Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 24 / Sección Artículos
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2022 /
.
Between Heaven and Earth. The Sources and their Drifts in Miguel Á. Virasoro
Florencia Zalazar
Facultad de
Filosofía y Letras.
Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
Recibido:
14/02/2022
Aceptado:
04/04/2022
Resumen. El artículo analiza la noción de
intuición metafísica en la obra
de Miguel A. Virasoro. Para ello nos remontamos a las fuentes del
autor, con el
objeto de restituir parte de sus lecturas. Se trata de determinar de
dónde
provienen los materiales teóricos con los que el pensador
argentino construye
este concepto. Asimismo, reparamos en el alcance filosófico de
la figura de
“fuente” que encontramos en su producción y que nos
ha resultado relevante para
comprender la articulación entre espiritualismo y vitalismo que
singulariza su
producción.
Palabras
clave. Miguel A. Virasoro,
Filosofía argentina, Espiritualismo,
Vitalismo, Intuición metafísica, Fuente.
Abstract. In this article the idea of metaphysical
intuition on Miguel A. Virasoro's thinking has been approached. To
achieve
this, we retrieve some of the author's sources in order to restore part
of his
readings. The main goal is to establish the origins of the theoretical
material
from which the Argentinian philosopher builts up the concept.
Furthermore, we
reflect upon the philosophical significance of the representation of
"source" that we found on his works. This pivotal representation
served us to understand the articulation between spiritualism and
vitalism
presented in his thought, uniquely.
Keywords. Miguel A. Virasoro, Argentine philosophy,
Spiritualism, Vitalism, Metaphysical intuition, Source.
En una de sus clases Luis
Noussan-Letry,
profesor de filosofía especialista en filología
clásica, comparte con sus estudiantes
su interpretación de una fábula de Esopo acerca de un
cazador que se encuentra
tras las huellas de un león. Probablemente, la clase fue
registrada por algún
oyente, el texto revisado por el profesor y, como resultado, editado y
publicado por la Revista del Departamento de Filosofía bajo el
título “Fábula
del cazador ambiguo” (Noussan-Letry, L. 1970). Según el
relato, el cazador se
cruza en su camino con un leñador, a quien interroga por las
huellas del
animal. El leñador, que no posee la mirada del rastreador,
afirma jamás
haberlas visto y le ofrece en cambio llevarlo frente al león
mismo. La
invitación es rechazada de inmediato por el cazador, quien aduce
estar
solamente interesado en los rastros. En la respuesta del cazador
está la
cuestión, es decir, la ambigüedad de su actitud. La
contestación resulta sabia
en parte, según señala L. Noussan-Letry. Es prudente en
el sentido que evita
enfrentar al león sin antes haberlo anticipado en su fuerza,
tamaño, edad,
etc., a través del desciframiento de sus marcas. Sin embargo, su
actitud
connotaría algo más que el profesor advierte con
énfasis, puesto que,
precisamente de ese plus hará derivar
la premisa moralizante de ese tipo de narraciones. El cazador no puede
estar
interesado solamente en las huellas, en algún momento tiene que
enfrentase con
el león mismo. De lo contrario, perdido en ellas jamás
enfrentará la cosa
misma. Su comportamiento resulta ambiguo porque su voluntad de
permanecer en
las huellas se convierte en un “no ingresar nunca al
asunto”. El cazador-personaje
opera como alegoría del investigador, de alguien que sigue una
pista e
investiga en base a indicios acerca de su objeto-presa.
Según observa
Noussan-Letry el cazador está
empantanado en el camino, perdido en los desvíos, en tanto
“libro de libros”,
“huellas de huellas” sin encontrar nunca las fuentes (97).
Su lectura,
encaminada a reflexionar en torno a la relación que se tiene con
las fuentes,
es que el cazador padece de una excesiva interposición de
literatura secundaria
en historia de la filosofía que obtura su acceso a las obras
estrictamente
filosóficas. En consecuencia, exhorta a sus estudiantes a no
elegir esa vía y
concluye su clase con el llamado al orden: ad
fontes!
No es de extrañar que un
profesor invite a
sus estudiantes al encuentro con los textos fundamentales que marcaron
inflexiones en el saber o en la disciplina que imparte. Pero al decir
que el
cazador está empantanado en las huellas y al referirse a su
proceder en
términos de flojera, padecimiento o turbación
quizás revele cierto pathos
[1]
.
Qué son las fuentes sino vestigios, esta es una de las
afirmaciones que Hans
Blumenberg (2016) plantea en su metaforología de las fuentes
contra su fijación
terminológica y el olvido de su valor metafórico en el
vocabulario técnico del
historiador y del filólogo. Que la noción de fuente es
una metáfora y que las
fuentes no constituyen la realidad misma son cuestiones que han sido
discutidas, sin embargo, no siempre se repara en sus alcances. Uno los
propósitos de su metaforología, en líneas
generales, es activar el potencial de
implicaciones y connotaciones que comporta la noción de
“fuente” a fin de
promover un uso crítico de los materiales con los que se trabaja
en el campo de
la investigación en humanidades.
El investigador, sostiene
Blumenberg, solo
puede extraer de las fuentes una luz parcial, es decir, un saber de
conjetura e
interpretación sobre aquello que busca conocer y comprender. No
se regresa
propiamente a las fuentes, sino que se las vuelve a sacar a la luz, se
las
reinventa desde el presente, se las rescata contra el olvido o el
silenciamiento. Además, “las fuentes siempre están
perdidas”, por así decirlo.
Puede ocurrir que el investigador, bajo la convicción de estar
parado
firmemente en el terreno del que emanan las aguas, se encuentre en
realidad a
gran distancia “perdido con arroyos y riachos afluentes, que a su
vez vuelven a
diversificarse, de modo que termina apartándose totalmente del
camino y
deteniéndose en los desvíos” (Blumenberg, H. 2016,
29). En esta dirección, expresa
que si alguien pretendiera rastrear y poner al descubierto el origen
último de
los acontecimientos deberá estar advertido de antemano que no se
encontrará más
que con vapores atmosféricos
[2]
. Estas
son
algunas de las premisas que orientan la consciencia crítica en
su tarea de
instituir las formas de acceso al pasado a través de los
materiales
disponibles, cuya clasificación y jerarquización no puede
determinarse a
priori, por cuanto resultan relativas a los lineamientos de la
investigación
respectiva.
