Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 27 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2024 /
Relacionalidades
difractivas.
Hacia una cosmopolítica pluriversal desde el
sur
Diffractive relationalities. Towards
a pluriversal cosmopolitics from the south
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET),
Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina.
Andrea Torrano
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET),
Universidad
Nacional de Córdoba, Argentina.
Recibido: 30-10-2023
Aceptado: 12-07-2024
Resumen. Los debates contemporáneos en
torno a la cosmopolítica no involucran solamente a lo humano y la pregunta por
el mundo en común que podamos construir, sino también a la pregunta por otros
mundos, humanos o no humanos. La urgencia por abrir la mirada, en clara disputa
con la unicidad del mundo que impuso la cultura occidental, capitalista,
colonial y patriarcal, hacia una multiplicidad de mundos, convoca a indagar
sobre las ontologías, epistemologías y éticopolíticas. En este trabajo
analizaremos la cosmopolítica pluriversal de Marisol de la Cadena, a la luz de
la noción de difracción desarrollada por Karen Barad y Donna Haraway. Ambas
contraponen la difracción, que produce diferencias, a la reflexión, que permite
la exploración de mundos posibles. Nuestra propuesta, entonces, es apropiarnos
de la difracción pero entendiéndola como una ontología que permite dar cuenta
de las relacionalidades e interdependencias para una cosmopolítica pluriversal.
Palabras clave. Cosmopolítica
pluriversal, Difracción, Relacionalidades, Interdependencias.
Abstract. Contemporary debates on cosmopolitics not
only involve the human and the question about the common world that we can
build, but also the question about other worlds, human or non-human. The
urgency to open our view, in clear dispute with the uniqueness of the world
imposed by Western, capitalist, colonial and patriarchal culture, towards a
multiplicity of worlds, calls for an investigation into ontologies,
epistemologies and ethico-politics. In this work we will analyze the
pluriversal cosmopolitics of Marisol de la Cadena, in light of the notion of
diffraction developed by Karen Barad and Donna Haraway. Both contrast
diffraction, which produces differences, with reflection, and which allows the
exploration of possible worlds. Our proposal, then, is to appropriate
diffraction but understanding it as an ontology that allows us to account for
relationalities and interdependencies for a pluriversal cosmopolitics.
Keywords. Pluriversal cosmopolitics, Diffraction, Relationalities,
Interdependencies.
Sexta Extinción
Masiva de Especies, Antropoceno, Capitaloceno, Tecnoceno, Terricidio son
algunas de las denominaciones más corrientes para encuadrar el panorama actual.
Esta serie de “neologismos” y nuevos enfoques terminológicos fueron generados
para visibilizar conceptualmente tensiones, problemas y conflictos
bio-ecosistémicos de origen antrópico propios de nuestro tiempo que se suman al
racismo y la violencia hacia quienes no cumplen con la norma humana. Es,
fundamentalmente, la noción de Terricidio, propuesto por el Movimiento de Mujeres y Diversidades
Indígenas por el Buen Vivir, la que permite ir más allá del colapso
ambiental, para aludir también a los cruentos mecanismos de despojo y muerte en
nuestro planeta. De acuerdo con Moira Millán (2021), weichafe mapuche, el Terricidio
implica una visión tridimensional: no es
solamente el espacio tangible, es decir los ecosistemas, sino también los
humanos como pueblos habitando los ecosistemas, y también la cultura que emana
de ellos, el ecosistema espiritual. Entonces decimos: el terricidio es la
síntesis de los genocidios, ecocidios y epistemicidios,
Así, hablar de
Terricidio supone reconocer la violencia racista, machista, colonial y
capitalista, que se ejerce sobre los saberes, los pueblos y los territorios.
Dicha noción aúna la devastación de los territorios ante el extractivismo
inescrupuloso, las violencias sobre los cuerpos y el avance sobre territorios
indígenas. Si, como señalan de la Cadena y Blaser (2018, 3), la noción de
antropoceno viene a manifestar que ahora lxs colonizadores se encuentran tan
amenzadxs como los mundos que ellxs desplazaron y destruyeron proponiendo
algunas soluciones que más que salvar el planeta continúan destruyéndolo, como
ciertos ambientalismos que pretenden armonizar con el capitalismo, o posiciones
que abogan por la composición de un común que es necesario idear pero sin
cuestionar quién lo idearía, el terricidio nos conduce a asumir las múltiples
violencias sobre lo existente (humano y no humano), que se producen desde una
mirada occidental, capitalista, colonial y patriarcal.
En la urgencia de
abrir la mirada y el paso hacia esos mundos no modernos que nuevamente hoy nos
muestran la violencia de la unicidad del cosmos pretendida por la hegemonía
colonial, Isabelle Stengers propone la noción de cosmopolítica. Lejos de
referirse al cosmos “tal como pudiese pensarlo en una tradición particular” en
su uso, el cosmos “designa lo desconocido de estos mundos múltiples,
divergentes; las articulaciones de las que podrían llegar a ser capaces”
(Stengers, I. 2014, 21). La referencia a las posibles articulaciones que mundos
divergentes podrían desarrollar conecta nuevamente la cuestión cosmos a la
política de dos maneras: (i) interrumpe su universalidad (la política es
“nuestra” fórmula para constituir “nuestro” mundo en común, no sabemos los
procedimientos que otros mundos han ideado para constituirse a sí mismos como
“comunes”), y (ii) enlista a la política para explorar la posibilidad de que
esos mundos divergentes, articulándose unos con otros, se conviertan en un
mundo común.[1] En el caso de Bruno Latour, este señala que debe elegirse la
cosmopolítica frente al cosmopolitismo, dado que la última noción opera en dos
direcciones contra el universal:
La presencia de cosmos en cosmopolítica resiste
a la tendencia de que política signifique el dar-y-tomar en un club humano
exclusivo. La presencia de política en cosmopolítica resiste a la tendencia de
que cosmos signifique una lista finita de entidades que considerar. Cosmos
protege contra la clausura prematura de política, y política contra la clausura
prematura de cosmos. (Latour, B. 2014, 46)
En una doble direccionalidad se nos
advierte el riesgo del universalismo: en una dirección, el problema es el de
considerar un único cosmos, con el corolario de la imposición de un mundo sobre
otros (mononaturalismo). En la otra dirección, lo que se intenta es abandonar
una mirada unívoca de lo político. En ambos casos, además, se destaca el
esfuerzo por descentrar lo humano como única entidad pasible de ser/hacer
política. Si para la perspectiva cosmopolita “cualquiera que sea “ciudadano del
cosmos” más bien que (o antes de ser) ciudadano de algún estado particular,
adherente a alguna religión particular, miembro de un gremio particular,
profesión o familia” (Latour, B. 2014, 47), justamente lo que se disloca en la
noción de cosmopolítica es el modo en que se entiende el pertenecer o ser
parte, ya que estos no son dados previamente. No hay un mundo en común sino la
negociación sobre este, es decir, sobre diferentes mundos que entran en disputa
en la tarea de articulación política.
