Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 25 (Especial) / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2022 /
.
How Do you Think
about the Historical Events of our America? Notes on the Proposal of a
Critical
Theory of the History of Philosophical Ideas in the Work of Arturo
Andrés Roig
Dante Ramaglia
Consejo Nacional de
Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET);Universidad
Nacional de Cuyo, Argentina.
Recibido:
13/05/2022
Aceptado:
19/10/2022
Resumen. El presente
trabajo reconstruye las
proposiciones del filósofo argentino Arturo Roig acerca de la
historia de las
ideas y su articulación con el pensamiento latinoamericano,
comprendidas como
temáticas que constituyen instancias fundamentales de su obra
escrita. En
particular, se muestran los presupuestos filosóficos de esta
vinculación entre
ambas disciplinas, se examinan los alcances que poseen sus planteos
acerca de
la filosofía de la historia y sus propuestas de
renovación metodológica en
relación con la historia de las ideas.
Palabras clave. Arturo
A. Roig; Historia de las ideas; Filosofía
latinoamericana.
Abstract. The present work reconstructs the propositions of the
Argentine
philosopher Arturo Roig about the history of ideas and their
articulation with
Latin American thought, understood as themes that constitute
fundamental
instances of his written work. In particular, the philosophical
presuppositions
of this link between both disciplines are shown, the scopes of their
proposals
about the philosophy of history and their proposals for methodological
renewal
in relation to the history of ideas are examined.
Keywords. Arturo A. Roig; History of ideas; Latin American philosophy.
La obra escrita
de Arturo Roig constituye un
amplio y fecundo conjunto de perspectivas teóricas y
metodológicas que
principalmente se refiere a dos ejes complementarios: la historia de
las ideas y
la filosofía latinoamericana. Dicha convergencia supone una
articulación y un
enriquecimiento de cada uno de estos campos disciplinares a partir del
otro; es
decir, el abordaje propuesto acerca de la filosofía implica la
idea de un enraizamiento
en la historicidad humana y los procesos históricos se
comprenden en su sentido
desde la reflexión filosófica.
Un primer
aspecto a tratar en las proposiciones de
Roig se concentra en el modo en que se concibe la relación entre
filosofía e
historia de las ideas, sobre lo cual se expresa en diferentes escritos
que
atraviesan su producción a lo largo del tiempo. De esta
vinculación se
desprende un modo singular de entender la historia de América
Latina,
considerada en especial desde la incidencia que posee el ámbito
cultural e intelectual
que se identifica con las ideas filosóficas en particular, al
mismo tiempo que atiende
a la inserción que tienen estas en el contexto social e
histórico en general. En
este sentido, no se intenta dar cuenta de las múltiples facetas
que muestra Roig
en sus diferentes textos dedicados a historiar determinadas
manifestaciones del
pensamiento latinoamericano, sino precisamente los supuestos
filosóficos que
sustentan un modo de entender el quehacer historiográfico.
En segundo
lugar, otro asunto que requiere una
aclaración de la perspectiva ofrecida por este autor se
relaciona con la
filosofía de la historia, a la que a veces se ha aludido en
algunos estudios
para caracterizar su obra, sobre los cuales se propone un examen
crítico de las
interpretaciones realizadas. De hecho, en numerosos trabajos Roig
evalúa los
alcances que posee este tipo de saber filosófico vinculado a lo
histórico,
señalando sus limitaciones y posibilidades teóricas.
Además de reconstruir la
significación que reviste la filosofía de la historia
desde sus orígenes modernos
hasta sus expresiones contemporáneas, y especialmente su
utilización dentro del
pensamiento latinoamericano, afirma la necesidad de desplazar este
enfoque por
una teoría crítica de la historia, sobre la cual ofrece
indicaciones acerca de
lo que implica este cambio epistemológico.
Dentro del
tercer apartado se repasa la serie de
proposiciones metodológicas que Roig elabora en relación
con la historia de las
ideas. Constituye esta cuestión una significativa impronta que
marca su
trayectoria intelectual, y la renovación asumida por esta
disciplina, en la que
se pueden reconocer distintos momentos y aportes en su reflexión
acerca de la
metodología que es considerada desde un punto de vista
historiográfico. La ampliación
metodológica que postula no deja de vincularse con toda una
tradición relativa
a la historia de las ideas en nuestra América, tarea en que
confluyen varios
pensadores relevantes, para dar lugar a un reconocimiento efectivo de
las expresiones
singulares que se produjeron en los procesos históricos
referidos en particular
a las ideas filosóficas. En este marco, es posible destacar
algunos aportes
significativos realizados por el autor tratado.
Como se ha
afirmado en la introducción de este
trabajo, la vinculación entre filosofía latinoamericana e
historia de las ideas
resulta un motivo fundamental de las propuestas teóricas de
Arturo Roig. Ello
supone varias facetas desde donde se propone la relación entre
estos enfoques
necesariamente complementarios, una de las cuales hace referencia a la
misma
cualidad de América Latina como ente histórico. Tal como
él mismo lo dice:
Diremos
como primera cuestión que un filosofar que pretenda ser
latinoamericano, por
razón de su mismo objeto resulta ser inescindible de un
historiar. Hacer la
filosofía de un ente histórico sería, en este
caso, inconcebible sin una
propuesta historiográfica de tal ente. Y así resulta que
no podemos menos que
ser tanto filósofos como historiadores y, una vez más,
nos encontraremos frente
a la cuestión de las “relaciones transdiscursivas”.
(Roig, A. 2001, 59)
Dejando por
ahora de lado la alusión a la
discursividad como una vía de aproximación al tema de la
vinculación entre
ambas disciplinas -que se retomará más adelante-, cabe
aclarar que la propuesta
de una modalidad de ontología histórica y social no se
concibe de forma
abstracta para encarar su estudio, como sucede en los ontologismos que
recaen
en un modo de hipostasiación, sino que implica atender a la
problemática de la
historicidad de los sujetos concretos involucrados en los procesos a
indagar,
por lo que se aproxima más a una antropología. Tal como
lo precisa este mismo
autor, se define a la filosofía latinoamericana a través
del hecho fundamental de
que se ocupa de los modos de objetivación de un determinado
sujeto, que se
afirma como latinoamericano. Lo anterior no significa que esta
filosofía se
resuelva en una filosofía de la cultura; en su lugar, se refiere
a que el
pensamiento latinoamericano al tratar sobre los modos de
objetivación está relacionado
directamente con lo histórico y con un proyecto político,
ya que se juega un
ser y deber ser que son sociales.
La relevancia de
la perspectiva filosófica para la
historia de las ideas, desde un enfoque que confirma su
complementariedad, se
presenta claramente en uno de los libros fundamentales de Roig: Teoría y crítica del pensamiento
latinoamericano
[1]
. A
lo largo de los
capítulos que componen este importante escrito, donde plantea
una serie de
pautas para abordar el pensamiento filosófico latinoamericano,
se observa la
recurrencia a un análisis que remite a consideraciones derivadas
de la historia
de las ideas. En consecuencia, uno de los ejes conceptuales principales
que
recorre sus postulados filosóficos se refiere al concepto de
“a priori antropológico”,
reformulado a
partir de la filosofía de Hegel como ejercicio de
autoafirmación y
reconocimiento de un sujeto latinoamericano, el cual resulta
extensamente ejemplificado
a través de la alusión a acontecimientos y pensadores
procedentes de nuestro
pasado cultural.
En este
posicionamiento teórico constituye un
aspecto central la idea del ser humano como sujeto histórico,
que corresponde a
una característica que se traslada, por cierto, al mismo
conocimiento
filosófico elaborado por ese sujeto:
[…] el a
priori antropológico aparece sólo
desde Hegel y a pesar de Hegel mismo, puesto claramente en la
problemática de
la posibilidad de un saber filosófico, entendido en su
naturaleza de saber
histórico y enraizado en una sujetividad
cuya categoría básica es la temporalidad en cuanto
historicidad. (Roig, A.
