Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 27 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2024 /
.
The "Practical
Turn" in the Face of the New "Turns". Reflexivity, Decentering, Systematicity
Roque Farrán
Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y
Sociedad;
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET),
Universidad Nacional de Córdoba (UNC), Argentina.
Jacinta Gorriti
Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y
Sociedad;
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET),
Universidad Nacional de Córdoba, (UNC), Argentina.
Recibido: 22-09-2023
Aceptado: 12-07-2024
Resumen. Este artículo dialoga con las propuestas de nuevos giros del
pensamiento contemporáneo (posthumanismo, aceleracionismo, realismo
especulativo, etc.) enfocando algunos puntos nodales, para reconducirlos hacia
un ethos de la investigación orientado por
las prácticas. Se sugiere la hipótesis de que la práctica teórica se ha vuelto
ineficaz para transformar los modos actuales de existencia por tres factores
convergentes: la prevalencia del cogito, al suponer una reflexividad
puramente cognitiva que apela a la explicación; la identificación mimética con
otras prácticas (artísticas, científicas, políticas, técnicas); y el intento de
una sistematización conceptual de éstas ajena a su materialidad real. El “giro práctico” que se plantea implica, en cambio: constituir una reflexividad ética, no simplemente cognitiva; descentrar
la mirada para dirigirla hacia otras prácticas en la producción de los
conceptos; y ofrecer una sistematización abierta y compleja de éstas.
Palabras clave. materialismo, giro práctico, ontología, ética.
Abstract.
This article engages with the proposals of new turns in contemporary thought
(such as: posthumanism, accelerationism and speculative realism), by focusing
on certain pivotal points, to redirect them towards an ethos of research
oriented by different practices. It suggests the hypothesis that theoretical
practice has become ineffective in transforming current modes of existence due
to three converging factors: the prevalence of cogito, which assumes a
purely cognitive reflexivity that appeals to explanation; the mimetic
identification with other (artistic, scientific, political, technical)
practices; and the attempt at a conceptual systematization of these practices
that is disconnected from their actual materiality. The “practical turn” that
is proposed implies, instead: to constitute an ethical (not merely cognitive)
reflexivity; to shift the focus to other practices in the production of
concepts; and to offer an open and complex systematization of these practices.
Keywords.
Materialism, Practical Turn, Ontology, Ethics.
Los
debates en el campo de las humanidades y ciencias sociales se han enfocado, en
los últimos años, en nuevos “giros” de pensamiento que parten del
cuestionamiento de algunas figuras heredadas de la modernidad. Entre ellas, cierta
reacción al giro lingüístico, emergente en el ámbito angloparlante, que rechaza
el énfasis en la producción discursiva y lingüística del sujeto, o la idea de
materia como objeto pasivo e inerte. Posthumanismo, aceleracionismo, teoría del
actor-red y realismo especulativo, aparecen como emergentes de esta escena de
la teoría que comprende diversos campos de estudio, temáticas, autores y
tradiciones. En este trabajo no nos proponemos reconstruir estos debates
actuales, sino considerar lo que habilitan en sentido práctico y cómo ello nos
conduce a valorar nuestra propia tradición de pensamiento. Porque si estos
últimos giros solo cambian de punto de vista y renuevan el lenguaje, pero no
nos permiten transformarnos a nosotros mismos o abrir nuevas vías de
composición, poco servirán ante la inminencia de la crisis climática y social.
Nos preguntamos
hasta qué punto la reformulación de los lenguajes teóricos que estos giros
platean constituye un “cambio de problemática”,[1] en
el sentido althusseriano, o la constitución de un nuevo “campo de
problematizaciones”, en términos foucaultianos. También, si no siguen dándole
prioridad a un modo de hacer teoría excesivamente textual e interpretativista
(Colebrook, C. 2016; Biset, E. 2022), alejado de las prácticas reales, y si los
desplazamientos relevantes que acentúan –como el descentramiento de la agencia
respecto de lo humano y el papel clave de la afectividad– no se enriquecerían
al situarlos en una tradición teórica materialista más amplia que recupere
ciertos tópicos legados por la filosofía francesa de mediados del siglo XX,
cuya problemática incluía puntos nodales como la cuestión del sujeto, lo real,
la objetividad y la verdad. No se trata aquí de tomar partido por viejos o
nuevos materialismos, sino de situar estos debates en una perspectiva más
amplia que permita actualizar los legados sin perder la densidad del concepto y
la especificidad de la práctica teórica. En este sentido, identificamos tres
movimientos de la crítica en los que estos giros coinciden con la tradición
materialista: (i) la crítica de la trascendencia o teleología, según la cual no
existen fines últimos, sino procesos inmanentes e inacabados, siempre
recomenzando; (ii) la crítica de los universales o la idea de que no hay
principios a priori, sino generalidades o recurrencias problemáticas;
(iii) la crítica de la conciencia o el idealismo, en función de la cual importa
lo que hacemos efectivamente: las prácticas y lo que las cosas nos hacen
hacer, más que las intenciones o significaciones.
