fue pensada en clave
evolucionista, mostró
que las condiciones estaban dadas para adelantar las transformaciones
que se
esperaban de manera progresiva, y por ello había que agitar el
movimiento de
mujeres para continuar obteniendo mejoras. Esta convicción
parecía confirmarse
con otro acontecimiento que entusiasmó a las mujeres socialistas
y a los
jóvenes reformistas que integraban el Ateneo Popular, la
Revolución rusa de
1917
[9]
.
Mientras que
la ley Sáenz Peña, promulgada en
1912, resultaba un importante avance por el establecimiento del voto
obligatorio y secreto, aún dejaba afuera a las mujeres. En marzo
de 1918 Alicia
Moreau iniciaba en Humanidad Nueva una encuesta sobre el
sufragio
femenino en Argentina, en la cual invitaba a responder si éste
debería ser
universal o calificado y si debería ser municipal, provincial o
nacional. Respondieron
a esta invitación, entre otros intelectuales, Juana María
Begino, Carlos M.
Vico, Francisca Jacques, Raúl Villarroel, Julia García
Games, Ernesto Nelson,
Isabel Kaminsky, Elisa Bachofen, Adolfo Dickmann, Brunilda Wien, Nella
Pasini,
Alfonsina Storni, Ernestina López de Nelson, Elena Scart,
María Esther
Figueredo, Rosa Berenstein y Joaquin Coca.
La
mayoría de los encuestados se pronunciaron a
favor del voto calificado para lo cual se insistía en la
necesidad de instruir
a la mujer y promover su desarrollo intelectual. Además del
derecho al voto, se
exigía que la mujer pudiese disponer libremente de su salario y
sus bienes,
dejando de equiparar a la mujer con un menor. Uno de los principales
argumentos
era que, en tanto hombres y mujeres estaban equiparados en materia de
deberes
-ambos pagaban impuestos, patentes y multas-, no podía
sostenerse la falta de
derechos de la mujer para votar y para disponer de sus propios bienes.
Pero más
allá de las respuestas específicas, en esta encuesta se
reanudaban las
argumentaciones en torno a las diferencias entre el hombre y la mujer.
La idea de
una armonía y complementariedad
entre el hombre y la mujer reaparecía en esta encuesta vinculada
a la cuestión
moral. Algunas intervenciones propusieron
como
argumento a favor del voto femenino una igualdad moral entre hombre y
mujer que
fundaría el derecho a votar, en cambio, otros partían de
una diferenciación
moral entre ambos en donde la mujer aparecía provista de una
superioridad
moral. En estos casos, se señalaba que los hombres a menudo
votaban mal ya que
no tenían en cuenta la moral de los candidatos. Esto era
señalado por los
propios hombres del partido. En su intervención en la encuesta,
el socialista Enrique
Dickmann afirmaba que la extensión del voto a la mujer
podría garantizar una
elección acorde a ciertos cánones morales: “las
mujeres, casadas o solteras,
madres o no, negarían seguramente su voto a candidatos cuyos
antecedentes
personales denotaran una vida irregular; el engaño de una mujer;
el vicio del juego
y del alcohol” (Dickmann, E. 1918, 104). De esta manera, asignaba
a la mujer el
rol de veladora de la moral, ella era la encargada de resguardar la
moral y
equilibrar la frecuente falta de moralidad en el hombre.
Por
otro lado, la participación de la mujer en la vida
política, en gremios,
manifestaciones y huelgas, traía cambios beneficiosos para estas
prácticas.
Joaquín Coca señalaba que uno de los efectos de la
participación femenina era
la disminución de la brutalidad masculina debido a la presencia
de las mujeres
en los gremios; en las asambleas donde había mujeres “hay
más orden, más
respeto mutuo, más cortesía y menos groserías y
peleas entre compañeros” (Coca,
J. 1919, 102). De esta manera, la presencia de la mujer avivaba las
energías
del hombre para la lucha, aumentando la resistencia de los trabajadores
en la
lucha contra el capital.
Las
mujeres socialistas, por su parte, también reivindicaban la
superioridad moral
del género femenino sobre la base de una función maternal
que le permitía
desarrollar capacidades para la educación y los cuidados.
Así lo señalaba
Brunilda Wien, quien advertía que la actuación de las
maestras tenía un rol
“destinado a representar y dirigir a las demás mujeres, e
inculcar a la vez a
los educandos sentimientos humanitarios de igualdad y justicia”
(Wien, B. 1918,
109)
[10]
.
