Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 27 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2024 /
.
Humanisms / Posthumanisms.
Philosophical searches for unsheltered times
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET),
Universidad
Nacional de Cuyo, Argentina.
Recibido: 20-09-2023
Aceptado: 12-07-2024
Resumen. Proponemos una reflexión sobre desafíos que enfrenta la
Antropología Filosófica en el siglo XXI, cuando la clásica pregunta por el
hombre parece haber quedado obsoleta. Nos interesa en particular la experiencia
latinoamericana. Consideramos que existen vacíos en la práctica teórica,
lugares que fueron ignorados o insuficientemente explorados. Tales vacíos
persisten en los debates sobre el
humanismo/antihumanismo/poshumanismo/transhumanismo que proliferan en las
filosofías desde la posguerra hasta el presente. En tiempos de intemperie,
buscamos indicios que permitan acceder a ciertos planteos: ¿Qué es lo
poshumano? ¿Cuáles son los itinerarios intelectuales e históricos que conducen
a lo poshumano? ¿Qué nuevas formas de su(b)jetividad habilita? ¿Qué formas de
inhumanismo produce? ¿Cómo es posible resistirlas? ¿Cuál es la función de la
teoría / filosofía / en tiempos de intemperie? Proponemos reconsiderar dos
categorías que se inscriben en miradas críticas de la modernidad: “cuerpo
inorgánico”, que surge del análisis de la alienación del trabajo de Marx, y
“hombre natural” utilizada por José Martí en el ensayo Nuestra América.
Insinuamos la potencial fecundidad de una exploración de la relación del humano
con la naturaleza en tradiciones prehispánicas.
Palabras clave. Humanismo; poshumanismo; intemperie; cuerpo inorgánico; hombre
natural.
Abstract. We
propose a reflection on challenges that Philosophical Anthropology faces in the
21st century, when the classic question about man seems to have become
obsolete. We are particularly interested in the Latin American experience. We
consider that there are gaps in theoretical practice, places that were ignored
or insufficiently explored. Such gaps persist in the
humanism/anti-humanism/posthumanism/transhumanism debates that proliferate in
philosophies from the postwar period to the present. In times of unsheltered,
we look for clues that allow us to access certain questions: What is the
posthuman? What are the intellectual and historical itineraries that lead to
the posthuman? What new forms of subjectivity does it enable? What forms of
inhumanism does it produce? How is it possible to resist them? What is the
function of theory / philosophy / in times of unsheltered? We propose to
reconsider two categories that are part of critical views of modernity:
“inorganic body”, which arises from the analysis of the alienation of Marx's
work, and “natural man” used by José Martí in the essay Nuestra América. We
hint at the potential fruitfulness of an exploration of the human relationship
with nature in pre-Hispanic traditions.
Keywords.
Humanism; posthumanism; unsheltered; inorganic body; natural man.
En el
tránsito del medioevo a la modernidad se producen transformaciones de orden
material, de la forma de reproducción de la vida, de organización social y
política, de buscar y obtener conocimiento, en fin, de las maneras de
relacionarse los hombres entre sí, con la naturaleza y con la divinidad.
Transformaciones que afectan profundamente el modo habitual de vivir,
provocando una crisis de los marcos de referencia que ordenaban las prácticas
varias veces centenarias de lo mismo y lo otro[1]. Para referirse a momentos como este, de incertidumbre y
transformaciones, Martín Buber apela a la noción de “intemperie”:
Podemos
distinguir –dice– en la historia del espíritu humano épocas en que el hombre
tiene aposento y épocas en las que está a la intemperie, sin hogar. En aquellas
el hombre vive en el mundo como en su casa, en las otras el mundo es la
intemperie, y hasta le faltan a veces cuatro estacas para levantar una tienda
de campaña. En las primeras el pensamiento antropológico se presenta como una
parte del cosmológico, en las segundas ese pensamiento cobra hondura y, con
ella, independencia. (Buber, 1949, p. 24-25)
En
tiempos de intemperie, la pregunta por el hombre adquiere preeminencia: ¿qué es
el hombre?, ¿cuál es su lugar en el universo?, ¿cuál es su valor?
