Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas.

Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 24 / Sección Artículos
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
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Marxismo, peronismo e insurrección
en el pensamiento de John William Cooke

Marxism, Peronism and Insurrection in the Thought of John William Cooke

Rafael Zamarguilea

Universidad Nacional de Rosario (UNR), Argentina.


Recibido: 14/02/2022

Aceptado: 21/06/2022


Resumen. El presente artículo se propone aportar algunas claves para el análisis del pensamiento-acción de John William Cooke. Se abordan críticamente las diferentes perspectivas existentes en cuanto a su biografía política e intelectual y se recorre su obra desde una perspectiva contextual. El principal foco esta puesto en la relación que establecieron los lenguajes políticos peronista y marxista en el pensamiento de Cooke, apuntando al periodo que comprende desde su primeras intervenciones en el debate público como diputado nacional durante el primer gobierno de Perón (1946-1952), hasta la elaboración de su célebre Informe General y Plan de Acción de 1957, donde Cooke plantea la necesidad de que el peronismo se estructure como un movimiento revolucionario capaz de llevar adelante una política insurreccional de masas.

Palabras clave. John William Cooke, Peronismo, Marxismo, Insurrección, Resistencia.

 

Abstract. The objective of the present paper is to provide some insight to the analysis of John William Cooke's thought. The different existing perspectives on his political and intellectual biography are critically approached and his work is reviewed from a contextual perspective. The main focus is on the relationship established by the Peronist and Marxist political languages in Cooke's thought, pointing to the period from his first interventions in public debate as a national deputy during Perón's first government (1946-1952), to the drafting of his famous General Report and Plan of Action of 1957, where Cooke raises the need for Peronism to be structured as a revolutionary movement capable of carrying out a mass insurrectionary policy.

Keywords. John William Cooke, Peronism, Marxism, Insurrection, Resistance.



Introducción


Resulta evidente que la trayectoria política e intelectual de John William Cooke reconoce una evolución desde el peronismo hacia el marxismo, no obstante lo cual, lo más notable sea que ese recorrido no lo llevó a abandonar las filas del peronismo sino a sostener que este debía y podía reconfigurarse hacia posiciones de extrema izquierda. Cuestión que Cooke formuló ya 1957, en el Informe General y Plan de Acción. Este informe daba cuenta de la necesidad y los requerimientos de una política insurreccional de masas aplicada a una estrategia revolucionaria conducida por la resistencia peronista.

Se trata de una definición que implicó una tensión paradigmática en su obra, cuya complejidad exige que se la entienda en los propios términos de Cooke: es decir, como un problema teórico que, antes que nada, era de carácter práctico. No es casual que Horacio González lo haya definido como nuestro gran filósofo de la praxis, una fórmula fascinante que habilita interrogantes profundos, no solo sobre Cooke, sino sobre la complejidad de las relaciones que establecieron marxismo y peronismo al interior de la historia y el pensamiento argentinos.

En este orden, apuntamos a reflexionar sobre el pensamiento de Cooke desde una perspectiva contextual, que pondere la dimensión pragmática del discurso político en tanto acto de habla situado en disputas concretas, y se diferencie de aquellas lecturas solo enfocadas en ubicar su pensamiento o sus diferentes momentos dentro de un determinado canon ideológico abstracto, peronista o marxista en alguna de sus inflexiones posibles. Una de las mayores contribuciones de la obra de Cooke es, justamente, la comprensión del carácter complejo del peronismo y de las relaciones que estableció con otros lenguajes políticos como el marxismo. Y esto nos impele con más razón a intentar ir más allá de esquematismos genéricos, asumiendo el carácter impuro, singular, histórico y fundamentalmente práctico de todo lenguaje político.

A lo que apuntamos, entonces, es al leitmotiv de la obra cookista. En función de lo cual, el articulo comienza por una aproximación a la biografía político-intelectual de Cooke y a su tratamiento por diferentes autores, con los cuales intentaremos establecer un diálogo crítico. Luego, nos enfocaremos en el proceso histórico e intelectual en que Cooke desarrolló su particular concepción política durante la década peronista iniciada en 1945, hasta los años de la resistencia que lo tuvieron máximo lugarteniente del movimiento, cuya culminación puede hallarse en el Informe y Plan de Acción de 1957.

Finalmente, intentaremos arribar a una reflexión crítica sobre el carácter y la dimensión de los aportes de Cooke a la teoría de la revolución en Argentina. En especial, sobre lugar que la cuestión de la insurrección ocupa en esta, en tanto camino de aproximación posible y gran tema de la ciencia política que la reflexión teórica actual parece haber dejado a un lado, pero que en de Cooke operó como enfoque estratégico y como problema concreto desde la cual pensar la relación entre marxismo y peronismo.


