Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 28 / Sección ArtÃculos
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
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Crossroads Between Philosophy and Psychoanalysis.
Critique Of the Enlightenment in Its Moral Aspect
from Three Different
Theoretical Positions: F. Nietzsche, Th.W. Adorno, and J. Lacan
Sara Leticia Molina
Investigadora independiente,
Argentina
Recibido: 23-02-2024
Aceptado: 11-08-2025
Resumen. Mientras Adorno y Horkheimer analizan críticamente la modernidad
ilustrada desde la perspectiva social y clasista, Nietzsche repara en la
incidencia de las narrativas desarrolladas por las celebridades del
racionalismo y el peso que el discurso moral tiene en el desencadenamiento de
los sucesos epocales, punto en el que también se sitúa Lacan, quien se detiene
en el estudio riguroso sobre la relación de ese discurso con el goce y la
búsqueda del lugar que ocupa el deseo en la trama tejida entre la moralidad y
la ciencia.
Palabras clave. Crítica de la Ilustración moral; Nietzsche; Adorno/Horkheimer;
Lacan.
Abstract.
While Adorno and Horkheimer critically analyse Enlightenment modernity from a
social and class perspective, Nietzsche focuses on the impact of the narratives
developed by the celebrities of rationalism and the weight that moral discourse
has in the unleashing of epochal events, a point at which Lacan also situates
himself, who dwells on the rigorous study of the relationship of this discourse
with jouissance and the search for the place it occupies desire in the weave
between morality and science.
Keywords.
Critique of the moral Enlightenment; Nietzsche; Adorno/Horkheimer; Lacan.
La contemplación
de la pintura de Eugène Delacroix La Libertad guiando al pueblo es el disparador que nos mueve a la
reflexión sobre la época y la envergadura de esta obra a través de la cual su
autor brinda un homenaje a su país, Francia. Simboliza
el suceso cruento acaecido el 28 de julio de la Revolución de 1830, cuando el
Rey Carlos X disolvió el parlamento, pretendió restringir la libertad de prensa y cometió otros abusos
anticonstitucionales durante la Segunda Restauración.
El acontecimiento
tiene como antecedente la Revolución francesa de 1789, durante la cual la
burguesía nació disputando el poder político y económico a la aristocracia. Esta
situación permitió a Francia alcanzar una importante prosperidad económica. Un
desarrollo industrial incipiente da origen a esa nueva clase social, la
burguesía. Duby y Mandrou aseveran que esa prosperidad llegó hasta 1775
aproximadamente, cuando comenzó la crisis económica que “se prolongó hasta los
primeros años de la revolución, por lo menos hasta 1790” (Esquivel C., 2014, pp. 85-101).
Sabido es que “Libertad, igualdad y fraternidad” fueron los principios que levantó
la Revolución francesa. Los sectores económica y socialmente sumergidos, se
unieron con aquella en la aspiración de conquistar justicia. Sin embargo, el triunfo de la Revolución
no expulsó la miseria en la que vivían los sectores sociales más carenciados.
De ahí las expresiones de descontento y enfrentamientos que precipitan el
acontecimiento que da motivo a la pintura de referencia.
En el lienzo se proyecta lo que Delacroix
interpreta acerca de la realidad político-social por la que Francia atraviesa
en ese momento: el sufrimiento y la muerte que prometen dar a luz a un orden
social de justicia y bienestar para todos. Esta pintura nos conmociona
profundamente[1]. El lienzo
muestra a una bella mujer que sobrevuela rozando el tendal de hombres que yacen
muertos, heridos, moribundos, andrajosos; señores burgueses con sombrero de
copa alta portando un fusil. Un hombre harapiento, de rodillas, se presenta
frente a ella con una expresión de ruego. El movimiento alegórico de La
libertad-mujer impacta como fuerza arrolladora que vuela con sus pechos casi
desnudos en una promesa de vida. Sostiene la bandera de Francia en una mano y
el fusil en la otra.
Las ideas de la Ilustración incidieron
fuertemente en la transformación cuyo resultado fue la consolidación de la
Modernidad. Voltaire, Rousseau y Kant, privilegiados representantes de esas
ideas se vinculan con el desarrollo temático de este trabajo.
Voltaire
(1694-1778), personaje controversial, elogiado y censurado por reyes y
príncipes, según afirma el autor del prefacio presentado por la editorial de
sus Cartas filosóficas, se encuentra entre los primeros
representantes del iluminismo. Defensor de la libertad, reiteradamente expresa
desprecio por el despotismo de cualquier época y de cualquier país donde reina
el fanatismo, la superstición y la tiranía de sus gobernantes. Mira
auspiciosamente la conquista de la justicia.
La palabra mordaz
de Voltaire se dirige, principalmente, a la iglesia. En su “Carta sobre la
“religión anglicana” Voltaire asevera: “Se promete pertenecer a la Iglesia, tal
como la organiza la ley. Ahora bien, no hay obispo, deán o arzobispo que no
crea serlo por derecho divino”. (Voltaire, 1988, p. 41-42). Afirma que la fe y
la ciencia deben marchar por caminos separados.
Según Rousseau
(1712-1778), los hombres nacen libres; el orden social se establece a partir de
convenciones, no proviene de la Naturaleza. Sus ideas gravitaron fuertemente en
la marcha de la revolución. “La constitución del hombre es obra de la naturaleza”
(Rousseau, J. 2017, p. 75) y la primera ley de la naturaleza es el velar por la
propia conservación, por lo tanto, cuando un pueblo es subyugado por la fuerza
tiene el derecho de sacudir el yugo. Los hombres resignan su libertad por
razones de utilidad. El pacto social no destruye la igualdad, sustituye la
desigualdad física que la Naturaleza le otorga por “una igualdad moral y
legítima” (Rousseau, J. 2017, p. 17).
Rousseau declara
la necesidad de mantener la religión separada del Estado, defiende el
cristianismo y la tolerancia religiosa como una cuestión de la intimidad
personal en su relación con Dios.
Kant es el
filósofo que, pensando en las cercanías de Rousseau, ofrece una respuesta
concisa y rigurosa a la pregunta sobre lo que entiende como esencia de la
Ilustración. Su escrito Respuesta a la pregunta qué es la Ilustración
data de 1784. El escrito del pensador de Konisberg, defensor de la libertad de
pensamiento, se dirige al individuo, tratando de movilizarlo hacia una actitud
racional autónoma. En la primera línea de su texto afirma: “La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad” (Kant, I. 2004, p. 33)
y culpa al mismo ser humano de estar sumergido en ese estado, cuando no existe
prohibición ni atadura alguna, sino su cobardía y falta de decisión para
valerse de su propio entendimiento. Más adelante volvemos sobre Kant para destacar
el argumento fundamental de su Ética.
En el marco de este trabajo resulta preciso
hacer alusión al discurso de Robespierre y la concentración de poder dominante
que alcanzó en muy poco tiempo. En setiembre del año 1793, el Terror se
encuentra a la orden del día. Robespierre, líder de la Revolución, defensor de
los desposeídos, y en contra de la pena de muerte, sin embargo apeló a ella. El
9 de Termidor del año II (26 de julio de 1794) cae Robespierre. Entre marzo de
1794 y mayo de 1795, más de mil personas fueron guillotinadas. Se aplica el
“Terror blanco” contra los jacobinos, acusados de todo “el mal”.
Nicolás Martín Olszevicki invoca uno de sus
Discursos para justificar su postulado: la virtud es la contracara del terror.