2009, 14)
A partir de esta
afirmación puede comprenderse que
en sus presupuestos filosóficos se aproxime Roig al historicismo
contemporáneo,
no obstante que en más de una ocasión remarque sus
diferencias con el
historicismo que se había elaborado mediante la noción de
“circunstancia”
acuñada por José Ortega y Gasset y que continúa
difundiendo José Gaos en sus
estudios sobre historia de las ideas dedicadas al ámbito
hispanoamericano.
Carlos Pérez Zavala
[2]
caracteriza específicamente a la posición de Roig como
ligada a un
“historicismo empírico”, en parte por la empiricidad
con que identifica este
último autor al sujeto, a diferencia de lo que significan las
concepciones del
sujeto trascendental kantiano o el sujeto absoluto hegeliano.
Sobre esta
apelación a lo empírico afirma Roig lo
siguiente:
Debemos
aclarar qué empiricidad es de la que hablamos. El hecho de que
todo hombre se
defina por la historicidad implica la existencia de una conciencia
histórica,
dicho de otro modo, de una determinada experiencia de sí mismo
que sólo es
posible si se da primariamente una potencia o capacidad de experiencia.
La
historicidad, es por lo dicho, una empeiría
y el hombre, en cuanto sujeto histórico, un sujeto empeirós,
con lo cual no se quiere decir que haya elaborado y
acumulado esta o aquella experiencia, sino que es capaz de hacerlo.
(Roig A.
2009, 81)
Por otra parte,
resulta significativo el
tratamiento que otorga Roig a lo que denomina como el desconocimiento
de la
historicidad de América. Su análisis sobre esta
temática repasa las
implicaciones de la constitución de una “historia
mundial” durante la
modernidad y, en particular, lo que califica como una
“filosofía de la historia
imperial” que posee un desarrollo destacado en los planteos de
Hegel y se sigue
reproduciendo en versiones contemporáneas. La idea de que hay
pueblos
“no-históricos”, ya que no han ingresado plenamente
en la historia universal,
según se desprende del dictum
hegeliano sobre América como “país del
porvenir”, recibe una exhaustiva
decodificación por parte de Roig acerca del tipo de futuridad
que supone, en
cuanto su realización depende del impulso del espíritu
proyectado desde Europa.
Si América se describe así en Hegel como
“país de utopía”-siguiendo una forma
de comprenderla desde una larga tradición de la intelectualidad
moderna-,
resulta que lo es en la medida que es soñada por otros y no se
le alcanza a
reconocer una capacidad propia para incorporarse a la historia mundial
que
hegemonizan las naciones coloniales europeas. En este sentido, concluye
Roig
con una categórica afirmación:
Y
precisamente, el desconocimiento que se da junto con el encubrimiento
sistemático llevado a cabo por los ideólogos
colonialistas de la Europa
“descubridora”, y sobre todo conquistadora,
constituyó uno de los hechos más
importantes de la “historia mundial”, que no aparece
expreso en la filosofía de
la historia hegeliana y en otras similares a ella. Para reconocer tal
encubrimiento habría que haber partido de un reconocimiento de
historicidad de
una humanidad que pasó a ser dominada. Y aquí sí
que no hubo relación de utopía
entre Europa y América. (Roig, A. 2009, 142)
Si, para Roig,
la utopía significa una función
discursiva que produce una apertura al futuro proyectado, se muestra en
las
posiciones sostenidas por Hegel cómo se niega esta posibilidad
y, en cambio, se
produce una clausura de la historia. Al discurso colonialista sobre
América se
le contrapone la filosofía de la historia que se desprende de
los escritos del
libertador Simón Bolívar -especialmente su “Carta
de Jamaica” de 1815-, cuya
visión de un destino común de integración de las
nuevas repúblicas que se
habían formado en el territorio americano representa una gran
utopía que se
propone con un sentido histórico cargado de un futuro otro.
La
problemática que se juega en torno a la
historicidad de América continúa siendo interpretada por
Roig en textos que se
pronuncian sobre esta debatida cuestión en el siglo XX. A
diferencia de los
discursos opresores que justifican el colonialismo europeo, que tienen
su
contraparte en discursos liberadores esgrimidos desde América
Latina que
irrumpen en el siglo XIX, las proposiciones que son posteriormente
analizadas
se sitúan a mediados del siglo pasado, en particular de 1950 a
1960, dentro de
lo que denomina como las “ontologías
contemporáneas” que van a ser enunciadas
por pensadores y ensayistas latinoamericanos (cfr. Roig, A. 2009,
149-182).
Sin entrar a
detallar aquí los exhaustivos
recorridos que sugiere Roig acerca de una serie de textos
representativos de
esta alusión a la perspectiva ontológica relativa a
América, puede decirse que
distingue claramente dos líneas de interpretación acerca
de la historicidad:
una que reduce su tratamiento de la misma a una especie de falla
ontológica por
la que nuestra realidad se muestra como deficitaria, a la que
identifica con
una “ontología del ser”; y otra que tiene una
concepción constructiva de la
historia que atiende a la cuestión de la alteridad que
está implicada en la
emergencia social, a la que define como una “ontología de
los entes”.
La primera tiene
como supuesto común “la atribución
de una historicidad defectiva, reducida a una futuridad o en una
negación de la
misma historicidad, teniendo todas como punto de partida, casi sin
excepción,
ciertas pretendidas experiencias originarias de la temporalidad y una
afirmación del ser de América como
‘vacío’” (Roig, A. 2009, 150-151). En esta
orientación ontológica ubica Roig a los planteos que
realizan autores como
Félix Schwartzmann, Ernesto Mayz Vallenilla, Héctor A.
Murena, Edmundo O’Gorman
y Alberto Caturelli.
Entre quienes
sostienen la segunda vía de
respuesta al problema ontológico, “que puede ser
caracterizada por una especie
de defensa del ente y que supone una comprensión positiva de la
cotidianidad,
rechazada como el lugar de lo inauténtico por quienes pretenden
ser los
portavoces del ser” (Roig, A. 2009, 170), se ocupa de las
proposiciones de
Miguel Ángel Virasoro, Nimio de Anquín y Carlos Astrada.
Desde estas posturas,
surgidas en el ámbito ambiguo y contradictorio de la
filosofía universitaria,
sostiene Roig que se deriva la filosofía de la liberación
de los años setenta,
que va a otorgar todo su peso a la cuestión de la emergencia
social que se
presenta entonces bajo la categoría de alteridad
que venía a poner en cuestión el sistema dominante y las
totalidades opresivas.
Hasta ahora se
ha repasado la articulación entre
filosofía latinoamericana e historia de las ideas a partir de
los presupuestos
teóricos que la fundamentan, siendo uno de ellos el de la
historicidad como
problema central. Igualmente se encuentran numerosas referencias a esta
complementariedad de enfoques disciplinares, que claramente
también se presenta
en la mayoría de los textos de Arturo Roig. En un trabajo
posterior, que se
titula “La historia de las ideas y la filosofía
latinoamericana”, incluido como
capítulo en uno de sus libros (Roig, A. 2008, 163-192), trata
específicamente
este tema.
Comienza este
escrito remarcando la especificidad
nacional -en nuestro caso latinoamericana- que tiene la historia de las
ideas.
De allí que indique con respecto a las notas
características de este tipo de
estudios entre nosotros a la atención que se ha prestado al
pensamiento
filosófico, en particular a lo que se constituye como
filosofía latinoamericana,
a la problemática de la identidad cultural y nacional, sin que
esto sea un tema
excluyente de otros enfoques pero que se encuentra atravesado por la
cuestión
de la dependencia, y a la preferencia por una lectura explicativa y
crítica,
que supone que se trata de una consideración social de las ideas
(Roig, A.
