Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 27 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2024 /
.
La vida en el laboratorio
(de reproducción asistida):
apuntes para una reflexión
posthumana de los embriones in vitro
Life in the (Assisted
Reproduction) Laboratory:
Notes
for a Posthuman Reflection on in vitro Embryos
Lucía Ariza
Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina.
Recibido: 06-11-2023
Aceptado: 14-02-2024
Resumen. A la luz de un conjunto de aportes contenidos -o en sintonía con-
las teorías de lo “posthumano”, este artículo analiza una serie de relatos
sobre el trabajo en el laboratorio con embriones in vitro, ofrecidos por
genetistas y embriólogos/as en el marco de prácticas de reproducción asistida.
El texto buscar explorar las maneras en las cuales las relaciones entabladas
con los embriones, así como las descripciones utilizadas para caracterizarlos, permiten
dar cuenta de la naturaleza ‘cyborg’ del embrión in vitro; esto es, de la
relación de inherencia entre el embrión, aislado y gestionado en el laboratorio,
y los dispositivos sociotécnicos que permite producirlo como tal. Esta reflexión
resulta de interés para los debates recientes sostenidos en Argentina y la
región respecto del carácter de persona del embrión humano no implantado.
Palabras clave. reproducción asistida, embrión, diagnóstico genético
pre-implantatorio, estudios posthumanos, Argentina.
Abstract. Looking
through the eyes of posthuman theories, this article analyses a set of narratives
offered by assisted reproduction practitioners regarding their daily work with in
vitro embryos. The text aims to examine the ways in which the relationships
held with embryos at the lab, as well as the descriptions that practitioners’
use to characterize them, allow to account for the embryo in terms of its
‘cyborg’ nature. That is to say, the article seeks to explore the inherence
between the (in vitro) embryo, which is isolated and managed at the lab, and
the sociotechnical devices that allow it to be produced as such. The interest
of this conclusion lies close to recent debates held in Argentina and the
region regarding the status of personhood of the human non implanted embryo.
Keywords. Assisted
reproduction, embryo, pre-implantation genetic diagnosis, posthuman studies,
Argentina.
En este artículo me propongo analizar una
serie de testimonios recogidos entre profesionales que se desempeñan en el
ámbito de la reproducción asistida argentina, a la luz de un conjunto de
intervenciones que a grandes rasgos llamaré “teorías de lo posthumano”. Mi
intención en este escrito es utilizar las teorías sobre el posthumanismo y
marcos teóricos afines, junto con los discursos de embriólogas/os que trabajan
con embriones en el laboratorio de fertilidad, para observar de qué maneras el
embrión in vitro puede ser caracterizado como algo muy distinto a una
“persona”. Esta indagación cobra especial relevancia en Argentina (y América
Latina), en la medida de que nuestro país y la región vienen experimentando
-con vastas diferencias entre países- procesos de politización de la sexualidad
y demandas de garantías legales para el ejercicio de los derechos sexuales,
reproductivos y de género en los cuales tiene una fuerte incidencia la
consideración del estatus jurídico y moral del embrión[1]. Este estatus ha estado en el centro de estos procesos de
politización, más notablemente en los debates sociales, culturales y legales en
torno a la legalización del aborto y la reproducción asistida.
A lo largo de esta politización, la fuerte tensión
entre las posturas pro-persona y no-persona del embrión humano han emanado de
los posicionamientos más amplios “anti-derechos” y “pro-derechos”. Dentro del
primer ámbito, aunque no de manera homogénea al interior de esos campos
respectivos, han prevalecido posturas religiosas afiliadas tanto en la doctrina
católica como en otras denominaciones cristianas. La segunda postura, por el
contrario, ha estado nutrida en general (aunque, nuevamente, no de manera exclusiva)[2] por perspectivas seculares que abonan la idea de un estado laico y
de la separación entre religión y Estado, y que han sido manifestadas en
legislaciones y fallos de factura reciente. El hito legislativo de mayor
importancia a este respecto, con una altísima incidencia sobre la legislación internacional
sobre derechos humanos, es el mencionado fallo “Artavia Murillo y otros
(Fertilización in Vitro) Vs. Costa Rica”, resuelto por la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos en 2012. Allí, la Corte consideró, entre otros aspectos, el
hecho de que la fecundación in vitro “transformó la discusión sobre cómo se
entendía el fenómeno de ‘la concepción’” (CIDH, 2012, p. 179), entendiendo por
lo tanto que el término “’concepción’ no puede ser comprendido como un momento o proceso
excluyente del cuerpo de la mujer” (CIDH, 2012, p. 187), y dictaminando en
consecuencia que “antes de este evento [la concepción] no procede aplicar el
artículo 4 de la Convención Americana” (CIDH, 2012, p. 189) (referido al
derecho a la vida de toda persona).
En este escrito me gustaría sugerir que la
puja política en torno al carácter de (no) persona del embrión humano ha estado
principalmente sostenida a través de argumentos teológicos, de un lado, y
legales, del otro. Sin embargo, aún con algunas excepciones[3], este debate no ha tomado en consideración de manera seria y profunda
el conocimiento biológico del embrión in vitro. En consecuencia, la postura
legal secular que sostiene el carácter de “no persona” del embrión humano ha
estado sostenida primeramente en argumentos de carácter jurídico. Mi argumento aquí
es doble: por un lado, me interesa destacar que por muy necesarios que sean los
argumentos jurídicos para sostener el carácter de no persona del embrión
humano, estos no están fundamentados en experiencias concretas con embriones,
sino que en todo caso obedeceden, por lo general, a razonamientos y
derivaciones de tipo legal. Por otro lado, y en continuidad con lo anterior,
deseo sostener por lo tanto que la justificación legal del carácter de no
persona del embrión humano, podría y debería fundamentarse de una manera mucho
más robusta (esto es, plural y multifacética) si se incorporaran en ella formas
del conocimiento biológico del embrión que contribuyen a pensarlo de una manera
distinta a una persona.
Este artículo se desprende de un estudio
mayor en el que se buscó indagar sobre cómo se realiza un diagnóstico
pre-implantatorio (PGT) del embrión en Argentina[4]. La investigación se propuso explorar de qué maneras las y los
profesionales que se dedican a indicar, asesorar sobre, realizar, interpretar
resultados y/o ofrecer consejo médico posterior sobre el diagnóstico
pre-implantatorio del embrión dirimen aspectos éticos, toman decisiones o
asesoran sobre cursos de acción posible frente a determinados resultados a sus
pacientes. Entre julio 2021 y octubre 2023 se realizaron 19 entrevistas a
profesionales que se desempeñan en el ámbito de la reproducción asistida.
Siguiendo las auto-adscripciones disciplinarias utilizadas por las/os
propias/os participantes, se entrevistaron 7 embriólogas/os, 6 ginecólogas/os,
4 psicólogas/os y 2 genetistas. Durante las entrevistas se recogió información
sobre modalidad de provisión del PGT en Argentina, incluyendo aspectos como
costos, tercerización, indicaciones médicas para proveer información sobre el
test. También se preguntó sobre cómo se comunicaban los resultados a las y los
pacientes, cómo se tomaban las decisiones posteriores a los resultados, y qué
cursos de acción se decidían en casos complicados o menos claros, entre otros
aspectos. Todas/os las/os participantes de la investigación fueron informadas/os
de los objetivos del estudio y firmaron un consentimiento informado antes de la
realización de las entrevistas. Casi todas las entrevistas fueron grabadas (con
excepción de un caso, en donde no se permitió), y fueron realizadas en su
mayoría en modalidad virtual, aunque en algunos casos si visitó el lugar de
trabajo de las/os profesionales entrevistadas/os. Las entrevistas fueron
transcriptas. Para su análisis se realizó un grillado temático que permitió
organizar la información de acuerdo a los ejes relevados, así como recuperar
información sobre temas emergentes. Este proyecto fue aprobado por el Comité de
Ética del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Universidad de Buenos
Aires.
