Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 27 / Sección Artículos
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2024 /
.
The Subtraction of Humanity.
A Critique of the Philosophy(ies) of History
from Latin American Thought
Martín Mitidieri
Universidad Nacional de San Martín,
Escuela de Humanidades,
Centro de Estudios Latinoamericanos.
Argentina.
Recibido:
01-11-2023
Aceptado:
17-07-2024
Resumen. Este artículo propone revisar en
el pensamiento crítico latinoamericano el modo en que se operó teóricamente, en
la(s) filosofía(s) de la historia, la sustracción de humanidad de los
latinoamericanos. Se explora en la obra de Leopoldo Zea, Arturo Andrés Roig,
Enrique Dussel y Boaventura de Sousa Santos, trazos comunes, matices y legados
en torno a una crítica al historicismo. En particular, se repone el tratamiento
que dan a diversas filosofías de la historia, concentrándose en la de Hegel, a
partir de nociones tales como “historia”, “filosofía” y “conocimiento”. Se
trata de un recorrido exploratorio que aporta renovadas lecturas a itinerarios
y tradiciones temáticas en autores nodales del pensamiento crítico latinoamericano.
Palabras clave. Historicismo; Humanismo; Pensamiento Latinoamericano;
Conocimiento; Epistemicidio.
Summary. This article proposes to review, within Latin American critical thought,
how the subtraction of humanity from Latin Americans was theoretically operated
in the philosophy(ies) of history. It explores common traits, nuances, and
legacies concerning a critique of historicism in the works of Leopoldo Zea,
Arturo Andrés Roig, Enrique Dussel, and Boaventura de Sousa Santos. In
particular, it revisits their treatment of several philosophies of history,
focusing on Hegel's, through concepts such as "history,"
"philosophy," and "knowledge." This is an exploratory path
that provides renewed readings to itineraries and thematic traditions in
central authors of Latin American critical thought.
Keywords. Historicism; Humanism; Latin American thought; Knowledge; Epistemicide.
¿Quién no tiene su vestido azul?
¿Quién no almuerza y no toma el tranvía,
con su cigarrillo contratado y su dolor
de bolsillo?
¡Yo, que tan sólo he nacido!
¡Yo, que tan sólo he nacido!
Altura y Pelos (Vallejo, 1959, p. 101)
A Vallejo le duele la imposibilidad de
alcanzar lo cotidiano. Algo llano, rutinario, como tomar el tranvía, fumar un
cigarrillo o penar por dinero. Es algo que a sus ojos todos podrían hacer. Por
eso la pregunta “¿Quién no?” es en esencia retórica. Y luego el lamento: “¡Yo, que tan sólo he nacido!”. Este verso de Vallejo esconde una
semejanza/diferencia respecto a la humanidad. Vallejo es humano porque ha
nacido, pero no es tan humano porque “sólo” ha nacido.
Diferencias
de humanidad, humanidades diferenciadas. Vallejo es latinoamericano, y escribe
estos versos en París. En las páginas que siguen problematizaremos el ideal de
humanidad que se trasluce de sus versos, en su estrecha conexión con lo
cotidiano. Así, nos proponemos explorar la consideración de humanidad sobre los
latinoamericanos, en función de los distintos ideales de humanidad que se
establecieron, en especial por parte del historicismo europeo en el siglo XIX.
Vamos a abordar este propósito como una modulación teórica en el pensamiento
latinoamericano, una argumentación diversa, ramificada y enriquecida, de una
problemática mayor que nos inquieta: la desaparición/invisibilización de
saberes, conocimientos, lenguas, prácticas y sujetos en América Latina por
intercesión de la cultura occidental. Este hecho dramático y todavía en curso
se sustenta en una dualidad (legal, ontológica, humana, económica, etc.) que se
establece en América Latina desde la misma llegada de los europeos, y que
constituye uno de los atributos de nuestras sociedades más trabajados en el
pensamiento latinoamericano (Devés, 2003) (Svampa, 2016). Aquí nos interesa
abordar esta problemática en el pensamiento latinoamericano en la medida en que
se ejecutó mediante una sustracción de humanidad presente en el historicismo
europeo del siglo XIX, que reformulando a Arturo Andrés Roig denominaremos
“filosofía imperial de la historia” (Roig, 2004) y que tiene a su más
importante representante en la figura del filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich
Hegel. Trataremos de responder a la pregunta: ¿cómo se operó teóricamente la
desaparición de elementos culturales y sujetos latinoamericanos a partir de las
distinciones de humanidad/subhumanidad presentes en las “filosofías imperiales
de la historia”? Proponemos aquí una articulación teórica de las obras de
Leopoldo Zea, Arturo Andrés Roig, Enrique Dussel y Boaventura de Sousa Santos,
autores nodales y prolíficos del pensamiento latinoamericano, que mediante
distintas formulaciones, con diferentes herramientas teóricas y con variados
propósitos, dieron respuesta a esta pregunta. Es uno de los objetivos de este
trabajo esbozar una unidad temática en torno a una tradición humanista del
pensamiento crítico latinoamericano a partir de la crítica a la “filosofía
imperial de la historia”.
En el
primer apartado nos ocuparemos de ir de lo más grande a lo más pequeño a fin de
cernir humanidad e historicismo, y comprenderlo a la luz de un proceso
deshumanizador de mayor alcance. Para ello, nos serviremos de la noción de
“regateo de humanidad” elaborada por Zea. El filósofo mexicano propone cuatro
modulaciones que adquirió el regateo desde la llegada de los europeos a estas
tierras, siendo uno de ellos el “regateo historicista”. En efecto, según Zea la
humanidad se juega como un espejo en que se ven semejanzas y diferencias
respecto a un ideal de humanidad establecido desde los centros difusores de la
cultura occidental y que fue conociendo mudanzas históricas. Luego,
analizaremos en el corpus bibliográfico las menciones y consideraciones respecto
a la humanidad en el total de filosofías de la historia presentes. Esta
reposición nos servirá para entender las consideraciones de subhumanidad
presentes en “las filosofías imperiales de la historia” como una formulación
específica dentro de una unidad más amplia.
Luego,
atenderemos a las distinciones de humanidad presentes en determinadas nociones
propias de la filosofía de la historia que encumbró Hegel. Es decir, y de modo
sintético, que esta filosofía de la historia se sustentó en definiciones
conceptuales que sustrajeron en humanidad a los latinoamericanos y los
marginaron de la historia universal. Nuestros autores, a partir de una revisión
crítica de nociones tales como filosofía, historia, conocimiento, cultura,
razón o ciencia indican modos en que se operó esta sustracción de humanidad.
