Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 25 (Especial) / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2022 /
.
Reflections
on Identity in the writings of Arturo Andrés Roig
Noelia Liz Gatica
Instituto de
Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA),
Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET),Argentina.
Recibido: 20/08/2022
Aceptado: 09/09/2022
Resumen. Desde la Historia de las ideas, focalizamos en las
reflexiones
sobre el concepto de identidad desarrolladas por Arturo Roig en
“Los huarpes
mendocinos” (2005) y “Los huarpes Millcayac” (2011).
Bajo el
supuesto de que a
partir de las referencias a Fidel Roig Matons, despliega un conjunto de
hipótesis críticas en torno a los usos del mestizaje,
analizamos sus escritos
en diálogo con las investigaciones contemporáneas de
Bolívar Echeverría (2010),
Silvia Rivera Cusicanqui (2010) y Rita Segato (2013).
Palabras clave: Historia de las ideas latinoamericanas,identidad,mestizaje.
Abstract. From the history of ideas, we focus on the
reflections on the concept of identity developed by Arturo Roig in "Los
huarpes mendocinos" (2005) and "Los huarpes Millcayac" (2011).
Under
the assumption that from the references to Fidel Roig Matons, he
deploys a set
of critical hypotheses about the uses of mestizaje, we analyze his
writings in
dialogue with contemporary research by Bolívar Echeverría
(2010), Silvia Rivera
Cusicanqui (2010) and Rita Segato (2013).
Keywords.History of Latin American ideas, identity, mestizaje.
Desde sus primeras
investigaciones sobre Historia
de las Ideas en Mendoza,
Arturo Andrés Roig problematiza los alcances de la
filosofía
universitaria y sus prácticas académicas. Sus temas
interpelan los esquemas
tradicionales de la Historia de la Filosofía y sus inquietudes
historiográficas
orientan sus interrogantes en el rescate de géneros alternativos al tratado
filosófico
[1]
. En
diferentes momentos de su producción teórica es posible
rastrear una crítica a los
usos academicistas de
conceptos y
categorías filosóficas elaboradas en Occidente.
En sus primeros trabajos,
introduce una ampliación de las fuentes
mediante la cual recupera expresiones del folklore cuyano e incorpora nuevas
categorías de análisis (Roig, A. 2005, 282-294). En Teoría y
crítica del pensamiento latinoamericano ([1981] 2009) establece distinciones entre
la fábula de Cura y el Popol Vuh, caracteriza las diversas formulaciones del humanismo a través de
Bartolomé de las Casas,
Simón Bolívar y Juan Bautista Alberdi,
distingue entre la posición
asumida por el autor de El crimen de la
Guerra (1870) y la explicitada por Domingo Faustino
Sarmiento en Conflicto y armonía
de las razas en América (1883). Además, en el
capítulo titulado “La
conciencia americana y su
experiencia
de ruptura” examina las expresiones de la “conciencia
mestiza” como una “conciencia
escindida y culposa, propia
de un dominador que es a la vez dominado” (Roig, A. 2009, 289).
Respecto de su
producción teórica, Carlos Pérez Zavala (2012)
rescata como contribuciones del filósofo mendocino: la
ampliación metodológica
de la Historia de las Ideas latinoamericanas, el diálogo con
Raúl
Fornet-Betancourt desde la filosofía intercultural y la propuesta de un
“rearme categorial” como denuncia de los
límites del pensamiento posmoderno.
Desde otra perspectiva, María Luisa Rubinelli (2020) analiza las
implicancias
teóricas y prácticas de dos concepciones de la
condición humana caracterizadas
en Teoría y
crítica del pensamiento
latinoamericano ([1981],
2009) a
partir de la distinción entre los mitos de origen,
la fábula de Cura y el Popol Vuh.
Desde la Historia de
las ideas, entendida como un espacio epistémico transdisciplinar (Roig, A. 1994; Cerutti Guldberg, H.
2003),
focalizamos en las reflexiones
sobre el
concepto de identidad desarrolladas
en “Los huarpes mendocinos” (2005) y “Los huarpes
Millcayac” (2011). Pues
consideramos que en ellas se pone en juego una
reflexión
crítica de los usos del
mestizaje que puede ser recuperada en el marco de una crítica
a la modernidad/colonialidad.
En lugar de focalizar en la persistencia
en una corriente teórica, en un método o en una
disciplina, nos centramos en
reconstruir la vinculación de la crítica a las
dicotomías modernas, a la visión
lineal de la historia y al concepto de sujeto.
Bajo el supuesto de que
sus reflexiones sobre el concepto de identidad
y las críticas al “mestizaje” se caracterizan por una ampliación de las ideas
enunciadas en sus escritos
de los ‘70. En un primer
momento,
analizamos sus referencias a Fidel Roig Matons (1885-1977)
[2]
, quien
entre 1926 y 1939 realiza la serie Vestigios Huarpes
[3]
para conceptualizar sus reflexiones en
torno a las investigaciones antropológicas de Alfred
Metraux y Salvador
Canals Frau. Este ejercicio nos permite establecer conexiones con sus
escritos
anteriores y advertir variaciones a partir de la focalización en
un tema
contemporáneo a la publicación de Ética
del poder y moralidad de la protesta (2002). En consecuencia, en un
segundo momento, desplegamos su
reflexiones en torno a la identidad y al mestizaje en diálogo con las investigaciones
contemporáneas de Bolívar Echeverría
(2010), Silvia Rivera Cusicanqui (2010)
y Rita Segato (2013).
Según
Catalina León Pesantez, Arturo Roig realiza un abordaje
contextualizado del ser en “realidades estructuralmente abigarradas como las de América Latina y el Caribe” (León
Pesantez, C. 2013 a, 69). Se trataría de un humanismo
puesto en
situación que parte del señalamiento
de su procedencia histórica, es decir, de la situación
colonial que estructura las
sociedades nuestro-americanas. María
Luisa Rubinelli señala que las reflexiones de Arturo Roig en Teoría
y
crítica del pensamiento latinoamericano sobre la fábula de Cura y el Popol
Vuh “van más allá del interés
científico, ya que (...) propone categorías de análisis propias
de una antropología de la emergencia de los sujetos implicados en su
narración y
recreación” (Rubinelli, M. L. 2020, 382).
