Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 26 / Sección Artículos
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
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Montaigne y los elementos pirrónicos:
una lectura ecléctica y médica de la Apología de Raimundo Sibiuda

Montaigne and the Pyrrhonian elements:
An eclectic and medical reading of Raymond Sibiuda's Apology.

Federico Uanini

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET),

Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.

Recibido: 01/09/2022

Aceptado: 30/03/2023


Resumen. Nuestro trabajo buscará establecer un vínculo entre los Esbozos Pirrónicos de Sexto Empírico y el ensayo Apología de Raimundo Sibiuda de Michel de Montaigne en lo referido a la actividad filosófica entendida como “terapia”. Para ello, en un primer momento, abogaremos por una forma ecléctica de entender la impronta filosófica de Los Ensayos. En una segunda etapa, exhibiremos la forma en cómo el escéptico presenta el desarrollo de sus tropos pirrónicos para lograr su propuesta ética de ataraxia. En un tercer momento, analizaremos cómo los tropos que expone Sexto Empírico en su texto pueden ser rastreados en el citado ensayo del filósofo francés. Por último, registraremos cómo la presencia pirrónica en Montaigne es partidaria de un enfoque ecléctico y terapéutico que lo diferencia de Sexto Empírico en algunas tesis, pero lo acerca en una forma conjunta de entender a la filosofía como una terapia para la vida.

Palabras clave. Montaigne, Esbozos Pirrónicos, Apología de Ramón Sibiuda, terapia filosófica, eclecticismo.


Abstract. The present essay aims to establish a link between the Outlines of Scepticism of Sextus Empiricus and Apology for Raymond Sebond of Michel de Montaigne regarding the philosophical activity understood as a “therapy”. For this matter, at first, we will defend an eclectic way of understanding the philosophical footprint of The Essays. Secondly, we will explain how the skeptic presents the development of the Pyrrhonic tropes to achieve his ethical proposal of ataraxia. In a third stage, we will analyze how the tropes, explained by Sextus Empiricus in his work, can be traced in the essay of the French philosopher. In the last place, we will give account on how the Pyrrhonic presence in Montaigne advocates for an eclectic and therapeutic profile that distinguish him from Sextus Empiricus in some thesis but, that brings him closer to a joint way of understanding philosophy as a therapy for life.

Keywords. Montaigne, Outlines of Scepticism, Apology for Raymond Sebond, philosophical therapy, eclecticism.



El vínculo entre las diferentes filosofías helenísticas (epicureísmo, pirronismo y estoicismo) y Los Ensayos de Michel de Montaigne motivó una gran producción teórica que hizo partícipe, ya sea de forma tangencial o total, al autor francés de aquellas escuelas y orientaciones que se pretendían como algo más que una producción racional: procuraban ser terapias para resolver los problemas del ser humano. En nuestro trabajo nos centraremos en la presencia de una de estas orientaciones en particular, el escepticismo pirrónico, y su presencia en el ensayo Apología de Raimundo Sibiuda de Montaigne. Intentaremos mostrar cómo entre ambos se halla una vinculación en relación con la actividad filosófica entendida como terapia. Para lograr dicho objetivo exhibiremos, de forma primera, una hipótesis de lectura que nos permite entender a la obra de Montaigne bajo una perspectiva ecléctica donde las diferentes filosofías, entre ellas el pirronismo, cumplen una cierta función alejándonos así de tesis “evolucionistas” con las que han caracterizado interpretaciones canónicas de Los Ensayos. En un segundo momento, exhibiremos cómo la diferencia de tesis filosóficas es un punto de partida para el filósofo pirrónico, a la vez que mostraremos la importancia de los tropos argumentativos en la propuesta ética que pretende el pirronismo. En una tercera instancia daremos cuenta cómo algunos de los tropos que exhibe Sexto Empírico en su obra Esbozos Pirrónicos también pueden encontrarse en el citado ensayo de Montaigne. Por último, daremos cuenta cómo la presencia pirrónica en Montaigne lo acerca a un enfoque ecléctico con tintes terapéuticos que lo aleja de Sexto Empírico en algunos planteos, pero lo acerca en una perspectiva que entiende el hacer filosófico como una terapia para los problemas de la vida.


¿Cómo leer a Montaigne?

Conocida es la afirmación que sitúa la experiencia fundante de la Filosofía en el asombro humano frente al mundo. Sin embargo, no hallamos este gesto en el escepticismo pirrónico que parece ubicar al desacuerdo en el inicio de su propia actividad filosófica. Frente a los conflictos motivados por las diferentes opiniones, el pirrónico proponía el uso de estrategias que tenían por objetivo mostrar una equipolencia entre las teorías en conflicto. Lo buscado por dicho escéptico era la conocida “suspensión del juicio” o epojé que consistía en reconocer que no podemos inclinarnos hacia ninguno de los lados de la disputa en cuestión pues ambos flaquean en la solidez de sus mejores argumentos.

Entre los pocos textos que nos han llegado del pirronismo antiguo los Esbozos Pirrónicos de Sexto Empírico ocupan un rol central. Gracias a la traducción al latín de dicho escrito en el siglo XVI, este filósofo tuvo una fuerte influencia en los debates filosóficos y políticos de la modernidad (Popkin, R. 1983; Basílico, B. 2012). Cuando la Reforma conmocionó a Europa, los debates religiosos tomaron una impronta bélica y el escepticismo pirrónico fue una de sus armas. El pirronismo fue utilizado como herramienta, tanto por protestantes como católicos, para sostener posturas dogmáticas muy alejadas del enfoque ético pretendido originalmente por aquella orientación escéptica (Popkin, R. 1983). En ese contexto de producción escribió el filósofo Michel de Montaigne.

