Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 26 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2023 /
.
To
shakespeareanize Latin American history. Caliban and Puck in Rubén Darío
Universidad de Picardie Jules Verne, Chile
Recibido: 25-03-2023
Aceptado: 29-05-2023
Resumen. A partir de la alabanza de Marx
a la capacidad de Shakespeare de mostrar las tensiones de una coyuntura
histórica, proponemos una lectura de Calibán distinta a la lectura identitaria
realizada por Fernández Retamar. Para ello, nos detenemos en los usos de
Shakespeare en la obra de Rubén Darío. Partimos comentando la lectura que hace
en Chile, en contraposición a lecturas positivistas de Shakespeare entonces
imperantes, de Pedro y José Miguel Balmaceda como personajes shakespearianos.
Después, comentamos su ensayo sobre Calibán, buscando mostrar cómo allí Darío
rehúye de cualquier separación simple entre idea y materia que pudiera celebrar
al discurso humanista. Finalmente, revisamos la aparición de Puck en dos
cuentos y un poema de Darío, para mostrar cómo tal personaje cifra el arte en
la incerteza de una promesa que no se identifica ni con Ariel ni con Calibán.
Palabras clave. Rubén Darío, Shakespeare, Puck,
Calibán, Fernández Retamar.
Abstract. Based on Marx's praise of Shakespeare's capacity to show the tensions
of a historical conjuncture, we propose a reading of Caliban different from the
identitarian reading made by Fernández Retamar. To do so, we focus on the uses
of Shakespeare in Rubén Darío's work. We begin with a commentary on his reading
of Pedro and José Miguel Balmaceda as Shakespearean characters in Chile,
compared to the previous readings of Shakespeare in Chile, as proposed by positivism.
We then comment his essay on Caliban, seeking to show how Darío avoids any
humanist separation between idea and matter. Finally, we examine the appearance
of Puck in two stories and a poem by Darío, in order to show how such a
character encodes art in the uncertainty that runs through the literary opening
to a promise that is identified neither with Ariel nor with Caliban.
Keywords. Rubén Darío, Shakespeare, Puck, Caliban, Fernández Retamar.
The nineteenth century dislike of realism is the rage of Caliban seeing
his own face in a glass.
The nineteenth century dislike of romanticism is the
rage of Caliban not seeing his own face in a glass.
(Oscar Wilde)
En un
fascinante ensayo, José Sazbón recuerda que la pasión de Marx por Shakespeare
está lejos de limitarse a un afán literario ajeno a las disputas filosóficas y
políticas que atraviesan las escrituras de Marx. Casi no hay texto marxiano,
según Sazbón, que no abunde en referencias a Shakespeare (Sazbón, J. 1981,
103).
Evidentemente,
la afirmación puede parecer exagerada si nos limitamos a buscar la existencia
de citas directas de Shakespeare en los textos de Marx[2]. Sin embargo,
es sensata si buscamos pensar cómo la mirada marxiana de la historia política
moderna se orienta por cierta consideración shakespeariana. Es decir, de cierto
análisis de un sujeto históricamente atravesado por fuerzas mayores que sí
mismo, pero que no se dejan resumir en algún principio que los explique o
asegure su destino, mucho menos en algún Dios que explique algún destino.
El Capital, de hecho, se
vale de Shakespeare para explicar la capacidad del dinero de eliminar las
diferencias y habilitar una nueva forma privada de poder social (Marx, 2010,
161). La sociedad burguesa puede comprenderse al leer las determinaciones de
los poderes que creen gobernar, sin que exista alguien detrás de sus enredos.
Como en Shakespeare, en Marx se elabora cierta mirada del conflicto histórico
que ya no se deja por algún héroe que se sustraiga de las contradicciones que
constituyen su presente.
Con
Shakespeare, Marx puede retratar los sujetos que, más allá de cualquier
concepción individual de la biografía, expresan la lucha de clases. Contra
cualquier lectura unitaria del progreso, contra cualquier seguridad moral que
identificase las clases dominadas con la virtud, Shakespeare permite a Marx
leer la constitutiva ambivalencia de los personajes históricos, así como la
involuntariedad de las resoluciones de los distintos conflictos en los que se
ven envueltos.
En esa
línea, una mirada crítica de la historia de la lucha de clases no pasa por
ensalzar a los grupos dominados, sino por mostrar las tensiones que los
atraviesan. De ahí que Marx reproche a Lasalle por presentar una versión
schilleriana de la lucha del campesinado alemán a comienzos del mundo moderno.
Al presentar el conflicto histórico desde un punto de vista idealista,
construye personajes morales que se sustraen de la historia. Según critica,
Lasalle debió haber shakespearizado
más el mundo que retrata (Marx, K. 2003, 200).
El
carácter histórico del drama no se juega entonces para Marx en la toma de
posición moral por algún bando histórico, sino en la inventiva con la que
muestran las tensiones de un momento político, irreductibles a la conciencia
moral de algún individuo. Como bien explica Sánchez Vásquez, la crítica de Marx
a Lasalle supone la necesidad de mostrar, con Shakespeare, la vida histórica en
movimiento (Sánchez Vázquez, A. 2009, 335).
La
apuesta por shakespearenizar abre una crítica de la política que quisiera
resolverse con algún tipo de ética. Solo una posición oportunista cree poder
superar su presente de modo directo, como bien explica Lukács, explicitando el
filo político de la lectura marxiana del drama (Lukács, G. 2016, 45).
