Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 25 (Especial) / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2022 /
.
Missive
function: The message of the philosophy of History
Andrés Carlos Gabriel Perez
Javaloyes
Instituto de Ciencias
Humanas, Sociales
y Ambientales (INCIHUSA),
Consejo
Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina.
Recibido:
25/05/2022
Aceptado:
19/09/2022
Resumen. En el marco de la ampliación
metodológica propuesta por el pensador mendocino Arturo Roig,
exponemos la
importancia de las condiciones de posibilidad del diálogo
filosófico. Surge la
necesidad de ampliar el discurso filosófico hacia una
teoría de la comunicación
que valore los diferentes elementos de la comunicación y sus
funciones. Para
ello utiliza el esquema de comunicación propuesto por Roman
Jakobson, al que se
le agrega la función de apoyo y la función de
deshistorización. Estas
herramientas metodológicas son utilizadas para el
análisis del mensaje opresor
de la filosofía de la historia europea imperialista. El pensador
argentino
examina tres tácticas a desocultar: la totalización, la
nihilización y el
olvido de estas operaciones.
Palabras
clave. Función misiva;
Filosofía de la historia; Teoría de la
comunicación; Ampliación metodológica,
Arturo Roig.
Abstract. Within the framework of the methodological expansion
proposed by the
Mendoza thinker Arturo Roig, we expose the importance of the conditions
of
possibility of philosophical dialogue. The need arises to broaden the
philosophical discourse towards a theory of communication that values
the
different elements of communication and their functions. To do this, it
uses
the communication scheme proposed by Roman Jakobson, to which the
support
function and the dehistoricization function are added. These
methodological
tools are used for the analysis of the oppressive message of the
imperialist
philosophy of European history. The Argentine thinker examines three
tactics to
unhide: the totalization, the nihilization and the forgetting of these
operations.
Keywords. Missive function; Philosophy of history; Communication
theory;
Methodological enlargement, Arturo Roig.
¿Qué es
un mensaje? ¿Cuál es el alcance de un mensaje?
¿Cómo sabemos la dimensión de
“un” mensaje? ¿Para qué enviar un mensaje? El
mensaje, en su sentido más
amplio, es el objeto de la comunicación. Está definido
como la información o
enunciado verbal que el emisor envía al receptor a través
de un canal de
comunicación o medio de comunicación determinado (por
ejemplo: el habla, la
escritura, el comportamiento).
Si
aceptamos de entrada, este esquema simplísimo, con sus
principales
características: la objetividad, inmediatez, a-historicidad,
imparcialidad,
univocidad y universalidad del mensaje, como así también
la bondad de las
intenciones del emisor, su necesaria claridad expresiva, la pasividad
del
receptor y la individualidad del sujeto –al estilo de los
filósofos canónicos
de la clásica historia de la filosofía–, entonces
la comunicación no es un problema,
y pasan inadvertidas las proyecciones autorreferenciales del emisor,
las
significaciones parciales, los vicios de influenciar e intervenir, la
voluntad
de opresión, el ocultamiento de las limitaciones propias, el
posicionamiento
político del emisor, etc. Aun cuando se trate de evitarlos cabe
la posibilidad
muy cercana de caer en todo tipo de planteos objetivistas, ingenuos,
unívocos,
unidireccionales, a-políticos, sincrónicos, abstractos,
simplistas y solipsistas.
Entendemos
que para Arturo Andrés Roig (2022-2012) la necesidad de valerse
de una teoría
de la comunicación –y más específicamente de
la teoría de la comunicación de
Román Jakobson– tiene que ver con la
reconfiguración de dos nudos neurálgicos
de su concepción del discurso filosófico: el
diálogo y el mensaje de
liberación.
El
primer nudo, es la apelación al diálogo como
posición dignificante. La primera
mención después del giro crítico está en el
texto “Los métodos pedagógicos y su
inserción en la vida” (1971):
para que se
produzca ese reencuentro del hombre consigo mismo como agente de la
historia,
para que el tiempo sea para él “tiempo
histórico” y no un tiempo
“unidimensional”, será necesario entrar en
“relación dialógica” con él. Cuando
se dice que la naturaleza del hombre es “dialógica”
se quiere decir que es
capaz de una “comunicación” con la cual y gracias a
la cual el hombre construye su mundo. El medio con el
cual lo
“dialógico” se concreta es el
“diálogo” y el saber que surge, como también
la
acción consustancial con ese saber, es el saber y la
acción de la “dialéctica”.
“Dialogicidad” es por otro lado sinónimo de
“historicidad”. El diálogo tiene
lugar en un tiempo, supone un tiempo necesariamente y además su
temporalidad es
“pluridimensional”. (Roig, A. 1998, 48)
A partir de esto, es notable
que no hay diálogo solitario. El diálogo es el modo como
los hombres se
comunican en cuanto que uno se abre al otro como realidad profundamente
real y
equívoca. Contrario, a la visión de la
comunicación como univocidad, Arturo
Roig considera que la equivocidad o ambigüedad se da cuando un
determinado
sujeto histórico quiere poner o imponer un sentido
histórico. Cuando dicho
sujeto se sobreafirma en sus excesos, se torna opresivo, invasivo,
apropiativo,
acaparador e intenta todo tipo de tácticas y estrategias de
sostenimiento y
acrecentamiento de las opresiones, que van desde el uso de las armas,
de las
fuerzas corporales, fuerzas policiales, hasta la utilización de
las fuerzas
persuasivas o discursivas, es cuando necesariamente busca
autojustificarse. Y a
través del discurso se autojustifica
[1]
. Uno de los
metadiscursos
narrativos de mayor eficacia es el discurso histórico o
historiográfico puesto
que, es mediante el metadiscurso histórico que podemos
amplificar, difundir,
plasmar y asentar nuestras vivencias con su trasfondo
axiológico: opresivo o
liberador.
Ahora bien, en
cuanto la
historia cae en el olvido –o la hacen caer en el olvido– o
en cuanto el
discurso histórico es construido como la historia de
triunfadores o poderosos,
esta historia sirve y justifica el status de los sujetos que
ostentaron
el poder –tanto en el pasado como así también a los
ejercen el poder en el
presente-. Por eso, la tarea crítica de la filosofía de
la historia es desambiguar
los posibles sentidos de la historia, los tiempos supuestos en los
sujetos del
discurso, problematizar y denunciar los
discursos que tematizan,
suponen, asientan y justifican.
Situados en nuestra propia experiencia
histórica –la de latinoamericanos–, podemos
reconocer que el diálogo entre los
sujetos del centro (masculinos, con pigmentación de piel clara,
adultos,
europeos, cultos, pudientes) y los sujetos subalternos
(indígenas,
afrodescendientes, mujeres, mestizos, niños, inmigrantes,
renegados,
subversivos, rebeldes, carenciados, vagos) fueron escasos, al punto de
negarles
a estos últimos la voz, la historicidad y la humanidad.
Es
inevitable resaltar la íntima relación entre dialogicidad
e historicidad. El
diálogo supone en efecto el acceso al “tiempo
histórico”. El hombre es por
naturaleza un ser abierto. Y lo es aun cuando no haya llegado a una
plena
historicidad.
Para que su
trascendencia sea un hecho debe pues reconquistar el tiempo,
reconocerse en su
natural historicidad, asumir la historia como cosa propia. Cuando el
ser humano
pierde su capacidad de denuncia del pasado y del presente, en lo que
éstos
muestran de inhumano y pierde asimismo su capacidad de esperanza porque
ha
dejado de creer en un “tiempo anunciante”, en un futuro
como imprevisibilidad y
sorpresa, ese ser ha renunciado a sí mismo. No dialoga. Ha
enmudecido. Ha
perdido la palabra. (Roig, A. 1998, 49)
Sólo el
dialogar hace histórico al hombre, es decir, “el de decir
su palabra”, el de
“enunciar el mundo”, lo hace ser humano. Este, el mundo, se
le presenta como un
conjunto de situaciones desafiantes, de retos. Ante ellos, dice su
palabra; con
ella designa al mundo, lo denuncia; con ella, además, lo
transforma. Esta
palabra, que le es derecho inalienable, no es palabra hueca. Es
aquélla con la
que encara a la realidad para someterse a ella o para someterla. Es
ésta una
palabra que es a la vez logos y praxis. Es una palabra
viva hasta
tal punto que si sabemos escucharla ella nos abre al mundo propio de
quien la
pronuncia.