¿Muchos Cooke?


Cooke fue elegido diputado nacional (1946-1852) con apenas 25 años y se desempeñó sucesivamente como director de la revista De Frente (1953-1955), interventor del Partido Peronista de la Capital Federal (1955) y primer delegado de Perón en el exilio (1956-1959), antes de exiliarse por tres años en Cuba (1960-1963), para conformar a su regreso Acción Revolucionaria Peronista (ARP), una agrupación que no logró trascender su muerte acaecida en septiembre de 1968.

Lejos de dejar a la posteridad pretenciosos tratados sobre el peronismo o manuales de la revolución, su legado está constituido de una pródiga literatura militante, ligada íntimamente a la actividad política, pero también atenta a la producción teórica y al debate intelectual. Conferencias, proyectos de ley, discursos, artículos, entrevistas, comunicados, apuntes, informes y una copiosa correspondencia, circularon de manera fragmentaria, irregular o clandestina, hasta que fueron publicados mayormente en la década del setenta, para convertirse en una de las máximas inspiraciones de la nueva izquierda peronista.

Sus Obras completas, no obstante, fueron compiladas recién entre 2008 y 2011 –por Eduardo Luis Duhalde–, reflejando hasta qué punto existía una falta de ponderación de su figura dentro del ámbito de las ciencias sociales. Esto puede vincularse al hecho de que Cooke mismo se negara a definirse como un intelectual antes que un político. Vale aclarar que jamás subestimó el rol de los intelectuales ni mucho menos el papel de la teoría en la lucha política, sino que siempre apuntó a sacarla de su abstracción elitista para ponerla al servicio de la transformación social.

En cuanto a su biografía, recién fue publicada una investigación académica completa en 1989, J. W. Cooke, el peronismo alternativo, del historiador británico Richard Gillespie. Que la labor haya corrido por cuenta de un académico extranjero devela hasta qué punto la figura de Cooke representaba cierta incomodidad para una generación política que procuraba distanciarse de la experiencia setentista. Lógicamente, el crecimiento posterior de las investigaciones sobre Cooke también encontró sus razones en la historia política del país: en primer lugar, en la necesidad del peronismo de revisar su historia en búsqueda de antecedentes más honrosos luego de la infortunada experiencia menemista. En segundo lugar, en el posterior impulso que cobró el estudio de las formaciones revolucionarias de los años sesenta y setenta con la crisis del neoliberalismo de finales de los noventa y principios de los dos mil. Y, finalmente, en la recuperación de las figuras de la izquierda peronista estimulada durante el periodo de los gobiernos kirchneristas, que se reivindicaron desde esa identidad, si no política, al menos generacional.

Desde ya, este crecimiento no estuvo exceptuado de polémicas. Lo primero que surge de estas lecturas es un debate más o menos explícito sobre el carácter y el sentido del devenir de la trayectoria cookista. Algunos autores, como Duhalde, Goldar o Gaude, apuntan relativizar su carácter evolutivo y, sobre todo, la posibilidad de diferenciar etapas en su interior. Proponen, en cambio:

(…) mirar a Cooke a lo largo de su tiempo existencial como una unidad sin fisuras en su ideología y en su múltiple acción, a través de un derrotero de lucha, con hitos que van marcando su experiencia, enriqueciéndola, modificando y profundizando la mirada, aunque sin rupturas esenciales en su postura antiimperialista y anticapitalista, lo que es lo mismo que decir nacionalista revolucionaria y socialista. (Duahlde, E. L. 2008a, 9)

En este mismo sentido, Goldar caracteriza la generalidad del pensamiento de Cooke como directamente socialista, “para evitar estériles escarceos semánticos” (Goldar. E. 2004, 8).

Sin embargo, es inevitable reconocer que mayoría de las investigaciones al respecto toman un sentido contrario. Cuestión que asume Gaude, pero para contra-argumentar que “las fases propuestas por los autores acerca de la evolución del pensamiento de Cooke no marcan un cambio profundo en su pensamiento, sino que señalan el cambio de contexto en el que realiza sus expresiones políticas” (Gaude, C. 2014, 12). Es decir que, aun admitiendo su racionalidad, Gaude entiende que la división de la trayectoria de Cooke en etapas puede relativizarse si se distingue al pensamiento de su contexto de enunciación. Lo que, amén de ser cierto, resulta un contrasentido a la hora de analizar las ideas de un hombre de acción cuyo pensamiento, naturalmente, se nutría del contexto al que apuntaba a transformar.