En la producción escrita
de Miguel Á.
Virasoro de mediados del siglo XX la idea de una fuente con
características
particulares resulta central. La fuente representa el espacio en que se
da la
contradicción entre un origen puro y la generación de un
corriente, que en su
alejamiento del origen implica rebajamiento, menoscabo o
contaminación. La
noción remite a un origen puro, anterior al cuerpo, al mundo y
al tiempo. Se
trata de una fuente que podemos describir como inagotable, de aguas
transparentes, que brota en lo alto y al desbordar produce la
corriente. De
manera que lo que fluye desde la fuente, al liberarse de ella, sigue el
movimiento descendente de una caída o salto.
Arturo Roig (1975) en su
estudio de la obra
de Miguel Á. Virasoro ha mostrado que la imagen aludida describe
un proceso
metafísico del neo-platonismo. Grafica el momento de emergencia
de un proceso
móvil de “generación” a partir de un
principio de saturación y reposo. En esta
línea, señala que el pensamiento de Virasoro se alimenta,
en parte, de las
inagotables fuentes clásicas de neo-platonismo a las que regresa
en la búsqueda
de nuevas energías para desarrollar sus propias intuiciones.
Roig da cuenta de
una tensión entre la imagen plotiniana de la emanación y
la imagen de una
ruptura que abre un hiatus en el
proceso emanativo mismo dando inicio a otro proceso. En esta
línea, advierte
que en Virasoro opera una especie de regreso a Plotino que no se
produce sin la
mediación de la filosofía contemporánea con la que
autor dialoga. En su investigación
erudita señala que resulta clave la presencia, no siempre
explícita, de la
filosofía vitalista de Henri Bergson.
Bergson se interesó
profundamente en la
lectura de las Enéadas, que
interpretó desde su propia herencia espiritualista. Sus ideas
ocuparon un lugar
relevante en la cultura filosófica argentina de principios del
siglo pasado con
el resurgimiento de cierto espiritualismo en discusión con el
positivismo
instalado en las instituciones. En Virasoro, las figuras de Bergson y
Plotino
aparecen poco citadas en comparación con otros autores. No
obstante, se
advierte que sus obras son parte de las lecturas en las que Virasoro
abrevó
para dar curso a sus propias ideas.
Nos interesa analizar la
noción de fuente
mencionada y desplegar algunas de las connotaciones y las
significaciones que
comporta en su remisión a la idea de origen. Asimismo, buscamos
dar cuenta de
las procedencias de su concepción teniendo en cuenta las
advertencias de
Noussan-Letry y Blumenberg. Específicamente, el análisis
de la noción de
intuición como fuente de conocimiento de una realidad
metafísica interiorizada
nos permite mostrar la articulación entre espiritualismo y
vitalismo presente
en la obra de Virasoro que, en su conjunción, dan lugar a un
espiritualismo no
intelectualista que se puede rastrear en distintos momentos de su
producción.
Según la
explicación metafórica acerca del
surgir de la vida que encontramos en los textos de Virasoro, el pasaje
de un
estado de inmovilidad al movimiento implica un momento de ruptura. A
partir del
mismo, las múltiples libertades potenciales se desprenden de la
libertad
originaria que hasta ese momento las contenía en sí
misma. Por este acto
absolutamente creador se inicia un proceso espiritual de
progresión de lo uno a
lo múltiple, de lo infinito a lo finito, de lo que es a-temporal
a lo que se
realiza en el tiempo.
En el seno del Ser absoluto o de
la libertad
absoluta, intemporal, se ha producido en un momento determinado que
coincide
con el origen del tiempo, una escisión o rompimiento que ha
tenido virtud de
desintegrar aquella unidad infinita […] Se quebranta y hace
trizas la procesión
unitaria […] La libertad potencial o finita rompe el
vínculo que la mantenía
ligada a su fuente original y el plan divino de la emanación es
suplantado por
el plan humano de la dispersión e individuación.
(Virasoro, M. Á. 1949a, 1096)
Entre la fuente y lo que deriva
de ella se
abre la distancia que hay entre el cielo y la tierra. Todo lo que surge
se
escapa y se aleja de la superioridad del origen. Lo que sale de la
fuente sigue
entonces el curso de una caída, por cuanto implica la
pérdida de pureza de
aquel estado originario. Las libertades se lanzan, se precipitan, caen,
pero
este caer es un “libre caer”, sostiene el autor, en una
especie de ambigüedad
retórica (Virasoro, M. Á. 1949c, 25). Resulta que por su
naturaleza estas
libertades pueden revertir el curso a través de la
proyección de su origen como
destino. En efecto, en los marcos del creacionismo e infinitismo
cristiano
dentro de los que se mueve su pensamiento el proceso iniciado a partir
de la
ruptura no puede ser solo enturbiamiento y declinación. De modo
que, abandonado
el punto de partida no es posible un regreso a la plenitud del origen,
sino que
solo cabe proyectar ese pasado como consuelo hacia el futuro.
María Isabel Santa Cruz
ha reparado en la
presencia de metáforas en la filosofía de Plotino. En su
mayoría se trata de
imágenes que podrían considerarse dinámicas, por
cuanto dan cuenta de
operaciones, acciones, movimientos y esfuerzos. El proceso de
emanación es
representado con las metáforas del nacimiento de un río a
partir de una fuente,
la propagación de la luz, de un aroma o del calor a partir del
fuego, el
despliegue de un círculo desde su centro hacia la periferia. En
todas está la
idea un primer principio, un punto de partida que inicia un despliegue,
un
primer productor que paradójicamente produce sin producir (Santa
Cruz, M. I.
