Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 25 (Especial) / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2022 /
.
The Philosophy of Arturo Roig as a Response to the Foucauldian Distrust Around Liberation
Sebastián Botticelli
Universidad de Buenos
Aires;
Universidad Nacional de Tres de Febrero, Argentina.
Recibido:
20/03/2022
Aceptado:
22/09/2022
Resumen. La libertad se presenta como un
tópico trillado pero no por eso menos urgente. En nuestro
tiempo, reflexionar
respecto de sus condiciones y alcances configura una de las tareas
fundamentales de la filosofía. Michel Foucault supo interponer
algunos reparos
en torno a la posibilidad de comprender el ejercicio de la libertad
como un
proceso de liberación. El pensador francés consideraba
que, en muchos casos, las
descripciones conceptuales de estos procesos terminaban suscribiendo
supuestos
naturalistas o esencialistas. El presente artículo se propone
mostrar que la
conceptualización de la liberación que desarrolla Arturo
Roig se desmarca de los
límites señalados por Foucault y, por ello, colabora con
la posibilidad de
pensar acepciones de la libertad más ambiciosas que aquellas a
las que estamos
habituados.
Palabras
clave. Arturo Roig; Michel
Foucault; liberación; prácticas de libertad; lucha por el
reconocimiento.
Abstract.
Freedom is presented as a threshed topic but no less
urgent for that. In our time, thinking on its conditions and scope configures one of the
fundamental tasks of
philosophy. Michel Foucault interposed some objections
around the possibility of understanding the exercise of freedom as a
process of
liberation. The French thinker considered that, in many cases, the
conceptual
descriptions of these processes ended up subscribing naturalist or
essentialist
assumptions. This article intends to show that the conceptualization of
liberation developed by Arturo Roig distances itself from the limits
indicated by
Foucault and, therefore, collaborates with the possibility of thinking
of more
ambitious meanings of freedom than those to which we are accustomed.
Keywords. Arturo
Roig; Michel Foucault; liberation;
practices of freedom; fight for recognition.
Hay
quienes afirman que todo pensamiento filosófico debe aspirar a
generar conocimientos
trascendentes, es decir, predicados que puedan enunciarse con verdad de
manera
necesaria y universal. Incluso, en ocasiones, se señala que
asignarle a esta pretensión
la condición de un deber o de una exigencia resulta superfluo,
pues la
aspiración a lo trascendente estaría dada por la propia
naturaleza de la
reflexión filosófica. Desde esta mirada, el valor de una
cierta filosofía se
pondera a partir del nivel de éxito que consigue en su empresa
por alcanzar la
trascendencia.
Un
criterio diferente propone sopesar la importancia de un pensamiento a
partir de
su vigencia, es decir, a partir de los vínculos que una
filosofía puede
mantener con la actualidad. Desde esta otra mirada, la vigencia de un
pensamiento sólo podrá señalarse dentro de cierto
horizonte epocal y estará
dada por las relaciones que puedan establecerse entre ese pensamiento y
un haz de
problemas particulares.
Tomadas
de manera complementaria, estas perspectivas permiten señalar
que la búsqueda
de la trascendencia es motorizada por el afán de superar
contingencias y
determinismos, mientras que la vigencia se relaciona con la posibilidad
de
suscitar polémicas, abrir discusiones, disputar sentidos, en
definitiva, con la
capacidad de producir efectos. La trascendencia tiene por contrario a
la
inmanencia; la vigencia, a la caducidad. Determinar el grado de
trascendencia
de un cierto pensamiento configura una tarea que puede realizarse
especulativamente,
mientras que estipular su vigencia sólo podrá darse al
modo de una apuesta.
Tomando
por inspiración la obra roigeana, la cual establece la necesidad
de generar un
pensamiento situado en realidades empírico-culturales, esto es,
en contextos
geográficos y epocales concretos, el presente artículo
apuesta por la vigencia que
el pensamiento de Arturo Roig pudiera retener en relación con un
tópico que en
nuestra actualidad se presenta de un modo acuciante: el problema de la
libertad. Desde ya, la elección de este problema no es azarosa
pues se trata de
una cuestión trabajada profusamente por el filósofo
argentino. La apuesta que
aquí se suscribe, entonces, pasa por recuperar ciertos
desarrollos roigeanos
aspirando a que éstos permitan disputar algunos de los
predicados que, en
nuestros días, se le asignan a la noción de libertad, los
cuales muchas veces dan
lugar a versiones bastante deslucidas de ella.
