Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 28 / Sección Artículos
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2025 /
Reason And History: The Sources of Historical Novelty.
Contributions to a Broadening of Critical Thought
Universidad Nacional de Cuyo,
Facultad de Filosofía y Letras, Argentina
Recibido: 28-07-2024
Aceptado: 11-04-2025
Resumen: En el presente trabajo analizamos las contribuciones de la
filosofía Xavier Zubiri para repensar la relación entre razón e historia, y, de
esta manera, fortalecer el pensamiento crítico. Para tal fin, examinamos la
crítica zubiriana al enfoque hegeliano sobre dicho vínculo, resaltando las
aporías que emergen en su dialéctica histórica. Posteriormente, exploramos la
renovación que implica su pensamiento respecto de las nociones de subjetividad,
razón, progreso y novedad histórica. A partir de este análisis, destacamos las
potenciales afinidades de este enfoque teórico-conceptual con los aportes de la
teoría crítica, en particular con la propuesta de una Dialéctica Negativa de
Theodor Adorno.
Palabras clave: inteligencia, subjetividad, razón, historia, progreso, novedad.
Abstract:
This essay analyzes the contributions of Xavier Zubiri’s philosophy in
rethinking the relationship between reason and history, thereby strengthening
critical thinking. To that end, we examine Zubiri’s critique of Hegel’s
approach to this relationship, highlighting the aporias that emerges in his
historical dialectic. Subsequently, we explore the conceptual renewal by his
thought regarding the notions of subjectivity, reason, progress and historical
novelty. Finally, we underscore the potential affinities this theorical
conceptual framework and the contributions of critical theory, particularly,
with regard to Theodor Adorno’s proposal of a Negative Dialectic.
Keywords:
intelligence, subjectivity, reason, progress, novelty.
Introducción: desarrollo y crítica de la
filosofía hegeliana
La obra
de Zubiri se presenta a sí misma como un ingente diálogo con el pensamiento
hegeliano. En sus años de juventud afirmaba que toda auténtica filosofía debía
comenzar con un diálogo con Hegel, y
no sobre Hegel, ya que, en
definitiva, es necesario problematizar lo que para él también fue problema (cf.
Zubiri, 1948, p. 223). En este sentido, hallamos un intercambio permanente con
Hegel a lo largo de su obra. En nuestro caso únicamente nos enfocaremos en las
cuestiones relativas a su interpretación respecto a la concepción que este
autor tiene del vínculo entre razón e historia, a partir del cual podremos ir
desglosando el resto de los aspectos a tratar.
Para
nuestro autor en Hegel existe una clara articulación entre razón e historia en
la cual la evolución de esta es obra de la razón dialécticamente constituida.
En su obra Naturaleza, Historia, Dios,
encontramos un primer cuestionamiento respecto de la idea de la historia de
Hegel, entre otros autores, debido a los presupuestos ontológicos de los que
partían: “Toda realidad finita es emergente, es el acto de unas virtualidades.
Si en ellas no vemos más que las potencias de la naturaleza humana, la historia
no sería sino mero desarrollo de lo que el hombre ya era. Esta fue la idea del
siglo XIX.” (Zubiri, 1948, pp. 330-331).
Ciertamente,
desde la óptica zubiriana, en Hegel la razón gobierna interior e
intrínsecamente el proceso histórico: “Es el espíritu absoluto que, en forma de
espíritu universal va dialécticamente constituyéndose desde sí mismo, por un
lado, y, por el otro, desde los individuos y los espíritus objetivos.” (Zubiri,
1994, p. 311). Esto, a su entender, implica que las grandes creaciones de la
historia están pre-incluidas en el fondo del que dialécticamente brotan, por
esta razón, nuestro autor vuelve a sostener que, desde este enfoque, no hay
ninguna innovación radical en el proceso histórico (cf. Zubiri, 1994, p. 312).
Para esclarecer esta afirmación debemos efectuar algunas diferenciaciones
terminológicas.
Zubiri
observa que el origen de esta desembocadura teórica está en el principio de
identidad entre el concepto y la cosa que plantea Hegel: “la estructura formal
de la verdad como absoluto es el concepto. Los dos momentos son idénticos; en
el concepto hay una identidad entre certeza y la verdad. […] El objeto es
verdadero porque responde a su concepto” (Zubiri, 1994, p. 255). En este
sentido, la razón es a una tanto razón de la identidad de la cosa, como del
saber sobre ella. Por esto, la razón es verdad absoluta, verdad del todo (cf.
Zubiri, 1994, p. 255). Pero esta no es una identidad huera y vacía, sino una
unidad viva, no es que concepto y cosa no sean distinto, sino que son
inseparables (cf. Zubiri, 1994, p. 270). ¿En qué consiste, pues, esta vitalidad
del concepto?
La
filosofía hegeliana parte de la idea de un pensar concipiente (das bregreiffendes Denken): “es el pensar
formal, no simplemente como acto de mi mente, sino como produciendo el término
objetivo […]. Se trata del concepto objetivo, de lo que son los objetos, en
tanto que salen de mi actividad concipiente.” (Zubiri, 1994, p. 258). Debido a
estas particularidades de su pensamiento, Zubiri afirma que la razón, en la
filosofía hegeliana, es la vida del concepto, ya que el concepto es el
fundamento que constituye al sujeto, y no meramente una predicación lógica del
sujeto (cf. Zubiri, 1994, pp. 260-261). Además, en la medida en que la razón se
vuelve autoconsciente, entonces, se constituye en “espíritu (Geist)” (Zubiri,
1994, p. 266), por esto la razón es el absoluto, el saber absoluto de la
realidad.
Ahora
bien, los predicados de la razón nunca conciben la realidad de manera
completamente adecuada, este carácter “negativo” es lo que fuerza a la razón a
continuar su proceso conceptivo (cf. Zubiri, 1994, p. 284). La sola pretensión
de quedarse en alguna de esas determinaciones conceptuales engendra, desde la
perspectiva de Zubiri, la contradicción, ya que solo en el todo está la verdad.
Este carácter negativo o no-idéntico es lo que da lugar al movimiento
dialéctico, que consiste en la identidad de la identidad y la no identidad.
¿Cómo se da este proceso? Como superación (Aufheben)
o síntesis de los momentos antitéticos. Esto le lleva a considerar que el
movimiento dialéctico constituye una autoconformación o automorfismo, por el
cual el espíritu absoluto se constituye en conformador interno de toda la
realidad y de su realidad, hasta la plenitud de sí (cf. Zubiri, 1994, pp. 288;
295).
