Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 24 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2022 /
.
The Double Exile
of Women: Itineraries of the Expulsión
Mariela Avila
[3]
Instituto
de Filosofía de la Universidad Católica Silva
Henríquez, Chile
Recibido:
01/06/2022
Aceptado:
23/07/2022
Resumen.
Este trabajo
busca mostrar el doble exilio que han sufrido las mujeres a lo largo de
la
historia: el de la exclusión política territorial y el de
la ausencia de sus
experiencias en los relatos canónicos sobre este castigo
político. Para ello,
se recurrirá a La Odisea, como poema arquetípico del
exilio en el que se
observa con claridad la doble expulsión de Penélope. Ello
lleva a indagar la
relación histórica que la mujer ha tenido con el exilio,
lo que va de la mano
con pensar su consideración o no como sujeto de derecho
político. Estos
itinerarios nos llevarán también a pensar los exilios del
Cono Sur
Latinoamericano y el estatuto que allí han tenido las mujeres.
Palabras
clave. Doble
exilio; mujeres; Penélope; narrativas exiliares; reconocimiento
político.
Abstract. This work seeks to show the double exile that
throughout history women have suffered: the territorial and political
exclusion
and the absence of their experiences in the canonical accounts of this
political punishment. In order to do this, the Odyssey, as an
archetypal poem
of exile, will be used to reveal the double expulsion of Penelope. This
leads
to investigate the historical relationship that women have had with
exile,
which goes together with their consideration or not as political
right’s
subject. Although this analysis is general, in some points it focuses
its
attention on the exiles of the last civic-military dictatorships of the
Latin
American Southern Cone.
Keywords.
Double exile; women; Penelope;
exile narratives; political recognition.
El exilio es un
recurso punitivo político que se ha utilizado desde la
antigüedad hasta nuestros
días, cuya violencia de exclusión ha recaído sobre
innumerables existencias.
Sin duda, a lo largo de todo este tiempo -más de 28 siglos si se
toma como
punto de inicio el poema homérico La Odisea- esta penalidad ha
sido fuente de
cambios y variaciones, tanto en sus configuraciones jurídicas
como motivaciones
y alcances. Sin embargo, parece haber ciertos elementos constituyentes
que en
mayor o menor medida se han mantenido a lo largo de los siglos. La
compleja
relación del exilio con el espacio y el tiempo ha marcado las
líneas centrales
de este castigo político porque esta pena, además de
evidenciar una
espacialidad marcada por fronteras que limitan un adentro y un afuera,
implica
también un discurrir temporal que se quiebra en diversos
niveles. Como se sabe,
el exilio depara una expulsión de carácter
político, es un castigo que obliga a
hombres y mujeres a abandonar un territorio a la vez que imposibilita
su
retorno al mismo
[4]
. Por lo general, se acude a esta pena en
estados de excepcionalidad jurídica con su consabida
suspensión del cuerpo
legal que protege las existencias de las y los ciudadanos dentro de los
límites
territoriales. En este contexto, el espacio público,
ámbito en el que, según
Hannah Arendt (2008), somos todos iguales -por estar dotados de palabra
y
razón, pero distintos, -debido a nuestra única
personalidad, pierde toda valía
política. En este marco, la ciudadanía es desprovista de
sus atributos
políticos y relación con el Estado está mediada
por la violencia, que se
manifiesta a través de la persecución, la
desaparición y la expulsión. El
Estado-nación se convierte entonces en una entidad expulsora,
que pondera las
vidas de sus ciudadanos, considerando algunas peligrosas para el cuerpo
social,
lo que justifica su falta de protección y expulsión.
Estas individualidades que
pierden su estatuto de ciudadanas encarnan una otredad que debe ser
expulsadas
fronteras afuera, a fin de configurar la unidad de la nación y
de su relato
político. En este marco de expulsión, el decurso temporal
sufre también una
ruptura, que se aloja tanto en la historia personal -que queda sin
afectos, sin
lo cotidiano y la seguridad que otorgan las cosas materiales del
día a día-
como en la historia colectiva, aquella que implica un proyecto
político y una
idea de historia común, de cultura, ciudadanía y
nación que son compartidas por
la comunidad.