Aquí trabajaremos las nociones de historia, filosofía y conocimiento. En el
caso de Zea, Roig y Dussel se trata de autores de cuyas reflexiones se conocen
derivaciones, deudas, continuidades y diferencias más o menos explícitas –así
como otros trabajos que abordan de manera conjunta sus obras–, lo que no sucede
en el caso de Santos.
En el
segundo apartado nos ocuparemos específicamente de las elaboraciones teóricas
de Santos que dan cuenta de una sustracción de humanidad en los
latinoamericanos. Santos indica que la cultura occidental se impuso mediante un
“proyecto epistemológico” que estableció jerarquías de saberes y sujetos. Este
proyecto se caracteriza por lo que denomina “pensamiento abisal”. En un primer
momento nos ocuparemos del pensamiento abisal y su modo de operar mediante las
“líneas globales abisales”. A su vez, este proyecto epistemológico impone a
escala global “cinco monoculturas” que implican también distinciones entre
sujetos y saberes que establecen en consecuencia jerarquías. Creemos que los
aportes de Santos constituyen una continuidad temática con los otros autores,
que por un lado enriquece teóricamente las nociones sobre la sustracción de
humanidad en la crítica a la filosofía de la historia de Hegel, y por otra
parte abona una unidad temática específica dentro del pensamiento
latinoamericano que es preciso bosquejar.
“La pregunta por el ser del hombre en América
Latina
no puede ni debe ser sino la justa respuesta
a las preguntas que el
Occidente se ha hecho
sobre su humanidad” (Zea, 2001, p. 80).
La
preocupación latinoamericanista de Zea es nodal en la segunda etapa de su
itinerario intelectual, el “lustro capital”, que va de 1952 a 1957. Allí, se
dedica a rastrear el lugar de América en la historia mediante una revisión
historicista (Kozel, 2017). Nos interesa indagar aquí cómo construye Zea la
evolución de los ideales de humanidad ante los cuales habrá de decidirse la
humanidad de los latinoamericanos. Zea es él mismo historicista (Lizcano, F.
1986): “El hombre es un ente histórico por excelencia” (Zea, 1970, p. 37). De
modo que –siempre pensando en América– se hace la pregunta: ¿por qué hay
hombres que quedaron al margen de la historia si ésta es natural a todos los
hombres?[2]
Por
entonces elabora la noción de “regateo de humanidad” y diseña cuatro
modulaciones históricas que adquirió el regateo de humanidad de los
latinoamericanos (Zea, 2001). En cada uno de los regateos se fue mudando el
ideal de humanidad ante el cual se definía, al calor de las alternancias en la
geopolítica global y la transformación material del mundo. Veamos primero las
modulaciones y en función de esta historización de la subhumanización
latinoamericana podremos disponer e interrogar las elaboraciones de los otros
autores.
El
regateo de la conquista comenzó cuando se encontraron los pueblos iberos con
los indígenas y se preguntaron: “¿Qué capacidad tienen los indios para
asimilarse y vivir por su propia cuenta la nueva cultura que traían los
españoles?” (Zea, 2001, p. 80). El célebre debate Sepúlveda-las Casas fue la
primera formulación teórica de esta cuestión. Según Zea para los sepulvedistas
no era posible que los indígenas asimilaran esta cultura y religión porque eran
menos que humanos, y de esta condición no había redención posible. Para las
Casas los indígenas eran humanos y por tanto tenían los mismos derechos que los
españoles ante Dios y la sociedad. Pero igual veía diferencias entre unos y
otros, puesto que aún no habían abrazado la fe en Cristo, y habían sido entregados
al demonio. De este modo, la humanidad no se define en las
semejanzas/diferencias que ven con el cristiano: son humanos por su capacidad
para convertirse al cristianismo, son diferentes porque todavía no lo hicieron
y en algún momento cayeron en el pecado. Cristianizarlos es redimirlos, y por
tanto que alcancen una humanidad plena (Zea, 2001, pp. 80-83).
Para el
siglo XVIII este ideal cambia. Los pueblos iberos ceden su lugar central, y son
desplazados por los pueblos occidentales (Francia, Inglaterra, los Países Bajos
y Alemania). De modo que tanto España, Portugal y toda la extensión ibérica en
América quedaron conminados a los márgenes de un nuevo ideal de humanidad,
anclado en la ciencia moderna. Es para Zea el regateo de la modernidad (Zea, 1970,
p. 37). Aquí lo que otorga humanidad es la capacidad para dominar la
naturaleza. La diferencia entre unos y otros es biológica, la desigualdad es
racial; y para sobreponerse no hay redención, sino salida mediante
subordinación a los pueblos occidentales, que lleven a estas tierras su raza
superior y sus industrias (Zea, 2001, pp. 83-87).
El
tercer regateo es el historicista. Tuvo lugar principalmente en el siglo XIX y
como efecto de la obra de Hegel. Lo interpreta indicando que para Hegel, hasta
entonces, América no había hecho nada por la “Cultura Universal”, sólo imitó,
fue eco, pero no participó propiamente de la Historia, en tanto que sus hombres
y mujeres no tuvieron conciencia de ella. Se le aguarda a América un papel
futuro, mas hasta el momento se encuentra al margen de la historia. Zea indica
que para alcanzar este nuevo ideal de humanidad los latinoamericanos deben “(…)
alcanzar el conocimiento de todo el mundo cultural occidental y participar
creadoramente en él” (Zea, 2001, pp. 89, 87-92). Esto da cuenta de un tipo de
historicismo, que debidamente pondremos en perspectiva, y que tiene diferencias
específicas y de alcance con lo que dirán Roig, Dussel y Santos.
Finalmente,
el regateo de la técnica, que llega en la primera mitad del siglo XX y
encuentra a Estados Unidos como el más cabal ejemplo del desarrollo de la
Cultura Occidental. El regateo de humanidad se ejecuta por la posesión y
utilización o no de los conocimientos y dispositivos técnicos facilitados por
el mundo occidental. Esta preeminencia de ciertas técnicas, desestima al mismo
tiempo a otras, propias a los pueblos no occidentales, cuyo fin no es
necesariamente dominar la naturaleza, al menos en el modo en que los pueblos
occidentales la conciben (Zea, 2001, pp. 92-93).