2008, 25).
De las nociones con las que
Virasoro
expresa la emanación se destacan las de fuente originante,
cascada,
sobreabundancia, fulguración, magma, proceso irradiante o
desbordante. En
contraposición, las referidas al momento de la ruptura se
aproximan al acervo
visual de la simbología cristiana al representar lo que sale de
la fuente como
consecuencia de un quiebre en el proceso divino producto de la
desobediencia o
rebelión de las libertades potenciales. De estas podemos
señalar las nociones
de caída, inautenticidad y esclavitud que mientan un proceso de
nihilización y
dispersión de la libertad originaria. A su vez, estas
últimas son
contrarrestadas con las de libre caída, rebeldía,
liberación que dan cuenta de
un proceso de creación ascensional de formas, acrecentamiento e
impulsión de
las libertades finitas de sentido inverso a aquel movimiento
descendente.
El estudio realizado por Arturo
Roig nos
permite atender al entrelazamiento de figuras que se juegan en la
composición
de esta escena. En Virasoro la imagen plotiniana de una fuente
irradiante o
desbordante que genera una corriente sin menoscabo de sí se
encuentra
atravesada por la idea de una ruptura que, sin embargo, no rompe la
identidad
sustancial entre ambos momentos. De modo que, si bien Virasoro reconoce
una
escisión, esta se produce dentro del proceso continuo de
emanación. Según
señala Roig la superposición de la idea de ruptura junto
con la de continuidad,
que en apariencia se contradicen, le permite a Virasoro asegurar un
origen puro
que permanece invariante en sí mismo a pesar de la corriente. Al
mismo tiempo,
esta operación le permite a Virasoro justificar la alteridad de
lo derivado
respecto del principio creador al reconocer un hiatus
en la continuidad de la corriente espiritual (Roig, A. 1975,
231).
Asimismo, Roig observa que esta
imagen de
una fuente desbordante de procedencia neo-platónica que se
encuentra
especialmente en los primeros escritos del pensador argentino es
invertida en
los últimos a través de la preeminencia otorgada
precisamente al momento de la
ruptura concebido como un momento de creación (Roig, A. 1975,
231). Se puede
decir con Roig que, en los últimos escritos del pensador
argentino, la
corriente no representa lo que fluye por sobreabundancia de la fuente,
al modo
de lo que esta deja fuera de sí o abandona a su propia suerte,
sino que lo que
sale de la fuente se ha liberado o desatado a sí mismo. Incluso
se podría decir
que el destino de la fuente pasa a depender del curso de sus aguas. Las
libertades potenciales, afirma Virasoro, se lanzan a la creación
libre de sí
mismas y de su mundo inaugurando un proceso temporal progresivo
[3]
.
La imaginación
representa lo invisible por
lo sensible, lo infinito por lo finito y en este sentido todas sus
obras
constituyen un símbolo. Para Plotino la imaginación es la
facultad de
representar en imágenes los seres del mundo inteligible. De
manera que a través
de ella es posible hacer descender las verdades metafísicas a
las formas de la
naturaleza sensible. A su vez, las imágenes no son más
que un velo para la
consciencia cognoscitiva que de no advertirlo puede quedar enredada o
atrapada
en ellas. Esta es la forma en que Plotino concibió la
disposición imaginativa
de la inteligencia, según el artículo de Étiene
Vacherot para el Diccionario de las ciencias
filosóficas
de Adolph Franck
[4]
. El
objeto
de la imaginación resulta por tanto complejo, no es ni lo
sensible, ni lo
inteligible, es una relación que los une, por cuanto la
imaginación es una
facultad mixta donde se funden en conjunto la sensibilidad y la
razón (Roig, A.
2009, 797).
En Francia la primera
edición del
diccionario se produce casi paralela a la edición de las Enéadas en la traducción de Marie-Nicolas
Bouillet publicada entre
1857 y 1861. Probablemente esta traducción sea la que
utilizó Bergson en sus
conferencias matutinas en las que explicaba y desarrollaba algunos de
sus
principales pasajes para unos pocos estudiantes, rescatando estos
textos del
olvido en el que habían caído con el avance del
positivismo (Santa Cruz, M. I.
2008, 15). Según señala Santa Cruz, Bergson encuentra en
Plotino la posibilidad
de un acceso al dominio metafísico a través de la
experiencia psicológica. La
intuición, como un tipo de visión que apenas se distingue
del objeto visto,
constituye una vía para ingresar al flujo de la vida interior
(2008, 23). En
esta línea la autora se refiere a Émile Bréhier,
que en su estudio “Imágenes
plotinianas, imágenes bergsonianas”, advierte en la
lectura de las Enéadas realizada por Bergson,
en
especial en la psicológica, la herencia de aquel espiritualismo
del que Bergson
se aleja tanto como se aproxima
[5]
.
En la cultura filosófica
argentina el
bergsonismo convivió con el espiritualismo adquiriendo gran
relevancia en los
debates generados en torno al positivismo y el cientificismo instalado
en las
universidades durante las primeras décadas del siglo XX.
Según ha señalado
Marisa Muñoz (2012) el proyecto filosófico de Bergson se
orientó a la
recuperación de cierta especificidad de lo filosófico que
parecía perderse en
el discurso científico de la época. Contra la
reducción de la consciencia a
epifenómeno de procesos psicofísicos, Bergson le
confirió a la misma un
carácter activo al comprenderla como un flujo en constante
transformación y
dinamismo cargado de afectividad y memoria. Asimismo, frente a la
visión
finalista y mecanicista, Bergson acuñó el concepto de un élam vital o impulso creador que engendra nuevas
formas de vida.
Sus tesis fueron leídas por intelectuales con trayectorias
diversas desde
posicionamientos afines algunos, mientras que otros fluctuaron entre el
acercamiento y el rechazo
[6]
.