Este artículo
se inscribe en un programa de investigación en curso que se propone recuperar
la potencia del concepto para pensar nuestro presente.[2]
Parte de la necesidad de recobrar la incidencia práctica del concepto, el uso
de los saberes (Farrán, 2020), ante el predominio de la interpretación o
explicación, y de asumir una perspectiva materialista de los procesos de
constitución de sujetos, objetos y medios que lo hacen posible. Es decir un
enfoque articulador ligado a las prácticas concretas y a lo que hacemos
efectivamente, no a cosmovisiones abstractas. Para ello se requiere constituir
una reflexividad que no sea solo cognitiva sino ética; descentrar la mirada de
las ideas preconstituidas y dirigirla hacia otras prácticas para producir el
concepto; así como ofrecer una sistematización abierta y compleja de éstas. En
fin, se trata de cultivar un ethos de la investigación que se oriente
por las prácticas. A este enfoque lo definimos como giro práctico(Farrán, 2022).
Nuestra
hipótesis es que actualmente la práctica teórica se ha vuelto ineficaz para
transformar nuestros modos de existencia por tres factores convergentes: (i) el
planteo de una reflexividad puramente cognitiva que apela solo a la comprensión
o explicación, aun si es crítica de la modernidad, y a la prevalencia del cogito
o la razón; (ii) la identificación mimética con otras prácticas (artísticas,
científicas, políticas, técnicas, etc.) que, en general, se conforma con asumir
sus lenguajes sin redefinir las problemáticas en que se inscriben; y (iii) la
propuesta de una sistematización lógica y conceptual ajena a la materialidad
real de las prácticas. En respuesta a este diagnóstico, sugerimos tres
precisiones. Primero, el giro práctico es reflexivo porque problematiza
el modo mismo de hacer teoría, aunque no se desentiende de su necesaria
producción. Segundo, el giro práctico se descentra de sí porque se nutre
de distintas prácticas para forjar conceptos ajustados al caso. Tercero, el
giro práctico es sistemático en la medida en que necesita reponer una
tópica social compleja para pensar las prácticas articuladas en diferentes
niveles e instancias sobredeterminadas. Así, evita tanto la unificación bajo la
prioridad óntica de una sola práctica elevada a un estatuto modélico, como la
dispersión del conjunto en especialidades técnicas separadas.
Por lo tanto,
este giro práctico anuda tres corrientes o corpus que reelaboran y se
nutren de los aportes de la filosofía francesa del siglo XX: (i) estudios que
problematizan la propia práctica teórica y muestran cómo el asumir diferentes
ejercicios puede producir transformaciones concretas; (ii) investigaciones que
buscan deslindar prácticas singulares y ensayar diversas genealogías para
pensar la materialidad de los procesos de constitución de los sujetos; (iii) e
indagaciones que reponen la tópica social compleja al situar distintas
prácticas, eficacias diferenciales y sobredeterminaciones estructurales.
Presentamos en lo que sigue algunos elementos de estas tres corrientes.
Si lo que está
en juego en medio de este malestar contemporáneo de la teoría es la
reconfiguración de algunos problemas y figuras teóricas legadas por nuestras
tradiciones de pensamiento, particularmente de la Ilustración moderna, es
importante detenerse en la cuestión de la herencia. Heredar no es una tarea fácil puesto que, como sugiere Vinciane
Despret (2018), exige la reformulación de los términos en que ha sido planteado
el legado e implica, al mismo tiempo, una transformación de sí. La herencia no
se resuelve en una mera repetición pasiva ni en una objeción reactiva, sino que
requiere una cierta invención creativa: es una tarea por desarrollar que nos
implica en tanto investigadores/as. Tal como lo formula Foucault (1999a) en “¿Qué
es la Ilustración?”, la modernidad es un proceso del que formamos parte, del
que somos elementos y agentes. Por lo cual, no podemos aceptar el chantaje de
estar a favor o en contra de algo que nos constituye ineluctablemente. Más
bien, es necesario que reinventemos los modos de asumir esta herencia sin
importar dónde nos encontremos (en el centro o la periferia, arriba o abajo) o
que ámbito indaguemos. El ethos
materialista implica portar un legado y reinventarlo, a la vez que nos
reinventarnos a nosotros mismos.
Foucault fue el primero en hablar explícitamente de la
“muerte del hombre”, en su clásico Las palabras y las cosas: una arqueología
de las ciencias humanas. Pero luego se percató que semejante diagnóstico
afectaba fundamentalmente a ciertos saberes que lo reducían a ser mero objeto
de investigación, mientras que los procesos de subjetivación no dejan de
recomenzar en nuestra milenaria cultura (Foucault, 2014a). Antiguamente, el ser
humano no se consideraba el centro del universo porque distintas
prácticas y saberes cosmológicos lo hacían parte de un conjunto infinito en
incesante transformación. Como supieron ver Hadot (2006) y Foucault (2014a), se
trataba de ejercicios de transformación subjetiva, ejercicios espirituales o
prácticas de sí. El antropocentrismo es, por lo tanto, una invención reciente.
Sin embargo, el riesgo que corremos actualmente es no captar que el
descentramiento de lo humano –en el que insiste el posthumanismo en todas sus
variantes explicativas– no nos desresponsabiliza de proponer otros modos de
subjetivación y otras tecnologías de sí acordes a un entendimiento complejo del
conjunto de lo existente, que incluye tanto las nuevas tecnologías de poder
como el desastre natural inminente que hemos contribuido a precipitar.