De
manera semejante, el discípulo más cercano de Zubiri, Ignacio Ellacuría,
examina las particularidades que posee la dialéctica hegeliana. Los fundamentos
trascendentales de la dialéctica, es decir, lo que este considera como unidad
de toda la realidad y del principio que las unifica y totaliza, lo encontramos
en la “aprehensión racional del absoluto para alcanzar la verdad del todo.”
(Ellacuria, 2009, pp. 201-202). En este sentido, respecto de la identidad entre
el pensar y el ser, indudablemente, Hegel le da prioridad al pensar o razón,
por esta razón es idealista (cf. Ellacuría, 2009, p. 211). Pero es más que eso;
es un panteísmo idealista, puesto que lo objetivo es un producto de la
actividad racional subjetiva. Y esta actividad racional es Dios, puesto que la
esencia de Dios es la esencia de los hombres (cf. Zubiri, 1994, p. 316).
Hechas
estas caracterizaciones, Zubiri considera como aspecto crítico en el planteo
hegeliano tomar a la razón como un pensar concipiente (das bregreiffendes
Denken). A su modo de ver, en Hegel (y en algún sentido Kant) la razón se
encuentra montada sobre sí misma. Veremos qué significa esto. Además, sostiene
que no es posible considerar una generación dialéctica por conceptos, debido a
que, desde el enfoque hegeliano, no hay un objeto delante, por lo que la
dialéctica queda suspendida sobre sí misma. Pues, sin este objeto
¿qué es lo
que da su dirección, su marcha, su adecuación o inadecuación al movimiento
dialéctico interno del pensar en la elaboración de sus conceptos?” Si tenemos
un perro delante, podemos hacer una dialéctica de lo que se quiera, por
ejemplo, de las sustancias vivientes, y tener un pensar concipiente (begreiffendes Denken) del perro. Pero,
si no tenemos perro, ¿de dónde sale el término del movimiento dialéctico en el
cual, sin embargo, Hegel dice que está la suprema concreción respecto a la cual
todos los demás momentos son abstractos? Desde este punto de vista no resulta
admisible. (Zubiri, 1994, p. 325)
El
pensar hegeliano consiste en concebir el objeto “en tanto que concebir”. De
aquí se da la oposición entre Razón (Vernunft)
y entendimiento (Verstand). La
racionalidad hegeliana produce el movimiento interno por sí mismo, hecho no
concebible sin el objeto; el entendimiento, por su parte, permite que el ser
humano esté en las cosas, las esté entendiendo (cf. Zubiri, 1994, p. 326). En
cambio, desde la perspectiva zubiriana la razón, contrario a la idea hegeliana,
es aquello que va hacia. La razón es
marcha, es ir hacia el objeto. De allí que la razón no es pensar concipiente,
sino pensar “quaerente” (quaerens, movimiento, inquietud hacia lo otro). En
consecuencia, la razón no reposa sobre sí, sino que reposa sobre la
inteligencia.
Por
otro lado, nuestro autor cuestiona la concepción clásica del intellectus por considerar que se lo
reduce a ser concipiens
(concipiente): “Los sentidos nos dan las cosas y la inteligencia elabora,
construye o concibe ideas acerca de ellas.” (Zubiri, 1994, p. 326). Esta le
resulta insuficiente, por dos razones: en primer lugar, porque el concebir es
presentado como si fuera una suerte de espejo de la realidad, del mismo modo
que la vista percibe unos colores y el oído unos sonidos. Por el contrario,
para Zubiri, los conceptos son un precipitado de la inteligencia; es decir,
derivan de la búsqueda misma de la razón. Dice el autor: “la conceptuación es
una de las maneras con las que se las ingenia la razón para buscar las cosas en
su función ‘quaerente’.” (Zubiri, 1994, p. 327).
Luego,
sostiene que es común afirmar que el concepto de ente (de aquello que es) no
está forjado por la razón. Desde su perspectiva, la noción de ente es un
concepto problemático. Debido a que, para acceder a él es necesario remitirse
al concepto de noûs aristotélico, pues es un concepto que no resulta fácilmente
captable, al no ser algo inmediatamente dado. En tal sentido, esto obliga a
Zubiri a plantear que hay que remitir el problema de la razón, al de
intellectus concipiens, y de esta a la inteligencia. En otras palabras, la
razón reposa sobre un intelecto concipiente (logos), y está, sobre la
inteligencia misma.
Lo
planteado hasta aquí nos deja apuntado algunas cuestiones centrales: la razón
no reposa sobre sí misma, sino, como veremos en la inteligencia; además, no es
concipiente, sino quaerente. La dialéctica carece de objeto, por lo que es
inconducente como criterio estructural del movimiento conceptual. El
desenvolvimiento histórico del concepto, a su vez, impide cualquier innovación
radical. Para Zubiri “Sólo es futuro aquello que aún no es, pero para cuya
realidad están ya actualmente dadas en un presente todas sus posibilidades”
(Zubiri, 1948, p. 331) De aquí que la historia no es despliegue de
virtualidades, sino, como veremos, actualización de posibilidades, de donde
puede realmente surgir la novedad. Pero para que esto suceda es imprescindible
articularlo con la crítica de las representaciones sociales.
A
continuación nos enfocaremos en una revisión del planteo zubiriano sobre la
inteligencia sentiente, lo que él considera como solución a las dificultades de
la razón hegeliana. Allí mismo indagaremos en las fuentes de la subjetividad,
tal como pueden ser replanteadas desde este ángulo de la cuestión; esto
permitirá reconfigurar la relación entre sujeto y objeto. Luego, indagaremos en
la renovación de la concepción racional propuesta por Zubiri, y expondremos las
razones de por qué este enfoque permite pensar la innovación en el proceso
histórico. Como conclusión, nos proponemos abordar sucintamente los aportes que
su pensamiento tiene para una renovación del pensamiento crítico mostrando
brevemente las afinidades de estos planteos con la crítica a Hegel efectuada
por Adorno en su Dialéctica Negativa.
Jesús
Conill, a partir de la filosofía de Zubiri, propone hablar de una “razón
impura” (Conill, 1991, p. 163). Este concepto, sumamente sugerente, nos permite
pensar que las fuentes de todo conocimiento no pueden considerarse
incontaminados, sino transidos por el conjunto de vivencias humanas[1],
análogamente, a lo que Heidegger (2012) denominaba la facticidad del Dasein, en cuanto “estar arrojado” (Geworfenheit) en un situación por la
cual se nos avoca a la tarea inexorable de existir. Naturalmente, Zubiri
prolonga estos motivos propios de la filosofía contemporánea, pero lo hace
hacia la implantación en la realidad (cf. Zubiri, 2017, p. 34).