“¿Por qué habrían de respetarse los derechos de quien no suscribe ni suscribió
jamás al nuevo pacto? Luis fue rey y ahora Francia es una República ‘Luis debe
morir, porque es preciso que la patria viva’” (Olszevicki, N. 2014, p. 128). En
efecto desde la decisión de pasar por la guillotina a Luis XVI todo el discurso
de Robespierre se funda en la moral, y concretamente en la virtud que la
naturaleza dispone como inherencia del ser humano, en consecuencia la matriz de
su accionar pasa por la moralización de la política. Las costumbres, los
prejuicios, las leyes y convenciones han depravado lo que es bueno por
naturaleza afirma siguiendo el principio rousseauniano
En el Discurso del 7 de mayo de 1794 impone
el culto a Dios, en tanto ser Supremo y la creencia en la inmortalidad del
alma, con lo cual confirma definitivamente la moralización de la política y el
destierro del sentido terrenal de la moral postulado por el iluminismo
(Olszevicki, N. 2014).
La apuesta por la
libertad y la justicia y el rechazo hacia el poder dominante de la institución
eclesiástica se halla enfáticamente señalado por los pensadores de la
Ilustración que acabamos de comentar. En este contexto opera el desplazamiento
de la fe hacia el progresivo conocimiento de la naturaleza y sus leyes. Sin
embargo, el devenir de la historia produce el desfallecimiento de esa fe,
cuestión que desemboca en la crítica de la Ilustración. Nos centramos en la
dimensión moral; para ello ponemos en paralelo: la visión de Nietzsche,
acérrimo crítico de la cultura occidental y sus creencias morales, cuya obra se
desarrolla en la segunda mitad del siglo XIX; la perspectiva de Adorno y Horkheimer,
marxistas críticos, que en su Dialéctica de la Ilustración dedican un
extenso apartado a la cuestión moral; y el análisis de Lacan, cuya Ética del
Psicoanálisis, fue publicada en el año 1959.
Estas visiones teóricas
se acercan tangencialmente en algunos puntos, pero se alejan considerablemente,
existiendo profundas diferencias entre sus principales tesis. Nietzsche vuelca
su mirada sobre la singularidad del ser humano para poner de manifiesto lo que
subraya como la mentira sobre la moralidad incrustada en la cultura occidental
y sedimentada en la subjetividad. Los pensadores de la Escuela de Frankfurt,
situados en la tradición marxista, realizan un abordaje clasista y consideran
que el problema moral que aqueja al hombre desde la modernidad es producto de la
ideología burguesa que trae aparejado el desarrollo capitalista. Finalmente,
Lacan en su teoría y práctica psicoanalítica, a través del proceso analítico
del caso por caso en su singularidad, devela y precisa aspectos desconocidos
hasta el surgimiento de Sigmund Freud y el Psicoanálisis.
De lo antedicho
nos ocupamos en lo que sigue.
Una dificultad
con la que nos encontramos en el encuentro con la palabra de Nietzsche. es su estilo fragmentario, poco metódico y asistemático. El estilo
de su escritura nos obliga a rastrear el tema en diversas obras y escritos
póstumos; aunque en el desarrollo de este artículo concedemos prioridad a la
producción de su última etapa.
Entender la
posición nietzscheana en la dimensión moral implica tener en cuenta que para el
filósofo alemán, toda existencia viviente y no viviente es un movimiento
controversial e indetenible de fuerzas, esto es, el devenir de las fuerzas en
diferentes sentidos, semejantes, divergentes o antagónicos, espacio-temporales,
sentidos determinados por el grado de poder de las fuerzas en pugna; en
consecuencia el pensador alemán proclama su rechazo
hacia los sistemas conceptuales, complejo problema en el
que no podemos detenernos aquí (Molina, S.L., 2017); no obstante, es preciso
tenerlo en cuenta para comprender el tópico de la moralidad. Nietzsche rechaza
el dualismo entre vida natural y vida sobrenatural, sostenido por la filosofía
tradicional; de ahí que la célebre frase “Dios ha muerto” (Nietzsche, F.,1999, p.
117) detalladamente explicada y justificada en su obra cobre significado en
esta ruptura con aquel dualismo. La pretensión iluminista en torno a una
moralidad despojada de un mandato trascendental y divino es para Nietzsche una
expresión de total ingenuidad. La vida y la muerte acaecen en la tierra; todo
trascendentalismo supraterrenal obedece al trabajo inventivo de la razón. La
riqueza de la vida que Nietzsche sostiene es resultado de ese movimiento de
fuerzas polémico, gracias al cual la naturaleza es prolífica en la creación de formas
vivientes nuevas y diversas. Según esta perspectiva, el ser humano no escapa de
esta realidad. Las leyes de la naturaleza tienen el estatuto de la creación
científica, son ficciones diseñadas bajo la creencia del poderío de la razón que
llevó al hombre a sentirse capaz de escudriñar alguna esencia para dominarla al
sentir el desamparo y la inexistencia de un cielo protector. “Creemos en la
razón: pero esta es la filosofía de los conceptos grises, el lenguaje está
hecho para acoger todos los más ingenuos prejuicios…” (Nietzsche, F. 2004, p. 162).
La argumentación lógico-racional necesariamente apela a la fijación engañosa de
lo que no admite fijación.
Arsenio Fernandez
cita a Nietzsche: “¿Cuándo llegaremos a desdivinizar por completo la
Naturaleza? ¿Cuándo podremos comenzar nosotros a naturalizarnos …?
(Fernandez G. 2000, p. 42). Nietzsche subraya el término con el que identifica
su anhelo; entendemos que el subrayado obedece a una concepción que se
encuentra en las antípodas de la ilusión rousseauniana; pues según su
perspectiva, la realidad íntima de la naturaleza no se sujeta a leyes; ella es
devenir polémico de las fuerzas, como comentamos arriba.
La crítica de la religión llevada a cabo por
los pensadores de la Ilustración, imprimió su marca en la cultura occidental. Ellos
expresaron su fe en una moralidad propia del ser humano cuando se les permite
vivir en libertad, con justicia y en progresiva igualdad de condiciones. El
resto lo haría la ciencia. Esa fue la expectativa puesta en la Revolución
francesa. Nietzsche ve en la Revolución francesa un fenómeno histórico de
decadencia y creciente mediocridad en Europa, que contrasta con los ideales del
Renacimiento, a los que se refiere con frecuencia, problema también concernido en
sus póstumos. Los principios de Libertad, igualdad y fraternidad -que según
Nietzsche no condicen con la naturaleza humana- alimentaron la tendencia de lo
que el pensador alemán denominó el democratismo o igualitarismo propio de una
creciente uni-formización, nivelación cuyo resultado es esa mediocridad
asentada en la moral del rebaño, o del esclavo, o sea de la “mayoría contra la
excepción” (Nietzsche, F, 2004, p. 182). De acuerdo a nuestra interpretación de
la teoría nietzscheana, es en este marco donde es preciso comprender la
concepción de libertad que subyace en su filosofía: la libertad concebida como
incremento del poder de la vida, posible en la afirmación de sí.
Encontramos
referencias frecuentes respecto de los pensadores ilustrados tenidos en cuenta
en este trabajo. Según Arsenio Ginzo Fernandez la oposición entre los
moralistas más representativos del Iluminismo en Francia, Voltaire y Rousseau “constituye
el rasgo definitorio del siglo de las Luces” (Ginzo Fernandez, A. 2000, p. 36).