No se trata simplemente de puntos de vista
explicativos, sino de modos de hacer. Hacer uso de los saberes, en
efecto, pues los saberes hacen también cuerpo literal, no son meras entelequias
abstractas. Si las teorías parecen no tomar cuerpo ni afectar
a los sujetos implicados, tenemos que plantear cómo los propios enunciados
teóricos pueden volverse preceptos o ejercicios de pensamiento que permiten
anudar sujeto y verdad de manera práctica. Esto quiere decir que el
sujeto que investiga y teoriza debe dar cuenta de cómo lo afectan e implican
los objetos de estudio y se transforma en pos de ello: el ejercicio de una
reflexividad ética-crítica. Foucault (1999b) afirma que “la libertad es la
condición ontológica de la ética. Pero la ética es la forma reflexiva que
adopta la libertad” (396). La diferencia entre ontología y ética, entonces, es
que esta última refuerza al extremo la consideración sobre sí mismo en cada
aspecto de la vida, en cada declinación material, en cada asunción de un
precepto o invención de un concepto. Se trata de ejercicios concretos:
meditaciones, lecturas y escrituras enlazadas que van forjando un equipamiento
de discursos verdaderos para responder a lo real.
Los últimos seminarios de Foucault nos brindan
elementos valiosos para practicar la filosofía en clave posthumana. Sin
embargo, su propuesta de investigación durante los años ochenta parece
invisibilizada en los nuevos materialismos, a pesar de que entre éstos haya
indagaciones comprometidas en torno a la dimensión ética, como es el caso de
Jane Bennett (2001) y Armen Avanessian (2017b), por nombrar solo dos. Es llamativo, por ejemplo, que Bennett (2022) comience su libro Materia
vibrante con un relato en el que contempla la basura acumulada sobre una
alcantarilla como si fuese una epifanía sobre la fuerza conativa de las cosas, pero
no conecta esta experiencia con los ejercicios estoicos acerca de la naturaleza
que comenta Foucault (2014a): el método físico de la división o la
consideración de los fenómenos accesorios. Ejercicios que le permitirían nutrir
la “tarea ética”, que Bennett (2002) se propone en su libro, de “cultivar la
habilidad para discernir la vitalidad no-humana” (53).
Es
necesario citar un párrafo extenso para captar la descripción en su conjunto y
el cambio en la mirada. Escribe Bennett:
En la
soleada mañana de un 4 de junio, en la rejilla del desagüe pluvial de la bahía
de Chesapeake que se encuentra frente al Sam’s Bagels de la calle Cold Spring
de Baltimore, había lo siguiente: un guante de trabajo de plástico para hombre
de tamaño grande, un tupido felpudo de polen de roble, una inmaculada rata
muerta, una tapa de botella de plástico, una vara de madera lisa. Guante,
polen, rata, tapa, vara. Mientras me iba topando con ellos, estos artículos se
movían de un lado al otro, entre el desecho y el objeto: entre su presencia,
por un lado, como cosas a ser ignoradas, excepto en la medida en que dieran
cuenta de la actividad humana (los esfuerzos del trabajador, el vertido de la
basura, el éxito del envenenador de la rata), y, por otro lado, como cosas que
llamaban la atención por sí mismas, en cuanto existencias que excedían su
asociación con significados, hábitos o proyectos humanos. En el segundo
momento, las cosas exhibían su poder-cosa: hacían un llamado, aun cuando yo no
entendiera del todo qué estaban diciendo. Como mínimo, suscitaban en mí
distintos afectos: me dio asco la rata muerta (¿o sólo estaba durmiendo?) y me
espantó la basura, pero también sentí algo más: una indescriptible consciencia
de la implacable singularidad de esa rata, de esa configuración
de polen, de esa tapa de botella de agua por lo demás absolutamente
trivial y de fabricación masiva (Bennett, 2022, p. 37-38).
Esa
atención puesta en cada cosa singular, por más insignificante o despreciable
que fuera, independientemente de las valoraciones habituales, es propia de un
ejercicio estoico clásico, tal como lo relata Marco Aurelio. Para advertir su
homología profunda es necesario citar también la meditación en toda su amplitud:
[…] incluso
las modificaciones accesorias de las cosas naturales tienen algún encanto y
atractivo. Así, por ejemplo, un trozo de pan al cocerse se agrieta en ciertas
partes; esas grietas que así se forman y que, en cierto modo, son contrarias a
la promesa del arte del panadero, son, en cierto modo, adecuadas, y excitan
singularmente el apetito. Asimismo, los higos, cuando están muy maduros, se
entreabren. Y en las aceitunas que quedan maduras en los árboles, su misma
proximidad a la podredumbre añade al fruto una belleza singular. Igualmente las
espigas que se inclinan hacia abajo, la melena del león y la espuma que brota
de la boca de los jabalíes y muchas otras cosas, examinadas en particular,
están lejos de ser bellas; y, sin embargo, al ser consecuencia de ciertos
procesos naturales, cobran un aspecto bello y son atractivas. De manera que, si
una persona tiene sensibilidad e inteligencia suficientemente profunda para
captar lo que sucede en el conjunto, casi nada le parecerá, incluso entre las
cosas que acontecen por efectos secundarios, no comportar algún encanto
singular (Marco Aurelio, 1977, p. 70).