Buscando
dinamizar el tratamiento argumental, el presente artículo
procurará establecer
una tensión entre las reflexiones roigeanas sobre la
liberación y las
consideraciones que Michel Foucault desplegara en torno a ella. La
elección de
Foucault tampoco es azarosa. En más de una oportunidad, Roig
utiliza como
referencia los trabajos del filósofo francés, en
particular, en concerniente a la
conceptualización de su a priori antropológico
(Roig, A. A. 2009, 295;
2011, 235). Si bien resulta claro que estos autores se nutren de
tradiciones muy
diversas y trabajan desde latitudes muy diferentes, ambos comparten un
horizonte epocal así como también una cierta forma de
comprender la filosofía
cuya puesta en práctica encuentra al ejercicio de la
crítica entre sus tareas centrales
(Roig, 1970 y 1973; Foucault, 1990; Ferreira, 2006).
El
recorrido planteado, entonces, será el siguiente. En un primer
apartado se
considerarán algunas características generales del
movimiento llamado
“Filosofía de la liberación” y la
inscripción que el pensamiento de Roig alcanza
dentro de ese horizonte. Luego se repondrán
esquemáticamente las
consideraciones que Foucault vertió respecto de los procesos de
liberación,
diferenciándolos de aquello que él definía como
“prácticas de libertad”. En el
apartado siguiente se recuperarán problemáticamente los
predicados que Roig
involucra en su conceptualización de la liberación. Por
último, en el apartado
final se destacarán los motivos por los cuales la
filosofía de Roig funciona
como una respuesta a los reparos de interpuestos por Foucault y
configura un
aporte sustancial para pensar el problema de la libertad en nuestro
tiempo.
Mucho
se ha escrito sobre las características de los desarrollos que
se reúnen bajo
el nombre de Filosofía Latinoamericana de la Liberación.
Como señalan los especialistas,
esta corriente no se constituyó como una línea de
pensamiento orgánica y
homogénea; antes bien, su despliegue se vio alimentado por la
convivencia de
posicionamientos diferentes en torno a un conjunto de nociones
centrales
vinculadas con el trabajo académico y la militancia
política, lo que alimentó
importantes debates internos (Cerrutti Guldberg, H.1983; Demenchonok,
E. 1992).
Los trabajos
publicados por Roig a comienzos de la década de 1970 sirven como
testimonio de la
particular inscripción del filósofo argentino dentro de
la tradición de la
Filosofía de la Liberación en sus instancias iniciales,
aun cuando luego se
haya distanciado de ella en más de un sentido (Arpini, A. M.
2020).
Puede
apreciarse en esos textos cómo Roig, recuperando el legado de
pensadores argentinos
pertenecientes a generaciones anteriores –entre los que cabe
destacar a Carlos Astrada
y Miguel Ángel Virasoro–, asume la crisis de la
filosofía generada por el
existencialismo y establece la importancia de profundizar el
pensamiento en
torno a la alteridad (Roig, A. A. 1970; Arpini, A. M. 2013). En vistas
de este
objetivo, la filosofía deberá mantenerse alerta ante los
pensamientos
totalizadores que cierran las posibilidades de la novedad, los cuales
vienen a
justificar el modo en el que las estructuras sociales se organizan
actualmente.
La filosofía de la liberación, por lo tanto, debe tratar
de reformular y
reelaborar esas construcciones teóricas para hacer lugar a un
pensamiento capaz
de dar cuenta de las transformaciones.