Esta
reposición de las modulaciones del regateo de humanidad nos ayuda a precisar e
historizar la consideración de (sub)humanidad de los latinoamericanos. Las
distinciones de humanidad de nuestros autores reparan en lecturas críticas de
ciertos aspectos del regateo historicista. En concreto, los autores establecen
sus propias distinciones de humanidad, en función de esquemas propios y con
mayores o menores diferencias respecto al zeaniano. Sin embargo, pueden
cotejarse e insertarse ante el esquema de Zea, en ruptura o continuidad, pero
sin duda como deudores, en nuestra intención de esbozar una unidad temática
dentro del pensamiento latinoamericano. A continuación, referiremos a otras
filosofías de la historia a la que hacen mención nuestros autores latinoamericanos
para observar sus precisiones respecto a la humanidad y diversidad.
Nos concentraremos
ahora en reponer las distintas filosofías de la historia que recuperan nuestros
autores, para poder identificar y diferenciar al regateo historicista, dentro
de éste a las llamadas “filosofías imperiales de la historia”, y dentro de
éstas a la de Hegel. Veremos que hay elementos de la filosofía de la historia
de Hegel que fueron criticados por Zea, Roig y Dussel, y que dan cuenta de una
consideración de subhumanidad. Respecto a Santos, su crítica a la filosofía de
la historia aparece fragmentada y no siempre explícita en su obra, de modo que nos
ocuparemos de ella posteriormente.
La
filosofía de la historia no es una invención moderna ni mucho menos hegeliana.
Los autores que abordamos mencionan distintas filosofías de la historia. Por
ejemplo, anteriores a la de Hegel, como la de Agustín de Hipona (354-430) (Zea,
1970, p. 40) y la de Antonio de León Pinelo (1596-1660) (Roig,1986). También, otras
del regateo historicista, como la de Johann Gottfried Herder (1744-1803),
Edward Gibbon (1737-1794), Nicolas de Condorcet (1743-1794), y Oswald Spengler
(1880-1936), Estas filosofías, Roig las nombra como “filosofías
europeo-colonialistas del siglo XIX”, puesto que organizan un “saber imperial”
(Roig, 2004, p. 129), y que nosotros llamamos filosofías imperiales de la
historia. También, intentos posteriores como el de Arnold Toynbee (1889-1975)
(Zea, 1970) en su Estudio de la historia,
o el monumental intento del propio Dussel (2022) de reescribir la historia
universal desde América Latina invirtiendo la dirección del desarrollo de la
“Cultura Universal”. De los autores que tratamos, se argumentó que Zea y Dussel
hacen filosofía de la historia (Lizcano, 2004) (Dussel, 2020). Roig no pretende
hacerlo, puesto que por un lado parte de su crítica a Hegel repara en rechazar
el componente dialéctico (Ramaglia, 2022), y por otro, Roig no pretende que
América Latina se “suba al caballo” del desarrollo de la cultura universal, por
lo que se vuelve incongruente para el filósofo mendocino hacer una filosofía de
la historia. Primero vamos a abocarnos a apuntar las menciones respecto a la
humanidad que hacen nuestros autores en estas “otras” filosofías de la
historia, antes de adentrarnos en la crítica a la hegeliana.
La
filosofía griega y el cristianismo han dado sus distinciones de humanidad.
Ambas lo hacen considerando como menos que humanos a todos los hombres que no
forman parte de su “universo” (Zea, 2001, p. 77). La filosofía aristotélica
designa como bárbaros a los pueblos que no pueden hablar su idioma y son
“incapaz de discurso” (Roig, 2004, p. 95). Se distingue de ella la filosofía de
la cristiandad en que por un lado uno puede redimirse de su pecado, y
humanizarse mediante la conversión al cristianismo (Zea, 2001, p. 77-78). Por otro
lado, y principalmente, la cristiandad tuvo conciencia de la historia “(…) como
su pasado, como una herencia ineludible (…)”, y San Agustín de Hipona fue “(…)
el primer gran filósofo de la historia (…)” (Zea, 1970, p. 39). San Agustín observa
que el pasado adquiere la forma de culpa –por el pecado que se ha cometido–, y
quienes no detengan esa conciencia de la historia no son sino “inocentes”; es
decir, seres ahistóricos, no humanos, que viven la historia solo como una
sucesión de acontecimientos. Esta postura se volverá nodal, como ya indicamos,
en el debate de Valladolid, que se inserta en el regateo de la conquista de
Zea, y cambiará con la llegada de las filosofías de la historia de los pueblos
occidentales, que se niegan a aceptar esta culpa como suya[3].
Hay en
nuestros autores otras menciones respecto a la filosofía de la historia y la
humanidad. Zea, Roig y Dussel recuperan a Bolívar para indicar la “inversión”
que hace de la filosofía de la historia de Hegel respecto a la temporalidad
(Roig, 1986), lo que tiene implicancias para el atributo utópico de su obra que
también rescata Zea. Otro ejemplo es la de Antonio de León Pinelo, hecha en
América en el siglo XVII, que recupera Roig pero no repara en sus distinciones
de humanidad. Roig lo recupera y lo menciona junto a Bolívar para relevar de una
filosofía de la historia con atención a la situación particular de América y
los americanos, y también ofrecer ciertos argumentos para la inversión de las
filosofías de la historia realizadas en Europa (Roig, 1986, p.172). Sin
embargo, según otros autores de León Pinelo hace estas distinciones asentándose
en la clasificación aristotélica de humanidad, y que sigue una línea de
pensamiento que es más o menos así: Aristóteles-Santo Tomás de Aquino-el
jesuita José de Acosta-el círculo de juristas toledanos[4]-de León Pinelo (Pisconte, 2003). La tradición aristotélica, según Pisconte,
clasifica como humanos a los “bárbaros” de la manera siguiente: aquellos que
viven en ciudades y tienen escritura, los que viven en ciudades pero no
escriben, y los que no tienen ni una ni otra y tampoco ley y que son por
naturaleza esclavos. Por su lado, David Brading indica que según de León Pinelo
los indígenas “(…) carecían a la vez de avaricia y de arte, los dos motivos que
impelen a la humanidad a hacer realizaciones (…)”, y que las maravillosas
arquitecturas del Perú y Mesoamérica “(…) habían sido constituidos antes del
Diluvio por los primeros descendientes de Adán (…) [por lo que] todo lo que sus
sociedades habían logrado al llegar al nuevo mundo era copiar o restaurar” lo
hecho por los prediluvianos (Brading, 1993, p. 227). Estas precisiones que
hacen Pisconte y Brading nos permiten ver en la obra de de León Pinelo
distinciones de humanidad, y también antecedentes de aquel historicismo ante el
cual se erige Zea y que regatea de humanidad a los latinoamericanos por
negarles capacidad creadora.