Años
antes Alicia Moreau advertía que la inferioridad intelectual de
la mujer tenía
su contrapartida en la superioridad moral de la misma respecto al
hombre:
En el
futuro cuando la lucha sea menos áspera, por una justa
repartición de los
frutos del trabajo, las cualidades morales serán apreciadas
seguramente en un
valor igual a las intelectuales porque serán tan necesarias como
éstas al
equilibrio social. La mujer no ser verá entonces empujada hacia
el
intelectualismo y sus cualidades morales, hoy con toda evidencia
superiores a
las del hombre, más egoísta y áspero,
podrán asegurarle la equivalencia social
a que aspira. (Moreau, A. 1911, 29)
Siete
años después, las cualidades de la mujer comenzaban a
valorarse conforme su
función social sobrepasaba el hogar. Como señala Lavrin
(2005), a la mujer se
le atribuía una “mayor sensibilidad” respecto de los
sentimientos ajenos y una
mayor capacidad para entregarse a los demás. Por ello, uno de
los términos
morales que se asociaron a la mujer fue el altruismo, una conducta
asociada a
la capacidad de ser madre, cuidar y educar a los niños, opuesta
al egoísmo del
hombre, quien buscaba desarrollarse por fuera del hogar. Este
sacrificio de las
libertades personales fue utilizado para reclamar un rol de la mujer
como
redentora social, quien sería capaz de fijar las normas, luchar
por la
injusticia y erradicar las costumbres inmorales asociadas a lo
masculino
(Lavrin, A. 2005, 75). De esta manera, la mujer trasladaba al
ámbito público las
capacidades que había adquirido en el hogar y, de esa manera,
lograba
reconocimiento.
La principal
contradicción en estas discusiones
sobre la moral radicó en el hecho de que, por un lado, las
mujeres criticaban
esa desigualdad y, por el otro, muchas de ellas consideraban que eran
las
propias mujeres las encargadas de mejorar la moral de los hombres. Es
decir,
querían mostrar que esa doble moral con la que se juzgaba de
modo desigual a
hombres y mujeres, no era natural sino construida, pero en ocasiones
adoptaban
el postulado esencialista según el cual la mujer, por su
capacidad de ser
madre, poseía una moral más elevada a la del hombre.
En la
encuesta quedaba claro que el acceso al
sufragio femenino y su participación en el terreno
político no tenían como fin
igualar al hombre sino complementarlo. De esta manera, el maternalismo
se
adaptaba a la participación de la mujer en el terreno
público y político y, a
su vez, se enfatizaba una visión complementaria de la
división de funciones
entre el hombre y la mujer que contribuía al equilibrio del
organismo social. Becerra
(2009) advirtió que estos planteos pueden inscribirse en lo que
Karen Offen
(1991) denominó “feminismo relacional” o de
complementariedad. Es decir, la
lucha por los derechos de la mujer se funda en la existencia de una
diferencia
entre ambos sexos en la cual la naturaleza maternal de la mujer la
habilita a
exigir derechos en tanto su función complementa a la del hombre.
En el caso
argentino, este feminismo de complementariedad se basó en la
idea spencereana
de que la sociedad era un organismo cuyas partes tendían no solo
a la lucha por
la vida sino, en mayor medida, a la cooperación entre sus partes.
La
flexibilización del determinismo
cientificista, que condujo a las mujeres a negar la inferioridad
biológica y a
reconocer un rol activo en las transformaciones sociales, no
logró quebrar la
idea de que existían diferencias complementarias, y en cierto
modo esenciales,
entre hombres y mujeres. En este sentido, las tensiones entre igualdad y
diferencia se expresaron también desde lo moral. En la
práctica, estas ideas
legitimaron una lucha conjunta entre los hombres y las mujeres del
partido,
estrechando los lazos entre feminismo y socialismo.
En abril de
1918 Moreau creaba, junto a Julia
García Games, Ángela Costa y Elisa Bachofen, la
Unión Feminista Nacional (UFN)
[11]
, una
agrupación
que reunió a sociedades feministas de diversas orientaciones
políticas. Desde la
UFN se apoyó el proyecto sobre la emancipación civil de
la mujer, que el
senador Del Valle Iberlucea había presentado en el Senado ese
mismo año, el
cual proponía la igualdad de derechos civiles para hombres y
mujeres, la
abolición de la sujeción de la mujer casada a la tutela
del marido, la opción
del régimen de división de bienes, el divorcio y la no
punibilidad del aborto. Este proyecto fue apoyado por la firma de 7000
mujeres, agrupadas en el centro Socialista femenino, la
Agrupación Femenina
socialista, el Consejo Nacional de las Mujeres y la Junta central de la
Liga
para los derechos de la mujer y del niño. En 1919, el proyecto
fue discutido en
el congreso, obteniendo un despacho favorable, aunque recién
sería sancionada
en 1926 con el nombre de “Ley de derechos civiles de la
mujer”, ley número
11.357.
