Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 26 / Sección ArtÃculos
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza, Argentina / 2023 /
.
Montaigne y los elementos pirrónicos:
una lectura ecléctica y médica de la Apología de Raimundo Sibiuda
Montaigne and the
Pyrrhonian elements:
An eclectic and medical reading of
Raymond Sibiuda's Apology.
Federico Uanini
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas
y Técnicas (CONICET),
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.
Recibido: 01/09/2022
Aceptado: 30/03/2023
Resumen. Nuestro trabajo buscará establecer un vínculo
entre los Esbozos Pirrónicos de Sexto Empírico y el ensayo Apología
de Raimundo Sibiuda de Michel de Montaigne en lo referido a la actividad
filosófica entendida como “terapia”. Para ello, en un primer momento,
abogaremos por una forma ecléctica de entender la impronta filosófica de Los
Ensayos. En una segunda etapa, exhibiremos la forma en cómo el escéptico
presenta el desarrollo de sus tropos pirrónicos para lograr su propuesta
ética de ataraxia. En un tercer momento, analizaremos cómo los tropos
que expone Sexto Empírico en su texto pueden ser rastreados en el citado ensayo
del filósofo francés. Por último, registraremos cómo la presencia pirrónica en
Montaigne es partidaria de un enfoque ecléctico y terapéutico que lo diferencia
de Sexto Empírico en algunas tesis, pero lo acerca en una forma conjunta de
entender a la filosofía como una terapia para la vida.
Palabras clave. Montaigne, Esbozos Pirrónicos,
Apología de Ramón Sibiuda, terapia filosófica, eclecticismo.
Abstract. The present essay aims to establish a link
between the Outlines of Scepticism of Sextus Empiricus and Apology
for Raymond Sebond of Michel de Montaigne regarding the philosophical
activity understood as a “therapy”. For this matter, at first, we will defend
an eclectic way of understanding the philosophical footprint of The Essays.
Secondly, we will explain how the skeptic presents the development of the
Pyrrhonic tropes to achieve his ethical proposal of ataraxia. In a third
stage, we will analyze how the tropes, explained by Sextus Empiricus in his work,
can be traced in the essay of the French philosopher. In the last place, we
will give account on how the Pyrrhonic presence in Montaigne advocates for an
eclectic and therapeutic profile that distinguish him from Sextus Empiricus in
some thesis but, that brings him closer to a joint way of understanding
philosophy as a therapy for life.
Keywords. Montaigne, Outlines of Scepticism, Apology
for Raymond Sebond, philosophical therapy, eclecticism.
El vínculo
entre las diferentes filosofías helenísticas (epicureísmo, pirronismo y
estoicismo) y Los Ensayos de Michel de Montaigne motivó una gran
producción teórica que hizo partícipe, ya sea de forma tangencial o total, al
autor francés de aquellas escuelas y orientaciones que se pretendían como algo
más que una producción racional: procuraban ser terapias para resolver los
problemas del ser humano. En nuestro trabajo nos centraremos en la presencia de
una de estas orientaciones en particular, el escepticismo pirrónico, y su
presencia en el ensayo Apología de Raimundo Sibiuda de Montaigne.
Intentaremos mostrar cómo entre ambos se halla una vinculación en relación con
la actividad filosófica entendida como terapia. Para lograr dicho objetivo
exhibiremos, de forma primera, una hipótesis de lectura que nos permite
entender a la obra de Montaigne bajo una perspectiva ecléctica donde las
diferentes filosofías, entre ellas el pirronismo, cumplen una cierta función
alejándonos así de tesis “evolucionistas” con las que han caracterizado
interpretaciones canónicas de Los Ensayos. En un segundo momento,
exhibiremos cómo la diferencia de tesis filosóficas es un punto de partida para
el filósofo pirrónico, a la vez que mostraremos la importancia de los tropos
argumentativos en la propuesta ética que pretende el pirronismo. En una
tercera instancia daremos cuenta cómo algunos de los tropos que exhibe Sexto
Empírico en su obra Esbozos Pirrónicos también pueden encontrarse en el
citado ensayo de Montaigne. Por último, daremos cuenta cómo la presencia
pirrónica en Montaigne lo acerca a un enfoque ecléctico con tintes terapéuticos
que lo aleja de Sexto Empírico en algunos planteos, pero lo acerca en una
perspectiva que entiende el hacer filosófico como una terapia para los problemas
de la vida.
Conocida es la afirmación que sitúa la experiencia fundante
de la Filosofía en el asombro humano frente al mundo. Sin embargo, no hallamos
este gesto en el escepticismo pirrónico que parece ubicar al desacuerdo en el
inicio de su propia actividad filosófica. Frente a los conflictos motivados por
las diferentes opiniones, el pirrónico proponía el uso de estrategias que
tenían por objetivo mostrar una equipolencia entre las teorías en conflicto. Lo
buscado por dicho escéptico era la conocida “suspensión del juicio” o epojé
que consistía en reconocer que no podemos inclinarnos hacia ninguno de los
lados de la disputa en cuestión pues ambos flaquean en la solidez de sus
mejores argumentos.
Entre los pocos textos que nos han llegado del pirronismo
antiguo los Esbozos Pirrónicos de Sexto Empírico ocupan un rol central.
Gracias a la traducción al latín de dicho escrito en el siglo XVI, este
filósofo tuvo una fuerte influencia en los debates filosóficos y políticos de
la modernidad (Popkin, R. 1983; Basílico, B. 2012). Cuando la Reforma
conmocionó a Europa, los debates religiosos tomaron una impronta bélica y el
escepticismo pirrónico fue una de sus armas. El pirronismo fue utilizado como
herramienta, tanto por protestantes como católicos, para sostener posturas
dogmáticas muy alejadas del enfoque ético pretendido originalmente por aquella
orientación escéptica (Popkin, R. 1983). En ese contexto de producción escribió
el filósofo Michel de Montaigne.