Sin
embargo, Bennett no retoma estas meditaciones sobre la naturaleza de nuestras
antiguas tradiciones filosóficas; incluso, la dimensión ética que implica aquel
cambio en la mirada es mencionada apenas al pasar. Algo similar ocurre con
Avanessian (2017a) en sus reflexiones aceleracionistas. Cuando menciona la
necesidad de transformar las formas de escritura en la academia para que
“dejemos de difundir la teoría política académica y comencemos a politizar el
pensamiento académico en todas sus dimensiones materiales (sus métodos de
escritura, espacios de comunicación, prácticas mafiosas de evaluación)”
(Avanessian, A. 283), remite a “¿Qué es un autor?” de Foucault (2010) para
proponer una nueva política del discurso. Ahora bien, su propuesta se vería
enriquecida si se conectara con “La escritura de sí” de Foucault (1999c) que
recupera el ejercicio de la escritura como una práctica que busca transformar a
quien se compromete en ella.
Emanuele
Coccia (2021) en su hermoso libro sobre la metamorfosis también describe los
procesos de mutación incesantes que nos ligan como seres vivientes a otros
seres y al conjunto de lo existente, pero tampoco remite a las concepciones de
los estoicos y los ejercicios espirituales que estos proponían. Escribe Coccia:
“Demasiado a menudo olvidamos que todo lo que existe sobre la tierra, todo lo
que se ve, es una transformación, una metamorfosis del cuerpo de Gaia, una
variación sobre el tema de su carne, una modificación alquímica de su
respiración. Somos la metamorfosis de la piedra terrestre, su variación
viviente” (2021, p. 92). Y a la hipótesis relacional de Gaia, ampliamente
compartida por el mundo científico en la actualidad, añade la remisión clásica
a la única sustancia que nos constituye: “La metamorfosis es a la vez la prueba
de que no hay más que una única sustancia, la cicatriz que nos vincula con ella
y con todas sus partes (el nacimiento nos une al cuerpo de los otros, de la
madre y del padre cuya metamoforsis somos, el sexo, el alimento, etc.) y el
proceso de tejer, construir y segregar esa sustancia común.” (92) A lo que
finalmente añade la cuestión de la reflexividad en términos un poco
conservadores: “La cuestión es siempre saber cómo seguir siendo un poco, y solo
un poco, uno mismo; cómo no destruirse con ella.” (92)
De
haberse remitido a las Meditaciones de Marco Aurelio también habría
encontrado ejercicios similares y además, en el cultivo de ello, cómo preservar
la inteligencia que nos hace parte del conjunto. Escribe el emperador estoico:
“Concibe sin cesar el mundo como un ser viviente único, que contiene una sola
sustancia y un alma única, y cómo todo se refiere a una sola facultad de
sentir, la suya, y cómo todo lo hace con un solo impulso, y cómo todo es
responsable solidariamente de todo lo que acontece, y cuál es la trama y
contextura” (1977, 92). No obstante esta conexión con todo lo existente, que
conduce también a la disolución inexorable, no hay temor por ello porque
entiende que las partes que nos constituyen serán “asignadas a otras partes”:
“He sido compuesto de causa formal y materia; ninguno de esos dos elementos
acabará en el no-ser, del mismo modo que tampoco surgieron del no-ser. Por
consiguiente, cualquier parte mía será asignada por transformación a una parte
del universo; a su vez aquélla se transformará en otra parte del universo, y
así hasta el infinito” (104). Y de manera más realista propone considerarse a
sí mismo como un ser que también pronto se descompondrá, pero preserva el guía
interior (nous) y de ello debe ocuparse sin distracciones para no
convertirse en esclavo:
Esto es
todo lo que soy: un poco de carne, un breve hálito vital, y el guía interior. ¡Deja los libros! No te
dejes distraer más; no te está permitido. Sino que, en la
idea de que eres ya un moribundo, desprecia la carne: sangre y polvo,
huesecillos, fino tejido de nervios, de diminutas venas y arterias. Mira también en qué
consiste el hálito vital: viento, y no siempre el mismo, pues en todo momento
se vomita y de nuevo se succiona. En tercer lugar, pues, te queda el guía
interior. Reflexiona así: eres viejo; no consientas por más tiempo que éste sea
esclavo, ni que siga aún zarandeado como marioneta por instintos egoístas, ni
que se enoje todavía con el destino presente o recele del futuro. (1977, p. 59-60)
Sin
desestimar las perspectivas que nos traen los nuevos giros, la propuesta del
giro práctico implica avanzar en estas indagaciones sin desconocer las
conexiones con los legados para proponer ejercicios de transformación y
prácticas de sí contemporáneas. La filosofía
como práctica no es un mero acopio de saber sobre su historia, ni un meta-saber
específico montado sobre otras prácticas (filosofía de la historia, la ciencia,
el arte, la política, etc.), tampoco es una simple terapéutica. La filosofía
como práctica es, podría decirse, un modo singular de padecer activamente esta torsión
de sí que disloca los conjuntos prácticos de manera inmanente a ellos,
distinguiendo sus aspectos normativos y estratégicos, apuntando a la formación
concreta. Prácticas que incluyen la escritura, por supuesto, pero también
algunos ejercicios más: escuchar, hablar, meditar, leer, ponerse a prueba ante
lo real (Foucault, 2014a).