La presencia del escepticismo en la obra del escritor del Périgord es compleja de analizar pues la estructura filosófica y literaria de Los Ensayos implica peculiaridades metodológicas y de lectura muy diferentes a las empleadas en la interpretación de los textos filosóficos donde se destaca una coherencia y síntesis conceptual. Las particularidades del género ensayístico, donde prima lo cambiante sobre lo eterno y lo particular sobre lo universal, han sido consideradas indignas para una cierta actividad filosófica que de forma continua ha puesto su atención en aquello que permanece y no en lo que se halla afectado por el devenir constante (Adorno, T. 1962, 19). Debido a ese rechazo diversas interpretaciones de Montaigne han intentado llevarlo por el “correcto camino” del hacer filosófico, es decir, sistematizar una obra reacia a una conceptualización cerrada y precisa. Lecturas como las que Pierre Villey (1908) realizó a inicios del siglo XX no sólo marcaron un antes y un después en cómo leer al escritor francés, sino que pueden ser también vistas como una forma de darle una exigida coherencia al trabajo de Montaigne producto de una tradición filosófica donde lo pretendidamente incoherente debe ser desechado del canon del pensamiento. La hipótesis interpretativa de Villey realizó la conocida tripartición de Los Ensayos donde cada uno de sus tres libros se vincula con tres de las escuelas y orientaciones filosóficas más famosas del helenismo: el estoicismo (libro I), el escepticismo (libro II)[1] y un epicureísmo sui generis (libro III). Bajo esta perceptiva, direccionada por la presencia del helenismo, las supuestas “contradicciones” que se encuentran en Los Ensayos fueron leídas como diferentes etapas de maduración intelectual o de crisis en el autor francés. El intento de la perspectiva que legó Villey a la historia fue, bajo esta visión, la de intentar sistematizar un estilo de escritura que se torna indócil a tal acción (Force, P. 2009).

Sin embargo, la perspectiva de lectura antes expresada no fue el único intento de responder a la pregunta “¿cómo leer a Montaigne?”. Existen múltiples hipótesis y la que hemos elegido para guiar nuestro trabajo es aquella que propone un enfoque ecléctico para leer ciertos ensayos del pensador de Burdeos (Force, P. 2009). La necesidad de considerar una sistematicidad y coherencia interna en el trabajo del escritor del Périgord ha derivado en lecturas que, opinamos, no captan la verdadera profundidad de ciertos ensayos porque la práctica ensayística es un método filosófico que “no apunta a una construcción cerrada, deductiva o inductiva” (Adorno, T. 1962, 19). El enfoque ecléctico, a diferencia de la perspectiva de Villey, no intenta subsanar las contradicciones en los diferentes ensayos porque no entiende a esas discrepancias como errores o gestos de una supuesta maduración intelectual: más bien, considera en ellos un enfoque pragmático. Sugerimos que el carácter ecléctico de la obra de Montaigne no sería más que el resultado de un procedimiento filosófico donde tanto la lectura de otros autores como la reflexión de sí son necesarias para el intento de “pintarse a sí mismo” que articula a sus Ensayos. Leer a Montaigne bajo esta perspectiva nos permite explicar la problemática presencia conjunta de elementos pirrónicos, estoicos y epicúreos en sus obras: no hay evoluciones en su pensamiento, sino el reconocimiento de que ciertas filosofías son mejores que otras para resolver ciertos problemas.

La constante impronta a su individualidad, en tanto interés por pintarse a sí mismo, es también un argumento a favor de esta perspectiva ecléctica. Sus críticas hacia la medicina y todo saber que universalice afirmaciones sobre el ser humano (Rivera, M. 2010) pueden ser leídas como parte de un discurso que no sólo muestra el profundo desconocimiento que tenemos de nosotros mismos, sino que también cómo el intentar resolver la pregunta que motiva sus textos (el famoso dictum “¿Quién soy?”) nos lleva de forma directa a reconocer que no todas las filosofías nos resultan útiles a todos por igual. Así, por ejemplo, cuando en su vida apremia el dolor y la muerte, el filósofo francés cuenta cómo emplea razonamientos de tipo epicureistas (como se observa en su ensayo La Diversión del Libro III) para distraerse, pues considera que bajo ellos su propio carácter adquiere una mejor forma de soportar los males de la vida. No intenta, a diferencia de otras improntas filosóficas, sugerir que aquello que le resulta beneficioso a su persona debe ser general: más bien, apuesta por una impronta general de autoconocimiento que nos permita saber qué filosofía nos resulta mejor para qué problemas y según qué momento estemos viviendo de nuestra vida. Ejemplos de este tipo son prolíficos en Los Ensayos, y bajo esta perspectiva que entiende a Montaigne como un pensador que puede ser leído en algunos de sus escritos bajo una impronta ecléctica, sin pretender en este gesto una afirmación general hacia cada uno de sus ensayos, intentaremos mostrar en este trabajo cuál es la función de los elementos pirrónicos que aparecen en su voluminoso texto perteneciente al libro II: Apología de Ramón Sibiuda[2].