Ante
una tarea semejante, la obra de Hegel es imposible de soslayar. Roig
hace del
autor alemán uno de sus principales interlocutores. La
filosofía hegeliana es
para Roig un modelo, una composición que resulta fundamental,
pero que al mismo
tiempo debe ser superada si lo que se pretende es mantener su impulso
vital y
no reducirla a un objeto de museo. La aspiración de alcanzar un
punto de cierre,
característica central del pensamiento hegeliano, supone para
Roig la
cancelación de la conciencia sensible, de lo concreto
empírico y también de la
historicidad. El despliegue de una filosofía latinoamericana
exigirá, entonces,
una ampliación metodológica que vaya más
allá de las filosofías del sujeto, es
decir, más allá de la herencia cartesiana de la cual
–en la interpretación de
Roig– ni Kant ni Hegel logran deshacerse. La filosofía
latinoamericana deberá
ser capaz de pasar del nivel de las “críticas del
conocimiento” que terminan
desligando al concepto de las exigencias de la representación,
hacia una
“autocrítica de la conciencia” que abra las
posibilidades de manifestación de
la otredad: una autoconciencia que ejerza la crítica a partir
del
reconocimiento de la ambigüedad intrínseca del concepto en
sus funciones de
integración y ruptura, y que asuma su enraizamiento en la
compleja trama de
estructuras socio-históricas dentro de la cual se despliega. Al
afirmar la
inclusión de la conciencia y también de su alteridad
dentro de la estructura
social, la reflexión en torno a la construcción
conceptual dejará de ser una
cuestión meramente gnoseológica para convertirse,
además, en un asunto moral. Por
tanto, para Roig la filosofía será crítica en la
medida en que alcance a
convertirse en autocrítica (Roig,
A. A. 1973, 228).
En la
persecución de dicho horizonte, el pensamiento latinoamericano
deberá
replantear la relación con su propia historia y releer al
discurso filosófico
desde sus vínculos con otras discursividades, procurando
alejarse de la
impronta academicista y su pretendida apoliticidad. La filosofía
deberá reconocerse
como parte de una totalidad más amplia. Deberá,
además, consolidar su
especificidad en el vínculo con otras perspectivas antes que en
la afirmación
de una supuesta singularidad que la conduce a pensarse de manera
aislada
respecto de su contexto, recayendo así en una forma de falsa
conciencia. El reconocerse
como parte de un complejo sistema de relaciones
socio-históricas, propias de
una cierta época y de una cierta geografía,
también permitirá superar el pseudoproblema
de la existencia de una filosofía latinoamericana.
La
liberación, así, aparece como un proceso que, sin negar
el legado de la cultura
europea pero asumiéndolo de una manera crítica, busca
dejar atrás las
teorizaciones sobre la libertad para ir en busca de una
comprensión de la
liberación que involucre personas históricamente
determinadas y geográficamente
situadas. En este sentido, la liberación demandará la
generación de un sujeto
empírico, un sujeto que sostenga la denuncia de lo
ideológico como sospecha ante
las totalidades objetivas cerradas, y que sea capaz de conocer y
transformar su
propia realidad. Sólo así la filosofía
logrará asumir un carácter liberador:
surgiendo desde y para América Latina, sin
renunciar a ser ella
misma filosofía, pero asumiendo como una de sus tareas
primordiales la denuncia
de construcciones teóricas totalizantes, objetivantes y
opresoras.
Para
ello, la filosofía ha de encarar esa compleja ampliación
metodológica descripta
en los párrafos anteriores, la cual le permitirá superar
el saber normalizado
propio del “mundo de la filosofía” para generar una
nueva “filosofía del
mundo”, una filosofía viva que sea capaz de tomar a su
cargo la realidad de
América Latina con su pesada historia de marginación y
dolor. En definitiva, la
filosofía deberá hacer frente al desafío de ir
más allá de las posibilidades
que Hegel le asignara: deberá aspirar a ser más que un
pensamiento crepuscular
que expresa sólo formas de vida envejecidas; deberá ser
capaz de ampliar sus
vínculos con la historicidad para incluir, también, la
posibilidad de dar
cuenta de la irrupción de la novedad (Roig, A. A. 1973, 223).
En una
de las últimas entrevistas que diera antes de su temprana
muerte, Foucault expresa
una consideración que resulta fundamental para el recorrido del
presente
artículo. Cuando los entrevistadores le preguntan si cabe
interpretar como
procesos de liberación a aquellos trabajos que los sujetos
pueden realizar
sobre sí, Foucault responde:
Siempre he
sido un poco desconfiado respecto al tema general de la
liberación, en la
medida que, si no se la trata con un cierto número de
precauciones y dentro de
ciertos límites, se arriesga volver a la idea de que existe una
naturaleza o un
fondo humano que se encuentra, luego de cierto número de
procesos históricos,
económicos y sociales, enmascarado, alienado o aprisionado en
mecanismos, y por
mecanismos de represión. En esta hipótesis,
bastaría hacer saltar esos cerrojos
represivos para que el hombre se reconcilie consigo mismo, reencuentre
su
naturaleza o retome el contacto con su origen y restaure una
relación plena y
positiva consigo mismo. Yo creo que es ese un tema que no puede ser
admitido
como tal, sin examen (Foucault, M. 1999, 258).
Para
comprender las implicancias de estas afirmaciones será necesario
recuperar
algunos de los desarrollos en los que, a lo largo de la trayectoria
intelectual
del autor francés, aparece involucrada la cuestión de la
libertad.
La concepción foucaultiana
de la libertad mantiene un carácter inacabado, plástico y
abierto. Pero además
retiene un doble sentido que permite entramar la analítica
histórico-ontológica
de las relaciones de saber-poder con una actitud crítica capaz
de comprometerse
con las posibilidades de transformación del propio tiempo
(Foucault, M. 1999;
Castro Orellana, R. 2008; Sferco, S. y Botticelli, S. 2021).