El pensamiento político contemporáneo puede, por lo
tanto, volver a intrincarse no sólo con aquellas dimensiones ontológicas y
epistémicas renovadas por los lenguajes de época, sino fundamentalmente con
ejercicios de subjetivación ética que hagan cuerpo los saberes en torno a lo
real. Pues, no hay otra resistencia al poder político, como decía Foucault
(2014a), que la relación de sí consigo mismo. Algo que el modo de desgobierno neoliberal
detesta, y por eso propone la figura moderna del esclavo: el empresario de sí
que se explota y descompone hasta la náusea sin alcanzarse jamás a sí mismo.
Si se
privilegia en exclusividad al sujeto del conocimiento, a través de discursos
cuya principal estrategia pasa por la comprensión o explicación, resulta
necesario atender a otros modos de constitución subjetiva y producción de
objetos, ligados a procedimientos artísticos, éticos, militantes,
psicoanalíticos, entre otros, e inspirarse en ellos para producir el concepto
que dé cuenta de su singularidad. En este sentido, la ampliación del repertorio
de prácticas que pueden brindar actualmente los nuevos materialismos o las
perspectivas aceleracionistas en relación con las tecnologías, la biología, el
cambio climático, etc., es sumamente saludable y estimulante. Pero sin perder
de vista la necesidad de no quedarnos únicamente en una visión explicativa o
alarmista de la realidad, sino buscar aquello que contribuya a transformarla de
algún modo.
Antes de mencionar las prácticas electivas es necesaria
una aclaración acerca del principio materialista que nos orienta: el estatuto
de lo real en juego. Pensamos que el “realismo especulativo”
(Meillassoux, 2015) plantea un retroceso con respecto a posiciones epistémicas
más elaboradas ante lo real como las formuladas por Lacan, Althusser o el mismo
Foucault.[3] Incluso Badiou (1999), como heredero de dicha
problemática, al hacer de las matemáticas una ontología ubica a lo real no en
la certeza axiomática sino en la decisión ante el impasse en la formalización que
abría diversas orientaciones para el pensamiento. El problema quizá haya sido
la recepción excesivamente lingüística que marcó a los comentadores
post-estructuralistas, y ahora padecemos una reacción realista bastante pobre a
nivel de las implicancias conceptuales como prácticas.
A nivel
ontológico, partimos de un principio a-principial: no hay
relación-proporción entre las cosas, las palabras, los sexos, las clases, etc.
Es la asunción ontológica del realismo o materialismo lacaniano que suprime de
entrada todo correlacionismo porque postula lo real en tanto “no hay
relación-proporción sexual” (Lacan, 2012, p. 12); y el conocimiento supone
siempre esa relación. No hay patrón de medida común o comparación posible, por
eso no puede haber jerarquías en lo real, pero tampoco caos; sí implicación
material.
El “no
hay relación” es el reverso del “hay implicación”. Los seres, las cosas, las
palabras se sostienen mutuamente entre sí: ningún término es más importante que
el resto; si uno se suelta el conjunto se desarma, como en el nudo borromeo.
Los términos se sostienen en virtud del anudamiento conjunto. Luego, la
posibilidad de anudar de manera efectiva términos electivos no se da espontánea
o voluntariamente, sino en función del deseo: en tanto se soporta lo real del
no hay relación, se encuentra la implicación y el modo de hacer con lo que hay,
transformando o inventando los medios. La ontología es una práctica porque debe
ejercitarse, en efecto, no es una proposición universal aceptada o comprendida
de una vez y para siempre. Esto conduce al nivel histórico del materialismo
nodal: la distinción entre prácticas y, en la especificidad de cada una, la
precisión respecto a la materia que trabaja, los medios y procedimientos de
producción, las relaciones y el producto.
Así, la
práctica ontológica se compromete en diversos ejercicios vinculados a lo real,
que pueden implicar la contemplación de la naturaleza infinita, como en los
antiguos, o la investigación de modos de existencia singulares; también el
pensamiento axiomático de los conjuntos infinitos o el estudio de figuras
topológicas que contrarían la intuición espacial. Muchos psicoanalistas y/o
cientistas sociales suelen usar la palabra “ontología” como sinónimo de
fijación o hipóstasis del ser, pero si leyeran un poco más o mejor entenderían
que la ontología es una práctica histórica discursiva que se funda en el ser en
tanto ser, lo cual es absolutamente problemático, imposible de fijar o
atribuir, pues resulta un ámbito esquivo donde es muy fácil resbalar y terminar
mal parado. Por eso quienes hacen ontología son como los atletas de alto
rendimiento o acróbatas chinos del pensamiento. Como dice Badiou (1999), los
matemáticos son ontólogos sin saberlo y quizá ese no-saber sea clave para
mantener el equilibrio que les permite seguir trabajando.