En la
antropología del Renacimiento –dice Groethuisen– se trata, ante todo, de
determinar el valor del hombre. El punto de vista valorativo tiene en ella la
primacía sobre todo lo real. Esto es característico lo mismo de la posición
filosófico-antropológica de Ficinio y Pico que de Pomponazzi. De toda criatura
saben decir a qué escala pertenece. Saben qué valor tiene cada cual en el
aspecto cósmico. El único punto en el que existe inseguridad es en el relativo
a la valoración del hombre, y en ella precisamente comienza la antropología
filosófica del Renacimiento. Para definir el valor humano es necesario, desde
luego, saber qué es el hombre. Y sin embargo, esta característica del hombre
sólo sirve, al fin y al cabo, para determinar la relación de valor entre el
hombre y las demás criaturas, el mundo y Dios. (Groethuysen, 1951. p. 225)
En
busca de respuestas, los hombres del Renacimiento echaron mano de los textos
clásicos, principalmente de los griegos y romanos, y tejieron su interpretación
con la de los libros sagrados. Tales interpretaciones quedaron plasmadas en la
literatura y en las artes de la época, dando lugar al movimiento cultural que
conocemos como “Humanismo”. En efecto, con el término “Humanismo” se designa al
primero y más amplio de los movimientos intelectuales que caracterizan el
pensamiento en la etapa del Renacimiento. Desde el siglo XIV la expresión studia
humanitatis comenzó a utilizarse para señalar un conjunto orgánico de
disciplinas que se ocupan del hombre en lo que tiene de más específico, elevado
y creador. Tales disciplinas –gramática, retórica, poesía, historia, filosofía
moral– fueron consideradas las más adecuadas para la formación espiritual, es
decir para el disciplinamiento de los humanos. El estudio de la sabiduría
clásica y la voluntad de restaurarla y entenderla en su forma auténtica se
explicaban en función de su capacidad para formar al hombre como tal. (Cfr.
Colomer, 1997).
En
suma, la palabra humanismo remite a una tradición cultural con raíces en el
Renacimiento europeo. Implica ciertas experiencias culturales y formas de
disciplinamiento. Supone cierto reordenamiento e institucionalización de los
saberes y las prácticas, que al mismo tiempo que descubre unos aspectos de la
realidad, oculta otros.
Sin
embargo, los rasgos característicos del humanismo clasicista –por una parte, la
exaltación de lo humano que por su dignidad merece ser cultivado, por otra
parte, la convicción de que tal cultivo se logra por medio de las letras
clásicas en virtud de su carácter ejemplar– no son inescindibles. Antes bien,
como ha sugerido José Luis Aranguren, es posible la afirmación de la dignidad
humana como tarea ilimitada en el marco de una concepción de la historia
abierta a lo inédito, a la diversidad, al reconocimiento de la alteridad. (Cf. Aranguren,
1957).
Podemos
afirmar, sin temor a equivocarnos, que atravesamos hoy una nueva etapa de
intemperie. En efecto, consideramos que la actual crisis del humanismo tiene
una historia que puede ser rastreada por lo menos desde las catástrofes humanas
con que se abrió el siglo XX. Decimos catástrofes humanas para diferenciarlas
de las catástrofes naturales (terremotos, inundaciones, erupciones volcánicas)
que provocan destrucción y muerte. Hablamos de catástrofes humanas porque la
destrucción y la muerte son provocadas por enfrentamientos entre los hombres
(Nagasaki e Hiroshima, Auschwitz, Gulag, carrera armamentista, guerra biológica).
Enfrentamientos que acontecen al mismo tiempo que se acelera el desarrollo
científico-tecnológico (ciencias de la comunicación, cibernética, clonación,
desciframiento del código genético, reproducción in vitro, microchips, etc.) y
la globalización de la economía. No podemos dejar de señalar que estas
tensiones/contradicciones entre catástrofes humanas, desarrollos del
conocimiento científico-tecnológico y mundialización de la economía tuvieron un
importante antecedente desde los inicios de la modernidad. Nos referimos a la
conquista y colonización de las “Indias occidentales” y a la racialización como
criterio legitimador de la conquista, de la mano de obra esclava y el tráfico
“negrero”, del sometimiento de los habitantes de estas tierras, de la
extracción de riquezas naturales y culturales.
Proponemos
apuntar elementos para una reflexión sobre desafíos que enfrenta la
Antropología Filosófica en el siglo XXI, cuando la clásica pregunta por el
hombre parece haber quedado obsoleta o al menos resulta abismalmente incómoda[2]. Partimos de dos afirmaciones que damos por supuestas –de ellas nos
hemos ocupado en otros trabajos[3]–. Por una parte, consideramos que la Antropología Filosófica es una
dimensión de la Filosofía práctica, es decir que se configura como una
reflexión orientada a la acción. Por otra parte, sostenemos que las
concepciones antropológicas desarrolladas en el marco de la filosofía
occidental –incluyendo las actuales propuestas de los poshumanismos–, que han
sido y son incorporadas al canon filosófico como formas de saber universal, no
son las únicas. Es necesario completar el panorama incluyendo otras experiencias
de lo humano cuyos locus de enunciación escapan a la modernidad occidental y
sus prolongaciones coloniales. Nos interesa en particular, aunque no
exclusivamente, la experiencia latinoamericana. En este sentido podemos decir
que existen vacíos en la práctica teórica, lugares que fueron ignorados,
olvidados o quedaron insuficientemente explorados. Tales vacíos persisten en
los debates sobre el humanismo / antihumanismo / poshumanismo / transhumanismos
que proliferan en las filosofías desde la posguerra hasta hoy.