Dicha
propuesta
estaría caracterizada por someter a discusión “la concepción instrumental de la modernidad y los postulados neoliberales que intentan legitimar la explotación sin límites de los por ellos
denominados ‘recursos’” (Rubinelli, M.
L. 2020,
380). Mediante la crítica al dualismo antropológico Roig reintroduce
“la
naturaleza en la lucha por la dignidad humana” desde la que
señala “la
continuidad histórica del proyecto moderno europeo” al
tiempo que contribuye a
historizar sus categorías con la intención de explicitar
“su contingencia”
(Rubinelli, M.L. 2020, 381).
En este
sentido, entendemos que sus reflexiones
desarrolladas en los ‘70, son recuperadas y ampliadas en
“Los Huarpes
mendocinos” (2005) y “Los huarpes
Millcayac” (2011).
Desde la Historia
de las Ideas problematiza las investigaciones etnográficas de Alfred Metraux y Salvador
Canals Frau mediante la referencia al pintor catalán,
Fidel Roig Matons
(1885-1977). Ante los discursos que distinguen
entre huarpes “extinguidos” a fines del siglo
XVII y sus “descendientes”
laguneros (Roig, A. 2011 a), desarrolla un conjunto
de hipótesis
que le permiten problematizar los supuestos operantes en las formas de
comprensión del mestizaje.
Si bien,
no focaliza explícitamente en el universo
discursivo en el que se despliegan las formas de representación
artística y
etnográfica de la identidad indígena huarpe en la primera
mitad del siglo XX,
indaga en las distancias entre el “campo intelectual” y la
conflictividad
social contemporánea de la época
[4]
.
Al respecto, sostiene:
(...) Fidel Roig Matons, el primer pintor que
trabajó con su paleta y sus pinceles
en Guanacache, entendió siempre que
la población nativa
de la región descendía de los ‘extinguidos’
huarpes, sin cortes históricos, y la prueba principal la
encontraba justamente en la producción artesanal, a la que le
concedió una máxima importancia (...).
(Roig, A. 2011 a, 51)
En
alusión a las representaciones de Fidel Roig
Matons en vinculación con las investigaciones de Alfred Metraux,
reflexiona
sobre el “valor testimonial” de la producción
artesanal como un “lenguaje”. En
la crítica a las dicotomías modernas cultura-naturaleza,
sujeto-objeto y la
concepción evolucionista de la historia recupera el “papel
que juega la memoria
familiar” y “la vitalidad de un mundo
artístico-artesanal de remoto pasado”
(Roig, A. 2011 a, 50). Desde esta perspectiva, sostiene que una cultura
puede
“desaparecer” pero ello no implica su extinción.
Pero esta aclaración se
despliega en la denuncia del etnocidio de la Conquista desde una toma
de
posición que a partir del valor de la “producción
artesanal” problematiza la
concepción esencialista de las identidades.
En segundo
lugar, bajo el supuesto de la continuidad
histórica del orden
colonial tras la conformación del Estado-Nación
enfatiza en las
estrategias de resistencia. Si durante el siglo XIX, denuncia el germen de una nueva operación
de silenciamiento
al que
fueron sometidos los puesteros para no ser “denunciados como indios”
(Roig, A. 2011 a, 38), enfatiza en las formas
de
reemergencia social de las identidades. Tras
la imposición
de la narrativa
identitaria blanca a fuerza del exterminio y el despojo
de las comunidades indígenas por la política de Mitre, Sarmiento, Avellaneda y Roca, refiere a las
investigaciones etnográficas de Salvador Canals Frau:
Cuando
[Fidel Roig Matons] expuso, por primera vez (…) Canals no estuvo
de acuerdo en
aceptar que los retratos que se exponían fueran
de descendientes de una etnia
y que ello no era prueba de continuidad histórica que gracias
a lo cual los
huarpes no se habrían ‘extinguido’, sino evolucionado conforme los tiempos y las
circunstancias. Le propuso a papá que
titulara el homenaje indio (...)
‘vestigios de la raza Huarpe’ con lo que creyó
reducir al máximo la continuidad
que los propios laguneros
defendían.
Canals Frau no conoció los alcances y el valor del concepto ‘vestigio’. (...)
El vestigio no señala
una ausencia, sino una nueva presencia de lo pasado (...). (Roig, A. 2011 a, 51-52)
Tanto
desde la referencia a la “producción
artesanal”, como a la “continuidad histórica”
defendida por los laguneros, Roig
denuncia el etnocidio, el ecocidio
y el epistemicidio de la
Conquista, al tiempo que recupera episodios
de resistencia, estrategias de ocultamiento y momentos de reemergencia
social
de las identidades. Cuestiona la narrativa blanca de la identidad
nacional al
repensar la complejidad de los sentidos de pertenencia mediante la
historización de las formas de afirmación de la
subjetividad.
En
diversas ocasiones, Fidel Roig Matons retrató a
Carmen Jofré, un lagunero a quien conoció en 1937 en el
contexto de las construcciones
de un nuevo ramal del
ferrocarril. Éste se hacía llamar “el indio Carmen Jofré” y le
confió al pintor ser descendiente de Santos Guayama,
caudillo que entre las décadas de 1860 y 1870 organizó la resistencia indígena y campesina
en la región (Roig, A. 2011).
Según Diego Escolar aún en la actualidad se rinde culto a
Guayama a través de la figura de San Roque,
“un gaucho elegante
con larga barba y vestido
negro que es
llevado en procesión junto a la Virgen
en la fiesta patronal” (Escolar, D. 2021, 154-155).