Nietzsche destaca la puja entre Voltaire, más ligado al espíritu renacentista en
declinación y Rousseau, cercano al Romanticismo, con su fe en una naturaleza
humana buena, aunque corrompible. El ginebrino es el principal referente de la
Revolución francesa sosteniendo esa fe. De ese modo, según Nietzsche se malogra
la moral aristocrática prevaleciente en Voltaire. Aquí “aristocrático” alude a
los pocos que conservan la fuerza y la afirmación de sí frente al gregarismo
del rebaño (líneas abajo nos detenemos en el tema); no significa privilegio de
un linaje heredado. Nietzsche subraya: “Mi lucha contra el siglo XVIII de
Rousseau, contra su “naturaleza”, su “hombre bueno”, su creencia en el dominio
que ejerce el sentimiento -contra el debilitamiento, la moralización del ser
humano: un ideal nacido del odio contra la naturaleza aristocrática y que in
praxi supone el dominio por parte de los sentimientos desenfrenados del
resentimiento…” (Nietzsche, F. 2006, p. 163). Según la lógica de Rousseau, “la
naturaleza es buena porque un Dios sabio y bueno es su causa…” (Nietzsche, F.
2006, p. 119). Para Nietzsche esta creencia es totalmente engañosa, la
naturaleza no es buena ni mala, pues el devenir polémico de las fuerzas no
tiene causa, no tiene punto de partida ni finalidad.
En este marco, el
argumento kantiano sobre la culpable inmadurez del hombre, y la expectativa
puesta en la posibilidad de soltar las amarras del despotismo gracias al uso
libre de la razón, se desmorona. Pero la crítica más rigurosa se encuentra
dispersa en numerosos textos que, muchas veces sin nombrar la obra, evocan la Crítica
de la razón pura publicada en el año 1781 y la Crítica de la
razón pura práctica, publicada en el año 1788. La primera marca
una distancia con los pensadores ilustrados, pues la dimensión trascendental,
sede de las categorías racionales determinantes de la marcha del conocimiento
es incognoscible, el progreso de la ciencia se ciñe al mundo fenoménico, el de
la apariencia sensible separada de la cosa en sí o mundo nouménico donde
corresponde situar a Dios, el alma, la libertad; mundo al que los límites de la
racionalidad humana impiden acceder. Recordemos que este dualismo es rechazado
por Nietzsche. Las referencias de reprobación de la segunda tienen que ver con
el imperativo categórico y la creencia kantiana en la voluntad buena y su
autonomía. Este imperativo es la ley fundamental de la razón práctica pura que
reza así: “Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre al
mismo tiempo como principio de una legislación universal” (Kant, I. 1788, p. 36).
Kant sostiene que el uso de la razón en su actividad libre puede doblegar emociones,
sentimientos, placeres, pasiones, intereses, y cumplir con el deber, siempre
que la voluntad del sujeto sea buena. En la perspectiva nietzscheana, este
enfoque se contrapone a la vida y a la naturaleza. En la Genealogía de la
moral afirma: “el imperativo categórico huele a crueldad” (Nietzsche, 1986,
p. 74); si su cumplimiento fuera posible, – pero es inviable- aniquilaría una faceta
humana que se oculta porque es vergonzante, indeseable; contrario a la imagen
del “hombre bueno”. Convencido del basamento salvaje que es inherente a la
naturaleza del homo, afirma “Casi todo lo que nosotros denominamos ‘cultura
superior’ se basa en la espiritualización de la crueldad- tal es mi tesis;
aquel ‘animal salvaje’, no ha sido matado en absoluto, vive, prospera,
únicamente -se ha divinizado” (Nietzsche, 1983, pp. 176-177). Volveremos a ello
con Lacan.
De acuerdo con el
rechazo de nociones conceptuales cerradas o definiciones dogmáticas, comprender
la visión nietzscheana de la moralidad exige vedar el dogmatismo. A nuestro
entender, tampoco resulta lícito afirmar que su filosofía defiende la inmoralidad.
Su concepción de lo moral subyace a la crítica que
lleva a cabo sobre la Ilustración y es diseñada en el marco de su acérrima
crítica a la cultura occidental. Para Nietzsche, la moralidad no es una dimensión inherente a la naturaleza
humana. El ser humano no es bueno ni malo. La moralidad es una construcción histórico-cultural. Esta tesis se comprende en el marco de
las fuerzas en movimiento de las que el ser humano forma parte. Por esta razón
es un ser sujeto a contradicciones, en él habita la multiplicidad. El principio
de no-contradicción también es una ficción lógica engañosa. “Afirmar y negar
una misma cosa nos da mal resultado: este es un principio subjetivo de la
experiencia, y en él no se expresa una “necesidad”, sino un no-poder-hacer”.
(Nietzsche, F. 2004, pp. 175-176). Aquí se pone en juego el grado de poder (Macht)
vital de un individuo, comunidad o pueblo, o su depotenciación.
En el movimiento
agónico de las fuerzas, algunas mandan y otras obedecen, tanto en la
interioridad subjetiva como en el espacio social. La alternancia de la posición
jerárquica depende de quien o quienes tienen el ejercicio de un poder
dominante. El calificativo de bueno o malo depende de la palabra considerada
como verdadera y que es establecida por la fuerza que manda en los diferentes
contextos espacio-temporales. En este sentido el Contrato social de Rousseau es
un ideal irrealizable.
La genealogía
de la moral -el único
texto que contiene cierta sistematicidad- es la obra que condensa el análisis
más minucioso del problema sobre el que Nietzsche forja su hipótesis acerca del
comienzo histórico de la faceta moral en el animal que deviene homo gracias a
la memoria construida por él mismo y su incipiente lenguaje. Bajo el temor a
poderes dominantes, y en la necesidad de satisfacer necesidades, surgió la
palabra imprescindible en la convivencia. Si en algo coincide el pensador
alemán con los pensadores ilustrados, es en su reprobación de las expresiones
religiosas configuradas por la institución eclesiástica. Sin embargo, a
diferencia de aquellos, su énfasis está puesto en el análisis de los cambios de
sentido de los términos concernientes a la espiritualidad y en la condena de la
iglesia que inoculó el sentimiento de culpa o la “mala conciencia” (Nietzsche,
1986), con los efectos de sumisión humillante, cobardía y todos los llamados
valores cristianos que revirtieron el sentido del término “bueno”. Valoraciones
que producen el debilitamiento progresivo de los seres humanos. Pero el
concepto de bueno, en tanto atributo de los seres humanos tiene otra
procedencia. Inspirándose en la cultura de la antigua Grecia, sostiene que el
coraje, el arrojo -en ese sentido concibe la superioridad de unos seres humanos
sobre otros - de quienes imprimieron nombres a las cosas- se calificaron de “buenos”
a sí mismos, creando valores propios de un “espíritu noble”, “Fueron los
“buenos” mismos, es decir, los nobles, los poderosos, quienes se sintieron y se
valoraron a sí mismos y a su obrar como buenos” se trata de la excepción que
contrasta con el espíritu de rebaño donde prospera el “malo” que se acomoda al
“cálculo utilitario”, “a la prudencia calculadora”. En este tipo humano se
halla el germen de la moral cristiana, dispuesta a obedecer al “señor”
(Nietzsche, 1986, p. 31-32).