Debe reconocerse, sin embargo, que este planteo tiene anclaje en el propio desprecio que Cooke sentía por los esquematismos ideológicos, tanto de izquierda como de derecha, a los que denunciaba por escindir artificialmente la teoría de la práctica. Sin embargo, este desprecio por los esquematismos tiene en Cooke una forma particular que parece acercase más a una noción de filosofía de la praxis que a la de un pragmatismo que se niegue a distinguir los diferentes lenguajes políticos en que se debate el campo nacional-popular.

En una entrevista de 1964 puede verse cómo Cooke no dudaba en asumir al marxismo como un punto de llegada, lo que contradice la perspectiva de estos autores anti-evolucionistas y anti-etapistas.

Al marxismo se llega. Uno no nace, entero y armado, como marxista. Sucede que no concibo la posición teórica como un simple problema teórico. El concepto de marxismo está vinculado siempre al concepto de revolución. Considero que la posición marxista correcta es aquella que haga la revolución posible en determinadas condiciones. (Cooke, J. W. 2009, 118)

Ahora bien, tampoco esto quiere decir que todo su recorrido vital deba interpretarse como una simple evolución hacia el marxismo, como efectivamente aparece en el mencionado trabajo de Gillespie o en el más reciente de Brienza, H. (2006). Para Gillespie, la vida de Cooke puede dividirse en cuatro fases: la primera, contiene su militancia dentro del radicalismo, la segunda, su desempeño durante las dos primeras presidencias de Perón, es definida como una etapa de transición. La tercera, abarca su rol en la Resistencia como “figura destacada del peronismo militante”, y la cuarta comprende su “conversión al marxismo cubano, sin renunciar a su identidad populista” (Gillespie, R. 1989, 18). El esquema de Brienza es similar, aunque dividido en tres, porque sintetiza en una misma fase –a la que caracteriza como de un peronismo nacionalista populista revolucionario– lo que para Gillespie son segunda y tercera.

Sin embargo, también existen autores como Galasso, N. (2004), Sorín, D. (2014) o Mazzeo, M. (2016), que aun marcando rupturas al interior de la biografía Cooke, evitan atarse a formulaciones tan rígidas y enfocadas en los aspectos ideológicos más evidentes. Logran hacerlo en la medida en que, sobre todo en el caso de Sorín, ponen en interacción distintos elementos además del estrictamente ideológico, ponderando especialmente una valoración del espacio político concreto y el rol ocupado por Cooke en cada momento. De este modo, puede adentrarse con mayor profundidad en las acciones políticas y organizativas que Cooke desplegaba con su militancia y apuntalaba con sus escritos.

Las interpretaciones de estos tres autores tienen en común el hecho de analizarlo como un proceso. Lo que también nos remite a la propia reflexión de Cooke durante sus últimos años, particularmente a su artículo inconcluso sobre la muerte del Che Guevara, en el que afirma que “todo hombre es un proceso” y que “los grandes revolucionarios apuntan menos enfoques y argumentos, y a veces llegan por caminos propios a redescubrir lo que ya habían transitado otros”. ¿De qué se trataría este “redescubrimiento” que transitaron el Che y otros “grandes revolucionarios”? (Cooke, J. W. 2009, 281 y 270)

Lo que a esta altura ya puede notarse es que, al reabsorberlo en una mera intuición anticapitalista ajustada a las formas del peronismo, es decir, al compromiso de clases dentro del marco de la comunidad organizada, los autores antievolucionistas secundarizan el desarrollo del marxismo cookista y se niegan a ver que ambos lenguajes, marxismo y peronismo, constituyen la condición de posibilidad del otro en la particular evolución que del pensamiento-acción de Cooke.

Ahora bien, la interpretación más extendida sobre Cooke resulta completamente diferente de las mencionadas hasta aquí, ya que se lo suele asociar al entrismo: un marxismo que se incorpora al peronismo para amoldarse a las preferencias de la clase obrera argentina y así aspirar a conducirla, una vía que, sin embargo, es inversa a la de su recorrido vital.

A pesar de que en la actualidad esta perspectiva puede vincularse a cierto escepticismo acerca de la viabilidad de un cambio revolucionario, en sus orígenes el entrismo fue una táctica adoptada con relativo grado de éxito por un importante sector de la izquierda argentina de orientación trotskista. Y su planteo circuló a partir de la segunda mitad de la década del cincuenta, es decir, paralelo a las propuestas que impulsaba Cooke desde la conducción de la resistencia peronista. Puede conjeturarse entonces que la asociación de Cooke con el entrismo proviene de un acontecimiento posterior, de la lectura que hicieron de su legado las capas medias y juveniles peronizadas a comienzos de los setenta.