Son los años de estudio
y formación en
filosofía de Virasoro aquellos en los que espiritualismo y
vitalismo adquieren
relevancia. Probablemente la lectura de Bergson por parte del pensador
argentino tuvo lugar durante esta época en la que el vitalismo
había llegado a
convertirse en una atmósfera común entre pensadores
diferentes
[7]
. Se
podría
decir entonces que Bergson forma parte de las lecturas de juventud de
Virasoro.
No obstante, encontramos resonancias espiritualistas y vitalistas a lo
largo de
toda su producción. Las mismas, como hemos anticipado, pueden
ser reconstruidas
especialmente en torno al concepto de intuición
metafísica que aparece desde
sus primeros textos y, además, es el título del
último libro que el autor dio a
conocer en 1965. De manera que se puede decir que se trata de lecturas
tempranas que resultaron decisivas en las décadas posteriores.
En función de las
lecturas de Plotino y de
Bergson o de Plotino a través de Bergson y, quizás
también, de Bergson a través
de Plotino, Arturo Roig señala que es posible articular el
pensamiento de
Alberto Rougès con el de Miguel Á. Virasoro, quienes a
pesar de pertenecer a
generaciones distintas se mueven en climas intelectuales plenos de
resonancias
comunes (Roig, A. 1975, 216). Según el esquema generacional del
pensamiento
argentino elaborado por Diego Pró (1973), Alberto Rougès
pertenece a la
denominada “generación del centenario”. Dentro de
esta categoría
historiográfica Pró ubica también a Alejandro
Korn, Coriolano Alberini, Rodolfo
Rivarola, Alfredo Franceschi, entre otros. Sostiene que a través
de estos
autores el bergsonismo adquiere un lugar preponderante en las
cátedras,
especialmente en psicología y en los cursos de filosofía.
El pensamiento de
esta generación se caracterizaría por su crítica
del positivismo desde
posicionamientos espiritualistas, neo-idealistas y vitalistas.
Miguel Á. Virasoro es
ubicado dentro de la
generación de 1925 junto con Francisco Romero, Carlos Astrada,
Luis Juan
Guerrero, Nimio de Anquín, Vicente Fatone, Ángel Vasallo,
entre otros. Estos
pensadores, sostiene Pró, avanzan en la recepción de la
fenomenología, las
filosofías de la existencia alemanas y el existencialismo
francés. Según
apunta, los pensadores de esta generación, a diferencia de lo
que ocurría en el
siglo XIX, no reciben las fuentes europeas refractadas a través
del pensamiento
francés, sino de modo directo y espontáneo en sus lenguas
originales (Pró, D.
1973, 180). A pesar de las diferencias que señala se puede decir
que Pró
también reconoce la posibilidad de advertir líneas de
continuidad entre
generaciones al decir que el carácter fuertemente idealista y
bergsoniano de la
generación de 1910 se integra con los autores de la
generación de 1925, a
quienes define como “cultores de la fenomenología y el
pensamiento alemán” (ibíd.).
Sobre la posibilidad de un
acceso directo y
espontáneo a fuentes extranjeras basada en el manejo de una
lengua, se puede
decir que, si bien resulta innegable la productividad de una lengua
como
instrumento para el consumo y la producción de bienes
culturales, no obstante,
la posibilidad de un acceso con tales características
comportaría el
adecentamiento de las mediaciones operantes en toda praxis lectora. Nos
interesa hacer hincapié en el cambio de orientación de la
cultura filosófica
argentina en su relación con otros centros de producción
del saber. En la obra
de Virasoro es cierto que Husserl y Heidegger son nombres que aparecen
citados
con gran frecuencia pero, en la mayoría de los casos, el
pensador argentino los
cita para tomar distancia de sus ideas. De hecho, en el tratamiento
filosófico
del concepto de existencia desarrollado por Virasoro se advierte que la
inflexión señalada por Pró no se replica, es
decir, la mediación del
pensamiento francés operó en sus lecturas de la
fenomenología y de las
filosofías de la existencia desarrolladas en Alemania desde las
primeras
décadas del siglo XX
[8]
.
Según la
representación de la fuente
analizada de la obra de M. Á. Virasoro, las “libertades
potenciales” suprimen
en sí el deseo de permanecer en la “libertad
absoluta” que las contenía, se
liberan a sí mismas y se lanzan a la creación de su
propio mundo y destino. De
esta manera, la realidad no es el resultado de una producción
descendente que
desemboca en la inercia de la materia, sino que es creación y
afirmación de las
libertades potenciales. Estas han caído en el mundo, pero esta
caída no puede
ser vista de otro modo, según el autor, que como un libre
lanzarse de las
libertades en el mundo:
En el seno de la
procesión divina se ha
producido, en un momento dado, que coincidiría con el origen del
tiempo un
rompimiento por el cual las libertades finitas se han rebelado frente a
este
devenir inmanente que las engendraba para negarlas y absorberlas
nuevamente en
sí como a momentos dialécticos constitutivos de su propio
devenir, afirmándose
en esta rebelión como libertades múltiples existentes en
sí y por sí frente a
la libertad universal y absoluta: como voluntad de ser plenamente
sí mismas, es
decir, su propia finitud y fragmentariedad hasta sus últimas
consecuencias.
(Virasoro, M. Á. 1952a, 20)
La libertad potencial alude a
la idea de un
principio espiritual que crea la realidad y la supera. Se trata de una
sustancia activa, principio o fundamento del mundo como totalidad. El
mundo es
libertad objetivada, de allí que “el filósofo
deberá intuir en los objetos la
llama petrificada del libre impulso creador de la existencia”
(Virasoro, M. Á.
1942, 155). Toda forma existencial es un momento transitivo de la
procesión
ascensional de la libertad potencial. Según sostiene Virasoro,
la libertad es
una especie de energía divina, circular y permanente que opera
como trasfondo
de toda forma de realidad (146). Es el elemento espiritual o
espiritualizante
que mueve la evolución dinámica del cosmos.