2008, 165-166). El primer aspecto señalado, se justifica en el
hecho de que la
historia de las ideas ha sido mayormente cultivada en sus inicios por
autores
que provenían del campo de la filosofía, pero a su vez
señala que la misma
comprensión de la filosofía latinoamericana implica un
estudio desde una
perspectiva historiográfica.
En
relación con los modos de aproximación
conceptual a la filosofía latinoamericana reconoce Roig
distintas variantes: el
historicismo, en su versión del romanticismo decimonónico
o del
circunstancialismo contemporáneo, el neokantismo, las diferentes
formas de
filosofía de la praxis, incluidos el marxismo y la teoría
crítica, la
fenomenología, la hermenéutica, la filosofía
analítica, entre otras. La fuerte
vinculación entre teoría y praxis se observa como un
denominador común, en
algunos casos incorporada como suposición de la misma
posición teórica o en
otros casos produciendo una politización de esas tendencias
filosóficas, como
es el caso de la fenomenología, la hermenéutica y la
filosofía analítica. Esta
toma de posición frente a la realidad social y política
de nuestra América se
revela como uno de los rasgos distintivos de la filosofía
latinoamericana, en
palabras de Roig:
De este
modo, la Filosofía latinoamericana se presenta como una
herramienta de lucha en
la que lo teorético no se queda en el mero plano de un
“juego de lenguaje”,
sino que es organizado en función de un programa de
afirmación de determinados
grupos humanos. Y cuando esa Filosofía se aboca a su propia
historiografía,
mediante la Historia de las ideas, ésta se plantea de modo
expreso la necesidad
de reconstruir en el nivel discursivo las expresiones de un pasado
agónico con
sus afirmaciones y fracasos. (Roig, A. 2008, 171)
Otra
característica que señala Roig en esta
convergencia entre filosofía latinoamericana e historia de las
ideas se
relaciona con la función crítica que es asumida por
ambas. En este sentido,
afirma que las formas de criticidad tienen su origen en las formas de
decodificación que se presentan de modo espontáneo en la
vida cotidiana. Esto significa
que no solo son patrimonio exclusivo de los intelectuales, sino que la
crítica
es ejercida por los mismos sujetos en cuanto miembros de una sociedad,
independientemente que luego esta sea retomada en otro nivel
teórico. De ello
se desprende la idea acerca de que la crítica se realiza en
función de los
diferentes modos de objetivación, que se juegan en un plano
ideológico, además
de presentarse con variaciones a lo largo de los distintos
períodos históricos.
Con lo expuesto
hasta ahora cabe destacar la forma
en que un punto de vista filosófico se halla estrechamente
ligado al quehacer
historiográfico, al igual que se presenta esta relación a
la inversa, según el
planteo que realiza Arturo Roig y que es compartido por otros
pensadores
contemporáneos que se ubican en una posición similar
[3]
. Igualmente,
no se puede dejar
de considerar que son dos disciplinas autónomas que tienen sus
propias pautas teóricas
y metodológicas, pero que se han desarrollado con un evidente
enriquecimiento
mutuo en el campo de los estudios latinoamericanos dedicados a las
mismas.
Interesa
detenerse en las consideraciones que realiza Arturo Roig con respecto a
la
filosofía de la historia, ya que se ha expresado en varias
ocasiones sobre los
alcances de la validez de este enfoque para la filosofía
latinoamericana, al
mismo tiempo que se han ofrecido diferentes interpretaciones sobre el
tema, ubicando
a su misma posición teórica dentro de este campo de
estudios.
Con
relación a este último punto, entre las consideraciones
que ha recibido la perspectiva aportada por la filosofía de la
historia en el
pensamiento latinoamericano, requiere una revisión las
observaciones críticas realizadas
por Santiago Castro Gómez
[4]
. En su
interpretación de esta temática, que lo lleva a asimilar
los planteos de Roig a
los de Leopoldo Zea, se refiere a la posibilidad de superación
de la filosofía
de la historia por sus deficiencias teóricas a partir de afirmar
la pertinencia
de un método genealógico. En lo siguiente se van a
retomar las argumentaciones
que sigue el autor mencionado, señalando los aspectos que
constituyen una
lectura desacertada y errónea de las tesis que enuncia Roig
acerca de la
filosofía de la historia.
Castro
Gómez indica como origen común de las proposiciones sobre
la filosofía de la
historia de Zea y Roig a los postulados filosóficos procedentes
de José Ortega
y Gasset -en particular sus nociones de “circunstancias” y
“generaciones”-, que
se continúan en las definiciones historiográficas que
adopta José Gaos para
referirse al pensamiento hispanoamericano y que, a través de
este último, se afirma
que inciden en los planteos de los autores aludidos. Con respecto a la
recepción de las ideas de Ortega, debe decirse que Roig se ha
mostrado lo suficientemente
reticente a aceptar sus presupuestos en varios escritos suyos.
Asimismo, afirma
que la posición de Gaos resulta superadora de la mentalidad
europeísta de
Ortega, cuando el primero plantea el tema del imperialismo de las
categorías
historiográficas. No obstante, observa también Roig que
existe un quiebre
profundo con respecto a la perspectiva que ofrecía el
circunstancialismo a
partir de la problemática que se relaciona con la dependencia y
la alienación,
que se originan en las tesis de Augusto Salazar Bondy en su
polémico ensayo ¿Existe una filosofía
de nuestra América?
(1968) y se amplifican en la década de los setenta con la
filosofía de la
liberación. En tal sentido, afirma:
El
“historicismo”, en particular el
“circunstancialista” de tipo orteguiano, con
sus formulaciones gaosianas -no ajeno en ningún momento a la
ideología liberal-
sufrió su primer embate serio, a costa, sin embargo, de una
propuesta distinta
que no barriera con aportes positivos que habían quedado hechos
en favor de una
mayor comprensión de la historicidad. Otro tanto hemos de decir
respecto de la
sociología del saber de tipo scheleriano y mannheimiano, que fue
desplazada
sobre la base de una noción de ideología que abría
las puertas para una nueva
comprensión de la conciencia, como “conciencia
mistificada” o “falsa conciencia”.
(Roig, A. 1991, 64-65)
De esta cita se
desprenden varios puntos de vista
que también sirven para diferenciar las propuestas de Roig y
Zea. Resulta evidente
que la influencia que tuvo Ortega, y con mayor razón Gaos por su
magisterio en
México, fue decisiva en la formación intelectual de
Leopoldo Zea, más allá de
que este último recorrió un camino independiente en la
evolución de su
pensamiento latinoamericanista. Si el circunstancialismo y la
sociología del
saber están presentes en las primeras obras del filósofo
mexicano, habría que agregar
la incidencia del historicismo que se vincula con la orientación
dialéctica de
Hegel y Marx, que resulta asumida en su libro: Filosofía
de la historia americana (1978). Igualmente en el caso de
Roig su historicismo se asocia a las formulaciones hegelianas y
marxistas, aun
cuando su lectura de la dialéctica en Hegel se encuentra mediada
por la
consideración crítica de lo que significa la ruptura de
las totalidades objetivas
a partir de la negatividad que representan las alteridades
[5]
. En el
planteo de Zea se
pondera, en cambio, la necesidad del momento de superación o Aufhebung, al constatar que en nuestra
historia se presentaba una dialéctica defectiva que no integraba
plenamente al
pasado. Esta interpretación la aplica a las distintas etapas de
la trayectoria
intelectual y política que abarca desde el período de la
independencia hasta
comienzos del siglo XX, cuando propone una periodización que
examina los
momentos relativos a un primer “proyecto libertario”,
seguido de un “proyecto
civilizador” y que concluye en el “proyecto
asuntivo”, en que se superan
mediante una visión social integradora a las instancias
proyectivas anteriores
que suponían un rechazo del pasado.