No son
pocos los cuestionamientos que en el siglo XX surgen frente a los
acontecimientos antes mencionados: la crítica de la razón instrumental (Max
Horkheimer, Herbert Marcuse, entre otros), la acentuación de la dimensión
existencial de la condición humana (Hannah Arendt, Carl Jaspers, J-P Sartre,
Maurice Merleau-Ponty, ente otros), el señalamiento de la íntima relación en
las prácticas de saber-poder (Michel Foucault), el pensamiento de la
diferencia, que obliga a cuestionar la lógica de la identidad (Jacques Derrida,
Gilles Deleuze), los planteos epistemológicos, antropológicos y éticos de las
teorías feministas (Judith Butler, Donna Haraway, entre otras), los debates
acerca de la existencia y autenticidad de la filosofía latinoamericana
(Leopoldo Zea, Augusto Salazar Bondy, Arturo Ardao, Arturo Roig), los discursos
sobre la colonialidad del poder y del saber (Aimé Césaire, Aníbal Quijano), los
feminismos críticos y comunitarios latinoamericanos (Rita Segato, María Lugones,
Margarita Pisano, Francesca Gargallo), entre otros.
En su
estudio sobre Lo posthumano (2015), Rosi Braidotti sostiene que “el
concepto mismo de humano ha explotado bajo la doble presión de los actuales
progresos científicos y de los intereses de la economía global (…) El común
denominador de la condición poshumana es la hipótesis según la cual la
estructura de la materia viva es, en sí, vital, capaz de auto-organización y,
al mismo tiempo, no naturalista”. El continuum naturaleza-cultura es el
punto de partida de una teoría poshumana. La oposición binaria entre lo dado y
lo construido está siendo actualmente sustituida por la teoría no dualista de
la interacción entre naturaleza y cultura. Cabe preguntarse: ¿Qué es lo
poshumano? ¿Cuáles son los itinerarios intelectuales e históricos que pueden
conducir a lo poshumano? ¿Qué nuevas formas de su(b)jetividad habilita? ¿Qué
formas de inhumanismo produce? ¿Es posible resistirlas?, ¿cómo? ¿Cuál es la función de la
teoría / filosofía / en tiempos de intemperie poshumanista?
En 1966
se publicaba Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias
humanas. En la última página, Foucault afirma que:
(…) el
hombre no es el problema más antiguo ni el más constante que se haya planteado
el saber humano. Al tomar una cronología relativamente breve y un corte
geográfico restringido –la cultura europea a partir del siglo XVI– puede
estarse seguro que el hombre es una invención reciente. (…) si, por cualquier
acontecimiento cuya posibilidad podemos como mucho presentir, pero cuya forma y
promesa no conocemos por ahora, oscilara (…) el suelo del pensamiento clásico,
entonces podría apostarse a que el hombre se borraría, como en los límites del
mar un rostro de arena. (Foucault, 2002, 375)
En el
año 2000, el ganador del Premio Nobel de química, Paul Crutzen utilizó el
término “antropoceno” para referirse a un tiempo en el cual la influencia del
comportamiento humano sobre el ecosistema terrestre se ha convertido en una
fuerza de transformación de alcance global y geológico[4]. Sugiere que el inicio de la nueva era podría fijarse alrededor de
1780, con la industrialización, la invención de la máquina de vapor y la
utilización de combustibles fósiles. Otros científicos e historiadores, como
Jason Moore (2016) apuntan que los comienzos del antropoceno coinciden con la
expansión de la circulación de mercancías en los orígenes del capitalismo,
razón por la cual podría denominarse “capitaloceno”. Como sea, más allá de la
discusión sobre cómo denominar a esta época y cuál habría sido el momento de su
gestación, lo cierto es que el término “antropoceno” tiene carácter de
diagnóstico y de advertencia acerca de los límites de la naturaleza y de la
vida tal como la conocemos, sugiere que se ha alcanzado un punto de no retorno
o que se está próximo a ello de persistir en la expansión de las fronteras del
capital y de los modelos de desarrollo dominantes. En tales condiciones de
intemperie se plantea a la filosofía el desafío de profundizar la reflexión
acerca de ciertas dicotomías planteadas por la modernidad occidental,
especialmente las referidas a la polaridad sociedad / naturaleza, cultura /
naturaleza; humano / no humano; en fin, sujeto / objeto.
Existen
diferentes discursos que buscan explicar y/o encontrar alternativas a la
situación presente. Por una parte, están aquellos que focalizan en la acción de
la especie humana como agente universal sobre la naturaleza, lo cual nos coloca
frente a consecuencias catastróficas: cambio climático, recrudecimiento de las
formas de injusticia (social, económica, intergeneracional, patriarcal, entre
países ricos y pobres, entre quienes acceden al conocimiento y quienes no
tienen posibilidad de hacerlo), etc. Desde esta mirada pesimista se promueve un
antropocentrismo ilustrado, una toma de conciencia de los efectos irreversibles
de la actual forma de relacionarnos con la naturaleza.