No es
así casual que, a la hora de pensar la acción política con Shakespeare, Marx
retome a personajes que rehúyen de cualquier figura humanista de la acción. En
vez de apelar a héroes conscientes que pudieran asegurar la soberanía en la
escena pública ya conocida, recuerda a quienes emergen de forma incierta,
intempestiva, en una escena que no los espera. La más conocida de tales figuras
es la del viejo topo tomada de Hamlet,
inspiradora de distintos autores y proyectos (por ejemplo, Bensaid, D. 2001).
Pero
hay también otra figura, no tan célebre: Puck, el divertido ser del bosque que
Shakespeare toma de la tradición popular (Gil Harris, J. 1998; Wall, W. 2001).
Los divertimentos de este geniecillo, menos servil que Ariel y más creativo que
Calibán, permiten la resolución humorística de Sueño de una noche de verano. Al reunir tal personaje con el viejo
topo, Marx ve el movimiento de la historia en la alegre afirmación de lo
impersonal: “En los signos que desconciertan la clase media, la aristocracia y
los pobres profetas de la regresión, reconocemos a nuestro valiente amigo,
Robin Goodfellow, el viejo topo que puede trabajar la tierra tan rápidamente,
ese digno pionero -La Revolución” (Marx, K. 1856).
Contra
cualquier dirección previsible de los movimientos revolucionarios, Marx apuesta
por la astucia que vuelve, una y otra vez, bajo ese personaje humorístico. Al
apostar por un personaje que no es nada en sí mismo, y entonces puede tomar
cualquier forma (Eagleton T. 1991, 24), destituye cualquier discurso certero de
la figura que habría de tomar el proletariado. Para Marx, la revolución no es
asunto de profetas que aseguren alguna identidad, sino el movimiento que
destrona cualquier profecía, cualquier certeza humana que quisiera asegurar los
acontecimientos que sobrepasan cualquier determinación identitaria.
En ese
sentido, para pensar el marxismo con Shakespeare resulta necesario rehuir de
cualquier lectura identitaria que viese en sus personajes alguna figura real
del pueblo, o alguna posición del saber que pudiese sustraerse de la
ambivalencia que constituye la dialéctica de la historia. Evidentemente, con
ello buscamos distanciarnos de la larga tradición de lecturas que han buscado
en algún personaje de La Tempestad la
moral que debiera guiar el rol intelectual en Latinoamérica. Sobre todo, de la
influyente lectura de Fernández Retamar de Calibán como símbolo, tan celebrada
hasta el presente en distintas tentativas de la filosofía (ej., Kohan, N. 2022)
y la crítica literaria latinoamericana (ej. Barrera Enderle, V. 2019), e
incluso en otros lares (por ejemplo, Federici, S. 2009, 239; Jameson, F. 1989,
10).
Sin
espacio para problematizar exhaustivamente la lectura unívoca que hace
Fernández Retamar del drama de Shakespeare, debemos solo detenernos un pasaje
que el crítico cubano hace célebre. Se trata del momento en que Calibán,
después de reconocer su previo deseo de violar a Miranda hasta poblar la isla
de calibanes, asevera que la imposición de la lengua extranjera le ha permitido
maldecir a quienes lo han educado: “You
taught me language, and my profit on’t/ Is, I know to curse. The
red plague rid you/ For learning me your language!
A
diferencia de otras traducciones, Fernández Retamar ve en el you inglés cierta pluralidad, conjugada
en el verbo[3]. No es
solo Próspero quien le ha transmitido la lengua de la dominación. Sin embargo,
el reproche de Calibán se dirige, según deja entrever Fernández Retamar,
únicamente a Próspero, y no a Miranda, pese a que ella permanece en la escena.
Al obliterar que ella se inscribe como un objeto idealizado de deseo para
colonizadores y colonizados, como bien explica Wynter (1990, 363), deja de ver
la construcción colonial de un deseo más ambivalente que el del reclamo
soberano, proyectado por Fernández Retamar, de un deseo de separación absoluta
ante el orden colonial.
Solo
omitiendo la violencia sexual Fernández Retamar puede transformar a Calibán en
un símbolo de segura rebeldía crítica. Su lectura debe no ver la imbricación
entre el sujeto de la crítica y su deseo ante lo que cuestiona, y así pensar un
Calibán pleno, que no desea nada del mundo que lo domina, omitiendo su
posterior deseo de nuevos amos. Como bien cuestiona Spivak, esa búsqueda de un
“Calibán real” debe soslayar los vacíos que constituyen al discurso literario y
la exigencia de su interpretación (1985, 245).
Al no
ver las tramas del deseo en la obra, el marxismo humanista de Fernández Retamar
puede soñar con un Calibán no sometido a las tensiones que Shakespeare expone,
y así soñar con una identidad plena, unitaria, al punto de transmitirse a lo
largo de historia de la cultura latinoamericana. Solo así puede brindar una
lista unitaria de figuras tan heterogéneas, en sus tiempos y prácticas, que
expresarían la historia latinoamericana como la de Calibán. Por ella circulan
desde Tupac Amaru hasta Niemeyer, pasando por Gardel o Fanon (Fernández
Retamar, R. 2004, 34).
El
carácter plurilingüe de tal lista es posible por cierto gesto compartido de
resistencia frente a cualquier colonización, sea cual sea su lengua. Quizá es
por ello que el crítico debe traducir borrando la alusión de Calibán al
provecho que puede hacer el colonizado de la lengua del colonizador. La
capacidad de maldecir no parece tanto abrir un espacio de resistencia al
interior de la lengua impuesta, sino un gesto unívoco de construcción de otra
identidad, en cualquiera de las lenguas latinoamericanas.