Este artículo toma como marco teórico cuatro
conjuntos de aportes centrales que provienen ya sea de teorías explícitamente
auto-identificadas con el enfoque posthumano, como de otro conjunto de contribuciones
que si bien pueden no haberse definido estrictamente bajo estos términos, de
hecho confluyen con aquel en aspectos centrales del mismo.
Por un lado, hago mía la sugerencia de Rosi
Braidotti (2019) de entender a lo posthumano en su doble dimensión de marcador
histórico y figuración teórica. En tanto que condición histórica, el
posthumanismo está fuertemente marcado por el muy avanzado grado de intervención
tecnológica alcanzado por la humanidad en las últimas décadas. Para Braidotti,
esta situación define -aunque no excluyentemente, en el sentido de que también
está afectada por otros factores- lo que ella denomina la “convergencia
posthumana”, marcada por la “combinación característica de veloces
transformaciones y desigualdades persistentes” (2019, p. 11). A grandes rasgos,
la convergencia posthumana supone la conciencia de que lo humano como tal no
puede pensarse ya al margen de lo tecnológico (paradigmáticamente en su
dimensión digital) y sus consecuencias.
En tanto, la dimensión teórica de lo
posthumano está dada por la crítica simultánea al humanismo y al
antropocentrismo. En términos de Braidotti, la primera fue encarada por la
filosofía continental moderna desde Nietszche en adelante, y continuada en el “postestructuralismo”
(Foucault, 1970) y teorías posteriores como varias formas de “materialismo”
(Deleuze, G. (1983), Deleuze, G. y Guattari, F. (1987), Dophijn, R. y van der
Tuin, I. (2012), Alaimo, S. y Hekman, S. (2008), Coole, D. y Frost, S. (2010),
así como las teorías antirracistas y poscoloniales (por ejemplo en los trabajos
de Said (2004) y Gilroy (2000). La crítica al humanismo se orientó a hacer
visible, y por lo tanto, histórica y situada, la dicotomía humano/no humano que
fue eje central del pensamiento europeo desde la Ilustración hasta sus primeras
conmociones. Para Braidotti, resulta también fundamental dentro esta corriente crítica
destacar el aporte vital de las epistemologías y cosmologías indígenas, que no
se organizan en torno a la distinción binaria humano/no humano (Descola, P. 2009,
2013) o que, si lo hacen, se acercan mucho más a la idea de una humanidad
distribuida que sitúa la diferencia entre humanos y no humanos dentro de cada especie y organismo, y no
como un criterio que pueda diferenciar entre
especies y organismos (Viveiros de Castro, E. 1998, 2009).
Respecto de la crítica al antropocentrismo,
para Braidotti es una cuestión que es necesario deslindar de la crítica al
humanismo. En su visión,
Desplazar la centralidad del Anthropos dentro de la cosmovisión
europea deja al descubierto y revienta numerosas fronteras entre el “Hombre” y
los “otros” ambientales o naturalizados: animales, insectos, plantas y medio
ambiente. En realidad, el planeta y el cosmos en su integridad se transforman
en objetos de indagación crítica y este cambio de escala, aun cuando sea sólo
en términos de un continuum naturaleza-cultura,
puede dar la sensación de algo extraño y ligeramente contraintuitivo.
(Braidotti, 2019, p. 19-20)
Como queda claro, para Braidotti la crítica
al antropocentrismo, contenida en la convergencia posthumana, tiene un efecto
profundamente desestabilizador para la conciencia humana moderna (y sus
representantes académicos), en la medida de que supone 1) la comprensión de lo
humano como parte de una especie (y, por lo tanto, de la naturaleza), y ya no
como parte de una nación, un Estado, un pueblo, etc.; y 2) porque exige una
toma de responsabilidad por las desastrosas consecuencias de la supremacía
humana sobre el planeta Tierra. Por estas razones, entre otras, la crítica al
antropocentrismo es mucho más profunda que la crítica al humanismo, en la
medida de que mientras la segunda utiliza las teorías culturales y sociales
críticas para “desnaturalizar las desigualdades económicas y la discriminación
social” (2019, p. 21), permanece sin cuestionar la dicotomía naturaleza/cultura
como distinción estructural. Metodológicamente, esta falta de cuestionamiento
se traduce en el uso de paradigmas de investigación enmarcados dentro del
constructivismo social, y enfocados predominantemente en comprender las formas
de acción y simbolización eminentemente
humanas, sin preocuparse por los entramados ontológicos de lo humano con
otros tipos de seres y entidades no humanos. Por esta misma razón, y como
promotora de la crítica al antropocentrismo y no sólo al humanismo, Braidotti
sugiere derribar la distinción entre “bios
-humano- y zoe -no humano-. Bios se refiere a la vida de los humanos
en cuanto organizada dentro de una sociedad, mientras que zoe hace referencia a la vida de todos los seres vivientes” (2019,
p. 21).
Estas reflexiones sobre el concepto de lo
posthumano en Rosi Braidotti resultan clave en la medida de que dan cuenta de
un giro dado por parte de las humanidades contemporáneas y que, valiéndose de
la crítica a la filosofía moderna, e incorporando los aportes de campos tan
variados como los estudios indígenas, los feminismos -especialmente los de
corte neomaterialista y queer-, la filosofía deleuziana, el giro ontológico,
entre otros, proponen que lo humano como tal ya no es ni el centro activo de la
historia terrestre, ni mucho menos debe ser el eje de toda consideración
filosófica, política, ecológica, etc. Por el contrario, en la propuesta de
Braidotti la convergencia posthumana está sobre todo caracterizada por un
enfoque fuertemente relacional, que
da cuenta de lo humano en tanto entramado con otros (animados e inanimados,
artificiales o naturales), realzando la continuidad de las “naturalezas-culturas”
(Haraway, D. 1997). Otra característica saliente del proyecto posthumano de
Braidotti es considerar a lo humano relacional en tanto necesariamente
encarnado (es decir, distinto de algo abstracto o no espacial y temporalmente
situado) y pasible de afectos (en el doble sentido de afectar y ser afectado). Todos
estos aportes resultan claves para observar los quehaceres embriológicos del
laboratorio de reproducción asistida, en la medida de que habilitan una
consideración de los entramados humano-tecnología-embrión que hacen posible las
prácticas de la reproducción asistida. Así, las propuestas de Braidotti sobre
la convergencia posthumana no solo ayudan a comprender la cualidad histórica de
una contemporaneidad marcada por la dimensión tecnológica que, en el caso de
los embriones, hace posible su manipulación (e incluso, potencialmente, su
reprogramación) en el laboratorio; sino también el carácter conceptual de esa
coyuntura histórica, que invita a considerar las (nuevas) asociaciones con entidades
cyborgs como los embriones, junto con sus dimensiones encarnada, relacional y
afectiva.
