Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas / E-ISSN 1851-9490 / Vol. 28 / Sección Dosier
Revista en línea del Grupo de Investigación de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas /
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
www.estudiosdefilosofia.com.ar / Mendoza / 2025 /
Discaodio, Pity and Ableism.
An Essay on the New Right and Its Policy Towards
People with Disabilities
Paula Gastaldi
Universidad Siglo21;
Universidad Blas Pascal (UBP), Argentina
Recibido: 23-10-2024
Aceptado: 01-05-2025
Resumen. En Odio e Ira, furias desatadas de la
democracia actual, Guillermo Lariguet (2023) ensayó sobre la emoción del
odio y su distinción analítica con la justa ira. En este ensayo caracterizaré
lo que ha sido denominado como “nuevas derechas” en Argentina y veremos en qué
medida estamos ante una ideología que se sirve y alimenta el odio hacia ciertos
grupos, clases o identidades. Específicamente trataré el discaodio, término con el cual el colectivo de personas con
discapacidad ha denominado al odio que reciben. Asimismo, indagaré otro modo de
trato hacia personas con discapacidad, la lástima, y en qué medida tanto el
odio como la lástima se relacionan con el capacitismo como matriz cultural que
estereotipa a la discapacidad.
Palabras clave.
discapacidad; discaodio; lástima; capacitismo; nuevas derechas.
Abstract. In
Odio e Ira, furias desatadas de la democracia actual (Hate and Anger, unleashed
furies of today's democracy), Guillermo Lariguet (2023) essayed on the emotion
of hate and its analytical distinction with righteous anger. In this essay I
will characterize what has been called “new rightists” in Argentina and we will
see to what extent we are facing an ideology that uses and feeds hatred towards
certain groups, classes or identities. Specifically, I will deal with
discaodio, a term used by the collective of people with disabilities to refer
to the hatred they receive. Likewise, I will investigate another way of
treating people with disabilities, pity, and to what extent both hatred and
pity are related to ableism as a cultural matrix that stereotypes disability.
Keywords. disability;
hatred of people with disabilities; pity; ableism; new rightists.
El
odio
Dicen
que es ciego. ¿Ciego?
Tiene
el ojo certero del francotirador.
Wisława
Szymborska
Wisława
Szymborska indica cómo opera el odio: dirigido con precisión hacia quien
pretende aniquilar. Claro que ese aniquilamiento tiene escalas: desde violencia
simbólica hasta física que puede causar muerte, pero la finalidad es la misma.
Una voz poética para sintetizar lo que Guillermo Lariguet (2024) ensayó en Odio e Ira, furias desatadas de la
democracia actual sobre la emoción del odio y su distinción analítica con
la justa ira. En primera medida, una declaración: creo que el libro que
escribió Lariguet fue anticipatorio, al menos para Argentina. Cuando se
publicó, Milei sólo paseaba por programas de televisión y tiraba leña al fuego
de twitter. Al momento de contar por qué un ensayo, Guillermo trae a cuenta el
búho de Minerva: dicen que llega tarde, pero. El libro logra mostrar cómo el
odio empezaba a caldearse en los últimos tiempos en Argentina y cómo esa
emoción es un problema en democracia.
Este texto, entonces, se escribe con Milei presidente de Argentina. En sí
mismo, eso no dice nada o sólo podría hacer eco ante un grupo de personas que
creemos que pensamos más o menos similar. Habrá que dejar de asumir y ver,
entonces, en qué medida Milei-odio pueden articularse en este contexto y para
este texto. Caracterizaré lo que ha sido denominado como “nuevas derechas” y
veremos en qué medida estamos ante una ideología que se sirve de y alimenta el
odio hacia ciertos grupos, clases o identidades. Específicamente trataré el discaodio, término con el cual el
colectivo de personas con discapacidad ha denominado al odio que reciben por
parte del gobierno actual.
Una
segunda declaración: la técnica de escritura que Guillermo usa, el ensayo, fue
un acierto. Quizás fue esa técnica la que permitió al búho anunciar antes de su
vuelo. De hecho, y como gesto de trama de este texto, llegado el momento
intentaré emular en qué sentido un ensayo (incluso con pretensiones académicas)
puede ofrecer un modo singular de
gestar reflexiones. Por ahora diré que, en este ensayo, intento leer cómo lo
escrito por Guillermo puede aportar al análisis sobre el trato hacia personas
con discapacidad. Veremos hasta dónde nos lleva la escritura: no prometo que no
sea al ocaso.
Comencemos
por una reconstrucción de la propuesta conceptual del libro. Tanto en la ira
como en el odio hay deseo de dañar a
otrx. Pero, mientras la ira focaliza un individuo; el odio aplica a clases, cuestión que Guillermo trata en
el Capítulo 1, en el título “la desaparición del otro por ser o encarnar esa
clase de otro” (Lariguet, 2023: 61). Es decir, quienes son odiados son en
relación a “ser lo que son”: por pertenecer a un grupo, género o colectivo.
Trayendo a Nussbaum (2018), Lariguet refiere que el rasgo distintivo del
concepto de odio es que se enfoca “en la totalidad de la persona” y es de
“carácter global”. Asimismo, Guillermo resalta algo que atraviesa y ocupa el
texto de manera constante: ese carácter global del odio compromete la identidad
moral del odiador. Lo convierte en un francotirador. Quien odia, al menos en un
sentido básico, “experimenta una emoción que no está anclada al mundo” (p. 63)
y, por tanto, lo niega, destruye. Si no está anclada al mundo, ¿a qué se ancla?
Diría que, de hecho, ancla su ser a la moral
positiva de su contexto. ¿Pero ese no es el mundo? En realidad, no está
anclada a un otrx: no le pone rostro a quien dirige su emoción destructiva. ¿En
qué medida quien odia ve comprometida su identidad moral? No logra tomar
distancia de lo que, por contexto, recibe. Los discursos morales son
totalizantes y no permiten ver la parte en el todo. El gesto totalizante del
odio es la diferencia conceptual (entre odio e ira) más recurrente que encontró
Lariguet en la literatura. Quien odia fabrica al objeto odiado aunque, de
hecho, ese odio se dirija a un sujeto.[2]
El
fascismo se apoya en el odio y lo exacerba. El rasgo distintivo del fascismo es
la pretensión de aniquilar a otro (y agrego: a quien no considera un semejante, aplicando la distinción de
Bleichmar, 2008). El francotirador ve un objetivo: quien entre en su mira será
enemigo. El odio pretende destruir, pero esa destrucción no puede tomarse
literal. Hay muchos modos de aniquilar, tiene sinónimos: anular, abusar,
atacar, desterrar. Habrá que describir de qué manera están destruyendo a
quienes odian. El día de la prestación sincrónica del libro en el IDEJUS,
Lariguet remarcó que, en el posfascismo, la destrucción no es física sino
simbólica: no sólo se acaba con el enemigo a través de la muerte física. La
vara de qué ingresa entonces respecto a destruir
al otro no es un sólo acto (matar): no podemos esperar hasta que se mate para
nombrar odio.
Volviendo
al rasgo recurrente de la distinción: mientras la (justa) ira tiene una
capacidad de captar lo del verdadero del mundo externo (hay una creencia de
haber recibido un trato injusto); el odio tiende a fabricar el objeto odiado, a
interponer la categoría o clase ante la persona.
(Acá persona está usado como
componente normativo: es decir, el término se refiere a que a cierto sujeto lo tratamos de cierta manera, por lo pronto como un
sujeto al que hay que darle respeto. De todos modos, se podría discutir si
basta con el respeto o es necesaria amistad cívica o reconocimiento o -
pensando en la escala mínima - tolerancia y eso nos llevaría a soluciones
normativas distintas. Sin embargo, a los efectos de la discusión sobre odio en democracia podemos ver la coherencia
de aceptar la amistad cívica rawlsiana en la que Lariguet se apoya).
En la
presentación Lariguet orientó que, desde la escuela fenomenológica, podemos
comprender al odio como una emoción que fabrica su objeto. En cambio, la ira se
ajusta sujeto-sujeto. Hay, en la justa ira, un insistir sobre la realidad,
reclamar, pedir justicia que nos pone en dirección a un otro, que - por el
hecho de reclamar - ya estamos atribuyendo (o imputando) personalidad. Podría sentir justa ira por cómo me tratan por el
hecho de ser mujer, por ejemplo.