La presencia del escepticismo en la obra del escritor del
Périgord es compleja de analizar pues la estructura filosófica y literaria de Los
Ensayos implica peculiaridades metodológicas y de lectura muy diferentes a
las empleadas en la interpretación de los textos filosóficos donde se destaca
una coherencia y síntesis conceptual. Las particularidades del género
ensayístico, donde prima lo cambiante sobre lo eterno y lo particular sobre lo
universal, han sido consideradas indignas para una cierta actividad filosófica
que de forma continua ha puesto su atención en aquello que permanece y no en lo
que se halla afectado por el devenir constante (Adorno, T. 1962, 19). Debido a
ese rechazo diversas interpretaciones de Montaigne han intentado llevarlo por
el “correcto camino” del hacer filosófico, es decir, sistematizar una obra
reacia a una conceptualización cerrada y precisa. Lecturas como las que Pierre
Villey (1908) realizó a inicios del siglo XX no sólo marcaron un antes y un
después en cómo leer al escritor francés, sino que pueden ser también vistas
como una forma de darle una exigida coherencia al trabajo de Montaigne producto
de una tradición filosófica donde lo pretendidamente incoherente debe ser
desechado del canon del pensamiento. La hipótesis interpretativa de Villey
realizó la conocida tripartición de Los Ensayos donde cada uno de
sus tres libros se vincula con tres de las escuelas y orientaciones filosóficas
más famosas del helenismo: el estoicismo (libro I), el escepticismo (libro II)[1]
y un epicureísmo sui generis (libro III). Bajo esta perceptiva,
direccionada por la presencia del helenismo, las supuestas “contradicciones”
que se encuentran en Los Ensayos fueron leídas como diferentes etapas de
maduración intelectual o de crisis en el autor francés. El intento de la
perspectiva que legó Villey a la historia fue, bajo esta visión, la de intentar
sistematizar un estilo de escritura que se torna indócil a tal acción (Force,
P. 2009).
Sin embargo, la perspectiva de lectura antes expresada no
fue el único intento de responder a la pregunta “¿cómo leer a Montaigne?”.
Existen múltiples hipótesis y la que hemos elegido para guiar nuestro trabajo
es aquella que propone un enfoque ecléctico para leer ciertos ensayos del
pensador de Burdeos (Force, P. 2009). La necesidad de considerar una
sistematicidad y coherencia interna en el trabajo del escritor del Périgord ha
derivado en lecturas que, opinamos, no captan la verdadera profundidad de
ciertos ensayos porque la práctica ensayística es un método filosófico que “no
apunta a una construcción cerrada, deductiva o inductiva” (Adorno, T. 1962,
19). El enfoque ecléctico, a diferencia de la perspectiva de Villey, no intenta
subsanar las contradicciones en los diferentes ensayos porque no entiende a
esas discrepancias como errores o gestos de una supuesta maduración
intelectual: más bien, considera en ellos un enfoque pragmático. Sugerimos que
el carácter ecléctico de la obra de Montaigne no sería más que el resultado de
un procedimiento filosófico donde tanto la lectura de otros autores como la
reflexión de sí son necesarias para el intento de “pintarse a sí mismo” que
articula a sus Ensayos. Leer a Montaigne bajo esta perspectiva nos
permite explicar la problemática presencia conjunta de elementos pirrónicos,
estoicos y epicúreos en sus obras: no hay evoluciones en su pensamiento, sino
el reconocimiento de que ciertas filosofías son mejores que otras para resolver
ciertos problemas.
La constante impronta a su individualidad, en tanto interés
por pintarse a sí mismo, es también un argumento a favor de esta
perspectiva ecléctica. Sus críticas hacia la medicina y todo saber que
universalice afirmaciones sobre el ser humano (Rivera, M. 2010) pueden ser
leídas como parte de un discurso que no sólo muestra el profundo desconocimiento
que tenemos de nosotros mismos, sino que también cómo el intentar resolver la
pregunta que motiva sus textos (el famoso dictum “¿Quién soy?”) nos
lleva de forma directa a reconocer que no todas las filosofías nos resultan
útiles a todos por igual. Así, por ejemplo, cuando en su vida apremia el dolor
y la muerte, el filósofo francés cuenta cómo emplea razonamientos de tipo epicureistas
(como se observa en su ensayo La Diversión del Libro III) para
distraerse, pues considera que bajo ellos su propio carácter adquiere
una mejor forma de soportar los males de la vida. No intenta, a diferencia de
otras improntas filosóficas, sugerir que aquello que le resulta beneficioso a
su persona debe ser general: más bien, apuesta por una impronta general de
autoconocimiento que nos permita saber qué filosofía nos resulta mejor para qué
problemas y según qué momento estemos viviendo de nuestra vida. Ejemplos de
este tipo son prolíficos en Los Ensayos, y bajo esta perspectiva que
entiende a Montaigne como un pensador que puede ser leído en algunos de sus
escritos bajo una impronta ecléctica, sin pretender en este gesto una
afirmación general hacia cada uno de sus ensayos, intentaremos mostrar en este
trabajo cuál es la función de los elementos pirrónicos que aparecen en su
voluminoso texto perteneciente al libro II: Apología de Ramón Sibiuda[2].