Por otra parte,
Castro Gómez señala que el
pensamiento de Roig acerca de una filosofía latinoamericana de
la historia
encuentra su apoyo no en Hegel sino en Kant, aun cuando se reconoce que
este
último no postula este tipo de saber filosófico. De las
referencias kantianas
extrae el concepto de un “ideal orientador a
priori” que guía los procesos históricos hacia
una realización plena de las
potencialidades racionales, lo cual conlleva un proceso de
humanización. A
partir de este marco conceptual aplica al pensamiento de Roig una
intención
similar con su noción de a priori antropológico,
aclarando la idea diferente de un sujeto empírico en este autor
y la
vinculación con la dialéctica del amo y el esclavo en
Hegel que da lugar a una
“lucha por el reconocimiento a nivel de la praxis social” (Castro Gómez, S. 1996, 110). Si bien el recurso a la
filosofía kantiana está presente en la
introducción
de Teoría y crítica del pensamiento
latinoamericano de Roig, que es el principal texto comentado,
resulta
evidente que es más decisiva la incidencia de Hegel a lo largo
de todo este
libro, autor que es leído desde una posición propia y
crítica
[6]
. Cabe
acotar, además, que el a priori antropológico
enunciado por Roig no es de tipo formal o lógico trascendental,
sino que el
mismo se pone en juego mediante un acto de autovaloración del
sujeto, es decir,
tiene más peso, y es previo, el nivel axiológico que el
gnoseológico.
Por otra parte,
conviene precisar otras notas
distintivas que encuentra Castro Gómez en lo que identifica como
la reflexión
filosófica sobre la historia que se encuentra presente en Roig.
En particular,
en ella sostiene que se distinguen tres momentos de
autoafirmación de ese
sujeto colectivo latinoamericano representado en la enunciación
de un
“nosotros”, que coinciden temporalmente con la misma
periodización de Zea. No
se percibe bien la idea de Roig acerca de que ese acto de
autovaloración
implica “comienzos y recomienzos” que se dan de modo plural
en la historia de
América Latina, ya que no hay un origen absoluto del filosofar
al modo
hegeliano. Esta afirmación se vincula con la tesis acerca de una
serie
discontinua que connota a los procesos históricos, atravesados
por rupturas que
están atravesadas por las demandas de reconocimiento y dignidad
de determinados
grupos sociales. Vale la anterior aclaración para despejar la
sospecha de
continuidad de toda filosofía de la historia, independientemente
de que pueda
reconstruirse un sentido que orienta a las distintas instancias
históricas.
Igualmente, no se desprende de la lectura de Roig la apelación a
una idea
reguladora -como se sugiere de tipo kantiano- que orientaría a
los
acontecimientos
[7]
, sino la
posibilidad de un cambio social con respecto a las totalidades
opresivas a
partir de rehabilitar positivamente el valor teórico y
práctico de la utopía
[8]
. Mediante
distintos proyectos políticos que se suceden, o contraponen, en
nuestros
procesos históricos se ha producido una aspiración a la
emancipación.
Ahora bien, si
se trata de mostrar cómo aparece la
cuestión de la filosofía de la historia en la
producción escrita de Arturo
Roig, hay que reconocer que tiene sus variantes tal como se manifiesta
en las
distintas reflexiones realizadas sobre este tema. En Teoría
y crítica del pensamiento latinoamericano ofrece algunas
precisiones acerca del modo en que comprende el papel que juega este
tipo de
saber
[9]
. En
principio, hay que señalar que la perspectiva es eminentemente
crítica respecto
a la significación de los discursos sobre la filosofía de
la historia que se
comienzan a establecer durante el período de la etapa moderna.
Particularmente
se destacan los alcances ideológicos de una concepción
acerca de la “historia
universal” o “historia mundial” que se elabora en la
filosofía romántica de
principios del siglo XIX, en especial representada por la
filosofía de la
historia de Hegel, que justifica las relaciones coloniales de
dominación y se
erige como saber imperial. Igualmente se tienen en cuenta otras
postulaciones
de la filosofía de la historia, como las de Condorcet o Herder,
con fuertes
repercusiones en el momento independentista e inmediatamente posterior
a este,
que dan lugar a versiones que sustentan justamente la posibilidad de
alcanzar
la autonomía para las naciones hispanoamericanas.
En
relación con el tipo de dialéctica que se pone
en práctica en la filosofía de la historia constituida en
la modernidad, y en
particular alusión a las Lecciones sobre
filosofía de la historia universal de Hegel, que relega
como pueblos
no-históricos a gran parte de la humanidad, como es el caso de
África, América
y las Islas del Pacífico, va a analizar Roig los presupuestos
que contiene.
Precisamente la no incorporación de ciertos grupos humanos se
produce en base a
una selección de los datos que son dialectizables, quedando
fuera lo que no
corresponde a esta categoría, que resulta nihilizado o
disminuido en su peso
histórico. La dialéctica se mueve así en un
círculo vicioso, donde se integran
en una totalidad los datos que han sido seleccionados previamente, a
los cuales
se les atribuye valor histórico y se “olvida” que
han sido definidos a priori, por lo que se produce una
“ilusión de objetividad” (Roig, A. 2009, 187-188).
Lo mismo, aclara Roig, que
el momento selectivo se da necesariamente en el quehacer
historiográfico, pero
deberían establecerse ciertas condiciones para garantizar la
propia posición
desde donde su parte y, sobre todo, estar atentos a la
justificación ideológica
que se juega en cada caso.
¿Cuáles son
los data constantemente eliminados
mediante esta selección predialéctica? Podríamos
decir que lo rechazado,
ocultado o ignorado por las filosofías de la historia
está constituido por lo
nihilizado en la realidad social misma: ellos son los grupos sociales
sometidos
a procesos de dominación y explotación; por donde una de
las vías más seguras
para aproximarse a una selección que no traicione el
espíritu integrador de
toda dialéctica, y que supere tanto el ocultamiento como lo que
es ocultado, es
la de interpretar los procesos a partir de las formas históricas
de la
dominación. (Roig, A. 2009, 189)
La
intención principalmente crítica de Roig se
revela igualmente en su sugestiva propuesta de decodificación de
la filosofía
de la historia abordada desde el punto de vista de la teoría de
la
comunicación, por lo que su sentido es leído como
mensaje. De este modo, va a
retomar el esquema de la comunicación propuesto por Roman
Jakobson, pero lo
somete a una revisión que lleva a reformular algunos aspectos
sustantivos. Uno
de ellos se refiere al hecho de la circularidad que implica el acto de
la
comunicación, que requiere modificar la idea de un sujeto emisor
y otro
receptor, entendidos de modo unidireccional, sino entiende Roig que la
relación
se da entre un “sujeto emisor-receptor” y un “sujeto
receptor-emisor” que
comparten un mismo código. La circularidad del mensaje se la
reconoce operando
claramente en la historiografía y la filosofía de la
historia, a partir de lo
señalado acerca de una selección predialéctica que
evidencia la estructura
axiológica de esos discursos. Precisamente lo axiológico
se muestra en lo que
denomina “contenido antropológico” del referente, es
decir, que no solo se da
una relación cognoscitiva con respecto a la realidad objetiva o
referencial. En
consecuencia, hay sujetos aludidos o eludidos en el mensaje que se
presenta
como dado a nivel histórico, en que se evidencia la
inclusión y exclusión de
determinados sectores sociales o grupos humanos.