En lo que sigue haremos una breve
referencia al análisis que Adorno y Horkheimer llevan
a cabo sobre la Ilustración en su Dialéctica de la Ilustración, obra
publicada después que finaliza la Segunda Guerra Mundial. Focalizamos la
atención en la relación que los pensadores de Frankfurt establecen entre la
crítica de la Ilustración en el plano científico y el plano moral, inquisidora
reflexión que vuelcan en Excurso II donde aluden a la novela cuyo autor
fue censurado y encarcelado en la misma época, el Marqués de Sade.
Estas consideraciones serán enlazadas con
algunas de las ideas desarrolladas por Lacan acerca de la proximidad entre Kant
y Sade que el psicoanalista encuentra en su pesquisa.
Adorno y Horkheimer ponen de relieve la
ilusión iluminista fundada en una convicción: el temor supersticioso respecto
de poderes ocultos en la naturaleza retenía todo el potencial del hombre e
inhibía el despliegue de su energía, pues se hallaban convencidos acerca de la
felicidad prometida por el progreso del conocimiento. Había que romper las
cadenas que lo ataban impidiendo el desarrollo de la civilización. Para ello
era necesario desentrañar lo oculto en la naturaleza, conocerla en su
funcionamiento y dominarla. La vía seguida por la ciencia hereda el principio
de verdad puesta en los antiguos universales; pero el establecimiento de leyes
universales en la naturaleza es posible a partir de igualar los casos
semejantes, unificarlos e identificarlos para hacerlos funcionales. El
conocimiento no busca la felicidad de los seres humanos, sino el método
adecuado para ejercer dominio. El lenguaje se formaliza, bajo el poder de la
ciencia. “Cuando el lenguaje entra en la historia, los sacerdotes y los magos
son sus amos” (Adorno,Th., 2016, p. 35). El mensaje de esta cita coincide con
el supuesto hipotético de Nietzsche acerca de la palabra considerada verdadera.
La
meta del ideal científico se traduce en rendimiento económico de la burguesía.
El paralelismo entre ciencia y economía capitalista se convierte en reaseguro
de la injusticia sin fin; en consecuencia, la libertad soñada como posibilidad
de realización humana se reduce a la lucha por la autoconservación. La ilusión
utópica y el comportamiento adaptativo necesario para la autoconservación
dieron cauce ilimitado al rendimiento de la actividad económica (Adorno Th.,2016). La irracionalidad de aquellas se tradujo en
minusvaloración o desvalorización del cuerpo, cuestión que menguaba
progresivamente la fuerza. Horkheimer y Adorno, aunque críticos del marxismo,
siguen esa tradición teórica y aseveran: “Cuanto más complicado y refinado es
el aparato social, económico y científico, a cuyo manejo el sistema de
producción ha adaptado desde hace tiempo el cuerpo, tanto más pobres son las
experiencias de las que este es capaz” (Adorno, T. 2016, p. 50). Desde
Nietzsche, según vimos, el debilitamiento creciente del hombre se acrecienta
paulatinamente debido a relaciones de fuerza que exceden el marco del
desarrollo capitalista, debilitamiento que avanza con la complejización de la
vida social y la hegemonía del logos, término griego cuyo significado -
no habrá que olvidar- es razón y lenguaje. La reducción de la potencia vital atraviesa
la historia bajo el dominio del logos.
El si-mismo quedó atrapado en el proceso
técnico, sometido a una cosificación creciente, pues la separación entre vida
sensible e intelecto, “el dominio de los sentidos”, postulado por Kant, acarrea
el empobrecimiento de la experiencia. “La separación de estos ámbitos deja a
ambos dañados” (Adorno, Th. 2016, p.50). Los instintos se fijan y la fantasía
se atrofia. El punto cúlmine en esta catástrofe es que el pensamiento pierde el
momento de la autorreflexión.
El sí- mismo, constituyó sublimado en
sujeto trascendental o lógico, el punto de referencia de la razón, de la
instancia legisladora del obrar (Adorno,Th. 2016, p. 44). Los filósofos de
Frankfurt centralizan la crítica de la ilustración en el sistema kantiano, el
que, según ellos, da razón de ser al posicionamiento teórico del marqués de Sade
y su justificación del mal. “La razón es ‘la facultad de derivar lo particular
de lo universal’. La homogeneidad de lo universal y lo particular está
garantizada, según Kant, por ‘el esquematismo del entendimiento puro’, que
consiste en el obrar inconsciente del mecanismo intelectual que estructura la
percepción conforme al entendimiento. El sistema, armónico con la naturaleza y
sus leyes “ha de predecir los hechos, éstos deben confirmar el sistema; es
decir, la empiria se valida en la razón pura. Pero los hechos pertenecen a la
praxis” (Adorno,Th. 2016, p. 94- 95); lo cual se traduce en actuación y
padecimiento. “El hombre cree librarse del terror cuando ya no existe nada
desconocido” (Adorno, Th., 2016, p. 31). Había que erradicar el temor
supersticioso de los hombres, consistente en creer que la naturaleza alberga en
su seno poderes sobrenaturales,
acechando y amenazando su vida constantemente, y dar rienda suelta al
pensamiento liberador. Ese poder es trasladado a la divinidad que ordena el
dominio sobre la naturaleza, que ha de ser puesta al servicio de la utilidad.
Horkheimer y Adorno subrayan la tesis
kantiana según la cual el sentimiento de los seres humanos en su relación de
temor hacia la naturaleza es lo que los retenía en un estado de inmadurez,
traducido en obediencia ciega a las órdenes de la jerarquía política,
científica, religiosa, impedidos de hacer uso de la libertad racional. El
hombre debía abandonar su culpable minoría de edad. Liberar a los hombres de la
influencia religiosa
era la meta de la filosofía burguesa. Pero la
liberación fue más allá de lo que se propusieron sus humanitarios iniciadores.
La desenfrenada economía de mercado era al mismo tiempo la figura real de la
razón y el poder ante el cual, ésta fracasó (Adorno,Th. 2016, p. 102)
Es absolutamente irrecusable la postura de
los pensadores frankfurtianos acerca del empobrecimiento de la vida humana
cosificada. Resulta inobjetable que la injusticia social acarrea miseria
creciente. En su visión, el ser humano renuncia al placer para asegurar su
autoconservación, condición identificada con la ganancia de una libertad
engañosa.
Sin embargo, nos atrevemos a poner en duda
algunos aspectos en lo atinente a la índole de la condición humana. A nuestro
juicio, a través del hilo argumentativo de nuestros pensadores, es posible
inferir que la naturaleza humana se presenta idealizada. Toda la miseria, la
injusticia, la cosificación del ser humano y las acciones más inhumanas y
criminales resultarían solo producto de las relaciones de dominio
socio-económico y cultural tejidas a través de la historia. En efecto, subrayan
“El dominio no se paga solo con la
alienación de los objetos dominados: con la cosificación del espíritu fueron
hechizadas las mismas relaciones entre los hombres, incluso las de cada
individuo consigo mismo”. La brutalidad del dominio no representa la “verdadera
cualidad de los hombres” (Adorno, Th. 2016, p. 43), en la que los
frankfurtianos no incursionan en este escrito.
Esta incógnita, este enigma, abre las
puertas a otros caminos del pensamiento sobre lo humano y su condición. En ese
sentido, vimos antes que Nietzsche se centra en una perspectiva diferente,
puesta de relieve en la contrastación entre la moral de señores y la moral de
esclavos o del rebaño. Veremos después que Lacan mira el problema desde otro
ángulo, desde el cual el psicoanálisis construyó una perspectiva teórica a
partir del tratamiento caso por caso, teoría que excede ampliamente el marco de
este trabajo. Nos ceñiremos a algunas ideas que nos parecen adecuadas para
continuar la reflexión.