En segundo lugar, como queda claro a partir
del título de este artículo, me gustaría situar al mismo en la estela tanto
conceptual como antropológica de los estudios (sociales) de la ciencia y, más
específicamente, las etnografías de laboratorio, inauguradas entre otros tres trabajos
seminales[5] por el libro Laboratory life. The construction of
scientific facts publicado por primera vez en 1979 por
Bruno Latour y Steve Woolgar[6]. Como parte del “giro constructivista” (Kreimer, P. 2005) en los
estudios (sociales) de la ciencia, este libro comparte con las otras tres
etnografías iniciáticas la intención de observar cómo los hechos científicos
“se construyen” en el laboratorio antes que ser el resultado de meros procesos
de “descubrimiento” de leyes de la naturaleza que serían previas a su misma
investigación. Resulta clave dentro de este giro no sólo la intención de mirar
el trabajo de la ciencia desde cerca y
desde dentro (algo que la sociología de la ciencia previa no había encarado,
en la medida de que el marco estructural-funcionalista en el que se originó la
animaba mucho más a observar desde afuera
su carácter normativo, el seguimiento de lógicas y reglas implícitas en
tanto la ciencia se desempeña como institución social); sino también el
proyecto de “desacralizar” el trabajo científico, considerándolo
metodológicamente como un ejemplo más de cualquier otra práctica social (en vez
de mirarlo como una forma especial, particularmente valuada o legítima).
Dentro de este marco, lo que me interesa
rescatar es que, a diferencia de los otros tres enfoques desplegados en esos
estudios inaugurales, donde el énfasis está mucho más puesto en la actividad de
los humanos (científicos)[7], el trabajo de Latour (y Woolgar) abre el juego a la observación de
las relaciones que los/as profesionales de la ciencia mantienen con aquello
otro de lo humano, lo no humano, particularmente el equipamiento científico, el
espacio del laboratorio, los dispositivos burocráticos de la ciencia, pero
también esa “naturaleza” construida allí dentro (como la endorfina)[8]. Aunque no es todavía aquí en donde Bruno Latour, Michel Callon y
John Law, como los representantes más visibles de lo que -a regañadientes- se
llamará luego la Teoría del Actor Red (TAR), propondrán la “simetría radical”
entre humanos y no humanos, considero importante situar el presente artículo en
este ciclo inaugural de una reflexión que, tanto hacia delante como hacia atrás
en el tiempo, redefinirá lo humano como aquello que necesariamente existe en y
por, mundanamente entramado con, la tecnología (ver Latour, B. 1992; Michael, M.
2000). Por último, si bien hay diferencias sustantivas entre la perspectiva de
Braidotti (2019)[9], para quien la humanidad ha entrado en una nueva fase tecnológica y
por ello es necesaria una dimensión posthumana del conocimiento, y la TAR, para
quien la relación con la tecnología es constitutiva de lo humano, retomaremos
aquí ambos aportes conjuntamente, puesto que, salvando esta distancia, ambos
coinciden en otorgar a las relaciones de los humanos con las tecnologías un
lugar central, a la vez que comulgan en proponer un enfoque metodológico
superador del constructivismo social y su humano-centrismo.
En tercer lugar, este artículo está también
sostenido conceptualmente en el trabajo de la física feminista Karen Barad
(1998) y su propuesta de un “realismo agencial”. Seguidora de la física
cuántica de Niels Bohr, Barad propone hacer suyas y extender las innovaciones epistemológicas
de Bohr más allá de los confines de la física, para re-pensar la relación entre
maternidad y dispositivos sociotécnicos (particularmente, el caso del transductor
ecográfico). En términos de Barad, los aportes de Bohr desde la física cuántica
conmueven ciertos ejes fundamentales de la epistemología occidental. En
particular, para Barad los elementos cuestionados son la relación inherente
sujeto/objeto, el estatus representacional del lenguaje, la relación entre
discurso y materia. El efecto de este cuestionamiento es una revisión de los
términos “agencia” y “materia” a partir de la consideración de los aspectos
humanos y no humanos en la producción
de conocimiento, así como la consecuente superación de la dicotomía entre
realismo (positivista) y construccionismo social.
Los aportes de Bohr (y de Barad) se dirigen
explícitamente contra la epistemología newtoniana. En términos de Barad, la
física newtoniana contenía una serie de presupuestos que garantizaban la
producción de conocimiento en ese marco. Entre ellos estaban la noción de que
los objetos conocidos a través de los artefactos de observación eran
independientes de estos últimos y tenían características mensurables que podían
ser representadas como cualidades abstractas. La externalidad entre objeto de
conocimiento y dispositivo de observación/medición garantizaba que los valores
medidos en el objeto pertenecían a este y eran completamente independientes del
dispositivo de observación; las interacciones de medición entre objeto y
dispositivo eran “continuas” y “determinables” (Barad, 1998, p. 94); es decir,
eran siempre las mismas independientemente de la situación, del encuentro
temporalmente enmarcado entre objeto/dispositivo.
Sin embargo, la innovación epistemológica
de Bohr, en términos de Barad, supuso modificaciones fundamentales al marco
newtoniano. En particular, Bohr propuso que “los conceptos teoréticos son
definidos por las circunstancias requeridas para su medición”[10]. Por lo tanto, si los conceptos son requeridos por la situación de
medición, en la que están alojados los objetos que deben ser medidos, entonces
se sigue que no existe una distinción a
priori entre objetos a ser medidos y conceptos y dispositivos que los miden;
a esto Bohr lo llamó “completitud cuántica”[11]. Antes que un neto corte pre-existente entre objeto de observación
y agencias (dispositivos) de observación, lo que se observa son discontinuidades entre instancias de
medición: cada instancia de observación/medición es singular, porque es situada
y supone un corte temporal y
conceptualmente situado entre objetos de observación y agencias de
observación. Esto es, los objetos a observar y las agencias que miden no se
pre-existen mutuamente sino que son mutuamente constitutidos. En la medida de
que este “corte” no es inherente sino que, por el contrario, lo inherente es la
mutua dependencia, para Bohr los objetos de observación no poseen
características inherentes previas a la instancia de observación. En esta
visión, cada instancia de medición supone una selección particular de dispositivo
de observación, y por lo tanto de las variables conceptuales que harán posible
la medición. Los aportes de Barad resultan fundamentales en la medida de que,
junto con Braidotti y Latour, apuestan fuertemente a superar el “constructivismo
social” como enfoque metodológico privilegiado de las ciencias sociales,
problematizando las dicotomías naturaleza/cultura y objeto/sujeto como binomios
invisibles y dados por hecho, y proponiendo, en cambio, el estudio de una
relacionalidad ampliada, co-constituyente, entre lo natural, lo humano, lo
tecnológico.
Por último, en consonancia con el resto de
las contribuciones que aquí se retoman en calidad de marco teórico, me gustaría
proponer también el concepto de agenciamiento.