Desde un
lenguaje diferente al de las teorías antropológicas, aunque
inmerso en el
universo discursivo de principios del siglo XX, Fidel Roig Matons
introduce un
conjunto de representaciones que ponen en discusión la idea del desierto
como espacio vacío con el que
se justificó
el genocidio indígena
durante el siglo XIX.
En diferentes ocasiones, dibuja las balsas y las redes de los pescadores.
Dos décadas
más tarde, en 1950 Mariano Zamorano se
apoya en el material fotográfico de Fidel Antonio Roig Simon y
las
representaciones artísticas de Fidel Roig Matons para alertar sobre
la desaparición de las balsas
de junquillo como consecuencia del acelerado proceso
de desertificación que acompaña la
modernización de
fines del siglo XIX y
principios del siglo XX. Cuando el pintor catalán retrató las lagunas ya
había comenzado este proceso a tal punto
que, según Abraham y Prieto, para la
década
de 1930 sólo subsisten cuerpos
de agua en las lagunas
de La Balsita y de Los Blancos
(Abraham y Prieto, 2019, 129)
[5]
.
Arturo Roig, habiendo acompañado a su padre, historiza
a principios del siglo XXI las diferentes investigaciones etnográficas,
pero propone una interpretación alternativa que pone en
tensión la
concepción esencialista de las identidades. Afirma que a Fidel
Roig Matons “Las
ancianas –y somos testigos
de ello–
le decían con espontaneidad y a la vez con humildad que ellas
eran indígenas huarpes”
(Roig, A. 2011 a, 34). Desde esta
perspectiva, sostiene que “Un
vestigio no señala una ausencia, sino una nueva presencia
de lo pasado” (Roig, A. 2011 a, 52). Ante la visión
anticuaria de los objetos
culturales, indaga en la producción artesanal desde la que pone
el acento en
las estrategias de resistencia y en la posibilidad de reemergencia
social de
las identidades. Frente a una caracterización des-historizada de
las
identidades, denuncia el etnocidio y el ecocidio que caracteriza el
establecimiento de las fronteras del Estado Nacional y la
modernización de las
ciudades. En la experiencia nombrada en la confluencia
de los términos relativos a la identidad y al territorio,
“Huarpes- Guanacache”, despliega un conjunto
de reflexiones sobre la configuración
de las identidades que pueden
ser analizadas desde una
perspectiva crítica de la modernidad/colonialidad.
En Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano a partir del señalamiento de Enrique Dussel sobre el “ego conquiro” como antecedente del “ego cogito”, Arturo Roig advierte en
los discursos
dos formas de
afirmación de la subjetividad: una formulada en la Conquista,
donde “El único
que aparece como valioso
para sí
mismo es el conquistador” y otra en donde analiza diversas expresiones del “discurso paternalista” (Roig, A. 2009,
226). Distingue entre la dimensión
histórica
y la dimensión discursiva,
y desde el señalamiento de la violencia de la Conquista,
establece diferencias entre
las dinámicas de reconocimiento y negación de la
alteridad.
En “Los huarpes
mendocinos” (2005) Arturo Roig enfatiza en la dimensión
histórica del hecho
colonial para denunciar la explotación artesanal de las mujeres
violentadas por la casta encomendera, la tala de los
algarrobos en el siglo XIX como consecuencia de la
modernización y la disminución de las lagunas de Guanacache tras el desvío de los caudales de los ríos junto con
el crecimiento de
los viñedos en los oasis. Si bien distingue entre rasgos
identitarios de orden
“biológico” y aquellos de orden “cultural”,
problematiza los alcances de estas categorías.
Refiere a las
características somáticas, pero las distingue de manera
relativa de otras
prácticas culturales. Aclara que estos rasgos
pueden o no ser asumidos
como propios por los sujetos
pertenecientes a una comunidad y afirma que “nunca
son puramente
biológicos, sino que deben estar culturizados
en un sentido u otro” (Roig, A. 2005, 334). Distingue entre
“hechos espirituales”
como formas legítimas de
afirmación de los rasgos somáticos y del espacio que habitamos y “hechos ideológicos”
como formas ilegítimas expresadas en las variantes
del racismo y del telurismo.
En referencia a los
sentidos de pertenencia al territorio que caracterizan a las naciones
indígenas,
alude a la territorialidad como vinculación afectiva con el
espacio geográfico
que puede ser “real” cuando la población
habita de hecho un territorio o “ideal” cuando sin ser ocupado
físicamente la población mantiene
una conexión espiritual con el espacio
tal como ocurre
cuando este ha sido expropiado por el establecimiento de las
fronteras de la propiedad privada y el Estado-Nación.
Respecto del “paisaje”
como “elemento estético de un territorio” rescata su “valor para la vida
humana” por su incidencia en la
singularidad de los rasgos culturales de
un pueblo (Roig, A. 2005, 333-334).
Cuestiona la idea
de “autenticidad” como sentimiento de pérdida de una identidad pasada
“pura” o incontaminada y su crítica al
tradicionalismo no deriva en una afirmación ingenua del
relativismo cultural.
Recupera de Teoría y crítica
del pensamiento latinoamericano el señalamiento de la
naturaleza histórica
de las expresiones culturales. Frente a “las formas opresivas de
autoafirmación
de determinados grupos sociales”, atiende al carácter
activo del “sujeto
portador-receptor” del legado (Roig, A. 2009, p. 50). En la
crítica a las
expresiones conciencia mestiza, “escindida y culposa” alude
a las tomas de
posición negadoras de la historicidad mediante la
afirmación de “un pasatismo y
un inmovilismo”
[6]
histórico.