Como puede
advertirse, el aporte de un análisis sobre el debate contemporáneo en torno a
la cosmopolítica no involucra solamente el terreno de lo humano y la pregunta
por el mundo en común que podamos construir y que nunca se encuentra dado; el
aporte es aún más radical e involucra la pregunta por otros mundos, humanos o
no humanos, por la naturaleza y por las barreras que han confinado al mundo
natural de cualquier alteración, historicidad o politicidad y con ello al
extractivismo más feroz.
La noción de
cosmopolítica fue retomada por varixs autores contemporáneos, del norte y del
sur, como es el caso de Marisol de la Cadena, antropóloga peruana, que
reflexiona sobre el pluriverso como resorte clave de la cosmopolítica. De la
Cadena nos invita a romper con el prisma colonial, que ha jerarquizado
ontológicamente a los existentes, para enredarnos en mundos heterogéneos y
múltiples que no se constituyen bajo la división entre humanos y no humanos. Al
igual que Haraway, para quien “importa qué mundos mundializan mundos. Importa
qué historias cuentan historias” (Haraway, D. 2019, 65-66), de la Cadena narra una historia interesada en
la naturaleza, nos sumerge en un paisaje cosmopolítico de proliferación de
mundos: a principios de
diciembre de 2006, más de 1.000 campesinxs se reunieron en la plaza principal
de Cuzco, la Plaza de Armas. Habían viajado desde sus aldeas situadas al pie de
una montaña llamada Ausangate, conocida en el Cuzco como un poderoso ser
terrestre, fuente de vida y muerte, de riqueza y miseria. En esta plaza, lxs
campesinxs se unieron con otrxs manifestantes: cientos de devotos del Santuario
de Coyllur Rit'I y los miembros de otras hermandades que custodian el lugar.
Todxs estaban
allí para protestar por la posible concesión de una mina situada en el
Sinakara, uno de los picos de la cadena montañosa a la que pertenece el
Ausangate y que también alberga a Coyllur Rit'i. Bailarines rituales,
hermandades religiosas rurales y urbanas, participando como tales en una
manifestación política. De la Cadena, en diálogo con su amigo Nazario, relata
de algún modo la experiencia de la cosmopolítica:
Pensé que compartíamos un sólo punto de vista
contra la mina; sin embargo, una vez que nos informamos sobre la reunión y cómo
podría influir en futuros acontecimientos, me dí cuenta de que nuestro punto de
vista compartido también era más de uno. Mi razón para oponerme a la mina era
que destruiría los pastos de los que dependen las familias para ganarse la vida
con el pastoreo de alpacas y ovejas. Nazario estaba de acuerdo conmigo, pero
dijo que sería peor: Ausangate no permitiría la mina en Sinakara, se enojaría,
incluso podría matar gente. Para evitar esa matanza, la mina no debía ocurrir.
Aunque no me atreví a pensar que el Ausangate mataría, me pareció imposible
considerarlo una metáfora. (de la Cadena, M. 2020, 281)
El Ausangate y el
santuario de Coyllur Rit'i son seres tierra que se han hecho públicos
políticamente. Señala de la Cadena que la aparición de los seres terrestres en
las protestas sociales puede evidenciar un momento de ruptura de la política
moderna y una indigenidad emergente.
Una lectura del
registro etnográfico andino, a lo largo de líneas
epistémicas, muestra que las
prácticas-terrestres son relaciones para las cuales la
distinción ontológica
dominante entre los seres humanos y la naturaleza no funciona. Cuando
las
montañas —digamos Quilish o Ausangate— irrumpen en
los escenarios políticos, lo
hacen también como seres terrestres. Su emergencia
pública se disputa tanto con
la ciencia como con la política y puede albergar la capacidad de
trastornar el
lugar de enunciación de lo “político”
—quién puede ser un “político” o
qué
puede ser considerado un “asunto político”— y
así reordenar los antagonismos
hegemónicos que durante más de 500 años
organizaron el campo político en los
Andes, y que gradualmente, articulados a través de paradigmas
científicos
modernos, prohibieron a los seres tierra la política.
A modo de un
“juego de cuerdas” (Haraway, D. 2019), que nos implica con otrxs humanxs y no
humanos, en esta narración basada en las pequeñas diferencias que importan, de
la Cadena nos desplaza desde la unicidad de un mundo que niega otros mundos,
“el mundo de un-mundo”, un mundo que se ha concedido el derecho de asimilar a todos
los otros mundos y, al presentarse como exclusivo, anula posibilidades de lo
que hay más allá de sus límites” (de la Cadena, M. y Blaser, M. 2028, 3.
Nuestra traducción), hacia la multiplicidad de mundos, mundos que también
merecen ser cuidados (Silva y Silva, F. 2021).