Traducción del término francés agencement,
es utilizado por Deleuze y Guattari para señalar la unión inseparable entre un
“estado de cosas” y su “descripción” (Phillips, 2006). En el agenciamiento, ni
las cosas ni su descripción existen a priori una de la otra, sino que ambas
deben ser pensadas juntas en una co-emergencia que produce algo distinto que no
existía previamente a esta unión. Inspirado en la noción de “noción común” de
Spinoza, Deleuze utilizará el concepto de agenciamiento para indicar aquellos
casos en los cuales dos o más cuerpos se ponen en común produciendo una nueva composición. Esta es entendida como un evento, en el sentido de que algo que
antes no existía se produce en y por esa unión. Como queda claro, la noción de
agenciamiento, como concepto que permite captar el actuar sin por ello caer en
la idea de una acción encarada por un sujeto humano, comparte un modo común con
las sugerencias antes referidas de Braidotti, Latour y Barad, en la medida en
que propone pensar la agencia como una capacidad distribuida entre lo humano y
no lo humano, superando la dicotomía naturaleza/cultura y el constructivismo
social como enfoque eminentemente antropocéntrico.
Luego de la presentación de este marco
teórico, a continuación, se analizan un conjunto de testimonios de
profesionales de la reproducción asistida, con el objeto de dar cuenta de las
relaciones entre tecnologías, humanos y embriones en el laboratorio de
fertilidad.
A continuación presentaré algunos
testimonios obtenidos durante entrevistas en profundidad con profesionales que
se desempeñan en el ámbito de la reproducción asistida argentina indicando,
realizando, asesorando sobre e informando resultados de PGT. Estos me
permitirán demostrar en qué medida las maneras en las que estos profesionales
consideran al embrión durante su trabajo cotidiano dista mucho de los atributos
generalmente atribuidos a la noción de persona en Occidente. Me interesa por
ello demostrar de qué maneras el embrión in vitro puede ser caracterizado como
una entidad de gran inestabilidad ontológica, contradiciendo las cualidades de
identidad, permanencia, invariabilidad y sustancia que en Occidente fundamentan
el concepto jurídico y filosófico de persona.
En primer lugar, el embrión in vitro es una
entidad que se encuentra en permanente y rápida transformación. Es debido a
ello que la embriología le reserva nombres sucesivos y distintos para
identificar su desarrollo a lo largo de tan solo los primeros días: cigoto,
mórula, blastocisto, gástrula, y finalmente embrión. Desde luego, está claro
que estos nombres solo pretenden captar de manera estandarizada una evolución
que es continua y que, por lo tanto, pasa por grados intermedios entre aquellos
más categorizables. Es claro también, como se desarrollará en más profundidad
en el aparatado siguiente, que estos estadíos y nombres mantienen una relación
intrínseca con el dispositivo de observación que permite observarlos y
conocerlos. En efecto, son precisamente estos dispositivos -como el microscopio
de embriología y más recientemente el embryscope[12]- los que tornan caracterizable al embrión como una entidad en
constante transformación y cambio. En este sentido, siguiendo a Karen Barad (1998)
podría decirse que las agencias de observación a través de la cuales el embrión
es monitoreado y conocido son inherentes e inseparables del objeto de
observación “embrión” entendido como entidad en permanente cambio, al menos en
la situación de laboratorio. Por lo tanto, no existe un embrión “abstracto” más
allá de las instancias a través de las cuales es observado y producido, y por
ello mismo no existe un embrión que sea previo, externo y anterior a aquel
dispositivo que permite conocerlo. Sea a través del microscopio o del
embryoscope, el embrión in vitro es siempre “cyborg” (Franklin, 2006) en tanto su
manipulación (en qué momento biopsiarlo, en qué momento transferirlo al útero,
etc.) supone siempre aquella tecnología que hace posible su monitoreo y que, en
consecuencia, lo produce como tal.
Esta cualidad de auto-transformación
permanente del embrión es una de las características más resaltadas por los y
las profesionales que se desempeñan en el ámbito de la reproducción asistida,
específicamente aquellas/os que trabajan en el labotorio y que están
encargadas/os de biopsiar a los embriones para llevar a cabo el diagnóstico
genético pre-implantatorio. Por ejemplo, al hablar sobre la dificultad que
implica monitorear al embrión en su desarrollo in vitro y tratar de observar
cómo evoluciona, un embriólogo comentó:
El embrión es algo muy dinámico, entonces
morfológicamente puede ser que yo hoy te diga ‘hoy es horrible’, y mañana te
diga ‘mirá, está mucho más lindo que ayer’. Y también puede que yo te diga
‘mirá, este embrión está vivo pero creo que no sirve para nada’, se transfiere
y después hay un nacido vivo sano perfectamente. (Embriólogo 14, énfasis
agregado)
En esta cita se puede observar cómo el
profesional entrevistado se muestra renuente a decir que la calificación
atribuida a un embrión en determinado momento de su observación, puede ser
sostenida al día siguiente o a las pocas horas. Como es sabido, en las clínicas
de fertilidad los embriones in vitro son monitoreados con frecuencia para
conocer el estado de su evolución. Este es medido de acuerdo a ciertos
estándares o hitos, que son criterios tanto empíricos como conceptuales que
distinguen al embrión en sus diferentes etapas, y cuya definición es, por
supuesto, inherente a la tecnología que permite medirlos u observarlos. Por
ejemplo, la diferencia entre el cigoto y la mórula es que la segunda tiene
muchas más células, estructuradas de forma compacta y parecida a una “mora”, y
así sucesivamente.
Estos estándares o hitos evolutivos del
embrión in vitro permiten a las y los embriólogas/os hacer caracterizaciones y pronósticos
sobre cada uno de los embriones que van observando. Es frecuente que los
epítetos utilizados para describir a los embriones oscilen entre terminología
científica y coloquial. Por ejemplo, en el testimonio arriba citado, donde el
embriólogo habla de embriones “horribles” o “lindos” o que “no sirven para
nada”. Pero más allá de los términos utilizados, resulta fundamental destacar el
carácter temporalmente incierto de esas caracterizaciones. En efecto, tal como
indica el profesional, un embrión puede ser “hoy horrible” y “mañana más
lindo”, o “no servir para nada” y luego dar un nacido vivo. La misma idea
figura en esta otra parte de su testimonio:
eso pasa todo el tiempo, y por eso te digo, a
partir de la morfología yo te puedo decir que no servía y finalmente tenés un
nacido vivo, y me dijiste que no servía y bueno, evolucionó favorablemente.
(Entrevista 14, embriólogo)
En palabras del propio entrevistado, esta
dificultad para dar cuenta de un derrotero futuro que el embrión tomará sin
lugar a dudas se debe a su carácter “muy dinámico”, que pone en jaque cualquier
atribución de una cualidad que pretenda prorrogarse más allá del momento en el
cual aquel entra en contacto con el dispositivo sociotécnico que permite
conocerlo y manipularlo. En este sentido, el embrión no “es” algo más allá de
la instancia en la que es observado, ni detenta cualidades que siempre son
sostenidas en el tiempo; algo que desafía la noción de permanencia en el tiempo
e identidad que sostienen la idea occidental de persona.
Inspirándose en Donna Haraway, Sarah
Franklin caracterizó tempranamente al embrión in vitro como cyborg (Franklin,
2006). Aquí retomamos esta sugerencia para expandirla a la luz de los datos de
campo que se obtuvieron en esta investigación. En particular, tal como ya fue
anticipado en la sección anterior, nos interesa considerar de qué maneras la
terminología y formas de percepción auspiciadas por el giro posthumano nos
invitan a pensar la inherencia entre sujeto y objeto de investigación, entre
objetos y agencias de observación en la terminología de Karen Barad (1998), dando
cuenta de las maneras en las cuales aquello que observa y aquello que es
observado no pueden ser comprendidos como entidades externas sino intrínseca y
temporalmente unidas. En este sentido, proponemos examinar los dichos de uno de
los entrevistados de esta investigación a la luz de la “unidad cuántica”
propuesta por Barad, para explorar cómo el embrión tiene una distinta
consistencia ontológica dependiendo de cuál es el dispositivo de observación
con el que se encuentra agenciado y a través del cual es algo en un determinado momento.