Estas
complejidades pueden
apreciarse en los cursos que Foucault dicta hacia fines de la
década de 1970, donde
la libertad aparece como una de las condiciones centrales de la
gubernamentalidad moderna. También aparece en los estudios de
los regímenes de
producción de verdad y en los análisis de las
prácticas de libertad que
convocan a un ejercicio del sujeto para consigo mismo y para con otros.
Pero,
aunque quizás de un modo más tangencial, el
interés foucaultiano por la cuestión
de la libertad puede rastrearse hasta sus primeras publicaciones.
Ya en su gran
libro
arqueológico, Las palabras y las cosas (1966), Foucault
describe el
surgimiento de la episteme moderna como una forma particular de
liberación de algunas de las exigencias que en torno a la
representación
mantenía la episteme clásica. Según los
desarrollos propuestos por el autor
francés, la modernidad articula en torno a la figura de
“el hombre” un nuevo arco
de posibilidades epistémicas, éticas y políticas.
Este campo de acción se genera
a partir de un proceso de liberación de los modos del saber: las
palabras
pueden significar desde su mera relación con otras palabras a
partir de que,
con el advenimiento de la modernidad, el lenguaje se libera de la
obligación de
representar la realidad (Foucault, M. 1968, 333).
Pero Foucault
también señala
que esta figura de “el hombre” que vertebra la episteme
moderna habilita formas de apropiación y violencia que se
verifican en el afán de convertir lo Otro en lo Mismo. La
moderna universalización
de la libertad requerirá de la negación de las
diferencias, lo que afianza el
funcionamiento de una paradójica forma de inclusión que
se operativiza
excluyendo. En definitiva, en torno a la figura de “el
hombre” se postula un
conjunto de criterios que permiten el acceso a lo universal en la misma
medida
en la que lo estrechan. Extendiendo hacia la libertad el
carácter unívoco que
otorgaba a la definición de lo humano, el humanismo clausura
aquello que
debería mantenerse siempre en estado de apertura. De allí
que, para Foucault,
analizar la modernidad permita detectar el rastro de “nuestra
libertad tan
sumisa” (Foucault, M. 1968, 209 y 2013,
203).
Esta libertad
que la episteme
moderna genera al desligarse de los condicionamientos de la
representación
también impulsa el surgimiento del ejercicio disciplinario del
poder. En tanto
bien natural de máxima importancia que se pone en juego en la
articulación
entre el individuo y la sociedad, la libertad pasa a tener una
condición
eminentemente jurídica. El orden jurídico-legal
será el nuevo dispositivo que
se constituirá para garantizarla pero también para
limitar su ejercicio. Si la
soberanía coartaba libertades que eran de orden
“natural”, ahora la disciplina
se encargará de otorgarles total reconocimiento convirtiendo a
su sustracción
en el tipo de castigo más generalizado. Por eso Foucault es
taxativo al afirmar
que “las Luces, que han descubierto las
libertades,
inventaron también las disciplinas” (Foucault, M. 2009,
225).
Pero las
indagaciones
foucaultianas destacan asimismo otra función que la libertad
cumple dentro del
despliegue de la impronta moderna y que resulta un factor fundamental
en lo que
respecta al surgimiento del arte de gobierno liberal. Según
Foucault, el
liberalismo difunde un ideal de la humanidad que se articula con un
cierto ordenamiento
social, el cual impide el abuso de la libertad natural y, al mismo
tiempo, permite
la libre y pacífica realización de las potencialidades de
cada individuo y de
la sociedad en su conjunto. Se refuerza de este modo la acepción
según la cual
la libertad aparece asociada al proceso que conduce al hombre a
domesticar sus
naturales tendencias antisociales cultivando una no menos natural
capacidad
racional que se traduce en pautas de comportamiento y en
configuraciones
institucionales. En ese sentido, la gubernamentalidad liberal ya no
buscará
restringir la libertad –como parecía suceder en el modelo
de la soberanía–.
Antes bien, se valdrá de ella, generará nuevos cauces que
la convertirán en
motor del progreso social y del crecimiento humano.
Ya en la
década de 1980, Foucault
despliega una serie de indagaciones en las que la constitución
de la
subjetividad es abordada de manera directa. Esquemáticamente,
puede señalarse
que las reconstrucciones foucaultianas producidas durante esos
años ubican al “conócete
a ti mismo” deifico (gnothi seautou) como primer
estadio de la subjetividad occidental. Pero esta consigna era
complementada por
la convergencia con otro precepto fundamental, el “ocuparse de
uno mismo” (epimeleia
heautou, traducido por los latinos como cura sui). Tomando
a la
etapa clásica como punto de partida de lo que podrían
configurarse como una
historia general de la subjetividad, Foucault perfila un recorrido de
la
cultura occidental que va desde la confesión de los pecados
articulada en los
ámbitos monacales del primer cristianismo hasta el dispositivo
psicoanalítico
del siglo XX, pasando por el «pienso, existo» cartesiano.