De
hecho, siguiendo a Aristóteles, Lariguet ofrece razones normativas para, en el
plano político, quedarse con la ira: no sólo porque la ira puede ser justa
(algo que nunca el odio) sino porque, en democracia, puede visibilizar reclamos
y generar movimientos hacia la concreción de políticas igualitarias. Hay deseo
de justicia en quienes sienten ira toda vez que lo hacen por percibir una
injusticia dirigida hacia ellxs. Así llega a remarcar que, en la democracia,
hay que hacerle lugar a la justa ira porque puede ser sensible a ciertas
injusticias que la democracia no estaría captando.[3]
Pero al odio hay que mantenerlo a raya.[4]
No
significa que Lariguet desconozca los problemas que la ira trae consigo. Entre
otras, indica: es inestable; a veces recae en un error metafísico de pretender
volver las cosas a un estado anterior (las cosas no vuelven a su estado
anterior: aunque creo que la venganza es la que mueve por ese anhelo); puede
mutar a odio en un sentido derivado.
Esto último significa que si una deja que esta emoción se aloje y no transite a
otros estados mentales y políticos, puede traer consecuencias nefastas (tanto
para la persona con ira como para el sistema político). Sin embargo, tengo
dudas respecto a si, para llegar a odio derivado, no tendría que moverse algún
cimiento de estructura: tengo dudas respecto a si el odio no aplica a quien,
estructural y objetivamente, no está en superioridad
en relación a otrx. Para que la justa ira, entonces, sea justa ira, parece
requerir ajuste sujeto-sujeto. De este modo, para caer en odio derivado se
requeriría pasar a negar la otredad de quien me hizo el daño y tomarlo como
objeto, totalizarlo. Puede que alguien con justa ira se alinee a otros con la
misma justa ira (grupo, colectivo, etc.) y que esa línea vaya preparada para la
guerra. Entramos en una batalla y quedará, entonces, entrar a discusiones tales
como “no matarás” que del Barco (2011) nos ofrendó y Guillermo analiza.
Pero
abandonemos el vocabulario bélico. ¿Qué hacer con quién nos odia? No es sólo
una pregunta por cómo responder al odio, sino cómo frenarlo. ¿Hay algún fármaco
contra el odio? Lariguet sospecha que no podemos cambiar al odiador con
argumentos, no podemos hacer que el odiador deje de odiar a través de hacerlo
“entrar en razón”. El amor como fuerza
equivalente, dijo en la presentación del libro. ¿Podemos amar a quien nos
odia? ¿Debemos amar a quien nos odia? El amor como aquella fuerza “que logra
que el rostro concreto del otro aparezca” (Lariguet, 2023:202). Detrás de lo
que parece obvio se puede esconder una certeza, ocurre que lo obvio parece no
despertar ninguna atención. Y ocurre que, para hacer lugar a lo obvio, se
requiere correrse de lo ideal, de lo fijado. Aunque parezca que se dijo todo,
aunque parezca que ya pasamos por acá, insistir sobre el amor puede ser un
gesto a arrojar al futuro. Veremos si Guillermo continúa su ensayo.
“No es
que el ensayo omita la certeza indudable, sino que más bien despide su ideal”,
dice Adorno (2001, p. 6). Este texto es un ensayo, tal como el de Guillermo:
pero no es un mero acto de imitación, menos de mímesis. Creí a su libro como
una conversación que disponía a ensayar. Empecé diciendo que El odio y la ira. Furias en la democracias
actuales anticipó: pudo poner la luz en aquello que le preocupaba, la
emoción del odio y su distinción con la justa ira y cómo esa primera emoción es
un problema en democracia. Dije que me pareció anticipatorio porque Milei fue
electo presidente meses más tarde de la publicación del libro.
Aunque
tendré que responder a la pregunta de por qué Milei-odio se juntan, por el
momento surge necesario decir de qué manera un ensayo puede anticipar. Esta
sección empezó con Adorno, quien no asume, al menos directamente, que el ensayo
tenga esa pretensión o esa cualidad. Y, al escribir este texto como ensayo,
tampoco me atrevería a pedirle eso; de hecho, no me atrevería a
instrumentalizarlo en absoluto por caer en riesgo de aniquilar la forma. Lo que
sí aparece en Adorno son cuestiones tales como forma y la recurrencia del término utopía o la insistencia de reencantar el mundo[5]:
entonces, futuro. Claro que asumir
que un ensayo predice futuro es un
gesto poético, quizás solo lo nombra y, en este contexto, es suficiente. Nadie
dijo, como creo que es el caso, que decir futuro no sea decir distopía ahora que “Milei presidente” es
parte de la realidad argentina[6]. Guillemo
no podía conocer que Milei sería presidente, pero sí intuyó que el odio en
ascenso sería tierra fértil para atentar contra la democracia, hacer crecer el
fascismo (bajo la aclaración efectuada en el punto 2 sobre el posfascismo).
Llegado el momento presentaré la discusión sobre “nuevas derechas” y veremos
qué tiene de nueva y qué de derechas.
Volviendo.
¿Qué podemos entender como forma en
relación a la escritura de un ensayo? Una técnica: por eso Adorno refiere a la
distinción impuesta entre ciencia y arte. El modo de escribir un ensayo es
reparar en su forma: ensaya quien abandona (o hace a pesar de) el miedo por los
formalismos y las imposiciones estéticas del canon. Eso no significa caer en la
creencia de que el lenguaje lo puede todo o “un pensamiento que pueda
encomendarse de manera ilimitada y ciega al lenguaje como nos quiere hacer
creer la idea de un hablar primigenio” (2002, p. 4). Para Adorno, no puede
haber una confianza absoluta del lenguaje sobre la cosa: no hay un dominio de
lo simbólico que pueda captar una totalidad y, al captarla, revertirla. Lo que
hace el ensayo es disponer al lenguaje a insistir hasta romper la permanencia.
Cerrando su ensayo dice “la ley formal más íntima del ensayo es la herejía. En
la cosa, mediante la violación de la ortodoxia del pensamiento, se hará visible
aquello que ella pretende mantener invisible y que, secretamente, constituye su
fino objetivo” (Adorno, 2002, p. 8). Volver visible aquello que el pensamiento
no puede ver, el pensamiento totalizante que evade al objeto por atribuirle
permanencia, reinfrincación, univocidad de sentido.
Pero,
¿basta solamente con posar la mirada en aquel “objeto” sobre el que ya se dijo
“todo” o no se dice “nada”? No hay un control que, quien ensaya, pueda ejercer
sobre el lenguaje (Adorno, 2002). Entonces, quien ensaya, ¿qué hace con el
lenguaje? Empiezo a creer que esto se convierte en un laberinto metafísico:
tomaré un atajo por considerar que esto está discutido, dividido en aguas. Sin
perder el camino de Adorno, podemos hacer una derivación epocal del ensayo.
Alan Pauls se refiere a la noción de cuerpo
de quien ensaya. En una entrevista, Pauls (2019) propone ver el ensayo como
aquello que permite enlazar la singularidad en quien escribe[7]. Entrar en
la noción de cuerpo, corporalidad de la escritura parece un propio de los giros
materialistas y escrituras de sí (Farrán, 2023). Hay que dejarse llevar por el
lenguaje atravesando un cuerpo. Referir a lo singular parece hacer perder todo
tipo de cientificidad a un texto, allí el temor infundado a quienes defienden
el canon en el pensamiento científico. Pero: el pensamiento brota de la carne que dice yo, dicen que sentencia
Nietzsche. Un yo posibilita ver un matiz en lo oscuro o demasiado claro que
encandila; permite buscar los contrastes. ¿Qué se podría decir de nuevo sobre el odio? A Guillermo le
interesa el odio en democracia. Ese cruce o esa especial forma de enmarcar un
cuadro fue preciso en esta época. Otro modo de mirar de nuevo lo que parece
viejo; olvidado; naturalizado como paisaje; asumido como inevitable y real por
añadidura.
El yo
filósofo de Lariguet está entramado en el texto: le preocupan las emociones -
precisamente, el odio y la ira - en
democracia como sistema político. De mi parte veré si, en relación a ciertos
episodios del escenario argentino actual, estamos ante discaodio. Aquí creo que el camino trazado por Guillermo quedará
atrás: o, mejor dicho, suscribo a las palabras que ensayó en relación al odio en democracia. Aunque el punto dos de
este texto reconstruye esa discusión, diré que, en el ensayo, Lariguet toma decisiones,
hace con su herencia de lenguaje, lo rompe, lo atraviesa, lo indaga. Va cavando
y cavando, uniendo puntos que reconoce que derivan, hace con todas sus lecturas
un camino, muestra - a partir de la precisión analítica conceptual que lo
caracteriza- las sombras de las discusiones. Dice que hay que ocuparse del odio
en nuestra democracia: que dinamita sus propias bases de existencia: que hay
que mantenerlo a raya: que el derecho podría hacerlo pero no debe agotarse en
una respuesta jurídica (a lo que sumo: que el derecho suele fallar en
prevenir/cambiar/transformar, que las bases liberales de nuestro ordenamiento
esperan a que se concrete el daño
para que el “derecho” aparezca y hay razones normativas de peso para que esto
sea así; pero podríamos trazar el camino de las distinciones y asumir necesario
prevenir el daño en ciertos casos o asumir que quien odia daña así sea que su
daño quede en escalas menos evidentes que la violencia física o la muerte).