En el
texto “Los métodos pedagógicos y su
inserción en la vida” aunque encontramos
variados elementos constitutivos de la categoría a priori
antropológicos
(historicidad, dignidad, apertura, respeto), también aparecen
ciertos conceptos
que el filósofo mendocino, va abandonando o transformando poco a
poco, como
son: un trato despectivo a la animalidad, una exaltación a la
trascendencia, la
capacidad de esperanza, la noción de naturaleza, equivocidad, la
efectividad,
absolutización, etc.
Un
segundo nudo está en la reseña –que escribe Arturo
Roig– titulada
“Leopoldo Zea: Una pasión en busca de la
síntesis” (1977) del libro de Leopoldo Zea
Latinoamérica, Tercer Mundo
(1977) en la que señala que el pensamiento de este
filósofo se organiza,
sobre el presupuesto de la existencia de dos discursos, de dos
palabras. La
tarea consiste en hacer de la palabra dominación, palabra de
liberación,
cambiar el decir enajenante por otro que lleve a un nuevo discurso en
el que se
reencuentran, el antiguo amo con el antiguo esclavo; pero no siendo ya
tales,
es decir, habiendo alcanzado ese reconocimiento mutuo que les
habrá de permitir
que cada uno se encuentre escuchando la palabra del otro, precisamente
como
otro. Todo escrito de Zea supone, exige, un interlocutor. Sólo
desde una teoría
de la comunicación puede entender los problemas de la
enajenación, la
autenticidad, la dominación y la liberación.
“Carecer de palabra es
carecer de humanidad” (Zea, L. 1977, 17).
El
hombre alienado se caracteriza justamente por no tener palabra suya, el
discurso que enuncia es el del otro, introyectado como si fuera el suyo
propio.
El acto de liberación, tiene que ver con la posesión de
la palabra, la
posibilidad de enunciar la propia palabra, implica la afirmación
del sujeto que
la expresa como sujeto histórico. El discurso que nos propone Zea parte del
presupuesto fundamental de la alteridad. No se trata de repetir lo
mismo y
hacer que el otro se incorpore de ese modo en la mismidad enunciada. El
discurso opresor es por el contrario esencialmente repetitivo pues
busca
asegurar la continuación indefinida de la relación de
dominio. Frente a esta
función de mismificación que tiende a hacer de la
historia un proceso sin
alteraciones, que lleva al desconocimiento de la novedad, de lo
emergente, no
cabe otra cosa que hablar con otra palabra, la de lo nuevo, la de lo
que se
niega a ser la repetición de aquella mismidad opresora (Roig, A.
1981, 267).
Enfatiza el pensador
mendocino en el texto “Importancia de la Historia de las ideas
para América
Latina” (1976) que la historiografía del pensamiento
latinoamericano de los
años 70, como así también la historiografía
tradicional de la historia de las
ideas de los 50 y 60 tienen como base las pautas, las normas y las
reglas
establecidas tradicionalmente en la historia de la filosofía
europea. En estas,
se trata –metodológicamente– de describir corrientes
y sistemas mostrando, su
conexión y dependencia respecto del pensamiento de los
países rectores del
continente europeo, con lo cual no se hacía más que
generar una desvalorización
de lo propio. La periodización de nuestra historia
latinoamericana, de nuestra
historia de la filosofía y de nuestra historia de las ideas,
quedaban asimismo
sujetas a los modelos creados en Europa, para luego ser aplicados por
los
historiadores extranjeros. Así también, las influencias
eran entendidas en una
sola dirección, esto es, como un proceso externo, con un origen
en el exterior
(sujeto emisor), las cuales influenciaban a los pensadores en
América Latina
(sujeto receptor). Este posicionamiento implícito –y a
veces explicito– impedía
una valorización dialéctica de los desarrollos
autóctonos (Roig, A. 1981, 30).
Para
hacer una crítica a la historia de las ideas es necesario de
antemano, desmontar las operatorias de
nihilización, deshistorización, ocultamiento y
encubrimiento de la historia y del discurso del hombre latinoamericano
ejercidas por los filósofos justificadores de la
colonización. Estas
operatorias estaban y siguen estando en algunos casos, a la base de la
historia
de la filosofía eurocéntrica. En definitiva, se hizo
imprescindible entre los
filósofos latinoamericanos de la liberación el paso de la
historia de las ideas
tradicional hacia una decodificación crítica de la
filosofía de la historia
implícita en ésta, tanto en sus supuestos teóricos
como en los procederes
metodológicos (categorías, símbolos,
periodizaciones, metáforas, narrativas).
Una vez hecha esta revisión crítica por parte de Roig,
pudo mostrar que la
historia de las ideas coincide en lo fundamental, con la
“filosofía de la
liberación”.
Las
investigaciones sobre las influencias
intelectuales a las que ha estado sometido el pensamiento
latinoamericano han
mostrado el grado de dependencia y han llevado al despertar de una
exigencia de
recepción crítica y a la vez creadora, cómo
también a señalar los modos como
tal actitud receptiva se puso de manifiesto en el pasado. Por otro
lado, la
realidad social concreta como punto de partida del juicio de valor con
el que
se intenta historiar las ideas, es el mismo punto desde el cual se
pretende
organizar la filosofía de la liberación. (Roig, A. 1981,
32)
No se
trata de una cuestión teórica de criterios
historiográficos, sino más bien, de
cambiar los criterios y posicionamientos de las discusiones acerca de
la
realidad discursiva de nuestra historia. Lo cual supone, sujetividades
que
discuten, una praxis metodológica transformadora e impulsora de
la emergencia social
que parta de los presupuestos propios de la categoría del a
priori
antropológico.
Arturo
Roig subraya que la tarea primordial de la filosofía
latinoamericana es la
elaboración de “nuevas” categorías
integradoras, a partir de un rescate del
sentido de la historicidad del hombre. Verbigracia:
La
historia, el acontecer, ha dicho Carlos Astrada, tiene que tomar su
sentido del
hombre existente, cuya estructura ontológica fundamental es ya
historicidad. El
sentido no ha de ser extraído de la historia como si el hombre
fuera un sujeto
ahistórico que depende de ella, como función categorial
integradora extraña a
él, como realidad hipostática. (Roig, A. 1981, 18)
Retomamos
la pregunta inicial: ¿Para qué “dejar” un
mensaje? Diremos inicialmente –suponiendo
la sujetividad– que un sujeto lo hace, porque quiere dejar un
mensaje a los
sujetos venideros o simplemente porque no está de acuerdo con el
discurso o el
mensaje dejado por otros pensadores. Si simplificamos, escuetamente,
podemos
decir: “porque quiere dar un mensaje”. Esta capacidad de
“dejar un mensaje”
corre un riesgo muchas veces inadvertido, el de caer en un
monólogo. Monólogo
que suele ser altamente estimulante para el filósofo mismo, pero
que por la
propia modalidad puede quedar atrapado en sus propios límites,
sin
cuestionarlos, sin analizar los supuestos fundantes. Lo que queremos
decir es
que, en el proceso de autoafirmación del sujeto filosofante
mediante el
discurso, este puede generar una sobreafirmación, o sea, una
afirmación
excesiva que tienda –intencional o inconsciente– a eclipsar
al otro, o
debilitarlo. En tanto un sujeto se torna dominador, se le hace
recurrente
ocultar o encubrir los puntos débiles de su
argumentación, como así también,
exagerar aspectos loables de su propio discurrir.
Habiendo realizado un bosquejo de la
problemática del mensaje como
metodología de la comunicación, cuestionamos: ¿En
qué consiste las críticas que
le hace Arturo Roig al esquema interlocutorio de Roman
Jakobson? ¿Cuáles son las operatorias para disminuir
ontológicamente la
historicidad del hombre latinoamericano utilizadas en los
análisis
metodológicos? ¿Cómo funcionan los ejercicios de
“ilusión”, “elusión” y
“alusión”? ¿Cómo
construir una filosofía de la historia que tenga un mensaje
liberador?
¿Cómo configurar una dialéctica que dé un
mensaje liberador?