La pregunta,
entonces, desde una cosmopolítica pluriversal es ¿cómo podemos componer mundos
que incluyan otros mundos? De la cual se pueden desprender: ¿cómo
mirar/pensar/afectar/cuidar otros mundos? ¿Existe una relacionalidad/conexión
entre los mundos? ¿Dónde encontrar claves que nos permitan con-figurar (imaginar en común) mundos posibles?
En este artículo
nos interesa retomar los aportes de Marisol de la Cadena en una lectura
difractiva, enredada, con Karen Barad y Donna Haraway. En la propuesta
cosmopolítica de de la Cadena se puede reconocer una ontología, epistemología y
ético-política más radical en relación a los debates sobre la cosmopolítica
propuestos desde el norte global, al complejizar lo que entendemos por
naturaleza y seres-tierra, la cual puede ser indagada a través de lo que
denominaremos, siguiendo a Haraway y Barad, una relacionalidad difractiva.
Estas autoras
hacen uso de la difracción como “metáfora óptica” (Haraway) o “metodología
difractiva” (Barad) para describir una herramienta feminista y posthumana que
permite pensar las diferencias más allá de las oposiciones binarias. Nuestra
propuesta, entonces, es apropiarnos de la difracción entendiéndola como una
ontología relacional que permite dar cuenta de las relacionalidades,
interdependencias y cuidados para una cosmopolítica pluriversal.
En la primera
parte, abordaremos la noción de anthropo-not-seen
de de La Cadena junto con la noción de difracción desarrollada por Haraway
y Barad, que permite alejarnos del prisma occidental capitalista colonial
patriarcal hacia entrelazamientos semiótico-materiales que reconocen múltiples
prácticas de conocer y vivir en y con las diferencias. En
la segunda, nos centraremos en una cosmopolítica de la relacionalidad fuerte,
es decir, pluriversal en términos de una relacionalidad difractiva.
¿Con la sangre de quien se crearon
mis ojos?
Donna Haraway, Conocimientos
situados
En la clase
inaugural del Programa de Antropología dictada en la Universidad de California
(2017) de la Cadena sostiene que “la naturaleza no es común” y afirma que
“estamos acostumbrados a pensar que existen distintas culturas y una sola
naturaleza y que esa naturaleza es común a todas las culturas, una naturaleza
universal”. Esta noción se anuda con la idea de un extractivismo para “el bien
común decidido por el estado”. Cuestionando esta manera de pensar al mundo
natural podemos defender desde una perspectiva ontológica la posibilidad de que
el río sea persona. De la Cadena defiende incluso la idea de una democracia
ontológica.
Resulta evidente
que lo que aquí se pone en juego es una descolonización de la metafísica
occidental, aquella que intentó organizar mediante la fórmula de lo uno y lo
múltiple una ontología sin temporalidad ni espacialidad, profundamente
humanista, postulando la unicidad del cosmos y luego de la naturaleza en la
modernidad, generando, de este modo, marcos normativos inapelables.
Como lo han
demostrado de la Cadena (2015) pero también Mario Blaser (2010, 2013; de la
Cadena & Blaser, 2018) y Eduardo Viveiros de Castro (2010, 2013 y 2019) una
gran parte de los mundos indígenas no se ajusta a la separación entre humanos y
no humanos. Más aún, esta separación ha dado lugar a la noción de “anthropo-not-seen”, que alude a una
humanidad no vista, con la que de la Cadena juega fonéticamente con la voz
inglesa “Anthropocene”. Con dicha noción, la antropóloga remite a la violencia
ejercida sobre las comunidades indígenas en América por parte del capital
extractivista y el proceso de invisibilización sobre sus demandas.
El
“antropo-no-visto” o el “invisible antropológico” pone en juego el modo en que
la modernidad ha jerarquizado ontológicamente a los existentes bajo las
divisorias de lo humano y lo no humano desde un prisma colonial que aún hoy es
necesario cuestionar, y da cuenta de mundos heterogéneos que no se constituyen
por la división entre humanos y no humanos, por lo que permite considerar otras
ontologías:
La interrupción del reparto universal es un
evento político y conceptual generador de mundos; lo que surge por medio de él
no es una “mezcla” de naturaleza y humano. Al estar compuesto de humanos con
naturaleza —si conservamos estas categorías ontológicas— se amplía tanto lo uno
como lo otro. (de la Cadena, M. 2016, 258)
El
“anthropo-not-seen” incluye ensamblajes más que humanos, es decir, que pueda
incluir humanos y no humanos, e implica un profundo cuestionamiento de las
nociones (es decir, humano y no humano, y por ende la especie), señalando que
estas son inapropiadas para aprehender dichas composiciones. En este sentido,
puede decirse que los ensamblajes del “anthropo-not-seen” se pueden traducir
como “colectivos articulados” por naturaleza y humanxs, aunque también pueden
expresar condiciones de “no naturaleza, no cultura” (Strathern, M. y
MacCormack, C. 1980; Haraway, D. 1992).
El anthropo-not-seen propuesto por de la
Cadena alude a una disputa de visiones y cosmovisiones, cuestiona un modo de
ver que ha generado separaciones y jerarquizaciones entre lo humano y lo no
humano, y apunta a recuperar miradas que fueron ocultadas por la cultura
colonial occidental, tales como los seres-tierra y aquello que desde los
posthumanismos puede entenderse como un escenario postsecular. Refieren también
a aquellas partículas del mundo que muchas veces no se ven, y por ello corren
el riesgo de ser destruidas (Kramvig, B. y Pettersen, M. 2015). Es en este
sentido que la noción de anthropo-not-seen
puede ser puesta en diálogo con la noción de difracción –en contraste con
la reflexión, como reflejo de lo mismo– que desarrollan Donna Haraway y Karen
Barad, para la cual la difracción es un método de producir diferencia.