Desde esta
perspectiva indaga menciona dos experiencias de la “conciencia de
ruptura”
entendida esta como un “fenómeno universal” que
requiere de los aportes de la
“teoría de la cotidianidad” a fin de focalizar en
las diferencias. Por una
parte, alude a “la quiebra del ‘legado’” que
implicó la “destrucción violenta
de las culturas indígenas por obra del invasor europeo” y
la “sustracción del
producto de trabajo dentro del sistema de explotación que ha
conducido a una
quiebra de la relación entre el ser y la tenencia” (Roig,
A. 2009, p. 281).
En “Los huarpes
Millcayac”
(2011), recupera sus reflexiones en la crítica de los
“usos” del “mestizaje”. En
primer lugar, ante el “Discurso de la extinción” del
pueblo Huarpe, señala que
desde el padrón
realizado en 1739 no
es posible distinguir a través de los apellidos entre huarpes y
europeos. Con excepción de unos pocos apellidos de origen Huarpe,
la mayoría de la población
posee apellidos de origen castellano. Frente a ello, sostiene
que la
población indígena probablemente fue empadronada
con los apellidos
de sus encomenderos y que, como
consecuencia de esta práctica, el
predominio de apellidos castellanos
habría permanecido hasta la actualidad. Sin embargo, ante la
información que le
ofrecen los archivos, sostiene que la supuesta
“mezcla”
entre laguneros y
propietarios no se ha dado en los términos biologicistas de la
“raza” ni en los términos
antropológicos de la “etnia”.
Pues “los descendientes de los antiguos indios, así como los antiguos
amos, siguen sin confundirse. (…)” (Roig, A. 2011 a, 31).
Respecto de la
crítica al “mestizaje etnocida”, Rita Segato
sostiene que si a nivel ideológico
este “se impuso entre nosotros como etnocidio, como cancelamiento de la memoria
de lo no-blanco por vías de fuerza”
(Segato, R. 2013, 223-224), en sintonía con Aníbal
Quijano, la raza no
representa “una realidad biológica”,
ni “una categoría etnográfica” sino un
elemento de clasificación y
jerarquización social que ha permitido ampliar los análisis
marxistas de clase mediante la visibilización de las
etnias y el color todavía presentes en las relaciones de
explotación y
dominación (Segato, R. 2013, 225). A partir de la raza
como “signo en
el cuerpo mestizo”, propone “una lectura históricamente
informada de una multiplicidad de signos, en parte biológicos,
en parte derivado del
arraigo de los sujetos en
paisajes atravesados por una historia” (Segato, R. 2013, 230).
En consecuencia,
la antropóloga propone una inversión estratégica
de la valoración de la raza
que frente al “mestizaje etnocida” puede operar
como “índice de la subyacencia de un vector
histórico y pulsante en cuanto pueblo, como sujeto
colectivo vivo y ya
no ‘objeto’ resultante de las operaciones
clasificatorias a que hace referencia la idea de etnicidad”
(Segato, R. 2013, 224)
[7]
.
Por su parte, Arturo
Roig indaga en la diferencia identitaria ante el discurso
del mestizaje como mezcla de razas o etnias.
Pues frente a la aparente “mezcla”
materializada en la continuidad de la prevalencia de apellidos de origen
castellano, se pregunta “¿Cómo un Videla lagunero
se diferencia de un Videla gobernador?”
(Roig, A. 2011 a, 31). De
este modo denuncia lo no dicho en las teorías del mestizaje, es
decir, el etnocidio
que se ha pretendido ocultar bajo la narrativa blanca de la historiografía nacional
pero
también los episodios de resistencia.
Si desde las
formas de representación caracterizadas por Alfred Metraux y Fidel Roig Matons,
alude a la producción artesanal,
por otra parte, denuncia la imposición
tecnológica y la modificación de las técnicas
primitivas por las técnicas coloniales.
Sostiene que a pesar del reemplazo del
“telar primitivo” por la
imposición del “telar horizontal
español”, el empleo del
primero ha persistido hasta nuestros días. Su rescate del valor
testimonial de
la producción artesanal no apunta a una comprensión
esencialista de las
prácticas culturales sino a dar cuenta de su historicidad.
Su crítica a la
antinomia
moderna naturaleza-cultura, despliega el análisis a las formas
de afirmación
identitaria desde una perspectiva crítica de la colonialidad. Si
bien no
desarrolla una teoría crítica del mestizaje, en sus
reflexiones problematiza la
noción homogeneizante de identidad nacional y las consecuencias
de los
proyectos de modernización. A través de los objetos y
prácticas culturales,
indica que es posible reconstruir “la continuidad
histórica a pesar de los tiempos
y situaciones” (Roig, A. 2011 a,
50) y comprender los procesos de resistencia y reemergencia de la
cultura huarpe en las
prácticas culturales de
campesinos y laguneros.
En segundo lugar,
desde este énfasis puesto en las prácticas para denunciar
lo que podríamos
denominar junto con Rita Segato como “mestizaje etnocida”,
Roig distingue entre laguneros y propietarios por
su “capacidad de expresión estética”. Explícitamente diferencia entre las prácticas
artesanales de los
laguneros y “el dominio territorial, la mentira política y
el saqueo económico de la antigua
casta encomendera” (Roig, A. 2011 a, 32). Esta distinción
no se reduce a un
simple señalamiento culturalista o eticista.
En alusión a los
discursos en torno al establecimiento de las fronteras nacionales
durante el
siglo XIX, sostiene que “La palabra
‘civilización’ que invocaban siguiendo a
Sarmiento, era simplemente otro símbolo de la
‘barbarie’” (Roig, A. 2011,
p.41). En referencia a los estudios de Diego Escolar, denuncia la
operación de
silenciamiento de la identidad indígena coincidente con el
periodo de “mayor
violencia política y coacción sobre esas
poblaciones”. Y de este modo,
cuestiona la narrativa blanca desde la que se ha pretendido ocultar las
formas
de resistencia y reemergencia de la identidad huarpe a partir del XIX
(Roig, A.
2011, p. 45)
[8]
.