En el diálogo con el mismo profesional
citado en la sección anterior, este describe cuáles son las dos principales
formas de conocimiento y expertise que se utilizan en el laboratorio de
fertilidad para caracterizar la evolución del embrión. Por un lado, está el
“viejo” saber embriológico, aquel que se desarrolló con la disciplina misma y a
medida que fueron inventándose y sofisticándose los dispositivos de observación
como el microscopio. Este saber, nombrado por el entrevistado como “morfológico
y cronológico”, permite establecer si el embrión cumple en tiempo y forma los
diferentes hitos que, en el discurso biológico, jalonan su desarrollo. Se
observará entonces, con el apoyo del microscopio, la velocidad a la que el
embrión se divide, el tamaño y la forma de sus células, su color, etc., como
manera de predecir, en base a la estandarización de observaciones, el derrotero
inmediato del embrión. En palabras del entrevistado:
Todos estos criterios morfológicos que vos
mencionás, morfológicos y cronológicos de cómo el embrión va evolucionando día
a día, son los dos el parámetro más robusto que tenemos para el trabajo en la
cotidianeidad. Es lo que nosotros vemos. Cada
vez que vemos el embrión al microscopio le hacemos la caracterización
morfológica, comparás con la vez anterior que lo viste, decís está
evolucionando bien, mal, para mejor, para peor. Y eso te habla de la viabilidad del embrión principalmente. (Entrevista 14,
embriólogo, énfasis agregado)
En el testimonio arriba citado, en el que
el entrevistado refiere al uso del microscopio para observar al embrión, se
hacen presentes dos cuestiones que hemos ya anticipado. Por un lado, que la
caracterización morfológica es posible solo
a través del uso del microscopio, lo cual habla de la propuesta de entender
la relación entre (características del) embrión y dispositivo de
caracterización como inherente. En efecto, lo opuesto sería imposible: obtener
una descripción de cada embrión más
allá del encuentro espacial y temporalmente situado con ese microscopio. No hay embriones “en general” sino como
abstracción de un sinnúmero de observaciones que son concretas, locales y
situadas. A su vez, y debido a esto mismo, son esos agenciamientos específicos
entre embrión y microscopio los que “jalonan” la existencia del embrión, en
tanto el embrión existe en y por características que solo pueden ser descriptibles
cuando son observadas.
Por otro lado, en tanto la relación entre
objeto de observación (embrión) y agencias de observación (microscopio) es
intrínseca (uno depende del otro para su definición), lo que ese embrión sea depende inherentemente de cómo es
observado. O, dicho de otra manera: un dispositivo de observación distinto
conmoverá las características atribuidas al embrión; un dispositivo de observación
distinto podría arrojar diferentes características atribuibles al embrión.
Siguiendo este argumento, es dable preguntarse entonces: ¿qué embrión puede
conocerse utilizando los saberes embriológicos tradicionales que atienden a la
cantidad y forma de las células, su color y tiempo de división, etc.?
Retomando los dichos del entrevistado,
puede observare en la cita más arriba que el embrión que es producido en y a
través del agenciamiento con el microscopio es un embrión que está situado en
el rango de lo vivo, es un embrión que es evaluado de acuerdo a su grado de
vitalidad (“está evolucionando bien, mal, para mejor, para peor”). En la misma
dirección apunta otro extracto sucesivo en la conversación con el entrevistado:
Y a su vez, con
un embrión vivo, que es lo que evaluamos con todos los (…) parámetros
morfológicos, que es lo que yo veo y digo ‘está
vivo’, ‘está divino, está fantástico’. (Entrevista 14, embriólogo,
énfasis agregado)
Los criterios antiguos, lentamente
identificados y estandarizados a medida que se desarrollaba la embriología como
disciplina, pero aún muy utilizados como primera forma de dar cuenta de qué es
o, más apropiado aún, qué está siendo
un embrión en determinado momento, espacial y temporalmente situado, cuando es
mirado bajo el microscopio, construyen entonces un embrión principalmente
entendido como ente viviente y en desarrollo, con todas las características de
lo vivo, como son el movimiento y el cambio.
Sin embargo, me gustaría sugerir que la
inherencia entre objeto y agencia de observación es de tal tipo que el cambio de
una supone un cambio en la otra. En concreto, resulta interesante observar qué
sucede cuando el dispositivo a través del que el embrión se mira, se conoce y
se diagnostica no es ya el viejo saber embriológico sobre los estados
evolutivos del embrión, observables “a simple vista” bajo el microscopio, sino
por el contrario el conocimiento y las formas de mirar que son propias de la
biología molecular. Estas formas de mirar distan mucho de las habilitadas por
el saber embriológico tradicional: las y los biólogas/os moleculares, o quienes
se desempeñan en disciplinas en las que se requiere utilizar diagnósticos
moleculares (como aquel realizado durante el PGT), no lidian con el embrión en
vivo y en directo, sino tan solo con rastros
dejados por el embrión, pero vueltos altamente abstractos a través de una serie
de mediadores[13] (Latour, 2008). En efecto, los diagnósticos embrionarios arrojados
por el análisis molecular tienen una relación mucho más distante, aunque no por
ello menos robusta (Latour, [1979] 1986)[14],
con la materia real y concreta del embrión analizado. Estos
diagnósticos son producidos como resultado de complejos procesos
informáticos a
través de los cuales la información (o ADN) contenida en
el embrión pasa de su
estado material (celular) a un estado mucho más abstracto,
presentado en la
forma de códigos (sobre bases genéticas), y luego
resumido en indicaciones
simples: embrión “normal”, embrión
“anormal”, embrión “mosaico”. Como dice
uno
de los genetistas entrevistados:
¿Vos trabajás con embriones en el
laboratorio?
E19: No, no, yo veo directamente
informes. Eso [el embrión] lo ve primero el biólogo que hace embriología y
después el resultado lo analizan y lo pipetean biólogos moleculares,
bioquímicos, licenciados en genética que hacen más la parte del laboratorio en
sí. Yo ya recibo el informe digamos.
(Entrevista 19, genetista)
Lo anterior nos da la pauta de las
diferencias existentes entre la biología molecular y las viejas formas
embriológicas en cuanto a cómo el embrión es mirado y, por lo tanto, producido.
En tanto que dos dispositivos (agencias) de observación (Barad, 1998) distintos,
la biología molecular y la embriología tienen diferencias disciplinarias (lo
que incluye tanto conceptos como aparatos tecnológicos y formas de obtener
resultados) que se traducen en diferentes ontologías embrionarias. Me gustaría
sugerir que el carácter mucho más abstracto y materialmente distanciado (aunque
no por ello menos robusto) de la información arrojada sobre el embrión por el
diagnóstico molecular, implica inherentemente entendimientos sobre el embrión
que no lo caracterizan ya como una entidad viviente, sino como una entidad con
información, con la consecuente falta de importancia sobre el carácter de vivo
o muerto del embrión. Como dice el embriólogo cuyas palabras ya hemos citado:
El otro estudio, todos los estudios genéticos
[a través de biología molecular], te
hablan de la genética con la que carga el embrión. Solamente. La genética se mantiene en una célula muerta.