Como puede apreciarse en la célebre película Eva Perón, guionada por José Pablo Feinman, el planteo entrista resulta problemático en tanto simplifica la historia del peronismo y confunde el lugar de Cooke en ella. En una de sus escenas puede verse al secretario de prensa de Perón, Raúl Apold, quejándose frente a Evita de que “Cooke es comunista”, y posteriormente a Evita ironizando freten a Cooke: “tiene razón Apold. Sos más comunista que Stalin vos”. “Soy peronista Señora (responde Cooke), pero no todos los peronistas somos iguales. Apold y yo coincidimos en querer cerrar el diario La Presa, pero él (…) porque quiere que el peronismo sea una dictadura (…) Yo quiero que el peronismo sea una revolución” (Desanzo, J. C.1996)

También de la pluma de Feinmann, resulta otro diálogo ficcionado, esta vez en el contexto de la década de 1960, entre Cooke y René Salamanca –dirigente sindical que llegó a la conducción el SMATA Córdoba (sindicato de mecánicos) representando el ascenso del denominado clasismo revolucionario–. Pertenece a novela filosófica La astucia de la razón, en uno de cuyos capítulos se despliega una hipótesis contra-fáctica de polémica entre ambos personajes que profundiza en la línea interpretativa que vimos en la película: un Cooke entrista cuya principal contradicción con Salamanca –que viene a representar la pretensión casi ingenua de que el proletariado conquiste su propia autonomía política e ideológica– estaría dada por el hecho de que esta postura lo dejaba al margen de la identidad concreta de los trabajadores argentinos: “No, compañero. No estamos de acuerdo. Porque ustedes se cagan en Perón de una manera y yo y los peronistas como yo de otra. Porque, para ustedes, compañero, cagarse en Perón es quedarse afuera” (Feinmann, J. P. 2014, 157).

Resulta curioso que Feinmann no repare en que no solo la trayectoria vital de Cooke sino la del propio Salamanca contrastan marcadamente con la lógica expuesta por su texto. El líder de los mecánicos se había iniciado en el sindicalismo peronista más combativo para luego adoptar una perspectiva teórica marxista e incorporarse a las filas del Partido Comunista Revolucionario (Góngora, S. 2006).

En cualquier caso, debe reconocerse que Feinmann no solo tiene el mérito de recuperar a estos dos referentes para un debate estratégico, sino el de apuntar con ello a aquella formulación teórica cardinal del pensamiento cookista: “el peronismo es el hecho maldito del país burgués”, frase que expresa para el protagonista de la novela “el sentido final de la filosofía” (Feinmann, J. P. 2014, 171).

Significa que el peronismo en la Argentina es la sustancia y al mismo tiempo el sujeto de la transformación revolucionaria, porque la clase obrera era peronista y porque, en relación al régimen, el peronismo era inintegrable. Por eso había que “meterse, compañeros, en el hecho maldito del país, hay que compartir las convicciones de nuestra clase obrera, seguir al líder que ella sigue”. (Feinmann, J. P. 2014, 261)

Sin embargo, Feinmann parece secundarizar en demasía el otro aspecto que lleva implícita esta fórmula. Porque maldito significa revolucionario pero también una denuncia del carácter burgués, burocrático y reformista del peronismo.

En este sentido, quien señala la diferencia fundamental que existe entre la idea entrista y la idea del peronismo como hecho maldito es Horacio González:

Sin duda, no se trata del entrismo, porque Cooke no se había propuesto entrar, sino que su problema era cómo no salir de donde siempre había estado. Sin embargo, el modo de su argumentación toma el mismo rumbo retorico, al postularse que el peronismo es el nombre de la paradoja por la cual la clase obrera está allí contenida (y flota la palabra revolución) pero la naturaleza social del peronismo lo lleva a cristalizar su energía revolucionaria. Se precisaba algo en su interior que desatara la contradicción. (González, H. 2007, 415)

Lo que aquí aparece, al fin y al cabo, es el drama cookista por excelencia, cuya formulación más general no le es totalmente privativa: la tensión que implica una política revolucionaria que, al tiempo que apunta a horizontes radicales de transformación de la sociedad, debe encarnarse en fuerzas sociales que son capaces hacerlas posibles pero que, por alguna razón –y en la búsqueda de esta razón suele estar el punto de bifurcación teórico y práctico–, se encuentran imposibilitadas de hacerlo plenamente en ese momento.