Si bien lo dicho
anteriormente describe en mayor o menor medida las experiencias de
todas y
todos los exiliados, habría otra forma de expulsión
relativa al exilio que
hemos vislumbrado y que alcanza principalmente a las mujeres. Al
indagar en la
difícil trama de efectos y relaciones que genera la
práctica exiliar esto se
complejiza en el caso de las mujeres, pues se aprecia otra forma de
expulsión,
puesto que ellas, además de ser expulsadas de un espacio y un
tiempo -aludiendo
al análisis anterior-, quedan fuera, a su vez, de las
discursividades y
narrativas que se han tejido en torno a este castigo político
tomado la forma
de relatos canónicos o de memorias emblemáticas
(Rebolledo, L. 2001).
Por lo anterior,
en este trabajo se sostiene que las mujeres viven un doble exilio, o lo
que
podríamos llamar “un exilio del exilio”, pues
más allá de sufrir esta penalidad
bajo la forma de un desplazamiento político, sufren otra forma
de exclusión: la
del territorio narrativo exiliar. Para poder reflexionar sobre este
doble
exilio, se acudirá al poema homérico La Odisea,
considerado por el
filósofo francés Vladimir Jankélévitch como
“la síntesis de la experiencia del
exilio” (Vásquez, A. 1993, 40). Y si bien ya hemos
trabajado el lugar que allí
ocupa Penélope en otro escrito
[5]
, lo que aquí interesa es observar el
exilio que la propia Penélope experimenta dentro del poema. En
este marco, y
para pensar esta problemática, analizar la relación que
las mujeres han tenido
con el exilio mismo es fundamental, pues va anudada a su
consideración, o no,
de ciudadanas con derechos políticos, lo que evidencia,
nuevamente, la cara de
la exclusión.
Esperamos
entonces contribuir aquí con una nueva mirada al problema del
exilio, esta vez
signada por su relación histórica con las mujeres, lo que
sin duda otorgará
nuevas vías analíticas para seguir reflexionando en este
campo de trabajo sobre
dicho problema político.
Según el ya
citado filósofo Jankélévitch, el mito de Ulises
presente en La Odisea
-escrito por Homero en el siglo VIII y VI a. C., se ha constituido en
una
suerte de arquetipo del exilio en occidente. Al analizar este poema a
la luz de
las características del exilio, se observa que de ellas
están allí presentes:
primero, este héroe mítico sufre el alejamiento de su
tierra por una guerra en
la que pasa 10 años, y luego por castigo divino, lo que le
imposibilitará
retornar a su amada tierra. En efecto, Ulises, el “rico en
ingenios” según es
descrito en el poema, en una de sus increíbles aventuras, deja
ciego al Cíclope
Polifemo, hijo de Poseidón, Dios de los mares. Esta afrenta
irreversible
propicia una maldición para Ulises: la imposibilidad de retorno
al hogar, unida
a muchos males y desdichas si alguna vez lograra hacerlo (Homero, 2015,
148-149). Un periodo equivalente a la guerra pasará el
héroe trágico intentando
volver a su tierra, 10 años de sufrimientos, de desdichas, pero
también de
aventuras y agasajos. Son precisamente las experiencias y los sentires
de
Ulises descritos en el poema, los que le permiten a Miguel Castillo
Didier
(2003) caracterizarlo como un héroe humanizado (15), cuya
nostalgia lo guía a
través de los mares hacia su tierra, su reino y su esposa
Penélope que aguarda
pacientemente su retorno. El mismo Castillo Didier va un paso
más allá en el
análisis, y deja esbozado el vínculo entre la existencia
trágica de Ulises y
otros sucesos histórico-políticos, especialmente los
relativos a las últimas
dictaduras cívico-militares latinoamericanas, evidenciando
algunas de las
encrucijadas que unirían al héroe griego con los miles de
expulsados de esas
tierras durante el periodo cívico-militar. Entre ellas destacan:
“tener que
salir de la patria y del hogar, tener que estar lejos por largo tiempo,
no
poder regresar, deseándolo vivamente (…)” (2003,
13).
Por su parte,
Vásquez y Araujo (1990), llevan a cabo un análisis en
clave psicoanalítica
sobre el mismo poema, esta vez en directa relación con las y los
exiliados
latinoamericanos. Este interesante trabajo desarrolla una profunda
reflexión
sobre el exilio mismo y sus consecuencias a las que no se
atenderá ahora, pues
a los fines de esta investigación, nos centraremos en la idea de
que el mito de
Ulises es un mito sexuado (Vázquez, A. 1993). En efecto, la obra
homérica se
despliega a partir de las aventuras de un hombre, de sus experiencias y
sus
sufrimientos, sin embargo, dentro del mito hay una mujer que
actúa como un
contrapeso. Como se indicó ya, en trabajos anteriores hemos
analizado esta
figura femenina, Penélope, concluyendo que las exiliadas
latinoamericanas no
podrían sentirse representadas por ella, ya que su único
vínculo estaría dado
por la relación con la memoria y no así por las
experiencias del exilio mismo.