En
cuanto a las filosofías de la historia del regateo historicista, Roig menciona como
filosofías de la historia no imperiales la de Nicolas de Condorcet y la de
Johann Gottfried Herder. Ambas, dirá que son “más abiertas” en cuanto suponen
en un plano de igualdad racional a los hombres, y sitúan a los pueblos en la
historia en atención a sus peculiaridades y especificidades. Lo relevante de
esto es que atiende la diversidad como un valor, y a los pueblos
latinoamericanos como capaces de realizar desde su comprensión del mundo y su
experiencia histórica los valores universales comunes a todos los hombres. De
modo que desde su especificidad podrían “participar creadoramente” en la
historia universal.
Las
filosofías de la historia no imperiales y las imperiales comparten el concebir
un desarrollo temporal lineal e indefinido de la historia mediante el progreso.
Nos abocaremos ahora a las imperiales. Como mencionamos, Roig las llama en
efecto filosofías de la historia europeo-colonialistas del siglo XIX, que
portan según él discursos políticos intencionados y organizan un saber imperial
en el sentido en que dejan determinados pueblos al margen de la historia. De
modo que promueven la subordinación de los pueblos marginales (regateados de
humanidad) a los pueblos difusores de la cultura occidental (ideal de
humanidad). De las imperiales nuestros autores se ocupan específicamente de la
de Hegel. Veamos cuáles son las operaciones y mecanismos teóricos que habilitan
la sustracción de humanidad de los latinoamericanos en la crítica que le
realizan.[5]
Los
tres autores realizan sendas críticas a la filosofía de la historia de Hegel.
Estas críticas no reparan estrictamente en los mismos aspectos
deshumanizadores, puesto que sus abordajes, herramientas teóricas y los
intereses prospectivos de las obras de cada autor son diferentes (Arpini, 2021).
Aquí trataremos de disponer a modo de apuntes las semejanzas, diferencias,
aportes y legados entre sus nociones de filosofía e historia, en atención a la
sustracción de humanidad.
En el
regateo historicista la noción misma de historia es dadora de humanidad, por lo
que es preciso dar cuenta a qué se refiere por ella. Zea, como Hegel, distingue
entre la historia como mero transcurso del tiempo y la historia como la
reflexión en torno a la historicidad de la humanidad (Zea, 1970, p. 38) (Hegel,
2005, p.95). Quienes hicieron únicamente la primera no son sino algo inferior a
humanos. La segunda acepción es la que representa el ideal de humanidad. Según
Zea, que sigue a Hegel, esta noción de historia comienza con los pueblos
occidentales ya que son ellos quienes al realizar sus propios fines van
realizando los fines universales del espíritu, y en América, según estos
pueblos, no se hizo propiamente nada por ella. Por el contrario, se excluye a
lo que no es Cultura Occidental, puesto que “(…) no se reconoce la existencia
de otro que pueda ser diverso al establecido por el hombre moderno” (Zea, 1970,
p.52). Zea cree, como mencionamos, que América debe participar en el mundo
cultural occidental e incorporarse a la historia universal, pero desde la
experiencia histórica que constituye su diversidad. En efecto, si es en las
filosofías de la historia que nos interesa ver el modo en que se juega la
humanidad de los latinoamericanos, Zea argumenta que en la modernidad se les
niega humanidad en la medida en que los latinoamericanos defiendan
obcecadamente su cultura, es decir lo propio (Zea, 2001, p.78). Zea corrige a
Hegel y dice que por el contrario esta diversidad es lo que los hace plenamente
humanos (Kozel, 2017).
Roig en
este punto presenta diferencias notables con Zea. Primero, porque da dos
nociones de historia diferenciadas y que dan cuenta explícitamente de la
operación teórica que reduce humanidad a determinados sujetos en Hegel. Segundo,
porque lo comprende en una estructura global dominante-dominado. Y tercero, porque
no pretende que América “participe creadoramente de la Historia”. En efecto,
Roig analiza que la filosofía de la historia realiza una selección de datos
considerados unos históricos y otros no históricos. Los primeros pasarán a
formar parte de la “historia universal, mientras que los segundos no alcanzarán
el valor de dato histórico” (Roig, 2004, p. 132). De modo que si lo propio de
los hombres es tener historia y el vacío de historia es regateo de humanidad,
la selectividad de aquello que es historia y aquello que no lo es se convierte
en dadora de humanidad. De esta forma fundamenta la condena y la invisibilización
de determinados grupos sociales a procesos, dice Roig, de dominación y
explotación.
Dussel
por su lado, –con distintos objetivos, prospectivas y herramientas teóricas– se
asemeja a Zea y Hegel en cuanto cree en la existencia de una historia en tanto
historia de la humanidad, y en la cual América debe ingresar. Pero no da
precisiones sobre la humanidad en torno a la noción misma de historia, ni
distingue explícitamente entre dos historias: no es sobre este punto que se
ejecuta el regateo de humanidad. Sin embargo, de su obra se puede derivar una
consideración positiva y creativa de las historias de
los pueblos marginados, puesto que es a partir de ellas que entabla su
magnífica reescritura del avance de la historia en un sentido inverso al
hegeliano. La distinción de humanidad tiene en Dussel dos dimensiones, una
filosófica, que trataremos brevemente de reponer, y una ontológica que no
podremos abordar por una cuestión de extensión y por no estar estrechamente
ligada a la crítica al historicismo de Hegel. En su noción de filosofia, según
Dussel la filosofía moderna fue la primera cuyo etnocentrismo y pretensión
universal tuvo: i) efectivamente alcance mundial, y que ii) responde a la falacia de la desubiquidad, según la
cual se confunde una realidad (la europea, por ejemplo), con la realidad sin
más (Dussel, 2017, p. 92). La consideración de subhumanidad se ejecuta en
cuanto se concibió a la filosofía moderna como la única racional (logos),
calificando a las otras (filosofías provinciales, del Sur) de irracionales,
particulares o ingenuas (mythos) (Dussel, 2017, p. 13). Esto emparentó
racionalidad con humanidad. Según Dussel se pensó a las segundas filosofías
como incapaces de resistir al argumento empírico que la primera estableció
(Dussel, 2017, pp. 20 y 93). Por ello, Dussel propone una coexistencia
armoniosa de distintas filosofías, un diálogo intercultural filosófico, y
promueve un hacer filosófico preocupado por lo cotidiano, anclado en lo local,
y que parta de la realidad (Dussel, 2020, p. 175). Estas dos cuestiones son
compartidas con Santos. El argumento empírico que da validez científica Santos
lo aborda con la monocultura del conocimiento y el rigor del conocimiento. Y lo
que Dussel indica como “diálogo intercultural filosófico”, Santos lo llama “ecología
de saberes”, que es la contrafigura de la monocultura del conocimiento.
