Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 24 / Sección Comentarios de libros
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2022 /
.
Dante Ramaglia (editor)1a ed.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Teseopress,
510 p.; 22 x 15 cm.
ISBN 978-987-86-9975-2
Gerardo Oviedo
Universidad de Buenos Aires;
Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales.
Argentina.
gerovied@yahoo.com.ar
Digámoslo de entrada, Recorridos alternativos de la modernidad es un libro
destinado a
convertirse de consulta indispensable en la materia. Tematiza y
despliega su
objeto de análisis con cuotas bien dosificadas de
erudición y compromiso. Por
si fuera poco, presenta una notable articulación entre la
diversidad de
posturas que convoca y la unidad de problemas en que confluye. Ahora
bien, si se
me permite, no quisiera hacer un recorrido lineal del texto, que por
otro parte
no supliría el esfuerzo de ulteriores lecturas.
Como lector rioplatense de esta
monumental
obra de más quinientas páginas, cuya localización
biográfica,
geo-epistemológica y existencial es la vasta y variada comarca
andina
continental (sea como pertenencia, adscripción o marco), me
atrevo a sugerir un
breve juego barroco, que en verdad es neobarroso.
El crítico literario
Carlos Gamerro, en su
libro Ficciones barrocas (Buenos
Aires, Eterna Cadencia, 2010) distingue dos formas del procedimiento
barroco,
uno superficial y estilístico y otro profundo y
epistémico. Al primero lo
designa “escritura barroca”, al segundo,
“ficción barroca”. Mientras que la
escritura barroca denota la desmesura o el exceso a un nivel
fraseológico y
sintáctico, la “ficción barroca” se
manifiesta en el nivel de las estructuras
narrativas, de los personajes y del universo referencial, plegando
entre sí los
planos de la realidad como si fuera una tela, o mezclando las
distinciones
binarias del mundo como si fueran los naipes de un mazo de barajas. Una
imagen
concomitante sería alterar el orden de los ingredientes de una
receta
culinaria, embrollando todas las cocciones. Toléreseme
aquí algo parecido,
decía, lúdicamente.
Sirviéndome a gusto de
este criterio, voy a
mezclar el orden autoral y semántico-conceptual del libro,
imprimiéndole una organización
arbitraria en relación a su estructura expositiva original.
Seguiré entonces no
el índice, sino una secuencia alfabética. Este artificio
deliberado obedece a
un procedimiento hermenéutico específico. De un lado,
seleccionar por apellido
ciertas proposiciones enunciativas, más asertivas o
constatativas algunas, más
condicionales o sugestivas otras, pero todas capaces de hacernos pensar
y
repensar, a veces con regocijo, otras con vacilación. Del otro
lado, armar un
repertorio terminológico en forma de algunas preguntas que me
concitan los
trabajos, pero conservando el anonimato de la autoría. Eso me
permite dirigir
interrogaciones sin personalizar, a la vez que dar cuenta de algunas
cuestiones
centrales que este libro depara en su insoslayable aventura de
pensamiento. El
criterio alfabético, si no me equivoco, arrojaría una luz
distinta, de
polifonía prismática, sobre las signaturas profundas que
vibran bajo la
nervadura lexicográfica del texto. Propongo, en suma, un
diccionario mínimo del
libro.
Me he obligado a focalizarme en
un corpus
muy restringido de aspectos. Desde luego, mis cortes de lectura
–que, admito,
son excesivamente austeros y expeditivos– no habrán de
coincidir necesariamente
con los nudos de intereses y horizontes de expectativas de las autoras
y
autores. En cuanto a las preguntas que formulo, quizá no
estén del todo bien
construidas, pero al menos surgen de la trama de implicaciones que los
bien
acreditados escritos que componen este trabajo colectivo suscitaron en
mi
horizonte de recepción, provocando efectos, al menos en mi caso,
más cercanos a
una ética de la interpretación solidaria que sometidos a
la esquematización
formalista de un conjunto de estándares argumentativos. Doy
comienzo entonces a
mi apretado repertorio.