Procuramos cotejar el análisis crítico de los
filósofos frankfurtianos sobre la moral de la Ilustración cuyo eje crítico es
la novela de Sade, con el planteo lacaniano sobre la misma. Tanto Adorno y
Horkheimer como Lacan se expiden acerca de la visión ideológica en la
literatura del marqués, pero desde posicionamientos muy distantes. En tanto
resultado de la Ilustración, los primeros sostienen que la escritura de Sade es
el reflejo de la moral burguesa y de la cosificación del ser humano. Kant es,
según ellos, quien diseña con mayor exactitud el sistema filosófico que sirve
con absoluta adecuación al encubrimiento iluminista. Trataremos de explicar
cómo Lacan ubica al marqués muy cerca de Kant.
Veamos de qué se trata.
¿Cuál es la relación que los pensadores de
Frankfurt establecen entre la crítica de la Ilustración en el plano científico
y el plano moral?
Los pensadores frankfurtianos apelan a la
novela de Sade para revelar que el relato del marqués no es una excepción en el
siglo XVIII europeo, sino la descripción descarnada y sin edulcoraciones de
prácticas habituales.
La Ética del Psicoanálisis cala
profundo en los aspectos mencionados y construye su teoría a partir de sus
elucubraciones en torno a la praxis misma llevada a cabo por Lacan, en cada
caso singular, a través de la experiencia comunicacional analista-analizante. En
lo que sigue abordamos el problema.
En Kant, aun cuando la cosa en sí resulta incognoscible,
ella parece cubierta de una aureola de pureza, pues la Razón ilustrada está
libre de sospecha; lo que falla es el uso. El acercamiento al cumplimiento de
la ley moral, implica una condición sine
quanon: la buena voluntad. Kant confía en ella porque el fin último de la
naturaleza es racional, y la razón ilustrada es buena, en consecuencia, la
naturaleza, en su esencia, es buena. El cumplimiento de la ley moral depende de
la posibilidad de doblegar las inclinaciones patológicas que lo impiden; esa
posibilidad está dada en la libertad de pensamiento, denegada durante el
oscurantismo mitológico y religioso. El pensamiento libre no pudo florecer y
prosperar hasta que la Ilustración libera su potencial.
En definitiva, el andamiaje de la Ética
kantiana se sostiene en la ilusión de la “buena voluntad”. Desde la visión
psicoanalítica, esa ilusión contiene tal grado de ingenuidad que a Lacan no
deja de resultarle graciosa.
La utopía kantiana choca con el poder
burgués, afirman los pensadores de Frankfurt, y el formalismo del imperativo
categórico no obstruye en absoluto el ejercicio del dominio. “El espíritu
ilustrado es enemigo de la autoridad, solo cuando esta carece de fuerza para
obligar a la obediencia” (Adorno, T., 2016, p. 99). Por eso no tiembla la voz
ni el pulso para implantar el terror; de modo que este ocupa el lugar del
antiguo miedo al infierno. El esquematismo de la ley moral kantiana favoreció
este movimiento progresivo del cálculo racional aplicable al comportamiento
moral. Sade lo comprendió muy bien.
Es importante tener en cuenta que la novela
de Sade, Juliette o las prosperidades del
vicio, fue publicada en el año 1796, pocos años después de la Crítica de la Razón Práctica. Si introducimos
estos datos en la trama histórica, a nuestro entender, el entrelazamiento de
ambas obras cobra una significación más que relevante. Veamos algo de ello.
La Revolución francesa con sus ideales de
Libertad, Igualdad y Fraternidad, sigue siendo hoy, indiscutiblemente, una
especie de faro que ilumina un futuro diferente, el que apuesta por una
sociedad justa y un ser humano digno. Sin embargo, creemos que el desenlace de
la violencia criminal tiene relación con los escritos de Sade y con el análisis
lacaniano que los vinculan con la Ética kantiana.
Horkheimer
y Adorno abordan la novela de Sade para mostrar el autoengaño de Kant cuando
postula que la fuente de la virtud está en la autonomía de la razón. Los
pensadores de Frankfurt refutan el argumento kantiano apelando al personaje de
la novela de Sade, Juliette, cuyo comportamiento perverso y delictivo, se
sostiene en el cálculo racional absoluto. Cuanto más racional sea la conducta,
resulta más efectiva. Juliette, que pregona el vicio sin límites, recomienda al
delincuente todo lo que se aviene con la razón formalista en contra de
prohibiciones, tabúes y prácticas virtuosas.
La piedad, la compasión, la bondad y la beneficencia fueron sentimientos rechazados por ser contrarios a la promoción del hombre, pero esta valoración revierte en frialdad burguesa, en acto desafectado y en profundización del dominio. “El reposo de las pasiones” permite “hacer y soportar todo sin emoción”, afirma Juliette (Adorno, Th. 2016, p. 113).
En
su crítica apuntan reiteradamente a la ligazón indisociable entre razón formal
y modo mecánico de producción que neutraliza el placer. Y esta mutilación trae
como consecuencia, el odio, el desprecio y la destrucción. Pero insisten en la
idea de anulación del placer.
Sin
embargo, a nuestro entender, el placer y el goce tienen presencia en diferentes
pasajes de la novela mencionada y en la Historia de Aline y Valcour, cuya
autoría también es de Sade. El sosiego de las pasiones es expresado en ciertas
circunstancias, lo mismo que la anulación del placer; sin embargo, en otras
como las que propicia la obtención de riquezas, el placer concomitante es
exaltado. En Aline y Valcour, uno de
los personajes manifiesta todo su desprecio por las mujeres, consideradas seres
inferiores y débiles subrayando el goce que le produce mientras las destruye
(Adorno, Th. 2016, p.124).
En definitiva, el
placer y el goce no dejan de estar presentes en el accionar frío, en las
operaciones totalmente calculadas. Freud estableció
que el principio del placer es el que regula la actividad del pensamiento.
Lacan incorpora la instancia del goce, categoría clave en su teoría; y el goce
puede ser vivificante o mortífero. En este escrito nos ceñimos a la dimensión
del goce que Lacan elabora en su Ética
del Psicoanálisis.
Jacques Lacan introduce el tratamiento explícito
del campo de la moral a partir de una relectura del Proyecto de psicología,
de Freud, al que se refiere con el término alemán Entwurf. Lacan asevera
que este escrito de Freud se refiere directamente al conflicto moral. No se
trata de algo nuevo, para nada; a través de la historia, todos los diseñadores
de teorías éticas, de su genealogía, no en el sentido que le asigna Nietzsche -aclara-
se han dedicado a reflexionar sobre la experiencia moral.