Pasemos
ahora a las prácticas históricas. Por supuesto, todo listado es provisorio y
cuestionable, pero las prácticas reconocidas por la tradición materialista más
reciente, son estas: práctica económica, práctica política, práctica
ideológica, práctica científica, práctica artística, práctica psicoanalítica
(Althusser, 2015). Proponemos agregar, además, la práctica ontológica y la
práctica ética, especificaciones en realidad de la práctica filosófica. Aquí
solo ensayaremos una analítica general de las prácticas en función de cuatro
movimientos lógicos.
El
primer movimiento que realiza una filosofía orientada por las prácticas apunta
a producir cierta rectificación sobre cuál es la materia que se trabaja. Sucede
que a veces no sabemos lo que hacemos ni entendemos cuál es el material
adecuado para hacerlo. El ejemplo de un poeta es instructivo al respecto.
Cuenta Valéry que el pintor Degas andaba lleno de ideas y no lograba hacer un
poema, hasta que Mallarmé le dijo: “Pero Degas, no es con ideas que se hacen
versos, sino con palabras” (2010, p. 112). Como vemos el despiste sobre la
materia con que se trabaja en una práctica puede afectar incluso a espíritus
instruidos. En el caso de la filosofía, alguien podría decir: “He leído a
Platón, Aristóteles, Kant, Hegel, Nietzsche, Heidegger, me he especializado en
los autores del último giro académico, pero no me sale ninguna filosofía”. Y
otro podría contestarle: “No es con grandes nombres propios, ideas o sistemas
acabados que se hace filosofía, querido amigo, sino con la urgencia de pensar
ante un agujero abierto en lo real que angustia, cuando la realidad ha caído y
ya no se soporta ningún semblante. Allí vienen con tacto, como imantadas, las
palabras que hacen cuerpo, los saberes que movilizan, las ideas que alegran y
ayudan a fabricar conceptos. Ahí se hace posible encontrarse con otros,
recuperar tradiciones olvidadas, pensar el presente y, sobre todo, prepararse
para la muerte”.
El
segundo movimiento apunta a circunscribir los medios y modos de producción o
transformación de esa materia específica que ocupa a cada práctica; los métodos
y procedimientos, también podríamos decir. Si deseamos pensar el ser en tanto
ser, en su multiplicidad vacía o infinita, en el caso de la práctica
ontológica, quizá sea más adecuado hacerlo a través de axiomas y teoremas
matemáticos que permiten desplegar la potencia del pensamiento ligado a la
letra, en lugar de remitirlo a significaciones trascendentes, mitos y leyendas
que fijan imágenes y significados, o juegos equívocos del lenguaje. Ahora bien,
si deseamos pensar los modos de subjetivación, por ejemplo, tenemos que prestar
atención a los ejercicios de reflexividad ética que permiten tratar las
pasiones y representaciones de manera adecuada, no simplemente suponer que
existe un sujeto o que se deduce axiomáticamente. La validez del método o
procedimiento no se establece a priori sino en función de la materia y la
potencia que habilita su transformación.
El
tercer movimiento nos lleva a tener en cuenta como límite y posibilidad de toda
práctica las relaciones jurídicas, ideológicas, políticas que la condicionan,
el llamado contexto, porque ninguna práctica se desenvuelve en un
espacio vacío. Las instituciones, los marcos normativos, los modos de
interpelación y reconocimiento, las formas organizacionales y estilos de
liderazgo condicionan desigualmente el modo singular de una práctica. A veces
potencian y otras depotencian su desarrollo. Puede parecer una obviedad
decirlo, pero no siempre se tiene en cuenta la especificidad de las relaciones
sociales en cada práctica, cómo las afecta singularmente, no se trata de
contextos epocales homogéneos, iguales para todas. Ciertos marcos normativos y
regulaciones institucionales pueden favorecer a las prácticas científicas o,
por el contrario, ahogar a las prácticas artísticas; la dependencia del
reconocimiento masivo y la eficacia de la interpelación simbólica pueden
estimular la práctica política, pero volver mediocre a la práctica clínica,
etc.
El
cuarto movimiento delimita finalmente cuál es el producto de una práctica, y
aquí no seguimos la distinción clásica entre praxis y poiesis
porque consideramos que cualquier práctica produce objetos o resultados
específicos y transforma en alguna medida a los sujetos involucrados, puede
tener finalidades concretas y aun así retomarse como un trabajo indefinido de
perfeccionamiento en distintos momentos, con recomienzos y resoluciones
parciales, etc. Por supuesto, una obra artística, un libro, un caso puntual,
pueden considerarse productos terminados sobre los cuales no se volverá. Sin
embargo, en una práctica materialista, siempre pueden ser reabiertos o
continuados bajo otros medios, otros materiales, otras relaciones. Es necesario
saber a qué se apunta, cuál es el objeto que se producirá, incluso si es tan
inasible o evanescente como el objeto a o la transformación de sí mismo.