En Teoría y
crítica del pensamiento latinoamericano, sostiene que
“El paso de una
sociedad de castas a una sociedad de clases introduciría cambios
en el papel histórico
del mestizo, estableciendo diferencias en lo que se refiere a su
ubicación y
función social”. (Roig, A. 2009, 286). Se trata del
“mito de la europeización”
que se materializa en el etnocidio de la población
indígena y en el
ocultamiento del mestizo mediante un desplazamiento geopolítico
al campo o a
“los suburbios miserables de las ciudades”. Respecto de las
formulaciones
racistas del positivismo, sostiene que “bajo una pretendida
cientificidad” se
pretendió ocultar “la marginalidad y la explotación
de un hombre en el que se
había producido la pérdida de lo castizo” (Roig, A.
2009, 286).
En sus escritos
posteriores, respecto de los intentos de apropiación territorial
por parte de
la oligarquía terrateniente mendocina, denuncia una
expresión del racismo que podríamos denominar,
junto con Bolívar
Echeverría, de la “blanquitud”,
ya que en momentos de crisis y transformaciones del capitalismo no duda
en instrumentar la raza
para asegurar su
continuidad. Roig alude específicamente al escrito Genealogías de Cuyo (1939) de Fernando Morales
Guiñazú, el cual propone una conservación
del “linaje” mediante la preservación
de la diferencia racial
[9]
. Desde esta
referencia denuncia
una “(...) toma posición a favor de un racismo grosero-
fiel expresión de su
época; [Morales Guiñazú] nos habla de ‘un
subalterno plebeyismo que no respeta
las jerarquías de clase’ y que ‘cada día se
aumenta y agrava''' (Roig, A. 2011
a, 31).
En consecuencia,
el “mestizaje etnocida” denunciado por Segato, en la
modernidad capitalista o realmente
existente, para Bolívar Echeverría se configura como un
“racismo de la blanquitud” construido sobre la base del
mandato
de la blancura racial
(Echeverría, B. 2010, 86).
Echeverría distingue entre la blancura
de orden “étnico”
o “racial” mediante
la cual los modos de vida alternativos son “oprimidos y reprimidos
sistemática e implacablemente” (Echeverría, B.
2010, 58) y el orden ético de la “identidad nacional” como la imposición en la población “no blanca” del mandato o exigencia de
la “blanquitud” (Echeverría, B.
2010, 60).
Ambos órdenes,
étnico y ético, son desplegados en la
modernidad
realmente
existente o impuesta junto con el desarrollo del sistema capitalista. Sin
embargo, Echeverría ubica el comienzo de
la modernidad de los fenómenos considerados
modernos en la transformación de la relación del hombre
con la naturaleza por medio de la técnica
alrededor del siglo X, aspecto
desde el cual desarrolla la noción de la modernidad potencial o
alternativa:
A mi ver, con esa revolución de la neotécnica que se iniciaría en el siglo X aparece
por primera vez en la historia
la posibilidad de que la interacción del ser humano y lo otro no
esté dirigida
a la eliminación de uno de los dos sino a la
colaboración entre ambos
para inventar o crear precisamente dentro
de lo otro formas hasta entonces inexistentes en él. La posibilidad de que
el trabajo humano no se auto-diseñe como un arma para dominar a
la naturaleza
en el propio cuerpo
humano y en la
realidad exterior, de que la sujetidad humana
no implique la anulación de la sujetidad -inevitablemente
misteriosa- de lo otro. (Echeverría, B. 2010, 23)
Si bien, Arturo
Roig no reflexiona explícitamente sobre una modernidad
potencial, su crítica
al mestizaje como “mezcla” racial
o étnica está atravesada por una crítica a la
situación colonial impuesta tras
la Conquista. En sus reflexiones posteriores, ante la aparente igualdad
en los
apellidos, denuncia el rastro de la imposición violenta que se
actualiza en la
consolidación de las fronteras nacionales, la lógica
extractivista que incide
en la transformación del territorio y la representación
esencialista de las
identidades. Su crítica al mestizaje etnocida refiere a la
diferencia desde lo
que podría comprenderse como la imposición de la
modernidad capitalista, es
decir una sujeción a las condiciones
de producción legitimadas por la reproducción de la
lógica del capital.
En lugar de
desarrollar una argumentación culturalista de las diferencias,
repara en la
historicidad de los sujetos, es decir, en la posibilidad de los sujetos
para “hacerse y
gestarse” en la historia. En Teoría
y crítica del pensamiento latinoamericano distingue entre subjetividad y sujetividad.
Ante las dicotomías moderno-occidentales de
subjetividad y objetividad, propone una comprensión
alternativa que cuestiona
la concepción moderna de “sujeto puro de
conocimiento” y la comprensión de la
“subjetividad” como sinónimo de
“arbitrariedad” o “particularidad” (Roig, A.
2009, 16). Para Roig la noción de sujetividad alude a la
condición de
posibilidad de toda objetividad que constituye el “acto de
ponernos como
sujeto”, afirmación que “no se resuelve en una
subjetividad, sino que es,
además, la raíz de toda objetividad, sin la cual no
sería posible la
subjetividad misma” (Ibidem, 215).
En
sus escritos posteriores distingue entre diversas formas de afirmación identitaria al tiempo que
historiza
a través de los “rasgos” las antinomias modernas. Al
respecto, recupera las
reflexiones desarrolladas en Teoría y crítica del
pensamiento latinoamericano
al afirmar que “el
término ‘mestizo’
(derivado del latín ‘misculare’ o ‘mezclar’ es
una palabra que
puede tener
un uso cultural y no puramente étnico como
vulgarmente se lo utiliza”
(Roig, A. 2011 a, 30). Esta extensión del concepto parece aludir
a diversas
dinámicas de afirmación de la su(b)jetividad
[10]
desde la
que caracteriza la
configuración histórica de las identidades.
Sobre el “mestizaje
colonial andino”, Silvia Rivera Cusicanqui distingue tres ciclos u horizontes históricos
que “interactúan en
la superficie del tiempo
presente” de
nuestras sociedades abigarradas: el ciclo colonial, el ciclo liberal y
el ciclo populista.