La
resistencia de Fernández Retamar a la ambivalencia lo obliga a leer también de
forma unívoca a quienes podrían no inscribirse tan claramente dentro de esa
historia calibanesca[4]. De ahí la
temprana incomodidad que expresa ante la posible inclusión de Rubén Darío en la
lista del calibanismo latinoamericano. En efecto, el crítico cubano recuerda
que en la primera versión del ensayo suma al poeta nicaragüense en la ya
mencionada lista, añadiendo un paréntesis que señala “(sí: a pesar de todo)”,
para no desconocer las eventuales críticas al aristocratismo de su “amado
maestro nicaragüense”. Es solo con la posterior recuperación sandinista de
Rubén Darío, recordada por el propio Fernández Retamar, que el maestro puede
reconocerse sin excusas. Así, según recuerda, en versiones posteriores del
ensayo borra ese paréntesis (Fernández Retamar, R. 2004, 116, nota al pie 56).
De ahí
en adelante, Darío ya no es un Calibán a pesar de todo. Pasa a ser, para
Fernández Retamar, todo un Calibán. La supuesta dimensión arielista de su
pensamiento ya no impide reconocer el carácter calibanesco de su crítica a
Estados Unidos. Si bien Fernández Retamar aclara que Rubén Darío carece de los
conocimientos económicos, sociológicos y políticos de Martí (Fernández Retamar,
R. 1992, 153), su crítica de Roosevelt lo instala en la línea anticolonial que
busca reconstruir.
La
tarea del crítico parece ser la de depurar esa conciencia descolonizadora de
sus textos más colonizados, en vez de mostrar esa tensión. Lo mejor de la obra
dariana, explicita Fernández Retamar, se da en ese encuentro con el mundo
americano. El nicaragüense sí ha sido el poeta de América, reprocha Fernández
Retamar a Rodó, porque pronto asume el mundo. No solo olvida el París soñado
para conocer el París real (Fernández Retamar, R. 1992, 197). Además,
progresivamente, conoce la América real, hasta alcanzar una obra que supera sus
escritos de juventud, alcanzando su mejor obra en el enfrentamiento con la
“realidad desnuda” de la vida americana.
En ese
sentido, Fernández Retamar defiende al poeta de las críticas marxistas al
carácter evasivo de su obra apuntando que ella cuenta con una dimensión
realista. Es como si las tempranas ensoñaciones darianas diesen paso, de forma
progresiva e incompleta, a una mirada crítica y realista del mundo, capaz de
legitimar la borradura del paréntesis. Únicamente de esta manera Darío podría
prolongar el legado martiano y sumarse a la mirada calibanesca, sin
ambigüedades, shakespeareanas o no tanto.
Frente
a ese tipo de estrategias de lectura, puede ser de interés revisar la historia
de las lecturas latinoamericanas de Shakespeare para pensar en otra eventual
articulación entre literatura y política. Dentro de la extensa bibliografía que
se ha recopilado sobre las lecturas del dramaturgo inglés en Latinoamérica
aparece, en efecto, Rubén Darío como autor de otro célebre ensayo sobre Calibán
(Díaz Fernández, J. 2010, 313). Si
revisamos otros textos del autor nicaragüense, no recordados en tal bibliografía,
podemos leer su ensayo sobre Calibán desde coordenadas muy distintas a las de
Fernández Retamar, con la finalidad de dar con otra promesa shakespereana para
la literatura latinoamericana.
Para
ello, es necesario comenzar comentando algunos textos previos al ensayo dariano
sobre Calibán. Como bien ha mostrado la crítica, las referencias y menciones a
Shakespeare en la obra de Darío son múltiples (Bourahn El Din, M. 2012;
Gutiérrez, E. 1964; Rezzano de Martini, C. M. 2017, 222-224; Schmigalle, G.
2020). Ya antes de salir de Nicaragua, Rubén Darío celebra a Shakespeare dentro
de su relato de la literatura moderna europea. El dramaturgo isabelino es
nombrado, de hecho, dentro de las cumbres de la literatura europea que el poeta
nicaragüense desea relevar, en el poema “El porvenir” (Darío 2015, 198).
Junto con
ello, el joven poeta precisa que son los personajes shakespearianos dubitativos
los que desea celebrar. En medio de otros personajes célebres de la literatura
moderna, los protagonistas del drama shakespeariano vacilan sin asegurar qué
tipo de acción habría de inspirar la poesía, ni cómo seguir viviendo en medio
de las tensiones del mundo moderno: “y crea el grandioso numen/ a Desdémona y
a Otelo. Hamlet duda; Hernani hiere; Cleopatra/lúbrica incita;/ sube al cielo
Margarita;/ Fausto piensa; Ofelia muere” (Darío 2015, 274).
Darío
lee los personajes de Shakespeare como expresión del gran arte. Esto es, el
arte que duda, poniendo en crisis cualquier certeza del orden de la vida o del
saber. En el momento de su vida en que es mayor su obsesión por Shakespeare,
según se ha indicado, (Schmigalle, G. 2020, 98), se vale de tal
literatura para oponerse a los discursos liberales ansiosos de asegurar su
saber. En esa línea, la defensa de la ambigüedad en Shakespeare parece
necesaria para defender la ambivalencia literaria, contra la concepción
utilitaria de la lengua al servicio del saber, cuando no del mercado. Para
Darío, el filo crítico de la literatura pasa por su capacidad de inscribir
otras formas inciertas de la lengua, distantes de la pretensión de certeza
propia del positivismo imperante a fines del siglo XIX.
En ese
marco, puede ser de interés un contraste entre la mirada dariana con previos
acercamientos a Shakespeare en Chile. Si bien otros intelectuales también
celebran a Shakespeare, su lectura se opone a lo que mostraremos que ve Darío.