El desacuerdo siempre ha estado en
la Filosofía, y los debates sobre cuál postura es la verdadera se presenta como
una historia continua en el pensamiento. Esta constancia en la discrepancia
filosófica fue considerada por muchas escuelas y orientaciones éticas de la
antigüedad como algo más que una mera consecuencia del antagonismo entre los
diferentes planteos. Para el pirronismo, por ejemplo, la controversia es el
origen mismo de su práctica filosófica. En la búsqueda de la “imperturbabilidad
del alma”, el thelos de la agogé pirrónica (HP I 25)[3],
Sexto Empírico nos relata en el capítulo XII de sus Esbozos Pirrónicos una
experiencia que intenta funcionar como metáfora para indicar qué les sucedía a
quienes pensaban que, frente a un desacuerdo, era necesario inclinarse hacia
una de las posturas en pugna para lograr dicha imperturbabilidad o ataraxia. Citando la historia del artista Apeles y sus
infructuosos intentos por pintar la baba de un caballo (HP I 28), el autor
parecería emplearlo como analogía de quienes pretendían encontrar la ataraxia
mediante el intento de “enjuiciar la disparidad de los fenómenos y las
consideraciones teóricas” (HP I 29). Quien pensaba que determinar la posición
correcta dentro de un desacuerdo permitía elucidar la verdad y encontrar la
felicidad quedaba tan frustrado como Apeles en su intento de pintura, pues
nunca lograba su cometido debido a que las tesis siempre podían ser refutadas y
el desacuerdo era constante en las opiniones filosóficas. El objetivo
ético, por tanto, no podía alcanzarse si se participaba en el desacuerdo
buscando cuál argumento era el correcto.
Fue otra actitud la que le permitió al escéptico[4]
acercarse a la anhelada serenidad del espíritu. Nos comenta Sexto que “habiendo
empezado el escéptico a filosofar con objeto de decidir entre las percepciones
y determinar cuáles eran verdadera y cuáles eran falsas, a fin de alcanzar así
la imperturbabilidad, se vio abocado a una ecuánime incertidumbre, no pudiendo
resolver la cual, suspendió el juicio” (HP I 26). En efecto, los “más grandes
talentos” (HP I 12) intentaron indagar sobre la verdad y la falsedad de las
cosas pues pensaron que saber tales cuestiones contribuiría en su felicidad,
pero no encontraron más que confusión y angustia. Sin embargo, y siguiendo la
anécdota de Apeles, cuando suspendieron su juicio para inclinarse hacia una u
otra afirmación, los acompaño por azar esa imperturbabilidad tan
buscada.
Para el pirrónico la epojé no era una herramienta
meramente epistemológica, y tampoco detenía la investigación por la verdad cuya
búsqueda constante es lo que aporta el mote de zetético a los seguidores
de Pirrón (HP I 7). El escepticismo consideraba el problema del conocimiento siempre
en su estrecho vínculo con una dimensión ético-práctica. El pirrónico planteaba
que adherirse a tesis dogmáticas generaba un “sufrimiento doble”, pues a la
amargura de padecer un infortunio se le suma la desazón generada por adherir a
tesis filosóficas que definían a esas situaciones como “malas por naturaleza”
(HP I 30). Suspendiendo el juicio sobre cómo son esos hechos que nos
afectan negativamente, el pirrónico sólo puede decir cómo se le aparecen,
y frente a ese padecimiento sólo sufrir lo inevitable sin precipitarse a
realizar afirmaciones con tintes ontológicos (HP I 30). La declaración inicial
de las Hipotiposis Pirrónicas, en donde Sexto define al pirronismo como
una capacidad (dynamis) (HP I 8), ya coloca a esta orientación
filosófica en un terreno diferente a toda ciencia o cuerpo articulado de
conocimiento (Nussbaum, 2012, 358). En el escepticismo uno aprende a hacer
algo, en este caso, a contraponer fenómenos y posturas teóricas entre sí (HP I
9; HP I 31) con el objeto de suspender el juicio[5],
pero el thelos de esa dynamis es siempre la búsqueda por la
imperturbabilidad del alma, el verdadero fin del pirronismo (HP I 25). No debe
destacarse en esta agogé, opinamos, a la epojé como lo
propiamente buscado, sino que es la ataraxia el objetivo del escéptico.
Esta línea de lectura nos permite alejar a Sexto de perspectivas exclusivamente
epistemológicas que sólo destacan en el autor pirrónico sus esquemas
argumentativos desvinculándolo del tantas veces citado costado ético.
La suspensión de juicio en un desacuerdo se lograría, según
Sexto, mediante el uso de estrategias argumentativas denominadas como tropos.
Remitiéndose a planteos propios de Enesidemo, el autor relata un conjunto de
diez argumentos orientados a motivar la epojé y que radican en mostrar
que no tenemos razones suficientes para decir cómo son las cosas, sino
sólo cómo se nos aparecen (HP I 78). Destacando la diversidad en la
composición de los seres humanos, sus múltiples sentidos y costumbres, entre
otras tantas razones, el pirrónico comparte una metodología que propone frente
al desacuerdo de tesis reconocer que no hay razones suficientes para elegir una
por sobre la otra. La epojé es, por tanto, una consecuencia que se
desprende de la anulación de los argumentos entre sí.