En este sentido,
lo interesante de los mitos es la cantidad de interpretaciones que
propician y
soportan, por lo que hemos acudido nuevamente a La Odisea para
vislumbrar otra de las aristas analíticas que el poema ofrece.
La lectura que
se realiza tiene que ver en este caso con Penélope, con el
propio exilio de
Penélope, un exilio caracterizado como interno. Hay que admitir
que, en
principio, este término podría parecer contradictorio,
pero tal como indica
Bergere Dezaphi (2019) en el libro Exilio, mujeres, escritura,
el exilio
interno sería algo así como la otra cara del exilio, pues
lo que cambia es el
lugar en el que se habita el desarraigo. Esta autora muestra con
claridad que
no todos aquellos que han sido castigados con el exilio tienen la
posibilidad y
los medios para poder salir de un territorio, aún a riesgo de
perder la vida,
lo que les obliga a permanecer en un determinado lugar. Esta
permanencia
implica sin embargo el corte de todo lazo con lo público y lo
cotidiano.
Parizad Tamara
Dejbor (1998) en su trabajo Cristina Peri Rossi: escritora del
exilio,
presenta el análisis que Paul Ilie desarrolla sobre el exilio de
la España
franquista, lo que le permite mostrar las aperturas que genera esta
nueva
categorización. Respecto a la noción de exilio interior
indica: “Este exilio, a
diferencia del territorial, no se define a partir de un traslado
geográfico,
sino que admite ‘formas de migración psicológicas y
emocionales’, de alienación
o separación psicológica” (20). Ahora bien, este
análisis podría complejizarse
aún más si se considera que el exilio interior puede
implicar también un
desplazamiento geográfico, que se define como un movimiento de
fronteras hacia
adentro del territorio y, sin embargo, esto no es estrictamente
necesario para
hablar de exilio interno. Dejbord muestra que en la década del
70 y del 80 del
siglo pasado, en Uruguay y Argentina comienzan también a
utilizarse las
nociones de insilio y de inxilio, como equivalentes a las de exilio
interno y exilio
interior.
Ahora bien,
aunque insilio, inxilio, exilio interno y exilio interior parezcan
aludir al
mismo fenómeno, a los fines del análisis que aquí
se lleva a cabo, se utilizará
la noción de exilio interno. Esto, por un lado, por la
importancia que tiene la
presencia del prefijo “ex” en la nominación -pues es
precisamente el que
designa la expulsión y, por otro lado, respondiendo a un mal uso
que se ha
hecho de la noción de “exilio interior”, con la que
se ha aludido a una suerte
de ejercicio espiritual o de reclusión voluntaria del sujeto
“hacia adentro”,
lo que hace perder al término todo su sentido y potencial
político.
Volviendo al
poema, como se dijo, Penélope habita un exilio interno que
implica un
desplazamiento subjetivo y una desaparición del espacio
público. Las
experiencias del exilio son muy diferentes en el caso de Ulises y de
Penélope,
y, sin embargo, los desarraigos de esta última parecen siempre
estar anudados a
la ausencia de héroe griego. En el poema las apariciones de
Penélope son secundarias,
lo cual es comprensible, pues ella no es la protagonista, pero todas
sus
apariciones son una reacción a las acciones de Ulises: cuando
Ulises parte de
su tierra, ella espera; cuando Ulises lucha, ella continúa
esperando en el
hogar; mientras Ulises tiene aventuras, aprende y gana experiencias, el
lugar
de esta mujer sigue siendo el de la espera en un ámbito acotado.
Lo anterior no
significa que el viaje de Ulises no haya estado plagado de sufrimientos
y
desventuras, de hecho, fue una odisea, pero sí interesa mostrar
que en este
periplo hubo también aprendizajes, experiencias sexuales, nuevos
conocimientos
y agasajos, mientras que todas las vivencias de Penélope se
daban puertas
adentro del castillo a la espera del retorno de su esposo.