¿Cuál
es la razón, según Zubiri, para que la filosofía haya planteado una estructura
formal del conocimiento divorciada de sus fuentes intelectivas primordiales? A
su modo de ver, esto tiene su raíz en la tradición filosófica clásica en la
cual se produce una “logificación de la inteligencia” y, concomitantemente, una
“entificación de la realidad” (cf. Zubiri, 1998, p. 86; 1982, p. 48). Con ello
alude a una sustantivación del logos predicativo, olvidando su raíz original en
la inteligencia, mejor dicho, en la inteligencia sentiente. Lógicamente, esto
ha sufrido una prolongación en la filosofía moderna, cuyo principal
representante es Kant, y Hegel hereda gran parte de ese enfoque. En él el
sentir da a la inteligencia los datos que luego serán conceptuados y juzgados,
dando lugar a una inteligencia sensible (cf. Zubiri, 1998, pp. 129-130).
Para
Zubiri esta postura no es acertada, pues nunca se dice qué sea formalmente
sentir e inteligir (cf. Zubiri, 1998, p. 12). Estos puntos son fundamentales,
dado que inteligir es aprehender lo real como real, y sentir será aprehender lo
real en impresión (cf. Zubiri, 1998, p. 12).
La
inserción básica en la realidad se da por la unidad estructural entre
inteligencia y sentir (cf. Zubiri, 1998, p. 84), la inteligencia sentiente.
Este hecho no es menor, por cuanto, esta consideración de la inteligencia nos
abre a las cosas por impresión de
realidad. Esto quiere decir que las cosas im-presionan al ser humano desde
los múltiples registros del sentir: eidos
(visión), rastro (tacto), noticia (audición), etcétera (cf. Zubiri, 1998, pp.
101-113). Este enfoque de la inteligencia propuesto por Zubiri muestra la
centralidad que le da a la corporalidad y a la condición fáctico-somática del
ser humano.
Pero
esto, además de desmarcarse de la primacía de la visión en la tradición
filosófica (Zubiri, 1998, p. 105), nos señala que por la inteligencia sentiente
nos abrimos a las cosas no como meros contenidos, sino como “formalidad” (cf.
Zubiri, 1998, pp. 35-39), esto es, como una alteridad radical (Zubiri, 1998, p.
63), puesto que las cosas quedan en la inteligencia como siendo “otras” (cf.
Zubiri, 1998, pp. 34-35). Así pues, concluye Zubiri: “La unidad de inteligencia
y de sentir es la unidad misma de contenido y formalidad de realidad.
Intelección sentiente es aprehensión impresiva de un contenido en formalidad de
realidad: es justo la impresión de realidad.”
(Zubiri, 1998, p. 84)
En la
dimensión de formalidad de realidad es donde alcanzamos nuestro primer nivel de
análisis esencial. Justamente, porque en ella la realidad se presenta con una
anterioridad elemental, es lo que denomina prius
de realidad, esto quiere decir, que cualquiera sea la nota que se aprehende
de la cosa: el calor, un color, una textura, etc., ya siempre se presenta como
siendo “de suyo”: si la cosa calienta, es porque es “suyo” su calor (cf.
Zubiri, 1998, p. 62). Por esto mismo, lo aprehendido tiene un nivel de autonomía
de realidad, o sea, como dijimos, es alteridad (p. 63). Además, la realidad
tiene una fuerza de imposición, esto quiere decir que la primacía de noesis y
noema husserliana es desplazada por la aprehensión noérgica de realidad, a saber, que la noesis es atingente, en el
sentido de impresivamente aprehensora, y el noema tiene la fuerza impositiva
propia de realidad (Zubiri, 1983, p. 94). Por ello estamos “poseídos” (cf.
Zubiri, 1983, p. 92) por la riqueza de la realidad (cf. Zubiri, 1998, p. 63).
Lo
actualizado en aprehensión tiene la doble dimensión talitativa o de contenido y
de realidad, esto es, de transcendentalidad (cf. Zubiri, 1998, p. 118). Esta
transcendentalidad, por su carácter formal, rebasa el contenido específico
(Zubiri, 1998, p. 115), es decir, está constitutivamente abierta y en
respectividad a todas las demás realidades (cf. Zubiri, 1998, p. 122). Esto no
significa que en algún punto tenga una fijación, por el cual se determina un
universo definido de realidades, dice Zubiri:
la
transcendentalidad no es un conjunto de caracteres de lo real fijos y fijados
de una vez para todas. Por el contrario, es un carácter constitutivamente
abierto, como ya he dicho. Ser real en cuanto real es algo que pende de lo que
sean las cosas reales y, por tanto, algo abierto, porque no sabemos ni podemos
saber si está fijado o no el elenco de tipos de cosas reales; es decir, de lo
que es realidad en cuanto realidad. No se trata de que esté abierto el tipo de
cosas reales, sino de que esté abierto qué sea la realidad en cuanto tal.
(Zubiri, 1998, pp. 130-1)
Ahora
bien, lo real (contenido) y la realidad están mutuamente determinados. En
efecto, para Zubiri lo real presenta una constelación de notas que configura
una sustantividad determinada, sin embargo, para él, la única sustantividad
real es el cosmos, esto es, la unidad de todas las cosas por ser real (cf.
Zubiri, 1998, p. 209). A pesar de ello, si nos atenemos a la riqueza de la
realidad en sus notas, podemos ver que estas en función trascendental definen
formas y modos de realidad muy diversos: por ejemplo, realidades vivas,
personales, sociales, históricas (cf. Zubiri, 1998, pp. 211-5; 1983, p. 178).
Esto nos advierte, indudablemente, de que la altura, anchura y hondura de la
realidad es insondable, en consecuencia, hay una natural asimetría entre inteligencia
y realidad.
En
consecuencia, la filosofía de Zubiri ya en el nivel primordial barre con la
pretensión del pensamiento identificador, ya que, desde un comienzo, está
abierta a una alteridad radical, por lo cual, toda apertura intelectiva al
mundo es un abismarse en lo heterogéneo, en la insondable riqueza de la
realidad.
Desde
este enfoque propuesto por Zubiri, es posible pensar la subjetividad de una
manera renovada, ya que esta no es una subjetividad constituida de manera
inconcusa, sino que está en proceso de constitución por los objetos mismos.