En Montaigne también
podemos observar esta metodología que Sexto relata en sus Hipotiposis
Pirrónicas. Si bien encontramos elementos escépticos en varios de los
ensayos del francés, su Apología de Ramón Sibiuda ha sido considerada
como un caso paradigmático de su cercanía o simpatía con el pirronismo debido a
la gran presencia de estrategias escépticas en el texto. Sabemos que el período
de producción de este ensayo coincidió con la lectura del citado texto de Sexto
(Popkin, R. 1983), lo cual resulta patente por la cantidad de veces que se
emplean los tropos sextianos durante el escrito. Este
texto, ubicado en el libro II de sus Essais, está signado por dos
críticas que le realizaron al teólogo Ramón Sibiuda: por un lado, las diatribas
a su intento de “mediante razones humanas y naturales establecer y verificar
contra los ateos todos los artículos de la religión cristiana” (II XII 632)
[6]
y, por otro, que los argumentos empleados para sostener tal punto
son de extrema debilidad (II XII 645). Es en esta última objeción[7] contra Sibiuda donde Montaigne mediante una
serie de ejemplos hace uso del arsenal escéptico para problematizar si el ser
humano es capaz de obtener certeza alguna por medio de su argumentación y razón
(II XII 647).
Hemos seleccionado
tres momentos concretos de la argumentación de Montaigne donde puede
encontrarse la presencia de las lecturas de Sexto Empírico en la Apología:
a) su análisis de la contraposición entre las facultades animales y las humanas,
b) la relación que se establece entre nuestros juicios y las pasiones, y c) las
dudas que nos generan las percepciones sensoriales. El objetivo de esta
selección radica en que creemos que en ellos se pone de relieve la actitud
plástica que Montaigne tiene para con el pirronismo: mantiene una misma
estructura argumentativa, pero se diferencia en la conclusión a la cual termina
llegando. Veremos cómo el filósofo francés está más interesado en retratar la
vanidad humana que en hacer hincapié en lo que Sexto retrata en el libro II de
sus Esbozos Pirrónicos: no sabemos cómo es el mundo, sino cómo se nos
aparece.
a)- Si bien la
comparación entre el ser humano y los animales era común en la filosofía
clásica (sobre todo el estoicismo), encontramos en el gobernador de Burdeos un
modo de argumentación que se asemeja al tropo sextiano relativo a la
diferencia entre los animales (HP I 40 -79). Sexto argumentaba que los
diferentes animales tienen diversas imágenes sobre las mismas cosas y que no se
quedan atrás en ciertas capacidades de razón y lenguaje frente al ser humano
(HP I76). De esto concluye, al mostrar que no son menos fiables que nosotros al
conocer (HP I 78), que no queda otra opción que suspender el juicio respecto a
cómo las cosas son. Montaigne sigue una línea similar al pirrónico
cuando intenta colocar en igualdad de posición al ser humano con los animales.
Montaigne realizará afirmaciones tendientes a dar cuenta de la presencia de
lenguaje y de organización política compleja (II XII 655) en el reino animal
para, con cierto espíritu pirrónico, concluir que el supuesto privilegio del
ser humano sobre ellos es ficticio (II XII 666). El sentido de las palabras del
francés se aúna en el objetivo de Sexto, pues ambos pretenden mostrar la
equivocación del ser humano cuando éste sostiene haber llegado a un conocimiento
definitivo. El argumento de Montaigne radica en que los animales han sido
catalogados como inferiores al ser humano, pero que dicha conclusión no resiste
un análisis básico si comparamos nuestras capacidades con la de ellos. En la
misma línea de Sexto (HP I 62), Montaigne llegará a afirmar que esos seres
vivos también hacen uso de razón y complejos razonamientos (II XII 672-674), y
que hay ciencia en ellos cuando deciden, por ejemplo, qué hierba comer para
purgarse (II XII 672). Existe, concluirá, más diferencia entre un hombre y
otro, que entre los seres humanos y los animales (II XII 677). El sentido
último de Montaigne es indicar que, si hemos sido capaz de juzgar de forma
errónea las capacidades de las otras especies en comparación con las del ser
humano, es porque antes nos juzgamos mal a nosotros mismos y, por tanto, quien
no se entiende a sí mismo nada puede entender (II XII 833). Aunque Montaigne
sigue en cierto sentido los razonamientos de las Hipotiposis, se percibe
que mientras Sexto habla de las opiniones de los diferentes filósofos y su
supuesta verdad sobre el mundo, el pensador del Périgord parece estar
preocupado por una verdad ligada a la forma en cómo las personas se han
descrito a sí mismas. Es la vanidad, y no la reflexión, la causa de que los
seres humanos se hayan colocado a sí mismos por sobre los demás animales (II
XII 709). El tropo sextiano, por tanto, aparece en el autor francés
tratando desacuerdos, no sobre cómo es el mundo, sino sobre las narrativas que
intentan definirnos a nosotros mismos. El enfoque de Montaigne a la hora de
hacer uso de los ejemplos que citan animales y sus capacidades es claramente
moral (Raga Rosaleny, V. 2012, 500) y lo que se termina discutiendo, entonces,
no es sólo si tenemos derechos como humanidad para atribuir o negar a los
animales ciertas capacidades, sino también si nosotros mismos podemos
atribuirnos aquello que le negamos al animal (Llinàs, J. 2017, 88).