De hecho cuando mandamos al embrión a biopsiar, las células que sacamos,
después que las sacamos, las ponemos en soluciones fijadoras, están muertas, hasta el momento que
llegan. Solo mantienen el ADN, que es
lo que queríamos que no se degenere hasta el momento de hacer el análisis. Pero
la degeneración del ADN demora un tiempo también, incluso en los medios de
cultivo. Entonces sobre una célula muerta
yo puedo hacer un estudio genético, y me va a decir la genética de esa
célula antes de morirse. Si era una célula normal antes de que se murió me va a
decir que es normal. Y con eso no voy a
conseguir un embarazo. (Entrevista 14, embriólogo, énfasis agregado)
Como muestra la cita precedente, una vez
que el marco de observación es la biología molecular, el objeto constituido en
y a través de esa mirada no es ya el objeto viviente cuya viabilidad (capacidad
de embarazo) es evaluada. Por el contrario, la distinción entre vivo y muerto
parece carecer de importancia; de hecho, el ADN analizado es extraído de una
célula muerta “que no va a producir un embarazo”. Bajo la mirada de la biología
molecular, entonces, el embrión no es ya una entidad ligada a lo viviente y
cuyo pronóstico es examinado a la luz de su capacidad para generar vida; sino
una entidad que es capaz de transportar información incluso aunque este
transporte sea a través de células muertas.
En este último apartado me gustaría
proponer que las maneras en las cuales el embrión es pensado y gestionado en el
laboratorio de reproducción asistida simultáneamente asumen y performatizan su no
unicidad. Este argumento resulta relevante de cara a los razonamientos que se
expusieron en el contexto del debate por la Interrupción Voluntaria del
Embarazo en 2018 y 2020 en Argentina, en donde fue frecuente la alusión al
“genoma único” que haría del embrión una singularidad genética irrepetible y,
por lo tanto, una persona.
En relación con este punto, uno de los
genetistas entrevistados argumentó que la idea de que el genoma único indicaría
el rango de persona del embrión está matemáticamente fallada, ya que, en
términos de probabilidades, no podría descartarse que antes o después en la
historia del Homo Sapiens Sapiens ocurriera el entrecruzamiento entre genes
masculinos y femeninos que diera origen a un genoma singular repetido. En sus propias palabras,
E19: Hay un argumento genético de por
qué es un embrión un ser humano en sí y es que es porque tiene su genética
propia, porque tiene su combinación de marcadores y variantes propias. Yo por
lo menos no creo que esa sea una definición de ser humano, por un montón de
motivos, pero hay motivos obvios, si dos
gemelos idénticos tienen la misma información genética entonces bajo ese mismo
razonamiento qué sería, medio humano cada uno? O uno sería un ser humano y otro
el no…
LA: ¿cuando decís ser humano lo
entendés como persona? ¿Como si fueran sinónimos?
E19: claro, sí, sí, yo me lo imagino
un poco así. Y después porque hay alteraciones genéticas, los tumores tienen su propia genética y nadie pensaría que un tumor es
un ser humano distinto porque tenga una genética diferente o única o especial,
sí? Yo no creo que esa sea una definición clara de qué es ser una persona el
hecho de tener una información, un ADN digamos único o específico. Más en el contexto de esto, de PGT-A. Uno
dice un embrión que tiene una trisomía 1, es una persona? No, porque no tiene
forma biológica de esa alteración generar una persona. Para mi es un grupo
de células que tiene una alteración y que
en ese caso particular no va a llegar a ser una persona
LA: técnicamente ni siquiera estaría
enfermo ese embrión…
E19: ni siquiera, no…es una anomalía
incompatible con la vida extrauterina (…) Además es incluso errado porque a
ver… en el sentido de que nuestro ADN es bastante único porque tenemos millones
de cambios genéticos que probablemente otra persona no tenga. Pero en realidad
hay un tema medio estocástico en el medio, que es que podría perfectamente haber habido otra persona con exactamente mi ADN
hace 4000 años, si justo se dio que sus padres tuvieron marcadores
genéticos que se hubieran podido combinar del mismo modo que los marcadores
genéticos que tienen mis papás, se combinaron en el mismo… es prácticamente
imposible a nivel estadístico pero sería posible que dos padres tengan dos
hijos, o que sean gemelos idénticos o que sean de distintos embarazos, porque
justo los dos óvulos tienen exactamente la misma información, justo los dos
espermatozoides tienen exactamente la misma información (…) Eso no es un
argumento como tal por el hecho de que justo las variantes genéticas que uno
tiene son distintas de las otras por lo menos 6 mil millones de personas que
hay en el mundo (…) Sin dudas esa probabilidad no es de cero, en algún momento
de la historia antes o después o quizá ahora podría haber otra persona con la
misma información genética. Entonces otro
argumento para sacar eso de lado de que porque tiene una genética única es una
persona única. (Entrevista 19, genetista)
De acuerdo a los dichos del entrevistado, el
argumento que hace del embrión una persona en función de su genoma único no es
válido, en la medida de que no es estadísticamente cierto que un genoma no
pueda repetirse en la historia del Homo Sapiens Sapiens. Es decir, si un mismo
genoma se repitiese podrían generarse dos seres idénticos (aunque es probable
que temporalmente separados), con la conclusión lógica de que un genoma es
distinto de uno, un genoma no da como resultado una unicidad (se llame persona
o no) históricamente irrepetible. De manera interesante, también, el
entrevistado remite al argumento de los gemelos y de los tumores, para
descartar, por ambas vías, que un embrión de genoma único deba ser considerado
una unicidad, y por lo tanto una persona. Mientras que en el caso de los
gemelos el argumento del genoma único falla ya que los gemelos tienen
exactamente los mismos genes, y sin embargo son dos personas distintas
(contrariando la hipótesis de la unicidad), en el caso de los tumores se
verifica que tienen su propio genoma irrepetible (o poco probablemente
repetible); sin embargo, claramente un tumor no puede ser considerado una
persona. Esta forma de argumentar también fue presentada por otra entrevistada:
Yo estoy formada en medicina, muy machacada, un
embrión no es vida, un embrión del que estamos hablando, de laboratorio,
obviamente, puede dar lugar a la nada
misma, puede abortar, puede ser un ectópico, pueden ser dos
individuos, puede ser un cáncer. (Entrevista 11, ginecóloga).
Los testimonios arriba citados ofrecen una
visión del embrión como una entidad marcada no sólo por su posibilidad de
derroteros múltiples, sino sobre todo por su posibilidad de convertirse en algo
muy distinto de su supuesto destino prefijado (en feto, un bebé). Por el
contrario, un embrión es distinto de una unicidad porque puede ser “la nada
misma”, un aborto, “no llegar a ser persona”, pero también porque puede
convertirse en “un tumor”, “un cáncer”, un “[embarazo] ectópico” (sin
posibilidad de prosperar)”, “gemelos” o “dos individuos”. En este sentido, el
embrión, bajo la mirada de estos profesionales, no es uno y no es único,
contradiciendo las características adjudicadas en la metafísica occidental a la
persona.