Respecto
al anclaje cotidiano y local, la crítica a la noción de filosofía de Dussel se
asemeja con la de Roig y Zea. En Roig la noción de filosofía de Hegel, su
caracterización de filosofía imperial, y el tratamiento deshumanizante que
tiene sobre los otros responde a dos aspectos. El primero es el de la autoafirmación
del sujeto, y tiene tres dimensiones: (i) que el sujeto que filosofa se
considere valioso a sí mismo, (ii) que su reflexionar no sea en tanto sujeto
singular sino plural o colectivo, un “pueblo”, y (iii), que esta categoría
colectiva haga referencia a una universalidad (Roig, 2004, pp. 13, 15, 60-64). Como
indicara Dante Ramaglia en el número 25 de esta revista, hacer filosofía
latinoamericana es inescindible de hacer historicismo, puesto que se vuelve
necesario primero objetivar a un sujeto que se afirme como latinoamericano
(Ramaglia, 2022, p. 3). Este es el intento que llevan adelante estos autores.
En abierta confrontación con Hegel, proponen una filosofía instrumental y
anclada en lo cotidiano, que sirva para resolver los problemas de nuestras
sociedades.
El
segundo aspecto refiere la temporalidad, y tiene que ver con comprender la
filosofía de Hegel como un saber vespertino, en cuanto que la filosofía es
ejercida como acción justificatoria de un pasado (Roig, 2004, p. 15) (Arpini,
2021, p.100). Es así que opera una concepción de la filosofía que hace a una
filosofía imperial de la historia y ante la cual erige Roig su propia
concepción, pensando en la filosofía latinoamericana.
En
brevísimas palabras, el “nosotros” colectivo de Roig deberá partir, como en
Dussel, de lo real y cotidiano, desde su “situación concreta histórica”, en la
medida en que es necesario que se afirme un sujeto empírico-histórico para un
filosofar. Pero en efecto, lograr reconocerse a sí mismo como valioso, implica
también reconocer otra conciencia, de modo que este es en sí mismo un proceso
de “(…) humanización, vale decir, de negación (…). De ahí que la humanización o
historización aparezca (…) como un hacerse y gestarse del hombre respecto de sí
mismo” (Roig, 2004, p. 67). Roig no se interesa en el ingreso a una filosofía
de la historia, sino en desentrañar los mecanismos que suscita afirmar un
sujeto empírico-histórico que habilite un filosofar latinoamericano (Ramaglia, 2022).
El Zea
que trabajamos no se ocupa en detalle de la noción de filosofía para dar cuenta
del regateo de humanidad, y a menudo la noción aparece en una serie junto a
otras, como “cultura”. De hecho, se ocupa en extenso de brindar las condiciones
de posibilidad de una filosofía latinoamericana, a saber, la búsqueda de la
originalidad, la distinción/asimilación con la filosofía occidental y la
necesidad de encontrar su reconocimiento, el punto de partida del preguntar desde las condiciones propias,
y de bregar por su justa coexistencia (con la occidental), para “(…) participar
en la elaboración de la cultura occidental como un igual entre iguales” (Zea, 1970,
p. 16). Pero no aúna filosofía y humanidad. Tampoco se ocupa de brindar los
argumentos filosóficos que permitan destronar la filosofía moderna y reconocer
otras filosofías latinoamericanas, como hacen E. Dussel (2020) y B. Santos
(2017) con las culturas prehispánicas, o como ya indicamos en Roig.
Repusimos
a modo de apuntes cómo cada uno de nuestros autores realiza, en sus lecturas de
la filosofía de la historia de Hegel, críticas a las nociones de filosofía y de
historia que dan cuenta de aspectos deshumanizadores. En particular, nos
interesó presentarlas ensimismadas, superpuestas, atendiendo a sus matices para
dar cuenta de las diferencias, pero en la tentativa de conceder continuidad a
la problemática que explicitamos. Ahora nos ocuparemos de Santos, cuya
propuesta tuvo una difusión importante en el campo latinoamericano, con ricos
abordajes y derivaciones, pero no siempre tratada como heredera de una unidad
temática específica del pensamiento latinoamericano.
Es
propósito de este apartado reponer por un lado las consideraciones principales
donde se ejecuta la distinción de humanidad en Santos, y por otro las
referencias dichas y no dichas que la emparentan con la crítica al historicismo
de Hegel en el pensamiento latinoamericano. Santos no realiza una crítica
frontal a Hegel como la hacen los autores vistos[6], pero sí aborda de modo fragmentado aspectos del historicismo de
Hegel que constituyen aportes fundamentales de su pensamiento y que dan cuenta
de sustracciones de humanidad. En su florido andamiaje conceptual se destaca una
preocupación cognitivo/epistémico, que tiene como especificidad explícita la
invisibilización de saberes, prácticas y sujetos latinoamericanos por
imposición de la Cultura Occidental.
De modo
sintético e inacabado, Santos considera que con la modernidad occidental se
impuso una distinción entre saberes y conocimientos unos válidos y otros
inválidos, que provoca la invisibilización de esos saberes, y cuyas
argumentaciones teóricas implican distinciones sobre la humanidad de los
latinoamericanos. Retomaremos primero su caracterización del pensamiento
moderno como “pensamiento abismal”, y luego su crítica a las monoculturas que
se impusieron con el “proyecto epistemológico de la modernidad”.