En su artículo,
“La promesa de los monstruos” (1994),
Haraway se propone realizar un ejercicio cartográfico a través de distintos
paisajes que revisitan la “naturaleza” alejándose de los elementos ópticos que
han hecho de la misma un objeto y, como su efecto, generado relaciones de
reificación y de posesión. Haraway propone una teoría, una forma de pensar,
pero que es también un hacer que involucra una práctica afectiva: “El propósito
de esta excursión es escribir teoría, esto es, hacer visibles modelos sobre
cómo moverse y a qué temer en la topología de un presente imposible pero
absolutamente real, para encontrar otro presente ausente, aunque quizá posible”
(Haraway, D. 1999, 121).
Este “viaje hacia
otra parte” (Haraway, D. 1999, 121) es una invitación, y también una promesa, a
mirar con un nuevo prisma, a traer a la visión lo que ha sido ocultado por la
cultura occidental con efectos devastadores sobre el planeta. Haraway se apropia
de la difracción, concepto proveniente de la física, “una metáfora óptica, como
el reflejo, pero conlleva más dinamismo y potencia. Los patrones de difracción
tratan de una historia heterogénea, no original” (Haraway, D. 2000, 101). Así,
la difracción permite desplazar nuestras imágenes de la/s diferencia/s desde lo
oposicional a lo diferencial, de lo estático a lo productivo, y nuestras ideas
de un conocimiento científico reflexivo y desinteresado a uno integrado y
arraigado (Kaiser, B. M. y Thiele, K. 2018, 1).
Haraway introduce
la difracción en diálogo con la noción de “otros inapropiados/bles”, de Trinh
Minh-ha, que designaba redes de actores multiculturales, étnicos, raciales,
nacionales y sexuales que no pudieron adoptar ni la máscara del “yo” ni la del
“otro” de las narrativas occidentales modernas.[2]
De acuerdo con Haraway, hablar de “otro inapropiado/ble” alude a “estar en una “relación crítica y deconstructiva, en una
(racio)nalidad difractaria,
como formas de establecer conexiones potentes que excedan la dominación”
(Haraway, D. 1999, 126), es estar en una “diferencia crítica interna”, que
permita generar –no reproducir–[3]
conexiones. También es apostar e insistir en lo amoderno –no en lo moderno o lo postmoderno–. Aunque Trinh Minh-ha
se refería exclusivamente a la relación entre personas, Haraway extiende estas
observaciones a humanos y no humanos.
Insistiendo en
que se trata de otra forma de mirar, Haraway aclara que la difracción debe ser
comprendida a distancia de la reflexión y la reflexividad, ya que mientras
estas últimas remiten a “lo mismo” desplazado, la primera “es una cartografía
de la interferencia, no de la réplica, el reflejo o la reproducción. Un modelo
difractario no indica dónde aparecen las diferencias, sino dónde aparecen los
efectos de la diferencia” (Haraway, D. 1999, 126). La difracción nos ofrece
otros modelos de mundo, ya no de “lo idéntico”, sino de lo diferente, lo
heterogéneo, lo múltiple. A diferencia de la reflexión que reproduce posiciones
esencialistas y fijas, la difracción es una visión más astuta, crítica y sutil,
que abre a la exploración de mundos posibles y al reconocimiento de las
diferencias.
En Testigo_modesto@segundo_Milenio (1997),
Haraway se apropia de la difracción para proponerla como una “categoría
inventada de la semántica” (Haraway, D. 2021, 86), que disputa metáforas
utilizadas habitualmente para describir prácticas de conocimiento.[4]
La difracción es “una metáfora óptica que se esfuerza en hacer la diferencia en
el mundo” (Haraway, D. 2021, 87), es “otra manera de conciencia crítica”
(Haraway, D. 2021, 46), que no se basa en el reflejo de lo mismo, sino en la
producción de interferencias. “La difracción es una tecnología narrativa,
gráfica, psicológica, espiritual y política para hacer sentidos decididos”
(Haraway, D. 2021, 514). Podría decirse que se trata de una “interrupción del
sentido”, que se propone acabar con el sentido único, la mirada única (Araiza
Díaz, V. 2020, 159).
La difracción
sugiere relaciones basadas en las diferencias, pero que no generan dominación
jerárquica, ni la incorporación de las partes al todo, tampoco la protección
paternalista y colonialista, ni una fusión simbiótica, ni la producción
industrial de recursos (Haraway, D. 1999, 126). La difracción nos otorga una
cartografía de la interferencia, un instrumental óptico situado, “la labor de
resituar, de difractar, significados encarnados, como labor crucial que ha de
hacerse en la gestación de un nuevo mundo” (Haraway, D. 1999, 145), que nos
permite rehabitar mundos comunes.
En Meeting the Universe halfway (2007),
Barad retoma la noción de difracción de Haraway como contrapunto de la
reflexión, para proponer un “enfoque metodológico difractivo” (Barad, K. 2007,
30)[5]
que permite un acercamiento interdisciplinario respetuoso. Este enfoque rompe
con las jerarquizaciones sobre teorías y disciplinas, para generar
conversaciones creativas e inesperadas. La difracción se ocupa de “atender y
responder a los detalles y especificidades de las relaciones de diferencia y
cómo ellas importan” (Barad, K. 2007, 71).
Barad analiza la
noción de difracción de la física cuántica según la cual en determinadas
circunstancias, la materia (electrones, neutrones, átomos) presentan un
comportamiento ondulatorio. Esto es, de acuerdo con el desarrollo de la física
cuántica, la materia, y no sólo las ondas (agua, sonido o luz), como lo
entendía la física clásica, producen patrones de difracción.[6]
Para Barad, la difracción cuántica deviene “entrelazada” (entangled): como método de entrelazamiento y como mundo
radicalmente inmanente donde la relacionalidad/diferenciación es la dinámica
primaria de todos los entrelazamientos material-discursivos (Kaiser, B. M. y
Thiele, K. 2018, 1).