Naturalmente, conciencia y subjetividad están estrechamente vinculadas, por lo
que tenemos que explicitar las claves propuesta por nuestro autor respecto de
esta temática.
Para
Zubiri (1998) no existe “la” conciencia, como realidad sustantiva (cf. p. 21),
sino que lo que tenemos son los actos conscientes o actos por los cuales nos
“damos cuenta” de las cosas (Zubiri, 1998, p. 21). Desde su punto de vista, la
conciencia es una actualización ulterior de la inteligencia sentiente. En toda
actualización de una cosa real se produce una co-actualización de la propia
inteligencia. Ahora, si la inteligencia es comprendida como scientia, esto es, ciencia, entonces, en
virtud de esta co-actualización la inteligencia no es solo actualidad
intelectiva, sino cum-scientia,
conciencia: “Conciencia es co-actualidad intelectiva de la intelección misma en
su propia intelección.” (Zubiri, 1998, p. 161).
Dicho
en otras palabras, la conciencia surge al “darse cuenta” del propio acto de
intelección. Por esta razón, los actos conscientes abren, ulteriormente, el
ámbito de los propios pensamientos, en sentido estricto, todo el ámbito del
“mí”. Por lo tanto, el lugar de la subjetividad y la objetividad es, para
Zubiri (1998), derivado de la primaria actualización común de inteligencia y
realidad (p. 165).
Entonces,
¿cómo se constituye la mentada subjetividad? Esta presenta una estructura muy
precisa. En primer lugar, Zubiri se refiere a la subjetualidad. La constitución
del ámbito del mí, presupone la apertura consciente a las propias vivencias.
Estos actos tienen una gradación, en el primer nivel el ser humano no solo
actualiza unas cosas sintiéndolas, sino que, al mismo tiempo, se siente a sí mismo (tercera persona), me siento (primera persona) (cf. Zubiri,
1999, p. 114).
En otro
nivel de la cuestión, los actos intelectivos nos abren no solo a la propia
existencia como un me, sino a lo que
es “mío”, una propiedad mía (cf. Zubiri, 1998, p. 165), como puede ser mi
placer o mis pensamientos. En este acto de autoposesión me defino como yo. De este modo, acaba constituyéndose,
preliminarmente, los dos polos: sujeto y objeto: “las cosas son lo no-propio, a
diferencia de eso que llamamos el yo,
el mí o el me, que es lo propio” (Zubiri, 1999, p. 115). En resumen, la
subjetualidad configura el centro de orientación y de vivencia de impresiones
del ser humano.
El
segundo nivel de esta estructura radica en la reflexividad. Para Zubiri la
reflexividad tiene su génesis en los actos de actualización intelectiva. La
inteligencia es sentiente, no hay una separación, sino unidad estructural de
inteligencia y sensibilidad. Esto conlleva que los modos de actualización de la
realidad están definidos por los diversos sentidos. La sensibilidad kinestésica
es un modo de aprehensión intelectiva donde la realidad se presenta como tensión dinámica o direccional (Zubiri,
1998, p. 105), esto es, en “hacia”. La cenestesia “me da mi realidad como
intimidad; esto es, me aprehendo como estando en mí” (Zubiri, 1998, p. 108).
Los diversos sentires son diversos modos de presentación de la realidad, pero, además,
estos se recubren unos con otros. En la medida en que el en “hacia” (la
sensibilidad kinestésica) recubre la cenestesia o sensación de intimidad,
entonces nos vemos lanzados hacia nuestra propia intimidad. “Y esta intelección
de mi propia intimidad en su ‘dentro’ es una intelección del ‘mí’ a través del
‘estar’: es justo la reflexión” (Zubiri, 1998, p. 108).
Esta
descripción que hace de la reflexividad muestra a las claras abordaje a
contrapelo de toda la tradición filosófica que presupone que la reflexión era
el acto primario de la intelección; también, un acto inmediato y exclusivo de
la inteligencia y ajeno al sentir (cf. Zubiri, 1998, p. 108). Por el contrario,
hay tres momentos unitarios de la reflexión: “Me aprehendo a mí mismo, y me
vuelvo ‘hacia’ mí mismo, y me siento a mí mismo como realidad que vuelve hacia
sí.” (Zubiri, 1998, p. 109).
En
Zubiri hallamos una resignificación de toda la praxis intelectiva que ha
definido a la tradición filosófica. En primer lugar, tenemos actos
intelectivos; estos dan lugar a los actos conscientes; de ahí a la
reflexividad; finalmente, a los actos de conciencia refleja de uno mismo. No
obstante, queda aún por determinar la subjetividad en sentido estricto, a
partir de la cual hay una determinación de lo objetivo por el sujeto.
Para
nuestro autor la subjetividad, antes de determinar a un objeto, tiene que
comenzar por ser mía, o sea, los pensamientos son míos, antes que pensamientos
de las cosas. Esta anterioridad lógica o de naturaleza del pensar, es lo que
luego da lugar a la dimensión intencional del pensar; toda determinación del
objeto sucede estructuralmente después (cf. Zubiri, 1999, pp. 130-131).
Pues
bien, por lo dicho el sujeto y el objeto como tal quedan ampliamente
desplazados hacia momentos estructurales ulteriores de constitución
intelectiva. En tal sentido, la complexión de la subjetividad, así como los
objetos determinados por esta, se terminan de estructurar al nivel de la razón,
la cual tiene un modo muy diverso de la actualización que ocurre en la
aprehensión primordial de realidad. A fin de esclarecer este planteo es
necesario dar un rodeo por el logos y, finalmente, por la razón. De esta manera
tendremos una mirada más acabada y compleja del fenómeno, y mostrar cómo
resignifica muchos de los presupuestos del pensamiento moderno.
Razón e historia. Fuentes de la crítica
y la novedad
La
actualización primordial de la realidad da paso, inexorablemente, a la
constitución del sentido de las cosas. En el nivel de la inteligencia se
actualiza una constelación de notas elementales de las cosas que constituyen
una unidad autónoma. Estas mismas cosas están inscriptas congéneremente en un
campo de realidad o ámbito trascendental (cf. Zubiri, 1982, p. 31), lo que
permite conocerlas entre otras realidades. Esta es la tarea del logos, según expresa Zubiri (1982, p.
47). Este logos es una modulación
ulterior de la inteligencia, por lo que, este aspecto de la intelección no
reposa sobre sí mismo (cf. Zubiri, 1982, p. 48).