Modus operandi del pirronismo

El desacuerdo siempre ha estado en la Filosofía, y los debates sobre cuál postura es la verdadera se presenta como una historia continua en el pensamiento. Esta constancia en la discrepancia filosófica fue considerada por muchas escuelas y orientaciones éticas de la antigüedad como algo más que una mera consecuencia del antagonismo entre los diferentes planteos. Para el pirronismo, por ejemplo, la controversia es el origen mismo de su práctica filosófica. En la búsqueda de la “imperturbabilidad del alma”, el thelos de la agogé pirrónica (HP I 25)[3], Sexto Empírico nos relata en el capítulo XII de sus Esbozos Pirrónicos una experiencia que intenta funcionar como metáfora para indicar qué les sucedía a quienes pensaban que, frente a un desacuerdo, era necesario inclinarse hacia una de las posturas en pugna para lograr dicha imperturbabilidad o ataraxia.  Citando la historia del artista Apeles y sus infructuosos intentos por pintar la baba de un caballo (HP I 28), el autor parecería emplearlo como analogía de quienes pretendían encontrar la ataraxia mediante el intento de “enjuiciar la disparidad de los fenómenos y las consideraciones teóricas” (HP I 29). Quien pensaba que determinar la posición correcta dentro de un desacuerdo permitía elucidar la verdad y encontrar la felicidad quedaba tan frustrado como Apeles en su intento de pintura, pues nunca lograba su cometido debido a que las tesis siempre podían ser refutadas y el desacuerdo era constante en las opiniones filosóficas. El objetivo ético, por tanto, no podía alcanzarse si se participaba en el desacuerdo buscando cuál argumento era el correcto.

Fue otra actitud la que le permitió al escéptico[4] acercarse a la anhelada serenidad del espíritu. Nos comenta Sexto que “habiendo empezado el escéptico a filosofar con objeto de decidir entre las percepciones y determinar cuáles eran verdadera y cuáles eran falsas, a fin de alcanzar así la imperturbabilidad, se vio abocado a una ecuánime incertidumbre, no pudiendo resolver la cual, suspendió el juicio” (HP I 26). En efecto, los “más grandes talentos” (HP I 12) intentaron indagar sobre la verdad y la falsedad de las cosas pues pensaron que saber tales cuestiones contribuiría en su felicidad, pero no encontraron más que confusión y angustia. Sin embargo, y siguiendo la anécdota de Apeles, cuando suspendieron su juicio para inclinarse hacia una u otra afirmación, los acompaño por azar esa imperturbabilidad tan buscada.

Para el pirrónico la epojé no era una herramienta meramente epistemológica, y tampoco detenía la investigación por la verdad cuya búsqueda constante es lo que aporta el mote de zetético a los seguidores de Pirrón (HP I 7). El escepticismo consideraba el problema del conocimiento siempre en su estrecho vínculo con una dimensión ético-práctica. El pirrónico planteaba que adherirse a tesis dogmáticas generaba un “sufrimiento doble”, pues a la amargura de padecer un infortunio se le suma la desazón generada por adherir a tesis filosóficas que definían a esas situaciones como “malas por naturaleza” (HP I 30). Suspendiendo el juicio sobre cómo son esos hechos que nos afectan negativamente, el pirrónico sólo puede decir cómo se le aparecen, y frente a ese padecimiento sólo sufrir lo inevitable sin precipitarse a realizar afirmaciones con tintes ontológicos (HP I 30). La declaración inicial de las Hipotiposis Pirrónicas, en donde Sexto define al pirronismo como una capacidad (dynamis) (HP I 8), ya coloca a esta orientación filosófica en un terreno diferente a toda ciencia o cuerpo articulado de conocimiento (Nussbaum, 2012, 358). En el escepticismo uno aprende a hacer algo, en este caso, a contraponer fenómenos y posturas teóricas entre sí (HP I 9; HP I 31) con el objeto de suspender el juicio[5], pero el thelos de esa dynamis es siempre la búsqueda por la imperturbabilidad del alma, el verdadero fin del pirronismo (HP I 25). No debe destacarse en esta agogé, opinamos, a la epojé como lo propiamente buscado, sino que es la ataraxia el objetivo del escéptico. Esta línea de lectura nos permite alejar a Sexto de perspectivas exclusivamente epistemológicas que sólo destacan en el autor pirrónico sus esquemas argumentativos desvinculándolo del tantas veces citado costado ético.

La suspensión de juicio en un desacuerdo se lograría, según Sexto, mediante el uso de estrategias argumentativas denominadas como tropos. Remitiéndose a planteos propios de Enesidemo, el autor relata un conjunto de diez argumentos orientados a motivar la epojé y que radican en mostrar que no tenemos razones suficientes para decir cómo son las cosas, sino sólo cómo se nos aparecen (HP I 78). Destacando la diversidad en la composición de los seres humanos, sus múltiples sentidos y costumbres, entre otras tantas razones, el pirrónico comparte una metodología que propone frente al desacuerdo de tesis reconocer que no hay razones suficientes para elegir una por sobre la otra. La epojé es, por tanto, una consecuencia que se desprende de la anulación de los argumentos entre sí.