Barad, al igual
que Haraway, contrapone la difracción a la reflexión, pero presta especial
atención a la reflexividad. Esta es analizada con relación al
representacionalismo –la creencia de que las palabras, conceptos e ideas
reflejan con precisión las cosas a las que se refieren–. La reflexividad trae a
escena a un tercer elemento, entre las palabras y las cosas, esto es, al sujeto
de la representación. De acuerdo con Barad, aunque la reflexividad haya sido
incorporada para criticar el realismo social es insuficiente porque, al igual
que la reflexión, sigue manteniendo el mundo a distancia y no echa por tierra
la dicotomía naturaleza/cultura.[7]
Por el contrario,
la difracción es una metodología que permite pensar las prácticas
socionaturales en un modo performativo –no representacionalista–. Esto conduce
a Barad a señalar una distinción respecto a Haraway, si bien denomina a su
método “difractivo” no es en sí mismo una analogía, como supondría considerarlo
desde la metáfora, sino que pone el acento en entrelazamientos materiales
específicos. Para Barad la difracción es, en definitiva, “un fenómeno
material-discursivo que hace evidentes los efectos de diferentes diferencias”
(Barad, K. 2007, 88). Esta metodología,
es una práctica crítica que produce una
diferencia en el mundo. Es un compromiso por comprender que diferencias
importan, cómo importan y para quien. Es una práctica crítica de
entrelazamiento, no una práctica de aprendizaje a distancia para reflexionar desde
lejos. (Barad K. 2007, 89)
Para Barad, la
metodología difractiva conduce a tomar en cuenta que no estamos simplemente en
el mundo, sino que somos parte del devenir diferencial del mundo y que nuestras
prácticas de conocimiento no tienen meramente consecuencias materiales sino que
son compromisos materiales que participan
en (re)configurar el mundo (Barad, K. 2007, 93).
Comenzábamos el
apartado con el epígrafe con la pregunta ¿con la sangre de quién se crearon mis
ojos?, con el que Haraway interroga al conocimiento occidental –universal,
objetivo, neutral, totalizante–, construido a fuerza de sangre y fuego, de
violencias sobre los cuerpos y los territorios y del epistemicidio. De la
Cadena denuncia el anthropo-not-seen del
antropoceno –o, mejor, del terricidio–, esa humanidad no vista, negada e
invisibilizada, bajo un cruento juego de espejos que sólo puede reflejar lo mismo,
lo idéntico, lo igual. La difracción, como modo de ver/producir diferencias,
interfiere en esta reproducción de lo mismo, para generar conocimientos
implicados y comprometidos –no a distancia– del mundo, de los mundos. Asumir la
difracción como ruptura de la mismidad de la cultura occidental permite
reconocer que las diferencias importan, las diferencias –no opositivas– son
productoras de mundos, mundos que también importan.
El primer paso sería reconocer que
“el mundo” es múltiple, es decir, más que uno y menos que muchos;
el segundo
sería reconocer la interconexión entre esos mundos sin hacerlos conmensurables.
De la Cadena, Cosmopolítica
indígena en los Andes.
Como señalábamos anteriormente, son varixs
lxs autorxs que han abordado la cuestión de la cosmopolítica. En el caso del
antropólogo Eduardo Viveiros de Castro, la cosmopolítica se encuentra asociada
a su crítica al multiculturalismo y a la defensa del perspectivismo amerindio.
Justamente, frente a la universalidad de los conceptos de occidente, “con el
perspectivismo vos conseguís una forma de presentar el pensamiento amerindio y
escapar de esas totalidades” (Viveiros de Castro, E. 2013, 267). Frente a la idea
de un mundo único y varios modos de acercamiento (multiculturalismo) el
antropólogo brasileño defiende la posibilidad de hablar de multinaturalismo, es
decir, de una multiplicidad de mundos. Esta propuesta se enmarca en el
ejercicio de una tarea comprometida de “descolonización del pensamiento”
(Viveiros de Castro, E. 2013, 287):
El perspectivismo es también un dispositivo que
me permite cuestionar, etnográficamente, el sentido común que dice que todos
los indios, todos los pueblos del mundo, se creen el centro del mundo y se
creen la representación de lo humano frente a los otros que son bárbaros,
salvajes. El etnocentrismo presentado como una actitud natural. (Viveiros de
Castro, E. 2013, 271)
En ¿Hay
un mundo por venir? Déborah Danowski y Viveiros de Castro señalan que para
las ontologías/cosmologías amerindias, no es la animalidad sino la humanidad o
personitud la que constituyen la base de todo lo existente y es por ello que el
hombre no es el último eslabón ontológico sino que esta condición es compartida
por cualquier entidad. Podemos constatar, entonces, que el modo de referirse a
lo humano es completamente diferente a la moderno-colonial, lo que habilita,
por otra parte, a la simetrización ontológica, operando, de este modo, en la dirección
contraria al mito de la singularidad tecnológica (Danowski, D. y Viveiros de
Castro, E. 2019, 129). Como señala Viveiros de Castro, el perspectivismo supone
ontologías variables (2010: 57). En este sentido, el perspectivismo y el
mutinaturalismo indígena es la cosmopolítica indígena.
Si la
cosmopolítica nos enfrenta a la tarea de articulación de diferentes mundos, la
noción de lo pluriversal nos permite destacar el énfasis en un pensamiento de
relacionalidad radical. Esto hace referencia al hecho de que todas las
entidades que constituyen mundo están tan profundamente interrelacionadas que
ninguna tiene una existencia intrínseca y separada, por sí misma.
Como sabemos, la
epistemología moderna ha otorgado a las entidades una existencia separada,
gracias a la premisa fundacional de la separación entre sujeto y objeto, mente
y cuerpo, naturaleza y humanidad, razón y emoción, hechos y valores, ellxs y
nosotrxs, y así sucesivamente. Y aún cuando todas las formas de política son
relacionales aquí tenemos que establecer una diferenciación.