En este
texto iré por un otro surco: veré qué ocurre con el odio en relación a ciertas identidades; específicamente, personas
con discapacidad. No iré por el camino de indagar qué ocurre a las personas que
lo reciben (de manera individual/personal aunque sería necesario ocupar todos
los lugares posibles con su testimonio), sino intentaré distinguir cómo se
manifiesta el odio hacia personas con discapacidad. Este camino es un surco por
varios motivos:
El
primer motivo, escribo como hermana de una persona con discapacidad. Es decir,
escribo desde un yo y no por eso escribo en primera persona: ni del singular,
ni del plural. Sería un exceso decir que escribo desde un nosotrxs; sería arrogarse un rol imposible en relación a este texto[8]. Escribo
desde un yo hacia un nosotrxs: sea a quien llegue a convocar este texto;
incluso, si no llegara a ningún gesto de convocación, será un gesto de mera
evocación. Yo formo parte de un nosotrxs,
aunque - por el momento - no se me atribuya la identidad de persona con
discapacidad. Ese “por el momento” quiere advertir que potencialmente cualquier
persona puede estar en situación de discapacidad. De todos modos, diré que, en
tanto hermana de una persona con discapacidad, conozco la discriminación y el
capacitismo y, aunque no lo sufra mi cuerpo, afecta. A esta altura podría jugar
con la palabra ensayo: en (e)sa (escritura), yo.[9]
El
segundo motivo, muchos se oponen a hablar de identidad al abordar injusticias en relación a las minorías. Incluso se ha teorizado sobre
política de la identidad y se ha criticado que lleva a una reificación o comunitarismo (Fraser, 2008). Llegado el momento
descenderemos a esos problemas. De todos modos, al menos por ahora considero
que el camino de Guillermo (en tanto refiere a que el odio se dirige a una clase) puede continuar por el surco de
las identidades, aunque no desconozco que puede chocar con las bases liberales.
No me detendré a ver si ese choque es letal: si trazar el sendero de
identidades colapsa con las propias bases de las que parte el libro de
Guillermo. En caso de que se asuma que sí, vuelvo a la noción de clase (permítanme la trampa lingüística)
pero, siendo que el propio colectivo ha indicado el término discaodio, intentaré profundizar en la
discusión de identidades que describa que existe odio hacia personas con
discapacidad y cómo se manifiesta ese odio.
Sin
embargo, al menos rápidamente, surge un detalle: no parece que se odia a las
personas por tener discapacidad.
Aparece a menudo otra tendencia emotiva: la cuestión de la lástima hacia
personas con discapacidad. En la última sección de este ensayo intentaré
mostrar cómo opera la lástima a
personas con discapacidad y que la lástima lastima. Veremos cómo y veremos por
qué. De todos modos, este texto comenzará por exponer el discaodio, es decir, el odio hacia personas con discapacidad,
aunque algunxs crean contraintuitivo o exagerado asumir su existencia.
En
febrero del 2024, a sólo unos meses de que Milei asumiera como presidente
electo de Argentina, se efectuaron 353 despidos en la Agencia Nacional de
Discapacidad (ANDIS). ANDIS es un espacio dependiente de ANSES que se encarga
de las políticas públicas en materia de derechos humanos de personas con
discapacidad. ANDIS fue absorbida por el Ministerio de Capital Humano y
rebajada su partida presupuestaria[10].
Entre las personas despedidas se encuentra Guadalupe Bargiela, mujer con
discapacidad, activista femidisca[11]. Ante
eso, anunció “Es un Estado que no está ausente, está mirando hacía los
mercados, está presente para reprimirnos, está presente para fomentar el discaodio”[12]
subrayó Guadalupe. El término discaodio es
una manera de nombrar cómo ciertas actitudes fomentan odio contra personas con
discapacidad. Es un término que el propio colectivo acuñó para poder explicitar
el odio recibido. Nombrar el odio
recibido y mostrar que opera por pertenecer a esa clase o esa identidad social
es un modo de advertir que el problema está en quien odia (y, agrego, quien
odia no lo está representando como sujeto, no lo entiende como semejante).
Comencemos
por tomar el gesto que Guillermo hace en su ensayo: mirar escenas de la
realidad a través de aquello que toma la escena pública, con cautela respecto a
los medios. Es decir, busqué entrevistas, tweets, palabras de Javier Milei o
representantes de la Nueva Derecha sobre discapacidad. Aunque con cierta
pretensión de ser específica (es decir, rastrear qué manifiesta sobre personas
con discapacidad) la búsqueda me llevó a enmarcar una serie de aspectos que
hacen al análisis:
En el
apartado vinculado a las propuestas sobre salud, la plataforma electoral de La
libertad avanza (LLA), incluye: “Descentralizar las derivaciones hospitalarias,
arancelar todas las prestaciones y autogestionar el servicio de salud en
trabajos compartidos con la salud privada”; y, sobre las personas con
discapacidad, la plataforma contempla “desarrollar y promover programas de
prevención, atención, control y seguimiento de pacientes discapacitados según patología”.[13]
Milei
fue denunciado ante el Ministerio Público Fiscal y el Instituto Nacional contra
la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) en 2021 por “denigrar
públicamente a las personas con discapacidad”. La denuncia fue presentada por
el militante del Frente Patria Grande, Jonathan Algalarronda, en repudio a los
dichos del candidato libertario, quien afirmó que él podría “aplastar aún en
silla de ruedas” al jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta.
El 6 de
septiembre de 2023, la Asociación de Síndrome de Down Argentina repudió el uso
de la palabra “mogolico”, que Milei utilizó como insulto contra el economista
Roberto Cachanosky. A su vez, Milei retuiteó una imagen de una persona con
síndrome de down para referirse a la “inutilidad” de Ignacio Torres, gobernador
de Chubut.
En una
entrevista en 2019 en el programa de la Televisión Nacional de Chile “Vía
Pública”, Milei dijo: “Si los individuos creen que tienen alguna falencia
mental por la cual no pueden hacerse cargo de su proyecto de vida, no tienen
porqué estar complicando la vida al resto”.
En
2025, La "Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista",
convocada para el 1 de febrero en Argentina, es una movilización en rechazo a
los dichos y políticas del presidente Javier Milei, especialmente en relación a
las minorías y la defensa de derechos sociales. La marcha tiene como objetivo
expresar la resistencia a lo que se considera un retroceso en las políticas de
género, inclusión y derechos humanos. La marcha es una respuesta a los dichos
de Milei en el Foro Económico Mundial de Davos, que fueron percibidos como
homofóbicos, misóginos y contrarios a la defensa de los derechos humanos. Sus
polémicas declaraciones generaron el rechazo de un amplio sector de la sociedad
argentina, especialmente las personas LGBTIQ+, que se sintieron agredidas y
atacadas en su dignidad.[14] En este
marco, se resaltó el odio hacia ciertas identidades, centralmente personas
LGBTIQ+.
Tiempo
más tarde, en el Anexo de la Resolución 187/2025 de la Agencia Nacional de
Discapacidad (ANDIS) de Argentina, organismo encargado de los derechos de
personas con discapacidad y las políticas públicas, se ha establecido un nuevo baremo para medir los grados de
discapacidad de una persona, a partir de los cuales se le entregará o no una
pensión no contributiva[15]. La
resolución sostiene:
Según el CI los grupos son: 0-30 (idiota): no atravesó la etapa
glósica, no lee ni escribe, no conoce el dinero, no controla esfínteres, no
atiende sus necesidades básicas, no pude subsistir solo; 30-50 (imbécil): no lee ni escribe, atiende
sus necesidades elementales, pueden realizar tareas rudimentarias; 50-60 (débil mental profundo): solo
firma, tiene vocabulario simple, no maneja el dinero, puede realizar tareas
rudimentarias; 60-70 (débil mental
moderado): lee, escribe, realiza operaciones simples, conoce el dinero,
puede realizar trabajos de escasa exigencia intelectual; 70-90 (débil mental leve): cursó primaria y a veces secundaria,
puede realizar tareas de mayor envergadura. Fronterizos los que tienen CI cerca
al normal.[16]
En este
sentido, aunque ciertos representantes del colectivo de personas con
discapacidad propiciaban que la marcha sumara “anticapacitista” en su
convocatoria. En este sentido, la manifestación en contra del fascismo, se direccionan contra las
nuevas derechas que gobiernan en este momento, bajo los interrogantes que ahora
se exponen.