Presencia pirrónica en la Apología

En Montaigne también podemos observar esta metodología que Sexto relata en sus Hipotiposis Pirrónicas. Si bien encontramos elementos escépticos en varios de los ensayos del francés, su Apología de Ramón Sibiuda ha sido considerada como un caso paradigmático de su cercanía o simpatía con el pirronismo debido a la gran presencia de estrategias escépticas en el texto. Sabemos que el período de producción de este ensayo coincidió con la lectura del citado texto de Sexto (Popkin, R. 1983), lo cual resulta patente por la cantidad de veces que se emplean los tropos sextianos durante el escrito. Este texto, ubicado en el libro II de sus Essais, está signado por dos críticas que le realizaron al teólogo Ramón Sibiuda: por un lado, las diatribas a su intento de “mediante razones humanas y naturales establecer y verificar contra los ateos todos los artículos de la religión cristiana” (II XII 632) [6] y, por otro, que los argumentos empleados para sostener tal punto son de extrema debilidad (II XII 645). Es en esta última objeción[7] contra Sibiuda donde Montaigne mediante una serie de ejemplos hace uso del arsenal escéptico para problematizar si el ser humano es capaz de obtener certeza alguna por medio de su argumentación y razón (II XII 647).  

Hemos seleccionado tres momentos concretos de la argumentación de Montaigne donde puede encontrarse la presencia de las lecturas de Sexto Empírico en la Apología: a) su análisis de la contraposición entre las facultades animales y las humanas, b) la relación que se establece entre nuestros juicios y las pasiones, y c) las dudas que nos generan las percepciones sensoriales. El objetivo de esta selección radica en que creemos que en ellos se pone de relieve la actitud plástica que Montaigne tiene para con el pirronismo: mantiene una misma estructura argumentativa, pero se diferencia en la conclusión a la cual termina llegando. Veremos cómo el filósofo francés está más interesado en retratar la vanidad humana que en hacer hincapié en lo que Sexto retrata en el libro II de sus Esbozos Pirrónicos: no sabemos cómo es el mundo, sino cómo se nos aparece.

a)- Si bien la comparación entre el ser humano y los animales era común en la filosofía clásica (sobre todo el estoicismo), encontramos en el gobernador de Burdeos un modo de argumentación que se asemeja al tropo sextiano relativo a la diferencia entre los animales (HP I 40 -79). Sexto argumentaba que los diferentes animales tienen diversas imágenes sobre las mismas cosas y que no se quedan atrás en ciertas capacidades de razón y lenguaje frente al ser humano (HP I76). De esto concluye, al mostrar que no son menos fiables que nosotros al conocer (HP I 78), que no queda otra opción que suspender el juicio respecto a cómo las cosas son. Montaigne sigue una línea similar al pirrónico cuando intenta colocar en igualdad de posición al ser humano con los animales. Montaigne realizará afirmaciones tendientes a dar cuenta de la presencia de lenguaje y de organización política compleja (II XII 655) en el reino animal para, con cierto espíritu pirrónico, concluir que el supuesto privilegio del ser humano sobre ellos es ficticio (II XII 666). El sentido de las palabras del francés se aúna en el objetivo de Sexto, pues ambos pretenden mostrar la equivocación del ser humano cuando éste sostiene haber llegado a un conocimiento definitivo. El argumento de Montaigne radica en que los animales han sido catalogados como inferiores al ser humano, pero que dicha conclusión no resiste un análisis básico si comparamos nuestras capacidades con la de ellos. En la misma línea de Sexto (HP I 62), Montaigne llegará a afirmar que esos seres vivos también hacen uso de razón y complejos razonamientos (II XII 672-674), y que hay ciencia en ellos cuando deciden, por ejemplo, qué hierba comer para purgarse (II XII 672). Existe, concluirá, más diferencia entre un hombre y otro, que entre los seres humanos y los animales (II XII 677). El sentido último de Montaigne es indicar que, si hemos sido capaz de juzgar de forma errónea las capacidades de las otras especies en comparación con las del ser humano, es porque antes nos juzgamos mal a nosotros mismos y, por tanto, quien no se entiende a sí mismo nada puede entender (II XII 833). Aunque Montaigne sigue en cierto sentido los razonamientos de las Hipotiposis, se percibe que mientras Sexto habla de las opiniones de los diferentes filósofos y su supuesta verdad sobre el mundo, el pensador del Périgord parece estar preocupado por una verdad ligada a la forma en cómo las personas se han descrito a sí mismas. Es la vanidad, y no la reflexión, la causa de que los seres humanos se hayan colocado a sí mismos por sobre los demás animales (II XII 709). El tropo sextiano, por tanto, aparece en el autor francés tratando desacuerdos, no sobre cómo es el mundo, sino sobre las narrativas que intentan definirnos a nosotros mismos. El enfoque de Montaigne a la hora de hacer uso de los ejemplos que citan animales y sus capacidades es claramente moral (Raga Rosaleny, V. 2012, 500) y lo que se termina discutiendo, entonces, no es sólo si tenemos derechos como humanidad para atribuir o negar a los animales ciertas capacidades, sino también si nosotros mismos podemos atribuirnos aquello que le negamos al animal (Llinàs, J. 2017, 88).