Podemos decir que esta idea de
libertad
comporta la división entre lo visible, el aspecto exterior de
las cosas, y un
fondo o un fundamento de esta realidad exterior, entendido como
principio
espiritual de liberalidad. Asimismo, esta tarea de “intuir en los
objetos la
“llama petrificada de la libertad”, que Virasoro adscribe
al filósofo, contiene
la idea de la libertad entendida como espíritu en
búsqueda de las formas, de
manera que constituye el movimiento que traza esas formas y estas son
movimientos registrados. Según su pensamiento, el movimiento
creador de la
libertad resulta circular o –podríamos decir en vistas a
aclarar su sentido–,
agraciado, en la medida que esta idea de libertad se emparenta con la
noción de
gracia.
Según Virasoro, la
intuición como fuente de
conocimiento de la realidad supra-sensible nos abre al conocimiento de
este
núcleo enigmático y curioso. Así, una vez que ha
sido postulado por el pensador
argentino, sus textos no parecen más que volver sobre este
punto. Se puede
decir que solo la consciencia en su reflexividad puede oír el
murmurar de esta
fuente que se deja escuchar durante la noche:
Frente al estilo diurno del
conocimiento
inmediato, que nos da con lúcida transparencia en la
percepción del fenómeno,
el conocimiento racional, el conocimiento de la realidad en sí,
puede
caracterizarse como un modo de conocimiento nictálope, de
conocimiento de lo
inmostrable y profundo. La razón investiga las fuentes
tenebrosas del ser, su
nocturnidad original. (Virasoro, M. Á. 1942, 40)
Por tanto, la noción de
intuición propuesta
por Miguel A. Virasoro, no constituye una visión clara y
distinta, sino una
mirada interior capaz de descender hacia una zona abisal de la
subjetividad que
no se asimila a la claridad conceptual
[9]
. El
conocimiento de este núcleo por parte del yo supone la capacidad
de prolongar
la visión del ojo, un potente esfuerzo de visión mental
tras la tentativa de
perforar la envoltura material de las cosas y acceder a un sustrato
último, esa
unidad de la sustancia que liga los seres unos con otros.
La intuición
metafísica es por lo tanto el
punto de partida para el esclarecimiento o des-ocultación de la
libertad
potencial, “raíz última de todas las formas
posibles de existencia” (Virasoro,
M. Á. 1952a, 9). Según señala H. Blumenberg,
fuente y raíz son figuras que
aluden a la idea de originariedad. En su conjunción configuran
la idea de una
fuente por definición oculta (2016, 32). En Virasoro no
podría darse sino de
esa forma, por cuanto, la intuición metafísica como forma
de conocimiento
válida supone la previa postulación de aquel
núcleo último u originario que el
pensador argentino no somete a críticas. Es decir, el objeto de
la intuición,
la libertad como fuente o raíz originante, ya está
anticipado, precede la
auto-experiencia del yo. Descubrir este núcleo es tarea de la
filosofía, pero
el mismo ya está pre-supuesto al análisis.
Para Virasoro la
intuición no proporciona
un conocimiento sensible, un dato de los sentidos. Es cierto que en
más de un
pasaje el pensador argentino se refiere a la experiencia subjetiva de
la
libertad en términos de una experiencia sensible, afectiva o
pre-reflexiva, una
sensación, estado de la sensibilidad o temple de ánimo,
pero en todas las
oportunidades de inmediato agrega que no se refiere a la mera
sensibilidad,
“que se ejercita en función del cuerpo y encuentra los
sentidos en sus órganos
específicos” sino a la sensibilidad esencial, incorporal,
intuición amorosa,
sensibilidad interior sin mezcla de los sentidos (1952a, 14). Podemos
decir que
de todas formas su espiritualismo se apoya en lo afectivo.
El sentido interno de la
libertad y la
indagación de la subjetividad a través de la
observación introspectiva que se
da en el juego de conceptuación teórica y experiencia
personal son dos aspectos
fundamentales que caracterizan el pensamiento de Virasoro. En
más de un pasaje
el pensador argentino invita a lectores a descender al yo interior, a
explorar
los fondos abisales de la subjetividad en el apartamiento del mundo
exterior. A
través de la reflexión el yo se hace presente para
sí mismo tornándose
espectador de los estados que le acontecen. Desde aquí
entendemos se puede
advertir el trasfondo espiritualista que atraviesa su producción
de mediados
del siglo XX.
Virasoro reconoce en las ideas
de Henri
Bergson su fuente de inspiración para desarrollar su concepto de
intuición
metafísica, al tiempo que establece una distancia:
La intuición bergsoniana
se caracteriza así
por ser una experiencia o percepción inmediata de lo individual
o
imparticipable de los objetos, no de su contenido o substancia
común. En
divergencia formal con la misma debemos observar que de hecho la
duración que
nos es dada en la intuición bergsoniana, como dato último
e irreductible de los
fenómenos, es en verdad una substancia universal y común
a todos los objetos,
sin menoscabo de la heterogeneidad en que se muestra en la
multiplicidad de los
fenómenos. (Virasoro, M. Á. 1944, 27-28)
Según se advierte en la
cita no se trata de
la intuición de la que había hablado Bergson en su
Conferencia de 1911, sobre
la cual se organiza el pensamiento del filósofo, sino de una
intuición común a
todos los existentes. La intuición metafísica en Virasoro
constituye el acceso
a una profundidad impersonal de vida espiritual de cierto sentido
panteísta que
desborda desde el interior del individuo
[10]
. La
posibilidad de esta intuición por parte de todo existente no es
algo que el
autor cuestione. Quizás porque precisamente, la particularidad
que tiene toda
apelación a la intuición en el orden de la
argumentación es que no se la puede
proporcionar a través de una indicación procedimental
para generarla en otro y
por eso solo es posible postularla como dada para la consciencia. Se
puede
decir que la intuición es entendida por el autor como un
contacto vivo entre el
yo y una supuesta realidad metafísica, el contacto con una
verdad sentida antes
que concebida. Asimismo, la experiencia de la libertad es presentada
como una
experiencia mínima del yo, un sentimiento cenestésico,
apenas una sensación o
presentimiento casi imperceptible acerca de un núcleo o fuerza
espiritual
interior. Sin embargo, vemos que el pensador argentino deriva todo su
sistema
de pensamiento de la posibilidad de esta intuición.