Aguirre
Aguirre (Carlos). Glosando delicadamente
la prosa
política y la poesía filosófica de Aimé
Césaire, comprendemos que el martinico nos
dona palabras intraducibles como un modo de despejar espacios de
posibilidades
en nuestra semántica existencial cotidiana. El autor establece
que el vocablo
“veerición” puede verterse, en infinitivo, como
barrer o revolotear o abarcar,
pero sustancialmente, como “cimarronear”, con lo que
así indica el suelo de una
fuga epistemológica del racionalismo occidental, tanto como el
contrafuerte de
una identidad ampliada, de una vez entrelazada –como se dice de
una hiedra– a
la naturaleza [“Modernidad maldita. Invención,
imagen y reescritura (triangular) en Aimé Césaire”].
Arpini
(Adriana). Reconstruye y articula
puntillosamente
un conjunto de postulaciones rectoras de Enrique Dussel y Arturo Roig
en torno
a la examinación y denuncia del proyecto moderno-colonial.
Rescata en
particular la función metodológica de una
hermenéutica crítica. Con claridad y
solvencia probadas, Arpini concluye su recorrido señalando una
convergencia
conceptual y propositiva de ambos filósofos mendocinos en la
afirmación y
localización de la propia subjetividad, así como en la
historicidad contextual
donde se moviliza la sospecha de los universales ideológicos
[“Trans-modernidad y moral de la emergencia. Críticas
de la modernidad y propuestas alternativas desde Enrique Dussel y
Arturo Andrés
Roig”].
Cartechini
(María Pía). En un escrito
que se ha de recorrer
conmovida y temblorosamente, la autora conecta el dispositivo del mito
sacrificial de la modernidad con sus efectos en las infancias de
milicianos
guerrilleros y de la niñez en general. Inquiere la racionalidad
homicida que
sustenta la apropiación y el control absoluto sobre las
niñas y niños en la
época de las dictaduras militares del Cono Sur, pero en
particular en la
Argentina (1976-1983). Cualquier infancia fue silenciada, pero las
infancias
consideradas “guerrilleras” fueron directamente
sacrificadas. El supuesto de
una razón del progreso lineal, cuya exaltación coronaba
toda lógica del poder,
se erigió sobre el desquiciado costo del sacrificio de todo
aquello que se
presentara como anómalo y desviado respecto de la utopía
final del orden. Las
infancias y la identidad fueron quienes pagaron el más alto
precio posible
[“Infancias guerrilleras. El mito sacrificial moderno en tiempos
de dictadura”].
Contardi
(Aldana). Conocedora profunda y sensitiva
del
pensamiento de Roig, nos proporciona un informe donde la revisita a la
categoría de “a priori
antropológico”
no se demora en tópicos del archivo de lecturas, sino que avanza
en
dilucidaciones siempre necesarias para una recepción renovada y
revitalizadora
de la herencia filosófica del maestro mendocino, en particular
por lo que
concierne a su creativa incrustación y mixtura de nociones
kantianas y
hegelianas. Entre otros elementos, Contardi anota que para Roig, en su
teoría
antiimperialista de la modernidad, de lo que se trata es de activar la
función
crítica del filosofar atinente a la inteligibilidad del presente
y la
habilitación de posibilidades alternativas de existencia
[“Sujeto y modernidad.
La teoría y la crítica de Arturo Andrés
Roig”].
Fischetti
(Natalia). Con enjundia y seriedad, la
autora
apuesta por una epistemología
contrahegemónica-descolonial-desobediente que
cuestione la producción de conocimiento en general
correspondiente no solo a un
eurocentrismo (con un sesgo blanco, occidental, burgués y
heterosexual), sino
también dentro de la teorización feminista. Con una
certera metáfora, expresa
que la corriente de la emancipación de las mujeres forma un
río que se irriga
con múltiples estudios de la ciencia con perspectiva de
género [“Ciencia
no-moderna y des-humanismo feminista. Notas críticas a
propósito de «La mujer
más pequeña del mundo»”].