Así, por ejemplo, el historiador Diego Barros
Arana describe en La Tempestad
personajes que obedecen al capricho antes que a la lógica. A diferencia de
otras obras shakespeareanas, más logradas, en esta la gracia poética hace
olvidar, según Barros Arana, lo que falta a los personajes de verdad y razón
(1884, 432). Para el historiador, el talento de Shakespeare lograría eclipsar
la falta de correspondencia con los hechos que pide el pensamiento positivista
en boga. Según afirma, son otras las obras que representan más adecuadamente la
realidad. En Hamlet ve la exposición
de la ambivalencia humana, su roce con la muerte y la locura, con mayor
exposición lógica. En ese sentido, el historiador liberal ve en Hamlet cierta lógica de la ambivalencia
que supone la necesidad de superarla.
Quien
explica esto con mayor profundidad en su paso por Chile es Eugenio María de
Hostos. El pensador portorriqueño dedica un estudio a la tragedia del príncipe
danés, que celebra como la expresión del momento de transición por el que ha de
pasar el sujeto que se desarrolla:
Hamlet es
un momento del espíritu humano, y todo hombre es Hamlet en un momento de su
vida. Hamlet es el período de transición de un estado a otro estado del
espíritu: del estado de sentimiento al de razón; de la idealidad a la
realidad; de la inconsciencia a la conciencia del vivir. El ser humano comienza
a vivir por los sentidos, duplica su vida por el sentimiento, aumenta la
intensidad de la vida por la fantasía. Siente que vive, imagina su vivir como
lo siente, y es feliz. La vida sería una explosión de alegría, si el ser
humano pudiera detenerse en ese estado. Pero no puede, porque la unidad del
espíritu es compleja y cada ser se realiza según la mayor o menor intensidad
de algunas de sus facultades. (Hostos, J. M. 2007, 18)
Desde
la mirada positivista, el príncipe danés muestra cierta falta de saber, falta
que la República habría de llenar con su progresiva construcción de
instituciones que construyan ese conocimiento. La literatura puede ser uno de
los tantos objetos del conocimiento, incluyendo un objeto que muestre la
necesidad de ese conocimiento, como lo haría Hamlet, según Hostos, quien ve entonces el avance de la historia en
el drama shakespeariano.
Muy
distinta es la mirada ante Shakespeare que reluce en la vanguardia literaria
que Darío busca al llegar a Chile. Así, Guillermo Matta dedica uno de sus
poemas a Hamlet para subrayar que los ideales nacen más allá de los sistemas,
en la falta de un saber claro que pueda asegurar el porvenir (Matta, G. 1887,
370 y ss.). La libertad literaria, para Matta, sobrepasa cualquier certeza que
pueda corroborarse en el presente. A través del poema, y ya no de una filosofía
en prosa de la historia, pide otro porvenir para la República. A saber, una
democracia menos delimitada por cierto esquema de la evolución, más abierta a
la heterogeneidad del espíritu que solo la poesía puede expresar.
Con un
discurso no tan decidido acerca de la política, Rubén Darío profundiza esa
mirada en medio de su amistad con Pedro Balmaceda, hijo de José Manuel. La
importancia de esta relación en la estadía chilena de Darío ha sido
frecuentemente subrayada por la crítica (véase, por ejemplo Araneda, F. 1968, p
49-65; Ballón Aguirre, J. 2012, 485 y ss; Bisama, A. 2022; Contreras, F. 2012,
60 y ss; Silva Castro, R. 1966, 129 y ss). Sin embargo, no se ha remarcado cómo
en ella puede leerse cierta marca de una lectura de Shakespeare que interrumpe
la de Hostos, acercándose a la de Matta para intentar intensificar su elogio de
la ambigüedad.
Balmaceda,
en efecto, dedica también un comentario a Hamlet.
Allí reitera el tópico del carácter múltiple de la personalidad del príncipe,
mas no para considerarlo propio de un estado superado. Antes bien, lo lee como
expresión del mundo contemporáneo (Balmaceda Toro, P. 1889, 5). Las
melancólicas dudas de Hamlet no son para Balmaceda expresión de una falta de
razón que pueda superar el mundo moderno, sino expresión del raciocinio
moderno.
Balmaceda
parece ver en Hamlet una figura propia un mundo que pide una razón más
compleja, irreductible a un sistema ya dado. Prefiere la cavilación a la acción
política, acaso como él mismo, quien opta por escribir sobre Hamlet antes que
por la actividad política.
Darío
redobla esa defensa de la ambivalencia al leer a Balmaceda como una repetición
de Hamlet. A la inversa del positivismo, lee la vida histórica desde la
literaria, celebrando en esta última el exceso de imaginación por sobre
cualquier referencia histórica.
Así,
Darío describe en su autobiografía a Balmaceda como un dulce príncipe (Darío
2015, 63), descripción con la que Horacio describe al príncipe Hamlet tras su
muerte. Aún más lejos de la acción que el personaje de Shakespeare, durante su
vida, interrumpida antes de la guerra civil, no lucha por su padre. Simpatiza
con su política pero más se preocupa por la apertura de la imaginación a otros
parajes, ajenos a la disputa política nacional. Busca abrirse al mundo moderno
en su ambivalencia, más allá de cualquier certeza o límite nacional.