Santos califica
a las sociedades latinoamericanas como modernas/coloniales y que están
atravesadas por líneas abisales que distinguen sujetos, prácticas y saberes,
unos considerados válidos-visibles, y otros inválidos-invisibles. Una de las
líneas es la legal y la otra la epistémica. En el primer caso la distinción se
ejecuta por el reconocimiento dentro del marco del derecho, y se ejecuta dando
legalidad a una persona, a un saber, un tipo de propiedad, una lengua, una
religión, la práctica de una ceremonia, etc. Es la ley la que lo determina. En
el segundo caso la distinción se ejecuta por el reconocimiento dentro del marco
de la ciencia, que se vuelve efectivo cuando un conocimiento resiste a la
distinción que establece la ciencia moderna entre lo verdadero y lo falso. Esto
se ejemplifica con los saberes medicinales, prácticas ceremoniales,
cosmovisiones, formas de la autogestión, la propiedad de la tierra, etc. De
modo que, si la ciencia no declara como verdadero un saber, indica Santos que
está produciendo su inexistencia. Esto es en breves palabras lo que Santos
llama pensamiento abisal, que es característico del pensamiento moderno. (Santos,
2017)
Nosotros
nos interesamos aquí en abordar en específico la línea abisal epistémica, ya
que es ahí donde la sustracción de humanidad puede empalmarse con aspectos de
la filosofía y la historia reparados en la crítica repuesta de los otros
autores. En palabras de Santos, la línea epistémica…
(…)
consiste en asegurar a la ciencia moderna el monopolio de la distinción
universal entre lo verdadero y lo falso, en detrimento de dos cuerpos de conocimiento alternativos: la
filosofía y la teología. El carácter excluyente de este monopolio centra las
disputas epistemológicas modernas entre las formas científicas y no científicas
de verdad. (Santos, 2017, p. 160)
En esta
reposición, hay formas científicas y no científicas de verdad, pero se trata
aún de formas verdaderas (ciencia, filosofía, teología). Por el contrario, hay
otros conocimientos que no tienen permitida la prueba de la verdad, se los condena
a la no validación y se los trata de saberes “mágicos”. En este caso, la línea
epistémica implica la invisibilización de una serie de sujetos, conocimientos y
realidades de las cuales se nos priva (Santos, 2017, p. 218), y que a menudo conduce
a la llana desaparición ¾lo que Santos llama epistemicidio¾, y que supone una sustracción de humanidad de determinados sujetos:
Estas
formas de negación radical tienen como consecuencia una ausencia radical, la
ausencia de humanidad, la subhumanidad moderna. De este modo, la exclusión es a
la vez radical y no existente, ya que no se puede concebir que los subhumanos
sean candidatos a la inclusión social. La humanidad moderna es inconcebible sin
la subhumanidad moderna. La negación de una parte de la humanidad es
sacrificial en el sentido de que es la condición de la afirmación de la otra
parte de la humanidad que se considera universal. (Santos, 2017, p. 164-165)
Santos
recupera históricamente ciertas escenas del desarrollo del pensamiento abisal
en la colonización de las Américas para dar argumento a su propuesta, e indica
modos de su operar que nos van dar mayor precisión. Este pensamiento opera a
través de dos tensiones, la tensión regulación-emancipación y la tensión
apropiación-violencia, primando la primera en las “sociedades metropolitanas” y
la segunda en los “territorios coloniales”. Con esto, quiero retener que la
tensión opera en todo el espacio de sociabilidad moderno/colonial, aunque en
grado diverso. Por ejemplo, en los territorios coloniales, como América Latina:
En el reino
del conocimiento, la apropiación va desde el uso de las gentes locales como
guías y el uso de los mitos y ceremonias locales como instrumentos de
conversión, hasta el pillaje de los saberes indígenas de la biodiversidad, mientras que la violencia va desde la
prohibición de las lenguas nativas en espacios públicos y la adopción
obligatoria de nombres cristianos, hasta la conversión y destrucción de
enclaves y símbolos ceremoniales, y todas las formas de discriminación racial y
cultural. (Santos, 2017, p. 164)
A los
conocimientos que son tratados desde la tensión apropiación-violencia no se les
da carácter de tales; es decir, no se los somete a los métodos científicos de
verdad ni se les aplican “(…) las verdades científicamente verificables de la
filosofía y la teología [y la ciencia] que constituyen todo el conocimiento
aceptable de este lado de la línea”. Del lado invisible quedan aquellos
conocimientos que no pueden encajar “(…) saberes populares, laicos, plebeyos,
campesinos, indígenas, que se esfuman como relevantes o conmensurables porque
están más allá de la verdad o la falsedad” (Santos, 2017, p.160-161).
Si en
las críticas al historicismo de las filosofías imperiales que desmenuzamos en
apartados anteriores se proclama participar creadoramente
de la historia como muestra de humanidad, entonces la invisibilización que
acabamos de detallar constituye una sustracción de humanidad hacia determinados
sujetos: los saberes presentes en el lado invisible quedan excluidos de la
historia universal, y con ellos los sujetos que los practican. Es este el modo
en que se opera teóricamente la sustracción de humanidad de los
latinoamericanos en el pensamiento abisal, lo que se enriquece de las
consideraciones que siguen, respecto a las monoculturas del “proyecto
epistemológico de la modernidad”.
Vimos
que el conocimiento podía ser validado o no validado y en el segundo caso
quedaban al margen los saberes considerados “mágicos”. Aquí quiero sumar que esta
distinción gana en precisión con otra que da Santos y diferencia entre el
“conocimiento como regulación” y “el conocimiento como emancipación”. En el
proyecto epistemológico de la modernidad se privilegió el conocimiento que ella
misma proponía (el “conocimiento como regulación”) (Santos, 2017, p. 182, 201),
produciendo en ese momento un cúmulo de “ausencias epistemológicas”, por el
desprecio del conocimiento como emancipación.
En
efecto Santos especifica cinco “modos de producción de la no existencia”
(Mitidieri, 2022; Santos, 2017, p. 220). Aquí reparamos (aunque Santos no lo
dice explícitamente), en que estas monoculturas dan cuenta de aspectos
relevantes de la crítica realizada al historicismo por los autores vistos, y
que por tanto refieren a la humanidad de los latinoamericanos.
En
primer lugar, la monocultura del
conocimiento y el rigor del conocimiento, que refiere a la invisibilización
en la ciencia y la cultura. Según Santos existen criterios y/o cánones que
convierten a la ciencia moderna y a la “alta” cultura en las únicas
reconocidas. Lo que queda por fuera aparece en forma de “ignorancia o falta de
cultura” (Santos, 2017, p. 220).
La
segunda es la monocultura del tiempo
lineal y refiere explícitamente a la definición estricta de historia como
historia universal que trabajamos en otros autores, y a su única dirección
posible, que se cristaliza en nociones como progreso, globalización, etc. Aquí
Santos repone que hay determinados países –los centrales– que están a la cabeza
de la historia y encarnan la “idea universal”, y hay otros que no se “suben al
caballo” y son considerados “atrasados”, “subdesarrollados”, etc.
La
tercera la llama de la naturalización de
las diferencias, y “(…) consiste en distribuir las poblaciones en
categorías que naturalizan jerarquías” mediante clasificaciones raciales y
sexuales (Santos, 2017, p. 221). Esta clasificación se asienta sobre una
consideración de inferioridad natural y por tanto insuperable, que en efecto
configura privilegios de determinados hombres y mujeres sobre otros.
La
cuarta es la monocultura de la lógica de
la escala dominante. Esta monocultura se asienta sobre el privilegio que
adquirieron las entidades o realidades que hacen declamaciones “universales” o
“globales”, sobre aquellas que
se ciernen a lo particular y lo local. Estas últimas son subpreciadas
cuando se las considerada a la luz de “(…) escalas que las muestran incapaces
de ser alternativas creíbles a lo que existe global y universalmente” (Santos, 2017,
p. 221).