El logos conoce lo que las cosas son “en
realidad” (cf. Zubiri, 1982, p. 45). Para eso, lo que hace es aprehender unas
cosas “entre” otras. Para poder aprehender el sentido de lo que la cosa es, es
necesario efectuar una intelección distanciada de las cosas. En otras palabras,
para poder determinar lo que son las cosas, debemos recurrir a ideas o simples
aprehensiones. Los modos de esas simples aprehensiones son el fictos, perceptos
o conceptos (cf. Zubiri, 1982, p. 95- 101). Nos detenemos en el concepto, por
su relevancia para nuestro estudio.
Desde
el enfoque zubiriano, el concepto es un modo de creación del contenido de las
cosas reales. Por el concepto definimos qué sería la cosa real en el ámbito
campal (cf. Zubiri, 1982, p. 101). Hemos sostenido que el logos no reposa sobre
sí mismo, por lo que no hay criterios prefijados de lo que las cosas son, sino
que, el campo de realidad es un ámbito de “libre creación”, por lo que, definir
lo que las cosas son responde a una libre orientación conceptual subjetiva (cf.
Zubiri, 1982, p. 66). No obstante, a pesar de ser libre, no es una aprehensión
en el vacío, siempre parte de lo previamente aprehendido en la inteligencia.
Son las notas de la cosa las que nos permiten conjeturar conceptualmente qué
sería la cosa (cf. Zubiri, 1982, p. 102).
El
concepto lo es de dos formas distintas. Por un lado, es abstracción. La
abstracción consiste en un prescindimiento de ciertos aspectos de la cosa, para
quedarse con otros. La abstracción es un movimiento positivo y creador.
Claramente, al prescindir de ciertos elementos y priorizar otros, la
constitución subjetiva de lo real lo hace en una dirección determinada.
Al
abstraer, por ejemplo lo que conceptuamos ser el “qué” de un hombre, podemos
hacerlo en muchas direcciones distintas: en dirección a su figura animal, a sus
funciones psico-animales (lenguaje, etc.), a su índole personal, al carácter de
su colectividad, etc. En cada una de estas líneas el “qué” creado por
abstracción resulta formalmente distinto. La abstracción envuelve una precisa
dirección intelectiva. Esta dirección lo que hace es crear cualitativamente el
ámbito del “abs”. (Zubiri, 1982, p. 103)
Para
Zubiri (1982) no cabe duda de que los conceptos son constructos (cf. p. 104).
Aquello de lo cual prescindimos para constituir la abstracción es una línea
libremente escogida, pero conforme a lo actualizado en aprehensión primordial.
No obstante, la cosa no deja de ser una alteridad, no-idéntica, singular e
irreductible al concepto; por lo que, desde este enfoque, las líneas de
abstracción conceptual no son únicas ni unilaterales, sino que se dan en un
conjunto amplio y rico de posibles direcciones o enfoques intelectivo en
función de los cuales podemos constituir los conceptos, y son las cosas, en
último término, las que dictaminan la verdad de nuestras representaciones (cf.
Zubiri, 1982, pp. 319-325).
Finalmente,
el logos, en función de los conceptos construidos, termina afirmando o juzgando
lo que las cosas son “en realidad” (cf. Zubiri, 1982, p. 106). Sin embargo,
esta afirmación no es inmediata, sino que está mediada por la distancia
constituida en el campo. Para afirmar tenemos que ir de los conceptos a las
cosas en el campo. Por lo que, juzgar o afirmar es, en verdad, un “llegar
afirmando” (Zubiri, 1982, p. 115) que es tal o cual cosa.
El
dinamismo dialéctico hegeliano, en cuanto estructural formal de la intelección,
no tiene aquí la preeminencia estipulada por dicho autor. Para Zubiri, dicho
dinamismo, al deslizarse subrepticiamente del momento primordial de la
aprehensión, ha perdido de vista un nervio esencial de la cuestión. Por esta
razón, nuestro autor les establece un cerco a sus pretensiones: “El dinamismo
dialéctico es, pues, un momento estructural de la intelección, pero tan sólo de
la intelección afirmativa, porque ésta, y sólo ésta, es intelección
distanciada. La intelección en sí misma no es dinámica.” (Zubiri, 1982, p.
117). Por esto, anticipamos que no es posible totalizar lo real desde el
concepto, puesto que siempre hay dimensiones de la realidad que no han sido
conceptualizadas. En breve veremos cómo esto tiene directa implicancia en la
razón.
Las
afirmaciones constituidas por el logos conforman un conjunto de
representaciones de las cosas reales (cf. Zubiri, 1983, p. 108). En la medida
en que yo afirmo algo, entonces re-presento, actualizo y hago firme la cosa, pero desde el concepto
que he construido. Este cúmulo de representaciones definen la dirección de la
marcha racional: “Razón es direccionalidad de una marcha. Ciertamente, no
habría dirección sin representación: […] Pero esta representación no consiste en
ser la norma o medida de lo que efectivamente es real, sino en ser la dirección
de una búsqueda en profundidad.” (Zubiri, 1983, p. 62)
Ahora
bien, toda intelección racional no es “movimiento en lo ‘mismo’, sino que es
marcha ‘hacia lo otro’” (Zubiri, 1983, p. 68). Esto otro es la realidad en
profundidad, es decir, allende la inteligencia. Nuevamente, hemos recuperado
ese aspecto de no-identidad de las cosas reales, ya que, siguen siendo una
alteridad radical, y, por tanto, un punto de impugnación de las
representaciones del logos.
Así
pues, las pretensiones dialécticas de totalización de la realidad encuentran aquí una cesura o
clivaje, puesto que por su apertura trascendental las cosas escapan a las
capacidades de las representaciones conceptuales, que permiten avizorar una
totalización dialéctica. “La marcha hacia la profundidad no es el despliegue de
un saber absoluto. La profundidad es siempre una dimensión abierta, y por esto
la razón no es saber absoluto sino intelección abierta en profundidad.”
(Zubiri, 1983, p. 168)
Sin
embargo, la realidad tiene aspectos actualizados en la razón, si no, no habría
conocimiento alguno. Entonces, ¿en qué medida, desde este enfoque, podemos
considerar que todo lo real es racional?
En
definitiva, la razón es la actualidad de lo real en búsqueda pensante. Como lo
actualizado es formalmente real, resulta que lo real así actualizado está
formalmente en actualidad de razón. En este sentido debe decirse que todo lo
real es racional. Pero es menester entender esta frase con suma corrección.