En
categorías de Guillermo, si pensamos en Javier Milei estamos ante un “odiador teórico”. Lo que
caracteriza a este tipo de odiadores es la constancia por disfrazar al odio de
argumentos e ideología. Ideologizan el odio. En tanto líder de la LLA, Milei
representa lo que se ha denominado nuevas
derechas. ¿Es el odio la emoción que intenta despertar la nueva derecha argentina? ¿Qué tiene de
nuevo esta derecha?
Podemos partir de Bobbio (1996) y
su distinción entre izquierdas y derechas: mientras las izquierdas buscan
ampliar los derechos, es decir, estarían guiadas por la igualdad; las derechas
buscan restringir derechos sobre la base de la libertad individual. Bobbio
aclara que cualquiera de las veredas puede derivar en fascismo. El fascismo
sería el uso de poder para la sistemática construcción de un blanco para
disparar y eliminar (literal o simbólicamente) de la escena pública al
adversario.
En relación a Milei, la LLA y las
nuevas derechas es necesario precisar qué tiene de nueva. Un rasgo
característico: tal como señalan Nazareno y Brusco (2024: 8), el sello
distintivo está en la radicalidad de los discursos que
¨difícilmente parecen encajar en lo que se supone son los principios básicos de
un orden democrático liberal: racismo, misoginia, xenofobia, incitación a la
violencia física y simbólica, desprecio explícito por las instituciones
democrático-republicanas, descalificación moral e intelectual con visos
deshumanizantes de los líderes y simpatizantes de otras expresiones políticas¨.
En este sentido, se empieza a tejer la relación entre Milei-odio. La nueva
derecha, siguiendo a Brown (2020), toma la postura neoliberal fusionando una
dimensión moral: propone como bueno la
expansión de la lógica de mercado hacia todo el conjunto de relaciones
sociales. El
anarquismo que pregona desconfía de la política y el Estado: siendo que las
solas relaciones mercantiles no son suficientes para mantener los vínculos
sociales, los padres fundadores de Mont Pelerin creían que los mercados
deberían ser complementados por compromisos morales cristiano-occidentales,
transmitidos por la tradición (Nazareno y Brusco, 2023). Defender la libertad
individual y la esfera personal ahora se fusiona con argumentos morales
ultraconservadores.
Milei y
LLA refieren a la necesidad de montar una batalla cultural (Nazareno y Brusco,
2023). Se posicionó en contra del lenguaje inclusivo, aborto, educacion sexual
integral, de los feminismos, del cambio climatico, etc. Según Vommaro (2023)
Milei es un caso de ultraderecha con
rasgos populistas fundamentalmente por su discurso contra la “casta política” a
la que opone un “pueblo puro” de personas a las que se les roba el fruto de su
esfuerzo.
En su
discurso de Davos, Milei explícita su defensa al libre mercado como modelo.
Sostiene:
Por eso,
como no cabe duda de que el capitalismo de libre mercado es superior en
términos productivos, la doxa de izquierda ha atacado al capitalismo por sus
cuestiones de moralidad, por ser, según ellos, dicen sus detractores, que es
injusto. Dicen que el capitalismo es malo porque es individualista y que el
colectivismo es bueno porque es altruista, con la ajena. En consecuencia,
bregan por la justicia social”[17].
El
anarcocapitalismo que defiende requiere un mínimo (o nada) de intervención del
Estado en el mercado. Más allá de lo irreal que parezca esa pretensión por
incapaz de lograrse sin una revolución que desmantele las instituciones; los
discursos de Milei invocan una mística de origen. Creen que se debe volver a un
punto anterior y, por tanto, pueden volver. Lariguet (2023) referiría a un
error metafísico: querer volver al sueño del libre mercado con el que cada uno
tiene la suya y nadie pide a nadie, creyendo que ese sueño se concretó en el
pasado.
La
mirada literal, unidimensional, ajustada de manera directa a la creencia que
sólo tiene valor la propiedad privada es un problema para la vida política.
Eso, porque a la propiedad privada la defienden de manera comprehensiva de toda
la realidad: incluso, conciben al ser humano como propietario de su cuerpo. Eso
tiene raigambre lockeano, propone que la propiedad privada es a priori y asume que todos somos
propietarios por contar con la propiedad sobre el cuerpo y, por derivación, de
los objetos que nuestro cuerpo apropie o cree. Conciben al ser humano como
propietario pero como apropiable, también.
Defienden un valor ante todos los otros
valores y ante las personas que defienden otros valores. Se alinean con valores
tales como la vida y la libertad, siempre que esos valores se deriven o
enmarquen desde la propiedad privada. Pero habría que reconstruir qué entienden
por vida y qué por libertad. Por vida entienden el respeto por seres humanos
desde la concepción, por razones de corte conservador, de carácter dogmático y
religioso. Radicalizan las discusiones y niegan que haya otros valores que
entran en pugna con la vida. La libertad es una libertad antes de la libertad.
Es una libertad de mercado para que ocurra la libertad individual. Hay otras
nociones de libertad, como ser la libertad como necesidad de tener ciertos
bienes primarios sociales para poder, cada quien, despegar su proyecto de vida
y concepción del bien (Rawls, 1971). Esa también es una idea liberal, ocurre
que le solicita al mercado - como institución, a la lado de muchas otras
instituciones que operan en la estructura básica de una sociedad - que aplique
el principio de diferencia y aventaje a la persona que ha sido - por azar -
desaventajada. Las desventajas no son tenidas en cuenta por los
anarcocapitalistas de la nueva derecha. Resulta el mercado como único
beneficiario de toda ventaja sin tener que asumir las consecuencias -
ambientales, por ejemplo - de llevar la producción al máximo de sus
posibilidades.
Cree,
entonces, que todo debe estar librado al mercado, incluso derechos tales como
educación universitaria, salud, etc. Insiste: “Este es el modelo que nosotros
estamos proponiendo para la Argentina del futuro. Un modelo basado en los
principios fundamentales del libertarismo:
la defensa de la vida, de la libertad y de la propiedad”.[18]
A su
vez, insiste en la figura del empresario como un benefactor: “Dicho de otro
modo, el capitalista, el empresario exitoso es un benefactor social que, lejos
de apropiarse de la riqueza ajena, contribuye al bienestar general. En
definitiva, un empresario exitoso es un héroe”.[19]
Esto último nos lleva al siguiente punto de análisis.
Existe
necesidad de indicar qué sujeto idealiza
o construye el discurso de Milei. Ese sujeto individual, propietario por el
hecho de poseer cuerpo, con la posibilidad de desplegarse libremente y
conquistar riquezas; ese sujeto librado a sí, dueño de sí, impone la promesa
que, quitados los límites coercitivos del Estado, desplegará su potencia. Ese
ser individualista que todo lo puede por sí mismo, siempre y cuando quitemos
los límites (que suelen pensarse como
impuestos). Por lo pronto, indicar que la construcción de ese sujeto lleva
consigo la comprensión idealista del ser humano como productor. Incluso, en la lectura de Semán (2023), los votantes de
Milei se han hecho eco de las mejorías por conquistar: son mejoristas que podrían, a partir de un nuevo liderazgo popular,
lograr emancipación y libertad.
Este
ensayo, sin embargo, no logrará ver qué hay en las personas votantes de Milei,
sino qué hay tras la construcción de un sujeto ideal y por qué toda
construcción que atente contra la metáfora de una sociedad atomista, compuesta
por átomos que solitos se despliegan por una escena (sea esta territorial o
digital) es considerada amenaza. Se cristaliza la idea de sujeto independiente.
Butler (2017) propone girar hacia una comprensión del sujeto en tanto
dependiente radical. La propuesta butleriana, entonces, no es superar la
dependencia con el objetivo de alcanzar la autosuficiencia, sino aceptar la
interdependencia como una condición de la igualdad, cuestión que será retomada
en el capítulo dos de la presente tesis. Ahora bien, la dependencia se eliminó
del “retrato del hombre originario” (Butler, 2021: 36) y se cree que está
siempre capacitado, dispuesto. A la par, agrego, la dependencia fue asignada a
un grupo de personas: personas con discapacidad, adultos mayores, niños, que
viene asociado a una falencia. Butler propone un relato distinto donde “todo
individuo aparece en el curso del proceso de individuación. Nadie nace como
individuo; si alguien se convierte en individuo a lo largo del tiempo, ella o
él no escapan a la condición fundamental de dependencia en el curso de ese
proceso” (Butler, 2021). La condición de radical dependencia da cuenta de un
punto de partida epistémico para repensar la humanidad: su interdependencia y
el abandono del punto individual y, por tanto, su aspiración a la pura
independencia como noción de autonomía. Esto, en relación a personas con
discapacidad, propone otro abordaje y otras praxis.