Para
Darío, era tal la erudición del joven poeta que sabía detalles de bibliotecas y
museos europeos sin necesitar el conocimiento directo de Europa. Su
conocimiento libresco le permite imaginar historias similares a las de la
cultura europea, con insospechados resultados:
Si no me
equivoco en mis memorias, recibió su primera educación en un colegio de
religiosos franceses, establecido en Santiago. Ahí, en medio de las tareas
fastidiosas que hacen ver con malos ojos al señor profesor, y entre las
farándulas y algarabías de las horas de recreo, concibió -el pequeño que apenas
sabía si sabría declinar—la idea de escribir un gran drama de príncipes, reyes
y traidores, cuya escena pasaba en Dinamarca. Fijaos en este detalle y en esta
coincidencia, lisonjera en extremo para el niño que no habia leído a
Shakespeare. (Darío 1927, 363)
Frente
a cualquier celebración unitaria del legado europeo, Darío festeja que el joven
Balmaceda defienda el legado literario por sobre el religioso, la creatividad
por encima de la institución. Solo así puede sobrepasar la alianza, propia de
la modernización chilena, entre el liberalismo económico y el conservadurismo
moral. Alianza en la cual, por cierto, la incerteza de la libertad literaria
resulta imposible, dada su doble distancia ante las certezas de la religión y
las utilidades del mercado.
En esa
dirección, la alabanza que hace Darío de su amigo, al enterarse de la muerte de
este último, parece recorrer una libertad nueva. Celebra su sensibilidad
individual, irreductible a cualquier ley o interés colectivo. Como Hamlet, es
capaz de inventar más allá de la ley presente, al punto de poder inventar a
otro Hamlet.
En vez
de disputar los contenidos de la política con una lengua ya dada, Darío y Balmaceda
instalan la promesa de otras formas de la lengua, irreductibles a las
necesidades políticas y las utilidades económicas. No toman bando a favor o en
contra del liberalismo existente, sino que apelan a otra libertad, opuesta al
orden imperante de la lengua.
En ese
sentido, discordamos de la opinión de Manuel Vicuña, quien asume que Darío y
Balmaceda no impugnan el orden social al que pertenecen (Vicuña, M. 1996, 65).
Los amigos no escriben directamente contra el orden, porque apelan a otra
amistad, incapaz de separarse de la libertad literaria.
Para
que esa libertad literaria pueda desplegarse frente a las viejas imposiciones
de la república y las nuevas restricciones del mercado, Darío clama por otro
orden político. Y es justamente el presidente Balmaceda quien, para el poeta,
puede construir ese nuevo orden.
En
efecto, Darío escribe para la prensa nicaragüense, en 1886, sus impresiones del
recién electo presidente. Destaca su fisionomía e ímpetu, dispuesto a
transformar el orden conservador chileno. Lo describe como un “liberal rojo”,
imbuido de un “republicanismo puro y abnegado”. Tales adjetivos, cuya reunión
podría parecer incoherente desde una posición más doctrinaria, expresan el
deseo que Darío celebra en Balmaceda: reforma y más reforma (Darío 1927, 314).
La
política liberal de la reforma permanente permite a Balmaceda soñar, según
describe Darío, con sobrepasar incluso los avances de la modernidad europea. Se
propone separar la Iglesia del Estado, lo que parece difícil, dadas las
tendencias conservadoras imperantes, tanto en la aristocracia como en las
clases populares en el país. El poeta describe entonces esa tensión con cierta
fe en la capacidad del político de superarla.
Algunos
años después, la historia revela esa imposibilidad. Darío refiere a los
acontecimientos que llevan al suicidio de Balmaceda como una de las páginas más
trágicas de la historia continental. Balmaceda se sabe portador de la ley,
creyendo vanamente que ello habrá de bastar contra las conspiraciones,
traiciones y acusaciones de la aristocracia. Acusado de loco por los
conservadores que no logran imaginar otro orden, el presidente no es capaz de
mediar la ambivalencia de la coyuntura. Afectado por cierta vanidad que le
impide notar esa tensión, Balmaceda termina siendo la víctima de la escena que
no interrumpe.
Los
límites del balmacedismo no se limitan a su incapacidad de dirigir a la
aristocracia, pues también pierde el apoyo popular. Las masas incultas, ávidas
del “virus socialista”, como lo llama Rubén Darío (1927, 319), terminan
sumándose al proyecto histórico de la aristocracia. Con las ideas de Arcos y
Vicuña Mackenna, describe la profundidad de estructuras históricas que hacen
caer al presidente liberal:
Balmaceda,
confiado o engañado, olvidó que estaba su Gobierno entre dos fuerzas, si en
todas partes incontrarrestables, en Chile terriblemente arrolladoras: arriba,
el millonario; abajo, la masa, el roto. El millonario, es decir, la potencia
principal en aquella sociedad aristocrática y opulenta; el roto, es decir, un
elemento ciego, cruel, desbordado (Darío 1927, 318).
La
tragedia del liberalismo no pasa entonces por algún tipo de conflicto divino,
sino por fuerzas algo impersonales de carácter histórico. Incapaz de mediar
entre ellas, Balmaceda cae, y con ello quizá también se desploma, se lamenta
Darío, la democracia en Chile. Ese orden que había sido modelo para otras
naciones americanas habrá quizá de caer, pronostica con tristeza Darío, en la
tiranía (Darío 1927, 320).
La
impotencia de los Balmaceda es, para Darío, signo del despliegue trunco de la
libertad, en la literatura y en la política. A ello no opone algún personaje
que pudiera asegurar la transformación fuera de la escena. Apela, más bien, a
la necesidad de comprenderla, en toda su ambivalencia para poder superarla y
construir un orden que pueda hacer lugar a la literatura.
La
tragedia de la democracia chilena no es en ese momento expresada en términos de
Shakespeare. En 1912, de hecho, Darío señala que desconoce si se ha intentado
leer con Shakespeare la historia de los gobernantes y caudillos americanos
(Darío 2010, 281). Mas él mismo brinda ese chance al recordar a Balmaceda, en
su posterior autobiografía. Allí, el talante shakespeariano de la tragedia chilena
se hace explícito:
Era
Balmaceda, a mi entender, el tipo del romántico-político y selló con su fin su
historia. Era alto, garboso, de ojos vivaces, cabellera espesa, gesto señorial,
palabra insinuante -al mismo tiempo autoritaria y meliflua. Había nacido para
príncipe y para actor. Fue el rey de un instante, de su patria; y concluyó como
un héroe de Shakespeare (2015, 60).