Por
otra parte, proliferan los discursos que ven en la crisis una oportunidad de
transformación de nosotros mismos en algo más que seres humanos, pos-humanos,
híbridos, ciborgs. La mirada del pos-humanismo celebratorio remite a la
posibilidad de que la robótica, la inteligencia artificial, la genética y las
redes aumentarán las capacidades intelectuales, físicas, emocionales y
espirituales, alumbrando una nueva era pos-humana. Así, en la mirada del
optimismo cientificista, los daños ocasionados por la actual relación
tecnológica del hombre con la naturaleza, podrían resolverse mediante el
desarrollo de más tecnología.
Existe
también un discurso que busca distanciarse tanto de la mirada pesimista como de
la optimista. Se trata de una mirada crítica, de larga duración, que señala la
contradicción entre capital y naturaleza, denominada por O’Connor como la
segunda contradicción del capitalismo –la primera es la contradicción capital /
trabajo–. Desde este lugar se denuncia la apropiación y uso destructivo que
hace el capital, no sólo de la fuerza de trabajo –primera contradicción:
capital / trabajo–, sino de la naturaleza, el ambiente, el espacio urbano, la
infraestructura; obligando al desplazamiento de las poblaciones hacia las
fronteras, como consecuencia del desplazamiento de las mercancías. Si esta
perspectiva crítica ofrece una explicación más ajustada de las causas de la
crisis, no deja de ser pesimista.
Otros
discursos, sin abandonar el pesimismo, buscan comprender la actual percepción
del límite a partir de los relatos apocalípticos del imaginario occidental y
del pensamiento animista de los sobrevivientes de la catástrofe civilizatoria
del colonialismo (Cf. Danowski y Viveiros de Castro, 2019). Desde esta
perspectiva es posible ampliar el horizonte de posibilidades de interpretación
de lo pos-humano.
El
antropoceno –dicen Danowski y Viveiros de Castro– es una época en el sentido
geológico del término, pero apunta hacia el fin de la “epocalidad” como tal, en
lo que concierne a la especie. Aunque haya comenzado con nosotros, muy
probablemente terminará sin nosotros: el Antropoceno sólo podrá dar lugar a
otra época geológica mucho después de que hayamos desaparecido de la faz de la
tierra. Nuestro presente es el Antropoceno; este es nuestro tiempo. Pero este
tiempo presente se va revelando como un presente sin porvenir, un presente
pasivo, portador de un karma geofísico cuya anulación está enteramente fuera de
nuestro alcance, lo cual hace más urgente e imperativa la tarea de mitigarlo:
“La revolución ya sucedió –cita a Latour (2007)– … los eventos con que tenemos
que lidiar no están en el futuro, sino en gran parte en el pasado (…) sea lo
que sea lo que hagamos, la amenaza permanecerá con nosotros durante siglos y
milenios. (Danowski y Viveiros de Castro, 2019, p. 29)
Se
trata de una mirada acentuadamente apocalíptica, deja pocas o ninguna
posibilidad de encontrar salidas viables:
La idea de
que nuestra especie es de aparición reciente en el planeta, que la historia tal
como la conocemos (agricultura, ciudades, escritura) es más reciente aún, y que
el modo de vida industrial, basado en el uso intensivo de combustibles fósiles,
se inició menos de un segundo atrás según el conteo del reloj evolutivo del homo sapiens, parece conducir a la
conclusión de que la humanidad misma es una catástrofe, un evento súbito y
devastador en la historia del planeta, que desaparecerá mucho más rápidamente
que los cambios que habrá suscitado en el régimen termodinámico y en el
equilibrio biológico de la Tierra. (Danowski y Viveiros de Castro, 2019, p. 45)
También
desde América Latina se han producido discursos críticos que señalan
dificultades para una más acertada comprensión del problema, dada la
insistencia en una consideración global del problema en desmedro de la atención
a los procesos locales que se experimentan en el sur o en las periferias. Esas
dificultades están referidas a la geopolítica del conocimiento, la
diferenciación territorial, el desplazamiento de los extractivismos y la falta
de reconocimiento de otras ontologías y epistemologías. (Cf. Ulloa, 2017)
Hay que
considerar que, desde inicios de la Modernidad, los pueblos del Sur han pagado elevados
costos ambientales, y continúan haciéndolo. Lo cual revela patrones de
injusticia ambiental, con profundas desigualdades entre regiones –Norte / Sur–
pero también al interior de cada una de ellas –entre grupos diferenciados por
raza, posición social, género, edad, procedencia étnica, todo ello agudizado
por el proceso de la globalización neoliberal y la crisis ecológica, producto de
la expansión de modelos de desarrollo que amplían la situación de injusticia
ambiental, multiplican las zonas de sacrificio y contribuyen a agravar la
crisis socio-ecológica a nivel local, regional y mundial (Cf. Svampa, 2019).