Follari
(Roberto). En una más que atenta
lectura de quien
fuera uno de sus profesores, Enrique Dussel, a cuya obra califica de
“fastuosidad multiforme y polivariada”, revisa a fondo el
concepto mismo de
modernidad en contextos periféricos. Con más de un
distanciamiento precautorio,
la justicia, por no decir, la vindicta que hace de la figura de Dussel,
tan
renombrada como –paradójicamente– menospreciada,
cobra forma en Follari a guisa
de ejercicio teórico alzado y guiño irónico a la
cultura académica regional,
tan propensa a patear los pies de barro de sus héroes
intelectuales. Nada de
celebración acrítica hay en este gesto. Sí la
convicción de que la idea de
“transmodernidad” trasunta “en estado
práctico” la apertura hacia una
temporalidad abierta donde la universalización dialógica
ya no guarde vestigios
de una particularidad hegemonizante y homogeneizante [“Trasluz de
la
modernidad: lo transmoderno no excluye lo posmoderno”].
Gandarilla
Salgado (José). Con su amplio y a
la vez detallado
registro del legado de Bolívar Echeverría, asistimos a un
retrato intelectual
henchido de envíos biográficos y consideraciones
analíticas. En el plano
conceptual hallamos un motivo insistente en el develamiento del
mecanismo
depredador del capital devenido perversamente, e invertidamente,
sujeto.
Gandarilla Salgado nos recuerda que a Bolívar Echeverría
lo obsesionaba el
develamiento del proceso insaciable de la acumulación de valores
de cambio,
según, dice, una especie de relación saturnal en la que
el aspecto cósico de lo
creado tiende a apoderarse por completo del ente con capacidad de
creación,
esto es, del cuerpo y el intelecto del sujeto del trabajo vivo reducido
a
fuerza asalariada. Su extenso análisis culmina en un llamamiento
a arriesgar
gestos filosóficos disidentes sobre la base de lo que
Bolívar Echeverría
concebía como una “mímesis festiva”, esto es,
un acontecer que politiza el arte
y reactualiza de lo humano las energías que han de luchar por
configurar una
mejor forma de existencia [“Bolívar Echeverría
sobre la política y la estética:
lo bello del darse forma en tanto «mímesis
festiva»”].
Gatica
(Noelia) y Aguirre
(María Eugenia). En un escrito no sólo
bibliográficamente actualizado sino
conceptualmente bien construido, las autoras logran trazar un perfil
sintético del
legado de Aníbal Quijano, revalorándolo en función
de nuevos retos explicativos
e interrogantes reflexivos. Entre otras chances de praxis
política situada, las
autoras plantean la posibilidad de una alteridad pública y una
alteridad
privada que se engarcen en modos situados de
“socialización del poder” en
términos democráticos, relacionales y horizontales
[“Hacia el concepto de
colonialidad del poder. Genealogía de la crítica de la
modernidad en Aníbal
Quijano”].
Mehl
(Larissa). Trasluciendo una ética
de la intención
redencionista que merece destacarse, la autora explora el concepto de
modernidad indígena con un estilo a la vez sobrio y militante.
Entre sus
convicciones sustantivas, puede subrayarse aquella que percibe en los
saberes,
cosmovisiones y prácticas indígenas, mestizas y
afrodescendientes, una manera
de mitigar las consecuencias oriundas de la modernidad europea, tales
como la
crisis ambiental y climática, la desigualdad social (pobreza y
hambre), la
falta de conexión con la realidad material y una lógica
de pensar individualista
[“Modernidad indígena: conceptos andinos en la
reconstrucción y ampliación del
carácter emancipador moderno”].
Moreno
(María Rita). En su erudito
recorrido por los
anudamientos cruciales de la constelación benjamiana-adorniana,
sobresale la
experiencia de lo trágico con referencia al tema de la
cosificación sincrónica
y la melancolía diacrónica, si puedo resumirlo
así. Moreno retiene para sí las
claves centrales del proyecto de la Teoría Crítica,
devolviéndonos la imagen
ominosa del acontecimiento de la catástrofe como la realidad
constitutiva de la
verdad. Con una expresión conforme a su fuerza de
iluminación dialéctica, se
refiere a embarrar lo catastrófico con su verdad y la verdad con
lo
catastrófico [“Incipit tragoedia. Dialéctica
melancólica y modernidad en la Teoría Crítica de
Walter Benjamin y Theodor W.