Una política insurreccional de masas


Queda mencionar una equivocación bastante extendida también a propósito de la biografía intelectual de Cooke: aquella suposición de que en su juventud militó en las filas de la corriente yirigoyenista-forjista de la Unión Cívica Radical (UCR), cuando en realidad lo hizo en una agrupación universitaria de orientación liberal y aliadófila, alineada con la dirección alverearista de la UCR. En realidad, recién cuando su padre Juan Isaac Cooke, dirigente radical de este mismo sector, comenzó a acercarse a la dictadura argentina establecida en 1943 y asumió como canciller de Edelmiro Farrell en agosto de 1945, Cooke –trabajando como su secretario– estableció vínculos estrechos con el emergente movimiento peronista, del que ya participaban referentes de FORJA como Jauretche.

Las razones del nombramiento de Isaac Cooke, un probado militante de la causa aliada, al frente de las negociaciones diplomáticas están en que la dirección de la dictadura –el dúo Farrell-Perón–, frente a la inminente derrota del Eje nazi-fascista, buscaba un acercamiento con EEUU para evitar el aislamiento internacional, declarándole la guerra a Alemania y Japón el 27 de marzo de 1945. Téngase en cuenta que la neutralidad argentina había tenido un carácter engañoso en tanto que, promovida por la tradicional oligarquía latifundista, había sido avalada por la propia Gran Bretaña que, al quedar los barcos argentinos exceptuados del radar de los submarinos alemanes, podía proveerse de alimentos baratos necesarios para sostener el esfuerzo bélico.

Sin embargo, el Gobierno argentino forcejeaba por un grado de autonomía que Estados Unidos no estaba dispuesto a aceptar. Como analiza el historiador Spiguel, más allá del discurso antifascista, desde la perspectiva norteamericana no se trataba ya de prevenir la acción del imperialismo alemán sino de dar, junto a la vieja clase dominante, “un golpe dentro del golpe enfrentando el nacionalismo emergente y tratando de afirmar su propia hegemonía en la Argentina, en desmedro las viejas conexiones con Inglaterra” (Spiguel, C. 2016, 59).

Los elementos decisivos de la batalla política, como es sabido, se precipitaron en octubre de 1945, cuando la casi totalidad de las fuerzas político-partidarias pasaron a secundar el intento de disciplinamiento norteamericano, lanzándose en manifestaciones cívicas que acusaban a Perón de nazi y reclamaban la entrega del poder a la Corte Suprema. En este marco, la insubordinación de Campo de Mayo, al mando del general Avalos, determinó que el vicepresidente Juan Domingo Perón fuese destituido y apresado, hasta que una inédita pueblada protagonizada por el movimiento obrero cambió la historia argentina para siempre.

Ese 17 de octubre no solo concluía la prehistoria del peronismo sino la del propio Cooke, que abandonaba definitivamente a la UCR y al pensamiento liberal en pos de un nacionalismo democrático y un reformismo social fuertemente inspirado en el liderazgo de Perón.

Gaude define el corpus de ideas con las cuales Cooke intervino en el debate público a partir de este momento como el de un peronismo republicano (Gaude, C. 2014). Mazzeo plantea que puede pensarse al Cooke de esta etapa a partir de su esfuerzo por dotar al peronismo de “un corpus ideológico general, básico y relativamente coherente”, al estilo de los intelectuales nacionalistas populistas bolivianos Carlos Montenegro y Augusto Céspedes (Mazzeo, M. 2014, 77). Efectivamente, Cooke se destacó como un hábil, enérgico y a la vez sofisticado defensor de las medidas económicas del primer gobierno peronista –nacionalización de los depósitos bancarios, ley de represión a los actos de monopolio y plan quinquenal–, pero también por su díscola votación en contra de la ratificación de la firma del Acta de Chapultepec. Además, si bien su posterior marginación del Congreso –relacionada al avance de los sectores más conservadores del peronismo a partir de 1948– podría haberlo encasillado cómodamente en el lugar del intelectual crítico, Cooke fue tomando una actitud cada vez más militante a medida que la crisis económica iniciada ese mismo año empezaba a mostrar los límites del modelo peronista.