Si el modo del
contrato moderno establece una “relacionalidad débil”, que supone de entrada la
separación ontológica de las entidades, para ser reunidas posteriormente
mediante alguna especie de conexión, nos interesa pensar aquí lo pluriversal
como una “relacionalidad fuerte”, es decir, como el resorte de la composición
cosmopolítica. Como advierte Thomas Clément Mercier, el discurso del pluriverso
se presenta como una respuesta estratégica al exceso y la violencia del
universalismo y el imperialismo occidental y aboga por una ética multiversal,
una cosmopolítica pluriversal basada en parentescos entre especies y
multinaturales, y más consciente de la multiplicidad de mundos y prácticas de
creación de mundos que conforman la escena posglobalización (Mercier, T. C.
2019). Mundos en conexión parcial unos con otros (Escobar, M. 2015) que
desestabilizan el sueño del cosmos universal y con ello, las primacías
ontológicas históricamente otorgadas a los humanos.
De la Cadena
(2020, 279) reconoce, siguiendo a Penélope Harvey, la presencia cada vez mayor
en los escenarios políticos de los Andes de las interacciones humanas con los
seres-tierra, que denomina “prácticas-tierra”. “Las prácticas-tierra promulgan
el respeto y el afecto necesarios para mantener la condición relacional entre
los humanos y las personas no humanas que hace la vida en (muchas partes de)
los Andes” (de la Cadena, M. 2020, 283-284). En estas interacciones no funciona
la distinción ontológica dominante entre humanos y naturaleza, por el
contrario, se trata de una relacionalidad no jerárquica entre humanos,
animales, plantas y seres-tierra, que son más que no-humanos, “son entidades
sensibles cuya existencia material –y la de los mundos a los que pertenecen–
está actualmente amenazada por el maridaje neoliberal entre el capital y el
Estado” (de la Cadena, M. 2020, 284). Para De la Cadena, la presencia política
de los “seres-tierra” pone en cuestión el modo en que se ha concebido la
(historia de la) política en “nuestro” mundo, ya que desafía la distinción
entre Naturaleza/Humanidad, la supremacía humana y la política como asunto
exclusivamente humano.
De acuerdo con de
la Cadena (2020, 303), la aparición de los seres-tierra en la política “alteran
los términos de lo político; interrumpen el consenso que excluía las prácticas
indígenas de la política asignándolas a la religión o al ritual, y ocluyendo esta
exclusión”. En este sentido, puede hablarse de una “ontología política”
(Blaser, M. 2009), donde los seres-tierra disputan los modos de concebir y las
formas de habitar el mundo. La presencia de los seres-tierra transforma el modo
en que se “concibe la política como disputas de poder dentro de un mundo
singular, en otro que incluya la posibilidad de relaciones adversas entre
mundos: una política pluriversal” (de la Cadena, M. 2020, 303).
Desde los
posthumanismos críticos se ha buscado romper con el excepcionalismo humano y
con ello desplazar una ontología del individuo por “ontologías relacionales”.
Mientras que para la ontología del individuo el mundo está compuesto por
individuos (o átomos) separados por propiedades inherentemente determinadas,
por el contrario, para las ontologías relacionales, no existe nada previo a la
relación. Es decir, no existen entidades ni propiedades que puedan ser
atribuidas anteriormente a la relación. Se parte de la concepción de que toda realidad es relacional, esto es,
que no existimos como entidades (humanas y no humanas) independientes sino en
relación, somos-unxs-con-otrxs, en estrecha vinculación.
Como señala
Natalia Fischetti (2023, 51), estas ontologías pueden ser reconocidas en las
perspectivas indianistas, los ecofeminismos y los feminismos populares en
Latinoamérica, en el llamado giro o apertura ontológica en las humanidades y
las ciencias sociales y asumido por diversas perspectivas teórico-académicas y
ejercidas por muchos movimientos sociales, comunidades y resistencias en
territorio. La ontología relacional está en el centro de una cosmopolítica que
reconoce los parentescos entre especies y multinaturales, donde las entidades
existen interrelacionadas. En esta cosmopolítica pluriversal, nos interesa
explorar las ontologías relacionales a partir de la noción de difracción.
Tanto Haraway
como Barad han desarrollado lo que puede comprenderse como ontologías
relacionales. De acuerdo con Haraway, “Los seres no preexisten a sus relaciones
(...). No hay sujetos ni objetos preconstituidos, ni fuentes únicas, ni actores
unitarios ni finales definitivos” (Haraway, D. 2017, 6). Esta ontología
relacional es puesta al servicio de la co-constitución, co-evolución y
co-habitar entre humanes y animales, que da cuenta de cómo los seres se
constituyen unos con otros a través del contacto, de la contaminación. “Los
compañeros no preceden al encuentro; especies de todo tipo, vivas e inertes,
son consecutivas a la danza de encuentros que da forma a sujetos y objetos”
(Haraway, D. 2017, 28).[8]
Para Haraway el
devenir es siempre con otras especies, es una práctica de “devenir mundano” (becoming wordly), que acentúa el devenir
con: “el cuerpo siempre está en-proceso, es siempre entrelazamiento vital de
escalas, épocas y clases de seres heterogéneos entretejido en presencia carnal,
siempre en devenir, siempre constituido en relacionar” (Haraway, D. 2008, 163).
De acuerdo con Haraway (2019, 24) “devenimos-con de manera recíproca o no
devenimos en absoluto”, se trata de un “devenir-con multiespecies” (Haraway, D.
2019, 105), que señala que el devenir ocurre con otrxs humanes y no-humanes.
Por su parte,
Barad también alude a la ontología relacional que llama “ontología realista
agencial”, la cual se basa la noción de “intra-acción” (que toma distancia de
la de “interacción” en tanto equivale a presuponer la existencia previa de
entidades), donde las intra-acciones específicas producen los límites y las
propiedades de los componentes. Esta ontología no elimina las diferencias, a
través de los “cortes agenciales” se produce la separación entre, por ejemplo,
un sujeto y un objeto (Barad, K. 2023, 78), que no existen por fuera de una
intra-acción específica, no se trata de una separación absoluta sino
contingente (Barad, K. 2014, 175). En este sentido, sujeto y objeto, aunque
pueden diferenciarse, no se oponen sino que se dan dentro de un fenómeno (material-discursivo).