(Zubiri, 1983, p. 78)
Zubiri
cierra el párrafo con una advertencia. Veamos por qué. Lo actualizado en razón
necesariamente es racional, por consiguiente, todo lo real actualizado es
racional. A pesar de ello, para nuestro autor hay algunas cuestiones a
considerar: “no todo lo real ‘tiene’ razón: podría reposar sobre sí misma sin
estar actualizado” (Zubiri, 1983, p. 79). Además, lo racional no debe estar
necesariamente asociado a lo conceptual.
Para Hegel,
todo lo real es racional, y para él racional significa que todo tiene
estructura de razón especulativa, esto es, estructura de concepto. Esto es
quimérico. Porque racional no significa conceptual sino inteligido en
actualidad pensante. Y esta intelección no es forzosamente la intelección
lógica del concepto. La razón puede actualizar pensantemente lo real en formas
no conceptivas. Más aún, puede actualizar lo real como siendo superior a toda
intelección racional.” (Zubiri, 1983, p. 79)
De
acuerdo con Zubiri, todavía hay un tercer aspecto a considerar. Lo real
actualizado en el pensamiento es racional, pero lo es porque entra “por sí mismo” en el ámbito de la razón
(Zubiri, 1983, p. 79). De este modo, nuestro autor pretende sortear cualquier
suspicacia de que se trate tan solo de que lo real ingresa en el ámbito de la
razón por una operación arbitraria de esta, sino que la realidad posee por sí
misma una estructura inteligible. Es decir, lo real posee por su modo de estar
estructurado capacidad de dar razón de sí misma. De hecho, la opacidad o
transparencia son dos modos de estar lo real actualizado en la razón. Aún más,
la irracionalidad es para Zubiri (1983) uno de los modos que tiene la realidad
de dar razón de sí misma, es el positivo modo de “es-no-racional” (p. 80). Por
esto, Zubiri afirma que la razón es doble: razón mía y razón de las cosas
(Zubiri, 1983, pp. 41-76). De allí que “Lo real está inmerso por sí mismo en la
razón, tanto por ser de las cosas, como por ser un modo mío de intelección. Y
en este sentido y sólo en éste, todo lo real es racional” (pp. 80-81).
Esto es
más que relevante para nuestro estudio, ya que nos aleja de cualquier idea de
una imposición subjetiva de lo que las cosas son estructuralmente en
profundidad. No obstante, la tarea subjetiva es insoslayable, porque cuando
“las cosas dan su razón, esta razón es mía, porque efectivamente he sido yo
quien le he forzado a que me la dé y a que me la descubra mediante un esbozo
que me he forjado yo mismo.” (Zubiri, 1999, pp. 132-133). Entonces, es
menester, desde esta doble perspectiva de razón mía y razón de las cosas,
delimitar cómo el pensamiento constituye su razón de las cosas.
Hemos
afirmado que la razón marcha hacia lo profundo de la realidad en cuanto
realidad, con el propósito de encontrar el fundamento de las cosas reales en el
campo de realidad. Para efectuar esta marcha recurre a un sistema de referencia
o representaciones determinadas, dependiendo del ámbito del saber del que
parte: científico, político, filosófico, teológico, etc. Cualquiera sea el
caso, la razón conoce mediante representaciones que le permiten trazar un
“esbozo” (cf. Zubiri, 1983, p. 219-220) de lo que las cosas “podrían ser” en
profundidad. En este sentido, el conocimiento consiste en la constitución de un
sistema de posibilidades de lo que las cosas son en el mundo o allende la
inteligencia (cf. Zubiri, 1983, pp. 220-221).
El
sistema de posibilidades está socialmente constituido (cf. Zubiri, 2006), es
decir, el científico, el poeta, el filósofo, entre otros, apela a las
posibilidades constituidas por el cuerpo social del que forma parte; no son
algo meramente circunscrito a sus íntimas cavilaciones subjetivas. Lo mismo
cabe decir del ejercicio del conocimiento racional. Todo conocimiento es una
actualización o apropiación de posibilidades de lo que las cosas son en
profundidad (cf. Zubiri, 1983, pp. 299-300), debido a esta peculiar
característica, Zubiri (1983) considera que la razón es constitutivamente
histórica (cf. p. 302). De hecho, del mismo modo define a la historia: como
apropiación de posibilidades y proceso de capacitación (cf. Zubiri, 1986, pp.
119-222; 2006, pp. 89- 166). En virtud de esto, la historia es el proceso
racional de actualización de posibilidades y de capacitación que el cuerpo
social realiza en orden a su autoconstitución.
Ahora
bien, ¿cómo se constituye el progreso de la razón, en general, y de lo
sociohistórico en particular? ¿Adopta este último el cariz de un progreso
lineal, ascendente, continuo, por etapas y teleológico, como denuncia Habermas
(1981, p. 141; véase también, González, 2010) respecto de la concepción moderna
de la historia?
Hemos
hecho auténticos avances en este sentido. Los objetos de conocimiento no son
meras determinaciones del pensamiento, por el contrario, se caracterizan por su
alteridad radical, lo cual cierra desde un principio cualquier pacto de paz
anticipado con el objeto. Asimismo, el imperio cognitivo de la subjetividad
queda descentrado, aunque no destronado. No obstante, no hemos terminado de
caracterizar por completo la subjetividad. Entonces, indagaremos sucintamente
en este aspecto y luego en la concepción zubiriana del progreso racional.
En
nuestro apartado anterior concluimos con un exhaustivo desarrollo sobre la
cuestión de la subjetividad. Allí planteamos que esta tiene tres momentos
estructurales: primero, la subjetualidad caracterizada por ser el ser humano
centro de orientación de sus vivencias, hecho que se expresa en los pronombres
personales: me, mí y yo. Delimitado el ámbito de la propia mismidad, se puede
diferenciar todo lo que no es el yo. En segundo lugar, apunta a la reflexión.
Esta es una instancia derivada de la primera co-actualización inteligencia y
realidad, y sucede por el hecho de vernos lanzados hacia nuestra propia
intimidad, es decir, la reflexión es una intelección del “mí”, de la propia
mismidad. En último lugar, encontramos la subjetividad, la cual presupone la subjetualidad
y la reflexividad. Lo subjetivo se caracteriza por ser el ámbito de mis
pensamientos, antes que el pensamiento de las cosas. Para nuestro autor, es
necesario delimitar el perímetro del propio pensamiento y luego es posible
hacer una determinación de los objetos. Sin embargo, esto no es tan sencillo,
justamente, porque lo más subjetivo está entrelazado con la determinación del
objeto. Veamos esto en detalle.