b)- Otro ejemplo
donde la metodología pirrónica es empleada por el francés se puede observar
cuando éste último relata cómo nuestros juicios se ven constantemente afectados
por las pasiones humanas. El autor de los Essais relata que la razón es
influenciada por los sentimientos a la hora de defender o sostener los juicios,
y por tal motivo resulta necesario que se conozca a sí misma (II XII 847). Así, continúa, alguien con ánimos muy agitados
es capaz de defender y adherir a creencias que no aceptaría tan fácilmente si
estuviera en condiciones de tranquilidad. La idea es que las pasiones afectan a
la razón y, como ellas son mudables y para nada estables, afectan el juicio
volviéndolo inseguro. En ese mismo sentido argumenta Sexto cuando, en su
segundo tropo relativo a las diferencias constitutivas entre los seres
humanos (HP I 79-90), escribe que las mismas cosas, por cuestiones ligadas al
placer y la aversión, afectan de forma diferente a las personas. La idea que
subyace en ambos pensadores es la de sostener que nuestra interpretación de lo
que sucede se encuentra constantemente afectada por las pasiones, y que por
tanto no podemos fiarnos de la razón porque ella misma cae presa de esa
inestabilidad. Nuevamente aquí notamos que Sexto emplea su tropo para tratar
cuestiones ligadas a las diferentes imágenes sobre el mundo, mientras que
Montaigne problematiza la inestabilidad de la razón proponiendo un conocimiento
de sí mismo, es decir, la crítica se dirige a un estadio introspectivo que
motiva la reflexión de lo frágiles que somos como seres racionales.
c)- Como último ejemplo para mostrar la estrecha relación en
la forma en como Montaigne y Sexto argumentan, podemos citar los razonamientos
del francés a la hora de analizar cómo los sentidos nos hacen dudar. En los Esbozos
Pirrónicos pueden leerse razones tendientes a mostrar que la diferencia
entre las percepciones que aportan nuestros sentidos nos impide afirmar cómo en
realidad son las cosas, y sólo podemos enunciar cómo se nos aparecen
(HP I 93). En esa misma línea argumenta Montaigne cuando plantea que nuestros
sentidos son nuestra única fuente para la ciencia (II XII 887), pero que
también generan en nosotros múltiples engaños. No sólo cualquier ser humano es
capaz de relatar los errores a los que lo inducen los sentidos, sino que estos
últimos tienen tal poder sobre nuestro razonamiento que a veces aceptamos
impresiones que juzgamos como falsas (II XII 895). De la misma manera que Sexto
argumenta que no sabemos si existen otros sentidos que nos permitan captar
dimensiones de lo real a las cuales, por carecer de ellos, no accedemos (HP I
96-97), Montaigne escribe, tomando a los animales como ejemplo, que no sabemos
si poseemos todos los sentidos pues otros seres vivos son capaces de llevar
vidas estando ciegos o sordos (II XII 888). Pero nuevamente aquí observamos que
el tropo en el francés se orienta, a diferencia de Sexto, a combatir las
perspectivas vanidosas que el ser humano tiene de sí mismo, pues la idea que
comparte busca dar cuenta de la fragilidad de nuestra razón y capacidad
perceptiva, y resulta por tanto urgente la necesidad de que se conozca a sí
misma.
Frente a lo antes expuesto, seguimos a Junqueira Smith
(2012) cuando éste afirma que en Montaigne puede observarse una metodología
similar a la pirrónica, pues resulta patente que el francés intenta producir
contradicciones sobre opiniones que se plantean como verdaderas, aunque en este
caso las mismas no traten sobre cómo es el mundo, sino sobre las diferentes
formas en cómo el ser humano se ha narrado a sí mismo.
Si bien registramos coincidencias en la forma en que
Montaigne y Sexto argumentan, también hemos detectado ciertas diferencias entre
ambos. Seguimos a Raga Rosaleny (2019) cuando éste sostiene que la preocupación
de Montaigne no es la precipitación, como sí lo era para el pirrónico, sino que
el verdadero problema del gobernador de Burdeos era caer en la vanidad a la
hora de intentar relatarse a sí mismo. Los tropos del escepticismo
tendrían lugar en el francés sólo para combatir la falsa imagen del ser humano
sostenida por ciertas filosofías. Mientras Sexto habla de las opiniones y tesis
de otros filósofos, Montaigne sólo habla de su vida (Junqueira Smith, P. 2012,
390) y cómo los conocimientos de otros sabios le afectan. Pero estas
diferencias no implicarían, sugerimos, una impronta distinta en ambos autores.
Ambos se hallan motivados a buscar la verdad: Sexto sobre el mundo y Montaigne
sobre sí mismo. Aunque los tropos se empleen de forma diferente, cumplen
la misma función crítica. Y es precisamente en la búsqueda de la verdad donde
el pirrónico y el francés se aúnan, pues ambos entienden que ciertas filosofías
han “enfermado” al ser humano. Encontramos en la Apología el mismo
sentido que leemos en las Hipotiposis Pirrónicas (HP I 281) referido a
considerar al dogmatismo como el “mal de la arrogancia”, es decir, ver a
ciertas afirmaciones filosóficas como una enfermedad (II XII 717) que nos
afecta. La crítica de Montaigne pretende indicar que las diferentes filosofías
someten al cuerpo a reglas generales de comportamiento (Rivera, M. 2010, 64),
derivando en el análisis que reconoce en la filosofía la capacidad de producir
males imaginarios. Para Montaigne, “el hombre ha construido su vida en el
territorio donde lo real y lo irreal se confunden, donde una mera fantasía
puede tener consecuencias absolutamente reales” (Navarro, J. 2005, 89), y por
tanto la capacidad de la Filosofía de plantear ideas que puedan afectar nuestra
imaginación no es algo menor: es la posibilidad directa de afectar, positiva o
negativamente, nuestra vida. Es en esa diatriba donde Montaigne reconoce
precisamente la fuerza del pirronismo: si la vanidad es la preocupación central
del filósofo del Périgord, una postura como la compartida por Sexto le permite
mostrar al ser humano en su flaqueza natural, caracterizando al escepticismo
como una invención muy útil (II XII 743)[8].