b)- Otro ejemplo donde la metodología pirrónica es empleada por el francés se puede observar cuando éste último relata cómo nuestros juicios se ven constantemente afectados por las pasiones humanas. El autor de los Essais relata que la razón es influenciada por los sentimientos a la hora de defender o sostener los juicios, y por tal motivo resulta necesario que se conozca a sí misma (II XII 847).  Así, continúa, alguien con ánimos muy agitados es capaz de defender y adherir a creencias que no aceptaría tan fácilmente si estuviera en condiciones de tranquilidad. La idea es que las pasiones afectan a la razón y, como ellas son mudables y para nada estables, afectan el juicio volviéndolo inseguro. En ese mismo sentido argumenta Sexto cuando, en su segundo tropo relativo a las diferencias constitutivas entre los seres humanos (HP I 79-90), escribe que las mismas cosas, por cuestiones ligadas al placer y la aversión, afectan de forma diferente a las personas. La idea que subyace en ambos pensadores es la de sostener que nuestra interpretación de lo que sucede se encuentra constantemente afectada por las pasiones, y que por tanto no podemos fiarnos de la razón porque ella misma cae presa de esa inestabilidad. Nuevamente aquí notamos que Sexto emplea su tropo para tratar cuestiones ligadas a las diferentes imágenes sobre el mundo, mientras que Montaigne problematiza la inestabilidad de la razón proponiendo un conocimiento de sí mismo, es decir, la crítica se dirige a un estadio introspectivo que motiva la reflexión de lo frágiles que somos como seres racionales.

c)- Como último ejemplo para mostrar la estrecha relación en la forma en como Montaigne y Sexto argumentan, podemos citar los razonamientos del francés a la hora de analizar cómo los sentidos nos hacen dudar. En los Esbozos Pirrónicos pueden leerse razones tendientes a mostrar que la diferencia entre las percepciones que aportan nuestros sentidos nos impide afirmar cómo en realidad son las cosas, y sólo podemos enunciar cómo se nos aparecen (HP I 93). En esa misma línea argumenta Montaigne cuando plantea que nuestros sentidos son nuestra única fuente para la ciencia (II XII 887), pero que también generan en nosotros múltiples engaños. No sólo cualquier ser humano es capaz de relatar los errores a los que lo inducen los sentidos, sino que estos últimos tienen tal poder sobre nuestro razonamiento que a veces aceptamos impresiones que juzgamos como falsas (II XII 895). De la misma manera que Sexto argumenta que no sabemos si existen otros sentidos que nos permitan captar dimensiones de lo real a las cuales, por carecer de ellos, no accedemos (HP I 96-97), Montaigne escribe, tomando a los animales como ejemplo, que no sabemos si poseemos todos los sentidos pues otros seres vivos son capaces de llevar vidas estando ciegos o sordos (II XII 888). Pero nuevamente aquí observamos que el tropo en el francés se orienta, a diferencia de Sexto, a combatir las perspectivas vanidosas que el ser humano tiene de sí mismo, pues la idea que comparte busca dar cuenta de la fragilidad de nuestra razón y capacidad perceptiva, y resulta por tanto urgente la necesidad de que se conozca a sí misma.

Frente a lo antes expuesto, seguimos a Junqueira Smith (2012) cuando éste afirma que en Montaigne puede observarse una metodología similar a la pirrónica, pues resulta patente que el francés intenta producir contradicciones sobre opiniones que se plantean como verdaderas, aunque en este caso las mismas no traten sobre cómo es el mundo, sino sobre las diferentes formas en cómo el ser humano se ha narrado a sí mismo.


El “eclecticismo terapéutico” de Montaigne

Si bien registramos coincidencias en la forma en que Montaigne y Sexto argumentan, también hemos detectado ciertas diferencias entre ambos. Seguimos a Raga Rosaleny (2019) cuando éste sostiene que la preocupación de Montaigne no es la precipitación, como sí lo era para el pirrónico, sino que el verdadero problema del gobernador de Burdeos era caer en la vanidad a la hora de intentar relatarse a sí mismo. Los tropos del escepticismo tendrían lugar en el francés sólo para combatir la falsa imagen del ser humano sostenida por ciertas filosofías. Mientras Sexto habla de las opiniones y tesis de otros filósofos, Montaigne sólo habla de su vida (Junqueira Smith, P. 2012, 390) y cómo los conocimientos de otros sabios le afectan. Pero estas diferencias no implicarían, sugerimos, una impronta distinta en ambos autores. Ambos se hallan motivados a buscar la verdad: Sexto sobre el mundo y Montaigne sobre sí mismo. Aunque los tropos se empleen de forma diferente, cumplen la misma función crítica. Y es precisamente en la búsqueda de la verdad donde el pirrónico y el francés se aúnan, pues ambos entienden que ciertas filosofías han “enfermado” al ser humano. Encontramos en la Apología el mismo sentido que leemos en las Hipotiposis Pirrónicas (HP I 281) referido a considerar al dogmatismo como el “mal de la arrogancia”, es decir, ver a ciertas afirmaciones filosóficas como una enfermedad (II XII 717) que nos afecta. La crítica de Montaigne pretende indicar que las diferentes filosofías someten al cuerpo a reglas generales de comportamiento (Rivera, M. 2010, 64), derivando en el análisis que reconoce en la filosofía la capacidad de producir males imaginarios. Para Montaigne, “el hombre ha construido su vida en el territorio donde lo real y lo irreal se confunden, donde una mera fantasía puede tener consecuencias absolutamente reales” (Navarro, J. 2005, 89), y por tanto la capacidad de la Filosofía de plantear ideas que puedan afectar nuestra imaginación no es algo menor: es la posibilidad directa de afectar, positiva o negativamente, nuestra vida. Es en esa diatriba donde Montaigne reconoce precisamente la fuerza del pirronismo: si la vanidad es la preocupación central del filósofo del Périgord, una postura como la compartida por Sexto le permite mostrar al ser humano en su flaqueza natural, caracterizando al escepticismo como una invención muy útil (II XII 743)[8].