En
Davos, Milei se proclamó en contra de lo que denomina colectivismo. Sostuvo:
“Lamentablemente, en las últimas décadas, motivados por algunos deseos
bienpensantes de querer ayudar al prójimo y otros por el deseo de querer
pertenecer a una casta privilegiada, los principales líderes del mundo
occidental han abandonado el modelo de la libertad por distintas versiones de
lo que llamamos colectivismo”.[20] Otro
rasgo de las nuevas derechas: atacan a las políticas
de la identidad. Aquí comienza a conectarse discaodio con nuevas derechas.
Para trazar este punto, sin embargo, es necesario hacer un encuadre: aunque
abandone el análisis profundo de las teorías de la justicia que ponen el acento
en la esfera de reconocimiento de la justicia (Honneth, 1997), para algunos
incompatibles con versiones distributivas de la misma, intentaré enmarcar la
reflexión y cómo esto se conecta con identidad.
Según Taylor (1994) el reconocimiento es una necesidad humana vital. ¿Cómo
llegamos a reconocimiento y qué tiene que ver con identidad? Taylor distingue
entre sociedades premodernas y sociedades modernas: en las antiguas sociedades,
y según cómo se conciben las relaciones sociales, el orden social estaba
definido por rangos: nobleza, burguesía, campesinxs. El honor era el troquelado
de cambio y para que algunos tuvieran un estatus era necesario que otros
carecieran de este. Estaba intrínsecamente relacionado con la desigualdad. En cambio,
- en una búsqueda por consolidar el sistema democrático - en la modernidad
surge la noción de dignidad donde se abandona el privilegio y se busca la
igualdad. Ese sentido de igualdad, sin embargo, es un sentido universal y
pierde la dimensión particular de cada ser humano: indicaría qué compartimos
todos los seres humanos (la dignidad) pero no repara sobre los componentes
particulares de cada individuo. Aquí es donde aparece la noción de identidad.
Taylor, entonces, expone que el ideal de
autenticidad fue clave para que el reconocimiento asuma centralidad en las
teorías políticas contemporáneas. Los reclamos de reconocimiento hacen pie en
la noción de identidad porque se exige que ciertos rasgos identitarios sean
reconocidos (Taylor, 1994). Ahora bien, aunque es una pregunta que nos acerca
al abismo; ¿Qué es la identidad? Ocurre algo puntual para este texto; ¿podemos
referir a identidades en relación a ciertas clases, grupos o colectivos?
Pensemos en los modos en que personas que forman un colectivo -feministas,
queer, originario, personas con discapacidad, etc.- exigen reconocimiento.
Goffman
ofreció una teorización sobre el fenómeno de ciertas identidades deterioradas,
proponiendo el término estigma. Lo
primero que advierte es que las personas que reciben el estigma no son
consideradas “totalmente humanas” (Goffman, 1995: 15). A su vez, muestra que
las personas que lo reciben suelen inclinarse por entender justificado ese
trato. Así, propone la distinción entre identidad social e identidad
individual. Mientras que la identidad social identifica cómo se dirige la
estigmatización hacia ciertas personas que detentan ciertos rasgos percibidos
como “anormales” o disvaliosos; la identidad individual trama un “yo” y permite
ver cómo la información relativa a su estigmatización ha sido recibida por la
persona estigmatizada. En esta
línea, se ha advertido que las
instituciones sociales que organizan la convivencia en la sociedad estructuran
la vida de los individuos desde afuera y en ello les adscriben identidad,
mientras que el individuo se estructura e identifica desde adentro. Ambos
procesos están interconectados, la sociedad recurre a las clasificaciones
autoimpuestas y los sujetos son moldeados en su autopercepción por los rótulos
que les impone la sociedad. Esto implica admitir el constructivismo (Hacking,
2001). Las clases son categorías,
atributos y conductas humanas que pueden cambiar por efecto del bucle
clasificatorio creado por la conciencia de dichas clases. Entre éstas, Hacking
establece las cuestiones relativas al género, la orientación sexual, la
discapacidad, entre otras. Lo que importa es “los individuos que caen bajo la
idea, la interacción entre la idea y las personas, y la multiplicidad de
prácticas sociales e instituciones que estas interacciones implican: la matriz”
(Hacking, 2001: 68). De esta manera, y desde la vereda del constructivismo
social, hay que analizar cómo opera la matriz. Así, la persona que se encuentra
categorizada interactúa con la propia categoría adjudicada e impacta dicha
categorización en su desarrollo: un
bucle. La adscripción de identidad por parte de la sociedad conlleva el
problema de reforzar los patrones de poder existentes porque actúa en el
contexto de la lógica señorial (Horkheimer y Adorno, 1988) y estructura una exclusión.
Ciertas identidades son deterioradas por la construcción de un sujeto ideal y dejadas al margen, reforzando
patrones de exclusión,
¿Qué
ocurre si se idealiza y enaltece un ser humano productor? ¿Qué ocurre con los
dichos odiantes que estigmatizan a las personas con discapacidad? Se los
nombra, se pone el acento en que el problema lo tiene aquel que odia. Discaodio.
Advertimos
desde el comienzo que el colectivismo es nombrado como enemigo por Milei.
Muchos movimientos de reconocimiento parecen basarse en una idea colectiva de
identidad: eso, porque la colectivización empieza a operar resaltando lo valioso que ha sido negado. Las luchas
colectivas donde la propia identidad está en juego fueron tomando fuerza a
partir de la década de los 90. Los reclamos de mujeres, el colectivo LGTBIQA+ (Butler,
1990) y, en los últimos años, el colectivo de personas con discapacidad, han
puesto a lo colectivo en el centro de la escena. Sin embargo, aparecen
complejidades en asumir lo colectivo como modo de propiciar reconocimiento. De
hecho, Fraser (2008) sospecha de las políticas de la identidad por el llamado problema de reificación. Teme que estas
políticas tiendan a reificar la
identidad, es decir, reforzar la identidad de un grupo sobre la base de
autoafirmación y carecer de espacio para la disidencia, incluso dentro del
grupo. Es decir, al reificar la identidad de grupo genera las luchas dentro del
grupo por alcanzar la autoridad y el poder para representarlo (Fraser, 2008) y
tiende a caer en jerarquías. Es decir, Fraser entiende que las políticas de la
identidad pecan de lo que quieren curar siendo que refuerza la dominación
intragrupal. En este sentido, sospecha que despliega un comunitarismo y
favorece lógicas patriarcales. De esta manera, propone un enfoque alternativo
que consiste en tratar el reconocimiento como una cuestión de estatus social.
Propone que, en vez de tener al reconocimiento ligado a la identidad, se
entienda el reconocimiento como estatus de los miembros individuales de un
grupo como plenos participantes en la interacción social. La falta de
reconocimiento, por lo tanto, no significa desprecio y deformación de la
identidad de grupo, sino subordinación social, en tanto que imposibilidad de
participar como igual en la vida social. Ahí la propuesta de Fraser: debemos
entender reconocimiento como un camino hacia la igualdad de estatus.
Sin
embargo, desde la propuesta que ofrece Fraser (2008) es plausible de comprender
la importancia de la colectivización y la alternativa de opciones para quien no
experimente la colectivización o, incluso formando parte de un colectivo, pueda
disentir. En alguna medida, es comprensible la sospecha que Fraser tiene de la
política de la identidad, pero no es incompatible con sus propias premisas. Al
menos, para hacer lugar a la experiencia de los gestos de colectivización de
personas con discapacidad (organizaciones de la vida civil, ONG, grupos de
arte, cátedras abiertas, etc) es necesario resaltar que, su propuesta de
igualdad de estatus, esto es, superar la reducción de la identidad y aspirar a
superar la subordinación y restablecer reconocimiento a la parte no reconocida
como miembro pleno de la sociedad, capaz de participar a la par con el resto,
viene dado en el ámbito de la sociedad civil por generar espacios de identificación para poder hablar de
aquello que ha sido negado y generar conversación sobre experiencias que,
aunque posan en nombre propio, atraviesan a cada integrante por el hecho de
pertenecer a esa identidad social. En
este sentido, existe un gesto performativo
de la experiencia misma de colectivización, asamblea, debate (Butler, 2018)
donde se entrega la palabra y se propone un modo de comenzar a articular la
pregunta acerca de la identidad individual (Goffman, 1995) a partir de la
identificación de cómo somos tratadxs por pertenecer a ciertos grupos y poder
hacer algo con eso. De todos modos, la advertencia ética que Fraser realiza
respecto a que al interior del colectivo no se generen las mismas desigualdades
de antes (que no se reitere la negación de estatus) es clave a los efectos de
vivir experiencias asamblearias, colectivas, grupalizantes que sean
performativas y permitan la transformación; por ejemplo, debemos evitar que
personas sin discapacidad tomen la palabra en lugar de personas con
discapacidad y, por tanto, se vuelva a invisibilizar hacia el adentro y afuera
la cuestión disca; que personas con
discapacidad mental o intelectual no sean alojadas y apoyadas; o que personas
con ciertas discapacidades - usuarios de silla de rueda - no se sientan
identificadxs con personas con síndrome de down, etc.