Cierto es que en
la Grecia Antigua las mujeres tenían poco o ningún
espacio en el ámbito de la
palabra y la política y, sin embargo, las libertades sociales,
en el caso de
Penélope, quedaron casi anuladas al estar ella relegada al
hogar. La partida de
Ulises implicó también un corte en la existencia de
Penélope: un exilio, pues
quedó cuasi encerrada en su hogar, perdiendo posibilidades de
interrelación con
el afuera y toda autonomía: su vida dependía de un hombre
cuando él estaba
presente, y lo mismo ocurría cuando él estaba ausente.
Esta situación debe
haber generado un quiebre en el mundo de Penélope, suponemos, y
ciertamente
suponemos, porque en el poema homérico muy poco se dice de ella
misma. Sus
apariciones se limitan a indicar la añoranza por Ulises, las
preocupaciones por
su hijo Telémaco, su trato con las criadas o el desagrado que le
provocan sus
codiciosos pretendientes. Sus sentires, pensamientos, deseos y todo
aquello que
en ella pueda haber provocado el exilio no aparecen con claridad en el
texto, pues
sus líneas en la historia solo están mediadas por Ulises.
Esta reflexión
sobre la doble exclusión de Penélope en La Odisea
no busca convertirse
en un modelo ni un arquetipo, lo que llevaría a desconocer las
singularidades
de cada proceso, pero sí permite observar tanto la presencia del
castigo
político como la ausencia de espacio narrativo experiencial en
el poema.
Entonces, aunque este mito sea del siglo VIII antes de la era
cristiana, e
ilustre un caso particular, esta situación parece haberse
mantenido a lo largo
de la historia para las mujeres, pues salvo excepciones, sus
experiencias están
signadas por la exclusión territorial y por una ausencia que se
ha perpetuado
en los relatos canónicos sobre el exilio (hasta nuestros
días).
La falta de
reconocimiento político que han sufrido las mujeres parece ser
uno de los
motivos que ha propiciado la continuidad del doble exilio, por ello, a
continuación, se abordará su relación con el
exilio en general a partir de su
consideración como sujetos de derecho político. En este
marco se prestará
especial atención a algunos casos de mujeres exiliadas en la
etapa de la
constitución de los Estados-nación latinoamericanos,
así como a los cambios en
la configuración de los procesos exiliares de las últimas
dictaduras cívico-militares
del Cono Sur Latinoamericano.
A lo largo de la
historia las mujeres han vivido en carne propia el castigo del exilio,
ya sea
por ser parte de un pueblo o colectivo, por seguir voluntariamente -o
no- a
aquellos hombres que han sido expulsados políticamente, o por
ser ellas mismas
las expulsadas. En este punto es interesante notar que la
mayoría, si no la
totalidad, de los edictos y expulsiones proclamados desde la
antigüedad hasta
el siglo XX, estaban dirigidos a figuras masculinas, pues los hombres
eran
quienes se constituían como sujetos de derecho político.
Estas expulsiones
jurídicas masculinizadas se fundamentan en que hasta hace muy
poco,
vergonzosamente poco, las mujeres no eran considerada sujetos de
derechos
políticos y, por lo tanto, no tenían el peso
específico necesario para ser las
destinatarias de un edicto de expulsión. En este contexto no es
de extrañar la
poca documentación histórica existente sobre casos de
mujeres exiliadas, lo
que, en ningún caso implica que ellas no hayan padecido este
castigo a la par
de los hombres. Sobre este punto, y refiriéndose de modo
particular al caso
español del siglo XIX, aunque aplicable a otros contextos,
Alicia Alted Vigil indica:
en casi todas las
emigraciones políticas del siglo XIX iban mujeres, en algunos
casos en una
proporción elevada, como fue en las emigraciones liberales y
carlistas. Sin
embargo, la historiografía casi no las ha prestado
atención, en parte porque
apenas se conserva documentación ya que normalmente
acompañaban a sus maridos,
que eran quienes aparecían como cabeza del núcleo
familiar. Son, pues, en su
mayoría, anónimas. (2008, 61)
Esta situación se
repite en América Latina, donde hasta mediados del siglo XX solo
los hombres
eran “castigados”, aun cuando sus parejas o mujeres
familiares tuvieran las
mismas prácticas políticas. Ahora bien, resulta
interesante notar que, en el
siglo XIX en América Latina, algunas mujeres fueron directamente