El
recorrido que elegimos para desagregar la
función misiva, si bien, encuentra sus primeras motivaciones en
los textos “Los métodos pedagógicos y su
inserción en la vida” (1971), “Importancia
de la Historia de las ideas para América Latina” (1976),
“Función actual de la
filosofía en América Latina” (1976) y
“Leopoldo Zea: Una pasión en busca de la
síntesis” (1977); la problemática de la
historización/deshistorización
comienza, con peso propio, en el ensayo “La filosofía de
la historia desde el
punto de vista filosófico-político” (1978)
[2]
. En este texto el pensador
latinoamericano realiza un análisis crítico de la
función misiva y sus
subfunciones de “deshistorización” y de
“apoyo”, desfonda la noción de sujeto
del esquema comunicativo que adopta Román Jakobson, analiza la
temporalidad
cíclica –propia del discurso opresor– en el mensaje
de la historia de la
filosofía de la europea colonialista (Descartes, Rousseau,
Comte) entre otras
operaciones. Vemos en la segunda parte de Narrativa
y cotidianidad titulada “La
estructura del cuento
fantástico proppiano” (1978) que la narrativa
puede ser tratada como un mensaje. Una
vez desandados los elementos del discurso opresor, y su
vinculación con
las subfunciones de deshistorización y apoyo. Roig expone
diferentes modos de
inversión del discurso opresor y de las opresiones que han sido
propuestos por
distintos pensadores en nuestro continente. En el texto “La
“inversión de la
filosofía de la historia” en el pensamiento
latinoamericano” (1986) considera
que el tratamiento del concepto de “historia peregrina” que
hace León Pinelo se
convierte en uno de los primeros intentos de inversión de los
códigos vigentes
opresivos de nuestra historia. Luego, decidimos recorrer
el capítulo IV de Bolivarismo
y filosofía latinoamericana (1984) titulado
“Bolívar y la filosofía de la
historia”, en el cual destacamos el mensaje liberador de la
implícita filosofía
de la historia esgrimida por Simón Bolívar, no solo a
través de la lucha sino
además del proyecto de integración.
En el
escrito “La filosofía de la historia desde
el punto de vista filosófico-político” (Roig, A.
2009, 183-199) Arturo Roig se vale
tanto del esquema general de la comunicación, como así
también del cuadro de
las funciones señaladas por Roman Jakobson en su texto
“Lingüística y poética”
[3]
(1960) compilado en Ensayos
de lingüística general (1975) para repensar los
elementos de la
comunicación que pueden revertir el mensaje de la
filosofía de la historia
colonialista.
Para
Jakobson, el esquema de la comunicación o interlocución
supone: un destinador
(sujeto emisor), un mensaje, destinatario (sujeto receptor), contexto
(referente), contacto
[4]
y un código que posibilita la comunicación
entre ambos sujetos
(Roig, A. 2009, 190).
Esquema
Básico de la comunicación propuesto por Jakobson |
||
|
Contexto
(referente)
|
|
Destinador (Emisor)
|
Mensaje
―›
|
Destinatario (Receptor)
|
|
Contacto Código |
|
Afirma
el lingüista ruso que “aunque distingamos seis aspectos
básicos del lenguaje,
nos sería sin embargo difícil hallar mensajes verbales
que satisficieran una
única función. La diversidad no está en un
monopolio por parte de alguna de
estas varias funciones, sino en un orden jerárquico de funciones
diferente. La
estructura verbal de un mensaje depende, primariamente, de la
función predominante”
(Jakobson, R. 1975, 353).
Orientada a |
Función |
Definición |
El emisor |
“emotiva” |
Se expresa por la carga emocional
que el emisor del mensaje pone en la expresión del
mismo. |
El receptor |
“conativa” o
“vocativa” |
Mediante esta el sujeto impulsa al sujeto
receptor a la recepción del mensaje; |
El referente |
“denotativa” o
“cognoscitiva” |
Se caracteriza por ser una
orientación hacia el “referente” una vez
establecida la relación de interlocución entre ambos
sujetos y que implica el problema de la objetividad del mensaje mismo; |
El contacto |
“fática” |
Se pone de manifiesto en todas
aquellas expresiones verbales (phemí) utilizadas para
lograr el mantenimiento de la comunicación, ejercida asimismo
principalmente por el sujeto emisor, la cual se orienta hacia el contacto.
|
El código |
“metalingüística” |
Está orientada a la
aclaración del sentido de elementos del código.
|
El mensaje |
“poética” |
Consiste en una dirección
hacia el mensaje por el mensaje mismo. |
“Circularidad” exclusiva |
“deshistorización” |
Es cuando se excluye de la
comunicación a determinados sujetos históricos. |
“Circularidad” inclusiva |
“apoyo” |
Es la que incluye a un sujeto
absoluto. |
Ahora
bien, Roman Jakobson se ha destacado por su labor y contribución
a la
Lingüística Funcional. Para este, la lengua es un sistema
funcional producto de
la actividad humana y la finalidad de la lengua consiste en la
realización de
la intención del sujeto de expresar y comunicar.
El
aporte que efectúa Roman Jakobson
desde la lingüística y las funciones del
lenguaje pone de manifiesto la riqueza comunicativa del lenguaje en
sí mismo.
Cualquier discurso dice muchas más cosas de las que parece
enunciar en primera
instancia. Con el lenguaje persuadimos, establecemos lazos sociales,
construimos nuestras propias realidades, etc. Este enfoque da cuenta de
las
coincidencias y convergencias entre las más recientes etapas de
la metodología
del análisis lingüístico y la forma en que se
considera el lenguaje en la
Teoría Matemática de la Información a partir del
análisis de una serie de
conceptos compartidos: Redundancia, Información, Código,
Ruido Semántico
(González Reyna, S. 1960, 141).
Sin
embargo, a pesar de esta mutua colaboración, el estudio de la
comunicación
desde la lingüística tiene además otros objetivos
entre los cuales está el
considerar a la lengua como fundamento de la cultura y como instrumento
de
comunicación. En este punto el pensador argentino interpela al
pensador
estadounidense.
La
crítica que hace Arturo Roig a Roman Jakobson –en términos generales– es
propiamente epistémica, esto es, que intenta determinar las
funciones de lenguaje de forma independientemente de las intenciones y
de los proyectos
que pueda tener el interlocutor. Esta crítica se entiende si
captamos que ambos
pensadores están posicionados en supuestos teóricos
diferentes. Mientras que,
el pensador soviético –naturalizado estadounidense–
está orientado a la
búsqueda de los condicionamientos de la univocidad –guiado
por un formalismo abstracto
[5]
– y, por ende,
posicionado en una tarea reductiva y estrechamente
lingüística; el pensador argentino –el cual
está preocupado de la cuestión
social del lenguaje– entiende que el esquema inicial queda a
medio camino, por
este motivo, cae en una extrema simplificación de la forma
interlocutiva, sobre
todo en lo que se respecta a la actividad del receptor.
La “función denotativa” o
“cognoscitiva” pone el acento en el “referente”
[6]
. Una
tendencia no siempre
prevista, ha llevado a suponer al referente con características
naturales u
objetivas. En efecto, no es lo mismo,
la relación referencial cuando se trata de objetos entendidos
como “naturales”,
“abstractos”, tal como los símbolos
lógico-matemáticos, que cuando el referente
es el hombre o tiene que ver indirectamente, con lo humano. Para el
filósofo
mendocino, no se puede prescindir del “contenido
antropológico” del referente y
por tanto debe ser reconocido. Si la historia de la filosofía
eurocéntrica ha
tenido un rol justificador de la opresión, ha sido entre otras
cosas, porque ha
hecho pasar objetos históricos y contingentes como naturales y
necesarios. Por lo
tanto, si nos atenemos a los presupuestos de la historicidad, -propios
del a priori antropológico- debemos estar
atentos a los elementos cognoscitivos que integran dicha
“realidad objetiva”.
Bajo el postulado de “absolutos”, combinado con el
ejercicio de
“deshistorización”, se ha buscado reiterar,
conservar, hacer permanecer
elementos contingentes como necesarios, e imprescindibles.