Lo
valioso de nombrar discaodio a lo que
acontece (en discursos, prácticas y políticas) es la distinción que posibilita:
el problema lo tiene quien odia, no las personas con discapacidad.
En este
sentido, y aunque dejé entre líneas que la sospecha de Fraser sobre políticas
de la identidad/colectivización deben ser tomadas como advertencia para
nuestras praxis colectivizantes, no va en detrimento de la colectivización en
sí. En este punto cabe advertir que, ante las injusticias recibidas, debemos
combinar políticas de distribución y políticas de reconocimiento. No podemos
caer en la creencia que mediante la incorporación al mercado laboral y una
redistribución más equitativa mediante salarios justos estaríamos ante un
escenario equitativo. Tampoco podemos dejar de percibir cuánto daño hace la
creación de un sujeto ideal productor, independiente, individual, trabajador,
rico, capaz, que hizo mérito para tener lo que tiene. Ahí está la esfera de
reconocimiento en términos de participación: hace falta que las experiencias de
vida - biografías- sean escuchadas y tomadas en cuenta y que su aporte a la
sociedad sea estimado. Estos reclamos no pueden ser expresados mediante la
terminología de la redistribución, sino más bien a través de la exigencia de
reconocimiento: la pretensión de ser visto y aceptado como sujeto y de recibir
aprecio por las propias habilidades y facetas identitarias. De esta manera, la
lucha por el reconocimiento pone nombre a las injusticias recibidas - discaodio- y advierte que no basta con
redistribuir los bienes, aunque eso no implique negar que se requieren ciertos
bienes materiales para desplegar autonomía.
Las cuestiones acerca del estatus
político para poder participar de una sociedad son cuestiones de política
común, de Estado, de instituciones: de lo público.
Sucede que lo público está en acecho: Emmanuel Biset[21] ha advertido
que las nuevas derechas dinamitan lo público. Avanza la digitalidad y queda muy
poco de lo público: existen públicos
que, en base a ciertos intereses - no identidades - se agrupan, mueven de un
lado a otro como átomos que salen y entran y chocan con otros átomos sin
contención alguna más que el calor de cierto interés, que se disipa y apaga y
vuelve a prender.
Podríamos pensar, entonces, en la
colectivización no sólo de reivindicación sino como modo de gestar lo público.
Aunque tomando la advertencia de Fraser: hay que permitir entrar y salir de lo
colectivo. Dejar entrar a quien comprenda la injusticia recibida (aunque no
reciba esa injusticia en primera persona) y quiera hacer algo para revertirla;
dejar salir a quien ya no quiera pertenecer al colectivo (a quien quiera
abandonar el nosotrxs).
Para
poder salir sería necesario que cada persona cuente con los medios materiales
(justicia redistributiva) y que, al hacerlo, no pese sobre sí violencia.
Para entrar, quizás, algo de esa comprensión que se requiere tenga que
ver con la compasión.
El
pasado 19 de octubre, Caparrós hizo público que tiene ELA. En una entrevista en
el periódico español La
Vanguardia[22], el
periodista y escritor argentino explicó que hasta ahora
¨no había querido hablar de la dolencia que padece porque no quería que los
amigos le vieran como un moribundo¨.[23]
Hasta entonces lo sabía su intimidad - su ámbito doméstico -. Caparrós dijo “Es
raro cuando pierdes algo que no sabías que tenías; cuando eso que dabas por
supuesto deja de estar ahí. Y, por supuesto, empiezas a darte cuenta del
complejo privilegio de poder desplazarte - cuando ya no lo tienes. La metáfora
es fácil y barata (...) La vida se vuelve distinta desde abajo, desde la
compasión de los demás. Tantos quieren ayudarnos. Es entrañable que quieran
ayudarnos. Es insoportable que quieran ayudarnos: que den por sentado que no
somos capaces de hacer solos prácticamente nada - y se ofrezcan, atentos,
generosos, a hacerlos con nosotros, por nosotros”. Aunque por mucho tiempo
estuvo en mi cabeza la cuestión de la lástima como problema social urgente, los
dichos de Caparrós me animaron a escribir. Indica que la compasión es
insoportable. Sin embargo, creo que podemos trazar una distinción entre
compasión y lástima. La compasión se distingue de la lástima toda vez que, en
la primera, conserva o entabla un vínculo con quien le deposito mi emoción, a
quien se la exteriorizo porque va dirigida. Veamos: en el ámbito doméstico (si
hay un vínculo familiar, amistoso, amoroso, erótico) se suele presentar la
compasión. Y Caparrós indica que recibir del otro siempre - de manera
reiterada, sistemática - esa emoción: un tormento. Incluso la autocompasión
puede ser un tormento si es un estado único de emoción, aunque seguro se
necesite una dosis. Además, señala que la compasión trae consigo una tendencia;
suplir a la persona con discapacidad, sustituirla, hacer por ella, estar tan
pendiente que se genera dependencia, de un lado y del otro, un vínculo de
dependencia.
En el
caso de mi hermano, el diagnóstico médico es lesión medular y en términos de la
ciencia médica la discapacidad ha sido nombrada como cuadriplejia. Usa silla de
ruedas, como Caparrós[24]. Además,
sus manos tienen movilidad reducida; no puede hacer el movimiento de pinza de
los dedos. En las historias discas
suele hacerse la diferencia entre discapacidad adquirida, progresiva o de
nacimiento; la de mi hermano fue adquirida a sus 16 años, luego de un
accidente. La mesa de casa solía tener a mi papá en la punta, pero ahora
estaría mi hermano por razón de espacio. Se tuvo que correr dos metros allá
para que mi papá saliera y entrara de su borde para buscar el asado. Los
domingos de asado son sagrados, un ritual. El primer domingo después de vivir 9
meses en un hospital fue de cementerio: un silencio bastante cómodo reinaba la
escena; a partir de ahora mejor sería no decir; mejor sería respetar a los
muertos. Nadie había muerto, claramente. Seguir una tradición y esperar que esa
tradición sea la misma después de: una obstinación. Cuando llegó la carne a
cada plato, mi hermano nos miró, uno por uno, a cada uno, mientras cada uno,
uno por una, le devolvíamos la mirada. Alguien tenía que cortar la carne y
nadie se dió cuenta antes. De ahora en más alguien tendría que. Mi papá
reaccionó: agarró el cuchillo y el tenedor y cortó a las apuradas. Algunos
pedazos se salieron del plato y mi mamá los levantaba y ponía en el suyo. El
tenedor. Tampoco podía agarrar el
tenedor. La cara de mi hermano empezaba a transformarse: no sé si quería
llorar, gritar o. Mi mamá tendió a estirar la mano para pinchar la comida. Mi
hermano más chico y yo mirábamos una ruina: una escena que parece que se cae,
que parece que desaparece, pero se queda ahí para ser mirada por el resto de la
historia. Habrá quien haga turismo y saque una foto, se acerquen a una familia
por morbo, por puro goce, sin empatía. Nosotrxs estábamos ahí. Adentro.
Cruzamos miradas: él, roto: como quien no puede sacar comedia para revertir el
momento: como quien no podrá reírse por un rato o nunca. No vieja. Ahí va. Ahí puedo. Y todos lo miramos hasta que pudo.
Comió con las manos.
Eso es
la familia, el ámbito íntimo, el ámbito doméstico. Durante años la discapacidad
estaba en la familia, en lo doméstico, no había espacio para desplegarse y
salir a lo público era estar destinada a espacios de marginación, manicomios u
hospitales por ejemplo, propio del modelo de la prescindencia o modelo médico
de la discapacidad (Palacios, 2018; Oliver, 1998). En esa escena, si vuelvo
ahora, siento compasión, tanto por mi hermano como por todos nosotrxs en tanto
familia.
En
2002, la estructura básica de la sociedad no reconocía que las personas con
discapacidad requieren ajustes, apoyos, acceso a la salud, para no ser sólo
pacientes. La potencia para ser activos en la sociedad requiere distribución y
reconocimiento. En alguna medida, eso vino en 2008 para Argentina y, más
precisamente, en 2014 cuando se jerarquizan los derechos de personas con
discapacidad consagrados en la Convención de Derechos de Personas con
discapacidad: acceso a las calles, apoyo, ajustes, acceso a educación, trabajo,
libertad sexual, una vida hacia la independencia, la autonomía personal en su
mayor posibilidad para una persona (Rawls, 1971; Fraser, 2008). Esa es una
forma liberal de abordar el problema desde la filosofía política.