A Montaigne le resulta, por lo menos en este ensayo,
atractiva una propuesta similar a la ataraxia descrita por Sexto. En
este sentido podemos leer afirmaciones del francés cercanas al pirronismo
cuando escribe que “la posición más segura de nuestro entendimiento, y la más
feliz, sería aquella en la cual permanecería sereno, recto, inflexible, sin
movimiento y agitaciones” (II XII 842). Esta frase detenta claramente un
carácter de imperturbabilidad de espíritu muy cercano al relatado por el
pirrónico en sus Hipotiposis (HP I 10, HP I 25 por citar algunos
ejemplos). El mantener ese ánimo, tal vez, podría ser el necesario para evitar
caer en la vanidad a la hora de definirse a sí mismo y es por eso que los tropos
podrían ser utilizados para tal motivo: el pirronismo parecería ser esa
filosofía, sin ser tal vez la única, que propone librarnos de “los privilegios
fantásticos” (II, XII, 742) sobre las narraciones que hemos hecho sobre el ser
humano.
Sin embargo, si bien puede leerse en Montaigne una cierta
impronta que lo vincula a Sexto también es necesario destacar que encontramos
en el primero un gesto de epojé que no existe en el segundo. Raga
Rosaleny sostiene, cuando clarifica las diferencias entre ambos autores, que el
pensador de Burdeos reitera en sus ensayos una cierta peculiaridad: suele
ofrecer, sobre el tema que está “ensayando”, una gran cantidad de opiniones sin
argumentación alguna, denotando que frente a tal variedad casi infinita de
tesis no podemos más que desistir en la búsqueda de cuál es la verdadera. No
sólo la epojé aquí se cambiaría por una especie de resignación, sino que
también se rompería el esquema clásico de la ataraxia como
imperturbabilidad: la idea de Montaigne sería la de reconocer el movimiento
ininterrumpido del universo (Raga Rosaleny, V. 2019, 73). Coincidimos con algunos de sus argumentos en
tanto creemos que no es posible encontrar en Montaigne una epojé como la
que describe Sexto en su texto. Si bien los argumentos que mostramos en
secciones pasadas exhiben un uso de los tropos pirrónicos, el autor
francés nunca afirma en su Apología una suspensión del juicio. Aunque en
algunas partes escribe, por ejemplo, que con respecto a la divinidad lo mejor
es seguir el consejo de Sócrates quien sugería no juzgar nada (II XII 797), no
basta esta línea para pensar que en dicho ensayo tiene lugar un ejercicio de epojé
como el propuesto en el manual escéptico de Sexto. Sumado a las diferentes
afirmaciones categóricas que hará en sus otros ensayos, entre ellos el que aquí
analizamos, sostenemos que no es posible leer en Montaigne una suspensión del
juicio si ésta es entendida solamente en los términos que Sexto relata en sus Hipotiposis.
En vínculo con lo antes expuesto, las palabras vertidas en varios de sus
escritos donde el autor francés se muestra “muy receptivo a las tesis epicúreas
de la infinitud del universo y la pluralidad de los mundos” (Bayod, J. 2013,
325) tornan cada vez más difícil el poder sostener lo estable o imperturbable
en un escenario donde la constante es el cambio y la novedad. En el mundo de
Montaigne, cambiante y afectado profundamente por la llegada de Europa a
América, no hay posibilidad para una actitud imperturbable, sino más bien de
reconocimiento sobre el devenir del mundo y de la ignorancia del propio ser
humano sobre esa inmensidad.
En la Apología no sólo encontramos la presencia de
elementos pirrónicos, sino también una lectura sobre los escépticos que se
diferencia de lo planteado por Sexto Empírico. Para Montaigne será la duda lo
que caracterizará al pirrónico (II XII 843-844; 886). Diferenciándose del autor
de las Hipotiposis, Montaigne planteará que los seguidores de Pirrón
tienen opiniones y que los dogmáticos también dudan. Incluso, contradecirá a
Sexto (HP I 19-20) cuando al hablar sobre los sentidos afirme que los
pirrónicos arruinan lo que muestra la experiencia con sus argumentos (II XII
858). Cuando cita al pirronismo muchas veces lo hace considerándolo como un
ejemplo más de las tantas filosofías (por ejemplo, II XII 871), y no como una
orientación con mayor dignidad a otras[9].
¿Cómo, entonces, podemos destacar que el pirronismo tenga en su Apología
un lugar importante si también en su texto dicha agogé no se presenta
más que como anecdótica? Creemos que la respuesta puede esbozarse si adoptamos
una perspectiva de lectura que estuvo subyaciendo todo este tiempo en lo antes
expuesto y que consideraría a Montaigne como un autor que puede ser leído bajo
la impronta terapéutica que considere a la filosofía como un modo de vida.
El destacar tantas veces en la Apología un nexo entre
las diferentes filosofías y los males imaginarios que causan (II XII 667, 686,
713, 716, 717, 720, 722, 738 entre muchas otras) nos motiva a pensar que hay
argumentos suficientes para sostener que el autor francés puede ser vinculado
con una vieja tradición que entiende a la práctica filosófica como una ejercitación
o terapia para la vida (Hadot, P. 2006; Nussbaum, M. 2003). Esta perspectiva,
entre la cual se encuentran orientaciones filosóficas como el mismo pirronismo,
entendía que la filosofía era capaz de curar enfermedades causadas por
creencias tanto del sentido común como de la filosofía o la religión. Se
establece, por tanto, no sólo un vínculo entre actividad filosófica y vida
cotidiana, sino que también la misma filosofía es vista con capacidad
problemática, pero también crítica. Esto
mismo, pensamos, puede leerse en la Apología del francés cuando las
tesis filosóficas son criticadas por su caracterización falaz del ser humano y
las enfermedades imaginarias que crean, pero también lo vemos cuando ciertas
orientaciones como el pirronismo son citadas con una capacidad capaz de
lograr una vida feliz (II XII 842) frente a la vanidad creada por la ciencia.