Quienes
se han ocupado del problema en América Latina desde una perspectiva
teórico-epistemológica subrayan los conceptos de posdesarrollo y
posextractivismo como marcos para pensar una posible salida de la crisis.
Proponen la búsqueda de alternativas al desarrollo desde una concepción
antropológica no antropocéntrica que supere la relación de exterioridad y
superioridad del ser humano respecto de la naturaleza. Avanzan sobre formas de
organización social basadas en el reconocimiento, la reciprocidad y la redistribución,
limitando la lógica del mercado y practicando una economía social y solidaria,
donde el trabajo humano no alienado produzca valores de uso y medios de
potenciar la vida. Estas formas de habitar el territorio están asociadas a
conceptos tales como buen vivir, horizonte, derechos de la naturaleza, bienes
comunes, ética del cuidado. En línea con los desarrollos de una filosofía y una
antropología críticas se traen a la discusión las experiencias de otros modos
no dualistas de relacionarse los seres humanos con la naturaleza no-humana. No
todas las culturas ni todos los tiempos históricos desarrollaron enfoques
dualistas en relación con la naturaleza. Incluso en la misma modernidad
occidental encontramos elementos para una construcción alternativa de dicha
relación.
Una
tarea urgente de la filosofía es volver a formular la pregunta que caracterizó
a los humanismos de todos los tiempos ¿cuál es el lugar de los humanos en el
universo?,
¿cuál es su valor? Pero ahora desde unos condicionamientos contextuales
inéditos. No se trata de denunciar heideggerianamente el “olvido del Ser”[5], sino, de reconocer la historicidad y consecuentemente la
contingencia de los procesos socio-históricos que desembocan en el actual –y
aparente– punto de no retorno.
Frente
a la necesidad de avanzar sobre las lecturas pesimistas y sobre cierto
optimismo ingenuo, reconociendo las contradicciones y tensiones de la teoría y
de las prácticas, tal vez conviene recrear el gesto de los hombres –y mujeres–
del renacimiento
y mirar hacia los posicionamientos críticos, pero no nihilistas, del pasado. En
este sentido dar un paso atrás es una manera de proseguir. La crítica inmanente
a la modernidad llevada adelante por los filósofos de la sospecha puede ofrecer
algunos elementos para orientar la reflexión. Elegimos las categorías de
“cuerpo inorgánico” desarrollada por Marx en el manuscrito sobre el trabajo
alienado (1844) y la de “hombre natural” propuesta por José Martí en el ensayo Nuestra
América (1891). Ambas categorías, surgidas en diferentes escenarios del
siglo XIX, tienen en común el hecho de desafiar la lógica del tercero excluido.
Respecto
del trabajo alienado, después de explicitar en qué consiste la alienación en el
objeto, transformado en mercancía, y la alienación en la actividad misma de
trabajar que, siendo la actividad específica del hombre, sin embargo, bajo
ciertas condiciones deviene también en mercancía, Marx encara el análisis de
una tercera determinación del trabajo alienado: la alienación del ser genérico
y de la naturaleza como cuerpo inorgánico.
“El
hombre es un ser genérico” –dice Marx (1984)–. El género se entiende aquí en
sentido hegeliano como lo universal concreto. Es decir que cada ser humano,
como individuo, es representante
del Humano –la Humanidad–, y siendo consciente de ello, se reconoce como un ser
universal y libre.
La vida
genérica (…) consiste, desde el punto de vista físico, en el hecho de que el
hombre (como el animal) vive de la naturaleza inorgánica4, y cuanto
más universal es el hombre en relación con el animal, más universal es el campo
de la naturaleza inorgánica de que vive. (…) La universalidad del hombre
aparece precisamente en la práctica en la universalidad que hace de toda la
naturaleza su cuerpo inorgánico tanto
en la medida en que es, primeramente, un medio inmediato de subsistencia como
en la medida en que es [subsidiariamente], la materia, el objeto y la
herramienta de su actividad vital. La naturaleza, es decir la naturaleza que no
es en sí misma el cuerpo humano, es el cuerpo
inorgánico del hombre. El hombre vive de la naturaleza: significa
que la naturaleza es su cuerpo, con el que debe mantener un proceso
constante para no morir. Decir que la vida física e intelectual del hombre está
indisolublemente ligada a la naturaleza no significa nada más que la naturaleza
está indisolublemente ligada a sí misma, porque el hombre es una parte de la
naturaleza. (Marx, 1984: 105-107).