¿Por qué, después de todo, fue necesario que
los que se dedicaron a la ética retornasen siempre al problema enigmático de la
relación del placer con el bien último en lo tocante a lo que dirige la acción
humana en tanto que moral? (Lacan, J. 2022, p. 50)
Se trata de una antinomia constante e
ineludible entre el esfuerzo moral y el placer. Lacan destaca la íntima
proximidad entre el bien y el mal, pues no existe un Bien absoluto que
garantice “la buena voluntad” postulada por Rousseau y por Kant. Ante este Bien
Soberano, Freud había detenido el análisis frente a la tradición filosófica
sostenida desde la autoridad de Aristóteles, pues, el creador de la teoría
psicoanalítica sostiene que la articulación del pensamiento en la serie de
facilitaciones que él denominó desplazamiento y condensación, la serie de
facilitaciones diseñadas por las representaciones, están determinadas por el
principio del placer en el plano inconsciente. El principio de realidad domina
el “discurso reflexivo, articulable, accesible” (Lacan, J. 2022, p. 64), es
decir, los pensamientos solo llegan a la consciencia en la medida en que pueden
ser verbalizados. De todos modos, el ser humano no aprehende la realidad tal
cual es, sino trozos de la misma; las primeras impresiones del mundo externo le
llegan como signos, como presencia de algo. Sin embargo, cuando Freud habla del
principio de realidad, no se refiere solo a signos visibles. Aquí Lacan
introduce la categoría de das Ding, la Cosa, categoría establecida por
Kant, que en esta etapa de su enseñanza es ubicado en la cercanía de la muerte,
cuestión que Lacan aborda en la Conferencia “Lo
simbólico, lo imaginario y lo real” pronunciada en el Anfiteatro del Hospital
psiquiátrico de Saint-Anne, París, el 8 de julio de 1953. Al comienzo de su
exposición manifestó:
Trataré, sobre todo, muy simplemente, de decir
algunas palabras… sobre lo que quiere decir la confrontación de esos tres
registros que son precisamente los registros esenciales de la realidad humana,
registros, muy distintos y que se llaman: simbólico, lo imaginario y lo real. (8
de julio 1953)
Lacan no hace
referencia clara al registro de lo real en su exposición, pero entendemos que
en el texto de la Ética se liga a la Cosa, tema en el que nos detenemos
enseguida. De acuerdo a los términos vertidos en la Conferencia mencionada, y
dicho muy brevemente, puesto que el tema excede ampliamente el marco de este
desarrollo, el simbolismo es producto del lenguaje, no es la palabra singular,
sino el lenguaje en tanto precede a la constitución de una sociedad, en la
configuración cultural. En principio carece de significación, se trata de lo
que lacan llama “palabras de pase”, a través de las cuales “se constituye un
grupo”. Lo imaginario se forja a partir de la imagen que el yo construye de sí
mismo desde el reflejo en su semejante. En su captación senso-perceptiva, su
cuerpo se halla fragmentado; pero el reflejo es totalizador, razón por la cual
el yo percibe su cuerpo en una suerte de ortopedia. “Es este momento el que hace
volver decisivamente todo el saber humano en la mediatización por el deseo del
otro”. Depende del modo de identificación que asume el sujeto frente al otro,
esta relación acarrea rivalidad, celos, agresividad, sentimientos que conviven
aún “con la ayuda más samaritana” (Lacan, J. 2003, p. 91).
Lacan ajusta los postulados
de Freud. En efecto; más allá del principio del placer, determinado por Freud,
es la muerte, equilibrio homeostático al que aspira la compleja tensión de la
energía. Las llamadas facilitaciones que despliega la representación, son,
según Lacan articulaciones del lenguaje; esto se traduce en la ligazón indefectible
entre el pensamiento, el lenguaje y el placer. Pero Lacan distingue la
homeostasis del goce. Goce no es lo mismo que placer. El goce es la
satisfacción pulsional. Miller se pregunta “¿Qué significa das Ding? Significa que la satisfacción, la verdadera, la
pulsional, no se encuentra ni en lo imaginario ni en lo simbólico, está fuera
de lo simbolizado y es del orden de lo real” (Miller, J.A. 2014, p. 230) El
placer se halla cargado de libido, y es inseparable del pensamiento. La
inquisidora mirada de Lacan alcanza algo más: hay algo previo a la constitución
misma de la vida psíquica, la búsqueda de satisfacción del mayor deseo,
anterior a la categoría de
Cosa, la cual tiene resonancias kantianas por cuanto designa un lugar
infranqueable, aunque el significado atribuido por Lacan se opone a la cosa en
sí kantiana. La cuestión es, afirma Lacan, averiguar de dónde sale la ley
positiva y se mantiene intacta. “Mi tesis es que la ley
moral se articula con la mira de lo real como tal, de lo real que puede ser la
garantía de la Cosa” (Lacan, J. 2022, p. 97).
Se busca lo que Freud llamó la primera huella
de satisfacción, traducido por Lacan como objeto perdido que, si bien es inexistente
como tal, se encuentra siempre en la realidad. En el lugar del objeto imposible
de volver a encontrar a nivel del principio del placer surgió algo…que se
encuentra siempre, pero de una forma completamente cerrada, ciega, enigmática:
el mundo de la física moderna…a su alrededor, se jugó efectivamente al final
del siglo XVIII, durante la Revolución Francesa, la crisis de la moral… cuyas
consecuencias no han sido aún deducidas. (Lacan, 2022,
p. 90)
La Cosa, en alemán Das Ding, señala
la opacidad, la ausencia de localización. Desde el comienzo de la vida de un
ser humano, es algo extraño, extranjero, afirma Lacan, y está afuera y en la
intimidad al mismo tiempo; en consecuencia el sujeto surge escindido (Spaltung)
y así permanecerá, extranjero, “incluso hostil a veces… El Ding es el
elemento aislable en el origen del sujeto… es un primer exterior al sujeto”. En
esa dualidad el sujeto anda a tientas en el mundo de los deseos (Lacan, 2022, p. 69).
Entendemos que este andar a tientas, se debe a que la satisfacción, en la época
de la incorporación de la cuestión moral en su enseñanza, es la de la articulación
metonímica, como afirma Miller, esto es, la articulación verbal, “que
representa al deseo en tanto que se filtra y circula como significado bajo el
significante” (Miller. J.A. 2014, p. 229). Vale la pena la transcripción de una
extensa cita de Lacan con el fin de dilucidar mejor el concepto
El deseo ha de formularse como deseo del Otro,
por ser desde su origen deseo de su deseo. Lo cual hace concebible el acuerdo
de los deseos, pero no sin peligro. Por la razón de que ordenándose en una
cadena… cada uno sin duda tiene la mano en la mano del que le precede, pero
ninguno sabe adónde van todos juntos… El psicoanálisis reconoce en el deseo la
verdad del sujeto [y] no puede desconocer lo que va a seguir, sin demostrar lo
que ella reprime. (Lacan, J. 2009, p. 17)
El
objeto perdido, que nunca existió, será construido, adviene como el Otro
absoluto; esto es la divinidad, la Ley, la autoridad jerárquica, a través de
algo que lo representa, y se lo construye con palabras que producen
satisfacción.