expulsadas por
su práctica y militancia política. Entre este
puñado de mujeres destacamos, a
la boliviana Juana Azurduy, a la peruana Francisca Zubiaga y Bernales,
a la
argentina Juana Manuela Gorriti, a la ecuatoriana Manuela Sáenz
y a la
franco-peruana Flora Tristán. Todas ellas, desde diversos
lugares geográficos y
políticos, llevaron a cabo tareas fundamentales para las gestas
independentistas de la región, motivo por el que se las
consideraba parte del
escenario político, lo que habilitaba su castigo. Sobre la
práctica política de
las dos últimas indica Carmen Lucía Jijón (2015):
“Sin embargo, estas prácticas
las llevaron al exilio y a vivir en la intemperie como desheredadas de
los
bienes como de la historia y del reconocimiento oficiales, ante la
imposibilidad de insertarse en la “red simbólica
nacional” (Ramos 2000,
185-207).” (15)
No resulta menor,
sin embargo, el hecho de que las tareas de estas mujeres se encontraban
altamente masculinizadas, pues, cumplieron roles tradicionalmente
masculinos
como, por ejemplo, realizar tareas de espionaje, militar en partidos
políticos,
ser escritoras y participar en la guerra misma, siendo capitanas y
estando a
cargo de tropas de mujeres indias y de hombres como la Capitana Juana
Azurduy.
Para ocupar estos espacios, muchas de ellas debieron renunciar a su
“ser mujer”
sacrificando familias, hijos y lugar en la sociedad, pues
existía una clara
incompatibilidad entre estas tareas altamente masculinizadas y las que
se
esperaban de ellas como mujeres.
No hay duda de
que las acciones políticas de estas mujeres contribuyeron en los
procesos de
independencia del continente, y sin embargo sus nombres y
hazañas siempre
ocuparon un lugar secundario o marginal respecto a los actos de sus
pares
masculinos en las mismas gestas. Ejemplo de ello es el poco espacio que
ellas
tienen en las narrativas de la configuración de los
Estado-nación
latinoamericanos, lo que ni siquiera evidencia el compromiso y la
hondura de
sus prácticas políticas. Hay que reconocer, sin embargo,
que en los últimos
años ha crecido notablemente el interés por evidenciar y
reivindicar estas
figuras femeninas para el público en general, lo que se
evidencia, por ejemplo,
en publicaciones infantiles sobre mujeres latinoamericanas que
participaron en
las guerras de la independencia
[6]
.
Con todo, más
allá de este puñado de mujeres reconocidas por su
acción política y por lo
tanto castigables, antes del siglo XX las exiliadas habitaban el
anonimato,
aunque tuvieran un pensamiento y una militancia incluso más
activa que la de
algunos hombres. Hasta la década del 60 en la región, el
exilio recaía sobre
los hombres de la familia, ya fueran padres, hermanos, esposos, e
incluso amos,
a quienes las mujeres debían acompañar en su
expulsión, a veces por convicción
y otras por no tener más opciones. Ante el exilio masculino, las
mujeres,
además de no poseer sus mismas garantías y derechos
políticos, rara vez
contaban con los medios propios para afrontar una separación y
subsistir social
y económicamente, lo que se agravaba en el caso de tener hijos.
Recién en el
siglo XX las mujeres serán consideradas sujetos de derechos
políticos, lo que
en España se evidencia con el advenimiento de la Segunda
República y el lugar
que allí ellas ocuparon. Durante la preparación, el
mantenimiento y la defensa
de la Segunda República las mujeres fueron fundamentales, pues
colaborando en
todos los flancos, incluso en el frente
[7]
. Alicia Alted Vigil (2008) remarca:
El carácter de
revolución popular que revistió la guerra en la zona
republicana en los
primeros momentos, hizo que las mujeres, alentadas por un discurso
igualitario
en su participación en la lucha junto a los hombres, se
alistaran en los
batallones y cuerpos de milicias que de forma voluntaria se organizaron
desde
los primeros días. (66)
Entre estos
millares de mujeres se encuentran las de la generación del 27,
que pusieron sus
conocimientos, prácticas y cuerpos en la lucha contra el
fascismo. Un claro
ejemplo de ello es el de la filósofa veleña María
Zambrano quien, además de
haber participado en todo el proceso democrático, sufrió
el exilio e hizo de su
experiencia un tema de indagación y reflexión
[8]
.