“Naturaleza
inorgánica”, “cuerpo inorgánico” son términos utilizados por Marx para
referirse a la naturaleza que, no siendo nuestro propio organismo, que excede
el cuerpo vivo individual, sin embargo, nos constituye: el aire que respiramos,
la luz y el calor del sol sin los cuales se extingue la vida, la fuerza de
gravedad que nos sostiene y configura, el agua, la sal, etc.
Si el humanismo ilustrado concebía al hombre –y a la
Humanidad– como fines en sí mismos y nunca como medios, en función de su valor
intrínseco –dignidad–, podemos completar la idea considerando que si la naturaleza
es el cuerpo inorgánico de cada uno de nosotros/as/es, esa inescindible
relación es la que detenta valor intrínseco, y deviene una su(b)jetividad[6]
compuesta y compleja que es fin en sí misma, sin que pueda ser reducida a
materia de intercambio.
Completamos la idea apelando a otro texto clásico del
siglo XIX: Nuestra América de José Martí (publicado en la Revista
Ilustrada de New York y luego en el periódico El partido liberal de
México, ambas en 1891). El texto puede ser considerado como un ensayo que
sintetiza la experiencia americana –y mundial– del siglo XIX. El locus de enunciación está vinculado a la
experiencia de la condición colonial.[7]
El texto ha sido caracterizado como una aguda reflexión crítica acerca de las
condiciones antropológicas, culturales, sociales y políticas de las naciones
que en ese siglo rompieron el lazo colonial y buscaban una forma propia de
organizar la convivencia, considerando que el buen gobierno consiste en el
“equilibrio de los elementos naturales del país”. (Martí, 2005, p. 33)
Por eso
–dice Martí– el libro importado ha sido vencido en América por el hombre
natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El
mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la
civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza.
(Martí, 2005, p. 33)
“Hombre
natural” es una categoría a la que apela José Martí, aun a riesgo de que
pudiera ser malinterpretada en un contexto donde prevalecía un programa
civilizatorio excluyente, para marcar una diferencia respecto de las lecturas
universalizantes y deshistorizantes –a la manera de Hegel, que colocó a la
humanidad americana, como sumergida en la naturaleza, en el capítulo previo de
la Historia universal, el de la geografía; o como la de Rousseau, que con un
dejo de compasión habló del buen salvaje–. El hombre natural de Martí, en
cambio, es el que sabe de sí, el que se afirma en su diferencia y desde el
reconocimiento de su condición de sometido, emerge “por las grietas de su
propia enajenación” (Roig, 2002: 114) desafiando el orden establecido, la ley
de la colonia, y la lógica del tercero excluido.
Viene
el hombre natural –dice Martí–, indignado y fuerte, y derriba la justicia
acumulada en los libros, porque no se la administra de acuerdo con las
necesidades patentes del país. Conocer es resolver. Conocer el país, y
gobernarlo conforme al conocimiento es el único modo de librarlo de tiranías
(…)
¿Cómo
somos? Se preguntan; y unos a otros van diciendo cómo son. (…) Los jóvenes de
América se ponen la camisa al codo, y hunden las manos en la masa, y las
levantan con la levadura del sudor (…) Entienden (…) que las ideas absolutas,
para no caer en un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la
libertad para ser viable, tiene que ser sincera y plena (…)
No
hay odio de razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámpara, enhebran
y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador
cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta en el
amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El
alma emana igual y entera de los cuerpos diversos en forma y color. (Martí,
2005, p. 34-38)
Cuando
Martí habla de administrar la justicia de acuerdo a las necesidades, de poner
las ideas en formas relativas, de hacer viable la libertad, cuando habla de la
justicia de la naturaleza y de la identidad universal del hombre, aunque sus
cuerpos sean diferentes en forma y color, no hace más que abrir posibilidades
alternativas para construir vínculos entre los seres humanos y entre estos con
la naturaleza. Posibilidades no dualistas, dinámicas, que no condenen a la
naturaleza y a cierta parte de la humanidad a quedar fuera de la historia.
Condena, esta, que funciona como sustento teórico de todos los dualismos:
naturaleza / cultura; bárbaro / civilizado; mujer / varón; objeto / sujeto;
etc.
En los
últimos renglones de Nuestra América, Martí recuerda la figura del Gran Semí,
figura de la tradición taína que representa las fuerzas de la naturaleza. El
cual, sentado en el lomo del cóndor, regó las semillas de la vida desde el
Bravo al Magallanes. Así brotaron todas las formas de vida, las cuales se miran
unas a otras, cada una desde su propia condición, en relación. No se trata de
un mero animismo que graciosamente concede un alma a las cosas naturales, sino
de reconocer la interdependencia y de adoptar un enfoque relacional. Enfoque
que está presente en propuestas contemporáneas –¿poshumanas? – que hablan de éticas
del cuidado (CF. Carol Guílligan, 2015), el ecofeminismo (Pascual Rodríguez y
Herrero López, 2010), que sostienen la construcción intercultural de los
saberes (Fornet Betancourt, 2011) desde las epistemologías del Sur (Santos,
2009) entre otras.