Ahora
bien, el riesgo de intentar hacer cuerpo una teoría es que puede conducir a
mimetismos estériles –imitar a los animales o a otros seres no-humanos–[4] y redundar en lo imaginario. Por eso, insistimos en que orientarse
en el conjunto de prácticas y discursos requiere pensar una tópica o topología
del espacio social que diferencie niveles, eficacias e instancias específicas,
y que sostenga, a la vez, su sobredeterminación compleja y mutuo
entrelazamiento (Althusser, L. 2004). En efecto, las prácticas se inscriben en
una totalidad compleja que se encuentra desnivelada y constreñida por diversas
fuerzas. No se trata de un espacio liso o vacío donde cualquier ensamblaje sea
posible.
Reponer
un pensamiento del todo social complejo no quiere decir que se imponga una
totalidad esquemática o una jerarquía rígida. Implica pensar las eficacias
coyunturales de cada práctica y el plano inclinado por relaciones de poder y
desigualdades estructurales en que se desenvuelven. La referencia insoslayable
aquí es la filosofía de Althusser, que permite considerar el desajuste y la
asincronía de los procesos en que estamos inmersos. Es decir, no simplemente
sumar diferentes variables para describir o explicar fenómenos, sino entender el modo en que se articulan un
conjunto de determinaciones eficaces en una unidad específica. Un
entramado que no puede ser explicado en virtud de un principio de origen
simple, pero tampoco sacrificado al “relativismo arbitrario de los
desplazamientos observables” (Althusser, 2006, p. 109).
La
sistematicidad a la que hacemos referencia consiste, precisamente, en poner en
acto un pensamiento materialista de la coyuntura que permita captar la tópica
social como un anudamiento de prácticas e instancias irreductibles,
materialmente distintas, que no se desarrollan ni operan del mismo modo sobre
las demás, aunque en su existencia conjunta se sostengan, contaminen y
soliciten mutuamente. Como sugiere Althusser (2004), no es necesario remitir
una situación a un principio interno único ni disolver caóticamente toda
dominancia en un mar de relaciones inespecíficas. Leer la coyuntura en términos
nodales implica, en cambio, prestar atención a las relaciones de poder en que
estamos inmersos y a la vez a los pliegues que, en medio de estas
determinaciones, abren otras posibilidades.
En este
sentido, las teorías de los ensamblajes nos parecen interesantes pero quizá
demasiado genéricas para situar las relaciones de fuerza que operan localmente
a través de emplazamientos específicos. Nuevamente encontramos un ejemplo de
esto en el libro, ya mencionado, de Bennett. Para reflexionar sobre los efectos
políticos de los ensamblajes humanos/no-humanos, la autora toma como caso de
estudio el apagón masivo de 2003 en Estados Unidos y Canadá. Sugiere que el
concepto de responsabilidad moral no se ajusta a una “federación de actantes”
como la que operó en este caso produciendo ese resultado: “carbón, sudor,
campos electromagnéticos, programas informáticos, flujos de electrones, afanes
de lucro, calor, estilos de vida, combustible nuclear, plástico, fantasías de
dominio, estática, legislación, agua, teoría económica, cable y madera”
(Bennett, 2022, p. 76). Nos preguntamos si este listado de actantes no termina
por igualar las eficacias que actúan en eventos nocivos al ponerlas en un mismo
plano.
De
hecho, la respuesta de Bennett a la cuestión de la atribución de
responsabilidad abandona el terreno de la política para situarse exclusivamente
en una ética individual, de la que se abstraen, por demás, las condiciones
desiguales de vida y las posibilidades reales de decidir integrar o no
tales o cuales ensamblajes. “Quizás la responsabilidad ética del individuo
humano reside ahora en la respuesta que uno da a los ensamblajes en los cuales
se encuentra participando” (Bennett, 2022, p. 95): liberarse de los que dañan y
participar de los que promueven fines más nobles. Quizás una de las
dificultades de esta perspectiva para definir un posicionamiento político firme
resida en la comprensión de la “estructura” que plantea. De acuerdo con Bennett
(2022), este concepto “en última instancia es incapaz de darle a la fuerza de
las cosas su debida importancia: una estructura puede actuar solo
negativamente, como una limitación para la agencia humana, o bien
pasivamente, como un trasfondo o contexto que la propicia” (95, las
cursivas son nuestras).
No
obstante, la tradición filosófica francesa –que la propia Bennett retoma en sus
trabajos– está lejos de una comprensión semejante de las estructuras. Éstas no
se piensan como elementos reactivos que limitan, excluyen o prohíben, ni como
formas pasivas cuya agencia se explica únicamente por la voluntad de los
agentes humanos presentes en ellas. Por el contrario, tanto en Althusser, como
en Foucault, Deleuze o Lacan, las estructuras producen realidades –nos hacen
hacer cosas, en el lenguaje contemporáneo– y no remiten a intencionalidades
humanas: es decir, a pequeños grupos interesados que las digitarían. Así,
pensar las estructuras en términos de recurrencias problemáticas,
desplazamientos y desbordes, como propone esta tradición, puede ayudar a una
renovación de la crítica que no abone posicionamientos relativistas o cínicos
ni se represente ajena a las relaciones de poder que atraviesan el conjunto de
las prácticas, incluida la práctica teórica.