A Montaigne le resulta, por lo menos en este ensayo, atractiva una propuesta similar a la ataraxia descrita por Sexto. En este sentido podemos leer afirmaciones del francés cercanas al pirronismo cuando escribe que “la posición más segura de nuestro entendimiento, y la más feliz, sería aquella en la cual permanecería sereno, recto, inflexible, sin movimiento y agitaciones” (II XII 842). Esta frase detenta claramente un carácter de imperturbabilidad de espíritu muy cercano al relatado por el pirrónico en sus Hipotiposis (HP I 10, HP I 25 por citar algunos ejemplos). El mantener ese ánimo, tal vez, podría ser el necesario para evitar caer en la vanidad a la hora de definirse a sí mismo y es por eso que los tropos podrían ser utilizados para tal motivo: el pirronismo parecería ser esa filosofía, sin ser tal vez la única, que propone librarnos de “los privilegios fantásticos” (II, XII, 742) sobre las narraciones que hemos hecho sobre el ser humano.

Sin embargo, si bien puede leerse en Montaigne una cierta impronta que lo vincula a Sexto también es necesario destacar que encontramos en el primero un gesto de epojé que no existe en el segundo. Raga Rosaleny sostiene, cuando clarifica las diferencias entre ambos autores, que el pensador de Burdeos reitera en sus ensayos una cierta peculiaridad: suele ofrecer, sobre el tema que está “ensayando”, una gran cantidad de opiniones sin argumentación alguna, denotando que frente a tal variedad casi infinita de tesis no podemos más que desistir en la búsqueda de cuál es la verdadera. No sólo la epojé aquí se cambiaría por una especie de resignación, sino que también se rompería el esquema clásico de la ataraxia como imperturbabilidad: la idea de Montaigne sería la de reconocer el movimiento ininterrumpido del universo (Raga Rosaleny, V. 2019, 73).  Coincidimos con algunos de sus argumentos en tanto creemos que no es posible encontrar en Montaigne una epojé como la que describe Sexto en su texto. Si bien los argumentos que mostramos en secciones pasadas exhiben un uso de los tropos pirrónicos, el autor francés nunca afirma en su Apología una suspensión del juicio. Aunque en algunas partes escribe, por ejemplo, que con respecto a la divinidad lo mejor es seguir el consejo de Sócrates quien sugería no juzgar nada (II XII 797), no basta esta línea para pensar que en dicho ensayo tiene lugar un ejercicio de epojé como el propuesto en el manual escéptico de Sexto. Sumado a las diferentes afirmaciones categóricas que hará en sus otros ensayos, entre ellos el que aquí analizamos, sostenemos que no es posible leer en Montaigne una suspensión del juicio si ésta es entendida solamente en los términos que Sexto relata en sus Hipotiposis. En vínculo con lo antes expuesto, las palabras vertidas en varios de sus escritos donde el autor francés se muestra “muy receptivo a las tesis epicúreas de la infinitud del universo y la pluralidad de los mundos” (Bayod, J. 2013, 325) tornan cada vez más difícil el poder sostener lo estable o imperturbable en un escenario donde la constante es el cambio y la novedad. En el mundo de Montaigne, cambiante y afectado profundamente por la llegada de Europa a América, no hay posibilidad para una actitud imperturbable, sino más bien de reconocimiento sobre el devenir del mundo y de la ignorancia del propio ser humano sobre esa inmensidad.

En la Apología no sólo encontramos la presencia de elementos pirrónicos, sino también una lectura sobre los escépticos que se diferencia de lo planteado por Sexto Empírico. Para Montaigne será la duda lo que caracterizará al pirrónico (II XII 843-844; 886). Diferenciándose del autor de las Hipotiposis, Montaigne planteará que los seguidores de Pirrón tienen opiniones y que los dogmáticos también dudan. Incluso, contradecirá a Sexto (HP I 19-20) cuando al hablar sobre los sentidos afirme que los pirrónicos arruinan lo que muestra la experiencia con sus argumentos (II XII 858). Cuando cita al pirronismo muchas veces lo hace considerándolo como un ejemplo más de las tantas filosofías (por ejemplo, II XII 871), y no como una orientación con mayor dignidad a otras[9]. ¿Cómo, entonces, podemos destacar que el pirronismo tenga en su Apología un lugar importante si también en su texto dicha agogé no se presenta más que como anecdótica? Creemos que la respuesta puede esbozarse si adoptamos una perspectiva de lectura que estuvo subyaciendo todo este tiempo en lo antes expuesto y que consideraría a Montaigne como un autor que puede ser leído bajo la impronta terapéutica que considere a la filosofía como un modo de vida.

El destacar tantas veces en la Apología un nexo entre las diferentes filosofías y los males imaginarios que causan (II XII 667, 686, 713, 716, 717, 720, 722, 738 entre muchas otras) nos motiva a pensar que hay argumentos suficientes para sostener que el autor francés puede ser vinculado con una vieja tradición que entiende a la práctica filosófica como una ejercitación o terapia para la vida (Hadot, P. 2006; Nussbaum, M. 2003). Esta perspectiva, entre la cual se encuentran orientaciones filosóficas como el mismo pirronismo, entendía que la filosofía era capaz de curar enfermedades causadas por creencias tanto del sentido común como de la filosofía o la religión. Se establece, por tanto, no sólo un vínculo entre actividad filosófica y vida cotidiana, sino que también la misma filosofía es vista con capacidad problemática, pero también crítica.  Esto mismo, pensamos, puede leerse en la Apología del francés cuando las tesis filosóficas son criticadas por su caracterización falaz del ser humano y las enfermedades imaginarias que crean, pero también lo vemos cuando ciertas orientaciones como el pirronismo son citadas con una capacidad capaz de lograr una vida feliz (II XII 842) frente a la vanidad creada por la ciencia.