Volviendo a la presencia de
Bergson en la
cultura filosófica de mediados del siglo XX, nos interesa aludir
a algunas
tesis de lectura propuestas por Patrice Vermeren (2008), que interroga
acerca
de la decadencia o muerte del bergsonismo retomando las intervenciones
presentados por Jean Hyppolite en el I Congreso Nacional de
Filosofía
[11]
. A
través
de ellas el pensador francés revisa el pasaje que conduce desde
el vitalismo
hacia el existencialismo en la cultura filosófica francesa. Su
análisis intenta
comprender cuáles son los nuevos problemas que ocupan la
consciencia filosófica
durante la segunda posguerra que ya no encuentran respuestas en la
filosofía de
Bergson imperante hasta 1914. Según señala una de las
cuestiones que puede dar
cuenta de esta inflexión es el tema de la angustia. Para el
existencialismo la
angustia signa la consciencia desgarrada ante la experiencia de su
impotencia
frente al destino del progreso. En contraparte, este sentimiento no
tendría
lugar en Bergson. Por el contrario, para él la filosofía
debería ser el
esfuerzo por superar precisamente la condición humana. En esta
línea en Las dos fuentes de la moral y la
religión
propone la articulación entre mecánica y mística.
Sostiene que por la mecánica
los seres humanos pueden superar los límites biológicos y
dominar la naturaleza
(interna y externa). Asimismo, a través de la mística
pueden orientar
adecuadamente el progreso de la industria a fin de evitar que se
convierta en
fuente de avasallamiento de la vida humana. La mística en su
irreductibilidad
al cálculo aparece como una vía para contrarrestar la
lógica
híper-productivista. En esta línea se puede entender el
bergsonismo como un “súper-humanismo”
en función del optimismo que caracterizó su
filosofía (Vermeren, P. 2008, 161).
Al respecto podemos decir que
en la obra de
Virasoro de mediados del siglo XX todavía el bergsonismo cuenta
con gran
vitalidad y presencia. Este rasgo se puede apreciar en una Conferencia
sobre el
existencialismo que el autor dicta en la Universidad del Litoral en
1952. No es
que Virasoro se declare allí abiertamente a favor de la
filosofía de Bergson,
ni siquiera lo cita. Sin embargo, contrapone dos modos de entender la
libertad
que permiten advertir el optimismo que singularizó su
concepción sobre la
existencia. El pensador argentino define su idea de la libertad en
términos de
un “optimismo prometeico” que contrapone a lo que entiende
por “concepción
existencialista de la libertad”. A su entender, esta
última reduce la libertad
a mera libertad de consciencia (Virasoro, M. Á. 1952b, 16).
También afirma que
la libertad no es fundamento de la angustia en cuanto posibilidad de
pecado, ni
mera libertad de elección, puesto que no basta para ser libre
solo con tener la
idea de libertad. Por el contrario, a su entender la verdadera libertad
es
posibilidad efectiva de realizar los proyectos, con la que el sujeto
puede
concentrar en sí la suficiente fuerza expansiva para transformar
las
resistencias del mundo:
La libertad es siempre ansiedad
de sí misma
(es decir, no angustia como en Heidegger, ni nausea como en Sartre, ni
vértigo
ante sus posibilidades demoniaca como en Kierkegaard), sino apetencia
de su
propio ser, movimiento de autorrealización tendido hacia su
absoluta plenitud
[…]. La libertad originariamente vacía se concretiza como
voluntad de poder,
porque el poder es el ser o el existir en acto de la libertad, lo que
transforma la libertad puramente posible en libertad efectiva y
actuante.
(Virasoro, M. Á. 1952b, 15-16)
Como se puede advertir en la
cita la
contraposición entre ambas formas de concebir la libertad se
articula en la
tensión establecida entre los dos estados de ánimos
contrapuestos: el de la
ansiedad y el de la angustia. Para Virasoro, solo una
reintegración –en el
sentido de síntesis o equilibrio inestable– de la libertad
nihilista del
existencialismo con el optimismo mesiánico y prometeico que
propugna puede
acercar el existencialismo a la sensibilidad de nuestros pueblos
jóvenes y,
así, constituirse en una auténtico humanismo y
espiritualismo de la libertad
(1952b, 16). En esta expresión se advierte otro de los rasgos
que atraviesa su
producción que podemos definir como cierto americanismo o
juvenilismo que
frente a la decadencia de la guerra vislumbró a América
como fuente de vida y
de progreso.
En su lectura de los trabajos
presentados
por Jean Hyppolite al I Congreso de Filosofía de 1949, Patrice
Vermeren señala
que cuando el existencialismo constituía una atmósfera
[12]
, el
bergsonismo resultó objeto de severas críticas por
tratarse de una filosofía
que en su acceso a lo universal elude la subjetividad. Según
Hyppolite, Bergson
pasa del hombre biológico al súper-hombre sin reparar en
la existencia que se
encuentra en medio, por esta razón el existencialismo comienza
donde el
bergsonismo dejó problemas en suspenso (Vermeren, P. 2008, 162).
En esta línea,
Hyppolite insistió en la necesidad de re-leer a Hegel para
contrarrestar la
tendencia predominante en la filosofía francesa, desde Descartes
a Bergson, de
un rechazo de la historia por un pensamiento que se mueve en los marcos
de un
universalismo abstracto (160). De las contribuciones de Hyppolite para
revertir
este curso Vermeren destaca su traducción al francés de
la Fenomenología del espíritu realizada
entre 1939 y 1941 y su trabajo
Génesis y estructura de la fenomenología
del espíritu de 1946. También,
menciona las lecciones sobre Introducción
a la lectura de Hegel de Alexandre Kojève como parte de
cierto
neo-hegelianismo que surge con posterioridad a la segunda posguerra. En
la
cultura filosófica argentina los trabajos de ambos autores
circularon a través
de la Revista Cuadernos de Filosofía
dirigida por Carlos Astrada, que en su segundo número publicado
en 1948 dedicó
una sección especial sobre este tema. En su contribución
a este número Virasoro
publica “Sobre una nueva interpretación de la
fenomenología”, donde se ocupó de
reseñar críticamente el trabajo de Hyppolite mencionado
por Vermeren
[13]
.