Otra
distinción que introduce Roig se relaciona
con la postulación de otras funciones -a diferencia de la
definición de estas
en el modelo de Jakobson-, identificadas como “función de
apoyo”, que remite a
un sujeto absoluto que sustenta el mensaje, y la “función
de deshistorización”,
la cual se traduce en las distintas formas de alusión o
elusión que se han
comentado antes. Estas funciones son ejemplificadas en tres discursos
característicos de la modernidad europea: el Discurso
del método de Descartes, que se apoya como sujeto absoluto
en Dios; el Discurso sobre el origen de
la desigualdad entre los hombres de Rousseau, que remite a la
Naturaleza
como sujeto en que se basa su enfoque, y el Discurso
sobre el espíritu positivo de Comte, que se plantea sobre el
recurso a la
Humanidad para sustentarse. Sin entrar en detalles acerca de la
original
interpretación que se ensaya sobre estas formas discursivas, hay
que indicar que
en ellos se juega una comprensión de la historia mundial que
tiene como punto
de partida la selección de los datos a dialectizar desde un
momento
nihilizador, lo cual lleva a una deshistorización de
determinados sujetos (Roig,
A. 2009, 192-194).
Entre las
alternativas que encuentra Roig ante
esta imposición de las filosofías de la historia que
detenta el poder colonial
de Europa a partir de la modernidad, que también supone formas
de no
reconocimiento de los propios sujetos europeos que son rechazados y
explotados
con la conformación de la burguesía y el capitalismo,
rescata el peso que tiene
una dialéctica de lo real frente a la dialéctica
discursiva, lo cual implica
que determinados procesos históricos se presentan como quiebres
de la
circularidad de los mensajes establecidos y de los universales
ideológicos que
justifican situaciones de opresión y marginación.
Al repasar la
historia latinoamericana del siglo
XIX expresa Roig que no existen formulaciones independientes acerca de
la
filosofía de la historia, sino que están incorporadas
algunas concepciones en
los discursos filosófico-políticos. En estos
últimos el esquema a partir del
cual se organizan está atravesado mayormente por la
oposición
“civilización/barbarie”, en que el primero de los
términos consiste en el
absoluto sobre el cual se apoya el mensaje y el segundo término
se refiere a
una forma de deshistorización por ser indicativa de sujetos a
quienes se los
considera sin voz. A un tipo de discurso que declara a América
como “vacío
histórico” y, a la vez, niega la humanidad y la
historicidad de determinados
sujetos, se le oponen diferentes enunciaciones que se presentan, por
ejemplo,
en la filosofía de la historia que contiene el proyecto de
Bolívar, las
interpretaciones del movimiento romántico relacionadas con el
socialismo
utópico, por ejemplo en los planteos de Simón
Rodríguez, la posición
anticolonialista que sostiene Francisco Bilbao y la comprensión
diferente de lo
social que expresa José Martí en su célebre
manifiesto Nuestra América. En este
último texto se pone en cuestión la
dicotomía entre civilización y barbarie, al igual que se
concede un potencial
disruptivo en el acontecer histórico a quienes se los identifica
como oprimidos,
con los que se debía hacer causa común para revertir la
situación de dominio
sobre ciertos sectores sociales que persiste desde la etapa colonial
[10]
.
En consecuencia,
es posible afirmar que en el
planteo de Roig no se desestima totalmente el papel que cumple la
filosofía de
la historia, con su recurso a la narratividad, sino que lo que se
reclama es un
desmontaje crítico de los supuestos que se presentan en la
construcción de ese
tipo de discursos. De esta manera, se diferencian claramente dos
vías distintas:
una que denuncia el papel de justificación ideológica que
representa una
“filosofía de la historia imperial” y otra que
destaca el papel liberador que
tiene una “filosofía de la historia emergente”.
Estas últimas manifestaciones,
relativas a la emergencia social, afirma que resulta necesario
rescatarlas
desde lo que se delimita como una teoría crítica de la
historia.
En particular,
va a afirmar de modo expreso la
necesidad de superar las formulaciones de una filosofía de la
historia para
América Latina en escritos posteriores
[11]
,
seguramente por la misma
ambigüedad que se reconoce en este saber historiográfico.
Cuando aclara la
vinculación de su noción de “a priori
antropológico” con lo histórico, indica que la
afirmación del sujeto no
significa haber alcanzado un nivel de autenticidad, a lo que es posible
agregar
que la enunciación de un “nosotros” implica
cuestionarse por los modos de
inclusión y exclusión que supone. El problema consiste en
que esa afirmación de
la sujetividad puede representar un intento de salvarse de la
contingencia a
través de una visión diacrónica que convierte a la
historia en una tautología y
en un relato normativo. A partir de esta reflexión dice Roig:
Con lo
dicho estamos en el origen de la filosofía de la historia,
así como ante lo que
podemos considerar su secreto. En efecto, si estos relatos se han
caracterizado
por una dialectización de los hechos históricos,
también lo han sido por una
selección de los mismos acompañada de un descarte de todo
lo declarado como
no-histórico. A este fenómeno lo denominamos, hace unos
años, selección
predialéctica y en función de él declaramos la
conveniencia de abandonar la
construcción de filosofías de la historia y dedicarnos a
lo que llamamos una
“teoría crítica de la historia”. (Roig, A.
2011, 246)
En todo caso, el
señalamiento de las dificultades
que se encuentran en las filosofías de la historia requiere una
serie de
precauciones metodológicas cuando se las aborda desde la
historia de las ideas.
Asimismo, es posible rescatar también la función
liberadora que han cumplido
algunas de ellas en la historia del pensamiento latinoamericano. En
esto ha
consistido la propuesta de Roig sobre esta temática, que se
encuentra lejos de
formular dentro de su planteo una filosofía de la historia, ya
que se han
mostrado los recaudos críticos que manifiesta en más de
una oportunidad.
Sin perder de
vista la relación complementaria que
se ha indicado anteriormente entre la filosofía latinoamericana
y la historia
de las ideas, se trata de indagar en este apartado cuáles son
los aportes
principales que realiza Roig con relación a esta última
disciplina. En
particular, en la trayectoria seguida en su obra, que comienza con una
historia
cultural dedicada a su provincia natal de Mendoza, seguida de una
extensión a
determinados autores y corrientes a nivel nacional y latinoamericano,
se
reconoce una serie de reflexiones de tipo metodológico que se
vierten en esos
mismos trabajos o en otros específicos donde encara esta
cuestión.
Asimismo, puede
constatarse una revisión
historiográfica que Roig dedica a la misma historia de las
ideas, desde sus
antecedentes en el siglo XIX hasta sus expresiones contemporáneas
[12]
.
Independientemente de su pormenorizado repaso y análisis de los
distintos
momentos y formulaciones que caracterizan a esta disciplina, conviene
reparar
en el modo en que se indica un cambio metodológico en el cual
este mismo autor
está involucrado. Precisamente la obra de Roig se inscribe en un
vasto programa
continental que se consolida entre las décadas de 1940 y 1970,
que se
caracteriza por la dedicación a la historia de las ideas en el
ámbito
latinoamericano. Leopoldo Zea constituye un promotor de esta
iniciativa, a la
que se suman numerosos especialistas, generalmente procedentes del
campo de la
filosofía, que contribuyen a realizar estudios pioneros de
historia de las
ideas relativos a distintos países de América Latina y el
Caribe
[13]
. Si bien
existen variantes en cada caso acerca del modo en que se encara el
estudio de
las ideas, se van estableciendo una serie de acuerdos a partir de
distintas
reuniones internacionales. Uno de las notas que distingue la
orientación asumida
tiene que ver con la consideración de las ideas en su
función social, con lo
que se pone en cuestión la perspectiva de tomar al pensamiento
como sustante en
sí mismo que prevalece tradicionalmente en la historia de la
filosofía.