Mi
hermano comió con las manos y fue un alivio: él seguía, iba a seguir, tenía
ganas de comer, de comer el asado de los domingos. Por cómo está dada la
estructura social actual - es decir, como están distribuyendo las instituciones
los bienes primarios sociales - el cuidado se otorga en lo doméstico y, luego,
se accede a otras instituciones y otros derechos (educación, trabajo, salud,
cultura). Es necesario que el
ejercicio de esos derechos sean tales para que la persona vaya desplegando
autonomía y también, por qué no, contar e indagar qué ocurre en el ámbito
doméstico y los cuidados, aunque este ensayo no pueda abordar esto último.
Siento
compasión por nosotrxs porque la estructura básica de la sociedad no ofreció
las condiciones necesarias para llevar adelante una vida con discapacidad.
Actualmente, los problemas de esa estructura persisten - e incluso, el
discaodio lo socava, aunque todavía los derechos están jerarquizados.
Contada
esa pequeña parte de mi biografía, ¿se siente compasión, lástima, indiferencia?[25]
La
compasión es un afecto positivo, pero siente compasión quien hace lugar a la
biografía de la persona; conoce su vida, se vincula, conversa, lo entiende como
otredad. Quizás, incluso, lo estima. La lástima, en cambio, es totalizante.
Como el odio, la lástima convierte en objeto a la persona que lo recibe. El
odio, la lástima son totalizantes: a un sujeto lo vuelven objeto. No le
atribuye el ser persona, no le reconocen personalidad.
Una
usuaria de silla se baja de su auto en la ciudad de Córdoba. Ante la
imposibilidad de remar por la vereda, toma la calle. Se empuja y circula entre
los autos. Una persona se le acerca: le entrega un billete de 500 pesos en sus
piernas y se va.
La
lástima es proyectiva: quien cree que la discapacidad en sí misma es mala, una
vida invivible, una anormalidad, algo indeseable, arroja lástima y anula a la
persona. Es otro modo de totalizar. Quien
siente lástima se vincula con la discapacidad y no con la persona.
En el
punto anterior quedó advertido acerca de cómo funciona el estigma discapacitante con el que se trata a personas
con discapacidad. A esta altura es inevitable admitir, tal como lo ha expuesto
Goffman (2011), que uno de los grupos más segregados de la historia ha sido el
colectivo de personas con discapacidad. En este sentido, el autor propone un
abordaje sociológico que repare en las consecuencias del carácter
estigmatizador que tiene el trato hacia la persona con discapacidad. En este
sentido, lo primero que se asocia como estigma
es la lástima, posicionándolas como objeto de asistencia y reforzando el trato
discapacitante. Ferrante y Testa (2023) insisten en marcar que esa posición es
una posición que refuerza y consolida el lugar de objeto de asistencia
discapacitante.
Así, y
sobre los presupuestos teóricos del Goffman (2011), en la base de la lastima
podemos advertir que existe:
Una
tendencia de posicionar a las personas como objeto de caridad, negando
atribuirles status en el plano político y, por tanto, negando que puedan ser
sujeto de derechos y obligaciones;
Una
tendencia a posicionar a las personas en el extremo de lo “extraordinario” o
seres especiales que merecen aplauso por “superar toda adversidad”. Lo que ha
sido denominado la “La banalización del bien“ (Scribano, 2016). Joly (2011)
problematiza este último tipo de “mirada” hacia la discapacidad al mostrar que
son utilizadas para respaldar uno de los presupuestos del capitalismo
meritócrata que es sostener que con el esfuerzo personal todo se logra. Estas
percepciones desconocen el rasgo social de la discapacidad y no permiten un
abordaje político del fenómeno. De esta manera, advertir el componente
interactivo de la discapacidad exige reconocer cómo el entorno y el trato
condiciona, propio del modelo social de la discapacidad (Palacios, 2008)
Ambas
actitudes totalizan y descansan sobre la creencia de la discapacidad como una
“anomalía”. Ya sea el modelo de la prescindencia o modelo médico de la
discapacidad, ambos se posan en construir un sujeto fuera de la norma o ideal
deseado. El modelo de la prescindencia propone como trato a las personas con
discapacidad la exclusión, marginación, eugenesia. El modelo médico propone
como trato la rehabilitación, generando como único proyecto de vida el ser
pacientes. La medicalización de la discapacidad ha transformado en patologías
estigmatizantes a la ceguera, la sordera y las vulnerabilidades que se han
manifestado a lo largo de la historia de la humanidad, y al hacerlo, ha
contribuido a discapacitar a sus portadores, relegándolos al aislamiento y
exclusión (Joly, 2011).
El
apartado anterior intentó reconstruir la noción de identidad. A su vez, al
momento de referir a cómo opera la relación identidad-sociedad, derivó en
constructivismo y la noción de matriz. En relación a la discapacidad, podemos
referir a esa matriz específica (que se solapa y sostiene con otras,
patriarcado por ejemplo) que sería el capacitismo.
Aunque Guillermo entra y sale a la cuestión de los estereotipos (citando a
Arena, 2019) este ensayo decanta en la necesidad de advertir qué es capacitismo
y qué relación tiene con nuevas derechas/odio/ lástima. No entraré en la
cuestión específica de estereotipos, es decir, cómo comprobar metodológicamente
su existencia, la distinción entre estereotipos normativos y descriptivos, etc.
Aquí se conecta el capacitismo con estereotipos toda vez que, este último es un
conjunto de rasgos que el sentido común atribuye a una persona, a sus conductas
e intenciones, puesto que los considera propios o característicos de un grupo
particular al que ella pertenece (Scotto y Perez, 2020). En tanto práctica de
representación de la realidad, los estereotipos se apoyan en el proceso de naturalización de ciertas categorías que
permiten ordenar información social compleja, predecir e incluso prescribir la
conducta esperada.
El
capacitismo se apoya en la construcción de ideales en relación a la capacidad
humana. Genera la asunción de que ciertos cuerpos, ciertas mentes, ciertas
personas carecen de capacidad. Esa asunción está generada por la naturalización
de la creencia de que esa falta es una anomalía. Tal como indica Fiona Campbell
(2015), se aloja en el ámbito de lo simbólico y estructura las prácticas,
creencias, instituciones. Si nos tomamos en serio el plano simbólico lo
discursivo es vital para pensar la matriz que excluye, corrompe, aliena a
personas con discapacidad.
A Milei
lo tratan de loco: ¿qué implica decir
que alguien está locx? Quitarle voluntad y responsabilidad, marginar, destinar
a espacios manicomiales. Decir que Milei es un loco, al menos tomando en
perspectiva el colectivo de personas con discapacidad, es tirarse un tiro en el
pie. La marcha del 1F antifascista no se “presentó” como anticapacitista,
aunque es una oportunidad para comprender y manifestar el ataque a ciertas
identidades políticas y generar una participación política y colectivización
para una reconfiguración de lo público (Butler, 2017). Sin embargo, tal como se
ha explicitado, las nuevas derechas pretenden montar la batalla cultural, a la
vez que idealizan un sujeto y construyen una simbología del odio hacia ciertas
identidades, entre ellas, personas con discapacidad. Feierstein (2020) advierte que, para nombrar fascismo, no alcanza
con la persistencia o profusión de declaraciones: se requiere que esas
manifestaciones de carácter simbólico asuman una materialidad a partir de
agresiones concretas, por ejemplo, hostigamiento de grupos organizados o
violencia paraestatal. Ahora bien, dice, también, que podríamos encontrarnos
con una nueva forma de fascismo (a la cual quizás sería pertinente bautizar
como “neofascismo”), que aprovecha muchas de las construcciones ideológicas del
fascismo rearticulándolas en función de las necesidades contemporáneas y
prescindiendo de algunos de sus componentes clásicos (partido único;
organización de la violencia). Sin embargo, podríamos quedarnos con algo más
preciso que el autor marca: en tanto práctica
social. De esta manera, más allá de la distinción fascismo - neofascismo -
posfascismo, es necesario preguntarse si lo que emerge de estas nuevas derechas
tienen suficientes puntos en común con la experiencia fascista como para que
pueda resultar útil y pertinente la remisión a dicho término (Feierstein, 2020). La pregunta acerca de cómo nombrar no
puede ser categorizada como “insulto” o mera descalificación: caracterizar como
fascistas las realidades contemporáneas sólo puede tener sentido si es que las
experiencias fascistas previas pueden tener algo para ver qué hacer en el
presente.
¿A
dónde nos lleva nombrarlo loco? ¿A dónde nos llevaría llamarlo fascista?
“El
ensayo se interrumpe cuando siente que ha llegado al final y no cuando ya no
queda nada para decir: de esta manera se le sitúa entre las locuras” (Adorno, 2001, p. 2).