Leer al autor francés bajo esta perspectiva nos permite
explicar la problemática presencia conjunta de elementos pirrónicos, estoicos y
epicúreos en sus obras que en nuestra primera parte tomaron la forma de una
hipótesis ecléctica de lectura. En la filosofía entendida como terapia, relata
Nussbaum (2003), el fin último de esta actividad es el lograr curar al enfermo
de ciertas creencias, y a ese fin está supeditado el poder de la razón y,
obviamente, sus instrumentos: los razonamientos. Pero estos instrumentos pueden
ser de múltiples tradiciones, pues se considera que de la misma forma que
diferentes enfermedades son tratadas con diferentes tratamientos, lo mismo vale
para los “males del alma”: diversos argumentos serán empleados según su
capacidad de remediar diversos males “imaginarios”. Esta misma idea está en
Sexto cuando relata que los pirrónicos usan argumentos de distintas
intensidades para tratar diferentes enfermedades (HP I 280-281). Así, por
tanto, nuestra propuesta es que los elementos pirrónicos en Montaigne pueden
ser leídos, no en el marco de una adhesión del francés a tal agogé, sino
en el sentido de interpretar a dicho filósofo bajo una forma particular del
hacer filosófico. En ese sentido, los elementos filosóficos sólo responderían a
un uso que permita al autor remediar o combatir sus enfermedades. Un ejemplo de
esto, opinamos, puede leerse cuando Montaigne se describe a sí mismo como
alguien que no es dado al cambio (II XII 854) pues teme perder con él. Y es por
tal motivo, continúa, que intenta mantenerse en la “posición que Dios le dio”,
es decir, pretende conservarse en las antiguas creencias religiosas. En esta
afirmación podemos leer cierto gesto de “enfermedad” donde las “observaciones
vitales” de Sexto (HP I 24) parecerían resultarles útiles. Para no caer en la apraxia,
escribe el autor de los Esbozos Pirrónicos, el pirrónico seguirá una
guía que propone, entre tantas cosas, vivir según las costumbres del país donde
se encuentre. El escéptico podría ayudar a Montaigne en su miedo al cambio en
tanto le recomienda y proporciona argumentos para seguir las leyes y costumbres
del país donde vive. Es en ese sentido que podemos leer trabajos como los de
Manuel Tizziani (2014a, 2014b) donde se exhibe cómo la agogé de Pirrón
es un arma empleada por el autor francés para garantizar la obediencia de la
población al statu quo político y pensar la forma en cómo se entiende la
ley. En pleno conflicto entre hugonotes y católicos, el pirronismo con sus
observaciones vitales le permitiría a Montaigne proponer de forma argumentada
que su población debe seguir las leyes y costumbres en las que se encontraban,
evitando así cualquier tipo de conflicto político que se traduciría en un baño
de sangre. El pensador francés haría uso del pirronismo pues le serviría para
tratar la “enfermedad” (II XII 630) del protestantismo, a la vez que su “guía
vital” le permite dar consuelo al miedo causado por la amenaza constante de
inestabilidad.
Sin embargo, como hemos dicho antes, esto no implica que
Montaigne sea un pirrónico, sino que entiende al pirronismo en el marco de una
terapia donde cada filosofía es capaz de aportar lo suyo según sea la
enfermedad que busque curar. Así, por ejemplo, es que hace uso en su Apología,
en plena argumentación escéptica, de conceptos propios del epicureísmo para
aportar fuerzas a la idea que sostiene a las filosofías como creadoras de
falsos placeres (II XII 686). Lejos de sonar contradictorio, y siguiendo el
esquema clásico de la filosofía como ejercitación o terapia sobre uno mismo
(Hadot, P. 2006) y una impronta ecléctica, si el argumento sirve en su enfoque
terapéutico para mostrar cómo la ciencia ha motivado una posición vanidosa en
el ser humano, el argumento es válido. En ese mismo sentido consideramos que
podría hacer uso de los tropos y la acumulación de opiniones: métodos
diversos, pero ambos contribuyen a una prudencia necesaria para evitar narrarse
a sí mismo de forma soberbia. Si la enfermedad es la vanidad creada por la
ciencia, el autor haría uso de cualquier elemento filosófico-terapéutico que le
permita contrarrestar “la peste” (II XII 713) que nos da el convencimiento del
saber. Allí el pirronismo aparece no como una metodología, sino como impronta
ética que comparte una perspectiva de vida que tal vez podría serle útil al
autor para curar parte de sus enfermedades.