En y
sobre Chile, Darío ha enhebrado con Shakespeare una mirada sobre las tensiones
históricas, lo que obliga a objetar a Fernández Retamar, quien señala que Darío
recién adquiere cierta “conciencia histórica” en 1898, a través de su ensayo
sobre Calibán (Fernández Retamar, R. 2006, 44). En efecto, los textos sobre los
Balmaceda permiten leer su remisión a Calibán de otro modo, y así no dar por
supuesta su inscripción en el linaje que Fernández Retamar desea retomar.
Como es sabido, Darío ha ensayado antes
cierta mirada de la sociedad estadounidense bajo la figura de Calibán, en su
ensayo sobre Poe. Lo que no es tan recordado es el desplazamiento que hace allí
Darío del personaje shakespeariano. No solo cambia el brebaje del que depende,
sino también la falta de legitimidad de cualquier amo en una república muy
distinta a la de la época isabelina: “Calibán se satura de whisky, como en el
drama de Shakespeare de vino; se desarrolla y crece: y sin ser esclavo de
ningún Próspero, ni martirizado por ningún genio del aire. engorda y se
multiplica; su nombre es Legión” (Darío. 1993, 12).
Como
las clases populares que había retratado en Chile, para Darío las masas
estadounidenses impiden el orden liberal. A diferencia de ellas, no respetan
ninguna jerarquía propia de un orden conservador. Se multiplican, desbordan y
sobrepasan cualquier tipo de representación. De este modo, imposibilitan lo
que, en el mismo ensayo, Darío ve como la única oportunidad de superar al orden
calibanesco: la emergencia de algún ser de naturaleza superior que pueda tender
alas a la eterna Miranda y así desterrar a Calibán, cuando no asesinarlo.
Darío
plantea una lectura relacional entre personajes de La Tempestad que varían a lo largo de la historia, sin dejarse
reducir a algún tipo de lectura simbólica que identificase el saber con uno u
otro personaje. El lugar de la crítica no es el de Ariel o Calibán, está en la
más insegura capacidad de establecer una promesa en medio de tensiones
históricas que, como en el Chile de Balmaceda, no pueden ser mediadas por la
conciencia de uno u otro sujeto.
De este
modo, “el triunfo de Calibán”, como lo indica ya el título del ensayo que
dedica al imperialismo estadounidense (Darío 1998), no se debe a la falta de un
Ariel que se le oponga. Darío parece así notar que toda expansión colonialista
produce un régimen de saber del que no necesariamente se sustrae la literatura.
De hecho, desde el comienzo del ensayo señala que Whitman es un profeta al
servicio del tío Sam.
La
lapidaria crítica dariana al orgulloso expansionismo estadounidense, legitimado
por el saber que se somete al orden colonial, no se soluciona con un saber que
se quiera al margen de esas tensiones. El poeta aparece como la conciencia
desdichada de ese orden que se celebra a sí mismo, sus progresos y riquezas, en
nombre de su propia identidad.
La pregunta entonces es qué literatura
puede resistir a ese orden. La de su alabado Poe parece algo impotente, al
punto que se lo grafica tan cerca del alcohol como a los calibanes que
describe. Como las clases populares chilenas, son incapaces de superar la
crisis, profundizada por una clase dominante que en Estados Unidos no se
distingue de la masa.
De ahí
que la resistencia, para Darío, pase por la capacidad de establecer otra
promesa que las de Ariel o Calibán. En vez de establecerse como uno u otro
personaje, termina preguntándose, por cierto con un esencialismo no poco
problemático, por una nueva forma de conquistar el deseo femenino: “¡Miranda
preferirá siempre a Ariel. Miranda es la gracia del espíritu; y todas las
montañas de hierras, de oros y de tocinos, no bastarán para que mi alma latina
se prostituya a Calibán!” (Darío 1998, 455).
Darío
reescribe la disputa por el deseo de Miranda introduciendo a Ariel en la
disputa por su deseo. Es como si la promesa por el amor de Miranda exigiese un
sujeto nuevo, inexistente en el esquema de Shakespeare. Esto es, cierto saber
que ya no se crea al margen del deseo material, sobrepasando así la distinción
humanista entre el saber y la materia. Contra las torpes separaciones entre
materialismo e idealismo que siguen orientando las lecturas darianas,
incluyendo por cierto las de su ensayo sobre Calibán (Allen, D. 1967, 387;
Arellano, J. 1999, 436; Castillo, G. 2003, 185; Jáuregui, C. 1998, 444; Weinberg
L. 1994, 26), el poeta apela a otra articulación entre idea y materia, capaz de
construir otro mundo con el deseo de esa forma que nunca encuentra[5].
Entre
distintas tentaciones e intereses, el poeta enarbola una posición crítica del
escritor ante el colonialismo, irreductible a cualquier tipo de conciencia
segura de su lugar, como la es por cierto la del discurso expansionista. Darío
instala así una posición que resulta crítica, pero no por las respuestas
certeras que quisiera dar al conflicto histórico, como Fernández Retamar, sino
por su capacidad de expresar las tensiones de cada presente, sin sustraerse de
ellas.
Es
obvio que esto no significa que Darío haya elaborado una posición política más
cercana al marxismo que la del crítico cubano. Antes bien, intentamos mostrar
que la ambivalencia dariana puede ser de mayor interés para pensar la
literatura desde una perspectiva marxista. A saber, como la siempre singular
producción en la lengua de las tensiones y ambivalencias de cada presente
histórico.