Adorno”].
Palacio
(Jorge Ariel). Brindándonos un
nítido perfil del
aporte de Axel Honneth en torno a la dialéctica del
reconocimiento, consigna
que todo horizonte valorativo se quiebra cuando cambian las condiciones
para la
realización de los grupos sociales, y se produce una disonancia
entre el
conocimiento institucionalizado y su efectiva materialización,
poniendo en
evidencia su inviabilidad y sesgo ideológico [“Axel
Honneth y la relectura de
la Teoría Crítica. Recorridos en torno a la
dominación y el conflicto social”].
Ramaglia
(Dante). En un exhaustivo abordaje de la
Escuela de
Frankfurt y sus derivaciones contemporáneas en diálogo
con las posiciones de la
teoría crítica latinoamericana, arriba a una imagen de
conjunto cuyo poder de
síntesis no echaríamos de menos. Abriéndose paso
en medio de una densa maraña
conceptual, Ramaglia consigue acercarnos hasta un descampado en la
espesura
terminológica y eidética, no a golpe de machete sino con
tijera de paisajista, en
cuyo claro divisamos una nueva perspectiva de la categoría de
“modernidades
múltiples”, poniendo de relieve su carácter
pluriverso y alternativista
(“Modernidad y crítica. Consideraciones a partir de un
posible diálogo entre la
Teoría Crítica y el pensamiento crítico
latinoamericano”].
Ramírez
(Fernando). Optando con originalidad por
una figura
no precisamente asidua en el campo filosófico argentino, el
maestro de Ignacio
Ellacuría, Xavier Zubiri, al tiempo que proponiendo una
aproximación sagaz a la
hermenéutica vattimiana, nos sitúa ante el problema de
las “habitudes
sociales”. Concluye su itinerario exegético afirmando que
todo concepto de lo
social no es más que una posibilidad de ordenamiento de los
vínculos sociales
que está sujeta a una dialéctica continua de
verificación [“Ideología y razón.
Una aproximación al carácter crítico de la
filosofía de Xavier Zubiri”].
Sánchez
(María Cecilia). Detecta como
problema cardinal el
olvido del relato del futuro y sus posibilidades emancipadoras.
Advierte
agudamente que existe un “nosotras” que no es igual al
producto de las
invisibilizaciones y violencias raciales y patriarcales. Antes bien, se
trata
de un “nosotras” compuesto de sujetos no esencialistas y
activamente hablantes.
Por ello toma posición por una praxis de la modernidad situada,
que se pone en
guardia ante la borradura del Otro, suscribiendo un discurso liberador
y
desparticularizante [“Las ‘razones’ de la modernidad
en América Latina”].
Santos
Herceg (José). No solo ha ido a lo
serio del
asunto, sino, dicho un poco heideggerianamente, a lo de veras grave y a
lo
gravísimo, al menos para las corporalidades insurgentes de
nuestra América y de
toda la periferia Sur. Reflexiona que violencia, culpa, escisión
(descorporización) y solipsismo aparecen como algunos de los
elementos propios
de la modernidad que pueden verse operando en los procesos
refundacionales
implementados por las dictaduras, en particular en los denominados
“Campos de
concentración”. El filósofo chileno considera
asimismo que la tesis que
sostiene que la desaparición forzada de personas no es barbarie
sino modernidad
exacerbada, debe reconducirse en términos de la
descripción y denuncia de la
tortura como un dispositivo central en la radicalización del
proyecto moderno
que pretendieron realizar las dictaduras del Cono Sur
[“Modernidad y dictadura
en América Latina. La tortura como dispositivo
refundacional”].
Scherbosky
(Federica). En posesión de un
saber preciso sobre
el concepto de antropofagia y de la teoría del mestizaje
cultural, la autora
nos advierte sin embargo sobre la necesidad de comprender que las
estrategias
de hibridación se hallan atravesadas por tensiones de
complejidad y conflicto,
donde no hay diálogo ni igualdad entre las partes sino
imposiciones y
coerciones. Como contraparte, se generan resistencias, negociaciones e
integraciones, donde los restos de los códigos simbólicos
indígenas suministran
la ocasión de activar una resistencia barroca a la voracidad
capitalista [“El ethos barroco o acerca de la
afirmación
de una subjetividad nuestroamericana”].