La
útima es la monocultura de la lógica
capitalista de la productividad. Aquí se privilegia el criterio que busca
maximizar los beneficios, y que tiene como insumo a la naturaleza y al trabajo
humano. De modo que cuando la naturaleza no productiva es llamada “estéril”, el
trabajador y el trabajo no productivo es considerado “pereza, indolencia o
falta de cualificación” (Santos, 2017, p. 222).
Nos
interesa mostrar estas monoculturas en la medida en que sustraen humanidad –en
palabras de Santos constituyen un “desperdicio de experiencia” – insertas en
una tradición profusa, abigarrada y no reconocida del pensamiento
latinoamericano.
En
efecto, Santos es historicista, en tanto cree que la historia es lo natural en
el hombre y que en todos los hombres es natural la historia, pero no lo dice
así ni usa esos términos para decir otra cosa. Su crítica a la superioridad
hegemónica de Occidente y su propuesta teórica bregan por una revalorización de
la diversidad de historias, al punto de apoyar una reescritura de la “historia
del excepcionalismo occidental” que contraponga los avances que occidente
destaca para sí, mediante la búsqueda ¾inspirada en
Jack Godoy¾ de trazar antecedentes a estos avances en culturas no occidentales
(Santos, 2017, p. 138-141).[7]
Menciona
apenas a Hegel, soslayadamente, y lo hace para afirmar la persistencia en el
siglo XX de “su idea de la sucesión de los imperios”, en que cada pueblo por
turnos se convierte en la forma triunfal de la “idea” universal (Santos, 2017, pp.
80-82). Santos no habla de “filosofía de la historia”, sino de “teoría de la
historia”, y lo hace principalmente en función de la temporalidad. No se ocupa
de ubicar a los pueblos en una línea histórica (o criticar esto), sino que
observa desde una perspectiva clasista la función del tiempo –el pasado, el
presente y el futuro–, en vistas de encontrar las condiciones para la
emancipación social (Santos, 2017, p. 122). Pero aquí no nos interesa esto –que
es profuso y rico en su obra– sino dar cuenta en sus propias formulaciones cómo
se produce la sustracción de humanidad de los latinoamericanos.
En
efecto, las monoculturas dan cuenta de aspectos del regateo historicista y del
regateo de la modernidad. La del rigor del conocimiento, que refiere a la
validación de los conocimientos científicos, se inserta temporalmente en el
regateo de la modernidad, ya que menciona al giro cartesiano como momento
fundante de la ciencia moderna. No retoma a Dussel y su idea de que el ego conquiro precede al ego cogito cartesiano, pero a su vez la
tensión apropiación/violencia que opera en los territorios coloniales da cuenta
de una forma de operar de que rige ya desde la época del regateo de la
conquista. A su vez, menciona el alcance global como característico de la
modernidad mediante la monocultura de las escalas dominantes. A este respecto
hay continuidad con el historicismo de las filosofías imperiales, puesto que,
como vimos, son cultoras excelsas de lo universal y global sobre lo particular
y local. En este punto Santos no habla de un filosofar cotidiano, comprometido
con la realidad como sí lo hicieron Roig y Dussel, pero virtualmente deja del
lado invisible de la línea abisal epistémica los saberes y conocimientos que no
resisten a unas formas de validación respetuosas de las escalas dominantes.
La
monocultura de la naturalización de las diferencias y la de la lógica
capitalista de la productividad son en efecto unas de las condiciones de
posibilidad de la superioridad europeo nor-occidental de las filosofías imperiales
del regateo historicista. En efecto, cabe distinguir que las modulaciones de
Zea son lineales históricamente, mientras que en Santos se sedimentan unas
sobre otras, construyendo un único “proyecto epistemológico de la modernidad”.
En
suma, Santos apenas menciona el historicismo, pero los componentes de la
crítica al historicismo son fácilmente encontrables en su crítica. En
particular, pudimos rastrear las operaciones teóricas mediante las cuales se
sustrajo humanidad a los latinoamericanos y que continúan aun operando.
En este
trabajo nos propusimos reponer cómo se produce teóricamente, según Zea, Roig,
Dussel y Santos, la sustracción de humanidad de los latinoamericanos en las
filosofías imperiales de la historia. En las críticas realizadas por nuestros
autores, encontramos ciertas nociones claves en las que se operaba esta
sustracción: “historia”, “filosofía” y “conocimiento”. Establecimos conexiones
entre los autores, atendiendo a los sentidos y matices, en el intento de
explorar relaciones entre las críticas historicistas en el pensamiento crítico
latinoamericano desde la segunda mitad del siglo XX.
En un
primer momento hicimos dos reposiciones que nos permitieron situar en un
contexto espacial (en la dirección Europa occidental-América Latina) y temporal
(desde la conquista) aspectos de una problemática persistente, la de la
sustracción de humanidad de los latinoamericanos de parte de la cultura
occidental. Para ello acudimos a la noción de regateo de humanidad de Zea y a
las modulaciones que adquirió en América Latina: regateo de la conquista, de la
modernidad, historicista y de la técnica; de estos nos detuvimos en el
historicista. En simultáneo, repusimos las menciones y referencias que hacen
nuestros autores a las diversas filosofías de la historia. Observamos en ellas
las referencias a la diversidad/humanidad y lo que implican para la marginalidad
de América Latina. Luego, nos cernimos a las filosofías de la historia del
regateo historicista, y atendimos a las que según Roig organizan un “saber
imperial” y que indicamos como filosofías imperiales de la historia, en
especial la de Hegel. Aquí repusimos cómo ésta se basa en nociones de filosofía
e historia que nuestros autores critican y que dan cuenta de distinciones de
humanidad.