En
la segunda crítica,
Arturo Roig pone la atención en la circularidad del acto de la
comunicación. Si
bien no tiene asignada ni un elemento ni una función
específica en el esquema
de Jakobson, podríamos suponerla en la interacción o en
el “envío” simbolizada
con una flecha (―›). Con lo cual podríamos conjeturar una
función de
circularidad que podríamos definir como la predisposición
de los sujetos a ser
proactivos y receptivos de los mensajes. Esta predisposición,
que es a su vez
una preselección, tiene sin duda, un
posicionamiento
discursivo de carácter político.
La
tercera crítica se
vincula a la cuestión de la dominación y la dependencia.
A saber, puede darse
que el “sujeto emisor” en “su”
comunicación ―› con el “sujeto receptor”,
–por
la fuerza de conservación– tienda a sostenerse
redundantemente en el rol de
emisor. Para evitar este exceso –que la circularidad sea
redundante– se tiene
que partir –metodológicamente hablando– de un
esquema en el cual no haya un
“sujeto emisor” y un “sujeto receptor”
absolutos, sino que se dé una relación
entre un “sujeto emisor-receptor” y un “sujeto
receptor-emisor”
[7]
como consecuencia
del código a priori compartido
necesariamente, sin el cual no hay interlocución posible. Esta
operación de
diversificación rompe con la reiterada unidireccionalidad, que
tiende por la
fuerza, a fijar y forzar roles: la pasividad del receptor y la
actividad del
emisor.
Del
esquema de Jakobson
pareciera desprenderse que la circularidad del mensaje se da como
consecuencia
de la reiteración misma. Pero inversamente a este procedimiento,
para Arturo
Roig hay ciertas formas de discurso -verbigracia la filosofía de
la historia
europea-, más que consecuencia son condición del mensaje
y su reiteración. Ya
viene prefigurada, preestablecida, ya viene jugada, la fuerza
reiterativa en el
posicionamiento del sujeto.
La
historiografía y con ella la filosofía de la historia, en
particular las
organizadas por el siglo XIX europeo, son a nuestro juicio una prueba
de lo
dicho debido a aquel momento no-dialéctico que antecede
comúnmente al momento
dialéctico discursivo y que responde a los presupuestos
axiológicos que
constituyen la estructura profunda del mismo. En verdad, el hecho es
común a
todas las formas discursivas del saber social dentro de las cuales se
encuentra
inserto el discurso historiográfico y el
filosófico-histórico. (Roig, A. 2009,
191)
Para Roig es una misma
fuerza opresiva, la que genera, por un lado,
unidireccionalidad de la circularidad del mensaje, un esquema
comunicativo estático,
la que acorta distancias entre el “sujeto emisor” y el
“sujeto receptor” del
esquema clásico, la que excluye de la comunicación a
determinados sujetos
históricos; y la que, por otro lado, incluye a un sujeto
absoluto, cuyo
mensaje, refuerza aquella circularidad opresiva (Roig, A. 2009, 191).
Con
estas afirmaciones novedosas, en las cuales se dice que la
“fuerza” del
mensaje, es la fuerza del sujeto emisor, fuerza que tiende a la
redundancia, y
por ende al establecimiento, mantención, sostenimiento y
conservación –vigencia–
de mensaje, muestra Roig que la noción de circularidad, tal como
estaría
supuesta en el análisis de Jakobson, oculta el problema de la
historicidad, y
al hacerlo, refuerza una circularidad opresiva. Esta misma prepotencia
del
sujeto emisor, lo lleva en su doble movimiento de
“exclusión” y de “inclusión”,
a posicionarse como un sujeto absoluto, por un lado, inclusivamente
hablando; y
por el otro, a deshistorizar a los sujetos eludidos,
excluyéndolos.
Introducido el
elemento de la circularidad reiterativa en su doble
ejercicio, Arturo Roig señala las dos funciones que se
desprenden de cada
elemento: una “función de apoyo”, que se pone de
manifiesto con la presencia
del pretendido “sujeto absoluto” y la garantía que
ofrece su mensaje, sobre el
cual se justifica el mensaje vigente, por encima de los sujetos
subalternos y
empíricos; y una “función de
deshistorización”, que se lleva a cabo en relación
con los sujetos históricos eludidos-aludidos.
¿Cómo operan la “función de
deshistorización” y la “función de
apoyo” en el discurso?
Un primer despliegue
de las funciones precedentes, fue realizado por
el pensador mendocino a partir del tratamiento de la narrativa como
mensaje. En la segunda parte de Narrativa y cotidianidad titulada “La estructura del cuento
fantástico proppiano” (1978) hay
un entrecruzamiento entre la función narrativa y la
función misiva. Mejor
dicho, entre las características del narrar opresivo y las
subfunciones de la
función misiva.
Las
características del tipo de narración opresiva son la
identificación entre
“formulación” y “reformulación”
de la demanda social; la concepción del “tiempo
lineal” como extraño a la temporalidad propia de la vida
cotidiana, que es
entendida como organizada fundamentalmente sobre formas cíclicas
de tiempo; la
identificación entre el restaurador del orden alterado con el
principio del
orden; la absolutización de los contrarios
“bien-mal”; la universalidad del
sujeto de valoración de la cotidianidad, en cuanto
“cotidianidad positiva”, y
por último, la afirmación dentro del discurso de una sola
forma de vida
cotidiana. En este frondoso entrecruzamiento
podemos ver
cómo juegan las funciones del mensaje que hemos denominado
“deshistorización” y
de “apoyo”, en relación de cada una de estas
características (Roig, A. 1984a, 32-35).
Retomemos
el problema de la filosofía de la historia. Teniendo en
cuenta que el mensaje puede tomar dimensiones y registros tan
diferentes en el
discurso, que van desde una simple exclamación, un enunciado,
unos extensos
párrafos, un libro entero, hasta una extensa tradición
escritural. Arturo Roig
se orienta a la pregunta ¿cuál es mensaje que tenemos de
la historia de América
Latina?, y más específicamente, ¿cuál es el
mensaje y rol que ha jugado la
historia de la filosofía canónica con respecto a la
historia del hombre y de la
realidad dependiente latinoamericana?, ¿puede pensarse la
historia de la
filosofía europea como un mensaje?, ¿por qué es
necesario introducir una teoría
del mensaje para dimensionar y entender la historia de la
filosofía
latinoamericana?
Ya hemos dicho que
para hacer una crítica a la historia de las ideas
como se ha venido haciendo hasta los años 60, es imprescindible
considerar cómo
funcionan las operatorias de nihilización,
deshistorización, ocultamiento,
olvido y encubrimiento de la historia del hombre latinoamericano
ejercidas por
los filósofos eurocéntricos. Se hizo imprescindible para
Roig el paso desde una
historia de las ideas del tipo tradicional hacia una revisión
crítica de la filosofía
de la historia subyacente en ésta. Para ello, emprende la tarea
de pensar, no
solo una historia de la filosofía latinoamericana sino,
además, una filosofía
de historia. La filosofía de la historia, en tanto disciplina
tiene una
diversidad de preguntas según los sujetos, según las
épocas, y los lugares de
enunciación. Esto lo llevó a una revisión
crítica de los supuestos con que se
piensa la historia “universal”, la historia de las ideas y
sus corrientes, la
historia local, las categorías historiográficas, la
dialéctica de la historia,
entre otros conceptos.
Si nos remitimos a sus
comienzos, la filosofía de la historia, así
bautizada por Voltaire en su célebre Essais de 1756 (Voltaire,
F. 1827), desplazó
la historiografía tradicional –anticipándose a lo
que se
conoce como Historia de las mentalidades– hacia lo que
denominó esprit des
nations. A pesar de los aspectos rescatables, este interesante
esfuerzo
innovador quedó enmarcado dentro de la crítica general a
la razón ilustrada, de
la cual, de modo sistemático, se subrayan sus tendencias hacia
una
universalización desconocedora precisamente de lo particular
(Roig, A. 2001, 115).
Entiende
Arturo Roig que no hay nada más ideológico –en el
sentido negativo del término–
que la filosofía de la historia con sus inicios en Europa. Esta,
nació como el
saber justificatorio por excelencia y fue uno de los desarrollos del
discurso
opresor que con mayor fuerza incidió en la organización
de nuestra dialéctica
de dominados. La
propuesta de un discurso liberador debía comenzar en la
reformulación de una filosofía de la historia pensada
desde este nuevo sujeto
histórico, eludido en la filosofía imperialista y
eurocéntrica. Desde el pueblo
oprimido latinoamericano, desde este sujeto histórico, es
posible que una nueva
forma de pensar filosóficamente la historia de América
que no fuera a su vez la
repetición del discurso justificatorio anterior (Roig, A. 1981,
270).