Esto puede verse en sus últimas palabras en el hemiciclo parlamentario, con motivo del fallido golpe del general Menéndez de 1951: “Tanto por la vía de las armas como por la vía del comicio estamos dispuestos a enfrentar” (Cooke, J. W. 2008a, 421). Una metamorfosis en el lenguaje de Cooke que puede apreciarse también en los editoriales de la revista De Frente, desde donde cuestionaba el proceso de burocratización que carcomía la dinámica gubernamental, partidaria y sindical del segundo gobierno de Perón. También, aunque en términos más moderados, De Frente asumía posturas críticas frente a ciertas pretensiones anti-obreras de los industriales argentinos en el Congreso de la Productividad, y frente ciertos aspectos del acuerdo petrolero con la empresa norteamericana California. Críticas que, si bien eran formuladas en el marco de un apoyo global al Gobierno y al segundo Plan Quinquenal –siempre en concordancia con una noción clásica del peronismo como movimiento de integración nacional bajo el mandato de la comunidad organizada–, también anticipan algunas de las críticas más agudas que Cooke sostendrá cuando haga el balance de la derrota de 1955.

Esta mirada crítica puede notarse sobre todo en los análisis internacionales de De Frente sobre las caídas de los gobiernos populares de Vargas en Brasil y Árbenz en Guatemala:

La espera, la transacción, el pacto con las fuerzas antirevolucionarias, solo conduce al desastre. Al impedir el cumplimiento de las reformas esperadas, da lugar a que la desilusión popular reemplace al entusiasmo y el fervor inicial. Y al no desmontar la máquina que ha servido para oprimir al país y a su pueblo, dejan intactos los poderes que, a plazo más o menos breve, han de retomar las perdidas posiciones, cobrándose implacablemente el agravio de su momentáneo desalojo.

El Dr. Vargas cayó víctima de los poderes que él combatió sin vigor, y con los que creyó que podía contemporizar. En su gesto definitivo, pago el error con su propia vida, y esto lo reivindica de su equivocada debilidad. Pero está demostrado, una vez más, que las fuerzas de la reacción no perdonan ni olvidan. Y que los movimientos revolucionarios deben proceder, si quieren sobrevivir, con igual inclemencia. (Cooke, J. W. 2010, 61)

Ya para 1955 puede verse a Cooke defendiendo al gobierno de Perón, no solo mediante la palabra, sino con el cuerpo, revólver en mano frente a los aviones de la Marina que masacraron a la población civil en la Plaza de Mayo bajo la consigna de Cristo Vence. Fracasado el golpe del 16 de junio, Perón incluyó a Cooke en una renovación gubernamental en la que, en lugar de un ministerio o secretaria, este aceptó la intervención del Partido Peronista de la Capital Federal, con la idea de convertirlo de un sello vacío y burocratizado en un vigoroso movimiento de jóvenes y trabajadores dispuestos a defender a Perón en las calles y constituirse eventualmente como milicias populares.

Pero ni la tregua propuesta por Perón logró aislar a los golpistas, ni el plan de Cooke alcanzó a corporizar antes de que el 19 de septiembre triunfe el golpe del General Lonardi. La Revolución Libertadora significó el derrumbe peronismo en toda la línea y el aplastamiento del levantamiento del general Valle, en junio de 1956, apenas dejó en pie la ilusión en una difusa huelga general revolucionaria que comenzaban a rumiar comandos y células clandestinas que se organizaban desde las bases. Situación que terminaría de cristalizar en un recambio generacional de la dirección del movimiento obrero y en un auge de huelgas sin parangón en la historia argentina (James, D. 2010). Este ciclo fue el que empujo el liderazgo de Cooke en tanto único dirigente político de primera línea que se había posicionado en esta perspectiva insurreccional.

Cooke es capturado y enviado a la cárcel en octubre de 1955. El 2 de noviembre de 1956 Perón lo nombra su delegado, y en marzo de 1957 logra fugarse del penal de Rio Gallegos junto a un grupo de dirigentes entre los que se encontraban Jorge Antonio y Héctor Cámpora. Las cartas que Cooke envía a Perón y que fueron recuperadas y publicadas comienzan a partir de este momento. Allí Cooke da cuenta del progreso de una organización clandestina que es capaz de hostigar a la dictadura de Aramburu (sucesor de Lonardi) pero que también resulta mellada por numerosas dificultades para unificar el movimiento detrás de la denominada línea insurreccional, intransigente o dura –es decir, la conducida por Cooke desde Santiago de Chile–. Esta situación era para Cooke una consecuencia de la acción confucionista de la denominada línea blanda –es decir, la encabeza por los viejos dirigentes del partido como Leloir, Saadi o Bramuglia– pero también del izquierdismo de un sector de los propios comandos, como Marcos y Lagomarcino, con los que también debe polemizar.