El carácter ecléctico de la obra de Montaigne, entre el cual
están presente los elementos pirrónicos, sugerimos que no sería más que el
resultado de un procedimiento médico donde tanto la lectura de otros filósofos
y la reflexión de sí son necesarias para el intento de “pintarse a sí mismo”
que moviliza a Los Ensayos. Desestimar la posibilidad de este
“eclecticismo terapéutico” como una forma legítima de hacer filosofía es lo que
llevó a muchos lectores de Montaigne, como por ejemplo Pierre Villey, a
intentar explicar la nutrida presencia de elementos diversos en la obra del
francés como etapas de maduración intelectual o de crisis (Force, P. 2009), y
no como una forma de hacer filosofía. La
necesidad de considerar una sistematicidad en el trabajo de Montaigne ha
derivado en lecturas que, opinamos, no captan la verdadera profundidad del
ensayo como método porque “el ensayo no apunta a una construcción cerrada,
deductiva o inductiva. Se yergue sobre todo contra la doctrina, arraigada desde
Platón, según la cual lo cambiante, lo efímero, es indigno de la filosofía”
(Adorno, T. 1962, 19). Es precisamente el carácter ecléctico de la Apología,
y de sus otros ensayos donde los elementos pirrónicos tienen nutrida presencia,
el que nos permite captar parte del propósito de la escritura de Montaigne: el
desarrollo del propio juicio (Force, P. 2009). Si no tenemos contacto con el
Ser y sólo captamos la variación de las cosas (II XII 909), si nuestra
pretensión de verdad absoluta sobre quiénes somos se ve erosionada por los tropos
pirrónicos, no nos queda más que reconocer que nuestra mirada es siempre
“el hombre según el hombre”, y en ese reconocimiento de sí mismo como limitado
ejercitar el buen uso de nuestro juicio (Rodríguez, J. 2006) sabiendo reconocer
qué argumentos nos sirven según nuestro carácter y la ocasión.
En este trabajo mostramos que en Montaigne es posible leer
el uso de ciertos tropos que Sexto Empírico emplea en sus Esbozos
Pirrónicos. Intentamos mostrar que, si bien esa presencia es contundente,
tampoco es motivo suficiente para denominar al filósofo francés como
“pirrónico”. Abonamos, en cambio, otra hipótesis de lectura que considera a la
presencia pirrónica como parte del ejercicio “medicinal” que Montaigne
sostendría en su Apología, el cual puede a su vez ser leído en un
enfoque ecléctico que valora el discurso filosófico atendiendo a las
necesidades de cada ser humano. Pensamos que el carácter de “enfermedad” está
muy presente en los escritos del gobernador de Burdeos, tanto en sus Essais
como en su Diario de viaje (Montaigne, M. 2020). En los primeros
aparece, como vimos en su Apología, como crítica a las filosofías y los
males que genera, pero también en el resto de sus ensayos se presenta como una
“historia médica” donde describe lo que favorece su salud o aquellas
situaciones en donde la misma decrece. En su Diario de Viaje lo notamos
como uno de los motivos que lo lleva a emprender tal odisea, pues inició dicha
peregrinación en busca de las aguas termales que le podían ayudar con su famoso
padecimiento de cólicos renales. Nuestra hipótesis de lectura, que exhibe al
pirronismo como parte del arsenal terapéutico y ecléctico del filósofo, no
pretende rechazar a las demás interpretaciones realizadas sobre el autor, sino
que considera una posible línea de análisis que reconozca en el amigo de
Étienne de La Boétie y en el lector del ecléctico Cicerón una vieja tradición
filosófica donde filosofar era también aprender a vivir.
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[1]
José Maia Neto (2012) ha escrito sobre la presencia de la filosofía escéptica
de la Academia en la Apología de Ramón Sibiuda, lo cual contribuye a
complejizar el panorama del pensador de Burdeos habilitando posibles lecturas
eclécticas de su obra, dejando de lado las interpretaciones que le adjuntaban
los motes de “pirrónico” o “académico” a secas.
[2]
A partir de este momento Apología.
[3]
Para las citas de los Esbozos Pirrónicos de Sexto Empírico en adelante
HP seguido de número romano indicado el libro y número arábigo señalando la
línea. Utilizaremos en este trabajo la
traducción de Rafael Sartorio Maulini en la edición
de la editorial Akal del año 1996.
[4]
A partir de este momento, y siguiendo la distinción realizada por Sexto en HP I
4, el mote “escéptico” designará solamente al pirrónico.
[5] Si bien no será desarrollado en este trabajo, es necesario
remarcar la existencia de debates actuales sobre la extensión de la epojé
pirrónica en las creencias. Mientras algunos han planteado que la epojé
del pirrónico sería total (creencias del sentido común y las filosóficas)
(Burnyeat, M. 1993), otros argumentan en favor de que es posible leer en Sexto
una suspensión limitada, que sólo afectaría a las afirmaciones de tipo
filosóficas (Frede, 1993).
[6]
En el caso de las citas de los Ensayos indicaremos, en primer lugar, el
número de libro con numeración romana, seguido del capítulo también en romanos,
a continuación seguido de la página en arábigo de la edición en español (Los
Ensayos, trad. J. Bayod Brau, Acantilado, Barcelona).
[7]
A fines anecdóticos resulta importante destacar que, así como esta Apología se
escribe en el marco de las críticas a Sibiuda, Montaigne toma caminos
diferentes al teólogo de Toulouse en varias oportunidades durante el ensayo.
[8]
De forma tal vez irónica, Montaigne reconoce al pirronismo como una invención
“muy verosímil” y útil. Dicho término, de clara influencia académica, implica
una problematización que aquí no analizaremos, pero si consideramos propicio
mencionar: el vínculo entre pirronismo y el academicismo. José Maia Neto (2012)
ha escritos sobre la presencia académica en la Apología, y Junqueira Smith
(2012) ha propuesto que en el autor francés ambas perspectivas escépticas
(pirronismo y academicismo) se encuentran ligadas, y que el francés disolvería
la barrera entre ellas.
[9]
Algunos estudios, como el de Vicente Raga Rosaleny (2020), plantean que
Montaigne, en línea con lo que se puede leer en algunos lugares de la Apología,
considera a la verdad como inalcanzable para el ser humano, y por tanto el
escepticismo sería visto por el francés como otra de las tantas filosofías que
hablan vanamente de la verdad sin reconocer que no pueden alcanzarla.