Para
Arturo Roig la filosofía de la historia, producidas en el siglo
XIX en Europa, son
discursos políticos, abiertamente intencionados, en los cuales
estaban
señalados los caminos que se debía recorrer, como
asimismo los escollos que se
debían evitar para que las potencias europeas pudieran cumplir
con un destino
al cual se sentían vocadas dentro del vasto proceso y proyecto
de dominación
del globo, iniciado en el “Renacimiento” (Roig, A. 2009,
183).
Si bien
la mayoría de las filosofías de la historia acabaron
constituyéndose en uno de
los tantos modos de justificación del orden colonial, no todos
los pensadores que
se abocaron a la filosofía de la historia propusieron discurso
justificador de
la dependencia de las colonias. Se puede distinguir para Arturo Roig en
grandes
rasgos dos tipos de filosofías de la historia producidas en
Europa en el siglo
XIX.
Por un
lado, el periodo que va desde el año 1782 –en la que
Gibbon publica en Londres
su Decadencia y caída del Imperio romano– hasta el
año 1918 –en que
publica Oswald Spengler Decadencia de Occidente–
la filosofía imperialista de la historia se nos presenta como
un discurso político apoyado en una “objetividad”
cuya garantía estaba
determinada por un horizonte de comprensión no criticado en sus
propios
supuestos culturales. En este periodo, el exponente más sagaz
fue Hegel. Sus
valoraciones y argumentos ideológicos son visibles en las Lecciones
sobre
filosofía de la historia universal (Hegel, G. 2001). Estas
filosofías de la
historia estarían comprendidas dentro de las
características de un mensaje
opresor.
Por
otro lado, contrariamente, varios pensadores europeos pueden entrar en
las
líneas de lo que considera Arturo Roig con un mensaje liberador.
Entre ellos, Nicolas
de Condorcet (Roig, A. 2009, 184) en Francia con la tesis del
“progreso
indefinido”, Johann Gottfried Herder (Roig, A. 2009, 185) en la
antigua
república de Weimar con las conceptualizaciones de los pueblos y
su “peculiaridad
histórica”, Karl Christian Friedrich Krause y
Julián Sanz del Río (Roig, A.
2001, 121) en España con el libro Ideal de la humanidad para
la vida.
Aunque la doctrina herderiana de la “peculiaridad
histórica” de cada pueblo y
de cada época, no parecía compatible con la
afirmación de un “proceso
indefinido”, ambas tesis son sin embargo valiosas para pensar una
historia
universal abierta. La primera, en cuanto que a partir de ella se
podía defender
la peculiaridad de las nuevas naciones surgidas en el continente
americano; la
segunda, porque aseguraba aquella justificación teórica
del ingreso en la
historia mundial dentro de los marcos de un cosmopolitismo renovado
(Roig, A.
2009, 184). Todo ello, aun con conceptos contradictorios, con sus
limitaciones,
y con distintos grados de apertura, generaron una filosofía de
la historia
abierta a la novedad histórica, a la emergencia.
Entonces,
retomamos las preguntas: ¿Cuáles son los mecanismos que
se intentaban ocultar
bajo el signo de la objetividad las filosofías imperiales,
especialmente la
hegeliana? ¿Cuál es la naturaleza del saber
dialéctico? ¿Cuáles son las
tácticas que se utilizaron para la construcción de un
discurso de la filosofía
de la historia colonialista con un mensaje opresor?
Para el
pensador latinoamericano, no hay una objetividad sino una
ilusión de
objetividad en la medida en que se ha olvidado que el historiador hace
historia
tan sólo de lo historiable, esto es, lo que él considera
que hay que conservar.
De lo cual se desprende que hay una selección previa de los
datos y conceptos
que serán incorporados como los momentos del proceso
dialéctico. Este olvido es
fácil de notar al hacer una comparación de las diversas
formulaciones de la
filosofía de la historia (Roig, A. 2009, 186).
Una de las tantas
formas de hacer patente la ocultada selección predialéctica es
mediante el análisis y reconocimiento
de: las expresiones proyectivas del discurso, la provisoriedad de la
dialéctica
discursiva, las posibilidades o alternativas dadas en la vida
cotidiana, el saber normativo de la praxis,
la importancia de la función de la negatividad,
entre otros elementos, que juegan principalmente en el nivel de la
dialéctica
real, pero que tienen su parangón en la dialéctica
discursiva.
Destacamos tres
tácticas propias del ejercicio opresivo de la
dialéctica afirmativa: la primera, es la generación de un
círculo vicioso, en
el cual la integración de los datos en una totalidad (historia
universal,
historia humana, espíritu absoluto) cual sea, no nos asegura, en
efecto, su
objetividad, puesto que la totalidad ha sido puesta por el mismo sujeto
que
realiza acto mismo de selección. Este acto de suponer o poner la
totalidad es
acto propio de la conducta dialéctica viciosa. La segunda, es un
acto de
nihilización o, en el mejor de los casos, de disminución
de su valor histórico
de los datos rechazados. Aquellos que mediante la selección son
declarados no
dialectizables, esto es, todo lo que tenga que ver con la
mención y
discursividad de los sectores emergentes, esto es, la negatividad. Por
último,
para borrar toda evidencia, se realiza un olvido o encubrimiento de la
operativa
misma de la selección, para ello se habla de objetividad de los
datos o le es atribuida
al peso histórico propio de los datos seleccionados. Quedan
planteados así el
problema de la totalidad, la negación y el olvido de la
selección predialéctica.
Cuando se
habla de la totalidad, se utilizan expresiones de presente, al estilo
de “el
mundo” o “el universo”. En este caso se refiere al
pasado, y por ende a una
totalidad discursiva, más específicamente a la
noción de “historia universal” o
“historia mundial”. Dicho concepto nacido con la
filosofía romántica alemana de
comienzos del siglo XIX, no es, sin embargo, “universal” en
el sentido de una integración
completa de los datos de la historia.
Podríamos
decir que el historiador empeñado en hacer “historia
mundial” pone en juego dos
modos de tratar los “datos”: por una parte, en
función de aquel sentido, los
concibe en un proceso regido por una ley interna que se expresa en la
dialéctica. El “sentido” estará confirmado
además por la “conducta dialéctica”
de los “datos” que nos permite integrarlos en una
totalidad, pero, por otra
parte, a más de ser mostrados en su dialecticidad, han sido
sometidos a una
previa “selección”. (Roig, A. 2009, 188)
No hay
dialéctica discursiva sin selección. ¿Qué
datos seleccionar? George Hegel
argumenta que la historia en tanto historiografía, ya sea
escrita, pensada o
vivida, solamente conserva aquellos datos que “merecen” ser
conservados. Con los cual la comprensión dialéctica lleva
hacia una
totalización, que no se trata de una totalización de
todos los datos
presuntamente históricos, sino tan sólo de los
“conservables”. Justamente
el populacho no estaría entre los datos dialectizables. Pero
Hegel va mucho más
allá del desprecio de lo popular, puesto que considera no
conservable a gran
parte de la humanidad, no europea. En su clásico libro Lecciones
sobre
filosofía de la historia universal (1830) empieza con un
capítulo dedicado
a la geografía (Hegel, G. 1980, 163-169), y justamente en este,
declara todo lo no-absolutamente seleccionables, y por
lo tanto no dialectizables, con el agravante que dentro de lo que se
declara
como no-histórico se coloca una porción inmensa de la
humanidad misma: África,
América y las islas del Pacífico (Roig, A. 2009, 188).
Retomemos
la argumentación: “Si el momento selectivo es necesario,
se plantea pues el
problema de las condiciones mismas de toda tarea selectiva”. El
filósofo
mendocino decide avanzar sobre la condición de posibilidad de la
preselección.