Los escritos
sobre historia de las ideas de Roig
responden a esta misma tendencia historiográfica, aun cuando hay
que destacar
que presentan diferentes inflexiones vinculadas a lo que él
mismo define como
la necesidad de llevar adelante una “ampliación
metodológica”. Tal como lo ha
analizado minuciosamente Carlos Paladines, se encuentran distintas
etapas de
esta renovación metodológica que se van indicando
según las derivaciones que
sigue su obra
[14]
, acerca
de lo cual afirma acertadamente el valor que posee lo
metodológico en Roig:
Por
supuesto, la condición para acercarse a la concepción
sobre lo metodológico de
Roig es superar la visión que se tiene, por regla general, de lo
metodológico
como recetario de pasos aislados, repetibles y reutilizables. En la
perspectiva
de nuestro autor, lo metodológico no se reduce a meros
contenidos objetivables
y sueltos, de carácter instrumental o preliminar; encierra
también una
dimensión central o filosófica, dada su
vinculación con el lenguaje.
(Paladines, C. 2020, 224-225)
Antes de hacer
referencia a la problemática del
lenguaje, que resulta central en el planteo metodológico de
Roig, es posible
reconocer un momento previo de la ampliación metodológica
realizada, que él
mismo describe en un artículo suyo que traza el recorrido que
había seguido en
sus trabajos historiográficos
[15]
. Esta
primera formulación de la revisión que propone acerca de
la historia de las
ideas, se concentraba en cuatro aspectos. En primer lugar, se trata de
superar
las historias nacionales como objeto de estudio y extender la
consideración a
panoramas regionales y continentales. En segundo lugar, introducir
“un cambio
en la noción de sujeto histórico del pensamiento
filosófico, reducido a un
determinado grupo social, el de los intelectuales”, lo cual
resulta
significativo para entender algunas de sus interpretaciones
históricas. En
tercer lugar, se intenta “enriquecer el análisis de las
ideas mediante la
comprensión de las estructuras dentro de las cuales se
dan”, que supone establecer
el sistema de conexiones que se dan en un determinado momento. En
cuarto lugar,
se refiere a “la exigencia de la ampliación de los
recursos documentales”, que
requiere atender al modo en que se presenta lo ideológico en
diferentes tipos
de discursos (cfr. Roig, A. 1991, 41).
Este
último punto, tiene una importancia central
en la forma de abordar la historia de las ideas por Roig, que sostiene
la
necesidad de tomar en cuenta la “teoría crítica de
las ideologías”, tal como lo
sostiene en otro de sus escritos sobre este tema:
La
problemática toda de la conformación y funcionamiento de
la conciencia social
-que de eso se trata- es cuestión que no podría ser
eludida a no ser que nos
queramos quedar en la superficie de las palabras de los
innúmeros discursos
que, con pasión erudita, vayamos acumulando. Una historia de las
ideas es, por
lo que venimos diciendo, también y necesariamente una
“historia de las
ideologías”, o a lo mejor eso básicamente, como lo
propone Arturo Claps. (Roig,
A. 1991, 103)
Esta primera
propuesta acerca del tratamiento de
la historia de las ideas que sostiene Roig se refleja en las
“recomendaciones
metodológicas” que se presentan en la Reunión de
Expertos sobre la Historia de las Ideas en América Latina,
realizada en México
durante 1974, en cuya elaboración tiene este pensador una
participación
destacada
[16]
. En estas pautas que se proponen se advierte una
comprensión más
amplia del significado que tiene el estudio del pensamiento
filosófico
latinoamericano, que da cabida a otras expresiones aparte de las
categorías y
conceptos, al igual que resulta incorporada la cuestión de la
ideología y su
manifestación en las formas de conciencia social, que se
presenta en distintos
sectores sociales que evidencian distintos grados de conflictividad.
La
posibilidad de un replanteo del problema de lo ideológico, como
otro modo que
caracteriza a la filosofía además del saber
crítico, está dada para Roig por la
puesta en crisis de las filosofías del sujeto y el concepto, tal
como se las
identifica con las posiciones de Kant y Hegel, a partir de la ruptura
provocada
por las filosofías de la denuncia que se presentan en Nietzsche,
Marx y Freud
[17]
. Otro
aspecto destacado es la ubicación del discurso filosófico
con relación a la
estructura de la sociedad en la que está inserto, dentro de la
cual se produce
una reformulación de las demandas sociales, lo cual muestra
también su
vinculación con el discurso político. Desde esta
perspectiva de análisis se
desprenden consideraciones acerca de la orientación que debe
seguir la historia
de las ideas filosóficas en el contexto latinoamericano:
Habrá
que rehacer toda la historia del pensamiento
latinoamericano, despojándola, en particular en cuanto historia
del pensamiento
filosófico, de su academicismo pretendidamente apolítico;
habrá que estudiar
las filosofías correlativamente con las ideologías que
les han sido
contemporáneas, con una viva conciencia de la totalidad
estructural de los
sistemas de conexiones de las épocas históricas;
habrá que proponer nuevos
métodos de lectura del “discurso filosófico”
en su relación con otros
discursos, en particular el “discurso político”;
habrá que abandonar, de una
vez por todas, el seudo-problema de si es posible o no una
filosofía
latinoamericana. (Roig, A. 1974, 59.
Cursivas en el
original).
Otro eje
fundamental de la renovación metodológica
que postula de modo pionero Roig para la historia de las ideas, y que
se hace
presente igualmente en sus definiciones acerca de la filosofía
latinoamericana,
se relaciona con el “giro lingüístico”.
Indudablemente la temática del
lenguaje, asumida como nueva metodología en especial por las
ciencias humanas y
sociales, representa un cambio fundamental que se produce a partir del
siglo
XX. La recepción de esta temática por el pensador
argentino tiene una impronta
singular, que lo diferencian de la autosuficiencia explicativa que
caracteriza a
la lingüística en corrientes como el estructuralismo. Tal
como él mismo
declara:
Aun cuando
el modo de decirlo pueda resultar extraño, la presencia del
“giro lingüístico”
entre nosotros no deriva del interés por la langue,
sino por la parole. Es únicamente en
el nivel de las hablas en donde es posible captar un hecho, soslayado
por los
estructuralistas, a saber, que todo lenguaje lo es acabadamente cuando
se nos
presenta en “posición de comunicación”. Una
lingüística pragmática nos obliga a
colocarnos en el horizonte del “universo discursivo”, una
de las
manifestaciones insoslayables, para nosotros, del fenómeno
general de la
objetivación. Recostarnos sobre los indiscutibles aportes del
“giro
lingüístico” únicamente se justifica si desde
allí constantemente damos el
salto hacia lo translingüístico. (Roig, A. 2001, 65-66)
La
atención al lenguaje en posición de
comunicación, es decir en su dimensión pragmática,
que recupera el valor que
posee el habla, resulta remarcada en la interpretación que
realiza Horacio
Cerutti Guldberg. Según lo afirma este último autor, la
orientación hacia la
problemática del lenguaje se presenta ya en Roig a comienzos de
los setenta
cuando procura una renovación metodológica para la
historia de las ideas y la
filosofía latinoamericana (Cerutti Gulberg, H. 2009, 106 y ss.).
Por cierto que
el giro lingüístico tal como se reconfigura en la obra
roigiana se encuentra
elaborado de modo original mediante una serie de conceptos propios,
entre ellos
los de “universo discursivo”, “densidad
discursiva”, “discurso contrario”,
“categorías sociales”, “funciones” del
discurso, como se ha indicado
anteriormente respecto a las de “apoyo” o
“deshistorización”, a lo que habría
que agregar el estudio de la utopía desde este punto de vista,
siendo
profundizado su planteo metodológico en décadas siguientes
[18]
. Para la
delimitación de las
herramientas metodológicas propuestas para el tratamiento de lo
historiográfico
y lo filosófico son fundamentales los aportes que retoma Roig
del análisis del
discurso, la teoría del texto, la comunicación, la
semiótica, la pragmática y
otros campos de las ciencias del lenguaje.