A partir de esta constatación, según Mazzeo, Cooke comienza a concebir a la insurrección “como la culminación de un proceso de acumulación política, (‘política insurreccional de masas’ según sus propios términos) y no como un hecho único o una variable de pustchismo” (Mazzeo, M. 2000, 20). Lo que puede apreciarse en las cartas cuando Cooke pasa de plantear que el peronismo tiene un problema insurreccional y no político a afirmar que además de partido revolucionario, jefes revolucionarios, mito revolucionario y una ocasión propicia, la insurrección requería del establecimiento de un puente, una intermediación, es decir: la política, política entendida como política de masas.

Esta reflexión presenta un carácter superlativo a la hora de pensar un camino revolucionario concreto y específico para la Argentina si se tiene en cuenta que, por un lado, la propia III Internacional –referencia innegable en el tema durante la primer mitad del siglo XX– había tenido serias dificultades para prescribir soluciones realistas al problema de la insurrección, cayendo muchas veces en formulaciones militaristas que se inspiraban mecánicamente en la toma de del Palacio de Invierno por los bolcheviques, a la cual se leía en clave de técnica militar-insurreccional antes que de proceso político. En cierta medida, las propuestas foquistas y guerrilleristas latinoamericanas de las décadas del sesenta y setenta que pretendieron trasladar determinada versión simplificada de las revoluciones en Cuba, Argelia, Vietnam o China fueron a su manera herederas de esta misma dificultad con la que a veces se asocia muy livianamente a Cooke.

La complejidad del planteo insurreccional cookista, así como la maduración de su pensamiento pueden apreciarse sobre todo en el Informe y Plan de Acción, donde Cooke analiza críticamente la coyuntura que había dejado de la elección constituyente de 1957. Pese a resaltar el carácter histórico de la victoria del peronismo proscripto a través del voto en blanco (25%), Cooke asume el carácter minoritario del peronismo luego dos años revanchismo y represión, y sobre todo el hecho de que el levantamiento del estado de sitio había habilitado el surgimiento de un espacio de semi-legalidad que era aprovechado por la línea blanda para su acción “confucionista”. La perspectiva de elecciones presidenciales en 1958 abría entonces un escenario en el que sería difícil para las masas peronistas sostener la intransigencia del voto en blanco y no caer en la tentación de votar un mal menor.

Sin embargo, el principal problema que aborda el informe no es tanto la táctica como la estrategia. Y es que, si bien Cooke ya venía reclamando la necesidad de una política univoca frente a la proliferación de directivas contradictorias de parte de Perón hacia los distintos sectores del movimiento, el Informe comienza a plantear esta problemática de las disputas internas en el peronismo en términos de un conflicto de clases:

En las condiciones en que actuemos, el problema de la ‘unidad’ está directamente subordinado al de la ‘conducción’.

El acuerdo general en cuanto a la jefatura de Perón no impide que la unidad se resiente en los hechos (…) Mientras la clase obrera tomó conciencia inmediata de los valores del peronismo como Movimiento Nacional-Libertador Revolucionario, parte de la burguesía siguió operando con los viejos conceptos del pasado político argentino (…) De forma que son progresistas con relación a una época ya perimida, pero reaccionarios con relación a las nuevas formas que toma la lucha por el poder social en la Argentina. (Cooke, J. W. 2008b, 164)

Cooke no proponía abandonar el carácter policlasista del peronismo pero sí invertir sus términos, quitándole a la vieja burocracia partidaria –expresión de sectores de burguesía y capas medias– las riendas de la acción política. Pretendía encuadrar a todo el movimiento detrás de una conducción revolucionaria integrada por los cuadros más combativos del movimiento sindical y de los comandos clandestinos. La insurrección, que había sido una respuesta táctica frente a la disgregación producida por el golpe de 1955, debía tornarse estrategia y orientar el conjunto de las acciones políticas. A esto Cooke llamó política insurreccional de masas: una orientación general que, más allá de la táctica electoral, resuelva la unidad del movimiento político y gremial, y del conjunto del peronismo, a través de la acción revolucionaria y no de un acuerdo de cúpulas con los dirigentes políticos de la línea blanda, como reclamaba Perón.