Dicen
que aquellas semillas eran de toda vida, y en particular, las destinadas a
hacer germinar a los seres humanos eran de todos los colores y de todos los
géneros.
En
suma, frente a los poshumanismos celebratorios que combinan la tecnología con
la lógica del mercado a riesgo de devenir en inhumanismos, y frente también a
los poshumanismos pesimistas que ofrecen paliativos para posponer lo
inevitable, predicando al mismo tiempo la resignación, preferimos insistir en
las formas críticas del poshumanismo, es decir, en abrir posibilidades,
cautelosamente, mediante una ampliación de la noción de lo humano superadora de
los dualismos instituidos desde la lógica de la identidad. En esta tarea, tal
vez nos ayude recuperar intuiciones presentes en las concepciones
antropológicas que sostienen las narraciones ancestrales de los pueblos de
nuestra América. Como aquella del Gran Semí recuperada por Martí, o aquella
crónica de los Andes del sur que narra la versión quechua del nacimiento de los
hombres –recuperada y traducida por J.M. Arguedas (1975)–, donde se afirma que
el hombre nace a la vida en el fruto de la quínoa. Nace de la misma vida que la
naturaleza, fecundada por la sangre-lluvia del universo, principio fertilizante
de la vida y, al morir, sigue viviendo en ella y alimentando a la comunidad. O
aquella otra, tal vez más conocida, que narra cómo “entró el maíz en la
formación del hombre por obra de los Progenitores. (…) De maíz amarillo y de
maíz blanco se hizo su carne; de masa de maíz se hicieron los brazos y las
piernas del hombre. Únicamente masa de maíz entró en la carne de nuestros
padres, los cuatro hombres que fueron creados. (Popol Vuh. 1952, p. 104)
Estas
narraciones y figuras que expresan las formas del saber ancestral de nuestra
América dan que pensar. Se muestran como formas de una tensión dialéctica,
relacional, histórica, no asuntiva, ofreciendo pistas para una crítica del
presente que destrabe el futuro.
Anónimo. (1952).
Popol Vuh. Las antiguas historias del Quiché. Traducción, introducción y
notas de Adrián Recinos. México, Fondo de Cultura Económica.
Anónimo. (1975).
Dioses y hombres de Huarochirí. Trad. de J. M. Arguedas. México. Siglo
XXI.
Aranguren, J.L., Grousset, R. et al. (1957). Hacia un nuevo humanismo. Madrid:
Guadarrama.
Braidotti,
R. (2015). Lo posthumano. Traducción
de Juan Carlos Gentile Vitale. Barcelona, Gedisa.
Buber, M. (1949).
¿Qué es el hombre? Traducción de Eugenio Ímaz, México: Fondo de Cultura
Económica.
Chakrabarty, D. (2009). The Climate of History:
Four Theses. En: Critical
Inquiry, n° 35.
Colomer, E.
(1997). Movimientos de renovación. Humanismo y Renacimiento. Madrid:
Akal.
Danowski,
D. y Viveiros de Castro, E. (2019). ¿Hay mundo por venir? Ensayo sobre los
miedos y los fines. Buenos Aires: Caja negra.
Fornet Betancourt, R. (2011). La filosofía
intercultural y la dinámica del reconocimiento, Temuco, Ediciones
Universidad Católica de Temuco.
Foucault,
M. (1968). Las palabras y las cosas. Una
arqueología de las ciencias humanas. Traducción de Elsa Cecilia Frost.
Buenos Aires, Siglo XXI.
Groethuysen,
B. (1951). Antropología filosófica. Traducción de J. Rovira Armengol.
Buenos Aires: Losada.
Haraway, D.
(2016). “Antropoceno, capitaloceno, plantacionoceno, chthuluceno: generando
relaciones de parentesco”. Revista latinoamericana de estudios críticos
animales, año 3, vol. 1, 2016. Disponible en: https://revistaleca.org/index.php/leca/article/view/94/92
Heidegger,
M. (2000). Carta sobre el humanismo. Traducción
de Helena Cortés y Arturo Leyte. Madrid, Alianza Editorial.
Latour, B.
(2007). Nunca fuimos modernos. Ensayo de antropología simétrica.
Traducción de Víctor Goldtein. Buenos Aires, Siglo XXI. (Primera edición en
francés 1991).
Martí, J. (2005).
Nuestra América. Tercera edición. Caracas: Fundación Biblioteca
Ayacucho. Disponible en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20190905100849/Nuestra_America_Jose_Marti.pdf
Marx, K. (1984).
Manuscritos de 1844. Economía política y filosofía. Traducción de Hugo
Acevedo. Buenos Aires: Cartago.
Moore, J. (2020).