Este
recorrido le permite al filósofo francés destacar que la
aparente persistencia
del “conócete a ti mismo” se da sólo a costa
del olvido o abandono de su
precepto complementario, lo que muestra la influencia de tres elementos
claves
en la configuración de las culturas occidentales: la moralidad
cristiana que
otorga rasgos pecaminosos a la impronta del “ocuparse de uno
mismo”; la
hegemonía del sujeto del conocimiento dentro de los desarrollos
filosóficos que
comienzan con Descartes y que se replican hasta Husserl; y el
despliegue de las
ciencias humanas junto con su analítica de la finitud que han
englobado a todas
las preocupaciones respecto del ser humano bajo la forma general de
relaciones
de conocimiento.
Esta
reconstrucción le permite a Foucault mantener reparos y
sospechas ante algunas
de las invocaciones estéticas y políticas que,
proponiendo la recuperación de
cierta “cultura de sí mismo” e invitando a formas de
“redescubrimiento” y de
“liberación”, terminan neutralizando el
carácter eminentemente práctico que la
ética mantenía para los antiguos. En efecto, estas
tendencias vinculadas con
ciertas acepciones de la autoayuda que ya proliferaban antes de la
muerte del
autor francés describen a ese “sí mismo” como
una realidad completa, cerrada y anterior
a cualquier vínculo, cuya transformación sólo
sería posible luego de su
conocimiento.
Entender
la liberación desde el modelo de las relaciones del conocimiento
se sustenta,
según Foucault, en un esquema que combina la hipótesis
Reich con una cierta
lectura de Freud. Para esta perspectiva, casi cualquier problema
ético o
político puede comprenderse e incluso aspirar a solucionarse
desde la lógica de
la liberación. Existiría una expresión verdadera o
legítima de la interioridad
del sujeto, a la cual se oponen estructuras que buscarían
encausar, dirigir o
incluso censurar esa interioridad: habría por una parte deseo y
pulsión, y por
otra represión, interiorización y prohibición.
Derribando, deconstruyendo o
disolviendo a éstas se produciría la liberación de
aquéllas, y así todos los
problemas quedarían solucionados.
Se trata
allí del problema que he encontrado precisamente a
propósito de la sexualidad:
¿tiene un sentido decir “liberemos nuestra
sexualidad”? ¿El problema no es
antes intentar definir las prácticas de libertad por las cuales
se podría
definir que es el placer sexual, las relaciones eróticas,
amorosas, pasionales
con los otros? Este problema ético de la definición de
prácticas de libertad
es, me parece, mucho más importante que la afirmación, un
poco repetitiva, de
que se debe liberar la sexualidad o el deseo. (Foucault, M. 1999, 259)
Ahora
bien, cabe destacar que Foucault no le niega entidad ni importancia a
los procesos
de liberación. Antes bien, la liberación es comprendida
como un paso que en
ciertas ocasiones puede resultar necesario, pero que aun así no
puede
considerarse definitivo ni suficiente:
No quiero
decir que la liberación o tal o cual forma de liberación
no existen: cuando un
pueblo colonizado busca liberarse de su colonizador, es una
práctica de
liberación, en sentido estricto. Pero se sabe bien que, en ese
caso por otra
parte preciso, esta práctica de liberación no basta para
definir las prácticas
de libertad que serán luego necesarias para que ese pueblo, esa
sociedad y esos
individuos puedan definirse formas posibles de ser recibidas y
aceptadas de su
existencia o de la sociedad política. Por esto yo insisto
más sobre las
prácticas de libertad que sobre los procesos de
liberación, que todavía siguen
teniendo su lugar, pero no me parecen poder, por sí solos,
definir todas las
formas prácticas de libertad. (Foucault, M. 1999, 258)
La liberación
será fundamental para que las relaciones de poder mantengan su
carácter móvil,
reversible, tenso y dinámico, por contraposición a lo que
ocurre con los
estados de dominación, donde los lugares ya han sido fijados y
el intento de
cualquier transformación estratégica se encuentra
bloqueado de antemano. Pero
en definitiva, el problema ético se juega concretamente para
Foucault a nivel
de las prácticas de libertad, para las cuales, en todo caso, la
liberación será
sólo una condición de posibilidad.