Específicamente, sobre el ciclo liberal, menciona junto con la
constitución de los Estados-Nación la emergencia de la noción
de “ciudadano” que permite visibilizar en consonancia con Echeverría la distinción entre el proceso
histórico europeo y el latinoamericano. Pues
observa
la
continuidad de “estructuras y
prácticas
propias del ciclo anterior” que configuran “un
paradójico y renovado esfuerzo
de exclusión
basado en la negación de
la humanidad de los indios” (Rivera Cusicanqui, S. 2010, 40).
Centrada en el
caso de Bolivia, denuncia el modo en que las
identidades históricamente se producen, diversifican y
experimentan de
manera conflictiva y dolorosa en la modernidad-colonial-capitalista. Advierte una suerte de “reciprocidad negativa”
producto de la “estructura jerárquica en la que se
ubican los diversos estamentos de la sociedad a partir de la
posición que
ocupan en la apropiación de los medios
de poder” (Rivera Cusicanqui, S.
2010, 67) y describe formas de “auto-desvalorización” de lo indio por
sobre lo europeo
en la reproducción de una estructura
racial/estamental/social
consecuente con la imposición de una concepción del mestizaje como proceso de
afirmación identitaria mediante la
negación de uno de sus componentes.
Sin embargo, en el señalamiento de la “contradicción colonial” reconoce la posibilidad de un
gesto de afirmación que permitiría recuperar la memoria
india silenciada y
negada. A través
del concepto de
“identidad ch’ixi” propone un
reconocimiento de la contradicción que no pretende anular las
diferencias en el
momento de la síntesis. Pues comprende que “Las fisuras de
la autonegación y
la parodia siguen modelando
cada subjetividad” y
por ello, opone
al “mestizaje
colonial andino” el
“mestizaje ch’ixi, que (re)conoce su
indix interior y está firmemente
situado en el aquí-ahora de su tierra y su paisaje”
(Rivera Cusicanqui, S.
2018, 36).
Por su parte, Arturo
Roig en Teoría y crítica del pensamiento
latinoamericano reflexiona
sobre diferentes dimensiones de la experiencia de ruptura como un
fenómeno
universal que puede derivar en formas alienantes y opresoras de la
conciencia caracterizadas
por la “subordinación del yo real a un yo ficticio, un
vivir en sueños lo que
se hubiera deseado ser, que concluye organizando nuestra vida sobre la
base de
una mentira del nosotros” (Roig, A. 2009, 291). Ante las diversas
experiencias
de ruptura que pueden conducir “al rechazo y desprecio de lo
nuestro” describe
los supuestos antropológicos que inciden en las formas de
reconocimiento o
negación de la historicidad, es decir, del hacerse y gestarse de
los hombres en
la historia.
En “Los huarpes
Millcayac” (2011) problematiza el concepto de “deculturación”
y sostiene que se
trató más
bien de un “etnocidio” que implementó el
silenciamiento de la identidad indígena
como estrategia de homogeneización
de las identidades. A partir, del catecismo escrito por el jesuita Luis de Valdivia en Santiago de
Chile denuncia la
historia del despojo y desplazamiento forzado de la
población
Huarpe por medio de las encomiendas. Pero describe los catecismos como dispositivos funcionales a la
conquista mediante la estrategia de
aprendizaje de
la “lengua del conquistado”. Si bien, establece diferencias
entre la violencia
de la conquista y la labor de algunas órdenes
de jesuitas y franciscanos que opusieron una relativa resistencia dentro de los marcos de
un humanismo paternalista, insiste en el
valor
testimonial del catecismo mediante el cual es posible recuperar la
lengua Huarpe.
En Teoría y
crítica del pensamiento latinoamericano, Roig había
afirmado que “El
europeocentrismo y el occidentalismo podrían ser definidos
(…) como dos
ideologías que se organizan sobre la base de una
imposición excluyente de un
determinado cuerpo de bienes” (Roig, A. 2009, 56). En “Los
huarpes mendocinos”
(2005) distingue entre los ideales revolucionarios y los ideales
conservadores de una
“minoría de criollos y mestizos”
que diseñó el proyecto estatal argentino. La
oligarquía terrateniente y su proyecto de
Estado-Nación “no solo
destruyó y sometió a
poblaciones
humanas, sino que destruyó enormes regiones naturales y
borró las antiguas divisiones territoriales mediante
la imposición de fronteras a costa del despojo y
el desplazamiento de las
comunidades
indígenas” (Roig, A. 2005, 330). Sobre las guerras
de la Independencia, impulsadas ideológicamente por la
población “criolla”,
indica que la liberación del yugo monárquico de los hijos de europeos
implicó también la introducción
de nuevas formas de persecución y sometimiento de la
población indígena y
negra traída de África para ser
esclavizada por medio de la encomienda.
Sin embargo, frente a la narrativa blanca de la identidad
nacional, se
detiene en la reemergencia de la identidad indígena redefinida por los laguneros de Guanacache a
findes del siglo XIX. Menciona el caso de Santos Guayama, y el modo en que
“sus descendientes debieron
ocultar sus nombres, tal como nos
contaba hace unos años, Carmen Jofré”, un lagunero que “tenía el orgullo de llamarse indio”
(Roig, A. 2005, 343). Ante la política
liberal de Mitre y Sarmiento consolidada en una campaña contra
el gaucho y el
indígena, las decisiones económicas extranjerizantes
en beneficio de la oligarquía portuaria y la crisis
de la
industria en la región cuyana agudizada tras el terremoto que
destruyó la
ciudad de Mendoza en
1861, Roig denuncia
la “muerte de las artesanías” regionales y la
“imposición de la manufactura inglesa” (Roig, A. 2011 a, 38).
Su crítica a los
discursos homogeneizantes del mestizaje y a la concepción
esencialista de las
identidades, cuestiona la interpretación
de los “vestigios” como testimonios de una
“ausencia”. Recupera el valor
testimonial de los objetos culturales como expresiones de
“vida” que
pueden ser actualizadas por los
sujetos y comunidades (Roig, A. 2005, 327). Esta
toma de posición histórica y política configurada como
una forma de afirmación del sujeto con “conciencia
de alteridad” parte
de la caracterización del proceso de expansión europea
como un “etnocidio” en
sintonía con la Brevísima relación de la destrucción de
las Indias (1552) redactada
por Bartolomé de las Casas
(Roig, A. 2005, 328).