Por de
pronto no parece fundamental tener presente que la selección se
da en relación
con una dialéctica discursiva y que el proceso histórico
se encarga, con el
desarrollo de sus contradicciones, de mostrar las formas de
ocultamiento que
hacen que la selección se lleve a cabo mediante un acto
predialéctico de
nihilización, como también que la dialéctica sobre
la cual se organiza el
discurso es una forma que expresa de algún modo la realidad
objetiva, si bien
parcializada y sometida a un ocultamiento. (Roig. A. 2009, 189)
En
esta argumentación se establece la distinción entre, por
un lado, la dialéctica
discursiva, con su contradicción conceptual y, por otro lado, el
proceso
histórico, que muestra cómo el acto de
preselección práctico –por ende, predialéctico–
suele ser una herramienta que se encarga de seleccionar, totalizar,
nihilizar y
ocultar la selección.
El proceso
histórico, en tanto conflicto que es traccionado mediante
la práctica de la denuncia social de los sujetos plurales
emergentes, son los
que rompen los universales discursivos opresores (Historia Mundial, el
Mundo –Europeo–,
Estado-Nación, Occidente). Estos sujetos emergentes, en cuanto
entidad, voces y
discursos, son los data constantemente eliminados mediante esa
selección
predialéctica ejecutada por el historiador o filosofo
burgués.
Analógicamente
lo rechazado, ocultado o ignorado por las filosofías de la
historia en tanto
discurso, está nihilizado –en nuestro presente– en
la realidad social misma:
ellos son los grupos sociales sometidos a procesos de dominación
y de
explotación. Por lo cual, propone una fórmula:
por donde
una de las vías
más seguras para aproximarse a una selección que no
traicione el espíritu
integrado de toda dialéctica y que supere tanto el ocultamiento
como lo que es
ocultado, es la de interpretar los procesos a partir de las formas
históricas
de la dominación. Como ha dicho Leopoldo Zea, “nuestra
filosofía de la historia
ha de partir también de la esclavitud y de la servidumbre”
(Roig. A. 2009,
189).
Entiende Arturo Roig que se
corren ciertos riesgos en la enunciación de esos sujetos que son
nihilizados, como así también, al nombrar
al sujeto opresor que nihiliza. Primero, existe el
peligro de su simplificación y de quedarse por tanto en un nivel
abstracto, con
lo cual hay que tener en cuenta no solo, la dependencia colonial, sino
además
la dependencia de clase. Se puede distinguir, al sujeto subalterno
colonial, como así también al sujeto subalterno
indígena comprendido en
aquellas categorías, así mismo dentro de sujeto
indígena, la sujeta indígena es
reducida y subalternizada, con lo cual el sujeto subalterno colonial
presenta
distintos niveles subalternidad. Análogamente, en la
explotación colonial no se beneficiaron del
mismo modo los diferentes países colonialistas, ni las diversas
clases sociales
europeas. Por ejemplo, el proletariado industrial inglés o
francés, no tuvieron
ni la misma iniciativa histórica, ni la misma responsabilidad,
ni los mismos beneficios
que la burguesía industrial y comercial británica o
francesa en relación con el
proceso de colonización. Segundo, lo nihilizado –los
grupos o clases sociales
marginados y oprimidos– fuera y dentro de la Europa del siglo
XIX, es el lugar,
donde se gesta lo alterus, en cuya órbita –en la
medida de lo posible–
se gesta el discurso liberador. Veamos esto desde el sujeto
latinoamericano con
detenimiento.
Ya hemos
indicado que la filosofía
de la historia colonialista y las estrategias desarrolladas en la
modernidad
europea por filósofos como Hegel tienen un mensaje opresivo.
Sabemos del
fenómeno de imitación en el que se agazaparon muchos de
los intelectuales –en
su mayoría académicos– de nuestro continente en el
proceso de normalización
filosófica. En estos, los efectos de la aceptación
acrítica de estas filosofías
los hizo caer en la aceptación del “mundo del
sentido”. No vamos a extendernos
en la exposición de estas filosofías, de los cuales
sobran ejemplos, sino
contrariamente, nos centraremos en las filosofías de la historia
gestadas entre
nuestros pensadores que contienen un mensaje propio y liberador. Cabe preguntarnos desde nosotros los latinoamericanos,
cómo
hicieron nuestros predecesores para generar una reversión de la
opresión.
Situados en
la época de Hegel –para evitar
anacronismos– una vez extinto el imperio napoleónico, una
vez accionada las
independencias de la mayoría de las colonias españolas
mediante las llamadas
dos revoluciones (Roig, A. 1984, 34) se dio paso al proceso
postrevolucionario.
Este periodo –también llamado
“interregno”– se caracterizó por la escasa
estabilidad social a propósito de la cual los gobiernos criollos
intentaron un
control de la llamada “tercera entidad” (Roig, A. 1984, 35).
En el proceso
histórico de las guerras de las revoluciones de independencia,
tuvieron una
fuerza equivalente tanto en la resistencia de las masas campesinas que
mostraron una conducta irruptora respecto del discurso opresor de las
clases
propietarias, como así mismo en la conducta de Bolívar
respecto del discurso
opresor colonialista europeo y norteamericano. Ambos pudieron exponer
no solo
las formas de ocultamiento que utilizaba el poder colonial, sino
también
pudieron dar un mensaje liberador, tanto al sector criollo de
gobernantes, como
así también a las masas de campesinos y esclavos que
fueron liberados. El
pensador mendocino, considera que el punto de coincidencia más
relevante entre
estos dos procesos revolucionarios de independencia, fue la
inversión del
discurso de la filosofía de la historia (Roig, A. 1984, 38).
En este sentido, en
las diversas formas de inversión del discurso de
la filosofía de la historia europeo podemos resaltar ciertas
características
constantes: una apertura hacia lo utópico, especialmente la
utopía magna
bolivariana, y con ello una tendencia a hablar de “lo que es y de
lo que será”;
una búsqueda de los diversos recomienzos de nuestro pensar
filosófico y del
pensamiento nacional; un resurgimiento de la categoría de
“olvido”, entendido
como denuncia del “olvido”; entre otras.
En
definitiva, la
auténtica forma en la que el sujeto oprimido invierte el
discurso colonialista,
es la integración. Esta se logra cuando los diversos sectores
oprimidos hacen causa
común con los oprimidos y militan en el sistema opuesto a los
intereses y hábitos
de mando de los opresores –como decía José
Martí–. Con esto, queda claro que la
“inversión de la filosofía de la historia” no
es fruto de un mero esfuerzo
teórico de los intelectuales, sino que la tarea de estos o
refuerza y consolida
a los sectores triunfadores, o denuncian la opresión y proyectan
–utopizan– mejores
augurios para los sectores marginados, derrotados, excluidos.
Restablecer
esas “inversiones” es reconstruir en la línea de
pensamiento que no necesitó de
academias para nacer. Este surco de pensamiento, la filosofía de
nuestra
América, no hubiese emergido con tanta fuerza si no se hubiera
negado en
algunos casos de modo tan radical (Roig, A. 1986, 171).
En
el momento de la lucha por la independencia, tanto la academia como lo
metadiscursivo
–exceptuando la correspondencia, los tratados, los
acuerdos– en cuanto
discusión histórica no jugaron casi ningún rol
definitorio en la independencia
del continente americano. Recién pasado el interregno, y dictada
la constitución
de la República Argentina –en nuestro caso– se
empezó a escribir nuestra
historia. Ahí es cuando lo metadiscursivo empieza a jugar un rol
de
justificación y exaltación de ciertos sectores, y
nihilización de otros,
mediante el relato objetivo de la historia. Ahí es cuando lo
discursivo juega
un rol preponderante y explícito en la dialéctica de lo
real. Mientras tanto,
de forma muy reducida, se fueron dando en lo discursivo, formas de
resistencia,
y de inversión del discurso de la filosofía de la
historia colonialista. Arturo
Roig destaca dos casos de inversión. Un caso es el de Antonio de
León Pinelo (1596-1660)
en su libro El Paraíso en el Nuevo Mundo, otro es la
praxis llevada a
cabo por Simón Bolívar.
En el texto “La
“inversión de la filosofía de la historia” en
el
pensamiento latinoamericano” (1986) Arturo Roig considera que el
concepto de “historia
peregrina” se convierte en el intento de inversión de los
códigos vigentes, los que hasta ese momento no tenían nada de
“peregrinos”. La noción “historia
peregrina” parte de la noción de “marcha”. La
“marcha” de la historia (la marcha de la luz, de la
revelación, del
cristianismo, y, más tarde, la marcha de la cultura, de la
civilización y con
todo ello de la filosofía, etc.) va siempre desde el Oriente
hacia el Occidente.