[1]
La obra
de Arturo Roig incluye fuertes críticas dirigidas hacia los
modos de
universalización propios de la modernidad europea, las cuales
son motorizadas a
partir de una serie de interrogantes que apuntan a desentramar
históricamente
los supuestos antropológicos que sustentaron el despliegue de la
subjetividad
trascendental. En más de un sentido, estas críticas
podrían funcionar de un
modo complementario con las indagaciones arqueo-genealógicas de
Foucault que fueron
referidas en el apartado anterior. Sin embargo, una lectura detallada
ayudará a
precisar los contrastes de base que diferencian una y otra
práctica filosófica.
Acaso
haciéndose
eco de la impronta clásica que otorgaba a la filosofía el
carácter de phármakon,
Roig aboga en favor de una comprensión de la labor
filosófica a partir de la
cual ésta se constituya en la producción de un saber
liberador. En ese
sentido, toda la historia de la filosofía puede comprenderse
como un esfuerzo
por liberar al propio término “filosofía” de
la ambigüedad que lo envuelve
desde su mismo surgimiento. Desde esa caracterización, Roig
destaca la
importancia de superar la instancia de una filosofía que
–en el mejor de los
casos– funcione como una “teoría de la
libertad”, y propone trabajar en favor
de una filosofía que logre ser ella misma un “modo de
liberación”.
Sabemos muy
bien que la filosofía, más de una vez, ha sido pensada
como “teoría de la
libertad”, a tal punto que se ha hecho coincidir la historia de
la libertad con
la historia de la filosofía. Pero, a partir del momento en que
entra en crisis
la filosofía del sujeto en la que la esencia había tenido
prioridad sobre la
existencia, el sujeto sobre el objeto y el concepto sobre la
representación, se
produce necesariamente el abandono de la filosofía como
teoría de la libertad y
surge con fuerza algo radicalmente distinto e inclusive contrapuesto,
la
filosofía como liberación. (Roig, A. A. 2009, 74)
Para
ello será necesario constituir una ampliación
metodológica que sea capaz de
contraponerse a las filosofías propias de la modernidad como las
propugnadas
por Kant o Hegel, quienes no alcanzaron a poner en duda la
transparencia de la
conciencia o del concepto. Será menester tomar prioritariamente
en cuenta los aportes
de los grandes filósofos de la sospecha –Marx, Nietzsche,
Freud– quienes pusieron
en marcha la crisis definitiva del sujeto comprendido como eje
articulador de
saberes y acciones (Roig, A. A. 1973).
Así,
desde la perspectiva roigeana, el desarrollo de una teoría y
crítica del
pensamiento latinoamericano sólo podrá darse
problematizando, como ya fuera
mencionado en apartados anteriores, el a priori
antropológico (Roig, A.
A. 2009, 295; 2011, 235). Con esta noción, Roig busca promover
una reflexión
sobre el sujeto que ofrezca coordenadas diversas respecto de aquellas
que
fijara la tradición moderna. Dicha reflexión
girará en torno a uno de los
requerimientos fundamentales a los que debe atender la filosofía
en tanto
liberación, en particular, en lo que hace a la situación
latinoamericana: “ponernos
para nosotros y valer sencillamente para nosotros” (Roig, A. A.
2009, 16-17).
Este
requerimiento demanda la configuración de un nuevo sujeto
colectivo y plural
capaz de constituirse en la comunicación con otros. Esos actos
deberán fundarse
en una exigencia antropológica básica que se despliega en
tres niveles
complementarios. Por una parte, será necesario el reconocimiento
del otro en
tanto sujeto, es decir, la comprensión de la historicidad de
todo lo humano –lo
cual habilitará una revisión de las problemáticas
que se insertan en el
horizonte del humanismo–. Por otra parte, será necesario
que la afirmación del “nosotros
mismos” en tanto seres valiosos esté acompañada de
una legitimidad que, sin
basarse exclusivamente en la historia, se asuma desde la empiricidad.
Por
último, esta afirmación axiológica que es al mismo
tiempo una exigencia deberá
constituirse como un saber de y para la
liberación, un saber
capaz de motorizar transformaciones que estarán más
allá de la filosofía pero
que, sin embargo, tendrán sus bases teóricas en ella
(Roig, A. A. 1973 y 2009;
Cabanchik, 2019).
Se
perfila así un proyecto filosófico cuyo comienzo
necesitará afirmar que todo
pensamiento, toda praxis y toda lucha que se desarrolle por la
liberación
requerirán de una cierta comprensión de la humanidad que
permita tener a ésta
última como meta, al estilo del reino de los fines kantiano.