Según Jacques Alain Miller (2016), el
concepto de Cosa adquiere diferentes significaciones, a lo largo de la
enseñanza de Lacan. En la Ética del psicoanálisis lo vincula directamente al
goce, “fuera de significado” y hasta “fuera de lo simbólico”, conduciéndolo al
campo de lo libidinal (Miller, 2016, p. 206). Explica brevemente una serie de
términos que vienen al lugar del goce. Esa serie tiene una constancia que la
atraviesa: en primer lugar, el carácter de absoluto, pues está más allá del
lenguaje, en segundo lugar se trata de algo de lo cual es necesario “mantener
cierta distancia” como la cosa en sí de Kant, y en tercer lugar, afirma Miller
son términos que vuelven siempre al mismo
lugar. Hasta podemos decir que el goce -das Ding, como dice Lacan,
constituye la esencia del mismo lugar, porque en lo simbólico, los lugares se
hacen por sustituciones… mientras que das Ding define precisamente la
absoluta mismidad del lugar (Miller, 2016, p. 206)
Lacan evoca los saberes previos a la ciencia donde justamente lo que
vuelve al mismo lugar orientó el quehacer productivo, con el cambio de las
estaciones, a los marineros en altamar, etc. El trastocamiento de la Ética se
vincula con el hallazgo de Galileo quien descubre que los astros no son
incorruptibles, que pueden no estar siempre en el mismo lugar. La Ética siempre
estuvo ligada a esa búsqueda, pero lo que lleva a cuestionar todo, es la
certeza de que “nada ya en la realidad responde a ese llamado de la seguridad
del retorno”. También las estructuras de parentesco, el intercambio de bienes
está sujeto a la ley. Tengamos en cuenta que en la época de dictado de este
seminario, Lacan se halla estrechamente vinculado al estructuralismo; en ese
sentido, se sujeta a las observaciones e indagaciones de Claude-Levy-Strauss[2]: el hombre mismo “se hace signo, objeto de intercambio reglado”, lo
mismo que sus bienes. “Pero la ética comienza más allá. Comienza cuando el
hombre se pregunta por ese bien que había buscado inconscientemente en las
estructura sociales”. Simultáneamente, “descubre la estrecha vinculación de la
ley con la estructura misma del deseo” (Lacan, 2022, p. 96).
En este marco, vale la pena destacar nuestra posición discordante
con el marxismo, incluso del marxismo crítico, dos de cuyos exponentes traemos
a este trabajo. Sostenemos la visión de Lacan, según la cual la articulación de
necesidades y razón propuesta por Marx no resulta suficiente en la esperanza de
realización humana. Si entendemos el concepto de razón en tanto articulación
significante, ella está presente de modo inconsciente antes del nacimiento y la
aparición de las necesidades; la función del deseo está allí presente en una
estructura primitiva. Entre necesidades y deseos existe el conflicto; ahí
“casualmente es la ley la que echa el resto” (Lacan, J. 2009, p. 744); y en el
núcleo central, opaco, inaccesible se halla el goce que no responde a la
satisfacción de una necesidad, sino “a la satisfacción de una pulsión”. El
funcionamiento de la vida psíquica es acompañado desde el comienzo por la
pulsión, y con ella se “registra, en el registro de la experiencia humana, la
destrucción (Lacan, 2022, p. 260).
La inexorable atadura a la búsqueda del
bien; con ello la persistencia en la construcción de teorías éticas, y la
aproximación al mal en tanto manifestación de la pulsión de destrucción es la expresión
de un real en tanto uno de los registros de la realidad humana que pervive bajo
diversas expresiones a lo largo de la enseñanza de Lacan. Pero la pulsión de
muerte se comprende si hay articulación significante, lo cual implica
historizar, poner en duda lo aceptado por la memoria y el nuevo re-comenzar.
Este rodeo es indispensable para llevarnos a la
gran crisis revolucionaria de la moral, a saber, el cuestionamiento de los
principios allí donde deben ser nuevamente interrogados, es decir, a nivel del
imperativo. Es el culmen, a la vez kantiano y sadista de la Cosa, aquello en lo
cual la moral se transforma, por un lado, en pura y simple aplicación de la
máxima universal, por el otro, en puro y simple objeto. (Lacan, 2022, p. 89)
La Ley moral kantiana no admite la
reciprocidad, y en Sade, la ley deviene solo objeto, inasible en Kant (Lacan, 2009).
Importa destacar algunas
conceptualizaciones desarrolladas por Miller. Mencionamos la ley moral de Kant,
que “sustituye a esa realidad muda que es das Ding” -evoca la cita de
Lacan (Miller, J.A. 2016, p. 207). Otras referencias fundamentales aquí son: el
das Ding, como lugar -que es no lugar- de la madre en tanto objeto del
deseo prohibido; el lugar de la ciencia, como Kant lo formula desde la física
de Newton, en tanto ley universal. El noveno lugar es asignado “al paradigma
sadeano es decir, Sade, dando el ejemplo de transgresión, forzando los límites
del principio de placer y de la realidad, que intenta entrar en el espacio de
la Cosa” (Miller, J.A., 2016, p. 210).
La Cosa, dice Lacan, es la cara y la
contracara del postulado kantiano. Para Kant la Cosa en sí, es el noumenon, incognoscible porque está más
allá del entendimiento que aprehende la apariencia fenoménica de la naturaleza,
no su esencia que corresponde a la trascendencia racional irrepresentable, lo
mismo que la idea de libertad, alma, infinitud. Como expusimos arriba, los
pensadores de la Ilustración buscaron socavar el despotismo de la religión
depositando su fe en leyes eternas atribuidas a la Naturaleza en las que el ser
humano también estaría contenido. La libertad a la que debería acceder es la
garantía de progreso, justicia y felicidad. Lacan insiste en que Kant siempre
se refiere a las leyes de la naturaleza, no de la sociedad. La condición para
alcanzar este estado de cosas en el mundo y el reinado de una moralidad libre,
es el doblegamiento de los sentimientos; y que solo la “buena voluntad”
emergente de la racionalidad libre lo torna posible. Sin embargo,
las sociedades, no solo viven bien, manteniendo
lejos la aplicación de leyes universales, sino que prosperan a través de la
transgresión de las máximas a las que debería someterse el ser humano para
acatar la ley moral kantiana (Lacan, 2022, p. 99)
Solo un sentimiento se impone en la
aprehensión racional de la moralidad: el dolor. Este es un aspecto básico en la
confluencia de Kant con Sade. Al abrir totalmente las compuertas del deseo,
Sade muestra el dolor en el horizonte (Lacan, 2022, p. 102). Lacan insta a
tener en cuenta, “para operar el efecto de choque” la escasa distancia temporal
que media entre la aparición de la Crítica de la Razón Pura, la Crítica
de la Razón Práctica que se publicó en el año 1788, o sea siete años
después de la primera, poco después de Termidor, y poco después, en 1795 la Filosofía
en el tocador, de Sade. La celebridad alcanzada por este Marqués fue
acompañada de “grandes infortunios y de abuso de poder cometido con su persona,
pues permaneció cautivo durante veinticinco años” (Lacan, 2022, p. 99) sin que
haya cometido crimen alguno, hasta donde se sabe. Como ya comentamos antes, la
obra de Sade alcanzó fama, pero siempre censurada. Fue la difusión
fantasmática, procurando mantener lejos el extremo e insoportable placer. A los
neuróticos les resulta difícil “la confesión de algunos de sus fantasmas [que]
en cierto límite, no soportan la revelación de la palabra” (Lacan, 2022, p. 102)[3]. La Ley que impone las prohibiciones da origen a los mandamientos
religiosos en nuestra cultura. Ley que contiene solo palabras emanadas del ser
supremo sin rostro, ni representación, lo imaginario queda excluido, para dar
entrada a lo simbólico directamente conectado “con la afección humana en su
conjunto” (Lacan, 2022, p. 103). Las interdicciones reúnen la Ley y el deseo y
esta función antinómica se halla condicionada por la palabra. La temible
prohibición es el incesto, y dicha interdicción “es la condición para que
subsista la palabra” (Lacan, 2022, p. 88). La cuestión de la propiedad es clave
aquí; los mandamientos prohíben codiciar los bienes ajenos, pero lo que
inconscientemente se desea justamente es lo que otro posee. De ahí, la
importancia de la transgresión inconfesable, pues es lo que produce el “goce
maligno”. Aun cuando la figura del Dios Padre, en tanto Otro absoluto que
ordenó la Ley haya caído, el goce permanece interdicto. “El goce es un mal
porque entraña el mal del prójimo” (Lacan, 2022, p. 229), o sea el que es
espejo, por lo que el amor al prójimo deviene obstáculo en las relaciones
intersubjetivas. En los paradigmas del goce, Miller lo denomina como “el goce
imposible” Es el goce “estructuralmente inaccesible, y solo se accede a él por
transgresión” (Miller, J.A. 2014, p. 232). “El goce imposible significa el goce
real” (Miller, J.A., 2014, p. 230). Esta concepción unilateral del goce es
modulada por Lacan a través de los años; pero no tocaremos el tema de esas
mutaciones.