Asimismo,
conviene remarcar que la problemática
del lenguaje no desplaza a la consideración de lo
ideológico, sino que
contribuye a desentrañar este último fenómeno en
sus aspectos formales que se
presentan en la superficie de los textos y no solo se reduce a un
análisis de contenidos
que se contrastan con lo real. Esto es posible por la función de
mediación que
cumple toda forma de lenguaje respecto a las relaciones intersubjetivas
y a la
realidad misma, a la que no se accede de modo inmediato como lo supone
una
crítica de las ideologías que parte de la
“teoría del reflejo”. De este modo se
pone de relieve la función mediadora que posee el lenguaje y su
naturaleza
ideológica, comprendidas en relación a las diversas
formas en que se manifiesta
discursivamente la dinámica conflictiva de una sociedad dada.
Las ideas pasan a
ser así consideradas como signos lingüísticos que
condensan una carga semántica
que remite en forma mediada a la realidad extradiscursiva. Al mismo
tiempo se
propone un desplazamiento hacia el sujeto que detenta el discurso y el
momento
de producción del mismo, con lo cual se le otorga todo su peso a
la
contextualidad social como instancia que condiciona cualquier modo de
producción simbólica
[19]
.
Precisamente
el abordaje crítico propuesto por Roig tiende a remarcar la
ineludible relación
que existe entre el discurso y el sujeto que lo enuncia en el marco de
un
sistema de códigos y en su referencia al contexto
histórico y social. En este
sentido, se trata de leer un texto en su inserción dentro de lo
que caracteriza
como “universo discursivo” de una época y sociedad
determinadas, esto es,
leerlo en el entramado de la totalidad de los discursos efectuados o en
aquellos que no han alcanzado una manifestación textual. Dentro
de esa
totalidad las oposiciones establecidas entre distintos discursos
revelan en su
estructura axiológica las formas de alusión o
elusión referidas a los sujetos y
conflictos sociales existentes. De allí que como criterio
metodológico se
desprende la posibilidad de atender a expresiones filosóficas y
de otro tipo
que no responden exclusivamente a los parámetros del saber
académico, sino que
son considerados en función de su presencia
histórico-social o, según otra
noción acuñada por él, su “densidad
discursiva”.
En
consecuencia, se abre el campo de estudios de la historia de las ideas
a una
diversidad de formas expresivas, como lo son el ensayo, el diarismo,
los
relatos populares, el discurso político, etc. Desde este punto
de vista es
cuestionada una metodología tradicional que había
privilegiado las ideas de los
intelectuales concebidos como creadores individuales, en quienes se
intentaba
reconocer, mediante un rastreo de las influencias recibidas desde una
filosofía
considerada universal, el mayor o menor grado de originalidad alcanzado
por el
pensamiento latinoamericano. En cambio, propone como punto de partida
para la
historiografía de las ideas la consideración de los
enunciados lingüísticos a
través de los cuales se trata de captar la realidad
histórica y social a la que
estos se refieren.
A partir de
estas proposiciones en torno a una
renovación metodológica, que se han sintetizado sin
realizar un desarrollo
extensivo de las mismas, se produce una inflexión que puede
caracterizarse como
relativa a una “historia crítica de las ideas”. La
criticidad se presenta
expresamente en la proyección hacia lo social que reviste una
historia del
pensamiento latinoamericano comprendida desde estas pautas
metodológicas, las
cuales claramente exceden lo meramente procedimental para dar cuenta de
la
trama contextual en la cual se insertan las ideas. Las herramientas que
proceden de las ciencias del lenguaje, junto con la teoría de
las ideologías,
son asumidas desde esta perspectiva crítica que plantea Roig. A
su posición
puede aplicarse una definición que él postula para el
pensamiento filosófico
latinoamericano que guarda relación con “un escribir y un
pensar desde la
emergencia” (Roig, A. 2008, 141 y ss.). Esa emergencia se vincula
con las formas
de praxis de determinados sujetos sociales, esto es, su
filosofía tiene
básicamente un sentido antropológico y responde la
cuestión del humanismo a
partir de la reivindicación de quienes han sido invisibilizados
o no
reconocidos desde un discurso historiográfico hegemónico.
En la obra
escrita de Arturo Roig se ha intentado
mostrar la correlación que existe entre la filosofía
latinoamericana y la
historia de las ideas. Tal correlación se evidencia en los
supuestos teóricos y
metodológicos que va definiendo en distintas etapas y
temáticas que marcan su
producción intelectual.
La
alusión a la historicidad del ser humano
constituye uno de esos presupuestos fundamentales, a partir del cual se
sustenta la comprensión del pensamiento latinoamericano y la
necesidad de que
este reciba un tratamiento historiográfico. Esta
categoría representa, además,
una mirada crítica acerca de las representaciones que se han
elaborado acerca
de la historia de América Latina, en particular la que
está contenida en las
afirmaciones de Hegel sobre la ausencia de historicidad de nuestros
pueblos,
reproducida en muchas posiciones establecidas desde el discurso
colonialista
europeo. Otra línea de interpretación se vincula con las
llamadas “ontologías
contemporáneas”, de las cuales se diferencian a las
versiones que recaen sobre
la idea de América como “vacío
histórico” con respecto a las posiciones en que el
problema de la historicidad resulta planteado en términos de la
irrupción que
detentan determinados sectores sociales en nuestra historia. Una
intención
similar a esta posición se presenta en distintas corrientes que
comprende en su
interior el desarrollo de la filosofía latinoamericana
contemporánea, tales
como el historicismo, las filosofías de la praxis, la
fenomenología, la
hermenéutica, la filosofía analítica, entre otras.
La relación de esta
filosofía con la historia de las ideas se basa, además,
en la función crítica
que caracteriza a ambas disciplinas.
Otra
derivación que se ha analizado en las reflexiones
de Roig se relaciona con la filosofía de la historia. En este
sentido, se trata
de aclarar los alcances efectivos y la validez epistemológica
asignada a esta
orientación en sus distintos planteamientos que van variando en
el tiempo. En
un primer momento es posible reconocer que no desestima la legitimidad
de una
filosofía de la historia para ser examinada críticamente
desde el campo
historiográfico. De esta evaluación se desprenden
claramente dos tendencias
diferentes: una referida a una “filosofía de la historia
imperial”, que tiene
su enunciación fundamental en la modernidad europea, y otra
relativa a una
“filosofía de la historia emergente”, propuesta con
un sentido emancipatorio
que se realiza en función de la proyección requerida para
la historia del
pensamiento latinoamericano. Igualmente, ante las dificultades
teóricas que
encuentra Roig en los fundamentos que sustentan a la filosofía
de la historia,
propone que debía procurar desarrollarse en su lugar una
“teoría crítica de la
historia”.
La última
cuestión tratada se refiere a las valiosas
propuestas de renovación metodológica elaboradas por Roig
en diferentes
momentos de sus reflexiones sobre este problema central para la
historia de las
ideas y la filosofía latinoamericana. Lo que él mismo
califica como “ampliación
metodológica” constituye una serie de aportes que va
realizando en textos
específicos o en sus mismos trabajos históricos. Se
destaca en particular la
articulación que postula entre la crítica de las
ideologías y el aporte que proviene
del giro lingüístico. De esa conjunción se desprende
una vía fecunda para
repensar el acontecer histórico de nuestra América.