Pero –aquí un
punto clave– la estipulación de los contenidos que esa
humanidad debe
comprender no puede seguir quedando exclusivamente en manos de los
colonizadores. En ese sentido, el uso del término
“lucha” no debe pasar
desapercibido: no se trata de renunciar al universalismo; antes bien,
se trata
de ponerlo en disputa.
Al
interior de esa disputa por lo universal cobra especial relevancia la
noción de
“estructura histórica” y el vínculo que la
filosofía debe establecer con ella. En
las luchas por la liberación, la dimensión
histórica juega un rol fundamental,
pero no comprendida como lo ya acaecido, el pasado de gloria o de
sufrimiento
que cualquier sujeto colectivo puede invocar; se trata, antes bien, de
que el
sujeto se afirme en su propia historicidad, es decir, en su
condición de ente
histórico, y que desde allí sea capaz de gestar su propia
valoración. Así,
historizar será un modo de contrarrestar la ilusión de
atemporalidad que sustenta
la hipóstasis cultural de los colonizadores. En este sentido,
hacer historia
pasará por construir un futuro antes que por consolidar un
pasado (Roig, A. A.
2009, 99).
Es
sabido que, siguiendo una de las derivas que se desprenden del
pensamiento
hegeliano, la filosofía puede colaborar con el establecimiento
de una totalidad
objetiva cerrada que justifique y cristalice el estado actual de las
estructuras sociales. Pero resaltando otros elementos del mismo
pensamiento
hegeliano, la filosofía también puede componer una
totalidad objetiva abierta
que no oculte lo histórico y que asuma las posibilidades de la
novedad y de la
transformación. Basta recordar que, para Hegel, “libertad
de pensamiento” y “libertad
política” son correlativas. Al resultar del pasaje entre
la representación y el
concepto, ambos tipos de libertad suponen la negación de lo
particular, lo
sensible y lo existencial, habilitando su incorporación a una
dimensión
universal en donde se pone en juego las posibilidades de la
totalización. El resultado del compromiso
con este ejercicio de la filosofía, es decir, con el intento de
generar totalizaciones
abiertas, será la forma fundamental que deberá adoptar la
liberación (Roig, A.
A. 2011; Arpini, A. M. 2020).
Ahora
bien, debe precisarse qué se comprende aquí por
“liberación”. Para el
pensamiento de Roig, la liberación se trata de la
realización conjunta de los
grupos sociales que sufren la dependencia, razón por la cual se
postula como
integración de los pueblos del subcontinente. En este
último sentido, la
liberación roigeana involucra indefectiblemente una
dimensión identitaria. Pero
la identidad no aparece como algo a recuperar o a redescubrir, no es
una
condición originaria desde la cual el proceso de
liberación debe llevarse a
cabo. La identidad queda, en cambio, puesta en relación con el
resultado de una
lucha por el reconocimiento que no podrá soslayar la
transformación de las
estructuras sociales, las cuales son injustas ya no solamente por la
negación
de la otredad que ellas suponen, sino además y principalmente,
por organizarse
sobre la base de la relación dominador-dominado:
No tiene el
mismo valor un nacionalismo que predique primero la liberación
nacional y deje
para después la liberación social, única
vía por la cual las naciones pueden
acceder a un legítimo plano de humanización. (Roig, A. A.
2009, 138-139)
En este
punto de la exposición valdrá hacer un alto para echar
mano de un pasaje muy
significativo que fuera escrito por uno de los autores latinoamericanos
a los
que Roig dedica páginas profundas e incisivas. Se trata de un
fragmento de la
obra de teatro Abdala, de José Martí, la cual
hace referencia al proceso
de independencia cubano y funciona como un texto clave en lo que
respecta a los
orígenes del latinoamericanismo. Cuando Abdala, el protagonista,
decide partir hacia
exilio, lo hace con gran pesar pero señalando que se está
sacrificando por su
patria. Espirta, su madre, lo interpela cuestionándole las
causas de su amor
por esa patria, a la cual define no sin cierto desdén como
“rincón de tierra”.
Abdala responde a esa interpelación con el siguiente parlamento:
El
amor, madre, a la patria
No
es el amor ridículo a la tierra,
Ni
a la yerba que pisan nuestras plantas;
Es
el odio invencible a quien la oprime,
Es
el rencor eterno a quien la ataca;
Y
tal amor despierta en nuestro pecho
El
mundo de recuerdos que nos llama
A
la vida otra vez, cuando la sangre,
Herida
brota con angustia el alma;
¡La
imagen del amor que nos consuela
Y
las memorias plácidas que guarda!