La lucha de
las mujeres se agudizaba, a fines
de 1918 se fundaba además el Partido Feminista Nacional, cuya
primera candidata
fue la médica Julieta Lanteri. Desde
allí no solo se propuso el sufragio femenino sino también
la igualdad de
remuneración entre hombres y mujeres por el mismo trabajo,
además de la
protección estatal de las madres trabajadoras y sus hijos, la
necesidad de la educación mixta, la abolición de
la
prostitución y la igualdad civil ante la ley para los hijos
extra matrimoniales. Estas nuevas
organizaciones perseguían modificaciones más radicales
que las que buscaban en
los primeros años, lo cual daba cuenta del crecimiento de la
participación política
de estas mujeres. Parecía emerger la conciencia de que la
educación de las
mujeres no alcanzaba para su emancipación, había que
permitirle la ocupación de
nuevos espacios y la participación en la política. Fue
así que en 1920 se
realizaron dos ensayos de voto femenino que buscaron despertar la
atención de
las mujeres hacia el movimiento feminista. Asimismo, este creciente
interés por
la política quedó plasmado en el desplazamiento que se
produjo en el tipo de
temáticas sobre las cuales estas mujeres escribían y
publicaban, de modo tal
que ya no serían la educación y la salud de los
niños los temas prioritarios,
sino más bien la problemática social y política
(Gallo, Edit. 2004, 10).
Las mujeres
denunciaban un desfasaje entre la
evolución de las condiciones sociales de la mujer y las leyes,
en tanto éstas
no lograban modificarse en sintonía con los cambios producidos
en la sociedad.
Todavía en 1921 desde la editorial de la revista que
difundía la actividad de
la UFN, Nuestra Causa (1919-1921)
[12]
se
apelaba a
los datos de la ciencia para convocar a hombres y mujeres en la lucha
por la
adecuación de las leyes a esas nuevas condiciones. Los datos de
la ciencia
mostraban que el avance del feminismo era un producto de la
evolución y, por
tanto, no había que limitar su desarrollo:
El feminismo
representa la evolución tardía de
la mujer, y por tanto obstaculizar su marcha, es en realidad detener
por unos
cuantos lustros, una evolución necesaria. Si la base de este
movimiento, no
tuviera por cimiento biológico el perfeccionamiento del
individuo femenino, y
por fundamento social una mayor armonía en el conjunto humano,
no serviría ya y
hubiérase derrumbado por sus juicios absurdos, si tales fueran,
por sus
apreciaciones imperfectas y su excesiva credulidad, en resumen no
existiría, desde
hace mucho tiempo. (Nuestra Causa. 1921, 216)
Mientras que
las mujeres se interesaban más por
intervenir en la escena pública y el movimiento se politizaba,
desde el punto
de vista teórico se buscaba una legitimación del
feminismo en un evolucionismo que,
si bien perdía hegemonía dentro del mundo intelectual,
aparecía entre las
mujeres moderado por el peso de la acción humana que, en
ocasiones, lograba
acelerar los cambios hacia los que la evolución las
conducía. De esta manera,
el feminismo relacional -que suponía diferencias complementarias
entre hombres
y mujeres- estuvo inscripto en esta visión evolucionista de la
historia que
tendía hacia la solidaridad de las distintas partes de la
sociedad, lo cual
suponía la acentuación del principio de
cooperación por sobre el principio
darwiniano de la lucha por la vida. Es decir, se trataba de logar la
adquisición de los derechos para la mujer a fin de que el
organismo social encontrara
su armonía.
La
configuración teórica del feminismo se
produjo en un clima intelectual signado por un positivismo que hacia
mediados
de la década de 1910 moderaba su determinismo. Mientras que en
los primeros
años las mujeres socialistas sostuvieron una visión
evolucionista del feminismo
que parecía conducir inexorablemente a la obtención de
derechos para la mujer, a
partir de 1915 ese evolucionismo otorgaba un mayor lugar a la
acción humana en
el desarrollo de la historia. Este momento coincidió con un
crecimiento de la
organización del movimiento y un mayor interés de la
mujer por los asuntos
políticos. En ese marco, las mujeres intentaron armonizar la
disyuntiva entre
la dimensión ético-política y la dimensión
descriptiva de la ciencia positivista
que Dotti advirtió, postulando un positivismo antimecanicista
según el cual las
bases biológicas de la evolución podían
modificarse a través de la educación y
la acción política. Así, esta concepción
evolucionista del feminismo no impidió
que en la práctica el movimiento acrecentara su
organización y su lucha por la
adquisición de derechos.