Asimismo, en una de las intervenciones realizadas por Virasoro en el
Congreso
Nacional de Filosofía, el autor hizo referencia al surgimiento
de un
neo-hegelianismo que se concentra en las re-lecturas de la Fenomenología
del espíritu como marca de la filosofía de la
época
(Virasoro, M. Á. 1949b, 609). Por último, resulta
relevante mencionar de
Virasoro su libro La lógica de Hegel
publicado en 1932 en el que propone una articulación entre las
figuras de Hegel
y Bergson que busca compatibilizar intuición y
dialéctica. De manera que desde
aquí encontramos otro modo de acercamiento o punto de contacto
entre la
producción de Virasoro y la cultura filosófica francesa.
En su trabajo Vermeren
señala que las
lecturas existencialistas de la Fenomenología
del espíritu resultaron objeto de impugnación en la
cultura filosófica
francesa de mediados del siglo XX desde posiciones afines al marxismo
estructuralista. En este sentido, tanto bergsonismo como
existencialismo,
interpretados en clave política y social resultaron objeto de
severas críticas.
Por último, el autor se refiere en su artículo a otras
lecturas contemporáneas
de Bergson, entre ellas la realizada por Gilles Deleuze, que regresa a
Bergson
para desprender de su “filosofía conservadora”
algunos conceptos valiosos como
su concepción de la vida, de la libertad y del tiempo (Vermeren,
P. 2008, 175).
No es nuestro propósito dar cuenta de estas discusiones en torno
a la obra de
Bergson en la complejidad que desarrolla el artículo de
Vermeren, sino advertir
los desvíos operados en las diversas recepciones y versiones de
la obra del
filósofo francés. En particular, la referencia a una
lectura que des-hace la
obra que Vermeren identifica en la interpretación deleuziana de
esta puede resultar
una clave productiva para no leer en bloque en la cultura
filosófica argentina
las re-elaboraciones de las filosofías vitalistas que fueron
afines a proyectos
emancipatorios y afirmativos de la vida y no siempre meras
reproducciones de la
ideología irracionalista.
En la obra de Miguel A.
Virasoro la noción
de intuición metafísica de la que hemos dado cuenta
permite advertir la
singularidad del espiritualismo no intelectualista que atraviesa
diversos
momentos de su producción. Espiritualismo y vitalismo son
corrientes de ideas
preponderantes durante el periodo de formación de nuestro autor,
que tuvieron
además prolongaciones en sus años posteriores. Se puede
decir que Bergson forma
parte de su memoria lectora, especie de cantera a la que el autor
recurre para
desarrollar sus propias intuiciones. De la lectura de Bergson realizada
por
Virasoro hemos intentado mostrar que, donde el pensador argentino
parece
solamente reproducir cosas ya dichas, está pensando a su manera.
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[1]
Cabe agregar que Noussan-Letry reconoce que la
bibliografía es en gran parte rastro o indicio,
pero al
matizar la afirmación deja entrever que a su entender no toda
bibliografía es
mero vestigio. Asimismo, la división que propugna entre
bibliografía estrictamente
filosófica y la referida a la historia de la filosofía
comporta un ideal de
filosofía pura, no contaminada por la historia o la literatura.
[2]
Aquí el uso de la metáfora
atmosférica patentiza lo inasible del
origen último o el principio primerísimo de determinado
hecho, idea o
acontecimiento como ideal que el investigador no puede alcanzar
(Blumenberg, H.
2016, 18).
[3]
Cabe señalar que esta especie de inversión
en la imagen de la
fuente no debe ser entendida como un tipo de evolución lineal en
el pensamiento
de Virasoro, sino que implica ideas y vueltas a lo largo de toda su
producción.
En términos de A. Roig, la especulación de Virasoro se
desarrolla a través de
una especie de vaivén o impulso dilemático, balanceo o
circularidad (Roig, A.
1975, 218).
[4]
El diccionario al que aludimos constituye un verdadero
compendio
del pensamiento ecléctico. Comenzó a editarse en
París en 1845 y concluyó su
primera edición en 1852. Según ha mostrado Arturo Roig el
eclecticismo
constituye una importante corriente de ideas presente en el Río
de la Plata
desde las primeras décadas del siglo XIX y se extiende con idas
y vueltas hasta
1930 aproximadamente. En Buenos Aires el Diccionario
se vendía al por mayor hasta 1897, según pudo constatarlo
A. Roig, con el
cuidado que supo dedicar al tratamiento de los materiales con que
trabajó, en
el catálogo de libros para biblioteca de la Librería y
Editorial de Ángel
Estrada (Roig, A. 2009, 796).
[5]
Según señala María Inés
Santa Cruz (2008) la traducción de las Enéadas
realizada por Émile Brehier
entre 1923 y 1938 marca otro momento de lectura de Plotino en la
cultura
filosófica francesa en que alcanzó el status de un
clásico junto con Platón y
Aristóteles.