En el caso de
América Latina, fue durante la década del 30 del siglo
pasado cuando comenzaron
a gestarse otros registros políticos con relación a las
mujeres, particularmente
a partir de la proclamación del Sufragio Universal, derecho que
se iría
extendiendo por todo el territorio y finalizaría su
implementación local en la
década del 50. El voto femenino formaba parte de una serie de
derechos
políticos y de ciudadanía que las mujeres reclamaban
alrededor del mundo y que
era un paso más en su reconocimiento.
El exilio
presenta ciertas particularidades, pues el reconocimiento de
ciudadanía
política plena implicaba, a su vez, la posibilidad de castigo.
Recién en la
década del 60 las mujeres serían consideradas parte de la
militancia y de la
lucha política. En Argentina, por ejemplo, durante el gobierno
militar de Juan
Carlos Onganía, la represión y la violencia decantaron
sobre hombres y mujeres
por igual. Esta situación se agravó luego de “La
noche de los bastones largos”,
en la que la policía federal desalojó con suma violencia
las universidades en
toma que buscaban recuperar su autonomía. Este fue el principio
de una oleada
de exilios masivos, que recrudeció en la década del 70 en
toda la región.
El reconocimiento
de las mujeres como militantes políticas, subversivas, en el
contexto
dictatorial se da en un marco de excepcionalidad jurídica, lo
que pone en
paralelo a dicho reconocimiento la violencia y la muerte. Es decir, a
la par
que las mujeres eran expulsadas “a nombre propio” de sus
países por su
militancia política, también eran secuestradas, violadas,
torturadas y
asesinadas en la clandestinidad. El reconocimiento de ser sujetos
políticos que
alcanzaba a las mujeres se dio a la par de negación más
abrupta de sus derechos
y garantías jurídicas y, si bien esta negación fue
general, se dirigió con
particular saña a los cuerpos de las mujeres a través de
la tortura de carácter
sexual. Esta saña estaba signada por un deseo de castigo a
aquellas mujeres que
con su militancia política rompían una serie de valores y
tradiciones que las
Juntas Militares buscaban imponer con sus procesos de
reorganización nacional:
valores cristianos apoyados en la patria y en la familia. Sobre esto
dice
Victoria Álvarez (2019):
Las mujeres
militantes, desde la perspectiva de los represores, eran doblemente
subversivas: con su militancia habían cuestionado el orden
social y, al mismo
tiempo, habían desafiado los estereotipos hegemónicos de
género en lugar de
reproducirlos. La violencia sexual constituyó, entonces, una
forma de castigo
hacia ellas y también hacia sus parejas, compañeros de
militancia, hermanos,
padres. (75)
Durante su
cautiverio en la región cientos de mujeres perdieron sus
embarazos por la
violencia y la tortura, algunas quedaron embarazadas fruto de estos
abusos y
abortaron dentro de los campos de concentración. Sobre el caso
de Chile dice
Elizabeth Lira (2021):
Las mujeres
embarazadas fueron torturadas con electricidad, sufrieron agresiones
sexuales,
muchas de ellas fueron violadas y algunas de ellas abortaron a causa de
la
tortura. (…) Las mujeres declararon que no recibieron
atención médica, excepto
para evaluar si podían continuar siendo torturadas. (203)
Esta crueldad
dirigida a las mujeres cobró otro cariz en Argentina con el caso
de las
embarazadas (a veces fruto de violaciones) quienes eran mantenidas con
vida en
los campos de concentración hasta que parían a sus hijos
y luego eran
asesinadas y desaparecidas, y sus hijos entregados para adopciones
ilegales
[9]
-
[10]
.
Dentro de las
formas de violencia política hacia las mujeres, incluimos
también el exilio, ya
sea a nombre de otro o a nombre propio, castigo que ha estado presente
desde la
antigüedad en las experiencias de las mujeres. Y, sin embargo, el
desarraigo no
ha sido la única forma de expulsión, pues hay otra que
dice relación con al
ámbito de las discursividades, escrituras y memorias que se han
construido
sobre el exilio. En efecto, la historia emblemática y las
reflexiones acerca de
este dispositivo punitivo se han cimentado en base a experiencias y
narrativas
masculinas, poniendo el acento en las gestas políticas heroicas
y en las
labores de la militancia, a la vez que soslayando otro tipo de
militancias,
prácticas, sentires, vivencias cotidianas y repercusiones
histórico-sociales.