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Licencia
de uso: (CC BY-NC-SA 2.5 AR)
Derechos
de autor © 2025: Paula Gastaldi
Declaración
de intereses
La autora declara que no existen conflictos de intereses
que puedan haber influido en los resultados o interpretaciones del presente
artículo.
[1] Agradezco a Sofía Pezzano por la lectura de este ensayo. A
Guillermo Lariguet por haber escrito este libro y nuestras conversaciones
filosóficas. A los editores y pares evaluadores por las sugerencias formuladas,
las cuales han logrado profundizar aspectos de este texto. Agradezco, también,
al equipo de investigación sobre Nuevas Derechas (IDEJUS, Córdoba) en
particular a Anna Richter. Por último, agradezco a todas las personas que
integran la Cátedra abierta de Derechos de personas con discapacidad en UBP,
sobre todo a Yamila Ferreyra por su amistad y compañerismo.
[2] Guillemo aclara que el odio puede dirigirse a animales y ofrece
ejemplos como ser el de odio contra un perro. Es decir, “sujetos” ahí no está
usado como sinónimo de persona humana.
[3] Este es un punto interesante que abre a cómo las emociones pueden
abordarse en la teoría política. La justa ira puede ser una expresión de un
movimiento que reclama acabar con la injusticia estructural. Ciertas emociones
pueden producir, incluso, modificaciones en el derecho vigente. Quedaría ver
si, por ejemplo, la compasión es una, cuestión que abordaré al final de este
ensayo.
[4] Aunque podríamos hacer un análisis sobre discursos del odio,
Guillermo insiste que el odio no es sólo discursivo y simbólico. Se traduce en
acciones concretas de violencias.
[5] Aquí podemos hacer coincidir a Adorno con Federici (2020) cuando
advierte que hay que reencantar el mundo.
[6] O retrotopia en términos de Bauman (2017) que destaca que estamos
ante la negación de la negación de la utopía y se está creando una retrotopia;
el pasado fue mejor, aunque el pasado del que hablan nunca ha existido.
[8] Quizás el nosotrxs pueda aparecer en textos colectivos. Pienso en
el ejemplo de las crónicas de encuentro de cátedra abierta al público y
gratuita llevadas adelante en un proyecto de investigación en la Universidad
Blas Pascal. Esas crónicas son el resultado de reuniones donde personas con
discapacidad, familiares, apoyos, trabajadores, nos reunimos para
investigar/anunciar cuáles son las circunstancias por las que estamos
atravesando, cómo las percibimos y qué acción podemos tomar. Pero la crónica
tiene otra forma: es otra técnica de escritura.
[9] Ese yo, quizás, construye
una segunda persona (Scotto, 2019).
Aunque necesitaría explayarme sobre este asunto, creo, por el momento, loable
frenar acá. La propuesta de Scotto sobre la segunda persona es un camino que se
abrió a partir de la escritura de este ensayo, pero no abordaré esta cuestión
para evitar tomar desvíos y justificar una voz ensayística que está incómoda
con lo que dice en este párrafo.
[10] También produjeron el cierre de INADI, instituto clave para abordar
la discriminación por motivos de discapacidad. Veasé: https://chequeado.com/el-explicador/cierre-del-inadi-como-trabajan-contra-la-discriminacion-la-xenofobia-y-el-racismo-otros-paises/
[11] Femidisca es un término
reciente que aparece para incluir en los movimientos feministas los reclamos de
personas con discapacidad.
[12] Veasé: https://fmnuestrasvoces.com.ar/fmnv/guadalupe-bargiela-es-un-estado-que-no-esta-ausente-esta-mirando-hacia-los-mercados/
[13] El resaltado me pertenece y radica en la necesidad de descartar el
uso de este término. La utilización del término “discapacitado” implica, desde
el vamos, asumir una concepción inadecuada del abordaje de la cuestión, en
cuanto ese término trata la situación de discapacidad como una identidad de la
persona. “Juan tiene una discapacidad. No
es discapacitado”. Pantano (2001) sostiene que, más allá de cada tipo de
discapacidad (de ver, oír, comunicarse, caminar, moverse, etc.), del momento y
del tiempo de adquisición (innata o adquirida; reciente o de toda la vida) u
otras particularidades, aludimos a personas ya que configura la posibilidad de
que sean tratadas como sujetos de derechos y obligaciones. Entonces, “por más
que desconozcamos estas características, tal apreciación alude holísticamente
al individuo” (Pantano, 2001:107).
[14] Veasé: https://www.france24.com/es/am%C3%A9rica-latina/20250202-marcha-contra-el-discurso-de-milei-en-davos-lo-que-est%C3%A1-en-juego-para-el-colectivo-lgbtiq-y-las-mujeres
[16] El resaltado me pertenece. Veasé:https://www.boletinoficial.gob.ar/detalleAviso/primera/319710/20250116
[17] Veasé: https://es.weforum.org/stories/2024/01/davos-2024-discurso-especial-de-javier-milei-presidente-de-argentina/
[18] Veasé: https://es.weforum.org/stories/2024/01/davos-2024-discurso-especial-de-javier-milei-presidente-de-argentina/
[19] Milei dijo en agosto de 2023 en el canal La Nación+: “El punto es
si yo decido financiar a la demanda o a la oferta. Cuando yo decido financiar
la demanda genero competencia y genero bienes de mejor calidad. Ese es el
‘trick’. Nadie se queda sin salud, nadie se queda sin educación, nadie pierde
esos bienes a los que accede; lo que cambia es el mecanismo, a quién se lo
financia (…). Cuando financio a la oferta termino generando clientelismo”. Esta
es la ficción del anarcocapitalismo; la creencia de una bondad intrínseca del
mercado, de los empresarios como héroes. Véase: https://www.youtube.com/watch?v=uZvZu23PlUE&ab_channel=LANACION
[20] Veasé: https://es.weforum.org/stories/2024/01/davos-2024-discurso-especial-de-javier-milei-presidente-de-argentina/
[21] Esto fue en ocasión de un conversatorio sobre Nuevas Derechas que
estuvimos gestionando y proponiendo durante 2024 en IDEJUS. Cuenta con Juan
Iosa de Director y con Anna Richter y quien escribe como coordinadoras. Biset
fue a exponer y tejió un análisis sobre nuevas derechas que me quedó resonando
y resonando. Principalmente, la idea de la inexistencia de lo público, como
señalé acá. En ocasión de ese debate, Biset ofreció la lectura de un ensayo.
Véase: BISET, E. (2024) El zorro gris. Extraido de https://arqueologiasdelporvenir.com.ar/ensayos/
[23] En Argentina, quien tiene ELA puede tramitar un certificado único
de discapacidad y, para el Estado, ese es el modo positivizado (Ley Nacional 27.711)
de indicar que todo habitante que venga a querer habitar estos suelos
nacionales sea reconocida como persona con discapacidad. Aunque podríamos
preguntarnos si es el mejor modo de reconocer la discapacidad, el Certificado
único es una herramienta de acceso a derechos. Esos derechos están consagrados
en la Convención y tienen jerarquía constitucional. Caparrós hizo público que
tiene ELA y, más allá de cuando un Estado identifica que hay discapacidad,
anuncia ante la sociedad civil que tiene una discapacidad. Ese publicar su situación le generaba
incomodidad, aunque refiere a una incomodidad en relación a sus amistades y no
aborda cuál es el trato que percibe o recibe de la “sociedad civil". Quizá
eso aparezca en su próximo libro que saldrá en Octubre 2024 y está escrito bajo
el género diario. En lo personal, me afectó la noticia. Al momento de abordar
la distinción entre lástima y compasión, veré si puedo ensayar qué implica
afectarse.
[24]Vease:https://www.infobae.com/cultura/2024/10/19/el-escritor-martin-caparros-revelo-que-sufre-ela-en-algun-momento-te-mueres/#:~:text=El%20escritor%20Mart%C3%ADn%20Caparr%C3%B3s%20revel%C3%B3%20que%20la%20enfermedad%20que%20sufre,cerebral%20y%20la%20m%C3%A9dula%20espinal.
[25] A pesar del manifiesto que hice al comienzo de este ensayo respecto
a la persona ensayística, acá apareció una primera persona. La primera persona
que vuelve a un recuerdo en tanto yo como niña (tenía 11 años cuando mi hermano
se accidentó) y luego me arrogo una primera persona del plural, nosotrxs en
tanto familia. Espero que mi familia me perdone esa arrogancia. Por su parte,
cuando pregunto qué siente el lector ante esa biografía estoy asumiendo una
segunda persona, hablándole a un lector como si. Una apertura a un gesto que
tiene algo de epistolar, aunque no sepa a quién va dirigido. Esa pregunta es
para interrogar y materializar, al menos en la lectura, qué se siente: lástima,
compasión, indiferencia.