En esa
línea, una lectura de la crítica en la literatura dariana no ha de remitirse
necesariamente a textos como el recién citado. En medio de sus elaboraciones
fantásticas, aparentemente irreales, puede quizá hallarse una crítica más
interesante de la realidad histórica.
Y quizá
por ello Puck adquiere también una insospechada importancia en la literatura
dariana, por sobre otros personajes shakespearianos, tanto más famosos. Ya en
Chile, en Azul, lo sitúa como
personaje del cuento “El rubí”. Allí, el “pícaro Puck” es presentado como un
gnomo singular, viajero, más advertido del mundo que sus pares. Es quien roba
un rubí artificial a una mujer parisina para mostrar a los otros gnomos esa
nueva mercancía, lo que abre paso a que un gnomo viejo y violador explique que
los rubíes han nacido, después de la huelga, de las lágrimas de una mujer que
ha secuestrado.
Puck no
organiza a los trabajadores, sino que sustrae del orden del trabajo.
Aparentemente distante de las formas de expresión popular, el personaje
shakespeariano no ejerce violencia para apropiarse del deseo ajeno. Al
contrario, resiste a todo orden de la propiedad. Muestra al resto de los gnomos
el mundo de la mercancía, sin buscar la restauración de la violencia del mundo
que se cree natural. Su crítica al mundo utilitario está lejos de cualquier
conservadurismo que quisiera un espacio seguro, distante del mundo moderno y
sus tensiones.
Así, la
fascinación que expresa el cuento por el rubí como contrapunto al prosaísmo
burgués (Ruiz Sánchez, M. 1999, 47) desemboca en la búsqueda de otro tipo de
artificialidad, más libre. Tras conocer la mercancía, en el cuento los gnomos
tiran con desdén los fragmentos del rubí a una selva carbonizada, para después
bailar, tomados de los manos, sobre el brillo de los falsos rubíes. Los
fragmentos de la mercancía permiten la invención de figuras que se liberan de
cualquier correspondencia con la naturaleza. Con risas, se ven grandes en las
sombras, con la gratuidad de quien puede jugar porque se ha sustraído del orden
de la identidad y de la mercancía.
Puck aparece entonces como el personaje
humorístico que puede liberar a los seres fantásticos de cualquier remisión al
orden violento de la naturaleza. Ya no supone la contraposición entre lo
material y lo ideal, sino que establece otro modo de compartir la vida de la
materia. En medio de ella, acaso como Miranda, la feminizada naturaleza se
establece como la promesa que solo puede enunciarse en la incerteza de la
fantasía que quiere decir una naturaleza inexistente:
Ya
Puck volaba afuera, en el abejeo del alba recién nacida, camino de una pradera
en flor. Y murmuraba -siempre con su sonrisa sonrosada!:
-Tierra…
Mujer…
Porque
tú, ¡oh madre Tierra!, eres grande, fecunda, de seno inextinguible y sacro; y
de tu vientre moreno brota la savia de los troncos robustos, y el oro y el agua
diamantina, y la casta flor de lis. ¡Lo puro, lo fuerte, lo infalsificable! ¡Y
tú, mujer, eres espíritu y carne, toda Amor! (Darío. 2013, 55-56).
La
imposible búsqueda de la forma de la naturaleza se abre a un juego en el que
todo objeto puede ser otro. Así, pocos años después, Puck es el protagonista de
un poema que, contra el reproche de un mirlo que lo acusa de libertino, compra
distintos regalos de año nuevo, para distintos seres que vuelven a presentar
una versión fantástica del orden natural. Esta vez, el rubí resulta, bajo la
forma de un estuche, un don que ha de dirigirse a una granada.
Puck
parece entregado a un aleatorio orden de la mercancía, pero pronto se aclara
que no es ello lo que le interesa. Si bien esta vez no roba, acaso porque en
este orden de compra y venta no es obvia la presencia de un medio de pago,
cuando se halla con otros seres fantásticos sugiere la necesidad de superar el
consumo de los objetos.
En
concreto, Puck halla a un atribulado Pierrot, preocupado por su falta de
regalos para Colombina. Más allá de la mercancía, la conquista que propone
Puck, para no encerrar a ningún sujeto ni reducirse a ningún objeto, es la que
articula la palabra y el deseo:
Si perlas
le da Arlequín/ hoy tú, cuando nace el día/ repítele "linda!” sin
cortesía./ Si oropeles Pantalón/ lánzale tú tu mirada/ que lleve encendida,
alada,/ tu pasión/ Y si Querubín travieso/ le canta dulces amores,/ tú llévala
entre las flores/ dale un beso. (Darío 1977, 439)
El
imperativo que sugiere el poeta evidencia las determinaciones de género de un
discurso en el que la mujer sigue siendo presentanda como una especie de musa
que se deja desear, ajena a la acción.
Quizá por ello, los personajes femeninos deben ser fantásticos para
lograr sustraerse del orden de la seducción masculina, y así ayudar a
sobrepasar las figuras ya dadas de la identidad.
Así
acontece en el breve relato “El
linchamiento de Puck”. Allí este personaje vuelve a inscribir la
resistencia a cualquier principio de identidad, al punto de ser descrito como
“el que puede tomar todas las formas” (Darío 2009, 129). Caído en la tinta de
un poeta, Puck deviene negro. Mientras la poesía permite esa transformación,
los símbolos ya dados de la estética humanista se mantienen en el orden, acaso
blanco, que no tolera el cambio en el bosque fantástico en el que viven. Así,
palomas y mariposas proponen linchar a Puck, al vincular su nuevo color con las
violaciones por las que son acusadas en Estados Unidos los grupos
afroamericanos, acaso remitiendo a los linchamientos racistas estadounidenses
(Schnirmajer, A. 2016).