Más,
el mito de la marcha
habría tomado otro sentido. Hegel entendía que esa marcha
se había detenido en
Europa, idea que habría de alcanzar su máxima
expresión en el siglo XVIII y a comienzos
del XIX. Asumen la idea hablando de un “Occidente
absoluto”, o como lo dice
para darle mayor ropaje ontológico, un “Occidente
kat'exojéne”.
Inversamente,
León Pinelo
insistirá, con fuerza, en la relatividad de los términos
y nos dirá, de modo
claro y terminante que “cuando digo Oriente y Occidente hablo de
la parte en
que me nace y en que me pone el Sol, y todo ello porque y en esto
radica lo
decisivo el Oriente y el Occidente no son puntos fijos (…) En
cualquier lugar
del orbe hay Oriente y Occidente y por tanto el Nuevo Mundo, al que
llaman
Indias Occidentales es tanto occidental como oriental”. De esta
manera el mito
ha quedado relativizado y podrá ser puesto al servicio de una
nueva humanidad.
América es peregrina porque es singular, extraordinaria, rara,
misteriosa,
admirable, sutil, novísima.
Esa
relativización le habrá
de permitir a León Pinelo incorporar al Continente Americano
dentro de la
Historia Mundial, valorarlo frente a los otros continentes al asignarle
el
cumplimiento de un momento ontológico dentro de aquella Historia
y, por último,
justificar la integración de América a la Corona Imperial
española, pero en un pie
de igualdad con las otras regiones que la integraban. La forma de
cambiar el
parecer de los que miraban las colonias con tanto desprecio aun
viviendo en
ellas fue la de elaborar un discurso en el que se invirtiera la
estructura
axiológica vigente.
Otra
de las
inversiones de Hegel tiene que ver con el mensaje liberador desde una
praxis
libertadora, ejercida por nuestro “próceres”
independistas, aun con los riesgos
que esto implica. En
el capítulo “Bolívar y la filosofía de la
historia” del libro Bolivarismo y filosofía
latinoamericana
(1984), Arturo Roig,
destaca que el político y militar Simón
Bolívar, como resultado de la propia praxis libertadora y sin
pretender hacerlo
teoréticamente, sentó con ello las bases para un nuevo
discurso. Este acontecimiento
es más importante y da un mensaje liberador para la historia
humana –sobre todo
latinoamericana– contrario a los relatos de los grandes tratados
de filosofía
de la historia con los que se intentó justificar la
ocupación y el despojo por
parte de los grandes imperios, aunque no fue visto en su momento.
El
pensamiento de Simón Bolívar –a diferencia de la
hegeliana– contiene una
filosofía de la historia implícita, que viene a ser la
inversión de la que
elaborara Hegel. En el pensamiento del Libertador no hay que ocuparse
“de lo
que ha sido y de lo que es”, sino “de lo que es y de lo que
será”, enunciado en
el plano concreto de la contingencia de lo histórico. (Roig, A.
1984, 63)
Dos
características
metodológicas exaltadas por el filósofo mendocino son,
por un lado, la
necesidad trabajar en el ámbito de lo contingente (Roig, A.
2009, 109) y por el
otro, el de la normatividad que se desprende de la praxis social,
cotidiana o
filosófica. Más allá de que algunos
filósofos hayan intentado sacarse de encima
el problema de la normatividad de lo teórico, en la
filosofía. El mito de la
naturaleza “pura” de lo teorético y, junto con
él, el desconocimiento de la
interacción de teoría y praxis, se relacionan con el
temor de reconocer lo
normativo como elemento propio de la teoría. En este sentido, la
historia no es
simplemente un “acaecer”, sino que es un
“quehacer”, una tarea; y, además, un
proyecto ejercido por un sujeto de la historia.
Vimos que una de las
batallas que asume el filósofo mendocino es la
lucha contra la noción de objetividad, la cual se presenta
–en muchos casos–
como la positividad de la superación dialéctica, esto es,
como la superación de
la discusión. Lo que supone a su vez, que una de las partes,
“desaparece”, no
merece, no tiene valor, desistió o fue desplazada. A esa parte,
¿se le dio un
reconocimiento o se les impusieron las normas? En este sentido, la
objetividad
es metáfora de la fijación de los sujetos en la
centralidad de una totalidad
cerrada, reiterativa. Centramiento que se puede lograr mediante la
discusión, o
formas más acaloradas, como el discurso opresivo o el
envío de mensajes.
Justamente el “envío” de mensaje por la fuerza y con
violencia constituye uno
–entre tantos– de los modos de opresión.
Si en el
diálogo no se explícita las formas y los elementos
intervinientes, esto es, el método dialógico, y la
teoría de la comunicación
subyacente, se corre el riesgo de borrar la contradicción en la
discusión, por
lo tanto, de caer en la noción de
“trasmisión” de ideas, y olvidar así el
problema de la “recepción”. A su vez, esta
acción, supone sujetos acríticos, y
es, una forma ideológica que oculta, entre las cuestiones
más básicas, el
posicionamiento de los sujetos intervinientes. Si bien se puede partir
de
posiciones ideales de comunicación, el posicionamiento del
pensador mendocino
parte de la categoría a priori antropológico.
Esta, supone tanto la
capacidad de adquirir experiencia en la historia gestada por los
sujetos
concretos, plurales, que se hallan en una cotidianidad defectiva, en
una realidad
necesitante, que padecen injusticias sociales, que luchan contra
diversas y
siempre cambiantes formas de alienación, como así
también la posibilidad de
ejercer formas auténticas y dignas
de
transformación, de liberación de las opresiones sociales,
de inversión de los
discursos colonialistas de la filosofía de la historia.
El dialogo comienza
para Roig cuando hay un reconocimiento entre los
sujetos, entre los pueblos, entre las colectividades, entre las
culturas, entre
las comunidades, entre los países que se consideran a sí
mismos y a los demás como
dignos. Esto es, cuando se consideran a sí mismos y a los
demás como fines en
sí y para sí mismos, en su diversidad de manifestaciones
culturales. Este
“ponerse como valiosos” supone una situación de
menosprecios real o posible,
propia o ajena, la cual ha sido definida en forma general como: de
dependencia
económica y cultural, de ocultamiento de la realidad, de
negación de las
contradicciones internas, de minimizar las luchas sociales, de olvido
de la
memoria histórica, de reiteración y
sobreafirmación del sujeto emisor, etc. Estas
tácticas y estrategias de opresión, son visibilizadas,
muestran su
sistematicidad conceptual gracias a los aportes de la teoría
de la comunicación.
Toda
absolutización (Occidente absoluto, espíritu absoluto, el
poder
absoluto, lo absoluto, el sujeto absoluto) es expresión por
antonomasia del
sostenimiento de la reiteración frente a las emergencias, de
intentar detener
las valoraciones sociales en valores rígidos, de pretender
frenar las
temporalidades de los sujetos en un tiempo unidireccional, de hacer
reposar las
territorialidades en un espacio único, en definitiva, de generar
una fijación
de estructuras y sujetos en el poder. Esta operatoria discursiva tiene
como
sustrato la función de apoyo que descansa en la presencia de un
pretendido
“sujeto absoluto”, como así también en la
garantía que ofrece su mensaje
(tiempo reiterativo, esencial, y un lugar único, por encima de
los accidentes
históricos).
Frente a las
operatorias de absolutización, la propuesta roigeana es
-primer instancia- el ejercicio
de relativización del discurso opresor mediante la denuncia del
absoluto en el
que se apoya. Por ejemplo, el periodista cubano José
Martí, exigía que el
pensamiento y su mensaje sean puestos en formas relativas,
exigía que se
escuche la voz del hombre bárbaro. Lo cual supone un ejercicio
de la función de
apoyo radicalmente nueva. En el hombre oprimido radica justamente el
poder de
irrupción en la historia: “Viene el hombre natural,
indignado y fuerte, y
derriba la justicia acumulada en los libros”.