En este
contexto, las mujeres iniciaron debates
filosóficos en torno a las tensiones entre igualdad y diferencia
que
atravesaron al feminismo. En particular, buscaron desbiologizar las
diferencias
entre hombres y mujeres -considerándolas producto de la
influencia del medio y
pasibles de transformarse mediante la educación- y, en cambio,
fundaron esas
diferencias en las nuevas condiciones sociales que mostraban una
tendencia
hacia la división sexual del trabajo. La reivindicación
del rol maternal de la
mujer adoptó una nueva forma que se expresó en la
adjudicación de una
superioridad moral en relación al hombre. Era la capacidad de
maternar aquello
que volvía altruista, solidaria y honesta a la mujer ya que
debía convertirse
en un ejemplo para sus hijos. Esta diferencia permitió legitimar
el ingreso de
las mujeres a nuevos espacios, entre ellos la política, en los
cuales la mujer
lograría equilibrar las tendencias egoístas y viciosas
del hombre.
Aquella
reivindicación del rol maternal de la
mujer en complementariedad con las capacidades y actividades del
hombre, lejos
de legitimar la subordinación de la mujer, fue el fundamento de
una concepción
del feminismo como un movimiento que tendía a la solidaridad ya
que contribuía
a la cooperación entre hombres y mujeres. Esta concepción
tuvo como base un
evolucionismo que enfatizaba el principio de solidaridad y
cooperación por
sobre el principio de la lucha por la vida. Los derechos civiles y
políticos
para la mujer traerían beneficios para la sociedad en su
conjunto ya que
contribuirían a la armonía del organismo social.
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1999. Prólogo de la Revista de Filosofía.
Cultura-ciencias-educación. José
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Universidad Nacional
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Ingenieros: Pensar la Nación. Buenos Aires: Alianza.
Terán,
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Tripaldi,
Nicolás.
2004. Las mujeres de la política, los niños de la calle y
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apostillas bibliotecológicas sobre el tema de la
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Recreos Infantiles. Información, Cultura Y Sociedad, 7,
81-101. https://doi.org/10.34096/ics.i7.968
Wien,
Brunilda.
1918. Para la encuesta sobre el sufragio femenino en la
República. Humanidad
Nueva:106-121.
Zandrino,
María Elena.
2001. María Abella de Ramírez: maestra, periodista,
feminista. La Aljaba,
2: https://repo.unlpam.edu.ar/handle/unlpam/5254
[1]
Este periódico, editado en Buenos Aires, La Plata
y Rosario, estuvo
influenciado por el comunismo anarquista difundido por Kropotkin y
Elysée
Reclus en Europa, y Emma Goldman y Alexander Berkmann en Estados Unidos.
[2]
Al respecto véase Lavrin, 2005 y Zandrino, 2001.
[3]
Las principales reivindicaciones del Centro Feminista
fueron: 1)
eliminación de todas las leyes del Código Civil que
privaban a la mujer de su
personalidad jurídica y la obligaban depender del hombre; 2)
participación en
los nombramientos en el ámbito educacional con poder para tomar
decisiones, no
como excepción sino de regla, porque la mujer era un factor
clave de la
educación; 3) presencia de la mujer en el poder Judicial (en
calidad de jueza,
dentro del sistema latinoamericano), en particular en los juzgados que
resolvían juicios que interesaban a mujeres y niños; 4)
leyes de protección a
la maternidad y deterrninaci6n de la paternidad; 5) abolición de
las casas de
prostitución reglamentadas (a la sazón controladas por
las municipalidades); 6)
el mismo pago por el mismo trabajo y 7) derechos políticas
plenos (tanto a veto
como a ser elegida). (Lavrin, 2005, 44).
[4]
Otras dos agrupaciones se formaron ese mismo año.
En 1910 Abella
fundaba la Liga Feminista Nacional, cuyo programa máximo
perseguía 4 metas: la
restitución de los derechos civiles a la mujer casada, el
otorgamiento de
derechos políticos a toda mujer adulta, el divorcio absoluto en
lugar de
“separación legal”, y la protección de los
hijos. Impulsada por Universitarias
Argentinas y presidida por Raquel Camaña y Julieta Lanteri, fue
fundada la Liga
Pro Derechos de la mujer y del Niño. Desde esta
institución se impulsó el
primer Congreso Nacional del Niño en 1913.
[5]
Este carácter casi inevitable del feminismo y su
inscripción en el
desarrollo de la modernidad había sido ya señalado por
dos intelectuales
ligados a la cultura científica: Ernesto Quesada e Ingenieros.