En este escrito he utilizado los aportes
del pensamiento posthumano (Braidotti, 2019), así como de aquellas
contribuciones que dan cuenta de los entramados humano/no humano, para examinar
las interacciones entre embriones y personas en los laboratorios de fertilidad
argentinos. En estos resultados se ve que con justeza de qué maneras el enfoque
posthumano permite iluminar zonas de prácticas y encuentros entre humanos,
tecnologías y naturalezas, que no serían visibles, ni mucho menos estudiables,
si la atención de las ciencias sociales siguiera focalizada en el quehacer
exclusivamente humano y atada a un constructivismo social humanocéntrico.
Por estas mismas razones, estas
contribuciones teóricas resultan fundamentales para poner a dialogar las
demandas y debates sobre política sexual, de género y reproductiva, con los
aportes de las ciencias biológicas en general y embriológicas en particular.
Esta confluencia es productiva, en la medida de que permite discutir la noción
de persona, junto con las cualidades que le son inherentes (permanencia en el
tiempo, singularidad, autonomía, sustancia), como atributos del embrión in
vitro, aportando a un debate robusto y plural sobre los derechos sexuales, de
género y reproductivos. Como la “convergencia posthumana” nos permite pensar,
la naturaleza y la cultura no están escindidas. Al producir al embrión como en
ente en cambio, no idéntico a sí mismo, e inherentemente relacionado con la
tecnología, la biología produce también un determinado tipo de sociedad. En
este caso, una sociedad mucho más plural y menos centrada en la persona centro
de la historia del planeta Tierra.
Alaimo, S., y Hekman, S. (eds.). (2008).
Material feminisms. Bloomington: Indiana University Press.
Ariza, L. (2017). La regulación de
las tecnologías reproductivas y genéticas en Argentina: análisis del debate
parlamentario. Cadernos Pagú, 50: 1-42.
Barad, K. (1998). Getting Real:
Technoscientific Practices and the Materialization of Reality. differences: A
Journal of Feminist Culrural Studies 10(2): 87-126.
Braidotti, R. (2019). El
conocimiento posthumano. Buenos Aires: Gedisa.
Campos, F. E. (2012). Código
Civil. Inicio de la vida. Disponible en: https://ccycn.congreso.gob.ar/export/hcdn/comisiones/especiales/cbunificacioncodigos/ponencias/sanluis/pdf/SL_009_FRANKLIN_EGIDIO_OCAMPOS.pdf
Consultado 19 de octubre 2023.
CIDH. (2012). Ficha Técnica:
Artavia Murillo y otros (Fertilización in Vitro) Vs. Costa Rica. Disponible
en: https://www.corteidh.or.cr/docs/casos/articulos/seriec_257_esp.pdf
Consultado el 31 de octubre de 2023.
Coole, D, y Frost, S. (eds.). (2010).
New materialisms: ontology, agency and politics. Durham: Duke University
Press.
Deleuze, G. (1983). Nietsztche and
philosophy. Nueva York: Columbia University Press.
Deleuze, G., y Guattari, F. (1987). A
Thousand Plateaus: capitalism and schiophrenia. Minneapolis: University of
Minnesota Press.
Descola, P. (2009). Human natures. Social
Anthropology 17(2): 145-157.
Descola, P. (2013). Beyond nature
and culture. Chicago: University of Chicago Press.
Dolphijn, R., y van der Tuin, I.
(eds.). (2012). New materialism: interviews and cartographies. Ann
Arbor: Open Humanities Press.
Dulbecco, P., Michel, A., Ramos, S.,
Rizzalli, E. y Romero, M. (2021). El aborto en el Congreso: Argentina
2018-2020. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Centro de Estudios
de Estado y Sociedad-CEDES. Disponible en: https://repositorio.cedes.org/handle/123456789/4632
Foucault, M. (1970). The order of
things: an archaeology of human sciences. Nueva York: Pantheon Books.
Franklin, S. (2006). The Cyborg
Embryo Our Path to Transbiology. Theory, Culture and Society 23(7-8):
167-187.
Gilroy, P. (2000). Against race.
Cambridge: Harvard University Press.
Haraway, D. (1997). Modest_Witness@Second_Millennium.
FemaleMan©_Meets_OncomouseTM. Nueva York: Routledge.
Instituto Valenciano de Infertilidad
(IVI) (2023) ¿Qué es el Embryoscope? Disponible en https://ivi.es/tratamientos-reproduccion-asistida/embryoscope/#:~:text=El%20EmbryoScope%C2%AE%20es%20un,de%20CO2%20y%20ox%C3%ADgeno).,
Consultado 24 de octubre de 2023.
Kreimer, P. (2005). Estudio
preliminar. El conocimiento se fabrica. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde?. En Korr
Cetina, Karin. La fabricación del conocimiento. Un ensayo sobre el carácter
constructivista y contextual de la ciencia. Bernal: Universidad Nacional de
Quilmes Editorial.
Latour,
B. (1992). Where are the few missing masses? A sociology of a few mundane
artifacts. En Shapping technology/building society,
editado por Wiebe Bijker y John Law. Cambridge, MA: MIT Press.
Latour, B. (2005). Reensamblar lo
social. Una introducción a la teoría del actor-red. Buenos Aires:
Mantantial.
Latour, B., y Woolgar, S. [1979]
(1986). Laboratory life. The construction of scientific facts.
Princeton, NJ: Princeton University Press.
Michael, M. (2000). These Boots Are
Made for Walking...: Mundane Technology, the Body and Human-Environment
Relations. Body & Society 6(4-3): 107-126.
Phillips, J. (2006). Agencement/Assemblage.
Theory, Culture & Society 23(2-3): 108-109.
Rivera López, E. (2018). El papel de
las ciencias empíricas en el derecho: el estatus del embrión humano. Revista
de Bioética y Derecho 44: 5-17.
Said, E. (2004). Humanisms and
democratic criticism. Nueva York: Columbia University Press.
Truong, N. (2023). Prefacio a
Bruno Latour, Como habitar la Tierra. Aprender a vivir en un mundo
desconcertante. Conversaciones con Nicolas Truong. Buenos Aires: Siglo XXI.
Viveiros de Castro, E. (1998). Cosmological
deixis and Amerindian perspectivism. Journal of the Royal Anthropological
Institute 4(3): 469-488.
Viveiros de Castro, E. (2009). Cannibal
metaphysics: for a post-structural anthropology. Minneapolis: Univocal Publishing.
[1] Sería imposible
resumir aquí la complejidad de este diálogo entre distintos tipos de actores,
sectores sociales, disciplinas y voces. Baste como resumen la consideración de
que la cuestión del estatuto moral y legal del embrión fue abordada una gran
cantidad de veces durante las casi 900 exposiciones (738 en 2018 y 131 en 2020,
Dulbecco, P. et al. 2021) de especialistas que tuvieron lugar con motivo
del debate sobre la Interrupción Voluntaria del Embarazo en el pleno de las
Cámaras de Diputados y Senadores del Congreso de la Nación Argentina en 2018 y
en 2020. A su vez, la cuestión del estatus jurídico y moral del embrión forma
parte también de las argumentaciones provistas en jurisprudencia nacional y
regional sobre aborto y reproducción asistida, como son por ejemplo los fallos
judiciales “Portal de Belén” (Argentina, 2002) y “Artavia Murillo” (CIDH,
2013), en donde la cuestión del estatus jurídico del embrión es un eje central
(Rivera López, E. 2018). Asimismo, cabe citar dentro de este entramado
polifónico en torno al estatus jurídico y moral del embrión las consideraciones
filosóficas, bioéticas, legales, etc. producidas desde entornos científicos.