[6]
Según advierte Marisa Muñoz (2012) en su
estudio, las tesis de
Bergson fueron acogidas en el ámbito académico por
Coriolano Alberini, Alberto
Rougès y Alejandro Korn, quienes compartieron en distintos
grados la crítica a
la hegemonía positivista en el campo del saber y encontraron en
sus ideas una
posibilidad de reapertura a la metafísica. En contraste,
José Ingenieros, uno
de los intelectuales más representativos del positivismo
argentino, rechaza la
posición de Bergson en relación a la consciencia
considerada como una instancia
superior de las funciones psíquicas. Para Ingenieros, la
consciencia es más
bien, una cualidad común a ciertos fenómenos
biológicos del ser vivo y sus
interacciones con el medio. De allí, deriva la necesidad de
sustentar la
psicología en las ciencias biológicas. En esta
línea, M. Muñoz señala que el programa
de integración entre ciencia y filosofía en Ingenieros
tendió a subsumir esta
última a aquella. Por último, la autora hace referencia a
Macedonio Fernández,
que no participa en los conflictos de cátedra, pero sí
está al tanto de los
debates y discusiones teóricas del momento. Asimismo,
señala que, si bien
Macedonio Fernández no declara expresamente su interés
por la filosofía
bergsoniana, es posible advertir que su concepción
filosófica se encuentra
relacionada con el proyecto del filósofo francés. Estos
acercamientos tácitos
se observan en la crítica de M. Fernández de la
substanciación del yo
desarrollada a través de una teoría de la afección
pura y en su búsqueda por
una ciencia sui generis adecuada a la
vida y de la vida, más cercana al arte que a la ciencia
experimental.
[7]
Al expresar que el vitalismo constituyó una
atmósfera entre
pensadores diferentes se trata de señalar que incluso quienes no
adscribieron
abiertamente a las filosofías de la vida compartían una
sensibilidad en común
que, contra la razón instrumental, colocaba la vida en el centro
de la
reflexión filosófica.
[8]
En nuestro trabajo de tesis El
concepto de existencia en la obra de Miguel Á. Virasoro.
Variaciones críticas
de la filosofía argentina (2020) mostramos que el
espiritualismo constituye
una de las bases teóricas desde las que el pensador argentino
opera su
apropiación y elaboración de las filosofías de la
existencia. En su obra la
idea del yo como sustancia activa o mónada dotada de fuerza
espiritual viviente
resulta clave para comprender su existencialismo de carácter
espiritualista.
Específicamente se advierten vínculos con la experiencia
de la libertad como
esfuerzo desarrollada por Maine de Biran. Además, un dato para
nada menor es que
Virasoro realizó la primera traducción de El
ser y la nada para la Editorial Ibero-americana, publicado en
Buenos Aires
en tres tomos en 1948. También realizó del francés
la traducción de Sobre la organización de
las ciencias
filosóficas de Theodor Jouffroy para la editorial Losada en
1952.
[9]
En función de este elemento de noche vinculado al
conocimiento
intuitivo Arturo Roig observa que Virasoro bordea una de “esas
típicas filosofías
que Aristóteles denominó de los teólogos que
engendran todo de la noche” (1975,
217). La referencia de Aristóteles constituye uno de los
testimonios que
atribuyeron a los Órficos el haber colocado la Noche como
principio originario,
según la información proporcionada en El
pensamiento antiguo de Rodolfo Mondolfo (1942, 21). Desde su
primera
edición por la editorial Losada este libro del célebre
pensador italiano fue
leído por estudiantes argentinos y de otros países
latinoamericanos, según la
reconstrucción realizada por Diego Tatián (2014) del paso
de Mondolfo por la
Universidad de Córdoba. Sus libros constituyeron un modo de
acceso fundamental
a las fuentes clásicas en la cultura filosófica argentina
de mediados del siglo
XX. En el caso de Virasoro, encontramos en sus libros y programas de
clases
referencias textuales que nos permiten deducir la lectura y el estudio
de sus
libros por parte de nuestro autor.
[10]
Entre los lectores de la obra de Miguel A. Virasoro,
Mónica
Virasoro (2005) observa que es posible reconstruir en sus textos cierta
forma
de panteísmo inmanentista. También Alberto Caturelli supo
advertir este
aspecto. Según recuerda de las conversaciones que mantuvo con el
pensador
argentino, solía decirle a Virasoro que era panteísta en
función de esa experiencia
de la libertad común a todos los existentes. Frente a lo que
Virasoro “sonreía
como sin querer” (1967, 159). Desde nuestro punto de vista, la
presencia de
cierto panteísmo en la obra de Virasoro constituye un modo de
acceso a su obra
que puede resultar productivo en sus desarrollos.
Entendemos que este aspecto
no entra en
contradicción con la propuesta de vincular su obra con el
espiritualismo por
cuanto, si bien el panteísmo fue rechazado por los
eclécticos quienes se
inclinaron en general por Descartes y Leibniz antes que por Spinoza.
Según
señala A. Roig la razón de este rechazo se puede
comprender a la luz de los
alcances político-prácticos de sus modelos
teóricos. El panteísmo
proporcionaría un modelo teórico desde el que es posible
justificar modos de
vida comunitarios que resultaban, cuanto menos, inadecuado para el
individualismo liberal que sostuvieron la mayoría de los
principales exponentes
del espiritualismo (Roig, A. 2000, 96). No obstante, como bien
señala Roig, esta
corriente en el “ancho cause” que alcanzó de este
lado del Atlántico albergó
posicionamientos racionalistas y románticos y algunos de sus
representantes,
inclusive, se declararon panteístas y lectores de Spinoza. En
particular Roig
hace referencia a Victorino de la Plaza (96).
[11]
Los artículos de Jean Hyppolite analizados por
Patrice Vermeren son
“Del bergsonismo al existencialismo” y “Vida y
filosofía de la historia en
Bergson”.
[12]
Según señala Vermeren para Hyppolite el
existencialismo es más una
atmósfera común entre pensadores muy diferentes, que una
cierta filosofía
particular (2008, 160).
[13]
Los trabajos que componen la sección junto con el
de Virasoro son:
“Bases reales de la dialéctica de Pedro von
Haselberg”; “La mediación y su
desenlace en la fenomenología de Andrés Mercado
Vera” y el proceso dialéctico
en la fenomenología de Andrés Mercado Vera”. De
esta investigación
bibliográfica existe una edición por separado con el
título Valoraciones de la fenomenología del
espíritu.