Desde ya, vale preguntarse si era viable para una fuerza como el peronismo estructurarse según estos parámetros. Para Horowicz “los núcleos iniciales de la resistencia peronista no mostraban, tal cual pensaba Cooke, el embrión de un peronismo revolucionario nacionalmente organizado, sino el embrión de un reagrupamiento obrero bajo la conducción política del peronismo”, cosa que sí habrían comprendido Perón y Vandor (Horowicz, A. 2011, 185). No obstante, si bien este razonamiento resulta inapelable desde el punto de vista del historiador que analiza los acontecimientos ex post, para Cooke la política era un arte, una ciencia y una apuesta que si bien estaba sujeta a leyes, estas resultaban diametralmente opuestas a la lógica del posibilismo. El propio Informe apuntaba ya contra esta clase de objeciones:

La visión miope de los dirigentes sin sentido histórico presenta como ‘realismo’ esta sumisión a la legalidad ficticia. La política será ‘el arte de lo posible’, pero, ‘lo posible’ no está dado por los caminos que cuidadosamente escoge el Grupo de Ocupación, (…) hay que cuidarse de no confundir ‘realismo’ con ‘oportunismo’. (Cooke, J. W. 2008b, 300)

Como plantea Stulwark, si el presente es igual a sí mismo no hay mucho para hacer más que tenerlo en cuenta y burlarse de quienes pretenden otra cosa, pero el presente también tiene potencialidades. A su vez, esta contradicción no puede resolverse sin cierto grado de arbitrariedad, lo que puede notarse cuando es el propio Cooke el que cuestiona la irrealidad de los planteos más izquierdistas de un sector de los comandos de la resistencia, al mismo tiempo que él era cuestionado en términos similares por Perón. “Cooke quería ser intérprete una realidad hiperconcreta”, concluye Stulwark (Fernández, G. 1999, 159). Deberíamos agregar nosotros que esta contradicción podía resolverse para Cooke solo en el terreno de la práctica política, pero no de cualquier tipo, sino de masas.


Conclusiones


Al centrarnos en el Cooke previo a la década del sesenta pudimos analizar de qué manera su pensamiento y acción se desarrollaron dentro del universo peronista pero en un progresivo diálogo con el marxismo. Este dialogo, sin embargo, no se reducía a lo teórico sino que más apunta a un marxismo entendido como filosofía de la praxis. En cierta medida, lo que Cooke intento establecer fue una relación de traducibilidad entre estos dos lenguajes políticos.

Es desde esta perspectiva que resulta posible comprender como su arribo al marxismo estuvo determinado, no por su posterior contacto con la Revolución Cubana, sino por su propia práctica en la dirección de la resistencia peronista. En efecto, Cooke no cambió la política insurreccional de masas por el foquismo, ni idealizó la propaganda armada como método capaz para reemplazar a la clase obrera por un grupo de combatientes. Y si bien admitió la viabilidad de todas las formas de lucha, entendía que estas debían subordinarse a las condiciones concretas de la realidad de cada país. Desde ya, su perspectiva se continentalizó y sus ideas se radicalizaron, pero lo fundamental de la lectura cookista del drama de la revolución en Argentina puede leerse con claridad en el Informe y Plan de Acción de 1957.

En este sentido, analizar pormenorizadamente la trayectoria intelectual y política de John William Cooke puede ayudar a comprender que ni el marxismo argentino decanta necesariamente hacia el peronismo en la búsqueda de su fuerza material ni el peronismo representa una alienación de la clase obrera que la incapacite a avanzar en autoconciencia. La clase trabajadora argentina fue protagonista de grandes luchas y avances desde mucho antes que su primer trabajador lo acaudillara y le diera la forma organizativa, política e ideológica que, en cierta medida, aún conserva. Páginas épicas de su historia fueron escritas con la sangre de activistas ya desde las primeras huelgas, la Semana de Enero y la Patagonia Rebelde. Y cada lance más o menos exitoso sirvió tanto para resolver polémicas de larga data como para abrir interrogantes más frescos porque, derrotas antes que fracasos, cada lucha concreta de las masas vale más que cientos de sentenciosas máximas de quienes las balconean o explican a posteriori, empero, siempre y cuando al menos parte de ellas saque las conclusiones apropiadas. De allí la importancia de la teoría.

En conclusión, Cooke llegó a formular los elementos necesarios para una política insurreccional de masas dos años antes de que la Revolución Cubana dibuje de una vez y para siempre el programa de la nueva izquierda argentina. Lo que habilita a pensar que, contradiciendo gran parte de la biblioteca dedicada al tema, en lugar de un obstáculo, el peronismo habría funcionado como un vehículo, como un facilitador del rejuvenecimiento del marxismo y la teoría revolucionaria en la Argentina. En cualquier caso, no quedan dudas de que repensar la historia y la teoría política argentina a través de la obra de Cooke resulta una tarea ineludible, no solo por lo merecido del homenaje, sino por lo que aporta para el armado de esa brújula teórico-política que todos los pueblos necesitan para saber elegir cuando la historia asoma alguna oportunidad de transformarla.


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