El sujeto
oprimido es el único que puede quebrar la reiteración de
la circularidad del
discurso opresor, puesto que, es él mismo, el que sufre en carne
propia la
opresión y la marginación:
“No hay
batalla entre la civilización y la barbarie sino entre la falsa
erudición y la
naturaleza”, es decir, entre el hombre ideologizado, enunciador
de mensajes
“cultos”, salido de las universidades, y el hombre
espontáneo, “natural”,
exento de mediaciones, por lo mismo que cuando expresa su mensaje no
recurre a
principios ocultantes, sino que lo hace a partir de una cotidianidad
oprimida y
por eso mismo potencial o actualmente desocultante. (Roig, A. 2009, 198)
En una segunda
instancia, se hace necesaria la superación de la
dicotomía absoluto-relativo, la cual se juega entre dos
términos discursivos:
el de la hipostasiación de los universales, que parte del
supuesto de una
posible experiencia definitiva y única, y el de la
relativización nominalista
de ese mismo mundo axiológico, que oscurece toda experiencia
posible.
Cuando José
Martí dejó fundada toda ontología, al afirmar que
se debe poner lo absoluto
como relativo, venía a sostener la materialidad del a priori
histórico,
su única raíz, la de un sujeto que se reconoce y se
afirma a partir de su
connatural diversidad social e histórica, pero que no se hunde
en ella, sino
que justamente desde ella pretende alcanzar una mirada universal.
Materialidad
de los valores que no sólo deriva de la afirmación de una
moral, llamémosle
eudemonística si se quiere, sino también de la
historicidad de lo axiológico. Carácter, este
último que surge del hecho de
la recreación permanente del a priori y, por tanto, de
su aprioridad
relativa, mas también, de la inescindible comunidad del bien y
del valor.
(Roig, A. 2009, 294)
Una vez ablandado el
absolutismo mediante una relativización. Luego
de mostrada la falsa dicotomía entre valores inmutables y
valores relativos, la
cual deriva necesariamente en una impugnación relativista.
Después de
denunciado el intento asentar el pretendido status del sujeto
sobreafirmado, en el cual hay un sujeto que influencia, pero
que no
puede ser influenciado, un sujeto que se expresa, pero nadie le debe
responder.
Resignificamos la formulación de José Martí, y
decimos que “no hay batalla entre lo absoluto y
la
impugnación relativista sino entre la deshistorización y
la historización”. La
base de la desocialización es
la deshistorización, aun cuando
hay un variopinto panorama de posibilidades.
Si bien a la posición roigiana se la puede tildar
de relativista, hay que
entender de qué sujeto viene esa crítica. Principalmente
son los que sostienen
un saber “puro” en el sentido de no-contaminado. Esta
apreciación no posee
fuerza crítica en cuanto desconoce expresamente la
metodología que hace falta
para ejercerla, con lo que vienen a quedarse en el plano de las
imputaciones
ideológicas.
Frente a esta situación, Roig afirma que su
posicionamiento
no es relativista, sino pluralistas. Lo “regional” no nos
limita a nuestra
aldea o a nuestra parroquia, sino que, asumido correctamente, es la
base
indispensable para lo universal. Y, paradojalmente, las formas de
pensar que
pretenden estar colocadas por encima de toda atadura que las
“relativice”, son
justamente “aldeanas” por eso mismo caen en la trampa
ideológica. Su
universalismo es un modo de disimular una parcialidad. De ahí la
importancia
modélica que tiene la filosofía latinoamericana. Se trata
de un filosofar que
se opone al logos totalitario, expresado magistralmente en los escritos
hegelianos sobre América, disfrazado como el universal por excelencia (Roig, 1993, 192).
No hay nada
absoluto, todo es “relativo a”, todo se da en una
tensión, en una congregación,
en una integración, en múltiples diferencias, en una
contradicción, en un
entrecruzamiento, en un bloque, en un conglomerado, en un
desplazamiento, en
una estratificación, en un contexto,
en una situación
histórica. Estamos y somos relativos: a los sucesos
históricos que nos
construyen y construimos; a los sujetos históricos-concretos que
reconocemos y
que nos reconocen (Roig, A. 2009, 83), a la historicidad de nosotros
mismos y
de los demás (Roig, A. 2009, 88), a una toma de posición
histórica propia y
ajena (Roig, A. 2009, 294), a la historicidad de lo axiológico
(Roig, A. 2009,
295), a la materialidad histórica de nuestros bienes (Roig, A.
2009, 294), a la
historicidad de los discursos, a los modos históricos de
expresión del
discurso; aun cuando en muchos casos, seamos sometidos, colonizados,
explotados,
alienados, destruidos y no pueda verse la
historicidad
y hacerse la historia de lo que somos, hacemos, tenemos, decimos y
expresamos.
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Ex-temporáneos.
[1]
Estas autojustificaciones han logrado fundamentar,
naturaliza e
implementar, el racismo (exclusión mediante la
pigmentación de la piel), el
machismo (exclusión no solo de los géneros femeninos,
sino otros diferentes) el
intelectualismo (exclusión de los sectores populares de las
decisiones
políticas, a los que se le quita la palabra, y por consecuencia
se les impone
la obligación del trabajo manual y esclavo) el nacionalismo (que
cuando nos
hace suponer “una sola nación” excluye tanto las
naciones y las etnias en su
interior –en su mayorías indígenas– y en su
exterior se excluye a otros países.
[2]
Este artículo tal vez sea el texto más
editado de los escritos de Arturo Roig. Dicho trabajo es fruto de una
serie de
cursos iniciados en México (1976-1977) sobre textos cartesianos,
que luego fue
continuado en Quito, en donde se trabajó los textos de Rousseau
y de Comte
-autores que para Roig constituyen claros exponentes del discurso de la
modernidad europea-. Este trabajo fue discutido inicialmente en el III
Encuentro Ecuatoriano de Filosofía organizado por la Pontificia
Universidad
Católica en 1978. Posteriormente, apareció compilado en
el capítulo 8 del libro
Teoría y critica del pensamiento latinoamericano (1981)
bajo título “La construcción de la
filosofía de la
historia de la Modernidad Europea” (Roig, A. 2009, 190),
(Roig, A. 1987,
34).
[3]
La contribución de
Jakobson a los modelos de la comunicación se concreta en su
conocido artículo
“Lingüística y Poética” publicado
inicialmente en 1960. Cf. Jakobson, Roman. 1960.
“XIV. Lingüística y poética”, pp.
347-395. En: Jakobson, Roman. 1975. Ensayos
de lingüística general. Barcelona, Seix Barral. pp.
407. Arturo Roig por su
parte, cita la versión francesa: Jakobson, Roman. 1963. Essais
de
Linguistique Génerale. París.
[4]
Parece a Roig faltarle este elemento. El
último elemento es el “contacto”, que para Jakobson
es un canal físico y una
conexión psicológica entre el destinador y el
destinatario, que permite tanto
al uno como al otro, establecer y mantener una comunicación.
[5]
La importancia del
modelo de Jakobson está, no solo en los aportes a la
teoría matemática de la
comunicación, sino además en que el mensaje ya no es
considerado como una mera
transmisión de información. Complejiza los elementos
intervinientes y los dinamiza,
pero en la mirada Roig puede haber exacerbación de algunas de
las funciones,
impulsada ya de antemano por el modelo metodológico
comunicativo, en el cual se
ocultan la conflictividad comunicativa como los modos opresión
comunicativos de
los sujetos “emisores”.
[6]
Arturo Roig
utilizará las expresiones “realidad objetiva” o
“realidad referencial”.
[7]
Esta operatoria de diversificación de roles del sujeto, ya la
había realizado
en el escrito “Educación y dependencia” (1973) en el
cual analiza las relaciones
de dependencia en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Distingue
dos modos de
entender dicha relación, una simplificada y una diversificada:
una filosofía de
la mismidad, en la que el padre o el educador, es entendido como una
“totalidad” dentro de la cual debe incorporarse el
educando; el niño es visto y
entendido como un momento de una circularidad o mismidad y su
aparición es tan
sólo entendida como una repetición de un modelo. Y, una
otra de la alteridad,
en las relaciones se diversifican en “educador-educando”,
“educando-educando”,
“educando-educador” y “educador-educador”; en
la cual toman novedad sólo si
partimos de la afirmación de la alteridad del educando respecto
del educador y
de la afirmación del papel de sujeto del primero en el proceso
de enseñanza-aprendizaje
(Roig, A. 1998, 62). Con esta explicación ya podemos empezar
entender la
significación de la noción “circularidad”.