Leer al autor francés bajo esta perspectiva nos permite explicar la problemática presencia conjunta de elementos pirrónicos, estoicos y epicúreos en sus obras que en nuestra primera parte tomaron la forma de una hipótesis ecléctica de lectura. En la filosofía entendida como terapia, relata Nussbaum (2003), el fin último de esta actividad es el lograr curar al enfermo de ciertas creencias, y a ese fin está supeditado el poder de la razón y, obviamente, sus instrumentos: los razonamientos. Pero estos instrumentos pueden ser de múltiples tradiciones, pues se considera que de la misma forma que diferentes enfermedades son tratadas con diferentes tratamientos, lo mismo vale para los “males del alma”: diversos argumentos serán empleados según su capacidad de remediar diversos males “imaginarios”. Esta misma idea está en Sexto cuando relata que los pirrónicos usan argumentos de distintas intensidades para tratar diferentes enfermedades (HP I 280-281). Así, por tanto, nuestra propuesta es que los elementos pirrónicos en Montaigne pueden ser leídos, no en el marco de una adhesión del francés a tal agogé, sino en el sentido de interpretar a dicho filósofo bajo una forma particular del hacer filosófico. En ese sentido, los elementos filosóficos sólo responderían a un uso que permita al autor remediar o combatir sus enfermedades. Un ejemplo de esto, opinamos, puede leerse cuando Montaigne se describe a sí mismo como alguien que no es dado al cambio (II XII 854) pues teme perder con él. Y es por tal motivo, continúa, que intenta mantenerse en la “posición que Dios le dio”, es decir, pretende conservarse en las antiguas creencias religiosas. En esta afirmación podemos leer cierto gesto de “enfermedad” donde las “observaciones vitales” de Sexto (HP I 24) parecerían resultarles útiles. Para no caer en la apraxia, escribe el autor de los Esbozos Pirrónicos, el pirrónico seguirá una guía que propone, entre tantas cosas, vivir según las costumbres del país donde se encuentre. El escéptico podría ayudar a Montaigne en su miedo al cambio en tanto le recomienda y proporciona argumentos para seguir las leyes y costumbres del país donde vive. Es en ese sentido que podemos leer trabajos como los de Manuel Tizziani (2014a, 2014b) donde se exhibe cómo la agogé de Pirrón es un arma empleada por el autor francés para garantizar la obediencia de la población al statu quo político y pensar la forma en cómo se entiende la ley. En pleno conflicto entre hugonotes y católicos, el pirronismo con sus observaciones vitales le permitiría a Montaigne proponer de forma argumentada que su población debe seguir las leyes y costumbres en las que se encontraban, evitando así cualquier tipo de conflicto político que se traduciría en un baño de sangre. El pensador francés haría uso del pirronismo pues le serviría para tratar la “enfermedad” (II XII 630) del protestantismo, a la vez que su “guía vital” le permite dar consuelo al miedo causado por la amenaza constante de inestabilidad.

Sin embargo, como hemos dicho antes, esto no implica que Montaigne sea un pirrónico, sino que entiende al pirronismo en el marco de una terapia donde cada filosofía es capaz de aportar lo suyo según sea la enfermedad que busque curar. Así, por ejemplo, es que hace uso en su Apología, en plena argumentación escéptica, de conceptos propios del epicureísmo para aportar fuerzas a la idea que sostiene a las filosofías como creadoras de falsos placeres (II XII 686). Lejos de sonar contradictorio, y siguiendo el esquema clásico de la filosofía como ejercitación o terapia sobre uno mismo (Hadot, P. 2006) y una impronta ecléctica, si el argumento sirve en su enfoque terapéutico para mostrar cómo la ciencia ha motivado una posición vanidosa en el ser humano, el argumento es válido. En ese mismo sentido consideramos que podría hacer uso de los tropos y la acumulación de opiniones: métodos diversos, pero ambos contribuyen a una prudencia necesaria para evitar narrarse a sí mismo de forma soberbia. Si la enfermedad es la vanidad creada por la ciencia, el autor haría uso de cualquier elemento filosófico-terapéutico que le permita contrarrestar “la peste” (II XII 713) que nos da el convencimiento del saber. Allí el pirronismo aparece no como una metodología, sino como impronta ética que comparte una perspectiva de vida que tal vez podría serle útil al autor para curar parte de sus enfermedades.