Sin embargo, en la distinción entre
laguneros y
propietarios denuncia la continuidad del orden colonial al tiempo que avanza en un cuestionamiento del
“mestizaje etnocida” y de las transformaciones
del “mestizaje colonial
andino”. Denuncia la
imposición del mandato de la blanquitud en el
“Discurso de la Extinción” y la “blancura
racial” de los argumentos de la oligarquía mendocina de principios del
siglo XX. Frente al mestizaje
etnocida y al mestizaje colonial
andino, la propuesta de Rita Segato
vislumbra en la raza un signo que puede suscitar una inversión
estratégica. Ante el orden étnico y ético de la
blanquitud en la modernidad efectiva, Echeverría caracteriza la
modernidad
potencial o alternativa y Silvia Rivera Cusicanqui desarrolla el
concepto de identidad
ch’ixi desde el supuesto de la modernidad
indígena. Aspectos desde los
que es posible releer las reflexiones de Arturo Roig
como expresiones de un pensamiento en situación, pero que
en diferentes dimensiones problematiza las antinomias modernas de cultura-naturaleza,
sujeto-objeto y las
nociones de espacio y tiempo mediante la historización de las formas
de afirmación de la su(b)jetividad y la
crítica a los
supuestos de la identidad nacional.
En “Los Huarpes
mendocinos” y “Los Huarpes Millcayac”, Arturo Roig
desarrolla desde una
perspectiva situada, un conjunto de reflexiones críticas en
torno a los
conceptos de identidad y mestizaje. Si bien no teoriza
explícitamente sobre la modernidad/colonialidad,
en la
revisión de las
investigaciones etnográficas de principios
del siglo XX despliega un conjunto de hipótesis sobre el
valor
testimonial de los objetos culturales a partir de la producción
artesanal y la
dinámica de reemergencia social de las identidades.
A través de las
prácticas culturales, indaga en los rastros y huellas del pasado
formas alternativas
de vinculación con el mundo que son o pueden ser actualizadas en
el presente tales
como la lengua Millcayac. Desde esta perspectiva, sitúa
las dinámicas de
afirmación y reconocimiento de la historicidad de los sujetos en
la denuncia a las
diferentes formas de silenciamiento operadas por la narrativa
homogeneizante de
la historia nacional. Operación que puede ser desarrollada en
diálogo con las
críticas de Rita Segato al “mestizaje etnocida”, de
Silvia Rivera Cusicanqui al
“mestizaje colonial andino” y de Bolívar
Echeverría a propósito del orden
étnico y ético de la identidad nacional de la modernidad
efectiva o realmente
existente.
Si los vestigios han
sido instrumentados para negar la existencia de determinados sujetos o su
reconocimiento defectivo, como
rastros de una ausencia, de una cultura que ha desaparecido o
pertenece a un
tiempo pasado,
para Roig señalan “una nueva presencia de lo
pasado”. Desde las referencias a
Fidel Roig Matons, interpela la parcialidad de los discursos como
formas de
representación de las identidades. Recupera de Teoría
y crítica del
pensamiento latinoamericano, la caracterización de las
formas ilegítimas de
afirmación y reconocimiento operantes en las expresiones del racismo, del telurismo
y del tradicionalismo. Y desde el
señalamiento de la continuidad del
orden colonial, desarrolla una teoría descentrada del sujeto a
partir de la
cual analiza diversas formas de afirmación de la su(b)jetividad
en su hacerse y
gestarse en la historia.
Sin embargo, orienta
sus reflexiones desde la sospecha en las expresiones de la conciencia
mestiza a
los momentos de reemergencia social de las identidades negadas por la
narrativa
blanca. Si bien, no alude a la sujetidad entrevista por
Echeverría, en
sus escritos de los ‘70 distingue entre sujetividad y
subjetividad. Posteriormente,
sitúa su crítica a los usos del mestizaje a través
de la caracterización de los
rasgos identitarios. Si en “Los huarpes mendocinos”
distingue entre “rasgos
somáticos” y “rasgos de orden cultural”, en
“Los huarpes Millcayac” cuestiona la
narrativa blanca desde la comprensión cultural del mestizaje y
desde la
historicidad de la configuración de las identidades.
Ante la subordinación de la
naturaleza a la cultura, la
reificación de las identidades y la instrumentalización
de los sujetos, Roig
denuncia lo que podríamos denominar junto con Rita Segato como
“mestizaje
etnocida”. Y si bien no refiere explícitamente a las
“modernidades
alternativas”, su crítica a las filosofías de la
historia se despliega en la
preocupación por recuperar las expresiones culturales
silenciadas tras la
Conquista, atento a las estrategias de resistencia y reemergencia
social. Desde
esta perspectiva, consideramos que realiza una apertura desde la
Historia de
las Ideas, a la indagación sobre formas alternativas de
vinculación con la naturaleza
que resisten y que pueden reemerger frente a la lógica del
capital impuesta por
la modernidad/colonialidad.
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[1]
En una entrevista con Raúl Fornet-Betancourt,
Arturo Andrés Roig
distingue a propósito de la responsabilidad social del
filósofo en América
Latina entre el “academicismo” preponderante en el quehacer
filosófico
universitario y una “filosofía de la vida” que no
refiere al “vitalismo de un
Ortega y Gasset, sino a una filosofía entregada a lo social. Por
esto sostiene
que “hubiera sido mejor haber hablado de una
‘filosofía social’, relacionada
con la revolución que el marxismo estaba llevando adelante
precisamente en las
ciencias sociales y relacionada también con otras formas de
pensamiento renovador
que exigen que la filosofía no esté descomprometida y que
esté pensando en lo
posible el salto inevitable que es necesario dar, hacia lo real, aunque
siempre
conscientes de las mediaciones” (Roig, A. 2011 b, 285-286). En
este sentido,
menciona la importancia del contacto con los filósofos mexicanos
a finales de
la década de 1950 y menciona que “(...) con el Ortega de
la élite porteña de la
revista Sur, no tuvimos nada que ver” (Roig, A. 2011 b, 286).