Respecto
a la noción de historia reparamos en lo que Zea, como Hegel, concibe dos
nociones de historia, una como mera sucesión de acontecimientos, y otra como la
toma de conciencia de la historicidad de la humanidad. Esta distinción en la
filosofía de la historia de Hegel sustrajo humanidad a aquellos pueblos que no
participaron de la historia de la cultura universal. Zea, por su lado, brega
por una historia universal que permita la participación de pueblos desde su
propia experiencia histórica. Sin embargo, Zea pretende que los pueblos
latinoamericanos participen creadoramente en la historia universal. La noción
de Roig es quizás la más disruptiva en este sentido, puesto que no se preocupa
por la participación en una historia universal de la humanidad. Recupera otras
filosofías de la historia más amenas con la diversidad, que otorga valor a la
historia de los pueblos no occidentales. Según Roig la historia del regateo
historicista operó mediante una selección de datos de lo que es historizable y
lo que no lo es, lo que marginó a los pueblos que no hicieran aquella historia considerada
historizable. Por su lado, Dussel no menciona el componente historia como
deshumanizador ni pretende echar por tierra la elaboración de una historia
universal. Emprende la tarea de reescribir la historia universal invirtiendo la
dirección impuesta por la filosofía de Hegel de Oriente a Occidente, y lo hace
tanto desvelando aquellas apropiaciones de la filosofía de la historia occidental
como recuperando aspectos creadores de las historias desechadas. Finalmente,
Santos no menciona tampoco la noción de historia como aspecto deshumanizador de
estas filosofías ni emprende una crítica explícita a la filosofía de la
historia. Se centra en la ciencia y el conocimiento, pero de su crítica a las
“monoculturas” del “proyecto epistemológico de la modernidad” se desprende una
valorización de la diversidad de historias de los demás pueblos. Específicamente,
muestra cómo la consideración del tiempo “lineal”, que sitúa a determinados
países a la cabeza de la historia universal o el progreso, y la “escala dominante
universal y global” por sobre la “local y particular” privilegiaron determinadas
experiencias históricas, condenando otras a la invisibilización, lo que implica
formas de deshumanización. En este aspecto también opera el pensamiento
abismal, que mediante la línea abismal epistémica invisibiliza sujetos, saberes
y prácticas, lo que inhabilita la producción de cualquier filosofía e historia
que no se someta a los cánones de validación de la ciencia moderna.
La
filosofía es la otra gran noción deshumanizadora en que reparan nuestros
autores. Al respecto, por un lado, dice Dussel que la filosofía moderna fue la
primera filosofía cuyo etnocentrismo y pretensión universal tuvo efectivamente
alcance mundial y que responde a la falacia
de la desubiquidad. Por otro, indica que la filosofía moderna se emparentó
con el logos, equiparando humanidad
con racionalidad, y consideró a las otras como mythos, relegándolas como irracionales, particulares e incapaces de
resistir al argumento empírico que estableció la filosofía moderna. En este
sentido se trazan lazos de continuidad por lo dicho por Santos. Ambos abordan
la filosofía como filosofía moderna y no establecen distinciones con la noción
propia del historicismo. Santos no aborda directamente el aspecto
deshumanizador de la noción de filosofía; se ocupa de la monocultura del rigor
del conocimiento y repara en que se construyó un argumento de validación de la
ciencia ante el cual podían contrastarse argumentos científicos, filosóficos y
teológicos, pero no otros, los saberes populares, indígenas, etc. que fueron
considerados como “mágicos”. Dussel brega por un hacer filosófico preocupado
por lo cotidiano, anclado en lo local y que parta de la realidad, en lo que se
asemeja a Roig y Zea. Según Roig la noción de filosofía de Hegel es
deshumanizante en tanto admite únicamente el filosofar de un sujeto que sea
colectivo y refiera a la universalidad, y cuya filosofía sirva como acción
justificatoria de un pasado. Roig dice que el filosofar nuestro debe partir de
su “situación concreta histórica” y permitir afirmar un “sujeto
empírico-histórico”. Por su lado, Zea no denuncia en la noción de filosofía de
Hegel aspectos deshumanizadores. Pretende brindar las condiciones de
posibilidad de una filosofía latinoamericana, que debe partir del “preguntar”
desde las condiciones propias, y buscar la “originalidad”, en su afán de
asimiliarse/distinguirse de la filosofía moderna. Por eso la humanidad que
añora Vallejo en la introducción es en efecto el reflejo de un ideal de
humanidad al cual debemos asemejarnos: poder vestirnos de azul, almorzar, tomar
el tranvía, penar por dinero. Esa carencia es en efecto lo que le falta a
Vallejo para alcanzar la humanidad. Los autores que vimos muestran la
construcción de esta representación, y lo desandan para desnudar la necesidad
de la afirmación desde la experiencia histórica, anclada en lo cotidiano,
valorativa de lo diverso, y que redima a Vallejo de su sentimiento de
inferioridad.
Abordamos
la sustracción de humanidad como una de las condiciones de posibilidad de otra
problemática que atraviesa nuestras sociedades, la incesante desaparición de
saberes, prácticas y sujetos en América Latina. La pesquisa nos llevó a tender
diálogos entre los autores, a atender a los matices y deslices de sentido, y de
modo más general, a bosquejar atisbos de unidad en una abigarrada y virtuosa
tradición latinoamericana de pensamiento. Podemos decir que las reposiciones de
este trabajo tienen el carácter ineluctable de inacabadas y es por ello que las
conclusiones son insuficientes. Creemos que se trata de trozos, fragmentos, que
diseñan un esbozo articulado en los ejes del humanismo y la crítica al
historicismo en el pensamiento latinoamericano. En suma, esta tentativa
denuncia ciertos aspectos opresivos, pero apenas menciona otras elaboraciones
de estos autores, más preocupadas en la alternativa, la utopía, la liberación o
la asunción, ancladas en la afirmación del valor de lo propio-diverso.
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[1] Este artículo constituye la continuación y ampliación de una
ponencia titulada "El regateo historicista de humanidad de los
latinoamericanos (Leopoldo Zea, Enrique Dussel y Arturo Andrés Roig)". Fue
presentado en el 57° Congreso Internacional de Americanistas: "América y
sus fronteras: múltiples voces, múltiples encuentros". UNICENTRO, Foz de
Iguazú, 19-23 de julio de 2023
[2] Si bien esta pregunta se encuentra especificada en el apartado “La
inocencia como estado ahistórico” (Zea, 1970, pp. 37-41), es quizás la pregunta
que motoriza todo su lustro capital.
[3]
Cómo se conforma esa negación, veremos luego, es un aspecto relevante de la
atribución de humanidad en América Latina.
[4]
Del Virrey del Perú Francisco de Toledo, posterior al descuartizamiento de
Atahualpa Yupanqui y promotor de una cierta idea de buen matrimonio entre
españoles e indígenas.
[5] Para ampliar ver el capítulo IX “La construcción de la filosofía de
la historia en la modernidad europea” (Roig, 2004).
[6] Otro abordaje de este tema en José Morales Fabero “La Filosofía de
la Historia de Hegel visto desde Boaventura de Sousa” en Eikasia. Revista de filosofía. Marzo-abril 2019, 137-166.
[7]
Una tarea similar a la que emprende
Dussel en su desmitificación de la superioridad occidental.