Comunico ahora interrogantes
que me he hecho
y que no asumen un gesto evaluador ante el libro. Tal vez puedan
funcionar como
disparadores de una discusión posterior, o a lo sumo como
incógnitas que
ameritan abordajes complementarios, nunca como requisitorias a ser
respondidas
puntualmente. En fin, no son preguntas de un jurado, sino apenas
inquietudes de
un lector.
¿El programa de la
modernidad-colonialidad
es una superación definitiva del paradigma dependencista, en el
que este último
quedaría teóricamente subsumido a la vez que
normativamente absuelto de sus
bien expuestos errores y limitaciones, o sería solo una de sus
derivas internas
en el presente, repotenciándolo como el programa de
investigación sociológica y
económico-política más relevante de la historia
intelectual latinoamericana?
La multiplicación de
entes de los que se
predica la condición de lo moderno (múltiples,
alternativas, otras, trans,
etc.), ¿liquida o redefine la pregunta por su pretensión
de universalidad? ¿Esta
se disuelve en sus apariencias y singularidades o se reconfigura y
complejiza qua modernidad realmente existente?
El análisis de
macroestructuras
supranacionales a escala continental y aún hemisférica,
objetivadas
categorialmente en términos tales como “colonialidad del
poder y el saber”,
“modernidades múltiples”, etc., ¿permite
iluminar y reconstruir vectores
espaciales singularizados de vías de modernización no
excluyente ni
marginadora? ¿Es posible detectar trayectorias de
democratización social y
secularización cultural no violentas que operen a escala
nacional, regional y
microterritorial, incluyendo sus respectivos solapamientos y
porosidades? ¿O
bien debemos entender que el análisis empírico del
impacto modernizador en
mundos de la vida concretos no traspasaría su lógica
inmanente de dominio, su
herrumbrado Gestell? ¿La única
alternativa sería la indigenización de la sensibilidad
estética y del discurso
teórico diatópicamente traducidos, según se
esgrime con prodigioso entusiasmo
en algunos pasajes de este tan potente como desafiante libro?
¿Es preciso distinguir
nuevamente entre
modernización y occidentalización o bastaría con
no perder de vista su
vinculación intrínseca? El sintagma “modernidad
occidental”, ¿supone un juicio
analítico o un juicio sintético? Las recientes jornadas
en Kabul, tan disímiles
del repliegue norteamericano en Saigón, ¿señala el
crepúsculo agonal del
imperio del Norte, invasor, belicista y torturador, o solo abre,
abismalmente,
otra de las hendiduras trágicas de la modernidad partida, cuyos
potenciales
emancipatorios todo pueblo periférico-dependiente tiene derecho
a apropiar,
resemantizar y reinventar calibanísticamente, y desde ya,
mito-poéticamente?
¿La modernidad
alterativa involucra en su
desasimiento en los márgenes, las energías
utópicas de la conciencia
revolucionaria de 1789 en Europa hasta la actualidad en América
Latina, de Cuba
a Venezuela y Bolivia –sin olvidar Chile, sin olvidar Nicaragua,
para qué
abundar-, o su metamorfosis postmetafísica y postnacional
requiere hasta el
abandono del propio término “revolución”, ya
de una vez, junto con su gastado o
unilateral léxico de formación ilustrada de la voluntad
popular y su soberanía
de ciudadanías multitudinarias? ¿Entonces el socialismo
marxista se habría ya
extinguido definitivamente como faro del humanismo radical en la
región,
incluyendo maestros que van de Ingenieros y Mariátegui hasta
Dussel, Bolívar
Echeverría o García Linera, pasando por Florestan
Fernandes o Teotonio Dos
Santos, por nombrar los menos? ¿Qué saldo
arrojaría semejante balance de
pérdidas y ganancias?
Para terminar, la tosquedad y
premura, y
desde ya malicia de estas preguntas, que no están a la altura de
los minuciosos
estudios que propone con densidad y pluralismo este libro, son meros
testimonios de admiración y respeto. He aprendido mucho.