[2]
Fidel Roig Matons nació en Girona, España
en 1885 y estudió música
y pintura en la Academia de Bellas Artes de Barcelona. En 1908, llegó a Mendoza
y
en 1921, se
casó con María Elisabet
Simon. En 1930, colaboró con la fundación de la Academia
Provincial de Bellas Artes en Mendoza
y en la década de 1940 inicia el proyecto de
retratar la gesta libertadora. Sus hijos Arturo
Andrés y
Fidel Antonio escribieron en 1947 un estudio
monográfico sobre su labor artística en la
cordillera de Los Andes titulado
El sentido del arte en Fidel Roig Matons, el cual fue
publicado con
los seudónimos Andrés y Antonio Simon. En 1986, Mario Roig Simon editó un
catálogo sobre la obra del pintor que lleva
el título de Fidel Roig Matons, el pintor
de los Andes y de los Huarpes. Agradezco a Elisabeth
Roig haberme indicado
la referencia y facilitado una copia de este material.
[3]
Si bien en la segunda edición de Guanacache.
Fidel Roig Matons, pintor del desierto se señala que la
serie Vestigios Huarpes se realizó entre
1931 y 1937, optamos por reproducir las fechas indicadas por Ana Plaza
Roig
en su tesis de Maestría Los
entrecruzamientos de la etnografía y el nativismo en
los retratos de
Ramón Subirats y Fidel Roig Matons (2020).
Allí la historiadora afirma que “No resulta fácil
enmarcar los viajes de Roig
Matons en fechas precisas, en tanto los años mencionados en los
documentos no
coinciden con los que suponen sus hijos” (Plaza Roig, A. 2020,
112). Mediante
diferentes documentos y relatos familiares propone ubicar el desarrollo
de la
serie aproximadamente entre 1926, fecha del primer viaje del pintor a
las
Lagunas del Rosario, y 1939, fecha del viaje realizado junto a Carmen
Jofré a
Costa de Araujo, Colonia Francesa, Nueva California, Rosario y San
José.
Según
Arturo Roig la obra se expuso por primera vez el 19 de abril de 1947 en
la galería
estudio del pintor y contó con la colaboración de la
Municipalidad de la
Capital de Mendoza con motivo de los actos alusivos al Día del
Indio Americano
según Decreto 7550 del Poder Ejecutivo Nacional y en consonancia
con la
recomendación del Congreso Indigenista de Pátzcuaro,
México (Roig, A. 2005,
337).
[4]
Sobre las representaciones etnográficas y
artísticas instauradas
por el campo intelectual cuyano entre 1920 y 1940, sugerimos el texto
de Diego
Escolar (2006) que propone un análisis crítico de estos
discursos en tensión
con los sentidos de pertenencia a la identidad huarpe entre los
habitantes de
las Lagunas de Guanacache.
[5]
En 1999, mediante el convenio de Ramsar se inició
un proceso de
recuperación de las Lagunas que fue ampliado en 2007. Si bien,
se ha realizado
un avance significativo, el debate por la protección de
humedales continúa
vigente.
[6]
En Teoría y crítica
del pensamiento latinoamericano, respecto
del análisis de la figura
del Calibán sostiene
“Un nuevo hombre
ha surgido que, por la fuerza de los
hechos, no
renuncia al ‘legado’ impuesto, en este caso la lengua o los
instrumentos de
trabajo, sino que da a ellos
un nuevo
valor, su valor intrínseco y crea una ‘lengua para
maldecir’, lo cual supone
una forma espontánea de decodificación del discurso
opresor, como crea un nuevo uso de la hoz o del machete que ya no
‘siegan
doradas mieses’ ni ‘cortan dulces calas’, labores cantadas idílicamente
por tantos arieles
en el mundo” (Roig, A. 2009,
55).
[7]
Para Rita Segato “(...) el signo racial en el
cuerpo mestizo es
nada más ni nada menos que indicio de que se estuvo en una
determinada posición
en la historia y de que se
pertenece a un paisaje, signo corporal leído como trazo, resto y
huella de un
papel que se ha venido desempeñando,
de un arraigo territorial y de un destino particular en los eventos en
que, en
ese paisaje, nuestro suelo geopolítico, se suceden” (Segato,
R. 2013, 224-225).
[8]
Sobre este aspecto, sugerimos la investigación de
Diego Escolar
(2021) Los indios montoneros. Un desierto rebelde para la
nación argentina
(Guanacache, siglos XVIII-XX)
[9]
Roig sostiene: “No ha estado equivocado el
historiador local,
Fernando Morales Guiñazú en tratar de explicar la
razón de las diferencias
apoyándose en la cuestión del ‘linaje’. Los apellidos de los encomenderos y de
los encomendados, tenían
una marca que los diferenciaba, precisamente, lo que ya hemos
mencionado, el ‘linaje’. El
fenómeno se dio muy fuerte a partir, según creemos del
siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, y según Morales Guiñazú, se mantiene vivo o hay que mantenerlo vigente”
(Roig, A. 2011 a, 31).
[10]
Utilizamos el concepto de “su(b)jetividad”
con la “b” entre
paréntesis para llamar la atención sobre la
distinción propuesta por Roig a
partir de la cual, comprende al a priori antropológico
como “el acto de [afirmación] de un sujeto empírico
para el cual su
temporalidad no se funda ni en el movimiento del concepto, ni en el
desplazamiento de una esencia a otra” (Roig,
A. 2009, 13). De esta toma de
posición Roig aclara
que “depende la formulación del
discurso y su carácter
opresor o liberador, más aún, el discurso lo integra
como uno de sus momentos”
(Roig, A. 2009, 215).