Según Barad, los
fenómenos “son la inseparabilidad ontológica de los ‘componentes’ agencialmente
intra-activos” (Barad, K. 2023, 78). Esto es, los fenómenos son las relaciones
ontológicamente primarias, sólo a partir de una intra-acción es que se realiza
una “separabilidad agencial”, una “exterioridad-dentro-del-fenómeno”
(Barad, K. 2014, 177), que diferencia sujeto y objeto. Desde esta perspectiva,
la “diferencia es entendida como diferenciación: diferencia-en-el-(re)hacer”
(Barad, K. 2014, 175). La diferencia, entonces, implica un hacer y una relación de diferencia dentro.[9]
Como puede
observarse, Haraway pone el énfasis en el devenir-con mientras que Barad en la
intra-acción, aunque ambas nociones describen la relación co-constitutiva de lo
existente. Si la noción de devenir-con permite a Haraway dar cuenta que el
devenir es siempre con otrxs humanos y no humanos, estableciendo una realidad
que es cambiante, con conexiones parciales y situadas (Autorx, A. 2021), la
intra-acción le permite a Barad tomar distancia de la interacción, que supone
una constitución previa de sujetos/objetos/individuos/palabras/cosas/humanos/nohumanos
anterior a la agencia común, por el contrario, intra-acción reconoce que las
agencias distintas no preceden, sino que emergen a través de su intra-acción
(Fischetti, N. 2022).
Estas ontologías
ponen el acento en la relacionalidad/diferenciación, lo cual permite establecer
una conexión con la difracción. Recordemos que la difracción es la producción
de diferencia en la relación. La difracción permite salirnos de la lógica mimética
de lo idéntico y abrirnos hacia lo diferente, lo heterogéneo, lo múltiple. Es
por eso que la difracción se enfoca más que nada en los efectos de diferentes
diferencias. Se trata de la apuesta a una mirada crítica y conectada que
reconoce las diferencias no opositivas. En este sentido, podemos afirmar que se
trata de relacionalidades difractivas.
La cosmopolítica
pluriversal propuesta por de la Cadena puede ser comprendida en términos de
relacionalidades difractivas, esto es, de mundos –y no “del mundo de un-mundo”–
que están en relación. La presencia política de los seres-tierra echa luz sobre
la relacionalidad/diferenciación de las ontologías relacionales que podemos
encontrar en la propuesta de de la Cadena. El reconocimiento de la
pluralización otorgado por los seres-tierra no debe comprenderse como una
pluralidad ideológica, de género, étnica, racial o, incluso, religiosa, que posibilitaría
crear una sociedad multiculturalmente “mejor”. Tampoco como una estrategia que
permitiría una mayoría dominante –incluso indígena–. Por el contrario, se trata
de “desaprender la ontología única de la política para abrir la posibilidad de
algo así como prácticas políticas pluriversales” (de la Cadena, M. 2020, 304).
En este sentido,
las relacionalidades difractivas ayudan a concebir ontologías relacionales
ligadas a una ontología política que reconozca la diferencia y lo múltiple del
mundo, de un mundo que es “más que uno y menos que muchos” (de la Cadena, M.
2020, 304), como así también, de la relacionalidad –o intra-acción– entre esos
mundos. La ontología política pluriversal involucra, sin lugar a dudas, una
cosmopolítica pluriversal de la relacionalidad fuerte, basada en parentescos
entre especies y multinaturales, en consonancia con las relacionalidades
difractivas.
Siguiendo los
aportes del pensamiento de de la Cadena en torno a la cuestión de una
cosmopolítica pluriversal en composición con la noción de difracción propuesta
por Haraway y Barad, más precisamente, frente a la pregunta por la metodología
que nos permite explorar otros mundos, o encontrar algún lazo de conexión que
no constituya la mera asimilación o el reflejo de uno sobre el otro, hemos
sostenido que la difracción nos permite mirar/pensar/afectar/cuidar otros
mundos y no solo los mundos humanos sino aquellos en donde lo humano y lo no
humano entran en contacto estrecho.
Uno de los elementos claves de la apuesta filosófica posthumanista es la
apertura hacia discursos de diferentes latitudes y disciplinas, habilitando la
conformación de perspectivas más fructíferas en tiempos de catástrofes y
terricidios. Frente al agotamiento del ideario filosófico moderno,
especialmente abocado al aseguramiento de la unicidad de la naturaleza
(mononaturalismo) y de un sujeto cuya universalidad ha jugado en detrimento de
cualquier alteridad al servicio de un esquema especular, reflexivo, de
repetición de lo mismo y de desprecio por lo otro, la tesis del continuum naturaleza/cultura constituye
un gran aporte para poder abandonar la autofascinación solipsista moderna y
sumar así otros modos, amodernos o no modernos, parentescos raros que nos
permiten corroborar la violencia colonial de nuestras epistemologías y la
importante tarea de descolonizar el pensamiento. Para ello, consideramos que es
de suma relevancia volver a pensar nuestras ontologías y cuestionar las viejas
jerarquizaciones que se han repetido una y otra vez.
El campo
problemático de la cosmopolítica, que se inscribe en gran medida en los
estudios posthumanos, es sumamente reciente. En este, voces de norte y del sur
global se entrecruzan, abandonando las tradicionales endogamias de las
discusiones heredadas, y las jerarquizaciones presentes en la procedencia de
los discursos, ocultados bajo la óptica de lo universal, esa mirada que se
pretende desde ninguna parte. En la medida en que nos corremos de la
universalidad y de la repetición de lo mismo, aparece la difracción y con ella
la posibilidad de disputar, de interferir y de relacionarse desde la
diferencia. En este sentido, nos permite romper con la
hegemonía colonial y abrir nuestra mirada hacia aquello que había sido
desestimado, habilitando la apertura y el descentramiento de los mundos que
habitamos (Rodríguez-Giralt, I. Rojas, D. y Farías, F. 2014). Y es en esta
dirección en la que a cosmopolítica indígena, como puede verse en el caso de De
la cadena, pero también en el de Viveiros de Castro, radicaliza la mirada
posantropocéntrica frente al legado humanista moderno.