Según Lacan (2022) el imperativo categórico
podría tener una formulación renovada acorde con los postulados del progreso
científico que impregna toda la teoría kantiana, sin perder su inherencia
legisladora en el campo de la ética. Afirma que “una actualización empleando el
lenguaje de la electrónica y la automatización” podría ser: “Actúa de tal
suerte que tu acción pueda ser siempre programada”. Nadie puede nunca poner en
práctica el axioma moral kantiano. La propuesta de ajuste actualizado que Lacan
enuncia respecto del imperativo se condice perfectamente con las
recomendaciones que sugiere Sade en su novela; donde el máximo placer en la
utilización del cuerpo o parte del mismo es racionalizado, programado y calculado,
hasta en los más sutiles detalles. El esquematismo kantiano se traslada al goce
sexual. Si no descubre el deseo del incesto, que Freud
había detectado “descubre [aquello] que articula su conducta de forma tal que
el objeto de su deseo se mantenga siempre para él a distancia” (Lacan, J. 2022,
pp. 96-97). Lacan advierte que, en el centro infranqueable de la estructura
psíquica, el objeto bueno también es el objeto malo, el
sujeto no tiene garantía alguna; pues el bien absoluto no existe y la mayoría
de las personas evitan acercarse al extremo mal; entonces la defensa se
sostiene “por la estructuración significante en el inconsciente humano” a
través “de la mentira sobre el mal” (Lacan, 2022, p. 94). La consolidación cultural del logos
encubre esa mentira. Creemos que esta sería una de las razones principales del
castigo infligido a Sade.
Lacan
comenta que no vale la pena seguir examinando el problema del mal si no se
abandona “la idea de la trascendencia de un bien cualquiera que podría dictar
al hombre deberes. Hasta entonces, la representación exaltada del mal
conservará su mayor valor revolucionario” (Lacan, 2022, p. 90). No existe el
Soberano Bien, existen bienes a los que se
accede o no. Muchas veces el hombre cedió en deseo por un buen motivo, con
buenas intenciones, pero eso no conforma a las personas. “Pues si hay que hacer
las cosas por el bien…habrá que preguntarse por el bien de quien” (Lacan, 2022,
pp. 390-391).
Atentos a la lectura del discurso
robesperiano y al desenlace de los hechos durante la Revolución francesa,
podemos sostener que la violencia desatada en ese contexto no obedece a la
apropiación del poder por parte de la burguesía únicamente, que no se trata
solo de una cuestión de clase, como afirman Adorno y Horkheimer. Es preciso
tener en cuenta dimensiones de la condición humana, tratados por Nietzsche y
Lacan en sus respectivas diferencias y que los pensadores de Frankfurt no
contemplan.
Siguiendo a Lacan, nos inclinamos a pensar
que el río de palabras vertidas en los textos de los pensadores de la
Ilustración en su extenso encadenamiento significante, por debajo del cual, los
significados se acoplan en sus desviaciones y sustituciones, donde también el
deseo se desliza inadvertido; eso en su conjunto produce la satisfacción
fantasmática. Esa satisfacción vela lo real del amenazante goce mortífero, que
en Robespierre se desata con violencia extrema y Sade lo muestra de modo
caricaturesco en sus escritos.
El discurso moral de los pensadores de la
Ilustración insiste y persiste como recurso defensivo frente al miedo a poderes
extraños, puestos en los representantes eclesiásticos, cuyo poder trataron de
desalojar y que trasladaron a la Naturaleza con su misterio legal que la
ciencia habría de develar. Adorno y Horkheimer analizan detenidamente este
desplazamiento. El miedo está presente también frente a la culpa inoculada
junto a la amenaza del eterno sufrimiento. Estos son los principales factores
debilitadores del poder de la vida, denunciado por Nietzsche.
Lacan subraya que el miedo frente a la culpa,
“ocupa el campo del deseo”. La religión se ocupa de que paguemos la deuda; el
bien se paga por la satisfacción del deseo, pero “se paga con algo que se llama
el goce” (Lacan, J. 2022, p. 394).
La función de la filosofía tradicional ha
sido marcar la medida pretendidamente adecuada de la acción humana. Pero “el
orden de las cosas sobre las que pretende fundarse el orden es el orden de un
poder, un poder humano demasiado humano” (Lacan, J. 2022, pp. 385-394)[4]. Aseveración que lo aproxima Nietzsche, sin mencionarlo. El
filósofo alemán asegura que quienes ejercen el dominio, desde los primeros
atisbos de organización social deciden sobre la acción permitida o prohibida.
Lacan avizoró con suma clarividencia el
futuro en el enunciado que actualiza el imperativo categórico a través del
lenguaje de la electrónica y la automatización. La tendencia es clara: eficacia
de la acción siempre programada. Hoy la ciencia ocupa el lugar del deseo. “Creo
que, a lo largo de este periodo histórico, el deseo del hombre largamente
sondeado, anestesiado, adormecido por los moralistas, domesticado por los
educadores, traicionado por las academias, se refugió en… la pasión del saber”
Los científicos pidieron dinero para poner muchas máquinas al servicio de los
poderes. Mientras tanto, la sabiduría se desmoronaba (Lacan, J. 2022, pp. 396-397).
La neutralización del placer al que se
refieren los pensadores frankfurtinaos no anula el goce que anida en lo real
satisfaciendo la pulsión de muerte, según explica Lacan. ¿Qué es sino el odio
racista, el desprecio hacia la diversidad cultural y sexual, tan funcional, por
otro lado, al hiper desarrollo capitalista al que se refieren Adorno y
Horkheimer?
En definitiva ¿Cuál es la relación entre la
moral y el deseo?
Una parte del mundo está orientada
resueltamente en el servicio de los bienes, rechazando todo lo que concierne a
la relación del hombre con el deseo… Nadie parece darse cuenta de que al
formular así las cosas…se perpetúa la tradición eterna del poder: Continúen trabajando, y en cuanto al deseo,
esperen sentados”; el deseo es “la articulación propia de lo que nos hace
arraigarnos a un destino particular”. (Lacan, J. 2022, pp. 389- 391)
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(Recuperado en mayo de 2025)
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de autor © 2025: Sara Leticia Molina
Declaración
de intereses
La autora declara que no existen conflictos de intereses que
puedan haber influido en los resultados o interpretaciones del presente
artículo.
[1] Según otras versiones
este lienzo alude a la Revolución francesa.
[2] De ahí la preeminencia del registro simbólico que, a
través de los años de su enseñanza, irá cediendo a lo real, aunque los tres
registros se hallan inevitablemente entrelazados.
[3] El fantasma
se constituye en el registro simbólico-imaginario; uno de los tres que
mencionamos anteriormente. Dicho escuetamente, el fantasma es la construcción
simbólico-imaginaria de la realidad.
[4] “Humano
demasiado humano” es el título de un libro de Nietzsche