En definitiva,
el recorrido que se ha realizado en
relación con las proposiciones filosóficas e
historiográficas de este reconocido
autor, contienen una serie de reflexiones que caracterizan a su
posición como
un saber de denuncia y compromiso, del cual se deriva una
revaloración de
nuestro pasado cultural.
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[1]
Este texto fue
publicado originalmente a través del Fondo de Cultura
Económica, en México,
1981. Seguimos la siguiente reedición corregida y aumentada:
Roig A. 2009.
[2]
En su libro
dedicado a la obra de Roig, Pérez Zavala realiza una
reconstrucción del
significado filosófico del historicismo y justifica por
qué utiliza el término
de “historicismo empírico” para referirse al
pensamiento de este autor (Pérez
Zavala, C. 2005, 37-47).
[3]
Un análisis de
esta implicación mutua de la filosofía latinoamericana y
la historia de las
ideas la he tratado en: Ramaglia, D. 2009.
[4]
Se hace
referencia al libro de Castro Gómez, Crítica
de la razón latinoamericana, especialmente al
capítulo 4: “América Latina,
más allá de la filosofía de la historia”,
publicado originalmente en 1996 y que
ha sido reeditado en 2011, lo cual supone la confirmación de las
tesis
sostenidas en el mismo.
[5]
En este aspecto resulta equívoca la siguiente
afirmación: “Al igual
que en Zea, Gaos y Ortega, el leitmotiv
de la filosofía de Roig es la idea de la ‘salvación
de las circunstancias’
mediante la ‘toma de conciencia’ que un sujeto hace de su
propia historia”
(Castro Gómez, S. 1996, 111). No solo en Roig se critica el
programa orteguiano
de “salvar las circunstancias”, sino que se distancia
igualmente de una
filosofía de la conciencia cuando apela a la revisión
efectuada desde la
“filosofía de la sospecha”, representada
originariamente por Marx, Nietzsche y
Freud.
[6]
Esta asociación de las posiciones de Roig
respecto a la filosofía
kantiana recae sin duda en algunas exageraciones infundadas, como
cuando se
dice: “Al igual que Kant, y en consonancia con los ideales de la
modernidad,
Roig parece estar convencido de que el problema político es el
problema crucial
de la especie humana, ya que de su resolución dependen la
felicidad y la ‘paz
perpetua’. La aproximación lenta pero segura hacia una
‘liga de naciones’
kantiana -en donde la unidad latinoamericana sería tan
sólo un momento previo y
necesario-, adquiere las características de un imperativo
moral” (Castro Gómez,
S. 1996, 120).
Una aproximación
más ajustada a la
relación de las ideas de Kant con las sostenidas por Arturo
Roig, y de modo
comparativo con Franz Hinkelammert, se desarrolla en: Acosta, Y. 2006.
[7]
De este modo queda expresada la intención que se
atribuye a la
filosofía de Roig: “(…) aunque la
enunciación del ‘nosotros’ se dio, en los
tres casos mencionados, desde diferentes horizontes de
comprensión, había en
ellos un elemento común: la postulación de América
Latina como idea regulativa. La unidad
política y moral de América Latina, aparece en todos
ellos
como un ‘deber ser’, como el interés conductor en
función del cual transcurre
nuestra historia” (Castro Gómez, S. 1996, 113).
[8]
El tema del lugar de lo utópico en la
filosofía latinoamericana, y
en especial a partir de las propuestas formuladas por Arturo Roig, se
encuentra
desarrollado en: Ramaglia, D. 2018.
[9]
Especialmente se hace referencia al capítulo IX:
“La construcción
de la filosofía de la historia en la modernidad europea”,
incluido en Roig, A.
2009, 183-199. Una redacción anterior de este escrito, en forma
más acotada, se
encuentra en: Roig, A. 1979.
[10]
Se ha complementado la mención de autores
latinoamericanos con las
referencias que aparecen en distintos escritos de Roig, entre ellos se
encuentra: “Filosofía de la historia y filosofía
iberoamericana”, en: Roig, A.
2001, 115-131
[11]
Esto se trata especialmente en el texto: “La
filosofía de nuestra
América y el problema del sujeto del filosofar”, incluido
en: Roig, A. 2011,
235-246.
[12]
Esta reconstrucción historiográfica se
presenta de modo detallado
en varios escritos incluidos en la primera parte de un texto citado,
denominada
“La historia de las ideas”, véase: Roig, A. 1991,
11-104.
[13]
Una interpretación más exhaustiva de este
movimiento historicista
dentro de un panorama de la filosofía latinoamericana
contemporánea la he
realizado en el artículo ya mencionado: Ramaglia, 2009.
[14]
Véase: Paladines, C. 2020. En este texto se
distinguen tres etapas
del pensamiento de Roig caracterizado desde lo metodológico, la
primera de 1947
a 1973, una segunda de 1973 a 1982 y otra tercera de 1982 a 2012. Se
sigue en
parte esta periodización, aunque se hace énfasis en su
significado para la
historia de las ideas que modifica en parte este esquema, en el sentido
de que
no se hace mención a la etapa inicial.
[15]
El texto es publicado originalmente en 1977, de
allí que sea representativo
de un primer momento del giro lingüístico que se profundiza
posteriormente, y
se denomina: “De la historia de las ideas a la filosofía
de la liberación”,
reproducido en: Roig, A. 1991, 23-46.
[16]
Las recomendaciones
metodológicas
discutidas en esa oportunidad son las siguientes:
“a)
Partir de
una concepción de la idea entendida como un elemento
significativo que integra
una estructura más amplia, con todas las connotaciones de este
último término
(económicas, políticas, etc.), dando cabida,
además, a las ideas en sus
diversas manifestaciones: filosofemas, vivencias, ideologías,
concepciones del
mundo, etc.;
b)
Aplicar un
tratamiento dialéctico a la historia de las ideas, subrayando
principalmente
dos aspectos: la conveniencia de encararla desde nuestro presente, y la
necesidad de señalar a la vez los condicionamientos sociales y
el poder
transformador de la idea;
c)
No abordar
la historia de las ideas como historia académica,
abriéndose a la incorporación
de las ideologías y en particular las de los grandes movimientos
de liberación
e integración latinoamericana, frente a las ideologías de
la dominación;
d)
Encarar la
historia de las ideas no a partir de campos epistemológicos
(filosofía,
política, etc.), sino de problemas concretos latinoamericano y
las respuestas
dadas a cada uno de ellos desde aquellos campos;
e)
Tratar todo
desarrollo de la historia de las ideas latinoamericanas a parir del
supuesto de
la unidad del proceso histórico de Latinoamérica;
f)
Ir más allá
de una historia de las ideas de tipo nacional y avanzar hacia uno
más amplio de
regiones continentales, sin olvidar el supuesto señalado antes;
g)
Señalar en
lo posible la función de las influencias en relación con
los procesos históricos
propios;
h)
Dar
preferencia a la historia de las ideas entendida como historia de la
conciencia
social latinoamericana” (Roig, A. 1991, 61).
[17]
La vinculación de la filosofía con lo
ideológico se encuentra
desarrollada en otro artículo publicado en esa época:
“El pensamiento
latinoamericano y su tratamiento filosófico”,
véase: Roig, A. 1974.
[18]
La temprana recepción del giro
lingüístico aplicado a la historia
de las ideas en las propuestas de Arturo Roig desmiente la novedad y
exclusividad que se asignan algunos representantes de la historia
intelectual como
posición superadora, tal como lo expresa en particular el
historiador argentino
Elías Palti y de lo cual se han hecho eco otros autores
contemporáneos de esa misma
tendencia.
[19]
Se resumen algunas de las propuestas
metodológicas realizadas por
Arturo Roig en varios de sus trabajos sobre esta temática.
Especialmente véase:
Roig, A. 1987; 1991; 2008.