Zubiri
nos ha dicho que la razón de las cosas es una razón mixta, por así decir, ya
que implica la constitución de esbozos de los que las cosas podrían ser en lo
profundo del mundo. Este manojo de representaciones con el cual me dirijo e
interpelo la realidad puede encontrar cumplimiento en la realidad y, por tanto,
verse confirmado por ella. Por consiguiente, la realidad me da su verdad, es
decir, la realidad nos hace estar en razón debido a que se confirma en su
propia estructura nuestros supuestos teóricos. De este modo, “El que las cosas
nos den razón significa que la razón que ellas nos dan va configurando el modo
de ser de mi propia realidad.” (Zubiri, 1999, p. 133). Por ende, si bien la
razón es mía, ya que he sido yo quien ha elaborado el esbozo a partir de la
cual he examinado la realidad, no obstante, es ella la que acaba por
configurarme en razón: “soy yo el que sale co-configurado al darme la cosa la
razón de lo que ella es.” (Zubiri, 1999, p. 133)
Esta
afirmación final es de especial gravedad, ya que la subjetividad encuentra su
máxima identidad en lo no-idéntico a ella, en aquello que puede refutar o
impugnar sus propias presuposiciones. Un ejemplo elocuente es el psicoanálisis,
en el cual el sujeto neurótico, en la medida en que se autoobjetiva emergen
dimensiones de sí mismo no reconocidas en su propia autocomprensión, es lo
no-idéntico de sí. Justamente, en lo otro que sí mismo, es decir, en todo
aquello desalojado o reprimido, el sujeto ve impugnada sus propias
identificaciones, por lo cual, únicamente se realiza en la medida en que
advierte y asume los aspectos inhibidos de sí mismo.
A
partir de lo dicho podemos abordar íntegramente la idea de progreso. Para
Zubiri esta es una categoría racional, debido a que el sujeto examina o explora
la realidad sin garantías previas, sino que está inserto en una verificación
dialéctica, dado que sus propios esbozos pueden verse refutados por la
estructura profunda de la realidad. Por esta inadecuación se ve exigido de
reelaborar nuevos esbozos más adecuados a la realidad en profundidad (Zubiri,
1983, pp. 276-277). Así pues, “en esta dialéctica, lo ya verificado constituye
un momento esencial: el progreso”
(Zubiri, 1983, p. 277). Es decir, en la medida en que nuestro esbozo encuentra
cumplimiento en lo profundo de la realidad, entonces, estamos ante un logro
intelectivo, por tanto, hay un avance de la razón. Si no hay cumplimiento,
podemos decir que hay un avance por defecto, ya que la realidad ha refutado
nuestro esbozo, lo que nos obliga a crear uno nuevo. De lo contrario caemos en
una “trampa epistemológica”, como lo llama Ricoeur (2008, p. 133), por cuanto
en ningún momento se logra una genuina verificación de lo planteado
teóricamente, que permitiera hablar de una “ruptura epistemológica” como tal.
En
términos sociohistóricos esta refutación de las propias ideas o conceptos
obedece a que el orden sociohistórico es algo abierto e indefinido. Por tanto,
los esbozos no son “la vía” de lo real, sino, a lo sumo, aproximaciones
“viables”. Por ello, cualquier verificación en el marco de la dinámica
sociohistórica representa un triunfo de lo razonable (cf. Zubiri, 1983, p.
275), ya que implica una parcial adecuación acerca de los modos de
estructuración más convenientes de lo social. En función de estos logros
racionales es posible una transformación efectiva de la estructura social por
apropiación de posibilidades que implique un verdadero progreso de la humanidad
hacia su plenificación conjunta.
A modo de conclusión
Afinidades
tentativas con el enfoque crítico de Theodor Adorno
En lo
sucesivo nos proponemos hacer una recapitulación general, mostrando las
rupturas del pensamiento zubiriano con el hegeliano, y, a su vez, explorando
las afinidades de su planteo con las reflexiones teórico-críticas de Th.
Adorno. Esto nos parece relevante, dado que este pensador se inscribe en la
tradición hegeliano-marxista, pero siendo crítico sobre todo del primero de
ellos. En este sentido, nuestro objetivo es mostrar potenciales puntos de
diálogo futuro entre tradiciones teóricas aparentemente muy distantes.
1. El
principio de identidad del concepto. En la filosofía de Zubiri observamos un
claro desplazamiento de los presupuestos hegelianos del pensamiento. En primer
lugar, cabe destacar que desde la aprehensión primordial hasta su modulación en
la razón encontramos una apertura a la alteridad, a lo otro que el pensar. En
este sentido, rompe con las bases del principio de identidad lógico y
epistemológico que gobierna el pensamiento hegeliano. En virtud de esto, el
planteamiento zubiriano consiste, desde un comienzo, en un sumergirse en el
pozo de riqueza de la realidad, donde no es el pensar el que pone
unilateralmente las condiciones de inteligibilidad de los objetos, sino que son
esto en su carácter no-idéntico, divergente, diferente los que dan o no razón de
nuestros esbozos racionales.
A
nuestro modo de ver, esto se aproxima o encuentra afinidades con la propuesta
adorniana de una Dialéctica Negativa. Para este autor, el pensamiento
occidental, sobre todo, en su desarrollo moderno, se ha constituido en base al
principio de identidad, esto implica que “pensar es identificar”, adecuar la
cosa al concepto (cf. Adorno, 2011, p. 18). Este principio lógico y
epistemológico gobierna por entero la estructura del pensamiento moderno, y,
sobre todo, nos advierte, está a la base de la dialéctica hegeliana.
La
tentación inherente a este modo de pensar consiste en proceder mediante
contradicciones que pasan de la identidad a la no identidad (lo contradictorio)
y, luego, a una nueva identidad superior reconciliada llevada a cabo por el
espíritu absoluto. De esta manera, todo lo que no se adecua a los criterios
identificadores del concepto, recibe la marca de la contradicción: “La
contradicción es lo no-idéntico bajo el aspecto de la identidad; la primacía
del principio de contradicción en la dialéctica mide lo heterogéneo por el
pensamiento de la unidad.” (Adorno, 2011, p. 18).
Para
este autor, la fuerza operante del todo en su proceso de determinación no solo
niega las diferencias individuales al reducirlas a los criterios identificantes
del concepto, sino que, además, esta se vuelve, asimismo, negativa,
no-verdadera, por ser una imposición forzada de identidad (cf. Adorno, 2011, p.