Éste escribía
“Bases del feminismo científico” (1898) en el Mercurio
de América, en
donde señalaba: “La igualdad jurídica del hombre y
la mujer está subordinada al
previo nivelamiento de sus condiciones económico-sociales. Ese
nivelamiento
será posible, y solamente entonces, cuando la presente forma de
producción
capitalista haya evolucionado hacia su forma inmediata superior
caracterizada
por la socialización de todas las fuerzas económicas de
producción y de cambio,
y por una división cada vez mayor del trabajo…”
([1898] 2009:88). Por su parte
Quesada, en 1898, dictaba una conferencia de cierre en una
exposición femenina,
titulada “La cuestión femenina” -que luego se
publicaría en la revista La
Quincena-. Allí celebraba los avances que la mujer
había logrado en materia
de derechos y aplaudía que ese “femeneismo”, como lo
denominaba, no entrara en
contradicción con la función de la mujer dentro del
hogar: “En este sentido el
programa del femineismo no puede ser más simpático: no
busca emancipar a la
mujer, masculinizándola e invirtiendo los papeles, sino que
quiere igual
instrucción para ambos sexos e igual posibilidad de ejercer
cualquier profesión,
arte u oficio” ([1898] 2009, 84).
[6]
Camaña luchó por la inclusión de la
educación sexual en las
escuelas y por la creación de escuelas mixtas. Sus
argumentaciones se fundaron
en una pedagogía positivista y en los resultados de la
biología y la higiene. Su
pensamiento social y político estuvo ligado al socialismo
argentino. En 1910, fue
relatora oficial sobre educación sexual ante el Congreso de
Medicina e Higiene
del Centenario Argentino, y fue delegada oficial del Comité de
Higiene ante el
Tercer Congreso Internacional de Higiene Escolar en París
(1909). En 1913
organizó junto a Julieta Lanteri el Primer Congreso del
Niño. Murió en 1915, a
los 32 años de edad. Luego de su muerte, se publicaron dos de
sus obras, a
través de la editorial "La cultura argentina": Pedagogía
Social (1916) y El
diletantismo sentimental (1918).
[7]
La encuesta planteaba las siguientes preguntas:
“La guerra actual
ha de traer profundas modificaciones en las relaciones sociales,
políticas,
económicas y morales de los pueblos y de los individuos; muchas
de ellas
previstas, muchas difíciles de sospechar- ¿Cuáles
serán las que aporten a la
situación de la mujer? - ¿Cambiarán sus posiciones
sociales y políticas después
de la guerra, cuando durante ella ha sido tan activa y tan amplia su
cooperación? - ¿perderá las situaciones que ha
conquistado en el trabajo y en
la administración pública? - ¿La reducción
numérica de los hombres dará mayor
valor a su acción? - ¿podrán estas supuestas
modificaciones interesarnos más o
menos directamente?” (Humanidad Nueva.1916, 1).
[8]
Casada con el médico Carlo Spada, María
Carpentiero impulsó en
1913, junto a Fenia Chertkoff, la Asociación de Bibliotecas y
Recreos
Infantiles que funcionó en locales partidarios. Esta iniciativa
buscó apartar a
los niños de la calle, brindando espacios de lectura y
recreación. Al respecto
véase Tripaldi, Nicolás, 2004.
[9]
Al respecto, véase Pittaluga, Roberto. 2015.
[10]
Asimismo, la encuesta Wien enfatizaba el rol activo de
la mujer en
el movimiento ya que depositaba en las propias mujeres la culpa de su
exclusión
política. En particular, arremetía contra las maestras
argentinas a quienes
criticaba por no haber reclamado derechos políticos, mientras
que las maestras
de otros países habían alcanzado grandes logros. Wien
argumentaba que las
nuevas condiciones sociales y políticas habían permitido
la incorporación de
las mujeres en el mercado laboral, y por ello ya no podían
permanecer
indiferentes. Ahora que la mujer tenía sus propios intereses,
éstos debían ser
representados, razón por la cual se volvía urgente el
sufragio femenino. De
esta manera, se acentuaba la acción de la mujer en el curso de
la evolución y
crecía el interés por la participación
política.
[11]
Al respecto, véase Gallo, Edit. 2004.
[12]
Esta publicación fue dirigida por Petrona Eyle y
luego por Adela
García Salaberry. Se destacó la colaboraración de
un conjunto de mujeres ligadas
al mundo universitario, entre ellas María Abella, Julieta
Lanteri, Alicia
Moreau, Cecilia Grierson, Elvira Rawson, Elisa Bachofen y Blanca Hume.