¿Antropoceno o capitaloceno? Sobre la naturaleza y los orígenes de nuestra
crisis ecológica. En: El capitalismo en la trama de la vida. Ecología y
acumulación de capital. Traducción de maría José Castro Lage. Madrid,
Traficantes de sueños, pp. 201-225.
O’Connor,
J. (2001). Causas naturales: ensayos de marxismo ecológico. México,
Siglo XXI.
Pascual
Rodríguez, M. y Yayo Herrero López. (2010). Ecofeminismo, una propuesta para
repensar el presente y construir el futuro, cip-Ecosocial. Boletín ecos, n° 10.
Quijano, A.
(2000). Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”. En: Lander,
Edgardo (Compil.) La colonialidad del
saber, eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas.
CLACSO. Disponible en: http://bibliotrvavirtual.clacso.org.ar/libros/Lander/Quijano.rtf
Roig, A. A.
(2002). Ética del poder y moralidad de la protesta. Respuestas a la crisis
moral de nuestro tiempo. Mendoza: EDIUNC.
Santos, B.
(2009). Una epistemología del sur. La reinvención del conocimiento y la
emancipación social. México: Siglo XXI – CLACSO.
Svampa, M.
(2019). Antropoceno: lecturas globales desde el Sur. Córdoba: Sofía
cartonera. Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad nacional de
Córdoba, pp. 5-44.
Ulloa, A. (2017). Dinámicas ambientales y extractivas
en el siglo XXI: ¿Es la época del antropoceno o del capitaloceno en América
Latina?. En: Desacatos 54, pp. 58-73.
[1] Parafraseamos aquí la expresión foucaultiana de Las palabras y las
cosas: “Este libro nació de un texto de Borges. De la risa que sacude, al
leerlo, todo lo familiar al pensamiento –al nuestro, al que tiene nuestra edad
y nuestra geografía– trastornando todas las superficies ordenadas y todos los
planos que ajustan la abundancia de seres, provocando una larga vacilación e
inquietud en nuestra práctica milenaria de lo Mismo y lo Otro” (Foucault, 1968,
p. 1)
[2] Usamos el término “abismal” en el
mismo sentido en que se usa la expresión “pensamiento abismal”, para referirse a la imposibilidad de reconocer saberes cuyo locus
de enunciación se encuentra más allá del límite del propio saber o del
saber hegemónico. Cf. De Sousa Santos,
Boaventura. 2009. “Más allá del pensamiento abismal: De las líneas globales a
una ecología de los saberes”. En: Una epistemología del sur. La reinvención del
conocimiento y la emancipación social. México, Siglo XXI – CLACSO, pp. 160-211.
[3] CF. Arpini, Adriana y Paula Ripamonti. 2017. “De interrupciones y sospechas sobre la Antropología Filosófica: Experiencia para una política de traducción y transformación curricular universitaria en Filosofía”. En: Hermenéutica intercultural, n° 27, pp. 69-84. Arpini, Adriana (coordinadora). 2015. El humanismo, los humanismos. Ideas y prácticas revisadas desde nuestra América. Mendoza, EDIUNC. Arpini, Adriana. 2016. “El sentido emergente del humanismo latinoamericano en escritos de Augusto Salazar Bondy”. En Filosofía, crítica y compromiso en Augusto Salazar Bondy, Lima, Fondo Editorial del Congreso del Perú, pp. 101-145.utor
[4] Se señalan como factores determinantes del “giro antropocénico” al
cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, la destrucción del tejido de
la vida y los ecosistemas; la destrucción de espacios y tiempos de refugio
–“áreas de refugio” según Donna Haraway (2016)–; los cambios en los ciclos
biogeoquímicos fundamentales para mantener el equilibrio de los ecosistemas; al
hecho de que la huella ecológica global de la humanidad excede hoy la capacidad
de regeneración de los ecosistemas; al modelo de consumo basado en la
obsolescencia precoz y programada y la mutación del modelo alimentario.
[5] Si, como sostiene Heidegger, “el pensar consuma la referencia del
ser a la esencia del hombre”, y pensar es “pensar del ser”, resulta que la
pregunta misma queda atrapada en un ontologismo deshistorizante y paralizante,
que conduce a todas las formas de nihilismo posmoderno. (Cf. Heidegger, 2000).
[6] Utilizamos el término su(b)jetividad para dejar señalado en la
grafía del concepto que se trata al mismo tiempo de procesos
socio-histórico-culturales de transformación de la “naturaleza” de los humanos
como sujetos a contingencias, y de procesos íntimos de producción de la propia
subjetividad.
[7] Condición colonial o colonialidad del poder y del saber, según
Aníbal Quijano, hace referencia al proceso de constitución de América y del
capitalismo colonial moderno y eurocentrado como un nuevo patrón de poder
mundial, sustentado principalmente en la idea de raza como criterio de
clasificación de la población, de control sobre el trabajo, sus recursos y sus
productos. (Cf. Quijano, 2000)