El
relato, en efecto, recuerda en el sur de tal país los linchamientos se han dado
en respuesta a una violación como “humanitario clamor victorioso” (Darío 2009,
128). La respuesta del humanismo blanco se inscribe en la violencia, exponiendo
el reverso de las figuras de la estética humanitaria: rosas, mariposas,
gorriones y palomas forman parte del “furor popular” que pide linchar al Puck
que desconocen, simplemente por su color.
Así,
puede leerse en Darío la sospecha de que el idealismo humanista hace juego con
el orden calibanesco que cree rechazar. No hubo tribunal de amor ni consejo de
guerra, escribe Darío, acaso dando a entender que ambas instancias son parte
del mundo que critica, preocupado por respetar la identidad al punto de
castigar cualquier diferencia. Por ello, es otra figura de la fantasía la que,
al final del cuento, salva a Puck, y con ello a la posibilidad de la poesía:
Puck, aunque
fue linchado por negro libidinoso, en la selva de Brocelianda, vive todavía,
sano, lindo, bueno, cantador de canciones y recitador de versos. Vive, porque,
felizmente, pasó por allí, donde él estaba colgado, un hada caritativa, que con
las tijeras con que cortó los vestidos de Cenicienta, cortó la cuerda de Puck
(Darío 2009, 130).
Puck
sobrevive, y así la poesía, en la medida en que se sustrae de la lógica del
capitalismo y del racismo. Puede jugar con rubíes, personajes y colores en
nombre de la promesa que ha de exceder cualquier inscripción histórica, y
entonces da otras formas a la materia que deja de ser una, expresando sus
tensiones.
De este
modo, puede que la crítica dariana al orden moderno encarnado por Estados
Unidos sea más radical en los textos fantásticos que parecen no asumir su
“carácter americano”. Es decir, aquellos que se valen del canon europeo para
inscribir, desde Latinoamérica, una crítica menos preocupada de exponer su
conciencia de la identidad latinoamericana que de cuestionar las defensas de la
identidad que siguen orientando las versiones dominantes del
latinoamericanismo, ante las cuales el amor de Puck por lo inesperado puede
seguir resonando: “Nada me gusta más que lo que acontece sin fundamento”
(Shakespeare W. 2009, 35).
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[1] Lo aquí presentado retoma y profundiza
algunas partes de nuestra tesis doctoral en Estudios Hispánicos y
Latinoamericanos, defendida en noviembre del 2022 la Universidad de París 8
Vincennes – Saint-Denis bajo el título “Un siglo no tan serio. Políticas del humor
literario en Chile (1799-1885”.
[2] Para un análisis de ese tipo, bien informado justamente porque
supone la lectura como información (véase Bartolovich, C. 2012; Herrera Zúñiga,
J. R. 2018).
[3] Véanse, por ejemplo, las traducciones de tal pasaje realizada por
González García (Me enseñaste a hablar, y el fruto que saqué de ello/ es que sé
maldecir!/ !Qué la peste roja te arrebate por así/ enseñarme tu lenguaje")
(1995, 79) o por Cohen y Esperanza ("Tú me enseñaste/ el lenguaje, y mi
único provecho es que ahora/ sé maldecir! La peste roja de lleve, a ti/ que me
has dado palabras") (2000, 43-44).
[4] Evidentemente, esta posición adquiere su expresión más clara en la
ambivalente posición de Fernández Retamar ante Borges, que justamente busca
evitar cualquier ambivalencia en su juicio para evitar cualquier interés por la
ambivalencia borgiana. Así, pasa de considerarlo un “típico escritor colonial”
(2004, 52) a un escritor que respeta, recordando la temprana defensa borgiana
de la Revolución rusa y su posterior antinazismo (2004, 93), para terminar
considerándolo un maestro (2004, 341). En la medida en que se deja ver su
distancia ante el discurso colonialista puede comenzar a ser leído como un
escritor crítico. De escritor colonial pasa a ser, en términos de Fernández
Retamar, calibanesco (1999, 47).
Lejos estamos aquí de acusar moral o
epistemológicamente a Fernández Retamar por haber cambiado su posición, lo que
resulta válido, incluso destacable. Lo que nos interesa, antes bien, es mostrar
la continuidad en cierta lectura unívoca que puede rechazar a Borges con la
misma tranquilidad que luego lo celebra, al centrarse en las intenciones del
escritor antes que en su obra. En lugar de recorrer el magistral eurocentrismo
de Borges, parafraseando sus términos, asume, con excesiva tranquilidad, que
sus maestros no pueden ser eurocéntricos, debiendo minimizar todo lo que
desmantele su esquema. Así, en el elogioso prólogo de Fernández Retamar a la
antología de Borges que él publica en Casa de las Américas, el crítico cubano
describe las declaraciones políticas borgianas son descritas como un “arte
menor”, en contraste con la gran literatura que parece imponerse. Fernández
Retamar deja entonces de leer las ambivalencias que atraviesan a Borges cuando,
por ejemplo, en una de sus lecciones caracteriza tanto a Ariel como a Calibán
de invenciones extraordinarias (Borges, J. L. 1995, 821), sin indicar la
oposición entre uno y otro.
[5] Esta identificación entre el materialismo y el deseo irreflexivo, o
pragmático, de satisfacer las necesidades materiales es un triste síntoma del
desconocimiento de la filosofía materialista que recorre buena parte de la
investigación sobre el ensayismo latinoamericano. Mucho más advertido, Rubén
Darío ya ha objetado esa torpe lectura del materialismo. Véase, por ejemplo, la
alusión a Epicuro en Darío 2016, 445.