El carácter ecléctico de la obra de Montaigne, entre el cual están presente los elementos pirrónicos, sugerimos que no sería más que el resultado de un procedimiento médico donde tanto la lectura de otros filósofos y la reflexión de sí son necesarias para el intento de “pintarse a sí mismo” que moviliza a Los Ensayos. Desestimar la posibilidad de este “eclecticismo terapéutico” como una forma legítima de hacer filosofía es lo que llevó a muchos lectores de Montaigne, como por ejemplo Pierre Villey, a intentar explicar la nutrida presencia de elementos diversos en la obra del francés como etapas de maduración intelectual o de crisis (Force, P. 2009), y no como una forma de hacer filosofía.  La necesidad de considerar una sistematicidad en el trabajo de Montaigne ha derivado en lecturas que, opinamos, no captan la verdadera profundidad del ensayo como método porque “el ensayo no apunta a una construcción cerrada, deductiva o inductiva. Se yergue sobre todo contra la doctrina, arraigada desde Platón, según la cual lo cambiante, lo efímero, es indigno de la filosofía” (Adorno, T. 1962, 19). Es precisamente el carácter ecléctico de la Apología, y de sus otros ensayos donde los elementos pirrónicos tienen nutrida presencia, el que nos permite captar parte del propósito de la escritura de Montaigne: el desarrollo del propio juicio (Force, P. 2009). Si no tenemos contacto con el Ser y sólo captamos la variación de las cosas (II XII 909), si nuestra pretensión de verdad absoluta sobre quiénes somos se ve erosionada por los tropos pirrónicos, no nos queda más que reconocer que nuestra mirada es siempre “el hombre según el hombre”, y en ese reconocimiento de sí mismo como limitado ejercitar el buen uso de nuestro juicio (Rodríguez, J. 2006) sabiendo reconocer qué argumentos nos sirven según nuestro carácter y la ocasión.


Conclusión

En este trabajo mostramos que en Montaigne es posible leer el uso de ciertos tropos que Sexto Empírico emplea en sus Esbozos Pirrónicos. Intentamos mostrar que, si bien esa presencia es contundente, tampoco es motivo suficiente para denominar al filósofo francés como “pirrónico”. Abonamos, en cambio, otra hipótesis de lectura que considera a la presencia pirrónica como parte del ejercicio “medicinal” que Montaigne sostendría en su Apología, el cual puede a su vez ser leído en un enfoque ecléctico que valora el discurso filosófico atendiendo a las necesidades de cada ser humano. Pensamos que el carácter de “enfermedad” está muy presente en los escritos del gobernador de Burdeos, tanto en sus Essais como en su Diario de viaje (Montaigne, M. 2020). En los primeros aparece, como vimos en su Apología, como crítica a las filosofías y los males que genera, pero también en el resto de sus ensayos se presenta como una “historia médica” donde describe lo que favorece su salud o aquellas situaciones en donde la misma decrece. En su Diario de Viaje lo notamos como uno de los motivos que lo lleva a emprender tal odisea, pues inició dicha peregrinación en busca de las aguas termales que le podían ayudar con su famoso padecimiento de cólicos renales. Nuestra hipótesis de lectura, que exhibe al pirronismo como parte del arsenal terapéutico y ecléctico del filósofo, no pretende rechazar a las demás interpretaciones realizadas sobre el autor, sino que considera una posible línea de análisis que reconozca en el amigo de Étienne de La Boétie y en el lector del ecléctico Cicerón una vieja tradición filosófica donde filosofar era también aprender a vivir.


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[1] José Maia Neto (2012) ha escrito sobre la presencia de la filosofía escéptica de la Academia en la Apología de Ramón Sibiuda, lo cual contribuye a complejizar el panorama del pensador de Burdeos habilitando posibles lecturas eclécticas de su obra, dejando de lado las interpretaciones que le adjuntaban los motes de “pirrónico” o “académico” a secas.

[2] A partir de este momento Apología.

[3] Para las citas de los Esbozos Pirrónicos de Sexto Empírico en adelante HP seguido de número romano indicado el libro y número arábigo señalando la línea.  Utilizaremos en este trabajo la traducción de Rafael Sartorio Maulini en la edición de la editorial Akal del año 1996.

[4] A partir de este momento, y siguiendo la distinción realizada por Sexto en HP I 4, el mote “escéptico” designará solamente al pirrónico.

[5] Si bien no será desarrollado en este trabajo, es necesario remarcar la existencia de debates actuales sobre la extensión de la epojé pirrónica en las creencias. Mientras algunos han planteado que la epojé del pirrónico sería total (creencias del sentido común y las filosóficas) (Burnyeat, M. 1993), otros argumentan en favor de que es posible leer en Sexto una suspensión limitada, que sólo afectaría a las afirmaciones de tipo filosóficas (Frede, 1993).

[6] En el caso de las citas de los Ensayos indicaremos, en primer lugar, el número de libro con numeración romana, seguido del capítulo también en romanos, a continuación seguido de la página en arábigo de la edición en español (Los Ensayos, trad. J. Bayod Brau, Acantilado, Barcelona).

[7] A fines anecdóticos resulta importante destacar que, así como esta Apología se escribe en el marco de las críticas a Sibiuda, Montaigne toma caminos diferentes al teólogo de Toulouse en varias oportunidades durante el ensayo.

[8] De forma tal vez irónica, Montaigne reconoce al pirronismo como una invención “muy verosímil” y útil. Dicho término, de clara influencia académica, implica una problematización que aquí no analizaremos, pero si consideramos propicio mencionar: el vínculo entre pirronismo y el academicismo. José Maia Neto (2012) ha escritos sobre la presencia académica en la Apología, y Junqueira Smith (2012) ha propuesto que en el autor francés ambas perspectivas escépticas (pirronismo y academicismo) se encuentran ligadas, y que el francés disolvería la barrera entre ellas.

[9] Algunos estudios, como el de Vicente Raga Rosaleny (2020), plantean que Montaigne, en línea con lo que se puede leer en algunos lugares de la Apología, considera a la verdad como inalcanzable para el ser humano, y por tanto el escepticismo sería visto por el francés como otra de las tantas filosofías que hablan vanamente de la verdad sin reconocer que no pueden alcanzarla.