Así, la pregunta cosmopolítica aborda los
mundos en los que nos articulamos humanos y no humanos para dar cuenta de la
codependencia y la coevolución, de la interrelacionalidad radical que lejos de
responder a pautas de coordinación intencionales o voluntarias, puede pensarse
desde el prisma mismo del ser-con-otrxs que somos siempre en la medida en que
somos parte del devenir diferencial del mundo. Es en esa línea que podemos
destacar cómo la difracción implica siempre
relaciones basadas en las diferencias, que no generan dominación jerárquica, ni subsunción dialéctica de las partes al todo. Es una relación desde y en la diferencia, a partir del compromiso responsable y del
cuidado, porque las diferencias importan.
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[1] El debate en torno a un mundo común ha sido un lugar frecuentado
por la tradición filosófica. El ideal cosmopolita desarrollado por Kant en su
breve escrito La paz perpetua (1795) ha ejercido una gran influencia y conserva
aún hoy vigencia. En su formulación
original el ideal kantiano se encontraba íntimamente ligado a la necesidad de
encontrar medios adecuados para superar el estado de guerra en el que la
historia humana se había instalado. Tres son las principales propuestas
kantianas al respecto: la formación de gobiernos democráticos, la instauración
de una federación de Estados libres y la constitución de un derecho
cosmopolita. Contemporáneamente, John Rawls y Jürgen Habermas han continuado
estas líneas de indagación, así como también Martha Nussbaum, a la luz de la
idea de una ciudadanía cosmopolita producto de un sentimiento de amistad o de
amor (philía) del ciudadano hacia
todos sus semejantes, la humanidad entera. Sin embargo, hacia finales del siglo
XX algunes autores han adoptado una postura crítica de dicha noción a la luz de
la problemática de los estudios decoloniales, el posthumanismo crítico y
también de lo que Bruno Latour denominó “Nuevo Régimen Climático”, cuyos
interrogantes ponen en juego la estabilidad de nociones tales como “mundo en
común” o el modo en que se piensa el “ser en común”. Los viejos esquemas se
revelan demasiado humanistas y colonialistas, al mismo tiempo que desconocen el
escenario actual y con ello, el impacto antrópico de un grupo de humanes
(blancos, del norte global, heterosexuales, propietarios, etc.) bajo el
discurso del progreso de la ciencia moderna.
[2] Si bien Minh-ha no se
refiere explícitamente a la difracción, su mirada crítica sobre la identidad y
la diferencia está en sintonía con la difracción, ya que escapa de la
dialéctica hegeliana del Yo y el Otro, para proponer un modelo de identidad y
diferencia no dualista y no separacional donde las diferencias se respetan y
logran florecer (Geerts, E. y van der Tuin, I. 2016).
[3] Haraway propone sustituir el término
reproducción por el de generación porque “nunca se reproduce nada; lo que sucede es mucho más polimorfo que todo eso”
(Haraway, D. 1999, 125). La reproducción sería la producción de lo idéntico,
mientras que la generación sería la producción de formas nuevas y distintas.
[4] Haraway usa para sus análisis de la
difracción las pinturas de Lynn Randolf, A
Diffraction, de 1992, una artista de la frontera México/Texas, cuyas
narrativas están arraigadas en un mundo cyborg, el arte mexicano y el realismo
metafórico.
[5] En todos sus escritos donde Barad indaga
sobre la difracción, menciona los trabajos de Haraway y el sentido que la
pensadora le dio a esta noción. No obstante, señala que mientras que para
Haraway es una metáfora óptica, propuesta como una cuarta categoría semiótica
(junto con la sintaxis, la semántica y la pragmática), para ella se trata de
una “herramienta crítica de análisis” (Barad, K. 2023, 68). En “Nada viene sin
su mundo”, prefacio presentado como diálogo entre Haraway y Thyrza Nichols
Goodeve, por el 20 aniversario de Testigo_Modesto,
Haraway reconoce que si bien Barad comenzó a prestarle atención a la difracción
porque ella primeramente había usado esta noción, Barad la amplió (Haraway, D. 2021,
57-58).
[6] Barad se inspira en la teoría del físico
Niels Bohr, que elabora una profunda crítica a la metafísica atomista a través
de lo que llama “intra-acciones”. Aunque Bohr sólo se centra en las dimensiones
epistemológicas, Barad desarrolla las implicancias ontológicas, en lo que
caracteriza como una “ontología relacional” u “ontología realista agencial”. Su
realismo agencial concibe a la materia no como algo fijo o propiedad de los
objetos, sino que la materia forma parte activa –tiene agencia– de los fenómenos (Fischetti, N. 2023,
49).
[7] Barad señala dos cuestiones, por un lado,
que el mainstream de los estudios de
la ciencia ignoran factores como género, raza, clase, sexualidad, etnicidad,
religión y nacionalidad –como observaron lo estudios feministas de la
ciencia– en la práctica tecnocientífica. Por otro, que la reflexividad está fundada
en la idea que las representaciones reflejan la realidad (social o natural), y
que las prácticas de presentación no tienen ningún efecto sobre los objetos y
que sólo tenemos acceso a las representaciones y no a los objetos mismos
(Barad, K. 2007, 86-87).
[8] Haraway (2008), retoma de Barad la noción de intra-acción para dar
cuenta de esta relacionalidad.
[9] Barad (2014) establece una relación entre separabilidad agencial y
vivir en la frontera (Borderlands) de
Gloria Anzaldúa.