La masculinización de estas escrituras puede tener varias causas
[11]
, pero su entronización como discurso
único ha contribuido a gestar una imagen experiencial e
histórica del exilio
que deja fuera al menos a la mitad de quienes lo vivieron y sufrieron:
las
mujeres, las niñas y los niños.
Frente a esta
última forma de exclusión, la discursiva, se
podría pensar que no ha habido
suficiente productividad narrativa de mujeres como para complementar
las escrituras
masculinas, o que su calidad documental es menor, lo que es
completamente
falso, pues hay publicaciones de testimonios exiliares de mujeres que
datan de
los años de la dictadura, de los periodos transicionales y de
épocas actuales
[12]
. Estos testimonios retratan con gran
lucidez otros aspectos del exilio asentados en las vivencias cotidianas
y en el
registro de las emociones. Además de no haber cesado la
edición de narrativa
testimonial femenina, en la actualidad las producciones involucran
también a las
nuevas generaciones, es decir, a quienes fueron niñas y
niños al momento de su
exilio
[13]
. Por todo lo anterior no sería
lícito
hablar de ausencia de producción femenina, sino más bien
de omisión y de
expulsión del “canon del exilio”, lo que contribuye
a confirmar la hipótesis
que aquí se presenta del doble exilio de las mujeres.
Con el presente
escrito se ha buscado mostrar la particular relación entre las
mujeres y el
exilio que se basa en una doble exclusión. Si bien la
expulsión es compartida
por la totalidad de los excluidos de un territorio y de su
protección, hay otra
forma de exilio que recae particularmente sobre las mujeres. En este
caso, el
problema del exilio y las mujeres se vincula directamente con el
desconocimiento o reconocimiento que ellas han tenido como sujetos
políticos.
Ciertamente, hasta el siglo XX los edictos exiliares no llevaban sus
nombres
propios, sino que estaban dirigidos a figuras masculinas, aun cuando
ellas
también mantuvieran esos pensamientos y prácticas
política. Será con las
últimas dictaduras cívico-militares del Cono Sur cuando
el exilio amplió sus
espectros, transversalizándose y aludiendo no solo a los hombres
políticos,
sino también mujeres y jóvenes con distintas militancias.
La paradoja que
aquí se presenta es que a la par que las mujeres fueron
reconocidas como
militantes, se habilitó la posibilidad de su desconocimiento y
castigo. Es
decir, en los contextos dictatoriales su reconocimiento político
estuvo anudado
a la falta de garantías y respaldo jurídico, lo que
permitió la persecución, la
tortura, la desaparición y el exilio. Además, mediante
esta pena y otras, las
fuerzas del orden buscaban castigar y reeducar a aquellas militantes
que no
cumplían con sus obligaciones femeninas, y que destruían
los valores
occidentales, cristianos, de la patria y del hogar que las dictaduras
buscaban
imponer en la región.
La expulsión
punitiva es el primero de los registros exiliares a los que aquí
se han
aludido, y sin embargo hay otro, el que dice relación con el
plano discursivo.
Ciertamente, en los discursos emblemáticos sobre el exilio, las
narrativas y
textualidades femeninas son marginadas y se encuentran desplazadas de
las
memorias oficiales sobre este suceso. El poema La Odisea ha sido el
lugar donde
hemos podido observar este doble exilio con claridad, pues en su trama,
en
principio, Penélope sufre un exilio interior con la partida de
Ulises, pero
también uno de la narrativa. Esto quiere decir que, dentro del
texto, Penélope
tiene un lugar marginal, casi de desaparición en tanto sujeto,
pues toda
referencia a ella está mediada por el héroe griego. El
poema poco y nada dice
sobre los sentires y las reflexiones de Penélope, su sola
existencia suspendida
tiene como fin la espera de su amado. A la luz de esto, y aludiendo a
la
caracterización antes citada de Jankélévitch,
podríamos decir que Penélope
queda fuera de “la síntesis de la experiencia del
exilio”.
Mostrar el doble
exilio que han sufrido las mujeres a lo largo de la historia ha sido la
intención de este texto. Reconocer esta doble exclusión,
trabajarla e
incorporar las producciones de las mujeres a los análisis,
narrativas y
memorias del exilio, creemos no solo otorgará otras riquezas a
la reflexión,
sino que posibilitarían una memoria más completa con
otras vías de comprensión
de fenómeno cuyas consecuencias se encuentran aún
latentes.