[2] Si bien la
legislación argentina sobre la cuestión específica del estatus jurídico del
embrión es escasa, pueden hallarse en la jurisprudencia algunos casos
paradigmáticos que han jalonado ese derrotero. Tal como analiza Rivera López
(2018) las sentencias judiciales mencionadas más arriba, “Portal de Belén” y
“Artavia Murillo”, ofrecen perspectivas opuestas sobre el carácter jurídico del
embrión. Mientras el primero considera que el embrión aún no implantado debe
ser considerado persona con derecho a la vida, el fallo Artavia Murillo
sostiene que el embrión humano no implantado no tendría la protección jurídica
que le asigna la Convención Americana de Derechos Humanos (Pacto de San José de
Costa Rica, 1968), “es decir, la protección (en general) de un derecho a la
vida” (2018, p. 10). Asimismo, existen también una cantidad de fallos
judiciales que avalan la consideración del embrión no implantado como persona,
por ejemplo, la sentencia “Sánchez, Elvira Berta c/Mº J y DD HH - art. 6 ley
24.411 (RESOL 409/01)” 22-05-2007 (T. 330, P. 2304) (Campos, 2012). El nuevo
Código Civil y Comercial argentino, que entró en vigor en 2015, es
relativamente ambiguo al respecto (Anonimizado, 2017). Si bien la redacción del
artículo 19 (“Comienzo de la existencia”) formula que “La existencia de la
persona humana comienza con la concepción”, el artículo 20 (“Duración del
embarazo”) enuncia que la [é]poca de la concepción es el lapso entre el máximo
y el mínimo fijados para la duración del embarazo”, dando a entender entonces
que la concepción se corresponde con la implantación del embrión en el útero y
no con la fertilización (unión del óvulo con el espermatozoide); por lo tanto,
que el embrión no implantado no es persona. Lo anterior demuestra que si bien
el derecho es uno de los campos disciplinares que más ha abogado en épocas
recientes a la consideración del embrión humano como no persona, las posturas
sobre este estatus no son de ninguna manera homogéneas al interior de este
ámbito.
[3] Si bien es muy frecuente encontrar referencias generales (y, en
menos ocasiones, citas puntuales) a “la ciencia” para fundamentar tanto
posturas que entienden a la fertilización como inicio de la persona humana,
como las contrarias, que entienden que es la implantación en el útero la que da
comienzo a esta entidad, ha sido mucho menos común la consideración de las
prácticas y caracterizaciones biológicas en su complejidad y extensión como
recurso tanto argumentativo como ontológico para dar recusar el carácter de
persona del embrión humano no implantado. Este artículo pretende ser un principio de
respuesta a esta falta.
[4] EL Diagnóstico
Pre-implantatorio del Embrión (PGT) es un test que se realiza en algunas
ocasiones durante ciclos de reproducción asistida, y que permite conocer la
constitución cromosómica y/o genética del embrión in vitro. Existen diferentes
tipos de test, indicados para diferentes usos. A grandes rasgos, mientras el
llamado PGT-A permite conocer si el embrión tiene la cantidad correcta de
cromosomas (46 en la especie humana), y el PGT-EM permite conocer si el embrión
tiene una mutación genética en un gen que puede ocasionar una enfermedad de ese
origen en la persona resultante. El PGT-A está indicado en casos de pacientes
de mayor edad, fallas reiteradas de implantación, abortos recurrentes o factor
masculino de infertilidad de tipo severo. Se recomienda especialmente para
pacientes que luego de varios intentos de TRHA no logran embarazarse. El PGT-EM
está indicado únicamente en casos de historia conocida de enfermedad genética
en la familia.
[5] Los otros tres
estudios de laboratorio que inauguran los estudios sociales de laboratorio con
enfoques post-Mertonianos (y post-Kuhnianos) son la etnografía de Michael Lynch
en un laboratorio de neurobiología, la de Karin Knorr Cetina en uno de
microbiología y proteínas vegetales, y de la de Sharon Traweek en uno de física
de partículas (Kreimer, 2P. 005).
[6] Si bien la
etnografía en sí misma fue realizada por Bruno Latour, el libro fue escrito por
ambos autores (Kreimer, P. 2005).
[7] Por ejemplo, dada
su aproximación etnometodológica, la etnografía de Lynch pone el acento en
estudiar las conversaciones locales de
los científicos, mientras que la de Knorr Cetina lo hace en dar cuenta del
carácter construido de las reglas
científicas en tanto que el producto de relaciones
de poder y negociaciones (Kreimer, 2005) entre humanos.
[8] Durante su
etnografía en el Instituto Salk, Bruno Latour tuvo la suerte de presenciar la
síntesis artificial de la endorfina, lo que le valió la adjudicación del Premio
Nobel de Medicina (1977) a Roger Guillemin (Truong, 2023).
[9] De hecho, Rosi
Braidotti (2019) es explícita y demoledora en su crítica la TAR, en la que
encuentra una renuncia a examinar la condición del sujeto posthumano dada en la búsqueda de simetría radical entre
objetos y sujetos: “Al reducir la noción de agencia a la crítica de la
distinción sujeto-objeto y al reemplazar la subjetividad con la idea de una
simetría generalizada de actores y objetos, la Teoría del Actor-Red terminó por
tirar al bebé junto con el agua sucia de la bañera. La fortaleza política de la
interconexión relacional entre distintas entidades del mundo queda
desautorizada por la débil ontología adoptada por Latour y los defensores de la
ontología del objeto” (2019:79).
[10] “(…) Bohr argued that theoretical concepts are
defined by the circumstances required for their measurement” (Barad, 199, p. 95),
traducción propia.
[11] “Quantum
wholeness” (Barad, 1998).
[12] El llamado EmbryoScope
es una incubadora que tiene una cámara de video incorporada, por lo que permite
observar el desarrollo de los embriones que se están cultivando en ella sin
tener que retirarlos de la misma (IVI, 2023). Este avance tecnológico no solo
permite evitar someter a los embriones a cambios de temperatura y ambiente (al
no tener que retirarlos y volver a introducirlos dentro de la incubadora para
observarlos), sino que también aumenta las posibilidades de monitoreo
permanente, ya que el embrión permanece a la vista todo el tiempo. De más está
decir que el EmbryoScope es parte de las tecnologías que producen al embrión in
vitro en tanto entidad en permanente transformación (Barad, 1998).
[13] Bruno Latour (2008) define a un mediador como aquello que
transporta fuerza o significado transformándolos, traduciéndolos o
distorsionándolos, mientras que un intermediario deja intactos los flujos que
lo atraviesan. Para un intermediario, definir sus entradas [inputs] es
suficiente para definir sus salidas [outputs].
[14] En su iniciático
estudio del trabajo realizado en un laboratorio de neurobiología, Bruno Latour
propuso entender como “dispositivos de inscripción” a aquellos aparatos
técnicos que permiten transformar la
sustancia material (por ejemplo, una hormona, un músculo, una célula) en algún
tipo de inscripción (una curva, un diagrama, una figura). Lo que resulta
fundamental para comprender el funcionamiento del dispositivo de inscripción en
términos de Latour es que las inscripciones finales resultantes mantienen una relación directa con la
sustancia original; es decir, son consideradas equivalentes (Latour, [1979]
1986), robustas descripciones de la sustancia misma.