Esto se vuelve relevante si se consideran, también, los debates
actuales acerca del poder y las prácticas de subjetivación en redes. Atender a
la sobredeterminación concreta de nuestras prácticas en los dispositivos
digitales actuales resulta necesario para despejar algunos supuestos
incuestionados que atraviesan los análisis contemporáneos: como creer que la
autonomía individual preexiste (y, por lo tanto, puede oponerse desde fuera) a
estos dispositivos. La gran
teórica del “capitalismo de vigilancia” Shoshana Zuboff (2020), por ejemplo,
diagnostica minuciosamente su funcionamiento. Pero al defender la autonomía
individual, clásica de la ideología liberal, frente a la manipulación de
corporaciones como Google o Facebook, no ve el nexo entre la interpelación de
los individuos en tanto sujetos morales de derechos y la matriz de
producción neoliberal que denuncia. Por eso, el único sujeto al que apela en su
investigación es el consumidor y las escasas referencias al Estado –en
su papel regulador de la libre competencia– apuntan a su autorrealización o a
proteger su libertad de decisión (Morozov, 2019).
Aquí es
el concepto de sujeto el problema. Desde la tradición materialista francesa que
convocamos, se entiende que el sujeto se produce entre diversos dispositivos
situados en distintos niveles de la tópica social. No preexiste a ellos y es en
su interior donde puede encontrar el ejercicio de una libertad real o persistir
en la sujeción pasiva. Los dispositivos de poder, como señala Foucault (2014b),
son efectivos no solo porque disponen de ciertos conocimientos, sino porque
interpelan al sujeto a reconocerse en ellos de una determinada manera. Por
ejemplo, en la nueva “gubernamentalidad algorítmica” (Rouvroy, y Berns, 2016)
de las redes sociales, más que una “puesta en peligro del individuo”, se trata
de obstaculizar el ejercicio de una reflexividad crítica (103). Prestar
atención, entonces, a los modos en que nos constituimos a través del uso de las
tecnologías, más allá (o inclusive, a pesar) de su instrumentalidad banal, es
crucial para anudar el conocimiento, la política y la ética. La libertad del
sujeto, un tópico clásico de la modernidad, puede ser repensada desde una
comprensión de las prácticas e instancias que, en su entrelazamiento complejo,
constituyen sus condiciones actuales de existencia.
Esto último permite dar cuenta de las diversas intervenciones
que se pueden plantear para formular una crítica inmanente a las estructuras de
producción y reproducción social, que no sea meramente reactiva o romántica
–típica de las posiciones que rechazan a priori el uso de las nuevas
tecnologías. Asumir que los procesos de subjetivación no se producen
espontáneamente sino que se despliegan en medios, técnicas y ejercicios
concretos, puede ayudarnos a leer en la coyuntura actual los modos posibles de
transformarnos a nosotros mismos.
En este
recorrido hemos buscado dialogar con las propuestas de nuevos giros del
pensamiento enfocando algunos puntos nodales que nos parecen significativos,
para reconducirlos hacia un giro práctico que implique ejercicios de
transformación efectiva, sean tomados de nuestra propia tradición filosófica o
inventando otros nuevos. El ethos principal que nos orienta no es la
polémica ni la superación de perspectivas sino la integración virtuosa que
habilita un mejor cultivo de nosotros mismos. Tampoco hemos pretendido ser
exhaustivos porque reconocemos que se trata de perspectivas en movimiento y
reformulación, de pensamientos activos y comprometidos con los cambios de
época; por tanto, deseamos intervenir en el campo de manera productiva,
señalando olvidos sintomáticos cuya potencia está expuesta sin ser tematizada
explícitamente.
Tomar
esos puntos nodales y desarrollarlos, desplazarlos sobre otros planos,
encontrarles otros giros imprevistos, inscribirlos de otra forma en nuevas
problemáticas, es la tarea que nos propone un pensamiento materialista vivo.
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[1] Althusser (2004) entiende por “problemática” un modo de interrogar
un objeto de conocimiento, es decir, de plantearle preguntas específicas. No se
trata de un conjunto cerrado de proposiciones sino de la estructura sistemática
que orienta la reflexión teórica. De manera similar, Foucault (2013) considera
que un campo de “problematización” da cuenta de las condiciones en que ciertos
fenómenos, procesos y relaciones se tornan objeto de una inquietud particular.
[2] Se inscribe, también, en el movimiento que plantea la filosofía del
concepto sostenida por la epistemología francesa, que tan bien define
Canguilhem (2009): “Trabajar un concepto significa hacer variar su extensión y
su comprensión, generalizarlo mediante la incorporación de rasgos
excepcionales, trasladarlo fuera de su región originaria, tomarlo como modelo
o, a la inversa, buscarle un modelo; en síntesis, conferirle gradualmente,
mediante transformaciones reguladas, la función de una forma” (218).
[3] En este sentido, Romé (2023) advierte que el “realismo
especulativo” de Meillassoux, al igual que los “nuevos materialismos”, se
mantienen dentro de la misma problemática humanista que cuestiona.
[4] Despret (2018, 2023), por ejemplo, sostiene un ethos de la
investigación que invita, no a “aprender de” ni imitar a los animales, sino
entender lo que tienen de irreductible y singular: su modo de existencia.