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[1]
Este trabajo forma parte del Proyecto de
investigación FONDECYT
Regular N1221175 “Filosofía y exilio. Reflexiones en torno
a narraciones de
pensadoras exiliadas a uno y otro lado del Atlántico”.
[2]
Los primeros
esbozos de este trabajo fueron presentados en
la Mesa de diálogo
“Pensar el exilio hoy
(1)”, organizada por la Red de Investigación
científica sobre literatura y
filosofía del exilio español en México de la
Bergische Univësitat Wuppertal.
Los comentarios y apreciaciones de las y los colegas permitieron
mejorar este
trabajo y darle nuevos lineamientos. Mis agradecimientos para ellas y
ellos.
[3]
Dra. en
Filosofía
por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso,
Chile y por la
Universidad Paris 8, Francia. Actualmente es Investigadora y
académica del
Instituto de Filosofía de la Universidad Católica Silva
Henríquez en Santiago
de Chile.
[4]
Más adelante se observará el caso del
exilio interno, pero este
análisis vale también para esa categoría.
[5]
Avila, Mariela. 2021. Entre Ulises y Penélope: el
lugar de las exiliadas
del Cono Sur latinoamericano. Revista Rumbos TS., 25, https://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0719-77212021000200009&script=sci_arttext
[6]
La editorial Chimbote publica la colección
“Antiprincesas”, en la
que se han editado libros sobre diversas mujeres de América
Latina, como Juana
Azurduy o María Remedios del Valle. En esta colección se
encuentra el libro
“Guerreras de la Independencia.
[7]
Esto ocurrió
hasta octubre de 1936, cuando se ordenó por decreto la retirada
de las mujeres
del frente, aunque no todas obedecieron esa orden.
[8]
Hemos abordado ye el exilio de María Zambrano en:
Avila, Mariela.
2022. “Posibles encuentros entre la reflexión de
María Zambrano sobre el exilio
español y el exilio dictatorial del Cono Sur
latinoamericano”. En: El otro descubrimiento.
El exilio intelectual español de 1939 y su vocación
americana. Compilado por
Antolín Sánchez Cuervo. Suiza: Editorial Peter Lang.
[9]
Sobre esto dicen Álvarez y Laino Sanchis
(2020):
“Los perpetradores consideraron como la mejor opción la
separación de los/as
niños/as de sus madres y padres. No solo porque obtenían
un “botín de guerra”
muy preciado por muchas familias que tenían dificultades para
tener hijos/as,
sino también porque supusieron que separarlos/as de sus
“malas madres” era la
única manera para torcer el destino de esos/as niños/as y
convertirlos/as en
“verdaderos argentinos” (Regueiro, 2013).” (p. 7)
[10]
De hecho, en la
Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), que ofició como
campo de concentración
durante la última dictadura en Argentina, había un grupo
de celdas al que
llamaban “la Sardá”, en alusión a la
maternidad de la Ciudad de Buenos Aires.
[11]
Hemos abordado esto en: Avila, Mariela. 2022.
“Narrativas y
memorias de mujeres exiliadas: contribuyendo a un área de
vacancia”. En: La
Filosofía eclipsada. Exigencias de la justicia, la memoria y las
instituciones.
Compilado por Claudia Gutiérrez y Jorge Ulloa. Valencia: Tirant
Lo Blanche.
[12]
Ejemplo de estas
narrativas son: “En París de fantasma” (1987) de
Eugenia Neves, “Volver a
empezar” (1987), de María Angélica Celedón y
Luz María Opazo; “Última vez que
me exilio. Mis memorias” (2006) de Amanda Puz, “Pasajeros
en tránsito” (2006)
de Rossana Dresdner, “Un exilio” (2015) de Adriana
Bórquez Adriazola y “Un día
allá por el fin del mundo” (2019) de Nora Strejilevich.
[13]
Ejemplo de ello son las narrativas “Un exilio para
mí. Cartas y
memorias del exilio chileno” (2015) de Leonor Quinteros Ochoa,
“Escribe de
nuevo antes de volver” (2016) de Antonia García Castro,
“Golpe de palomas.
Relatos de una vida más” (2016) de Natalia
Domínguez y “Mi exilio dorado” (2021)
de Marco Fajardo.