Martí
identifica la patria con el amor. Pero ese amor no deja de aparecer, en
buena
medida, como la contracara de “el odio invencible a quien la
oprime”. En más de
un sentido, Roig invita a ir más allá de ese odio sin
olvidarlo, a superarlo
dialécticamente: en pos de la liberación, debemos ser
capaces de usar nuestra
historia ya no como una secuencia de eventos que configuran nuestra
condición
desgarrada y que alimentan nuestro afán de venganza; esto
resulta nocivo e
inconducente toda vez que se constata que en definitiva no hay a
quién odiar ni
tampoco hay de quién vengarse. En palabras del filósofo
nicaragüense Alejandro Serrano
Caldera:
Somos
nosotros mismos y al mismo tiempo el uno y el otro. Debemos hacernos
cargo en
forma lúcida de esa doble condición y fundar nuestra
historia, ser y futuro, en
la zona más transparente de la conciencia. La filosofía
de Arturo Andrés Roig,
como pocas, nos ofrece, por su juicio extremadamente lúcido, por
su sentido
dialéctico, histórico y social, una oportunidad singular
para luchar por
nuestra identidad sin renunciar a la universalidad que por pleno
derecho nos
corresponde. (Serrano Caldera, A. 2020, 152)
El
pensamiento de Arturo Roig contiene una caracterización de la
filosofía que es
al mismo tiempo una suerte de llamado. Para actuar al modo de la
liberación, la
filosofía no debe dejar de ser ella misma; antes bien, en tanto
ejercicio de la
crítica, debe tomar a su cargo la denuncia de las totalidades
objetivas
opresoras que fueron gestadas por la impronta colonizadora y que
sostienen y
reproducen las relaciones sociales entre dominadores y dominados. En
vistas de
este objetivo, la filosofía de la liberación
deberá desarrollar una compleja
tarea teórico-metodológica que le permita ir más
allá del saber de cátedra propio
de la historia de las ideas para gestar una nueva forma de
reflexión capaz de pensar
efectivamente la realidad sufriente y marginada de América
Latina. El saber
filosófico de la liberación para Roig, entonces, toma
como punto de partida la
afirmación del ser humano concreto en su diferenciación
inalienable y en su
valor intrínseco que se abre a nuevas posibilidades
históricas.
La
filosofía de Arturo Roig funciona como una respuesta a la
desconfianza que
Michel Foucault expresara en torno a los procesos de liberación.
Los predicados
recuperados en las páginas anteriores nada comparten con
criterios naturalistas
o esencialistas. La liberación cuya urgente necesidad Roig
establece no se
corresponde con el esquema que preocupara a Foucault, a saber, la
suposición de
una instancia originaria, auténtica y genuina que debe darse a
conocer para
luego poder transponer las barreras y los tabiques que la condicionan,
coartan
u oprimen, en definitiva, que no la dejan ser lo que en realidad es. La
liberación por la que Roig aboga no tiene que ver con el
desbloqueo de algo que
ya existe ni con la superación de taras o represiones, no puede
describirse
como la acción de empujar hacia la luz algo que había
sido relegado a la
penumbra, o con hacer emerger algo que se había mantenido bajo
la superficie. Antes
bien, tiene que ver con la afirmación de una tarea colectiva que
aspira a
generar algo nuevo. Esa novedad, desde ya, no será tal en un
sentido absoluto
ni incondicionado, sino que surgirá a partir de la
recuperación crítica de los elementos
que hacen a su historicidad.
Será
menester, en futuras indagaciones, puntualizar otras diferencias entre
estos
autores. En ese sentido, resultará relevante revisar la
concepción de las
relaciones de poder y el modo en el que, a la hora de considerar
tópicos como
el de la libertad, reverberan las influencias de Kant en el caso de
Foucault, y
de Hegel en el caso de Roig. Será importante, además,
explorar hasta qué punto
los aportes de uno y otro sobre este tópico pueden resultar
complementarios. Es
de esperar que, a partir de la extensión de la apuesta por la
vigencia de ambos
pensamientos, se constituyan aportes que enriquezcan las reflexiones
sobre la
libertad que nuestra actualidad nos exige.
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[1]
Modelizada desde la filosofía kantiana, la
noción foucaultiana de
“prácticas de libertad” se imbrica en el ejercicio
de subjetivación que se
presenta al análisis como una triple articulación: 1) la
que está sujeta a la
institucionalidad de las prácticas y de la que viene a hacer un
diagnóstico
crítico; 2) la que puede sostener una articulación de
apertura respecto de sí
misma y también respecto de los otros, a fin de labrar un ethos; y 3) la que actúa y tracciona
políticamente en la forma del
franqueamiento posible (Castro Orellana, 2008; Sferco y Botticelli,
2021).