139). En virtud de esto, “Es precisamente el insaciable principio de identidad
el que perpetúa el antagonismo mediante la represión de lo contradictorio.”
(Adorno, 2011, p. 139).
En otras palabras, este principio que rige el
pensar, al no tolerar la diferencia, lo contradictorio, lleva a cabo una
reconciliación falaz, mentirosa, no-verdadera, por cuanto no integra
genuinamente la diferencia, sino que la reprime, en vez de hacer un
reconocimiento real de la misma. Como consecuencia, la violencia de la
igualación lo único que logra es reproducir la contradicción que busca
extirpar, justamente, porque reintroduce aquello que no encaja de manera
forzada. Esto conlleva que lo reprimido por lo idéntico retorne de una nueva
manera (Freud), lo que implica que resurja el conflicto. Es decir, la fuerza de
la identificación, bajo un halo de orden y armonía en un sistema, en una
creencia, en un modo de ser, pensar, hacer, etc., únicamente logra aplazar o
trasladar el antagonismo a otro nivel, el cual puede volver bajo formas más
virulentas.
2. El
problema de la subjetividad. Para Zubiri conciencia y subjetividad son
estructuras derivadas de la primaria co-actualización entre inteligencia y
realidad –vale destacar que el autor parte de una inteligencia sentiente, es
decir, las dimensiones sensibles-somáticas son estructurales a la aprehensión—.
La subjetividad se constituye a partir de la unidad de la subjetualidad o
ámbito del yo y la reflexividad de la conciencia. Sin embargo, la subjetividad
no termina de constituirse hasta tanto sus pensamientos no quedan
co-constituidos por la confirmación de sus esbozos, es decir, hasta que la
realidad en profundidad no le dictamina si está o no en razón. Esto resultaba
medular, ya que se distancia ampliamente de Hegel, en el cual el acto racional
del sujeto constituye interior e intrínsecamente al objeto como a sí mismo.
Aquí, por el contrario, queda profundamente descentrado en la constitución de
la realidad, puesto que, si bien los esbozos teóricos del sujeto son
vertebrales, no es una prerrogativa de este la determinación de la verdad de
sus afirmaciones acerca del objetivo, sino que le corresponde al objeto mismo.
En
Adorno encontramos que subjetividad y violencia epistémica están estrechamente
vinculados. Para Adorno (2011), la identificación se constituye en ideología
(cf. p. 144), ya que expresa una relación de dominación del sujeto sobre la
cosa u objeto, al suprimir o reprimir aquello que no encaja en los criterios
conceptuales del sujeto. Todo conocimiento, toda consciencia constituyente es
una protoforma de violencia epistémica, por tanto es ideológica. En otras
palabras, para este autor, es la estructura misma del acto de conocer la que es
ideológica, violenta, dominadora, siempre que se rija por el principio de
identidad.
En este
sentido, el autor afirma la necesidad de una “prelación del objeto” (cf.
Adorno, 2011, p. 175) que consiste en darle primacía o preeminencia a la
dimensión objetiva por sobre la subjetiva, de manera tal que los momentos
teórico-conceptuales del pensamiento, responsables de reducir a criterios
totalizadores la alteridad, heterogeneidad y diversidad de lo objetivo, quedan
descentrados a favor del objeto.
La
crítica de Adorno (2011) a la tradición filosófica implica no solo una
prelación de lo objetivo, por el cual este no se puede reducir al pensamiento
totalizador, sino también una recuperación de la corporalidad como dimensión
constitutiva de la teoría del conocimiento. En la medida en que el concepto de
lo somático, sensible, es reducido al plano de la conciencia, es decir, a lo
estrictamente representacional, entonces, se socavan las fuentes auténticas del
conocimiento, puesto que las “las sensaciones son ya en sí lo que la
sistemática querría presentar como su formación por la consciencia.” (p. 183)
3. El
vínculo entre razón e historia. Zubiri nos ha sacado del fatídico círculo en
que quedaba encerrada la razón en su proceso de autoconstitución dialéctico en
la historia. Desde su punto de vista, la razón se torna histórica por su
apropiación de posibilidades, lo que desencadena un proceso de capacitación
racional. En este sentido, la historia en sí misma no es una dialéctica de
virtualidades, sino un proceso de creación y obturación de posibilidades. En
virtud de esto, el proceso sociohistórico es algo abierto, e indeterminado; el
progreso histórico, es lento, tentativo, conjetural, ya que la razón se
enfrenta a lo no-idéntico, es decir, a lo otro que el concepto, por lo que,
siempre hay aspectos que se sustraen a las determinaciones conceptuales, por
tanto, no hay universalizaciones definitivas, sino que todo es absolutamente
relativo al contexto histórico y social de emergencia.
En sus
trabajos, Adorno extrae claras consecuencias del vínculo de la razón en
relación con la historia. El declara, siguiendo muy de cerca las críticas
elaboradas por Walter Benjamin[2], que el
modelo del progreso está en el control de la naturaleza extra e intrahumana;
control que se funda en el principio de identidad del espíritu, en virtud del
cual se cometen todas las injusticias contra lo no-idéntico. De allí que el
genuino progreso significa salir del hechizo lanzado por dicho principio (cf.
Adorno, 2019, pp. 298-301).
La
construcción histórica idealista, a su modo de ver, ha identificado posibilidad
con realidad; es decir, realidad y espíritu quedan completamente equiparadas
(cf. Adorno, 2019, p. 158), anulando así el horizonte de posibilidades, como
diría Koselleck. Desde su punto de vista, es más adecuado considerar la
dialéctica de la historia como una no identidad de lo idéntico y de lo no
idéntico, ya que esta no logra la pretendida unidad del concepto en su proceso
de desenvolvimiento en la historia. Por el contrario, hay un desgarramiento en
el seno mismo del concepto por aquellos aspectos de la historia que no se
ajustan a sus identificaciones; es una identidad desgarrada, justamente, porque
lo sometido y reprimido por el concepto provoca una ruptura en el mismo (cf.
Adorno, 2019, pp. 198-199). De esta manera, es posible una recuperación de la
posibilidad y, por tanto, de la utopía.
En
resumidas cuentas, encontramos tres posibles ámbitos de confluencia teórica
entre estas tradiciones teóricas, lo cual habilita a un posible diálogo que
permita profundizar en una
recuperación de la racionalidad como fuente de crítica
y transformación histórica.
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de uso: (CC BY-NC-SA 2.5 AR)
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